San Juan Bautista

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lunes, 30 de diciembre de 2019

La paciencia, virtud vencedora - don Francisco de Quevedo y Villegas


       La paciencia es virtud vencedora, y hace a los reyes poderosos y justos.

La impaciencia es vicio del demonio, seminario de los más horribles, 
y artífice de los tiranos. (Joann., 20.)


Thomas autem cum audisset a condiscipulis suis, quod vidissent Dominum, respondit: Nisi videro fixuram clavorum, et mittam manum meam in latus ejus, non credam. Denique venit, et dicit Thomae: Infer digitum tuum huc, et vide manus meas, et affer manum tuam, et mitte in latus meum: et noli ese incredulus, sed fidelis. Respondit Thomas, et dixit ei: Dominus meus, et Deus meus.
«Como Tomás oyese de los que con él eran discípulos, que habían visto al Señor, respondió: Si no viere la señal de los clavos, y no metiere mi mano en su lado, no creeré. Finalmente vino y dijo a Tomás: Entra tu mano en mi lado, y no quieras ser incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás, y dijo: Señor mío y Dios mío».


San Cipriano empezó aquella elegantísima oración del bien de la paciencia con estas palabras (siguiendo a Tertuliano, a quien llamaba maestro): «Habiendo de hablar, hermanos dilectísimos, de la paciencia, y declarar sus utilidades y provechos, ¿de dónde podré mejor empezar, que de la necesidad que ahora tengo de vuestra paciencia para oírme? Porque esto mismo que oís y aprendéis, sin la paciencia no lo podéis obrar». De esta prevención me excusa, serenísimo, muy alto y muy poderoso Señor, el hablar en todo este libro con vuestra majestad, en quien resplandece heroica esta virtud, que el mismo santo mártir llama en esta oración bien de Cristo; y en otro lugar de la propia oración dice: «Porque esta virtud es común a nosotros con Dios». Esto, que es de tan esclarecida loa al real ánimo de vuestra majestad, es de confianza a la poquedad de mi entendimiento; porque así como el que teme hablar con vuestra majestad reverencia su grandeza, así quien osa hablar con tan soberana grandeza, conoce vuestra piadosísima clemencia y benignidad. Yo trataré de la virtud de la paciencia ética, política y cristiana, y probaré que para la guerra no sólo es fuerte y eficaz, sino que en la guerra sin ella los más fuertes son flacos; que siempre venció quien la tuvo; que siempre quien no la tuvo fue vencido; que es autora de la paz, y quien la conserva, y quien solamente sabe gobernar en la paz y en la guerra; que ella contradice a todos los vicios; que con ella florecen todas las virtudes.

Mucho pareciera lo que prometo de esta virtud, si no fuera aun más lo que ella obra. Por ser este capítulo el más importante de esta Política para todos y particularmente para los reyes y monarcas, busqué con atenta consideración en toda la vida de Cristo nuestro Señor, que toda fue paciencia desde el nacer al morir, lugar en que autorizar mi discurso; y por el más encarecido de su soberana, inmensa y benigna paciencia, escogí éste del apóstol Santo Tomás. La causa que me obliga a preferirle a tan innumerables actos de paciencia en Cristo nuestro Señor, quiero que preceda a la doctrina política cristiana. Aguardó el Hijo de Dios, para encarnar, con paciencia enamorada, que se llegase el plazo de las profecías y el de las semanas; aguardó para hacerse hombre el sí de su criatura, de su Madre y siempre Virgen; aguardó en su sacratísimo vientre los plazos de la naturaleza en los meses; nació yendo a obedecer el edicto de César, quien es obedecido de los serafines; consintió que le fuese cuna un pesebre, y compañía dos animales; que siendo él fuego del divino amor, le hospedasen las pajas y el heno, no sólo seguros de incendio, sino gozosos; tuvo paciencia viendo que Herodes le espiaba la vida, y siendo toda la valentía del cielo, para huir con sus padres a Egipto. Esto será explayarme sin orilla, si prosigo por todas las acciones en que Cristo nuestro Señor tuvo la paciencia con ejercicio grande e incomparable. Llamáronle comedor y endemoniado, y no se enojó; quisiéronle apedrear y despeñarlo, y tuvo paciencia; sufrió a Judas a su lado, tuvo paciencia para sentarle a su mesa, y para que comiese en su plato; besole para entregarle, y pacientísimamente consintió el beso; escupiéronle muchos; diole un ministro una bofetada, y el golpe que alteró el rostro no demudó su paciencia. Azotole Pilatos; hicieron burla de su majestad los soldados, hiriéndole con golpes, coronándole con espinas. Las señales se vieron en su santísimo cuerpo, no en su paciencia. Ésta más allá estaba de la furia y de la crueldad: todos la ejercitaban, nadie la irritó. Pusiéronle desnudo en la cruz por malhechor, entre dos ladrones. Tuvo paciencia para todas tres cruces: para la que padecía; para la del buen ladrón, perdonándole, y acompañándose con él en su reino; para la del malo, viendo que aun un ladrón no le quería acompañar. Vio a su santísima Madre al pie de su cruz, viola que le veía; vio que su cuerpo y su pasión la eran martirio; tuvo paciencia para dejarla, para llamarla mujer, y darla por hijo su discípulo querido; para dársela por madre. ¿Puede ser la paciencia de Cristo más hazañosa, más divina, ni más encarecida? Señor, maravillosas acciones son éstas, dignas sólo del que era hijo de Dios y Dios verdadero; mas se obraron todas siendo hombre pasible, y que padecía como tal lo que vino a padecer por su amor y por nuestro remedio. Empero dudar Tomás apóstol que hubiese resucitado, y decir que si no ve las señales de los clavos y entra la mano en su costado, que no la ha de creer; y mandarle Cristo nuestro Señor resucitado, glorioso, impasible, que metiese la mano en su costado y manosease sus llagas, es hazaña de la paciencia divina, que excede toda ponderación, adonde se desalienta el espanto.

San Pedro Crisólogo pesa los quilates inmensos de esta paciencia en el sermón 84. Juzguen los oídos y los ojos con oírlas o con verlas el fil de las balanzas de sus preciosas palabras, que aun el desaliño de mi estilo no podrá apagar todas las luces que tienen. «¿Por qué así Tomas requiere las señales de la fe? ¿Por qué a quien tan piadosamente padece, tan duramente examina resucitado? ¿Por qué aquellas heridas que la mano impía rasgó, la diestra devota de nuevo las ara? ¿Por qué el lado que la impía lanza del soldado abrió, vuelve a cavarle del discípulo la mano? ¿Por qué los dolores que causaron los furores de los que le perseguían, la cruel curiosidad del compañero los renueva? ¿Por qué con los tormentos al Señor? ¿Por qué a Dios con las penas? ¿Por qué, para averiguar el médico celestial, el discípulo se informa de la herida? Cayó la potestad del demonio, abriose la cárcel del infierno, fueron rotas las ataduras de los muertos. Muriendo el Señor, se arrancaron los monumentos; y resucitando el Señor, toda la condición de la muerte fue mudada; fue trastornada la piedra del mismo sacratísimo sepulcro del Señor; las ligaduras fueron deslazadas, y a la gloria del que resucitaba huyó la muerte, volvió la vida, resucitó la carne, que no había de volver a caer. ¿Y por qué a ti sólo, Tomás, demasiadamente curioso explorador, pides que solas las heridas se presenten para el juicio de la fe? ¿Qué fuera si éstas como otras cosas se hubieran borrado? ¿Cuál peligro hubiera ocasionado a tu fe esta curiosidad? ¿Juzgaste que no podías hallar algunas señales de piedad, ni documentos de la resurrección del Señor, si no surcabas con tus manos las entrañas que la judaica crueldad había arado?». No se hartaba el Santo de más elegante pluma, de más sabroso estilo, con mejor metal de palabras, de ponderar la más encarecida ocasión a la más encarecida paciencia de Cristo.

Tertuliano, en su doctísimo libro De Patientia, dice: «La paciencia del Señor fue herida en Malco». ¡Grande encarecimiento de la paciencia misericordiosa! Mas en Tomás fue la paciencia de Cristo en él propio (digámoslo así) sobreherida. Solamente la incredulidad inventara herir las mismas heridas; hízolas la judaica incredulidad, volvió a abrirlas la del discípulo; sus dedos volvieron a ser clavos, su mano lanza. Según esto, acreditado deja la elección que hice de este lugar, y acción de paciencia en Cristo, para arrimar firmemente a su doctrina este capítulo. Para empezar a discurrir en lo político cristiano, resta averiguar la utilidad que resultó de esta incredulidad, que obligó a Cristo resucitado a tan soberana paciencia. Consecutiva al lugar referido la declara San Pedro Crisólogo: «Buscó, hermanos, esta piedad, inquirió esta devoción que después ni la misma impiedad pudiese dudar que el Señor resucitó. Pero Tomás no sólo curó la incertidumbre de su corazón, sino la de todos. Habiendo de predicar esto a las gentes, diligente ministro, inquiría cómo fortaleciese sacramento de tanta fe. De verdad más fue profecía que terquedad. ¿Pues para qué había de pedir esto, si de Dios no le hubiera sido revelado con espíritu profético, que para el juicio de su resurrección se guardaban sus heridas?». En importando, Señor, a la salud de los suyos, que la paciencia de Cristo sea ejercitada en su cuerpo, dispensa los privilegios de resucitado.

Yo aplico, para la inteligencia de este misterio, literales las palabras del Apóstol: «Todo lo cerró Dios en la incredulidad, para apiadarse de todos. ¡Oh altura de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, y cuán investigables sus caminos! ¿Quién conoció el sentido del Señor, o quién fue su consejero, o quién lo dio a él primero, y se le dará retribución?». No sé que haya otro lugar en todo el Testamento nuevo, en que literalmente se viese que Cristo lo cerrase todo en la incredulidad, para tener misericordia de todos, sino éste de Santo Tomás; pues en su incredulidad desengañada y convertida en fe por la paciencia de Cristo, curó con misericordia la duda de todos los corazones, como lo afirma San Pedro Crisólogo en el lugar referido, diciendo que dudó Tomás para que nadie dudase. Es tan sublime esta misericordiosa paciencia de Dios, que en acabándola de referir, exclama San Pablo con tan esclarecidas palabras: «¡Oh altura de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, y cuán investigables sus caminos!». Exclamación que nos da bien a entender de cuán majestuosa admiración está colmado este misterio, y que para mi intento es el ejemplar más a propósito y el mayor.

Ofréceseme considerar con novedad (quiera Dios con provecho y acierto) por qué causa, siendo María Magdalena tan favorecida de Cristo, y tan amartelada y tierna amante suya, y que con tanta solicitud y lágrimas le buscaba en el sepulcro, habiendo asistido al pie de la cruz; cuando buscándole, y no conociendo a Cristo, le pregunta por sí mismo, y Cristo con sólo llamarla María se da a conocer, y ella derretida en amor le llama Maestro, Cristo la dice «No me quieras tocar»; y a Tomás, que certificándole los demás apóstoles que Cristo había resucitado, dijo con despego incrédulo: «Si no veo las señales de los clavos y entro mi mano en su costado, no lo creeré»; no sólo se le aparece, no sólo dice que le toque, sino le manda que le escudriñe las entrañas, que le repase las heridas. ¿Por qué el Señor dispensa aquí, para que le toque Tomás, el inconveniente de no haber subido al Padre, y en la Magdalena no lo dispensa, pues dice: «No me quieras tocar, porque aún no he subido a mi Padre»?

Señor, en tocar la Magdalena a Cristo no había interés de bien universal, solamente una caricia amorosa de reverencia y adoración; mas en el tocar Tomás a Cristo había utilidad para la fe y creencia de todos. Del tacto de aquella mano pendían los corazones de todos los hombres, el crédito de aquella gloriosa resurrección. Aquella mano, tentando con duda, adiestra a que nosotros con la fe, que es ciega, acertemos creyendo. Por eso acaba su sermón el gran Crisólogo diciendo: «Vengan y oigan los herejes, y como dice el Señor, no sean incrédulos, sino fieles. Cristo nuestro Señor no dispensó por las caricias en sus favorecidos y amados algo de su severidad, y siempre dispensó por el provecho y mejora de los suyos y de las almas. Cuando a vuestra majestad le dicen que un vasallo hizo de otra manera lo que en su real nombre se le mandó, o que lo hizo mal, o que no lo hizo, entonces ha de dispensar a intercesión de la paciencia (virtud de Dios) con su poder para castigarle, con su ira para deshacerle. Entonces para reducirle ha de hacer las más encarecidas pruebas de su real ánimo: no sólo le ha de oír vuestra majestad, no sólo dejar que le vea, ha de consentir que ponga la mano en las diligencias que a su remedio importan; que en estos negocios tanto importa a los reyes dejar que los toquen los acusados para que los reyes no crean acusaciones envidiosas, como que los toquen para creer y obrar lo que dicen y mandan.

¿Cuál descortesía pudo igualarse a no creer que Cristo había resucitado, habiéndolo él dicho, y diciéndoselo a Tomás los otros apóstoles? Empero el Señor, que vio el bien que resultaba de aquella incredulidad, olvidó la descortesía y atendió al provecho del mundo. ¿Quién contará los príncipes a quien ha depuesto su impaciencia? ¿Los que por ella han sido cuchillo de sus reinos, veneno de sus buenos vasallos, fin de sus grandezas, vituperio de sus ascendientes, infamia de los siglos, escándalo a los porvenir y abominación a la memoria de las gentes? ¿Quién, sin perder la paciencia, pudo ser cruel? ¿Quién avaro? ¿Quién soberbio? ¿Quién adúltero? ¿Quién tirano? Si pudo resultar provecho tan grande de la incredulidad de Tomás examinada, ¿por qué Señor, no podrá resultar para los reyes y príncipes de la duda y terquedad de los vasallos? Para que esto no se averigüe, los que mal los asisten procuran que no sólo no puedan tomar a los monarcas, mas ni verlos ni hablarlos. No quieren que la mano delincuente negocie por sí, sino con las manos que la hacen delincuente. Dios guarde a vuestra majestad, que en esto ha dado ejemplo a todos los reyes de su tiempo, cuando en materia tan ardua y temerosa se cerró con el duque de Ariscot, gran señor en Flandes, y le oyó, y vio, y acercó a sí con piedad magnánima de que espero resultará a él libertad con perdón, y a vuestra majestad gloria con seguridad.

El grande y magnánimo rey don Alonso de Aragón (a quien todas las naciones llaman por excelencia el Sabio) tuvo tan docta e invencible paciencia, que no sólo sufrió que se le atreviesen, como se vio en el soldado que en público en Nápoles le detuvo con insolencia, mas no contento con perdonarlos, premió a los que de él hablaban mal; y no consintió que en su presencia se dijese de otros, como sucedió con los que notaron a Nicolao Pichinino de bajo nacimiento. No sólo no rehusaba que no le obedeciesen, antes mandaba a todos sus consejos que no le obedeciesen en lo que ordenase contra razón; y a los ministros que dependían de estos superiores, mandaba que no los obedeciesen en lo que no fuese justo. Así lo refiere todo esto de este raro ejemplo de reyes valientes y sabios y católicos Antonio Panormitano, en el libro que en latín escribió de sus dichos y hechos, adicionado por el doctísimo Eneas Silvio, obispo de Sena, por otro nombre papa Pío. Léase este libro y el que de su historia escribió el elegantísimo Bartolomé Faccio, y se verá cuánto mayor rey fue don Alonso con una paciencia perpetuamente docta y triunfante, que Alejandro Magno y César; cuánto mayor capitán que Aníbal y Escipión; cuánto más sabio que Sócrates.

Conozcan pues los que a los príncipes les quitan la paciencia, todo lo que les quitan; pues les quitan todo lo que es bueno y real. Deseo saber dónde halló Nerón paciencia para sufrir siempre y solos a aquéllos que le quitaban la paciencia para que no pudiese sufrir a ningunos otros; y cómo y dónde dejaron éstos paciencia en Nerón para sí, quitándosela  para los demás. Tropelía es del diablo ésta: padeciola Roma en este y en otros malos emperadores, sin entenderla. Tan grande virtud y tan real es la de la paciencia, que Tertuliano dice de ella estas animosas y altísimas palabras, hablando de Cristo: «El que propuso esconderse en la figura de hombre, nada de la impaciencia de hombre imitó. De esto principalmente, fariseos, debisteis conocer al Señor; paciencia semejante ningún hombre pudo alcanzarla». ¡Gran dignidad de la paciencia de Cristo principalmente debieron conocer los fariseos que era Dios; pues siendo hombre, no participaba nada de la impaciencia de hombre! ¿Quién desecha virtud que da a conocer a Dios, siendo hombre? Y ¿cuál hombre admitirá la impaciencia, no sólo pecado del demonio, sino artífice de los demonios y de los pecados y de los pecadores? Así lo prueba, desde Luzbel y Adán y Caín, universalmente San Cipriano, en su Oración de paciencia. Según esto, los que a su señor dijeren que tener paciencia es de esclavos, y de bestias el sufrir, contradicen a la verdad calificada por Cristo con sus mismas experiencias.

Tiene el diablo sus paciencias, porque siempre pone los nombres de las virtudes a sus maldades. Aconsejan los instrumentos de Satanás, que por un leve descuido quiten el oficio y el crédito a uno: quéjase, y dícenle con enojo que agradezca a la suma paciencia del rey el haberle sufrido sin hacerle morir en una prisión; préndenle, y dícenle que agradezca no haberle hecho quitar la vida; hácenle morir, lloran los hijos, -dicen que fue paciencia no degollarlos con el padre. ¿Quién creerá esto, sino el que lo mandare hacer? Porque el demonio que lo aconseja, porque conoce lo que es, lo aconseja. Él no hace sino poner nombres: a la soberbia llama grandeza, y a la envidia atención, y al robo ganancia, y a la avaricia prudencia, y a la mentira gracia, y a la venganza castigo; y por el contrario, a la humildad vileza, a la pobreza infamia, al desinterés descuido, a la verdad locura, y a la clemencia flojedad. Y los que estudian por estos vocabularios sólo adquieren suficiencia para condenados. Dije que la paciencia siempre era vencedora en la guerra: lo que yo dije dicen las historias del mundo. Alejandro Magno, a quien el grito universal da mayor gloria militar, véase si fue en otra virtud tan frecuente ni tan glorioso: léanse sus acciones con los vencidos, con los que se le dieron, con los enemigos que cautivó. ¡Cuál ejemplo de paciencia dio con el aviso del veneno! ¡Cuál de constante ánimo y sufrido en las heridas, pues dice Plutarco que no tenía parte en su cuerpo que no se la señalasen! ¡Cómo trató a la mujer e hijas de Darío! ¡Cómo sufrió el motín de su gente! ¡Cuán magnánimo fue en dar lo que más quería! ¡Con cuán dócil paciencia oía de los sabios los consejos y las reprensiones! ¡De Diógenes los desprecios! Julio César, que le es segundo, sólo tuvo por principio, medio y fin de sus glorias la paciencia: ésta fue su imperio y su  mayor estratagema en la guerra. Carlos V, nuestro glorioso emperador, a quien estos dos deben ceder, a entrambos los excedió en grandeza. Nadie mereció el imperio con más virtudes, ni lo tuvo con más triunfos, ni le dejó con tanta gloria; y esto porque los excedió a todos en la virtud de la paciencia. No se lee sin ejemplo en ella alguna palabra en su vida ni en su muerte, por eso gloriosas entrambas.

Señor, esta doctrina de la paciencia militar un ejemplo de los romanos es quien mejor la enseña. Quinto Fabio Máximo (llamado El Cuntador, El Detenido, que en sustancia es El Sufridor), conociendo la valentía y astucias de Aníbal, y que si recibía batalla o si se la daba se perdía, aconsejado con la paciencia le llegó a desesperar. Los bachilleres en el Senado llamáronla cobardía; enviaron otro que alternativamente mandase con él: éste de impaciente dio la batalla de Canás y perdiose con toda la nobleza romana, sólo por haber perdido la paciencia con que Quinto Fabio vencía sin pelear. Irrefragable texto es en el libro 1 de los Macabeos, en el verso 3 del cap. 81. «Y (oyeron) cuanto habían hecho en la región de España, y cómo habían puesto bajo de su poder las minas de plata y de oro que hay allí, y habían conquistado toda la región por su consejo y paciencia». Donde el nombre paciencia dice literalmente toda la valentía victoriosa de los romanos en España.

La paciencia, Señor, no da lugar a la ira ni a la pasión, con que estorba la ceguedad, y se le debe la vista; da lugar al consejo, y al mejor consejero, con que se le debe el acierto: ella dispone la prevención propia, y embaraza la ajena; no admite presunción ni orgullo, con que no se precipita; no cree ligeramente, con que no se engaña; no se cansa de oír, con que se informa; ni de ver, con que se asegura; en los casos adversos se recobra, en los prósperos se reporta. Pues, Señor, si esto obra la paciencia, y la impaciencia lo contrario; y Cristo naciendo, viviendo y muriendo, y lo que más es, resucitado, nos es (todo y en todo) ejemplo de paciencia, ¿quién no conocerá en ella y por ella todas las utilidades de la guerra y de la paz del alma y del cuerpo, de la vida y de la muerte? Mucho importa la paciencia para vencer; más si el vencedor la deja, podrá ser vencido de su propia victoria por la confianza de ella. Cristo nuestro Señor, muriendo, había vencido la muerte y el infierno con la paciencia; y con no poder ser vencido nunca, ni de nada, victorioso y triunfante y resucitado, no sólo tuvo paciencia, sino la mayor, como he probado en este capítulo. ¿Quién peleó como Job con todos los elementos, con Satanás, con la salud y con los amigos? ¿Cuál persecución fue igual a la suya? Todo lo venció con la paciencia. Y victorioso por no quedar sin ejercicio de paciencia, dice Tertuliano en su libro De patientia, que no pidió a Dios que le volviera, con lo demás, sus hijos, que le había muerto la ruina de la casa; que si los pidiera, otra vez se llamara padre. Sufrió tan voluntaria orfandad por no vivir sin alguna paciencia. Hasta en esto fue Job sombra de Cristo, que después de la victoria que le dio la paciencia, quiso quedarse con paciencia que le conservase victorioso. Que la paciencia en el príncipe y en los vasallos es el alma de la paz, es cierto; porque la paz es amor y caridad, y la caridad el Apóstol dice es paciente y es sufrida.

Con admirable elegancia lo dice Tertuliano (harele español, con temor de poder expresar aquella elegancia africana): «La dilección, dice, es magnánima: así admite la paciencia. Es bienhechora: la paciencia no hace mal. No envidia: eso propio es de la paciencia. No sabe a protervia: la modestia tomó de la paciencia. No se hincha, no se encona: no son cosas que pertenecen a la paciencia. No cobra lo propio: súfrelo mientras a otro aprovecha. No se irrita: ¿qué dejará a la impaciencia? Por esto dice: La dilección todo lo sufre, todo lo sobrelleva; conviene saber, porque es paciente. Con razón, pues, nunca caerá: todas las demás cosas se evacuarán, serán consumidas. Agotarse han las lenguas, las ciencias y las profecías: quedan la fe, la esperanza y la dilección. La fe, que la paciencia de Cristo introdujo; la esperanza, que la paciencia del hombre espera; la dilección, que teniendo a Dios por maestro, acompaña la paciencia».

Luego pruébase que sin paciencia no se puede gobernar la paz: porque no hay fe, esperanza y caridad sin paciencia; y sin estas tres virtudes no puede haber paz, ni gobierno pacífico, ni cristiano. Por esto los que quieren a los reyes con paciencia para ellos solos, que ellos solos los sufran, y que a todos los demás sean insufribles, en nada se ocupan tanto como en poner asco para la grandeza real en la virtud de la paciencia. Dicen que los hace despreciables, que los abate, que introduce pusilanimidad en su soberanía y abatimiento en su respeto; que les borra la majestad, y se la vulgariza. Dicen verdad, si se entiende de la paciencia con que los sufren a ellos solos.

Quiero quitar a la paciencia estas máscaras abominables con que estos solicitadores de la mentira desfiguran la paciencia, y que descubra la hermosura de su rostro una acción del rey don Alonso el Sabio, rey de Aragón, de Nápoles y Sicilia; rey que en los que le precedieron no tuvo de quien pudiese aprender ni ser discípulo, y de quien todos los porvenir aprendieron y aprenderán. Refiérela el libro citado de sus Dichos y Hechos, en el fol. 9, pág. 1, al fin; y refiérela Antonio Panormitano, que la vio: «Yendo que íbamos de Aversa para Capua, acaeció que el rey iba el delantero de todos; acaso halló que a un pobre hombre se le había caído en el lodo un asno cargado de harina, y él estaba en necesidad, sin haber quien le ayudase, dando voces. Los que algo tras quedábamos vimos al rey apearse del caballo; vimos luego al rústico asido de la una parte del asno, y al rey de la otra; de manera que se lo ayudó a levantar del lodo. Nosotros entonces aguijamos y limpiamos al rey del lodo que se le había pegado. El labrador que esto vio, y conociendo que era el rey, estaba espantado, y temblando de miedo pedía perdón. Esto fue, como veis, una muy poca cosa; mas sin duda fue causa la nueva que de aquí salió, para que muchos pueblos de la Campania se dieran muy libremente al rey». Y añade en su nota o glosa, Eneas Silvio, papa Pío: «El rey don Alonso, por haber ayudado al asnero, concilió a sí los de Capua». Éstas son, fielmente trasladadas, las palabras con que los refiere Antonio Rodríguez de Ávalos en la traducción de este libro, que hizo e imprimió en Amberes en casa de Juan Steelsio, año 1554.

Señor, considere vuestra majestad si puede haber acción de rey en que intervengan más bajos interlocutores: un asno, un villano, una carga de harina, un pantano. ¿Quién duda que si estuvieran con el gran rey los que llegaron después a limpiarle el lodo, que riñendo al villano por desvergonzado, procuraran manchar con impaciencia aquel ánimo todo real? ¿Cuáles cosas dijera la retórica de la adulación contra el villano? ¿Qué inconvenientes hallara en el lodo para la grandeza coronada y en la vileza del asno para el decoro de la caballería? Lo cierto es, Señor, que el rey lo hizo porque iba solo. ¿Qué le dio este asno caído, y este lodo que le ensució, por medio de su magnánima paciencia? Muchos lugares de la Campania, y a Capua, fortísima ciudad y cabeza de aquella provincia. Más y mejor, muy poderoso monarca, conquistó el nunca bastantemente alabado rey don Alonso con un borrico caído, que todo el poder de los griegos con el caballo preñado de escuadras. Él, con lodo y sin sangre ganó una provincia: ellos, con sangre y fuego y traición y engaño una sola ciudad. Juzgue vuestra majestad si debió más aquel rey a su paciencia, que le apeó del caballo para levantar al asno caído y le enlodó en el pantano, que a sus allegados, que estregándole el lodo, no hacían otra cosa sino quitarle la tierra que agradecida a tal acción, pegándose a su vestido, le dio posesión de sí misma. Nunca se levantan más los reyes que cuando se bajan a levantar los caídos, aunque sean bestias. Este rey (de quien se escribe que estudió tantas veces con sus glosas toda la Biblia, que casi la tenía de memoria) sin duda de aquella meditación se dispuso a imitar, como le fue posible, la paciencia de Cristo, Dios y hombre verdadero; y esto le hizo rey poderosísimo, muy sabio, siempre triunfante aun preso de sus enemigos, como se lee en su historia: en todo piadosísimo, sabio en dichos y en hechos, católico en ejemplo a todos sus vasallos, padre en el amor, rey y padre en la soberanía y gobierno, padre, rey y maestro en la enseñanza.

He dicho cómo en su vida y en su muerte todo lo obró Cristo nuestro Señor con paciencia, y luego que resucitó. Resta decir cuánto y con cuál amor favorece la paciencia de los suyos, y cuánto le merecen con la paciencia. Murió Cristo, y fue su sacratísimo cuerpo sepultado; y en aquellos días que estuvo en el sepulcro, bajó su sacratísima alma al limbo a sacar las almas de los padres, que con tan larga y envejecida paciencia le estaban aguardando por tantos siglos. Premió la paciencia antes de resucitar con su glorioso cuerpo: fineza, Señor, llena de celestiales promesas a los que esperaren en su divina majestad, y le esperaren con infatigable paciencia.

Seis apariciones de Cristo, verdadero rey y rey de gloria, se leen después de su resurrección, y en todas mostró su inmensa paciencia con la incredulidad de los suyos, que no creían su resurrección y le tenían por fantasma, y oyendo a las santas mujeres que había resucitado, lo tenían por burla.

De suerte, Señor, que el ministro de que Cristo se servía para todos sus negocios, vivo, y muriendo, y muerto resucitado, fue la paciencia. Bien encomendada queda con estas meditaciones, para que el real ánimo de vuestra majestad y su piadosísima inclinación, su santo celo, su justicia católica, no despache nada sin ella, ni deje que se la usurpen, ni consienta que se la limiten, ni permita que se la comenten. Esto es desear que vuestra majestad prosiga lo que siempre ha hecho, y que siempre sea, como siempre ha sido, el mayor lugarteniente de Dios entre los monarcas temporales, y el más obediente hijo de su vicario en la universal y católica Iglesia romana.




Francisco de Quevedo y Villegas: “Política de Dios, gobierno de Cristo” (1635), Capítulo XX.




Nacionalismo Católico San Juan Bautista



martes, 24 de diciembre de 2019

Sermón sobre la Navidad - San Bernardo


Sobre el anuncio litúrgico del nacimiento del Señor:

Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá

Un grito de júbilo resuena en nuestra tierra; un grito de alegría y de salvación en las riendas de los pecadores. Hemos oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una frase rezumante de gozo, digna de todo nuestro aprecio.

Exultad, montañas; aplaudid, árboles silvestres, delante del Señor porque llega. Oíd cielos; escucha, tierra; enmudece y alaba, coro de las criaturas; pero más que nadie, tú, hombre. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¿Quién tendrá corazón tan de piedra que, al oír este grito, no se le derrita el alma? ¿Se podría anunciar mensaje más consolador? ¿Se podría confiar noticia más agradable? ¿Cuándo se ha oído algo semejante? ¿Cuándo ha sentido el mundo cosa parecida?

Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Expresión concisa sobre la Palabra condensada, pero henchida de celeste fragancia! El afecto se fatiga intentando expandir un mayor derroche de esta meliflua dulzura, pero no encuentra palabras. Tanta gracia destila esta expresión, que, si se altera una simple coma, se siente de inmediato una merma de sabor.

Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh nacimiento esclarecido en santidad, glorioso para el mundo, querido por la humanidad a causa de incomparable beneficio que le confiere, insondable incluso para los ángeles en la profundidad de su misterio sagrado! Y bajo cualquier aspecto, admirable por la grandeza exclusiva de su novedad; jamás se ha visto cosa parecida, ni antes ni después. ¡Oh alumbramiento único, sin dolor, cándido, incorruptible; que consagra el templo del seno virginal sin profanarlo! ¡Oh nacimiento que rebasa las leyes de la naturaleza, si bien la transforma; inimaginable en el ámbito de lo milagroso, pero subsanador por la energía de su misterio!

Hermanos: ¿Quién podrá proclamar esta generación? El ángel anuncia. La fuerza de Dios cubre con la sombra. Baja el Espíritu. La Virgen cree. La Virgen concibe en la fe. La Virgen alumbra y permanece virgen. ¿Quién no se asombrará? Nace el Hijo del Altísimo, Dios de Dios, engendrado antes de todos los siglos. Nace la Palabra-niño. Imposible admirarlo cual se merece.

Tampoco es inútil este nacimiento, ni queda estéril tal condescendencia de la majestad divina. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Los que yacéis en el polvo, levantaos exultantes. Mirad al Señor de la salvación. Trae la salvación y viene con ungüentos y con gloria. Es inconcebible un Jesús sin salvación, como lo es un Cristo sin unción y un Hijo de Dios sin gloria. Él es la salvación; él, la unción y la gloria, como está escrito: El Hijo sensato es la gloria del padre.

Dichosa el alma que ha gustado del fruto de la salvación, porque le atrae y corre tras el olor de los perfumes para contemplar su gloria, gloria del Hijo único del Padre. Reanimaos los que os sentís desahuciados: Jesús viene a buscar lo que estaba perdido. Reconfortaos los que os sentís enfermos: Cristo viene para sanar a los oprimidos con el ungüento de su misericordia. Alborozaos todos los que soñáis con altos ideales: el Hijo de Dios baja hasta vosotros para haceros partícipes de su reino. Por eso imploro: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame, y quedaré a salvo; dame tu gloria, y seré glorificado. Y mi alma bendecirá al Señor, y todo mi interior a su santo nombre, cuando perdones todas mis culpas, cures todas mis enfermedades y sacies de bienes mis anhelos.

Estas tres cosas, queridísimos míos, saboreo en mi alma cuando oigo la buena noticia del nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Por qué le llamamos Jesús? Únicamente porque salvará a su pueblo de todos sus pecados. ¿Y por qué le llamamos Cristo? Porque hará pudrir el yugo de tu cuello con la efusión del aceite. ¿Por qué e Hijo de Dios se hace hombre? Para que los hombres se vuelvan hijos de Dios. ¿Quién puede resistir a su voluntad? Si Jesús es el que perdona, ¿quién se atreverá a condenar? Si es Cristo el que cura, ¿quién podrá herir? Si el Hijo de Dios es el que enaltece, ¿a quién se le ocurrirá humillar?

Nace Jesús. Alégrese incluso el que siente en su conciencia de pecador el peso de una condena eterna. Porque la misericordia de Jesús sobrepuja el número y gravedad de los delitos. Nace Cristo. Gócense todos los que han sufrido la violencia de los vicios que dominan al hombre, pues ante la realidad de la unción de Cristo no puede quedar rastro alguno de enfermedad en el alma, por muy arraigada que esté. Nace el Hijo de Dios. Alborócense cuantos sueñan con sublimes objetivos, porque es un generoso galardonador.

Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico del "Aleluya". ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre? Tu nombre se ha hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.

Y no en vano se añade de Judá, pues la expresión nos insinúa que la promesa se hizo a nuestros padres. No se le quitará a Judá el cetro, no dejará de salir el caudillo de entre sus muslos, basta que llegue el que tiene que venir. El mismo será la esperanza de todas las naciones. Es cierto que la salvación viene de los judíos, pero se extiende hasta los confines de la tierra. Está escrito: A ti, Judá, te alabarán tus hermanos; pondrás tus manos sobre las nucas de tus enemigos; y otras cosas que leemos, pero que nunca se cumplieron en la persona de Judá, sino únicamente en Cristo: él es el león de la tribu de Judá. Sobre esto mismo está también escrito: Judá es un cachorrillo de león; te has abalanzado hacia la presa, hijo mío. Cristo es el hábil cazador que, antes de saber decir mamá o papá, se llevó el botín de Samaria. Diestro conquistador que, subiendo a lo alto, llevó cautiva a la misma cautividad. Y, sin robar nada, distribuyó dones a los hombres.

La expresión Belén de Judá nos recuerda estas profecías y otras parecidas que se cumplieron en Cristo, porque se referían a su persona. Ya no nos interesa saber si de Belén puede salir algo bueno.

Lo que sí nos interesa saber es la manera como quiere ser acogido el que quiso nacer en Belén. Quizá alguno hubiera pensado prepararle fastuosos palacios, para acoger con realce al rey de la gloria. No es ése el motivo de su venida desde el trono real. En la izquierda trae honor y riquezas, y en la derecha largos años. En el cielo había abundancia eterna de todas estas cosas, pero no pobreza. Precisamente abundaba y sobreabundaba esto en la tierra, y el hombre ignoraba su valor. El Hijo de Dios se prendó de ella, bajó, se la escogió, y revalorizó su encanto para nosotros. Engalana tu lecho, Sión; pero con humildad y con pobreza. le agradan estos pañales. María nos asegura que le gusta envolverse con estas telas. Sacrifica a tu Dios las abominaciones de los egipcios.

Por último, fíjate que nace en Belén de Judá. Procura tú mismo llegar a ser Belén de Judá. Entonces no desdeñará tu acogida. Belén es la "casa del pan". Judá significa confesión. Tú sacia tu alma con el alimento de la palabra divina. Y aunque indigno, recibe con fidelidad y con la mayor devoción posible ese pan que baja del cielo y que da la vida al mundo: el cuerpo del Señor Jesús. De este modo, la carne de la resurrección renovará y confortará al viejo odre de tu cuerpo. Así, mejorado por este sedimento, podrá contener el vino nuevo que está en el interior. Y si, en fin, vives de la fe, nunca te lamentarás de haber olvidado de comer tu pan. Te has convertido en Belén, y digno, por tanto, de acoger al Señor; contando siempre con tu confesión. Sea, pues, Judá tu misma santificación. Revístete de confesión y de gala; condición indispensable que Cristo exige a sus ministros.

Para concluir, el Apóstol te pide estas dos cosas en breves palabras: que la fe interior alcance la justicia y que la confesión pública logre la salvación. La justicia en el corazón, y el pan en la casa. Ese es el pan que santifica. Dichosos los que tienen hambre de justicia, porque quedarán saciados. Haya justicia en el corazón, pero que sea la justicia que brota de la fe. Únicamente ésta merece gloria ante Dios. Afore también la confesión en los labios para la salvación. Y ya, con toda confianza, recibe a aquel que nace en Belén de Judá, Jesucristo, el Hijo de Dios.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

jueves, 19 de diciembre de 2019

Francisco ultraja a María - Alejandro Sosa Laprida


 15/12/2019

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Francisco enseña que María, “mujer mestiza de nuestros pueblos”, no es Corredentora


El 12 de diciembre, en la homilía de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Francisco negó la participación de María en la obra redentora, calificándola de “historias” (“fábulas, cuentos”) y de “tontera” (“tontería, bobada, insignificancia”). Éstas son sus palabras:

“Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. Jamás se presentó como corredentora. (…) Nunca robó para sí nada de su Hijo (…) María mujer, María madre, sin otro título esencial. (…) Y tercer adjetivo que yo le diría mirándola, se nos quiso mestiza, se mestizó. (…) Se mestizó para ser Madre de todos, se mestizó con la humanidad. ¿Por qué? Porque ella mestizó a Dios. Y ese es el gran misterio: María Madre mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, en su Hijo. Cuando nos vengan con historias de que habría que declararla esto, o hacer este otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, (…) mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios.”[1]

Los dichos de Bergoglio, además de insultantes, son completamente falsos. Si bien no ha habido hasta ahora una declaración dogmática del magisterio al respecto, la corredención de María forma parte de la revelación divina. Su fundamento escriturístico es innegable. Éste consiste en el paralelo y en la analogía existente entre Eva y la Santísima Virgen. Paralelo y analogía que se manifiestan en el papel desempeñado por ellas en relación, por un lado, con Adán en el caída original y, por el otro, con Jesucristo, nuevo Adán (Rm. 5, 14 - I Cor. 15, 22), en la reparación de la misma.

En efecto, del mismo modo que Eva participó en la caída de Adán, por su falta de fe y su desobediencia, María lo hizo en la redención, a través de su fe y su obediencia. Con su “fiat” y su consentimiento al sacrificio salvador de Jesús, María hizo posible la Redención, así como Eva, tentando a Adán a instancias de la Serpiente, había hecho posible la falta original. Es Adán quien la comete, pero Eva está íntimamente vinculada a ella, no como artífice, sino como partícipe necesaria y a  modo de causa instrumental.

De manera análoga, María, nueva Eva, participa en el acto redentor realizado por Jesucristo, nuevo Adán, no como autora, sino como partícipe necesaria -Dios así lo dispuso en su Divina Providencia-, y como causa instrumental -con su “fiat” libremente otorgado, María suministró la “materia” del sacrificio redentor, es decir, el cuerpo de la víctima expiatoria-.

Es en este sentido que debe entenderse el término “corredención” aplicado a María, como expresión de su íntima participación en la obra redentora consumada por su divino Hijo -autor exclusivo de la misma-, y no como si la redención hubiera sido realizada por ambos, en el mismo sentido y en un pie de igualdad, como si fuesen coautores del hecho.

Así pues, a semejanza de Eva, que interviene de manera decisiva en la caída del género humano provocada por la falta de Adán, la Santísima Virgen María, Eva de la Nueva Alianza, está estrechamente involucrada en la redención operada por el nuevo Adán, Jesucristo.

Veamos lo que dice al respecto San Ireneo, Padre y Doctor de la Iglesia, discípulo de San Policarpo, quien, a su vez, lo había sido del apóstol San Juan, en su obra “Contra los herejes”:

“En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice: «He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38); a Eva en cambio indócil, pues desobedeció siendo aún virgen. Porque como aquélla, (...) habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad; así también María, teniendo a un varón como marido pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (Heb 5, 9). (...) Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe.”[2]

Citemos ahora al gran doctor mariano San Luis María Grignon de Montfort:
“Lo que Lucifer perdió por orgullo lo ganó María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María, al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor. -53- (…) Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente - respecto de su Majestad- todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza: “Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia”, dicen los santos. -74-.”[3]

Cito ahora por partida doble a Pío XII, primero en una alocución dirigida a los peregrinos de Génova del 22 de abril de 1940:

“De hecho, ¿no son Jesús y María los dos amores sublimes del pueblo Cristiano? ¿No son acaso el nuevo Adán y la nueva Eva a quienes el Árbol de la cruz une en el dolor y el amor para redimir el pecado de nuestros primeros padres en el Edén?”[4]

Y luego, en su constitución apostólica Munificentissimus Deus, en la que definió solemnemente el dogma de la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma:
“Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap. 5 et 6; 1 Cor 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal (n. 39).”[5]

Transcribo seguidamente otras citas pontificias sobre esta cuestión:

León XIII: “Cuando María se ofreció a si misma completamente a Dios junto con su Hijo en el templo, ya estaba compartiendo con Él la dolorosa expiación a favor de la raza humana. Es seguro, por tanto, que sufrió en lo más profundo de su alma con los sufrimientos más amargos y los tormentos de Él. Finalmente, fue precisamente frente a los ojos de María que el sacrificio divino, por el cual Ella había nacido y alimentado a la víctima, tuvo que ser consumado; vemos que estuvo Su Madre frente a la Cruz de Jesús (…) voluntariamente ofreciendo a su Hijo a la divina justicia, muriendo con Él en su corazón, atravesada con la espada de dolor”.  Encíclica Jacunda Semper, 1894.[6]

San Pío X: A todo esto hay que añadir, en alabanza de la santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos la materia de su carne con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo.” Encíclica Ad diem illum, 1904.[7]

Benedicto XV: “El hecho de que Ella estuvo con su Hijo, crucificado y agonizante, fue de acuerdo al plan divino. Hasta tal punto entregó sus derechos maternales sobre su Hijo para la salvación del hombre, y lo inmoló -hasta donde la fue posible- para calmar la justicia de Dios, que podemos correctamente decir que redimió a la raza humana junto con Cristo.” Carta Apostólica Inter Sodalicia, 1918.[8]

Pío XI: “O Madre del amor y de la misericordia quien, cuando vuestro dulcísimo Hijo estaba consumiendo la Redención de la raza humana en el altar de la cruz, permanecisteis de pie junto a Él, sufriendo con Él como la Corredentora. (…) Conserva en nosotros, os lo suplicamos, e incrementa día a día, los frutos preciosos de Su Redención y la compasión de su Madre.” Oración en la clausura del Jubileo de la Redención, 1933.[9]

Pío XII: “Fue Ella quien, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció como nueva Eva al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adán manchados con su deplorable pecado; de tal suerte que la que era Madre corporal de nuestra Cabeza, fuera, por un nuevo título de dolor y de gloria, Madre espiritual de todos sus miembros. (51)” Encíclica Mystici Corporis, 1943.[10]

No puedo evitar relacionar esta desafortunada salida bergogliana con la que profiriera un año atrás, el 21 de diciembre de 2018, con motivo del discurso navideño ofrecido al personal del Vaticano, impugnando solapadamente la Concepción Inmaculada de María:

“Entonces, ¿quién es feliz en el Belén? La Virgen y San José están llenos de alegría: miran al Niño Jesús y son felices porque, después de mil preocupaciones, han aceptado este Regalo de Dios, con tanta fe y tanto amor. Están “rebosantes” de santidad y, por lo tanto, de alegría. Y me diréis vosotros: ¡Anda, claro! ¡Son la Virgen y San José! Sí, pero no pensemos que haya sido fácil para ellos: los santos no nacen, se hacen, y esto vale también para ellos.”[11]

Así pues, según Francisco, María se caracterizaría esencialmente por ser una “mujer-madre-mestiza-discípula” -todos atributos de orden puramente natural y que podrían corresponder a infinidad de personas-, pero no cabría atribuirle los títulos de Inmaculada -preservada de todo vínculo con la falta original- ni de Corredentora -cooperadora en la reparación de dicha falta-, los cuales no merecerían otro calificativo que el de meras “historias” o “tonteras”…

Todo esto sin poder detenernos como convendría en el empleo esperpéntico del término “mestizar” aplicado a María en referencia a la Encarnación. Digamos simplemente que, amén de constituir una novedad absoluta en materia teológica, la noción de “mestizaje” es totalmente inapropiada, ya que supone una mezcla o confusión de elementos, cosa que no sucede en Jesucristo, cuyas dos naturalezas, divina y humana, permanecen perfectamente distintas, unidas en la persona del Verbo, unidad que la teología denomina “hipostática”.

Además de ser una palabra que implica la dimensión generativa, lo cual resulta chocante en alusión a la Santísima Virgen. Sin dejar de mencionar, por último, ya en un plano de índole política e ideológica, el “mundialismo” o “globalismo” preconizado sistemáticamente por la ONU -con la anuencia manifiesta del Vaticano-, una de cuyas características principales es el “inmigracionismo”, con el consiguiente “mestizaje” y la disolución de la identidad cultural y religiosa de las naciones occidentales, el famoso “multiculturalismo”.

Para concluir, añado a continuación un apéndice con un repertorio de citas tomadas de viejos artículos, a fin de intentar analizar los despropósitos de Bergoglio en relación a la Santísima Virgen, los que ponen en evidencia no sólo una grave heterodoxia doctrinal, sino, sobre todo, una muy perturbadora tendencia al ultraje para con la Madre de Dios…


APÉNDICE

1. María y la Iglesia son defectuosas.

Durante la Audiencia general del 11 de septiembre de 2013, Francisco dijo que María y la Iglesia « tienen defectos », pero que debemos « comprenderlos » y « taparlos », e incluso, « quererlos ». Éstas son sus palabras:

« La Iglesia y la Virgen María son madres, ambas; lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen, y lo que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia. […] ¿Amamos a la Iglesia como se ama a la propia mamá, sabiendo incluso comprender sus defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos, pero cuando se habla de los defectos de la mamá nosotros los tapamos, los queremos así. Y la Iglesia tiene también sus defectos: ¿la queremos así como a la mamá, le ayudamos a ser más bella, más auténtica, más parecida al Señor?[12] »

2. María al pie de la Cruz se sintió engañada.

Durante una homilía pronunciada el viernes 20 de diciembre en la capilla de la Casa Santa Marta, en el Vaticano, Francisco dió a entender que la Santísima Virgen María experimentó sentimientos de rebeldía al pie de la Cruz, que fue tomada de improviso por la Pasión de su divino Hijo, que creyó que las promesas formuladas por el ángel Gabriel el día de la Anunciación no eran sino mentiras y que, por ende, había sido engañada. Cito el pasaje:

« Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado! »

Estas palabras son sencillamente escandalosas. La tradición nunca ha atribuido a María sentimientos de revuelta ante el sufrimiento. Su disposición permanente en toda circunstancia fue la que tuvo el día de la Anunciación: « He aquí la servidora del Señor, que me sea hecho según tu palabra. » (Lc. 1, 38) La Iglesia venera a María como Reina de los Mártires, lo que no habría sido posible si no hubiese consentido a realizar el infinito sacrificio que Dios le pedía: hacer entrega de la vida de su divino Hijo con miras a la salvación de la humanidad caída, y del cual ella era plenamente consciente desde la profecía que le hiciera Simeón el día de la Presentación del Niño Jesús en el Templo: « Y a tí una espada te atravesará el alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. » (Lc. 2, 35)

Como lo explica San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, en su obra Las glorias de María: « Cuanto más amaba a Jesús, tanto más su sufrimiento se acrecentaba, al considerar que debía perderlo por una muerte tan cruel. Cuanto más se acercaba el tiempo de la Pasión de su Hijo, tanto más desgarraba su corazón de madre  la espada de dolor predicha por Simeón. » (Segunda parte, Primer Dolor) Y también: « (…) María, quien por amor de nosotros consintió en verlo inmolado a la justicia divina por la barbarie de los hombres. Los espantosos tormentos que María padeció, tormentos que le significaron más de mil muertes (…) Contemplemos unos instantes la amargura de esta pena, que hizo de la divina Madre la Reina de los mártires, dado que su martirio sobrepasa el de todos los mártires (…) Como la Pasión de Jesús comenzó a su nacimiento, según San Bernardo, así María, semejante en todo a su divino Hijo, sufrió el martirio durante toda su vida. » (Segunda parte, Discurso XI)

Nunca hubo signo alguno de rebeldía ni de ignorancia en María, sino una completa sumisión a la voluntad divina y una total conciencia, en su acto libre y voluntario de consentimiento a la inmolación de su divino Hijo para la salvación de los hombres. Así como Eva fue íntimamente asociada a la falta de Adán, así también María, la nueva Eva, fue asociada estrechamente al sacrificio redentor de Jesús, el nuevo Adán, sobre el altar de la Cruz. Esa es la doctrina tradicional de la Santa Iglesia de Dios, en conformidad con la revelación divina, en las antípodas de los dichos impíos y blasfematorios proferidos por Francisco.

3. Francisco acepta los crucifijos marxistas del comunista Evo Morales…

Francisco recibió de manos del presidente boliviano Evo Morales un crucifijo en forma de hoz y martillo, al igual que la condecoración Padre Luis Espinal, insignia honorífica ofrecida por el Congreso boliviano, sobre la cual también figura el crucifijo blasfematorio concebido por el jesuita partidario de la revolución marxista, a cuya tumba Francisco acudió para rendirle homenaje como a un mártir, para recordarlo como a «un hermano nuestro, víctima de intereses que no querían que se luchara por la libertad de Bolivia. El P. Espinal predicó el Evangelio y ese Evangelio molestó y por eso lo eliminaron. […] Que el Señor tenga en su gloria al P. Luis Espinal que predicó el Evangelio, ese Evangelio que nos trae la libertad, que nos hace libres[13]
                                                                           
Sobre el crucifijo comunista de Espinal, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el Padre Lombardi, afirmó que el autor había querido «representar el diálogo con quienes luchan por la justicia de una manera que sobrepasa las fronteras de la iglesia[14]

Francisco dijo que el regalo no le había chocado y explicó que Espinal «era un entusiasta de este análisis marxista de la realidad, y también de la teología, usando el marxismo. De ahí surgió esta obra. También las poesías de Espinal son de ese género protesta: era su vida, era su pensamiento, era un hombre especial, con tanta genialidad humana, y que luchaba de buena fe. Haciendo una hermenéutica del género, entiendo esta obra. Para mí no ha sido una ofensa[15].»

Es decir que Francisco no sólo justificó la toma de posición ideológica de Espinal, así como su obra sacrílega, calificada de « arte contestatario », una « crítica del cristianismo que hizo alianza con el imperialismo », en vez de designarla con su verdadero nombre de « arte blasfematorio », sino que además la elogió, afirmando que el « teólogo de la liberación » y « mártir » de la revolución comunista Espinal luchaba « de buena fe », que « predicaba el Evangelio » y que su escultura es una expresión de « genialidad humana ».

4. ¡Y los ofrece a la Virgen de Copacabana!

Francisco visitó el santuario de Nuestra Señora de Copacabana, la Santa Patrona de Bolivia, para ofrecerle las distinciones recibidas del presidente Morales. He aquí la alocución que dirigió con motivo de la ofrenda que hizo a María de las dos condecoraciones, incluida la medalla ornada con el famoso crucifijo comunista del Padre Espinal:

“El Señor Presidente de la Nación en un gesto de calidez ha tenido la delicadeza de ofrecerme dos condecoraciones en nombre del pueblo boliviano. Agradezco el cariño del pueblo boliviano y agradezco esta fineza, esta delicadeza del Señor Presidente y quisiera dejar estas dos condecoraciones a la Patrona de Bolivia, a la Madre de esta noble Nación para que Ella se acuerde siempre de su pueblo y también desde Bolivia, desde su Santuario, donde quisiera que estuvieran […] Recibe como obsequio del corazón de Bolivia y de mi afecto filial los símbolos del cariño y de la cercanía que -en nombre del Pueblo boliviano- me ha entregado con afecto cordial y generoso el Señor Presidente Evo Morales Ayma, en ocasión de este Viaje Apostólico, que he confiado a tu solicita intercesión. Te ruego que estos reconocimientos, que dejo aquí en Bolivia a tus pies, y que recuerdan la nobleza del vuelo del Cóndor en los cielos de los Andes y el conmemorado sacrificio del Padre Luis Espinal, S.I., sean emblemas del amor perenne y de la perseverante gratitud del Pueblo boliviano a tu solicita y fuerte ternura[16].”

Recapitulemos : Francisco aceptó un obsequio y una distinción en los que el Santo Cuerpo de Jesús era profanado de un modo sacrílego y blasfematorio, agradeció al comunista Evo Morales que se los había entregado,  justificó el « arte contestatario » del jesuita apóstata Espinal, « artista » del cual efectuó un encendido elogio, calificándolo de « mártir del Evangelio ». Por último, como frutilla del postre, decidió obsequiar la abominable medalla a la Madre de Cristo como un emblema del « amor que le tiene el pueblo boliviano ». En lo que atañe al crucifijo marxista, del cual dijo que no lo había escandalizado en absoluto, Francisco explicó a los periodistas que se lo quedaría, llevándoselo consigo a Roma.

5. María, rebelde a causa del sufrimiento.

Francisco dio a entender que, ante el sufrimiento de ver a su Hijo en la Cruz, la Virgen podría haber dudado de la promesa que Dios le había hecho en la Anunciación a través del Angel Gabriel. Es entonces cuando ella habría pecado contra la fe y, al no consentir libremente el sacrificio de Jesús, no habría participado en su obra redentora. Peor aún, habría blasfemado, acusando a Dios de haberla engañado:

Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado![17]

De acuerdo con Francisco, esta actitud de María se debería al hecho de que no hay respuesta al sufrimiento, lo que habría provocado su revuelta al pie de la Cruz[18]:

Tantas veces pienso en la Virgen, cuando le han dado el cuerpo muerto de su Hijo, todo herido, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Y qué hizo la Madre? ‘‘¿Llévatelo?’’. No, lo abrazó, lo acarició. Tampoco la Virgen comprendía. Porque, en aquel momento, se acordaría de lo que el Ángel le había dicho: Será Rey, será grande, será profeta, y dentro de sí, con aquel cuerpo -tan herido, que había sufrido tanto antes de morir- en sus brazos, por dentro seguramente tendría ganas de decir al Ángel: “¡Mentiroso! Me has engañado”.

Esta idea no es solamente falsa, contraria a la revelación divina, sino también lisa y llanamente blasfematoria, ya que es de fe que María consintió el sacrificio redentor de su Hijo, nuevo Adán, desde el instante de la Anunciación. Ella no ignoraba los sufrimientos que su consentimiento libre y lúcido a la obra redentora de Jesús le acarrearía, los que le habían sido anunciados cuando la presentación del niño Jesús en el Templo: 

Simeón los bendijo y dijo a su madre María: He aquí que este Niño ha sido puesto para caída y elevación de muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón, a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. (Lc. 2, 34-35)

Francisco desarrolló esa idea, completamente extranjera al cristianismo, en ese mismo discurso:

Hay también una pregunta cuya explicación no se aprende en la catequesis. Es la pregunta que tantas veces me he hecho, y tantos de ustedes, tanta gente se la hace: ‘‘¿Por qué sufren los niños?’’. Y no hay explicación. (…) No sé qué cosa más decir, de verdad, porque estas cosas me impresionan tanto. Tampoco yo tengo respuesta. ‘‘Pero es el Papa, ¡debe saberlo todo!’’. No, no hay respuesta para estas cosas (…).

Verdadero leitmotiv de la « enseñanza » bergogliana, he aquí otros ejemplos, esta vez dirigiéndose a niños que lo interrogan acerca del sufrimiento:

Esta pregunta es una de las más difíciles de responder. ¡No hay respuesta! Hubo un gran escritor ruso, Dostoyevski, que había planteado la misma pregunta: ¿por qué sufren los niños? Sólo se puede elevar los ojos al cielo y esperar respuestas que no se encuentran. No hay respuesta para esto, Rafael[19].

La mujer es capaz de hacer preguntas que los hombres no terminamos de entender. Presten ustedes atención. Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta. […] La gran pregunta: ¿Por qué sufren los niños?[20] 

 Ella fue la única que hizo la pregunta que no se puede responder: “¿Por qué sufren los niños?”[21].

Decir a unos pobres niños que no hay respuesta para su sufrimiento, que el mal es absurdo y gratuito, equivale a decirles que Dios es cómplice de su dolor puesto que, a pesar de su omnipotencia, no hace nada para impedirlo. El mensaje es cristalino: se hace a Dios responsable de su dolor ya que Él rehúsa socorrerlos. En definitiva, Dios sería indiferente al sufrimiento humano, lo que lo vuelve odioso, cruel y malvado. Las palabras de Francisco son la negación tácita de la amorosa obra redentora de Nuestro Señor, así como de la misión por El atribuida a la Iglesia, su Cuerpo Místico, de perpetuar su obra salvadora a la espera de su segunda venida.

Ese mensaje, para colmo viniendo de quien supuestamente es el Vicario de Jesucristo en la tierra, es criminal. Y, para decirlo sin rodeos, lisa y llanamente diabólico…

6. Jesús pide perdón a María y José.

Según Francisco, Jesús tuvo que pedir perdón a sus padres a causa de su « travesura » en el Templo de Jerusalén. Y sus padres, naturalmente, le significaron su desaprobación. Manifiestamente, Francisco tiene el sentido de la oportunidad, ya que tuvo la delicadeza de hacer este « cumplido » a Jesús, María y José con motivo de la homilía de la fiesta de la Sagrada Familia, el 27 de diciembre de 2015, en la basílica de San Pedro. Sepan disculpar la extensión de la cita, pero es necesaria para poder captar plenamente la gravedad que revisten las palabras del formidable blasfemador argentino:

« Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su aventura[22], probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. Estos momentos, que con el Señor se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo y de demostrar amor y obediencia, también forman parte de la peregrinación de la familia[23]. »

Estamos ante una versión distorsionada de la Pérdida y el Hallazgo del Niño Jesús en el Templo. Bien sabemos que la respuesta de Nuestro Señor a la Virgen y a San José fue muy distinta y que, lejos de serle necesario pedir disculpas, recordó su deber de « ocuparse de las cosas de Su Padre ». Sabemos igualmente que la Virgen « guardaba estas cosas en su corazón ». Esta ocurrencia bergogliana, sin precedentes en los anales cristianos, de pretender presentar a Jesús como si hubiese sido un niño « travieso », es de una impiedad tal que hiela la sangre…

7. María desobedece y engaña a San Pedro.

El 15 de agosto de 2013 Francisco visitó la comunidad de Clarisas contemplativas del monasterio de Albano. Allí explicó a las religiosas, en un tono pretendidamente humorístico, que María se había rebelado contra San Pedro, le había desobedecido y, a hurtadillas, durante el transcurso de la noche, sin nadie que pudiera verla, había conseguido que todo el mundo se salvara:

« Radio Vaticana[24] conversó con dos de las religiosas [clarisas, del monasterio de Albano] que estuvieron en el encuentro de casi 45 minutos con el Santo Padre. La Madre Vicaria, Sor María Concetta, dijo que el Papa “estaba tranquilo, distendido como si no tuviera nada que hacer o como si no pensara en alguna cosa. Nos ha hablado -de un modo que nos tocó mucho- de María, en esta Solemnidad de la Asunción, porque la mujer consagrada es un poco como María. Nos ha contado una bella historia que nos ha hecho reír a todos, incluso a él mismo: María está en el Paraíso; San Pedro no siempre abre la puerta cuando llegan los pecadores y por eso María sufre un poco, pero se queda quieta. Y en la noche, cuando se cierran las puertas del Paraíso, cuando nadie ve u oye nada, María abre la puerta del Paraíso y hace entrar a todos[25].” »

Visiblemente, Francisco se complace y se regocija injuriando a la Madre de Dios. Para él, Nuestra Señora se habría arrogado el carácter de una especie de « tribunal de apelación » subrepticio a las sentencias divinas. Estamos ante otra blasfemia inaudita, maliciosamente disfrazada de humor, y que hizo un daño enorme a las almas de las religiosas, como puede verse por el comentario de la Madre Vicaria.  

8. María llama mentiroso a Dios.

Nuestra Señora, al pie de la Cruz, se habría sublevado contra Dios, tildándolo de mentiroso. Éstas son sus declaraciones, efectuadas el 20 de diciembre de 2013, con motivo de una homilía dada en la Casa Santa Marta:

« Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado![26] » 

Francisco reiteró esta odiosa afrenta hacia la madre de Jesús en numerosas ocasiones. Veamos lo que dijo el 29 de mayo de 2015, nuevamente durante un sermón pronunciado en Santa Marta:

« Muchas veces pienso en la Virgen, cuando le dieron el cuerpo muerto de su Hijo, tan destrozado, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Qué hizo la Virgen? ¿Lleváoslo? No, lo abrazó, lo acarició. Tampoco la Virgen lo entendía. Porque, en aquel momento, se acordaría de lo que el Ángel le había dicho: Será Rey, será grande, será profeta, y dentro de sí, con aquel cuerpo -tan herido, que había sufrido tanto antes de morir- en sus brazos, por dentro seguramente tendría ganas de decir al Ángel: “¡Mentiroso! ¡Me has engañado!”[27]. » 

Procuremos descifrar el mensaje que Francisco nos transmite a propósito de la Madre de Dios y Reina de los Ángeles. De acuerdo con su visión, María no comprende lo que le sucede a Jesús, María no entiende el sentido de su sufrimiento, María al pie de la Cruz se rebela contra Dios en su corazón, piensa que ha sido engañada por el ángel Gabriel en la Anunciación, no consiente libre y lúcidamente el sacrificio redentor de su Hijo; por consiguiente, María no es Nuestra Señora de los Siete Dolores ni la Reina de los Mártires. María, evidentemente, no comprendió la profecía de Simeón durante la Presentación del Niño Jesús en el Templo, no sabe por qué está allí y desconoce el sentido de su misión. En definitiva, María ignora cuál es el papel que le corresponde en el plan de la salvación…

Ésta es la versión bergogliana del rol desempeñado por Nuestra Señora el Viernes Santo, en el Calvario, al pie de la Cruz, cuando se realizaba la Redención del género humano. Esta versión inaudita del papel que le correspondió a  María en la Pasión de Jesús es sencillamente luciferina. Y me atrevo a decir que el hecho de no percatarse de ello constituye un signo inequívoco de ceguera espiritual.

Sin embargo, la obsesión blasfemadora de Francisco no se detuvo ahí. ¿Y por qué tendría que haberlo hecho? Puesto que nadie lo enfrenta y que visiblemente este hombre carece de todo temor de Dios… En efecto, de acuerdo con su peculiar exégesis bíblica, la Santísima Virgen María no habría sido la única que habría blasfemado contra Dios: su divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo en persona, no se habría quedado atrás. Éstos son sus dichos del 30 de septiembre de 2014 durante un sermón en Santa Marta:

« Jesús, cuando se lamenta -‘‘Padre, ¡por qué me has abandonado!’’- ¿blasfema? El misterio es éste. Tantas veces yo he escuchado a personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas, que han perdido tanto o se sienten solas y abandonadas y vienen a lamentarse y hacen estas preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué? Se rebelan contra Dios. Y yo digo: ‘‘Sigue rezando así, porque también ésta es una oración’’. Era una oración cuando Jesús dijo a su Padre: ‘‘¡Por qué me has abandonado!’’[28]. »

Así pues, de acuerdo con Francisco, Jesús y María se sublevaron contra Dios. Y en su desamparo, blasfemaron. Pero eso, no obstante, fue una verdadera plegaria de su parte, a no dudarlo. Por lo cual Francisco estimula a la gente angustiada por el sufrimiento a seguir el ejemplo de Jesús y de María, sublevándose ellos también contra Dios, blasfemando ellos también contra Dios, contra ese ser malvado y cruel que se desentiende del sufrimiento humano, el cual es, obviamente, absolutamente gratuito e incomprensible…

Francisco nos explica así que, en el preciso momento en el cual nuestro divino Salvador realizaba la redención del género humano a través del sacrificio voluntario de su vida en el altar de la Cruz, Él habría blasfemado contra su Padre, rebelándose contra su designio salvífico. Y que, al mismo tiempo, Nuestra Señora, en vez de asociarse de manera lúcida y libre al sacrificio redentor de su Hijo, también habría blasfemado contra la voluntad de Dios, estimándose engañada por la promesa que el ángel Gabriel le había hecho en la Anunciación acerca de la misión de Jesús.

El momento crucial  de la historia de la salvación se vuelve así, de acuerdo con el relato inaudito que propone Francisco, un acto de revuelta y de blasfemia contra Dios, de modo tal que el nuevo Adán y la nueva Eva en el Calvario no se habrían conducido mejor que nuestros primeros padres, quienes actuaron bajo el influjo del demonio en el Paraíso terrenal cuando consumaron la falta original. La salvación, entonces, no se habría distinguido esencialmente de la caída, dado que la revuelta contra la voluntad divina habría constituido el común denominador y que Satanás  habría estado presente en el origen de esos dos momentos decisivos de la historia de la humanidad.

Ésa es la doctrina que Francisco propone a los creyentes: luciferianismo en estado puro. Esto podrá parecer excesivo a algunos, pero, habida cuenta de sus incesantes herejías y de sus espantosas blasfemias, me parece que no queda otro calificativo disponible. Además, esto no debería sorprendernos demasiado: ¿acaso Nuestro Señor en persona no nos advirtió, en su discurso escatológico, que el poder de engaño del que dispondrían los falsos profetas que precederán su segunda venida será tal que, de ser posible, engañarán aun a los elegidos?[29]


[22] Francisco empleó el término italiano scappatella, cuyo significado es desliz, travesura. La definición del diccionario italiano es la siguiente: « Lieve trasgressione ai doveri morali e di fedeltà, soprattutto a quelli coniugali », es decir, que la noción de transgresión moral y de ruptura de la confianza es inherente al sentido de este vocablo: http://dizionari.corriere.it/dizionario_italiano/S/scappatella.shtml 
También conlleva la idea de falta de reflexión y de ligereza: « Trasgressione temporanea e non grave di principi comunemente accettati; azione compiuta con leggerezza e sventatezza: scappatelle da ragazzi »: http://dizionario.internazionale.it/parola/scappatella.
Huelga decir que aplicar tales nociones al comportamiento de Nuestro Señor es algo completamente inaceptable y escandaloso. Y que quien lo haga sea nada menos que el supuesto Vicario de Jesucristo en la tierra y Sucesor de San Pedro, es algo sencillamente inconcebible y manifiestamente diabólico…
[29] Para mayor información sobre las innumerables herejías y blasfemias de Francisco, se pueden consultar los libros Tres años con Francisco: la impostura bergogliana y Cuatro años con Francisco: la medida está colmada, publicados por las Éditions Saint-Remi en cuatro idiomas (castellano, inglés, francés e italiano):
Al igual que el libro Con voz de dragón. Francisco: ¿Vicario de Cristo o Precursor del Anticristo?, publicado por Cruzamante en 2017:
https://www.catolicosalerta.com.ar/bergoglio2018/con-voz-de-dragon-tapa-y-contratapa.pdf                                                                  




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