San Juan Bautista

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jueves, 28 de enero de 2021

Educación presencial - Antonio Caponnetto

 


Hay distintos motivos por los  cuales se niega u obstaculiza hoy lo obvio; esto es, que el acto educativo reclama la presencia de los otros; la puesta en práctica de la alteridad o projimidad. Por un lado está el argumento infame del poder político dominante, para quien la aberración llamada eufemísticamente “neonormalidad”, es Política de Estado, y debe imponerse a rajatabla. Incluso (acaba de ser dicho) pisoteando aquellos derechos, por los cuales ese mismo poder dijo bregar como si fueran los dones preternaturales.

El otro argumento, calcado del anterior, es el que esgrimen los gremios, docentes que no son sino covachas de sinvergüenzas indoctos, agitadores maleducados y siniestros, e ideólogos desfachatados de todas las  estulticias de la izquierda. So pretexto del cuidado sanitario, lo que realmente quieren es no ir a trabajar y seguir cobrando. La virtualidad, en tal sentido, les ha resultado cómoda, escurridiza e incontrolable. La fórmula de “quedarse en casa” ha sido el camino expedito al sálvese quién pueda y viva la pepa. Baradel, con su mondongo rampante, su desaliño calculado, y su rentada holgazanería, es el icono de estos pedagogos a la violeta.

La llamada oposición, de este tema –como de todos los capitales y sustantivos- no entiende absolutamente nada. Reclama y aprueba la presencialidad, es cierto; pero limitándola y condicionándola de tal manera con decenas de protocolos, de leguleyerías y de controles, que más aproximan la escuela a un laboratorio enfermizo y alienante que a una casa de estudios. Para medir la ignorancia supina de la cuestión de fondo, baste anoticiarse del lema que han elegido para exigir la presencialidad: “Siempre con Sarmiento”. Como si el mito ridículo y procaz del “niño que nunca faltó a clase y del hombre que nunca tuvo clase” –al decir de Anzoátegui- pudiera ser el norte a imitar en estos días aciagos.

Para darnos una prueba notable de que la oposición y el oficialismo son idéntica hez, de viaje por Chile, el 27 de enero, el presidente Fernández, hablando en la sede del Cepal, hizo el elogio de Alberdi y de Sarmiento. “Liberales de la mejor cepa”, los llamó; que “entendían la importancia de la educación”. O sea que, para el Macrismo y el Kirchnerismo, el estatismo educacional de cuño liberal, masón, naturalista y laicista, es el paradigma a seguir. No es el momento ahora de refutar estas graves sandeces. Queden asentadas para el recíproco oprobio de la partidocracia toda.

Sólo quien no sabe ni valora lo que es la educación, puede negarse a la presencialidad en las aulas. Es más, sólo quien no sabe lo que es la naturaleza humana, puede seguir prefiriendo la sustitución de la realidad por la virtualidad, el reemplazo de la compañía personal por la tutoría digital; el cambio abrupto de la comunicación completa y vívida entre dos creaturas, por la conexión múltiple a la distancia y mecánicamente.

Hay unas páginas del estremecedor y significativo libro de la Hermana María de Guadalupe, titulado “Volverán las palomas”, que deberían mover a nuestra reflexión sobre el tema que nos ocupa. Son aquellas en las cuales, narrando los horrores indecibles de la guerra en Siria –cuyas devastaciones reales empalidecen las peores informaciones que se han dado de los estragos del Covid- cuenta cómo fueron los mismos estudiantes los que quisieron volver a las escuelas; y del corajudo apoyo que recibieron para tal iniciativa de sus adultos y profesores. Escuelas que eran edificios literalmente en ruinas, sin electricidad ni agua, con espacios compartidos para los refugiados, los mutilados, las familias que habían quedado a la intemperie. Y con bombardeos regulares que caían sobre tales sitios. No importaba tamaño contratiempo. Para ellos, “un día de clases, era un día de vida”. “Antes de que se instalara el conflicto armado[los estudiantes] tenían una actitud consentida y caprichosa, y marcaban los días como los presos para que llegaran las vacaciones.¡Y ahora eran felices por recomenzar las clases!”. Es el gozo de la normalidad recuperada, como condición para sentirnos dignamente vivos, y no cobayos a quienes se les pueden inocular sospechosos antídotos o vejar sus cuerpos de modo aborrecible con la excusa de testeos o controles del virus. Tal lo que venimos a enterarnos ahora que está ocurriendo en China.

Digamos las cosas con claridad. El despojo de la presencialidad a la educación significa:

-para los maestros genuinos, el cercenamiento de su vocación paternal y de su misión engendradora de discípulos. Puesto que nadie es padre por zoom ni suscita hijos espirituales conectado a una red, que incluso -en muchos casos-se interrumpe, colapsa y ni siquiera funciona.

-para los alumnos moralmente sanos, la mutilación de su necesaria sociabilidad, de su reclamo de patencias directas y afectuosas, de su urgencia por forjar vínculos de condiscipulado, nacidos al calor de la amistad que se nutre del despliegue de los sentidos externos. El meet no los abraza, el mail no los contiene con un apretón de manos, el whatsapp no trae aromas de patios escolares, el team viewer no enjuga lágrimas, ni acaricia frentes angustiadas, ni comparte el sabor del café humeante en las tardes invernales.

-para los padres cuerdos, la extinción de su carácter de primeros titulares de la formación de la prole, que por eso mismo delegan con cuidado, en maestros e instituciones que juzgan confiables, el completamiento de la vida cultural de sus hijos. Los padres pueden y deben ser ser eximios e insustituibles  testigos, ejemplos y formadores en el hogar. Por cierto que así debería ser siempre, y lo ratificamos. Pero el oficio pedagógico, el don didáctico, la pericia docente, o el entrenamiento metodológico, no son atributos que los padres puedan adquirir repentinamente, y conducir de ese modo a buen puerto la educación sistemática de los hijos.

-para la escuela, como institución de orden natural que debería proponerse ser, significa la imposibilidad de cumplir con su nobilísima finalidad, la de cultivar y ejercitar la vida virtuosa. Ya que la misma reclama perentoriamente el compromiso diario de todos sus integrantes, poniendo el cuerpo en las dificultades, el gesto corpóreo de aprobación, el rostro que mira sin mediaciones de cámaras, la voz que se pronuncia y que le llega al otro sin las interferencias de un micrófono.

Si tanto nos preocupa la salud, debemos saber y hacer saber, inmediatamente, a padres, maestros, educandos e instituciones escolares, que no hay salud sin presencialidad, no hay normalidad  humana sin hombres viviendo cara a cara, asistiéndose recíprocamente con los brazos y los corazones. Sin presencialidad no hay equilibrio psicofísico, porque como bien decía el poeta Jorge Manrique: “quien no estuviese en presencia/no tenga fe ni confianza/pues son olvido y mudanza/las condiciones de ausencia”.

La presencialidad es condición imprescindible para educar, porque es un acto de amor crear presencias; es corroborarle al prójimo, cada jornada, que nos interesa su existencia plena, entera, cabal. No su “estado” en la web, su twiter o su facebook.

Cuando en los albores mismos de esta endemoniada cuarentena, iniciamos una campaña por la reapertura de los templos, algunos amigos no entendieron el propósito. Creían que era luchar para que se pudiera volver a la liturgia show del progresismo posconciliar. Se equivocaron en sus juicios, lamentablemente. Era un intento por predicar que no se pueden conculcar los derechos de Dios; que el Estado no puede avasallar la práctica de la lex credendi, de la lex orandi y de la lex vivendi. Que es una iniquidad que clama al cielo sentar el precedente de la complicidad entre la Jerarquía y el Poder Político para priorizar la añadidura por encima del Reino de Dios. Los tristes hechos nos han dado la razón. No era el Novus o el Vetus Ordo lo que estaba en litigio. Era si se enfriaba la caridad o si se cumplía con el Tercer Mandamiento. Si <Nuestra ayuda está en el nombre del Señor> o en la infectología militante de los asesores del gobierno. A casi un año de este drama, no parece ser el Decálogo el que resultó ganancioso. Como no parece preocuparle demasiado el asunto a la máxima autoridad eclesiástica.

 Ahora sucede algo análogo. Algunos prefieren que las escuelas permanezcan cerradas, que todos practiquemos el “homeschooling”, y nos olvidemos de una vez por todas de reabrir los colegios en los cuales se enseñan contenidos aborrecibles. Saben bien quienes nos conocen que nada tenemos contra el proyecto de “escuela-hogar”, al que miramos con beneplácito y esperanza;  y que hemos protestado cuanto pudimos contra las atrocidades que se enseñan y se aprenden en los institutos educativos.

Pero este clamor que formulamos a favor de la reapertura de las escuelas, es un reclamo legítimo de salud física, moral, intelectual y espiritual, cuya vigencia no sólo no parece importarles a quienes gobiernan, sino que parece importarles exactamente lo contrario: la extinción de los vestigios de Orden Natural que pueda significar y significa el simplísimo hecho de que un chico vaya a una escuela. Es un pedido básico de cordura frente a los odiadores seriales de la normalidad. Es un llamado a recuperar el pisoteado sentido común. Es el agere contra de la degeneración de un gobierno que nos pide, desde su propaganda oficial, que nos sintamos orgullosos(sic) de usar barbijo, de no compartir el mate y de convertirnos en denunciantes de los infractores a la coacción de la tiranía. ¡Orgullosos de habernos convertidos en seres despreciables!

Recuperemos la salud. Recuperemos la normalidad. Recuperemos la presencialidad educativa, sin dudarlo ni siquiera un instante. Hay algo peor que un presunto contagio masivo. Es el contagio de la deshumanización, del automatismo, del vivir y morir conectados a una pantalla. La presencia es fortaleza. La ausencia cobardía. Seamos valerosos; estemos presentes.

 

 ANTONIO CAPONNETTO


6 comentarios:

  1. Excelente artículo del Dr. Antonio Caponnetto, siempre con su pluma veraz y valiente. El Estado desde la tiranía que ejerce, quiere arrebatarle a los chicos la educación presencial, en consonancia con los sindicalistas "docentes" de la más baja estofa.

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  2. La presencialidad es buena, para una escuela sana, con alumnos y docentes sanos. Esto es algo excepcional.
    Las escuelas son en su inmensa mayoría vehículo de ideologización y perversión de las inteligencias, no solamente es deseable que no haya presencialidad, sino su aniquilación hasta virtual.

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    1. ¿Y como estudiamos?

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    2. https://www.dolarhoy.com/economia/educar-aunque-el-gobierno-se-oponga-20212217230

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  3. Podríamos considerar que Dios permite todo lo que está sucediendo como una purga, una limpieza. Los templos y los centros educativos realmente estaban infectados de fariseísmo y liberalismo. Su providencia no permite que se mueva una sola hoja de un árbol sin su voluntad.
    No nos apresuremos en reclamar la vuelta a las clases presenciales hasta que no nos aseguremos que no va a volver a ser lo mismo que antes. Hay plantas que es mejor cortarlas de raíz y echarlas al fuego.

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    1. Solo Dios conoce el alcance de sus designios.

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