martes, 31 de diciembre de 2013

Scalfarii Gaudium - Por Fray Gerundio

  A punto de terminar el año, para que no quede ninguna duda acerca de la tremenda crisis que padecemos y al mismo tiempo nos vayamos preparando para las nuevas demoliciones programadas para el año entrante, el ateo Scalfari nos ha regalado una nueva Exhortación Ateo-Apostólica, que viene a completar la del Papa Francisco. En realidad, más que a completarla, viene a interpretarla según la hermenéutica del ateísmo que es muy parecida a la de la continuidad (de la que, por cierto, ya no habla nadie). He de reconocer que esta interpretación es la que más se acerca a la realidad, pues observo una íntima sintonía con las palabras del documento pontificio. No es extraño, viniendo de este periférico ateoescéptico, elegido hace unos meses para dialogar sobre esos temas, en un ambiente de cordial amistad y complicidad. Ya tuve que escribir entonces en esta misma columna el impacto que para Scalfari representó la formulación de la frase Dios no es católico. Era conveniente hacer esta entrevista, dados los méritos de este periodista que ha machacado sistemáticamente a la Iglesia Católica y a los católicos italianos en los últimos decenios.

  Ciertamente, Scalfari no tiene que hacer los requiebros y malabarismos que han hecho todos los medios católicos con la Evangelii Gaudium. El enfrentamiento con el disparate teológico-pastoral, se ha solucionado en dichas publicaciones filo-pánfilas, con las elaboradas técnicas del no-quiso-decir-lo-que-dijo y las del aquí-no-pasa-nada o el por-fin-se-entiende-una-exhortación-papal. Técnicas todas tan burdas, como encaramadas en la mentira voluntaria. Así que por fin –y gracias a un declarado ateo-, creo que podemos apreciar mejor esta obra maestra de los Documentos Pontificios.

  La base de la Scalfarii Gaudium (se puede ver traducida al español, aquí), se fundamenta en que por fin, el Papa ha abolido el pecado, después de tantos años de reformas que no llegaron al núcleo fundamental. Scalfari hace un recorrido histórico-bíblico para ilustrarnos sobre lo que era el Dios del Antiguo Testamento, lo que fue Jesús de Nazareth, y lo que luego ha hecho la Iglesia con la figura de este tipo tan humanamente maravilloso. No entiendo por qué les ha dado ahora a los ateos y enemigos tradicionales de la Iglesia esta manía por Jesús de Nazareth y por adoctrinar a los católicos sobre su verdadera doctrina y personalidad, pero lo cierto es que las palabras del papa adquieren especial resonancia entre estos ateos, emocionadamente embobados con el Pontífice y dándose codazos por nombrarle hombre del año. El último nombramiento –por cierto–, viene nada menos que desde el periódico El País. No digo más, porque es el que mis novicios llevan siempre bajo el brazo.


  Pero no hay que preocuparse. Lengua de Serpiente Lombardi ha salido al paso, diciendo que hay que seguir dialogando, porque Scalfari no ha acabado de entender el tema: El Papa ha hablado y sigue hablando mucho del pecado, porque si no, no podría hablar de la misericordia.

  Estaba yo en mi celda escuchando estas palabras, cuando ví con claridad que ésta es precisamente la clave de la cuestión. Solamente se habla del pecado para hablar de la misericordia. Pero el pecado está ahí. No se habla del aborto, no se habla del divorcio, no se habla de la homosexualidad… sino para hablar de la misericordia que hay que tener con todos estos. No se habla del pecado como grave ofensa a Dios (hasta ahora no lo he escuchado nunca en estos nueve meses), y solamente he oído hablar de ofensa a Dios cuando se maltrata la naturaleza, cuando no se acoge a los inmigrantes o cuando se deja que maten a los niños de la guerra (aunque a los muertos por el aborto se les deje de lado, y no se diga una palabra sobre ello). Me parece que esto de la misericordia es otro gran negocio, que da mucho de sí y que como el gran negocio de la humildad,  explota muy bien los sentimientos de los oyentes, aunque por otra parte se les esté negando la verdadera doctrina. Es mucho más bonito hablar de la misericordia que hablar del pecado y de la responsabilidad personal. El Señor llego a decirle a Pilato sobre los judíos: Si no les hubiera hablado, no tendrían pecado, pero porque he hablado por eso mismo ya no tienen excusa de su pecado (Jn. 15, 22). Claro que Jesús de Nazareth no había leído los dos últimos documentos Gaudii.

  Así que mira por dónde, y en medio de una cantidad disparatada de disparates, Scalfari parece que tiene razón. El pecado fue abolido del lenguaje de la Iglesia hace cuarenta años en cuanto a gestos y costumbres (la principal de ellas quitar los confesonarios de las iglesias y conseguir una casi total unanimidad entre los sacerdotes de que no hace falta confesar). Pero ahora, en esta nueva y feliz etapa, el pecado también ha sido abolido con palabras oficiales. Máxime si todo ello va adornado con una consideración pontificia muy peculiar sobre la conciencia libre.


  No quiero ponerme triste en este final de año. Tampoco quiero celebrar con jolgorio el comienzo del próximo. Creo que habría que encerrarse a orar, porque mucho me temo que va a ser de cuidado. Si estos nueve meses han sido infernales, no sé lo que pueda ocurrir en el futuro. Y luego dicen que los expertos vaticanistas auguran nuevos cambios fundamentales en la Iglesia para el 2014. ¡¡Se deben haber tenido que tomar unas cuantas píldoras para el dolor de cabeza, después de tamaña conclusión!!

  Yo considero que los expertos vaticanistas no saben por dónde van los tiros. Mientras los ateos y enemigos de la Iglesia alaban al Papa (porque saben muy bien por dónde van los tiros), y los pánfilo-católicos hacen palmas y echan globitos focolares y encienden velas judeo-catecumenales, (porque no quieren ver por dónde van los tiros o porque les gustan los tiros así), los pobres tradicionalistas periféricos y neopelagianos se echan las manos a la cabeza. Veremos quién tiene razón dentro de no mucho tiempo.

  Mientras tanto, voy a decirle a mi Provincial que escriba a Roma para proponer a Scalfari como integrante del Grupo de los 8 Cardenales, y que de paso se le conceda en febrero un capelo cardenalicio. Seguro que le agradará recibirlo. Sería una verdadera muestra de amor al diálogo con otros creyentes y no creyentes. Se lo merece, porque ha sabido interpretar la Evangelii Gaudium mejor que todos los Cardenales de la Santa Iglesia.


Gracias a Maite C por acercarnos el artículo


Nacionalismo Católico San Juan Bautista

viernes, 27 de diciembre de 2013

Ni se respeta ni nos respeta – Por Terzio (Ex Orbe)


Sigue igual, no mejora. Desprecia y no respeta al Papa (que es él) y nos desprecia y no nos respeta a nosotros (que somos nosotros, los papistas).

El Papa no es un invento del pre-concilio. El Papa es la cabeza visible de la Iglesia, Vicario de Cristo. El Papa no es un atavismo pesadamente heredado. Entonces ¿por qué el Papa se encuentra incómodo con el Papa? Perdón, repito, concretando, la pregunta: ¿Por qué este Papa se encuentra incómodo siendo el Papa? ¿Acaso no comprende, no distingue, no asume, no asimila?

¿Qué tiene en contra de ser el Papa como debe ser?

¿Le traumatiza, quizá, añadir al Francisco las dos PP? ¿Eso le resulta molesto, enojoso? ¿Por qué?

En la tarjeta de felicitación de Navidad ha firmado un escueto 'Franciscus', solamente. Lo paradójico es que así, con esa fórmula, se firmaban y todavía se firman los reyes, los monarcas. ¿Acaso no se da cuenta de que, además de faltarse el respeto como Papa, trasluce un perfil muy poco humilde? Un perfil muy poco humilde si es que pretende 'humildear' con su firma.

  

Si no lo percibe, malo. Si lo hace conscientemente, muy malo.

E igualmente con la bendición Urbi et Orbi del día de Navidad, su primera Navidad siendo Papa. Velit nolit, el marco es impresionante, porque el balcón central de la fachada de San Pedro engrandece al más chico, velis nolis. ¿Por qué entonces repetir el desaire del 13 de Marzo (¡ay!) cuando alardeó ante todo el mundo de humildad no actuando con humildad.

Las rúbricas litúrgicas y ceremoniales son pautas de humildad: Que el sacerdote no olvide que está obligado, que no se considere dueño de lo que celebra sino servidor del Misterio, del Santuario y de sus Misterios, de la Iglesia y de sus ritos, los ritos mayores y los pequeños ritos. No respetar las rúbricas, despreciar los ritos, pasar de lo prescrito, pisar y pasar por encima de lo acostumbrado, es engallarse, empinar la cresta como el gallo y desentonar cantando un kikirikí indiscreto, importuno, molesto, desafiante, orgulloso, vanidoso.

¿A quién desafía? ¿Al pobre monseñor Guido Marini? ¿A los ceremonieros? ¿A la Curia Vaticana?...¿A su predecesor Benedicto, quizá? ¿A todos los Papas que le han precedido?

Y ¿a quién contenta? ¿A la prensa, a los des-católicos, a los periféricos?

Las fotos de Franciscus PP sin muceta y sin estolón no son humildes. La estola barata puesta ad casum, al punto de la bendición, como si fuera alérgico al roce de los ornamentos papales, resulta patético. La bendición sin solemnidad gestual, con descuidada pronunciación, con la mano desganada y el trazo de la triple cruz, minimalista, deslavazado, poco definido, de pena.

Eso no es `humildear'.

Si no se da cuenta, malo. Si lo hace queriendo, muy malo.

+T.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Visiones del Nacimiento de Jesús – Por Ana Catalina Emmerick


  He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.

  Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla.

  La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía, y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma, y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto, y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho.

  Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo.

  Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra.

  Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.

  María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi al, María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. "¡Ah, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!"

  He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el Mediodía.

  Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza.

  José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma ni fatigada.


ANA CATALINA EMMERICK – Tomo II “De la Natividad de la Sma. Virgen a la muerte del Patriarca San José” Ed. Surgite. Págs. 115-116.


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martes, 24 de diciembre de 2013

Homilía de Navidad (1967) – Por el P. Leonardo Castellani

“Una vez más en el hogar paterno
Celebramos la fiesta del Dios Niño…”,

  Aunque aquí no tengamos “el invierno - con sus campos de armiño” del poeta; ni tampoco lo hubo nieve en Palestina, aunque sí hubo frío.

  El Dios Niño lo tenían también los paganos, aunque enteramente diverso de Cristo; así como su madre era el extremo opuesto de la Virgen María. Pero los dos eran el Dios del amor: “el amor profano y el amor sagrado, que diría Tiziano: el amor santificado y elevado a una altura inconmensurable: el amor de Dios hecho amor de hombre. La mujer y el niño están aquí consagrados, sacralizados; la familia humana como canonizada: la mujer en lo que tiene de excelso, olvidados los defectos y fallas; el niño, representado el máximo descenso de Dios, la igualización propia del amor, que “busca iguales o los hace”.

  Un hombre ilustre, buen escritor argentino, quizá el mejor escritor argentino viviente, me decía hará una semana o poco más, que él no podía amar a Dios. Me pareció comprensible. Después añadió: “Tampoco puedo amar a Jesucristo”. “Entonces vamos mal”, pensé para mis adentros. El amor de Dios, que los mismo judíos tenían en el primer mandamiento, descendió inmensamente con la Encarnación de Dios en un Hombre real, que es “la figura de su substancia”, como dice San Pablo (Heb. I,3) – y la representación de su hermosura.

  Se hizo más fácil, pero también más difícil, porque cuando uno piensa un poco en lo que es Dios y lo que es el hombre y esas dos cosas hechas uno, se queda abismado: “un monstruo” , decía el pagano Celso en su libro “Aleethées Lógos”(Discurso verdadero). Y lo mismo pensaron “no puede ser” los mahometanos, y los arrianos, y mucho antes los “ebionitas”(1) en los tiempos de los Apóstoles, contra los cuales escribió San Juan su hermoso Evangelio. Todas las grades herejías han rehusado creer en Cristo Dios, incluso los modernistas, progresistas y protestantes actuales, que siguen hablando de Cristo Dios o del Hijo de Dios, pero si uno les pregunta: “Dios ¿en qué sentido?”, o rehúsan responder o salen con un hombre divino, un hombre penetrado de Dios. - ¿Cómo San Francisco de Asís? - No, un poco más, - ¿Y cuánto más?
 
  Nosotros decimos infinito más. Y nos alegramos dese “monstruo”. Porque ese monstruo es simplemente la salvación del mundo:

“Mañana serás salvado el mundo
Y apartada de la tierra de la iniquidad”

leíamos en la antífona de ayer.


  ¿Dónde está esa salvación? La mayor parte del mundo hoy está en rebelión contra Dios; la mayor parte del mundo hoy está en rebelión contra Dios; la mayor parte de las naciones está en convulsión y confusión – y lo que es peor, en necedad; nuestra Patria está manchada de incertidumbres, para no decir de crímenes e ignominias.

  “Dios ha venido a la tierra, según Ustedes, ¿y ahora?, dicen por ahí. “No puedo negar que durante siglos la figura de Cristo consiguió calmar al mundo y lo mejoró. Pero eso se acabó. Ahora tiene que venir una nueva Religión” – dice el historiador Toynbee.

  O sea, un nuevo Salvador. “Ya puedes chiflar”. Cuentan que un aragonés iba caminando por la vía del tren y el tren que venía déle chiflarle para que se saliera; y el baturro, sin dar vuelta la cabeza dijo: “Ya pues de chiflar. ¡Como no te apartes tú…!”

  Si viene la nueva Religión que Toynbee anhela, ella va a ser un tren que lo va a hacer añicos a Toynbee. Pues será la Religión del Anticristo.

  Venga o no venga, lo que tenemos que hacer nosotros es claro: tenemos que quedar firmes como fierro en lo que sabemos; lo que hemos conocido no por nuestro saber ni por el saber de los hombres ni por el saber de los ángeles, sino por el mismo Dios, el Verbo Divino. Somos los “eudokétoi”, “anthtroópoi eudokías”, que dijeron los ángeles sobre el pesebre de Cristo (Luc. II,4), que significa “los enseñados”, “los bien informados”. Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de la “eudokía”, dice el texto original exactamente. Yo no sé por qué San Jerónimo o Aquila tradujeron “de buena voluntad”. De fe dijeron simplemente los ángeles.

  Nuestra fe tiene que soportar hoy día encima una enorme masa de mentiras; de mentiras organizadas y calculadas como una gran maquinaria: Arturo Jauretche ha publicado un libro “Los Profetas del Odio”, desmontando minuciosamente esa maquinaria de engañar, solamente en lo referente a la mentira antinacional; no a la mentira antirreligiosa que sin embargo es su hermana siamesa. Jauretche intenta infundir optimismo con decir que ahora que conocemos la maquinaria, ella no nos puede atrapar, Pero uno queda aplastado lo mismo a la vista de la maquinaria. Por esa maquinaria, un libro mío, que normalmente debía venderse 30.000 ejemplares, se vende 3.000: tiene en contra la máquina de la propaganda, la fábrica de hacer figurones. Pero Dios se ríe desa maquinaria y yo también: los 3.000 lectores que tengo sacan provecho, los 30.000 del figurón no sacan provecho, sino al contrario.

  Yo no tengo que salvar al mundo: desde que nació Cristo el mundo está salvado, y los que no se salvan es porque no quieren. Y por eso nos alegramos hoy y yo me alegro, aunque sea haciéndome fuerza, porque es nuestro deber alegrarnos, alegrarnos es loar a Dios.


1 Los ebionistas eran judaizantes que negaban la Trinidad de Personas en Dios porque les parecía inconciliable con el monteísmo. En consecuencia rechazaban que Jesucristo fuera el Hijo de Dios.

LEONARDO CASTELLANI – “Domingueras prédicas II” - Ed. Jauja. Págs. 330-333.





Feliz Navidad

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domingo, 22 de diciembre de 2013

Coacciones benéficas ante el absurdo del principio liberal – Por MARCEL LEFEBVRE

No consideres a qué estás forzado, sino a qué estás obligado;
si es al bien o si es al mal.
San Agustín, Epístola 93

  El liberalismo, hace de la libertad de acción, como exención de toda coacción, un absoluto y un fin en sí. Dejaré al Card. Billot el cuidado de analizar y refutar esta pretensión fundamental de los liberales.

  El principio fundamental del liberalismo, escribe, es la libertad de toda coacción, sea cual sea, no sólo de aquella que se ejerce por la violencia y que únicamente alcanza los actos externos, sino también de la coacción que proviene del temor de las leyes y de las penas, de las dependencias y de las necesidades sociales, en una palabra, de los lazos de cualquier tipo que impiden al hombre actuar según su inclinación natural. Para los liberales, esta libertad individual es el bien por excelencia, el bien fundamental e inviolable, al cual todo debe ceder, excepto, quizás, lo que es requerido para el orden puramente material de la ciudad; la libertad es el bien al cual todo lo demás está subordinado; ella es el fundamento necesario de toda construcción social.

  Ahora bien, continúa el Card. Billot, ese principio del liberalismo es absurdo, antinatural y quimérico.

  He aquí el análisis crítico que él desarrolla; lo resumiré comentándolo libremente.

El principio liberal es absurdo

  Ese principio es absurdo: incipit ab absurdo. Comienza en la absurdidad al pretender que el bien principal del hombre es la ausencia de toda atadura que pueda molestar o restringir la libertad. El bien del hombre, en efecto, debe ser considerado como un fin; lo que es deseado en sí. Ahora bien, la libertad, la libertad de acción, no es más que un medio, no es más que una facultad que puede permitir al hombre adquirir un bien. Todo en ella depende de su uso: será buena si se usa para el bien, mala si se usa para el mal. No es, por lo tanto, un fin en sí y ciertamente no es el bien principal del hombre. Según los liberales, la coacción constituye siempre un mal (salvo para garantizar un cierto orden público). Pero es claro, al contrario, que la prisión es un bien para el malhechor, no sólo por garantizar el orden público, sino para el castigo y la enmienda del culpable. De igual manera la censura de la prensa, que es practicada incluso por los liberales contra sus enemigos, según el adagio (¿liberal?) no hay libertad para los enemigos de la libertad, es en sí misma un bien, no sólo para asegurar la paz pública, sino para defender la sociedad contra la expansión del veneno del error que corrompe los espíritus.

  Por lo tanto se debe afirmar que la coacción no es en sí misma un mal, e incluso que es, desde el punto de vista moral, quid indifferens in se, algo en sí mismo indiferente; todo dependerá del fin para el cual se la emplee. Es, por otra parte, la enseñanza de San Agustín, Doctor de la Iglesia, quien escribe a Vicente:

  Ya ves, si no me engaño, que no hay que considerar el que se obligue a alguien. Lo que hay que saber es si es bueno o malo aquello a que se le obliga. No digo que se pueda ser bueno a la fuerza, sino que el que teme padecer lo que no quiere, abandona el obstáculo de su animosidad o se ve impelido a conocer la verdad ignorada. Por su temor, rechaza la falsedad que antes defendía, o busca la verdad que ignoraba, y así llega a querer mantener lo que antes no quería. (2)

  He intervenido personalmente varias veces en el Concilio Vaticano II para protestar contra la concepción liberal de la libertad que se aplicaba a la libertad religiosa, concepción según la cual, la libertad se definiría como la ausencia de toda coacción. He aquí lo que declaraba entonces:

  La libertad humana no puede ser definida como una liberación de toda coacción pues destruiría toda autoridad. La coacción puede ser física o moral. La coacción moral en el campo religioso es utilísima y se encuentra a lo largo de todas las Sagradas Escrituras: ((el temor de Dios es el comienzo de la sabiduría)).(3) La declaración contra la coacción, en el n. 28, es ambigua y, bajo ciertos aspectos, falsa. ¿Qué queda de la autoridad paternal de los padres de familias cristianas sobre sus hijos? ¿De la autoridad de los maestros en las escuelas cristianas? ¿De la autoridad de la Iglesia sobre los apóstatas, los herejes, los cismáticos? ¿De la autoridad de los jefes de Estados católicos sobre las falsas religiones que traen con ellas la inmoralidad, el racionalismo, etc.?(4 )

  Me parece que no se puede reafirmar mejor el primer calificativo de absurdo que el Card. Billot atribuye al principio del liberalismo, sino citando al Papa León XIII:

  No podría decirse ni pensar mayor ni más perverso contrasentido que el pretender exceptuar de la ley al hombre, porque es de naturaleza libre. (5)

  Equivale a decir: Soy libre, luego, ¡deben dejarme libre! El sofisma subyacente queda patente al explicar un poco: soy libre por naturaleza, dotado de libre albedrío, luego, ¡soy libre también respecto de toda ley, de toda coacción ejercida por la amenaza de penas! A menos que se pretenda que las leyes deban estar desprovistas de toda sanción. Pero eso sería la muerte de las leyes: el hombre no es un ángel, ¡no todos los hombres son santos!

Espíritu moderno y liberalismo

  Quisiera hacer aquí una observación. El liberalismo es un error gravísimo cuyo origen histórico ya hemos visto. Pero hay un espíritu moderno que, sin ser francamente liberal, representa una tendencia al liberalismo. Lo encontramos desde el siglo XVI en autores católicos no sospechosos de simpatía con el naturalismo o el protestantismo. Ahora bien, no hay duda que es una nota de ese espíritu moderno el considerar que: Soy libre mientras no haya ley que venga a limitarme.(6) Sin duda, toda ley limita la libertad de acción, pero el espíritu de la Edad Media, es decir el espíritu del orden natural y cristiano del cual hablábamos antes, siempre ha considerado la ley y sus coacciones primeramente como una ayuda y una garantía de la verdadera libertad, no como una limitación. Cuestión de acentuación, pensaran. Yo diré: ¡no! Cuestión esencial que marca el principio de un cambio fundamental de mentalidad; un mundo dirigido hacia Dios, considerado como fin último, a alcanzar cueste lo que cueste, un mundo orientado enteramente hacia el Soberano Bien, deja lugar a un mundo nuevo centrado sobre el hombre, preocupado por las prerrogativas del hombre, sus derechos, su libertad.

2 Carta 93 Ad Vincentium, n. 16, en Obras Completas de San Agustín, B.A.C., Madrid, 1986, T. VIII, pág. 620.
3 Observación enviada al Secretariado del Concilio, 30 de diciembre de 1963.
4 Intervención oral en el Aula Conciliar, octubre de 1964.
5 Encíclica Libertas, en E. P., pág. 360, n. 6.
6 Francisco Suárez, S.J. (1548-1617) manifiesta ese espíritu cuando escribe: Homo continet libertatem suam, el hombre tiene su libertad: en el sentido de que la libertad es anterior a la ley. (De Bon. et Mal. Hum. Act., disp. XII, sect. V). Un espíritu tomista como León XIII no admitiría esta disociación de dos realidades estrictamente correlativas.

MONS. MARCEL LEFEBVRE – “Le Destronaron” Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar. Cap.5 - Págs. 31-34



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

sábado, 21 de diciembre de 2013

EL OPUS DEI, CABALLO DE TROYA DEL LIBERALISMO – Por R. P. Guillermo Devillers



Tocará a historiadores mas documentados que yo el juzgar con precisión la influencia liberal del Opus en la evolución, o más bien, revolución política y religiosa de España en estos últimos años, influencia que por lo visto, fue muy importante.

  Lo que quiero aquí es, sin pasión ni polémica, comparar la doctrina abiertamente liberal de la Obra y de su fundador, con las enseñanzas eternas de la Iglesia.

a) UN CONCEPTO AMBIGUO DE LA LIBERTAD

  Desde hace dos siglos la Iglesia multiplica sus advertencias contra una idea falsa y demoledora de "libertad". No hay libertad fuera de la dependencia de Dios. Estamos en una dependencia total de Dios tanto en nuestro ser como en nuestro obrar. (Basta leer por ejemplo la encíclica de S.S. León XIII, "Libertas". "A nosotros criaturas nos toca obedecer a cada momento y en cada acción a la voluntad amorosa de nuestro Creador, expresada por su ley natural, por la ley evangélica y por las órdenes legítimas de nuestros superiores. En esta obediencia y dependencia de Dios consiste nuestra perfección: "Sed perfectos". Escuchemos la doctrina tradicional y eterna de la Iglesia tan clara y hermosa referente a la libertad: “Si ha de tener nombre verdadero de libertad en la sociedad misma, no ha de consistir en hacer lo que a cada uno se le antoja, de donde resultarían grandísima confusión y turbulencias opresoras, al cabo, de la sociedad, sino en que, por medio de las leyes civiles, pueda cada uno fácilmente vivir según los mandamientos de la ley eterna”. ("Libertas" núm. 11).

  Si leemos ahora los escritos del fundador de "la Obra", ¡qué diferencia! ¡qué lenguaje tan distinto y no exento de ambigüedad!

  “Algunos de los que me escucháis me conocéis desde muchos años atrás. Podéis atestiguar que llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabilidad. La he buscado y la busco, por toda la tierra, como Diógenes buscando un hombre, y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas: es un tesoro que no agradeceremos nunca bastante”. (José Mª Escrivá de Balaguer, Sermón de Cristo Rey del 22-11-1970). ¿De qué libertad se trata? No lo sabemos.

  Y estas expresiones tan peligrosas: “La libertad personal que defiendo y defenderé siempre con todas mis fuerzas" ("Amigos de Dios, núm. 26). "Libremente, sin coacción alguna, porque me da la gana, me decido por Dios”. ("Amigos de Dios "núm. 35). “Soy muy amigo de la libertad, y precisamente por eso quiero tanto esa virtud cristiana (la obediencia). Debemos sentirnos hijos de Dios, y vivir con la ilusión de cumplir la voluntad de nuestro Padre”.

  “Realizar las cosas según el querer de Dios porque nos da la gana (1), que es la razón más sobrenatural. El espíritu del Opus Dei, que he procurado practicar y enseñar desde hace mas de 35 años, me ha hecho comprender y amar la libertad personal”. ("Es Cristo que pasa" nº 17). Podríamos multiplicar los textos. Digamos solamente que si bien "el padre suele añadir a esta palabra: "libertad" esta otra: "responsabilidad", si bien la libertad que nos abala suele acabar bien ("Libremente sin coacción alguna porque me da la gana, me decido por Dios(2), sin embargo, todo este lenguaje nos suena mal, nos suena a ambiguo, nos deja una impresión desagradable. La libertad no consiste de ninguna manera en hacer "lo que me da la gana", sino en obrar según la recta razón. Por eso, dice Santo Tomás, el poder pecar no es libertad, sino servidumbre. Nos gustaría que los hombres actuales de la Iglesia y del Opus Dei nos hablaran más claro en vez de repetir estas solemnes y enfáticas alabanzas de la libertad sin más precisiones (3)

b) MONS. ESCRIVÁ DE BALAGUER Y LA LIBERTAD RELIGIOSA

Sobre este tema de la libertad religiosa “e1 padre habló bien claro”. Refiere Salvador Bernal:

  En 1966 contó a un periodista, Jacques Guillemé-Brûlon, de "Le Figaro", lo que una vez había comentado -el padre Escrivá de Balaguer- al Santo Padre Juan XXIII, movido por el encanto afable y paternal de su trato: "Santo Padre, en nuestra Obra siempre han encontrado todos los hombres, católicos o no, un lugar amable: no he aprendido el ecumenismo de Vuestra Santidad". El se rió emocionado porque sabía que, ya desde 1950, la Santa Sede había autorizado al Opus Dei a recibir como asociados cooperadores a los no católicos y aún a los no cristianos.

  Poco antes, el periodista le había preguntado sobre la "posición de la Obra" ante la Declaración del Concilio Vaticano II acerca de la libertad religiosa. La respuesta surgió bien clara: “En cuanto a la libertad religiosa, el Opus Dei, desde que se fundó, no ha hecho nunc a discriminaciones: trabaja y convive con todos, porque ve en cada persona un alma a la que hay que respetar y amar. No son solo palabras, nuestra Obra es la primera organización católica que, con la autorización de la Santa Sede, admite como Cooperadores a los no católicos, cristianos o no. He defendido siempre la libertad de las conciencias. No comprendo la violencia: no me parece apta ni para convencer ni para vencer; el error se supera con la oración, con la gracia de Dios, con el estudio, nunca con la fuerza, siempre con la caridad. Comprenderá que siendo ese el espíritu que desde el primer momento hemos vivido, sólo alegría puede producirme las enseñanzas que sobre este tema ha promulgado el Concilio”. ("Mons. J. Escrivá de Balaguer" Salvador Bernal). El lector habrá notado enseguida la contradicción de este texto con la Encíclica QUANTA CURA" de Pío IX que condena "esa opinión errónea, la más fatal a la Iglesia Católica y a la salvación de las almas y que Gregorio XVI llamaba delirio, a saber: que la libertad de conciencia y de cultos es un derecho libre de cada hombre que debe ser proclamado y garantizado en toda sociedad bien constituida...”

  En "Amigos de Dios" núm. 171, el fundador de1 Opus Dei decía también: “Estamos obligados a defender la libertad personal de todos, sabiendo que Jesucristo es quien nos ha adquirido esa libertad; si no actuamos así, ¿con qué derecho reclamaremos la nuestra? (4)”. Esta idea, la vuelve a repetir muchas veces a lo largo de sus sermones: "Nuestra fe cristiana además, nos lleva a asegurar a todos un clima de libertad, comenzando por alejar cualquier tipo de engañosas coacciones en la presentación de la fe”. (id. nº 36). Esta doctrina del fundador del Opus Dei es enorme en sus consecuencias. Es, por supuesto, una condenación de la Inquisición católica, pero también de las Cruzadas ("No comprendo la violencia"). Es la condenación de los siglos de Reconquista. Es la condenación, incluso, de la Cruzada nacional de 1936. Nuestros lectores saben cuánto esa doctrina de libertad religiosa, que triunfó en el Concilio Vaticano II, se aleja de la doctrina católica infalible. Esa doctrina es herética (5). Esa libertad que defienden es la libertad de la perdición que Gregorio XVI y Pío IX llamaban delirio y que está hoy día llevando a toda una generación de jóvenes en el mundo entero a su perdición y auodestrucción, por la in moralidad, las sectas, la droga y otros venenos de venta libre.


c) RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO: UN LIBERALISMO DIGNO DE LA MASONERÍA.

 A la masonería no le molesta mucho que se hable de Dios, de vida espiritual, de oración, de mandamientos, con tal que todo esto se quede en un plan privado o en las Iglesias. Lo que no puede soportar es que se saquen de la Religión consecuencias públicas, sociales, deberes para los gobiernos, lucha de éstos contra el vicio y el error. De ahí la separación de la Iglesia y el Estado, el Estado oficialmente laico, sin religión, la liberad de cultos, de prensa, de espectáculos, etc.

  La Iglesia luchó con todas sus fuerzas contra esta rebelión del poder civil y de las acciones contra Jesucristo (6).

  El Opus Dei no luchó. Su liberalismo en este punto es asombroso. Que el lector me perdone si las citas se alargan un poco, ¡pero este punto es de una trascendencia tan enorme!

  No escapan a Mons. Escrivá de Balaguer las consecuencias prácticas de una espiritualidad verdaderamente laical... Y he aquí, en este punto, la característica aversión de Monseñor Escrivá de Balaguer por todo tipo de clericalismo: “Pero a ese cristiano (sabio) jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso es hacer violencia a la naturaleza de las cosas”. (Citado por el Cardenal Sebastiano Baggio en "Avenire", Milán 26-7-75).

  En el librito de propaganda "¿Qué es el Opus Dei?" (Edición 1972, 28), nos dice: “Como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres; y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la libertad, es decir: el pluralismo”.

  En el Opus Dei el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado.

  En 1964 le preguntaron en el teatro Gayarre de Pamplona:

  ¿Qué posición tienen los socios del Opus Dei en la vida pública de los pueblos? Mons. Escrivá inició su respuesta con un rápido y rotundo: “la que les dé la gana”. En el abarrotado teatro resonó una ovación cerrada...

  “¿Cómo puedo dar a entender a nuestros amigos, se le preguntó en Buenos Aires, que tratar a Dios es más importante que hacer política? Bueno, contesta el "padre", es que no les puedes decir que no se preocupen de política. Porque justamente, por amor de Dios, algunas personas se ocupan de política: ¡yo, no! Yo no trato de ese tema, pero comprendo que haya ahí gente llena de rectitud: unos van por la derecha, otros por la izquierda, otros por allá, y ninguno desacierta, todos tienen buena voluntad...

  De modo que sí: que los buenos se preocupen de política, si les da la gana...” (Monseñor Escrivá de Balaguer, por Salvador Bernal pág. 269).

  Al leer esto me quedo estupefacto y pienso: pobre San Fernando, pobres Reyes Católicos que se equivocaron haciendo política, y además, una política del peor clerica1ismo, considerándose como los capitanes de Dios, representantes de la Iglesia.

  Pobre San Pío X que en Venecia hizo toda una campaña electoral sobre el tema: ¡A la puerta todos los enemigos de San Marcos, luchando con todas sus fuerzas contra el abstencionismo político de los católicos y consiguiendo el rechazo total de los masones y socialistas del gobierno. ¡Pero claro, esto era antes del Concilio Vaticano II! Si estos Reyes, si San pío X hubieran conocido a Monseñor Escrivá de Balaguer, no se habrían equivocado así y habrían dejado a los católicos hacer la política "que les diese la gana", y habrían dejado en paz a los musulmanes, judíos o masones...


CONCLUSIÓN: LOS CATÓLICOS DEBEMOS TENER HORROR A ESTE LIBERALISMO TAL COMO LO DEFIENDE EL OPUS DEI

  Hoy día el liberalismo triunfa no sólo en España con el Opus Dei, sino también en Roma. Este liberalismo no es católico y no lo será nunca; Queremos Que Dios reine en todo el mundo. ¿No lo decimos en el Padre Nuestro? Que Jesucristo reine no sólo en los corazones, no sólo en la vida privada sino también en la sociedad, en las empresas, en las escuelas. Queremos que el crucifijo esté en las aulas. Queremos salvar nuestras almas y las de nuestros niños y las de todos los hombres. Queremos pues, que el gobierno luche contra el vicio y la corrupción en los jóvenes, prohíba el aborto y el terrorismo. Y que remos luchar nosotros mismos, en la medida de nuestra influencia social o política. Queremos que los Estados nos "coaccionen" suave mente para ser buenos católicos siguiendo el consejo de Jesús (Lc. 14-23): “Obligadles a entrar para que se llene mi casa”. Si esto es hacer política, haremos, entonces, la política de los santos, la política de san Fernando y de San Luis, y si Dios quiere haremos otra nueva cruzada para salvar la civilización cristiana de manos del comunismo, del judaísmo, y del islamismo y, salvar a España. Y confiamos en que la Virgen victoriosa de Lepanto nos dé la victoria otra vez.

  No dudo que haya personas buenas y santas en el Opus Dei, pero quisiera que vieran cómo les pueden engañar. Y quiero terminar con estas palabras llenas de fe y de piedad de un gran defensor de la fe (Monseñor Lefebvre, 13-13-1984): “Cuanto más se medita nuestra dependencia de Dios, más se medita nuestra dependencia de Nuestro Señor Jesucristo, tanto más se tiene el deseo de ponerse bajo el dulce reino de Cristo y de la Santísima Virgen María; no se tiene más que un deseo: y es el de ver reinar a Cristo y a la Santísima Virgen María. Cuanto más se piensa en eso más horror se tiene, un horror visceral, un horror instintivo, al liberalismo...”.

  En resumen: Las "libertades" defendidas por Mons. Escrivá de Balaguer, desde San Agustín han sido llamadas por la Iglesia: "libertades de perdición" o "delirios".


  El liberalismo del cual hace alarde el fundado r del Opus Dei, ha sido condenado infaliblemente como “el error más fatal a la Iglesia Católica y a la salvación de las al más”. Y fatal lo ha sido para España, abriendo las puertas al socialismo-comunismo y a una intensiva propaganda de descristianización.


Publicado en "Tradición Católica" nº 12 Nov. 1985, Madrid, España.

(1) Subrayado en el texto original
(2) "Amigos de Dios", nº 35..
(3) Sto. Tomás define la libertad: "Vis electiva me diorum servato ordine finis". Es el poder escoger los medios convenientes, conservando el orden hacia el fin.
(4) ¿Con qué derecho? ¡Hombre! pero con el derecho de la verdad que sólo tiene derechos. El error tiene ninguno. Ta1 es la doctrina tradicional de la Iglesia recordada por el Papa Pío XII: "Lo que no corresponde a la verdad y a la norma moral, no tiene objetivamente derecho alguno a la existencia, ni a la propaganda, ni a la acción". (Pío XII Comunidad Internacional y Tolerancia. Doctrina Pontificia, Tomo I L BAC). La doctrina católica sólo aprueba la tolerancia del error y el mal, en la medida en que sea conveniente o necesario "para que no se impidan mayores bienes y en parte para que no se sigan mayores males".
(5) Ver los artículos de Michel Martín, a quien no se ha contestado nunca. (Trad.Cató. nº 28, 9, 10, 11).
(6) Ver, en especial, el SYLLABUS, de Pío IX y la Encíclica "QUAS PRIMAS" de Pío XI que instituyó la fiesta de Cristo Rey.
Agradecemos a Lamentabili Sane, por compartir el artículo



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

viernes, 20 de diciembre de 2013

El Misterio de Iniquidad y Roma – Por P.Leonardo Castellani

  El Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración del hombre.
Las Dos Bestias son el poder político y el instinto religioso del hombre vueltos contra Dios y dominados por el Pseudo Cristo y el Pseudoprofeta. El Obstáculo es, en nuestra interpretación, la vigencia del Orden Romano.

  La Gran Ramera es la religión descompuesta y entregada a los poderes temporales, y es también la Roma étnica, donde este Misterio de Iniquidad se verificó por vez primera, a los ojos deslumbrados de Juan el último Apokaleta.

  La adoración del hombre con el odio a Dios ha existido siempre. “Ya funciona el Misterio de Iniquidad -dice San Pablo a los de Tesalónica-; solamente está sujetado, y vosotros sabéis cuál es el Obstáculo.”

  El Misterio de Iniquidad es el principio de la Ciudad del Hombre, que lucha con la Ciudad de Dios desde el comienzo; es la raíz de todas las herejías y el fuego de todas las persecuciones; “es la quietud incestuosa de la criatura asentada sobre su diferencia específica”; es la continua rebelión del intelecto pecador contra su principio y su fin, eco multiplicado en las edades del “No serviré” de Satanás.

  La cúspide del Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración idolátrica del Hombre.

  El Misterio de Iniquidad tiende a corporizarse en cuerpo político y aplastar a los santos. Él fue quien condenó a Sócrates, persiguió a los profetas, crucificó a Jesús, y después multiplicó los mártires; y él será quien destruya la Iglesia, cuando, retirado el Obstáculo, se encarne en un hombre de satánica grandeza, plebeyo genial y perverso, quizá de raza judía, de intelecto sobrehumano, de maldad absoluta, a quien Satán prestará su poder y su acumulada furia.

  La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, obstaculiza esa manifestación y la reduce, apoyada en el orden humano que el Imperio Romano organizó en cuerpo jurídico y político; pero llegará un día, que será el fin de esta edad, en que desaparecerá el Obstáculo. El Espíritu Santo abandonará quizá este cuerpo social histórico, llamado Cristiandad, arrebatando consigo a la soledad más total a los suyos, dándoles dos alas de águila para volar al desierto. Y entonces la estructura temporal de la Iglesia existente será presa del Anticristo, fornicará con los reyes de la tierra -al menos una parte ostensible de ella, como pasó ya en su historia-, y la abominación de la desolación entrará en el lugar santo. “Cuando veáis la desolación abominable entrar adonde no debe, entonces ya es.”

  ¿Será el reinado de un Antipapa, o Papa falso? ¿Será la destrucción material de Roma? ¿Será la entronización en ella de un culto sacrílego? No lo sabemos. Sabemos que el Apokalypsis, al describir la Gran Prostituta, señala con toda precisión “la ciudad de las siete colinas”: interpretación dada por el mismo Ángel que a San Juan adoctrina.


P.LEONARDO CASTELLANI – Cristo ¿Vuelve o no vuelve?  Ed. Gladius 2014 (1ra ed. 1951) –  Pags. 26-27


Nacionalismo Católico San Juan Bautista

jueves, 19 de diciembre de 2013

Tiempo para el demonio en la Iglesia – Lumen Mariae

  
“Hombre apóstata, varón inútil, anda en boca mentirosa, guiña el ojo, refriega los pies, habla con los dedos, tiene el corazón lleno de maldad y siembra siempre discordias” (Pr 6,12).

  La apostasía de la fe es un pecado que aparta totalmente de Dios y, por tanto, es distinto a otro pecado.

  A la fe no pertenece sólo la credibilidad del corazón, sino también la confesión pública de la fe. Es necesario decir palabras y obrar en lo exterior esa fe que está en el corazón.

  Quien vive de fe obra la fe exteriormente, de manera que todos puedan verla. Pero quien no vive de fe sólo obra al exterior su vida humana, o carnal, o material, o natural.

  Cuando un hombre dice herejías en forma continua y no las quita, no se arrepiente de ellas, entonces eso es señal de que ha apostatado de la fe.

  Cuando un hombre obra el pecado y no se arrepiente de él, sino que permanece y vive de ese pecado, entonces es la señal de que ha apostatado de la fe.

  El que apostata de la fe perdió la fe totalmente. No tiene el don de la fe. Vive otra cosa muy diferente a la fe.

  El que abandona la fe puede seguir estando en la Iglesia, pero de una forma exterior, hipócrita, farisea. En su interior, no tiene el espíritu de la Iglesia, pero sí posee el espíritu contrario, que le hace obrar en contra de la Iglesia.

  El hombre que apostata de la fe con su boca habla de Dios, confiesa a Dios, predica muchas cosas, pero nunca da la Verdad de lo que habla, siempre da su interpretación de todas las cosas divinas. Y, por tanto, es un hombre que se dedica a hacer su religión, su evangelio, sus mandamientos, sus reglas, sus tradiciones, que no tienen nada que con la Verdad de la Iglesia.

  De esta manera, se dan en muchas almas la apostasía de la fe. No es un pecado raro, sino común, porque es un pecado que imita en todo al hombre mundano, pero en la Iglesia. Es meter el mundo en la Iglesia, es vivir el mundo dentro de la Iglesia, es sacrificar todo lo divino en aras de los humano, de lo natural.

  Vivimos dentro de la misma Iglesia Católica la apostasía de la fe en muchas almas que son sacerdotes, Obispos, fieles, que han perdido totalmente la fe. No es que cometan pecados mortales o que vivan, de alguna manera, su ministerio en la Iglesia o hagan sus apostolados en la Iglesia. Es que han abandonado totalmente la fe.

  No sólo pecan mortalmente, sino que exaltan sus pecados, justifican sus pecados, aplauden sus pecados, llaman a sus pecado una verdad, un bien que se debe hacer.

  En el gobierno de la Iglesia Católica hay hombres que ya no tienen fe, porque mantienen sus pecados a la vista de todo el mundo, de la Iglesia. No sólo esos hombres dicen herejías, sino que obran esas herejías a la vista de todos.

  El que perdió la fe nunca puede obrar en lo exterior movido por la fe, sino que obrará según su inteligencia o sentimiento humano.

  La fe, cuando se pierde, hace que el hombre sólo se quede en su ambiente humano, en su vida humana, en sus obras humanas, en sus culturas, en su ciencia, en sus conquistas humanas.

  Pero lo peor no es esto: lo peor es que enseñan sus herejías, sus obras, en la Iglesia como algo verdadero que hay que seguir, como una obra que hay que hacer. Esto es el daño más grave de todos.

  Esto produce que en la Iglesia se forme, al mismo tiempo, otra iglesia, distinta a la verdadera y tomada por muchos como verdadera, siendo una falsificación.

  Y, cuando esta falsa Iglesia comienza a crecer, a desarrollarse, a tomar cimientos, control sobre la Iglesia verdadera, entonces viene lo peor: se oscurece la Verdad, se oscurece la Iglesia verdadera y sólo queda la falsa; sólo se ve la falsa, sólo se atiende a los postulados que se predican desde la falsa iglesia.

  El problema de Roma, desde que Benedicto XVI renunció, no está en lo que hemos visto en diez meses, sino en lo que no se ve, en lo que se oculta, en lo que hay detrás de cada hombre que está en el gobierno de la Iglesia.

  Nadie sabe ahora, a ciencia cierta, qué pasa en la verdadera Iglesia, porque sólo se da a conocer la falsa iglesia. Francisco sólo predica la mentira, sólo gobierna con la mentira, sólo realiza obras mentirosas. Y eso es en lo que todo el mundo se fija. Pero nadie atiende a la verdadera Iglesia. Quien no está con Francisco, ¿cómo vive su fe? ¿Cómo obra en la Iglesia?

  Esto es lo que nadie atiende, lo que nadie sabe, porque la Verdad ha sido oscurecida en Roma. Y se quiere, desde Roma, que todo el mundo siga la falsa iglesia, que todos estén de acuerdo con Francisco, que nadie rechiste, que nadie diga que es un hereje.

  Y esta imposición de Roma, esta prepotencia de Roma, hace que se oculte la verdadera Iglesia y que nadie viva esa verdadera Iglesia, que todos se acomoden a lo que tienen, aunque no les guste, aunque se vean herejías y se obren esas herejías.

  El daño más grave en la apostasía de la fe, dentro de la Iglesia, es éste: nadie atiende a la Verdad de la Iglesia, sino que todos quieren construir la Iglesia a su manera. Todos están preocupados por agradar a Francisco, pero nadie se opone a Francisco.

  Durante diez meses nadie ha aprendido a luchar contra los herejes en la Iglesia. Todos se han acomodado a las circunstancias que se ha dado y prefieren decir: con estos bueyes hay que arar.

  Este es el mayor error que un alma puede cometer en la vida espiritual: acomodarse al espíritu que se le ofrece desde Roma. Y, entonces, como no se discierne el Espíritu, sino que se acomoda el hombre a ese espíritu, sin preguntarse si es bueno o malo, viene la ruina más total.

  Quien acepta al que ha apostatado de la fe, quien lo obedece, quien se somete a él, entonces acaba abandonando la fe y se hace apóstata como él.

  Este es el gran peligro, ahora, en la Iglesia. Gobiernan apóstatas de la fe, entonces, las almas dentro de la Iglesia pierden la fe y se condenan.

  Para no perder la fe hay que atacar al hereje, al apóstata de la fe. Atacarlo. No darle tregua. No preguntarse si es hereje formal o es hereje accidental. Muchos esperan una declaración de la Iglesia que llame hereje a Francisco. Esperan en vano. No va a ocurrir, porque en Roma no están en eso. Roma ya no ve el pecado de nadie, sino que exalta el pecado de todo el mundo. Roma aplaude al pecado y a su pecado, pero ya no guarda la fe, la verdad, ya no es custodia de la almas, sino perversión de ellas.

  Estamos en un momento muy crítico, muy grave, que los hombres no han meditado en ninguna manera.

  Ven lo que hace Francisco, pero le siguen el juego, se acomodan a lo que hay en la Iglesia. Ya no luchan por la Verdad de la Iglesia. Muy poquitos ven lo que hay y dicen lo que hay con todas las consecuencias. ¡Cuesta decir la Verdad! ¡Hay que morir para decir la Verdad! ¡Hay que desprenderse del falso respeto humano, de la falsa compasión, de la falsa fraternidad hacia el hombre, y plantar cara al hereje!

  La Iglesia no es viril en la vida espiritual, sino que está afeminada. Vive de blanduras, de sentimentalismos, de vanidades, de placeres exquisitos. Pero no capta la verdad viril, la verdad que transforma la vida, la verdad que hace ser un hombre sólo para Dios, no para el mundo.

  Francisco predica una espiritualidad afeminada y a todos les gusta. Así está la Iglesia, así vive la Iglesia la vida espiritual: una gran tibieza. Francisco da lo que busca el hombre. Eso se llama tibieza; al hombre le gusta sentirse débil, sentirse que alguien se fija en él, que alguien lo ama. Pero no quiere dar el amor, no quiere entregarse sin más, sino que sólo busca su propio interés en todas las cosas.

  En las predicaciones de los apóstatas sólo se señala una cosa: que Dios nos ama con ternura. Y no se dice más. Todos somos pecadores, pero Dios nos ama a todos. Es siempre el mismo argumento. Nunca un apóstata va a decir que hay que luchar contra el pecado para tener el amor de Dios. Nunca. Porque ya no cree. No tiene fe. Y vive según su amaneramiento de la fe: abajó a Dios a su manera de ver la vida; hizo descender lo divino a su mente humana para fabricar su dios, su evangelio, sus reglas, sus normas, su iglesia.

  Y, en esta fábrica, sólo puede haber un camino para el que quiera salvarse: oponerse en todo al que ha abandonado la fe. Quien no camine así, en una Iglesia que no es la verdadera, sino la falsa, entonces acaba perdiéndose “en nombre de dios” y haciendo la “voluntad de dios” que esa falsa iglesia impone a los demás.

  El que apostata de la fe impone siempre su orgullo, su pensamiento a los demás. Y lo impone como si fuera divino. El Papa verdadero nunca obliga a nada en la Iglesia, sino que sólo señala el camino de la verdad, y a aquel que no le guste, entonces toma las medidas necesarias en el Espíritu para extirpar de la Iglesia a un hereje, para que no haga daño.

  Francisco no puede ser un Papa verdadero porque deja que en la Iglesia la gente peque, viva en su pecado, y él mismo exalta su pecado en medio de todos. Por eso, el mundo lo aplaude, los gays lo aplauden.

  Siempre a un Papa verdadero, el mundo lo crucifica y los homosexuales hablan mal de él. Esa es la señal de que un alma tiene a Dios: cuando el mundo la combate.

  Señal de que Francisco no tiene a Dios: que el mundo lo aplaude.

  Pero lo más grave es que, dentro de la Iglesia, también acogen lo que el mundo dice de Francisco. Y, cuando sucede eso, es señal de que ha iniciado la ruina de toda la Iglesia.

  Nadie se levanta para destronar a Francisco: eso es gravísimo. Y, entonces, como las almas que deberían tomar partido en contra de Francisco, no lo hacen, abren el camino para que el demonio lo haga y produzca en la Iglesia la mayor división, la mayor ruina de todas.

  El tiempo corre a favor del demonio. Dios se cruza de brazos y ve cómo el demonio destruye 20 siglos de Iglesia en Roma.

Visto en: "LUMEN MARIAE" http://josephmaryam.wordpress.com/


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