martes, 28 de febrero de 2017

¿Quién dirige Hollywood? Vamos...  - Joel Stein





Los Angeles Times

19/12/2008 | JOEL STEIN



  Nunca he estado tan molesto por una encuesta en mi vida. Sólo el 22% de los estadounidenses creen ahora que “las industrias del cine y la televisión son más o menos dirigidas por Judios”, frente a cerca del 50% en 1964. La Liga Antidifamación (ADL)*, que dio a conocer los resultados de la encuesta del mes pasado, ve en estos números una victoria contra estereotipos. En realidad, sólo muestra lo tonta que América se ha convertido. Los judíos controlan totalmente Hollywood.



* ADL, Anti Defamation Leage, es una institución judía dedicada a acallar las voces que perjudiquen a la judería.



  ¿Cuán profundamente judía es Hollywood? Cuando los jefes de estudio que sacaron un anuncio de página completa en el diario Los Angeles Times, hace un par de semanas, para exigir que el Sindicato de Actores arregle su contrato, la carta abierta fue firmada por: el presidente de News Corp., Peter Chernin (judío); el presidente de Paramount Pictures Brad Grey (judío); el presidente ejecutivo de Walt Disney Co., Robert Iger (judío); el presidente de Sony Pictures, Michael Lynton (sorpresa, holandés Judio); el presidente de Warner Bros., Barry Meyer (judío); jefe ejecutivo de CBS Corp., Leslie Moonves (tan judío que su tío abuelo fue el primer Primer Ministro de Israel); el presidente de MGM, Harry Sloan (judío); y el presidente ejecutivo de NBC Universal, Jeff Zucker (mega-judío). Si cualquiera de los hermanos Weinstein hubiera firmado, este grupo tendría no sólo el poder de cerrar toda la producción de películas, sino también como para formar un minyan* con suficiente agua del Fiji en mano como para llenar una mikvah*.



* Minyan: quorum de 10 personas para realizar ciertos rituales judíos.

* Mikvah: baño para ritual judío de inmersión.



  La persona a la que se estaban dirigiendo en ese anuncio fue al presidente del SAG, Alan Rosenberg (adivinen quién es). La réplica mordaz al anuncio fue escrita por el superagente entretenimiento, Ari Emanuel (Judio con padres israelíes), en el Huffington Post, que es propiedad de Arianna Huffington (no judía y nunca ha trabajado en Hollywood).



  Los Judios son tan dominantes que tuve que buscar en el negocio para llegar a encontrar seis gentiles en posiciones altas en las empresas de entretenimiento. Cuando los llamé para hablar acerca de su increíble éxito, cinco de ellos se negaron a hablar conmigo, al parecer por temor a ofender a los judíos. El sexto, el presidente de AMC, Charlie Collier, resultó ser judío.



  Como judío orgulloso, quiero que América sepa acerca de nuestro logro. Sí, controlamos Hollywood. Sin nosotros, sería hacer zapping entre “The 700 Club” y “Davey and Goliath” en la televisión todo el día.



  Así que he cargado sobre mí la responsabilidad volver a convencer a los Estados Unidos de que los judíos manejan Hollywood, mediante el lanzamiento de una campaña de relaciones públicas, porque eso es lo que hacemos mejor. Estoy pesando en varias consignas, entre ellas: “¡Hollywood: Más judía que nunca!”; “Hollywood: De la gente que les trajo la Biblia”; y “Hollywood: Si te gusta la televisión y las películas, entonces es probable que después de todo te gusten los judíos”.



  Llamé Presidente de la ADL (Anti Defamation Leage) Abe Foxman, que estaba en Santiago de Chile, donde me dijo, a mi pesar, que no estaba cazando nazis. Rechazó mi propuesta, diciendo que el número de personas que piensan que los judíos manejan Hollywood sigue siendo demasiado elevado. El sondeo de la ADL, señaló, mostró que el 59% de los estadounidenses piensa que los ejecutivos de Hollywood “no comparten los valores religiosos y morales de la mayoría de los estadounidenses”, y el 43% piensa que la industria del entretenimiento está llevando a cabo una campaña organizada para “debilitar la influencia de los valores religiosos en este país”.



  Ese es un rumor siniestro, dijo Foxman. “Significa que piensan que los judíos se reúnen en el Canter's Deli el viernes por la mañana para decidir qué es lo mejor para los judíos”. El argumento de Foxman me hizo replantearme: Tengo que ir a comer a Canter's más a menudo.



  Esa es una frase muy peligrosa, “los judíos controlan Hollywood, lo que es cierto es que hay una gran cantidad de judíos en Hollywood”, dijo. En lugar de “control”, Foxman preferiría que la gente diga que muchos ejecutivos de la industria “resultan ser judíos”, como en “los ocho grandes estudios de cine que están a cargo de hombres que resultan ser judíos”.



  Pero Foxman dijo que está orgulloso de los logros de los judíos de América. “Creo que los judíos están desproporcionadamente representados en la industria creativa. Están desproporcionadamente representados como abogados y, probablemente, en la medicina de aquí también”, dijo. Sostiene que esto no quiere decir que los judíos hacen películas pro-judías más de lo que hacen cirugía pro-judía. Aunque en otros países, me he dado cuenta, no son tan notables en la circuncisión.



  Aprecio las preocupaciones de Foxman. Y tal vez mi vida pasada en el entorno pro-semítico de Nueva Jersey-Nueva York/Bay Area-L.A. me ha dejado atontado. Pero no me importa si los americanos piensan que estamos manejando los medios de comunicación, Hollywood, Wall Street o el Gobierno. Sólo me importa que los sigamos manejando.











Nacionalismo Católico San Juan Bautista

lunes, 27 de febrero de 2017

La Cábala homosexual en el Vaticano II




El presbítero laicizado Gregory -nacido Gerhard- Baum está riéndose del Catolicismo.

Ahora a los 93 años, él confiesa que fue el sodomita que dirigió en el anti-concilio una camarilla “gay” que traería la herejía del “ecumenismo” que enseña que “todas las religiones son iguales” y “todos adoramos el mismo Dios”, y que los judíos no sean convertidos al cristianismo.

Además, Baum impulsó la noción marxista de la “justicia social” y la asesina “Teología de la liberación” contra los líderes conservadores.

El pseudoconcilio Vaticano II fue un hervidero de herejía, marxismo y, como lo prueba el caso del presbítero Baum, el punto de partida de la sodomía institucionalizada.
  

Ya a los 93 años, Gregory Baum, un perito en el Vaticano II (1962-1965), admite que él era el homosexual oculto en el conciliábulo y llevó allí una conspiración “gay”. El presbítero Baum reveló el secreto en su nuevo libro The Oil Has Not Run Dry: The Story of My Theological Pathway (El aceite no se acaba: La historia de mi caminar teológico).
   
La camarilla secreta “gay” en el Vaticano II propuso el primer borrador para la declaración Nostra Ætate, que reivindicó la tradicionalmente condenada herejía “ecuménica” de que “todas las religiones son iguales” y que “todos adoramos el mismo Dios”. Ese documento también incluye que los judíos no debían ser convertidos al cristianismo, sino que ellos podían continuar por su propio camino (noción enteramente contraria a las enseñanzas del Apóstol San Pablo en el Nuevo Testamento). Además, Baum impulsa la noción marxista de la “justicia social” y la asesina “Teología de la liberación” contra los líderes conservadores en Latinoamérica, abrazadas por el jesuitismo arrupiano y por Jorge Bergoglio, ahora Antipapa Francisco I del Novus Ordo.

El expresbítero Baum (hijo del protestante Franz Siegfried Baum y la judía Bettie Meyer) admitió que fue un mentiroso en el Vaticano II. Él no tiene los cojones para admitir que es homosexual porque, como él dijo, asumirlo honestamente “habría reducido mi influencia como teólogo crítico. Estaba dispuesto a ser escuchado como un teólogo que confía en un Dios como Salvátor Mundi y comprometido con la justicia social, la teología de la liberación y la solidaridad global”. Baum también fue influyente en la iglesia conciliar de Canadá a pesar de sus posiciones abiertamente heréticas sobre la sexualidad, donde presionó a los obispos conciliares canadienses para negarse a adherir a las enseñanzas de Humánæ vitæ, la encíclica escrita por Montini-Pablo VI en 1968 contra el uso de métodos y prácticas anticonceptivas. El presbítero Baum primero se involucró en la sodomía a los 40 años en Londres, y antes de la navidad de 1977 se casó con la divorciada Shirley Flynn, que quince años atrás abandonó el Instituto de la Bienaventurada Virgen María (más conocido como Hermanas de Loreto o Damas Inglesas). Con ese matrimonio, sin resolverse aún la solicitud de dispensa de los votos, Baum incurrió automáticamente en excomunión.
 
El presbítero Baum tuvo un rol clave durante el conciliábulo. Él se desempeñó en varios cargos dentro de las comisiones encargadas de preparar los documentos. Comenzó su trabajo en noviembre de 1960, y acabó con la clausura del conciliábulo en diciembre de 1965. El juscanonista monseñor Vincent Foy denunció que Baum había “hecho más que cualquier persona para dañar la Iglesia en Canadá. [Parte de la información para este Comentario proviene de LIFE SITE NEWS y CHURCH MILITANT].
  
Verdaderos Católicos, con las confesiones de los heréticos modernistas ante el umbral de la muerte, los Católicos tradicionales están confirmados en el juicio de que el conciliábulo fue un hervidero de herejía, marxismo y, como lo prueba el presbítero Baum, el ascenso de los sodomitas.



Traducción del Comentario de los Padres de TRADITIO

Visto en: Miles Christi



Nacionalismo Católico San Juan Bautista




El Superior General de los jesuitas dice que hay que « reinterpretar a Jesús » - Alejandro Sosa Laprida


23/02/2017

« El beso de Judas », por Giotto di Bondone[1]

¡Ah, bueno! ¿Qué quieren que les diga? La verdad, esto ya no da para mucho más: que Dios nos encuentre confesados...

He aquí un extracto de la entrevista[2] concedida el 18 de febrero por el Padre Arturo Sosa Abascal, nuevo Superior General de la Compañía de Jesús:

P. - El cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, ha dicho a propósito del matrimonio que las palabras de Jesús son muy claras y que «ningún poder en el cielo y en la tierra, ni un ángel ni el Papa, ni un concilio ni una ley de los obispos, tiene la facultad de modificarlas».

R. - Antes que nada sería necesario comenzar una buena reflexión sobre lo que verdaderamente dijo Jesús. En esa época nadie tenía una grabadora para registrar sus palabras. Lo que se sabe es que las palabras de Jesús hay que ponerlas en contexto, están expresadas con un lenguaje, en un ambiente concreto, están dirigidas a alguien determinado.

P. - Pero entonces, si hay que examinar todas las palabras de Jesús y reconducirlas a su contexto histórico significa que no tienen un valor absoluto.

R. - En el último siglo han surgido en la Iglesia muchos estudios que intentan entender exactamente qué quería decir Jesús... Esto no es relativismo, pero certifica que la palabra es relativa, el Evangelio está escrito por seres humanos, está aceptado por la Iglesia que, a su vez, está formada por seres humanos… ¡Por lo tanto, es verdad que nadie puede cambiar la palabra de Jesús, pero es necesario saber cuál ha sido![3]

Y esto sin mencionar los dichos del Arzobispo Georg Ganswein, quien es nada menos que Prefecto de la Casa Pontificia de la Santa Sede y secretario personal del « Papa Emérito » Benedicto XVI, el cual aseguró en una entrevista concedida el 25 de diciembre de 2015 que no se puede demostrar la existencia de Dios. Éste es un extracto de dicha entrevista:

P. - Si alguien le preguntara: Su Excelencia, demuéstreme que Dios existe. ¿Qué le respondería?

R. - No hay prueba de que Dios exista, ni hay prueba de que Dios no exista. La fe no opera basada en la prueba racional. La fe vive de testigos y testimonios. Si soy convencido por un testigo y por lo que él dice, entonces esto inflama la fe. Todo lo demás no conduce a la fe, sino que permanece fuera de la fe. Esto es cierto también, y especialmente, en nuestros tiempos.[4]

Lamento mucho tener que añadir aquí una triste precisión, y espero sinceramente no escandalizar a nadie al hacerlo, pero resulta que ésta es la terrible realidad que nos toca vivir a nosotros, los católicos « post-conciliares »…

La precisión es la siguiente: lamentablemente, lo que dijo Ganswein fue también sostenido por Benedicto XVI antes de devenir « Papa Emérito », cuando afirmó que no se puede « probar » la existencia de Dios y que el cristianismo es, entre todas las « grandes opciones » en materia de religión,  la « mejor opción », por ser la más racional y la más humana…

En esta afirmación se combinan agnosticismo y naturalismo, doctrinas incompatibles con la fe católica y claramente condenadas por el magisterio eclesial. Huelga decir que la fe en Jesucristo no es una « opción », sino que es necesaria para la salvación, y que el cristianismo no es simplemente « mejor » que las otras « grandes opciones »  religiosas, pues se trata de la única religión verdadera. Ésta ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia.

Pero Ratzinger, en total conformidad con la enseñanza del CVII en materia de ecumenismo y de la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas (Unitatis Redintegratio y Nostra Aetate), da a entender que habría otras religiones que también serían « buenas », es decir, dotadas de eficacia sobrenatural, aunque menos « perfectas » que el catolicismo. Doctrina por cierto herética, condenada[5] por Pío XI en la encíclica Mortalium Animos del 6 de enero de 1928, y que fue puesta en práctica con motivo de las cinco reuniones interreligiosas organizadas en Asís por iniciativa de los últimos tres « Papas »: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. He aquí las palabras del actual « Papa Emérito »:

« Por último, para llegar a la cuestión definitiva, yo diría: Dios o existe o no existe. Hay sólo dos opciones. O se reconoce la prioridad de la razón, de la Razón creadora que está en el origen de todo y es el principio de todo -la prioridad de la razón es también prioridad de la libertad- o se sostiene la prioridad de lo irracional, por lo cual todo lo que funciona en nuestra tierra y en nuestra vida sería sólo ocasional, marginal, un producto irracional; la razón sería un producto de la irracionalidad. En definitiva, no se puede probar uno u otro proyecto, pero la gran opción del cristianismo es la opción por la racionalidad y por la prioridad de la razón. Esta opción me parece la mejor, pues nos demuestra que detrás de todo hay una gran Inteligencia, de la que nos podemos fiar.  Pero a mí me parece que el verdadero problema actual contra la fe es el mal en el mundo: nos preguntamos cómo es compatible el mal con esta racionalidad del Creador. Y aquí realmente necesitamos al Dios que se encarnó y que nos muestra que él no sólo es una razón matemática, sino que esta razón originaria es también Amor. Si analizamos las grandes opciones, la opción cristiana es también hoy la más racional y la más humana. Por eso, podemos elaborar con confianza una filosofía, una visión del mundo basada en esta prioridad de la razón, en esta confianza en que la Razón creadora es Amor, y que este amor es Dios. »[6]

Ahora bien: esto es manifiestamente herético…

Veamos lo que dice al respecto la Constitución Dogmática Dei Filius, promulgada por el Concilio Vaticano I el 24 de abril de 1870:       

« Sobre la Revelación: 1. Si alguno dijere que Dios, uno y verdadero, nuestro creador y Señor, no puede ser conocido con certeza a partir de las cosas que han sido hechas, con la luz natural de la razón humana: sea anatema. »[7]

El primero de septiembre de 1910 San Pío X promulgó el Motu Proprio Sacrorum Antistitum[8], con la finalidad de « conjurar el peligro modernista », el cual incluía, al final del documento, el Juramento Antimodernista que debía prestar todo miembro del clero, y que fue suprimido por Pablo VI el 17 de julio de 1967[9], por ser visiblemente incompatible con la tarea de aggiornamento de la Iglesia emprendida por Roncalli y continuada por Montini. Joseph Ratzinger efectuó el juramento (al igual que todos los papas conciliares), por lo cual su violación lo hace incurrir ipso facto en el anatema que pesa sobre quienes profesan la herejía modernista. Transcribo seguidamente un pasaje de dicho juramento:

« En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto. »[10]

Para ir concluyendo, he aquí tres citas de Francisco[11] que están en perfecta consonancia con los dichos inconcebibles del Superior General de los jesuitas sobre la necesidad que tendría la Iglesia de « reinterpretar a Jesús »:

« En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. »[12]

 « No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable. »[13]

 « El mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma. Tenemos que acercarnos a los conflictos sociales, a los nuevos y a los viejos, y tratar de dar una mano de consuelo, no de estigmatización y no sólo de impugnación. »[14]

Salta a la vista que estas declaraciones coinciden perfectamente con lo que sostiene el nuevo Superior General de la Compañía de Jesús, de quien transcribo a continuación otro pasaje de la entrevista:

« La Iglesia se ha desarrollado a lo largo de los siglos, no es un pedazo de hormigón. Nació, ha aprendido, ha cambiado. Por esto se hacen los concilios ecuménicos, para intentar centrar los desarrollos de la doctrina. Doctrina es una palabra que no me gusta mucho, lleva consigo la imagen de la dureza de la piedra. En cambio la realidad humana es mucho más difuminada, no es nunca blanca o negra, está en un desarrollo continuo. »[15]

Pero, a todas luces, estas palabras se hacen eco del evolucionismo teológico característico de la herejía modernista, condenada por San Pío X el 8 de septiembre de 1907 en la encíclica Pascendi, como lo prueba el pasaje siguiente de dicho documento:

« 25. […] Hay aquí un principio general: en toda religión que viva, nada existe que no sea variable y que, por lo tanto, no deba variarse. De donde pasan a lo que en su doctrina es casi lo capital, a saber: la evolución. Si, pues, no queremos que el dogma, la Iglesia, el culto sagrado, los libros que como santos reverenciamos y aun la misma fe languidezcan con el frío de la muerte, deben sujetarse a las leyes de la evolución. No sorprenderá esto si se tiene en cuenta lo que sobre cada una de esas cosas enseñan los modernistas. Porque, puesta la ley de la evolución, hallamos descrita por ellos mismos la forma de la evolución. Y en primer lugar, en cuanto a la fe. La primitiva forma de la fe, dicen, fue rudimentaria y común para todos los hombres, porque brotaba de la misma naturaleza y vida humana. Hízola progresar la evolución vital, no por la agregación externa de nuevas formas, sino por una creciente penetración del sentimiento religioso en la conciencia. »[16]

Moraleja: Los católicos tenemos actualmente dos « Papas » en el Vaticano pero, desgraciadamente, ambos son herejes…



[5] « […] invitan a todos los hombres indistintamente, a los infieles de todo género como a los fieles de Cristo […] Tales empresas no pueden ser aprobadas por los católicos de ninguna manera, ya que se basan sobra la teoría errónea según la cual todas las religiones son todas más o menos buenas, en el sentido de que todas, aunque de maneras diferentes, manifiestan y significan el sentimiento natural e innato que nos conduce a Dios  y nos lleva a reconocer con respeto su poder. La verdad es que los partidarios de esa teoría se extravían en pleno error, pero además, pervirtiendo la noción de la verdadera religión, la repudian […] La conclusión es clara: solidarizarse con los partidarios y los propagadores de tales doctrinas es alejarse completamente de la religión divinamente revelada. » http://es.catholic.net/op/articulos/19089/cat/703/mortalium-animos.html
[11] Para mayor información acerca de las innumerables herejías y blasfemias de Francisco, se puede consultar el libro Tres años con Francisco: la impostura bergogliana, publicado por las Editions Saint-Remi en cuatro idiomas (castellano, inglés, francés e italiano):
http://saint-remi.fr/es/livres/1436-tres-anos-con-francisco-la-impostura-bergogliana.html                                        
[12] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del 24 de noviembre de 2013, § 43: https://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf
[13] Ibidem, § 129.
[14] Entrevista con  Joaquín Morales Solá el 5 de octubre de 2014 publicado en La Nación:

sábado, 18 de febrero de 2017

¿Martires protestantes? – Mons. De Segur



  ¿Tiene mártires el protestantismo? Él (protestante) así lo cree, pero se engaña.

  Un mártir es un hombre que da su vida por permanecer fiel a la fe de Jesucristo. Él muere, no por opiniones personales, sino por la doctrina de la Iglesia de Dios. Él no es terco sino fiel. De consiguiente, todo cristiano que es muerto en odio de la fe, es un mártir.

  Los pocos protestantes que han sido muertos con motivo de sus opiniones religiosas, ¿habrán sido mártires? No, pues que ellos han sacrificado su vida por ideas personales, por convicciones puramente humanas, prefiriendo su juicio propio a la misma vida; de manera que su muerte ha sido el acto supremo del orgullo, mientras que el martirio es el acto supremo de la humilde sumisión y de la abnegación de sí mismo. No basta morir para ser mártir. Es necesario, para merecer esta palma, morir por la Verdad, cuyo honor exige a veces el sacrificio de la propia sangre.

  El carácter de los pretendidos mártires de las sectas protestantes, es ante todo fanatismo, la exaltación, el furor, lo cual es propio orgullo. Los verdaderos mártires, al contrario, aquellos que la Iglesia, esposa inmaculada de Jesucristo, le da por hijos, esos desde San Esteban hasta los misioneros que hoy dan testimonio con su sangre a la fe en el extremo Oriente, han muerto todos en la paz de Dios, dulces y humildes, como víctimas inocentes, perdonando con amor a sus verdugos, dignos de Jesucristo en la vida y la muerte.


  La Iglesia Católica es la única que engendra mártires, como ella sola engendra santos.



Mons. G. de Segur – Conversaciones sobre el Protestantismo actual – 1984
 Tipografía San José de Juan M. Troncy –Págs.119-120.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista


martes, 14 de febrero de 2017

El resentimiento del judío errante



  “Basta de galos, por favor. Basta de celtas, de germanos, de eslavos, de conquistadores romanos y de conquistadores árabes. Porque entonces me siento solo y desnudo: mis antepasados no han sido nunca ni galos ni celtas, ni eslavos, ni germanos, ni árabes, ni turcos…”

  “Yo no he podido nunca decir “nosotros” al pensar en esas ascendencias históricas de las cuales se enorgullecen mis conciudadanos. Nunca he oído a otro judío decir “nosotros” con naturalidad, sin hacerse vagamente sospechoso de ligereza, de condescendencia o de hipocresía”.

  “Cuando hace algunos años salí de Túnez para trasladarme a Francia, sabía que salía de un país musulmán, pero ignoraba que iba a un país católico. Unas cuantas semanas bastaron para imponerme esa evidencia”.

  “Descubrí rápidamente que la realidad francesa es inextricablemente confusa, liberal y católica, clerical y anticlerical al mismo tiempo. Pero el fondo común cristiano se encuentra en todas partes, más o menos diluido, más o menos ruidoso”.

  “Francia, a pesar de todo, continúa siendo un país católico, del mismo modo que Norteamérica es un país protestante”.

  “Cuando viajo por el interior de este país, ¿qué es lo que me muestran con justificado orgullo? ¿Qué es lo que yo mismo pido que me enseñen, espontáneamente, sino las iglesias, las capillas, los baptisterios, las Vírgenes, los objetos del culto, y muy pocas cosas más? He comprobado la exactitud de las descripciones de escritores ecuánimes: los pueblos están apretados alrededor de su Iglesia, alrededor de los campanarios, que los señalan desde lejos y parecen protegerlos”.

  “¿Es un caso exclusivo de Francia? No, desde luego; el año pasado quedé estupefacto e indignado primero, y luego amargamente divertido, al leer en los periódicos italianos la solemne declaración de Togliatti, jefe de los comunistas italianos, estimulando y bendiciendo a los “comulgantes comunistas”. Lo sé: se me dirá que se trata de simple “táctica”… Pero, si es necesaria la táctica, significa que existe una realidad con la cual hay que enfrentarse. Y la realidad, en este caso, estriba en que el pueblo italiano es profundamente católico, como lo es el pueblo polaco, como lo es el pueblo español, etc.”.

  “Lo que constituye mi situación religiosa no es tanto el grado de mi profunda religiosidad como el hecho de que no pertenezco a la religión de los hombres entre los cuales vivo, de que soy un judío en medio de no-judíos. Lo cual significa asimismo que mis hijos, mis padres, mis amigos, se encuentran en ese caso. Hasta cierto punto, me encuentro siempre al margen del universo religioso, de la cultura de la sociedad de la cual formo parte en otros aspectos.”.

  “La legalidad de los países cristianos es una legalidad de inspiración cristiana apenas disfrazada, y a menudo proclamada; la legalidad de los países musulmanes es una legalidad musulmana sin reticencias”.

  “La religión de los otros está en todas partes, en la calle y en las instituciones, en los escaparates y en los periódicos, en los objetos, en los monumentos, en los discursos, en el aire, la moral y la filosofía son tan cristianos como el derecho y la geografía. La tradición filosófica que se enseña en las escuelas, los grandes temas de la pintura y de la escultura están tan impregnados del cristianismo como la legislación del matrimonio. Encontrándome el año pasado en la Costa Azul, me divertí observando los pueblos que llevan nombres de santos: Saint-Tropez, Saint-Maxime, Saint Raphael, Saint-Aygulf… Por otra parte, ocurre lo mismo con las estaciones del Metro de París. Si mis recuerdos son exactos, mi primera irritación contra París, ciudad a la que por otra parte quiero tanto, fue de origen religioso. Ocupado parte del día en un desagradable trabajo, por la noche velaba hasta muy tarde para progresar en mis estudios; cada mañana me despertaban unas campanas lanzadas al vuelo, insistiendo largamente, y volviendo a la carga cuando estaba a punto de quedarme dormido de nuevo. Entonces, todo hay que decirlo, vivía en un pequeño hotel a dos pasos de una Iglesia; pero en esta ciudad siempre se está a dos pasos de una Iglesia. Aquellas campanas anunciaban unos deberes comunes a los demás, pregonaban su unión; al mismo tiempo, señalaban a mis oídos mi exclusión de aquella comunidad... Estaba en un país católico; todo el mundo debía encontrar normales y quizás agradables aquellas campanas matutinas, excepto yo, y los que eran como yo, que me sentía molesto e indignado. Con una indignación impotente, por añadidura, ya que los otros, los que no se sentían molestos por el toque de las campanas, que tal vez ni siquiera les despertaban, eran el número y la fuerza. Lo que a ellos les preocupa, lo que ellos aprueban es la legitimidad. Aquellas campanas no son más que el eco familiar de su alma común...”

  “¿Se dan cuenta siempre, los cristianos, de lo que el nombre de Jesús, su Dios, puede significar para un judío? Para un cristiano, incluso convertido en ateo, evoca, o al menos ha evocado, una inmensa virtud, un ser infinitamente bueno, que se propone como el Bien y que ha venido a sustituir todas las morales del pasado. Para el cristiano que continúa siendo creyente, resume y realiza la mejor parte de sí mismo. El cristiano que ha dejado de creer no se toma ya esa ambición en serio, incluso puede experimentar un resentimiento, acusar a los sacerdotes de incapacidad o aún de falsedad; pero, si denuncia una ilusión, no pone en duda, generalmente, la grandeza y la belleza de la ilusión. Para el judío que no ha dejado de creer y de practicar su propia religión, el cristianismo es la mayor usurpación teológica y metafísica de su historia, es una blasfemia, un escándalo espiritual y una subversión. Para todos los judíos, aunque sean ateos, el nombre de Jesús es el símbolo de una amenaza, de esa gran amenaza que pende sobre sus cabezas desde hace siglos, y que en cualquier momento puede estallar en catástrofes, sin que ellos sepan por qué, ni cómo prevenirlas. Ese nombre forma parte de la acusación, absurda, delirante, pero de una eficaz crueldad, que les hace la vida apenas respirable. Ese nombre ha acabado por ser, finalmente, uno de los signos, uno de los nombres del inmenso aparato que les rodea, les condena y les excluye. Que mis amigos cristianos me perdonen; para que me comprendan mejor, y para utilizar su propio lenguaje, diré que para los judíos, su Dios es un poco el diablo. Si el diablo, como ellos afirman, es el símbolo, la condensación del mal sobre la tierra, inicuo y todopoderoso, incomprensible y obstinado en aplastar a los desamparados humanos”.

  “Un día en Túnez, un idiota judío (siempre teníamos cierto número de esos desgraciados que frecuentaban los cementerios y las reuniones comunitarias), al ver pasar un entierro cristiano se sintió súbitamente poseído por un insólito furor. Con un cuchillo en la mano, se precipitó sobre el cortejo, el cual se dispersó aterrorizado, en tanto que el idiota, sin mirar siquiera a la multitud aullante de terror, se acercó rápidamente a uno de los monaguillos… y le arrancó el crucifijo de las manos, lo tiró al piso y lo pisoteó rabiosamente largo rato. Tardé bastante en comprender aquel hecho: la ansiedad se expresa como puede; el idiota respondía a su modo a nuestro común malestar ante aquel mundo de crucifijo, de sacerdotes y de iglesias, símbolos concentrados de la hostilidad, de la extrañeza de aquel universo que nos rodeaba en cuanto salíamos del angosto espacio del gueto”.

Ahora estoy convencido de que la historia de los pueblos, su aventura colectiva, es una historia colectiva, es una historia religiosa; no solamente marcada por la religión sino vivida y expresada a través de la religión. Esa fue una de nuestras grandes ingenuidades, y muy nociva: el haber creído, en nuestros medios llamados de izquierda, en el final de las religiones. Fue un gran error haber tratado de minimizar su papel en la comprensión del pasado de los pueblos. No se trata de celebrarlo ni de lamentarlo, sino de comprobar su extraordinaria importancia y tenerla en cuenta. Hoy me parece evidente que toda la vida colectiva de los cristianos está determinada aún en su conjunto por el cristianismo; su historia pasada y la historia que continúa haciéndose. Ved aún esas sucesivas consagraciones que jalonan la historia y la vida de Francia; la consagración de Carlomagno y la de Clovis, la consagración de Carlos VII y la de Napoleón. Se sabe el lugar y el papel de la Iglesia en las costumbres y en la política: esas regiones enteras dependientes de las consignas de sus párrocos…”

  “Todo eso es trivial, desde luego; hasta tal punto, que apenas se piensa ya en su significado. Se descubre todavía mejor, quizás, la intensidad de lo religioso en los momentos de fiesta, cuando lo religioso culmina, cuando la colectividad adquiere conciencia de ella misma, como ser único. Por una ironía de la suerte, no menos trivial e incomprensible, es entonces cuando el judío se descubre más excluido. En el instante en que el cuerpo social se unifica más en la comunión recobrada, en el recuerdo de los dramas y de las victorias comunes, el judío mide mejor su no-coincidencia, su distanciamiento de la comunidad. Entonces, todo se lo recuerda, con más insistencia que de costumbre: los periódicos, la radio, las calles, las manifestaciones públicas de los jefes de la nación. En la semana de la Navidad, los discursos científicos, políticos, en la radio, en la televisión, empiezan con unas invocaciones: “En estos días en que todos los hombres se sienten niños de corazón...” ¿Todos? Yo, no; yo no pertenezco a esa comunión. Uno de los primeros gestos del general De Gaulle al asumir el poder fue dirigirse al Papa solicitando su bendición para Francia y para los franceses. ¿Forma parte el judío de esa Francia? En caso afirmativo, ¿cómo puede aceptar que sea bendecido por el Papa, y él con ella? En realidad, los jefes de Estado obran como si el judío no existiera. Es cierto que apenas cuenta, que ni siquiera se atreve a contar él mismo: de no ser así, ¿cómo toleraría que el jefe de Estado, es decir; su representante, fuera a la Iglesia en el ejercicio de sus funciones, es decir, en su nombre? El nuncio apostólico es decano del cuerpo diplomático: ¿con que derecho? Por una simple deferencia hacia la religión católica, que no es la suya (la del judío). En los momentos de mayor efusión, en las ceremonias y en los ritos comunes, en el sepelio de los héroes, en la celebración de las victorias, o en las catástrofes ferroviarias, el judío comprueba con más fuerza su aislamiento y su escasa importancia; y su corazón se oprime al descubrir que aquella efusión, aquella reconciliación general, donde todos sus conciudadanos vuelven a encontrarse, redescubriéndose orígenes y proyectos comunes, le dejan al margen”.

  “Me doy cuenta, en el mismo instante de enunciarla, de lo que mi protesta puede tener de poco convincente y de irrisoria, y mi reclamación de exorbitante. ¿Acaso pretendo imponer mi ley a la mayoría? ¿No es natural que una nación viva según los deseos, las costumbres y los mitos del mayor número? Pero, me apresuro a decirlo, lo reconozco inmediatamente: completamente natural. No veo cómo podría vivir de otro modo. Debo confesar, incluso, que hoy tengo un concepto distinto del fenómeno religioso. Continúo creyendo, desde luego, en lo nocivo de la influencia clerical en la vida de una nación, en la necesidad de luchar contra toda influencia política de los sacerdotes y contra toda utilización política de la religión. Pero creo también que el fenómeno religioso no es una invención de los curas o de una sola clase dominante. Es una expresión, de las más importantes y significativas, de la vida de todo el grupo”.

  “El judío es el que no pertenece a la religión de los otros. Quisiera, sencillamente, llamar la atención sobre esa diferencia y sus consecuencias, vividas por mí. Es evidente que tengo que vivir una religión que no es la mía y que rige y determina toda la vida colectiva”.

  Tengo que salir de vacaciones en las fiestas de Pascua cristianas y no en la Pascua judía. Que no se me replique que numerosos ciudadanos no judíos condenan también esa contaminación. No se trata más que de una condena teórica; su vida cotidiana permanece ordenada por la religión común, que al menos fue su religión y que no les desgarra.

  “Lo malo- me decía, medio en broma, medio en serio, uno de mis amigos no-judíos- es que ni siquiera has sido cristiano”

  “Ya he contado en otro lugar cómo nuestra adolescencia y nuestra madura juventud se negaban igualmente a pensar en serio en la posibilidad de persistencia de las naciones: Vivíamos en la entusiasta espera de nuevos tiempos, inauditos, y creíamos ver ya sus signos precursores: la agonía, decisivamente iniciada, de las religiones, de las familias y de las naciones. Los Retrasados de la historia que se aferraban a esos residuos sólo nos inspiraban cólera, desprecio e ironía. Hoy comprendo mejor por qué poníamos tanto ardor en cultivar tales esperanzas. Desde luego, el humor impaciente y generoso de la adolescencia, que la impulsa a liberarse y a liberar al mundo entero de todas las trabas, encaja de un modo especial en las ideologías revolucionarias. Pero, además, éramos judíos. Estoy convencido que el hecho de ser judíos no era ajeno al vigor de nuestra elección: por encima de las familias, las religiones y las naciones de los demás, que nos rechazaban y nos aislaban en nuestro judaísmo, queríamos volver a encontrar a todos los hombres como los demás”.

  “Bueno, sea que nos equivocábamos del todo, sea que hayamos entrado en un período de reflujo, sea simplemente que me he hecho viejo, me he visto obligado a admitir que aquellos residuos poseían la vivacidad de la grama y se obstinaban en continuar siendo unas estructuras profundas de la vida de los pueblos, unos aspectos esenciales de su ser colectivo. La guerra se hizo en nombre de las naciones, y la Paz confirmó a las más antiguas e hizo nacer otras nuevas. La postguerra vivió un indiscutible renacer religioso que llevó, en una parte de Europa, a unos partidos confesionales al poder.  Por haber comprendido eso, los comunistas, atentos siempre al pulso de los pueblos, felicitan a los comulgantes comunistas, proponen a los cristianos su “mano tendida” y se proclaman patriotas nacionales. Los socialistas ni siquiera tienen necesidad de fingir”.

  “Al parecer, estamos condenados, y por mucho tiempo, a las religiones y a las naciones. Una vez más me limito a dar constancia de una realidad, no la juzgo”.

  “¿Qué va a ser de nosotros? ¿En qué quedarán nuestras esperanzas de adolescentes? Lo que sentíamos de un modo confuso, lo que queríamos suprimir rechazando toda la sociedad de entonces, no quiero ni puedo ocultármelo ya a mí mismo: siendo lo que es el estado religioso de los pueblos, siendo lo que es la nación, el judío se encuentra, hasta cierto punto, al margen de la comunidad nacional”.

  “La historia del país donde vivo se me aparece como una historia de prestado. ¿Cómo podría sentirme representado por Juana de Arco, cómo podría oír con ella sus voces patrióticas y cristianas? Sí, todavía la religión. Que me den una receta para pensar independientemente en la tradición nacional y la tradición religiosa. No puedo olvidar que la heroína nacional llevaba su espada como una cruz: como la mayoría de los héroes históricos; al morir, Bayardo pedía que dejaran besar su espada; doble símbolo fundido en uno. ¿Cómo podría identificarme con Clovis, ingenuo y bueno al decir de los manuales de la escuela primaria pero que, al parecer, hubiera exterminado de buena gana a los malvados judíos? ¿O con Napoleón, tan ambiguo, tan halagado, por los judíos de su época? ¿O,  con mayor motivo, a los zares pogromistas o a los soberanos orientales? En verdad, me resulta imposible coincidir seriamente con el pasado de ninguna nación”.
  

A.    Memmi: Retrato de un judio, Gallimard, 1962 citado por Leon de Poncins: El judaísmo y la Cristiandad, Ed. Acervo, 1966 pag. 211-222


Enviado por Santiago Mondino



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