martes, 26 de abril de 2016

La Consistencia del Obrar Humano (Parte I) – Dardo Juan Calderón


LA AUTORIDAD

Dando una vuelta más a las reflexiones que veníamos haciendo, podemos tratar aquí el tema que llamaremos, de la “consistencia” del obrar humano; que hace a la historia y que hace a lo político.

En un primera aproximación, es de experiencia común que hay ciertas personas que en su derrotero vital, causan en las otras una impresión y una influencia, mucho mayor que otras. Esto puede ser producto de una cualidad especial de la misma, o de su posición de poder con respecto a las otras. Y esta influencia puede ser mala o buena. El hombre, naturalmente, trata de que sus acciones, su obrar, tenga una consistencia que haga perdurable sus obras, sus empresas. Pero me animo a decir que hoy por hoy, el hombre siente como una enorme contrariedad esta imposibilidad de cuajar obras de consistencia. Esta sensación de que lo que hace, al momento se deshace. Las empresas que fundamos, los órdenes que establecemos, no duran nada ni bien le quitamos la presión de una gran voluntad.  Y esto, adelantamos, es porque falla en su autoridad, o mejor dicho, porque falla LA autoridad.

A la influencia que proviene de la posición de poder que se tiene sobre otros, la vamos a llamar simplemente “poder”; y a la influencia que se ejerce por virtud de las cualidades, “autoridad”. Pero dejemos en claro que ambas pueden coincidir. Se pueden tener las dos juntas o separadas. Un padre tiene poder jurídico sobre sus hijos, pero además puede tener autoridad, o no.

Pero eso sí, vamos a dejar en el poder, así sólo, esta posibilidad de que sea para mal o para bien. Y en la autoridad, sólo la consideramos si es para bien. Es decir, que el poder, da una influencia sobre las personas que quedan sometidas al mismo, que puede ser para bien o para mal. Y la autoridad es sólo una influencia que es para bien, no hay autoridad para el mal. No existe el planteo de que “esa autoridad es mala” o de que “hay que resistir la autoridad”. Si es mala o hay que resistirla, pues no es autoridad, es otra cosa, es poder. Para entendernos.

Un primer problema sería el plantearnos si cuando se ejerce poder, para bien, esto se asemeja a la autoridad. Pues para nosotros no. Más allá que toda conducta que se logre imponer a los demás por la fuerza del poder y para bien, es de alguna manera modélica, ejemplar y modulante,  no es propiamente autoridad y una vez retirada la fuerza, se esfuma en dos minutos; es inconsistente. (Algo de esto dijimos del gobierno de Franco, que nos pueden criticar si decimos que era puro poder, como dice la izquierda. Pero lo que denuncia el defecto es el síntoma de la perdurabilidad, de la consistencia. ¡Si se terminó tan rápido! era sólo poder, no tenía la consistencia espiritual para permanecer en los hombres. Ya veremos si era su culpa o no).

Dejamos para denominar como propiamente autoridad a esa virtud de influir o provocar en los otros conductas buenas, que son ejecutadas y producidas por una aceptación voluntaria y por un convencimiento íntimo de la bondad de las mismas en el sujeto influido, construyendo virtudes, es decir, hábitos perdurables. Educar, convertir.

De esta manera podemos decir que el poder tiene una sola punta, está en un solo lado de la relación, en la que uno es sujeto activo y el otro pasivo. Pero la autoridad tiene dos puntas, ambos son sujetos activos de la misma aunque con distinta importancia. Se hace patente la autoridad en alguien, si otro es capaz de reconocerla y aceptarla como buena. De esta manera la autoridad se construye como una relación de reciprocidad. Pero puede la autoridad encontrar en la otra punta a la “rebeldía”, y se rompe la relación, se hace infecunda. Ante la rebeldía se puede ejercer el poder, si se quiere, pero Dios no quiso ejercer el poder que tenía, prefirió que lo aceptáramos como Autoridad desde dentro, y ante cada rebelión, simplemente nos embromamos. Lo más gracioso es que después de rebelarnos y embromarnos, le echamos en cara que no nos haya obligado a la fuerza. En fin… (El que tenga hijos conoce la historia).

Por ello, aunque no es impropio decir que se puede tener el poder y la autoridad; si se tiene efectivamente la autoridad, el poder se hace casi innecesario, no es necesario ejercerlo. Es el sueño del padre de familia.  “Para el justo no hay ley”.

 Está bien decir que la autoridad la da el “conocimiento”. Alguien es una autoridad en algo, porque conoce ese algo. Esa ciencia u ese oficio, o lo que sea. Fulano de tal es una autoridad en medicina. Punto. Nadie se la quita. Pero si la vemos como fenómeno para producir conductas en los otros, los otros tienen que tener la aptitud para poder apreciar el conocimiento más egregio de aquel, pero ¿cuál es esa aptitud? Por ejemplo, la maestra es reconocida por el alumno – que no sabe nada de nada - como autoridad, y si la reconoce y le presta su confianza, cree que dos más dos es cuatro y aprende de ella.  Si no, la autoridad queda en el sujeto mismo y nunca puede servir de motor para las conductas. Es decir que lo que nosotros queremos ver ahora es esa aptitud de la autoridad para provocar conductas buenas, y por tanto, tenemos que incluir en la relación el término del “otro”, del que es capaz de reconocer y aceptar la autoridad y que por ello mismo, no es un sujeto totalmente pasivo, sino también activo del fenómeno. Vivimos criticando a nuestras autoridades, y no nos damos cuenta que somos nosotros – la más de las veces – los que la minamos y saboteamos. Y a veces se suple una autoridad débil, con una obediencia fuerte. (No una mala, que no es propiamente autoridad… dije débil).

Quizá alguno vaya descubriendo cuál es esa aptitud que devela la autoridad. Es fácil, amor o Caridad. “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat 16,17).

 El poder tiene la facultad de provocar conductas externas, y en esto, satisface las exigencias del derecho, EL DERECHO ES PODER (cuando hablan de “estado de derecho” me muero de risa ¡se agota en la policía!). Veamos, el derecho busca que los hombres realicen conductas apropiadas a la norma justa, y se contenta con que esas conductas, efectivamente se ejecuten. Que Pedro le pague lo que le debe a Pablo. Y es suficiente, aunque Pedro y Pablo sean dos malos tipos. Y está bien que esto sea así.

Pero la moral no es así, no se contenta con que uno haga conductas externas conforme a la norma justa, sino que pide que estas conductas sean queridas como buenas por el sujeto que las ejecuta, Es decir, que Pedro quiera de buen grado pagarle a Pablo, porque está convencido de que es justo que así sea. Que reconoce lo justo, más allá de la norma, con una fuerza de autoridad. Y que Pablo sea agradecido.

 Es decir que la autoridad no mueve al hombre a conductas externas con prescindencia de que esté convencido de hacerlas, sino que lo mueve de dentro, lo convence de la bondad, y el sujeto se mueve por esto, pero se mueve él. Uno puede hacer un acto justo en derecho al pagar lo que debe, pero puede ser un acto inmoral si lo hace por temor a la sanción o lleno de odio y resentimiento y porque no le queda otra. Lo movieron de fuera.

La política está en el medio de esto, entre la moral y el derecho. Tiene que producir un orden, que si es por poder coactivo, no está mal (como en la familia), porque se hace cumplir el derecho. Pero que si es por haber logrado en los ciudadanos (o hijos) un convencimiento de la bondad de ese orden, está mucho mejor, porque logra la amistad política y es más fácil, más barato y más perdurable. (La política es hierro y arcilla, al político le gusta aplicar el hierro, y la Iglesia lo obliga a poner un poco de arcilla. El político tiene razón, porque si no aplica hierro nada funciona; pero la Iglesia tiene razón mayor, porque con arcilla se logran conductas más “consistentes”, más internas, y no hace falta tanto hierro. Ambos luchan por el equilibrio y en esta vida siempre se desequilibran). Pero aclaremos. Ese orden logrado a puro poder, se sabe efímero, inestable, costoso. En cambio el otro, es perdurable, estable y “barato”. Esto lo saben todos, y saben que cuando es sólo poder, si te distraes, todos hacen macanas. Las empresas establecen carísimos sistemas de control porque no pueden lograr que sus empleados crean que no es bueno robar.

 Todos lo saben, hasta los malos. Y quieren un sistema que se parezca a esto, a la autoridad. Y aquí hay un “atajo”. Un remedo de esta autoridad en lo político. Que es la seducción y el engaño (pero que en realidad otorga poder, no autoridad. Es una especie de poder). Estas cosas pueden parecer que son autoridad y de hecho, por un rato, funcionan muy parecido a esta. Cuando uno miente la primera vez, y el otro se lo cree, lo que logra no es tan efímero ni tan inestable como la fuerza pura, pero la historia ha demostrado que son enormemente costosas cuando se evidencia el engaño, y cada vez más costosas cuando es un recurso repetido, una y otra vez.  Se gana una elección con un buen eslogan, la primera. La segunda hay que pagar publicistas con más imaginación. A la tercera es un montón de plata, y desde la cuarta, el único esfuerzo del político está en mantener la mentira que lo sostiene.  Que no otro es el principio de la democracia liberal, que no admite que vayamos contra la libertad con el principio de autoridad, aunque sí con el engaño (¿?); y cuya mentira más grande es dejar en claro que nadie tiene autoridad y que nadie debe entrar en el interior de los otros para moverlos desde dentro – es una violación de “domicilio”, va contra la libertad - y para no quedar en sólo poder, quiere otorgar al poder una característica de la autoridad, que es la de estar en las dos puntas. La democracia te hace creer que el poder está en la multitud y que este se lo presta a los representantes. Pero no es así, el poder es siempre de un solo término, el resto son mentiras. (Saludos a Suarez).

Ahora bien, aclarados estos puntos, invirtamos el análisis. Podemos hacer una valoración de la calidad de esas autoridades o de esos poderes, por el tiempo de duración que han logrado en las conductas que proponían. Un buen padre, hace un apellido por varias generaciones.  (El caso que dijimos de Franco, y que no es culpa de Franco, es que muy posiblemente tenía la autoridad, pero no encontraba la respuesta en la otra punta, cosa que les pasa a muchas autoridades cada vez más).  Ver si producían efectos perdurables o efímeros. Si eran estables o inestables, y si eran onerosos o “baratos”. Y estamos en un análisis histórico.

Es cierto que ha habido poderes enormes que han permanecido muchos años y hasta siglos, pero dependían de un gran aparato de poder (ejércitos, burocracias, etc.) pero una vez que este menguaba, se caían como piedras y pocos frutos quedaban de él (piensen en los persas o los egipcios y sus millones de esclavos).

 Recapitulemos. Si recuerdan lo dicho cuando hablamos de historia, conforman la historia aquellos hechos que de alguna manera siguen presentes, y siguen influyendo en el hombre actual. Lo demás, pasa al olvido, no es historia. Por tanto el valor histórico del obrar humano, su “consistencia”, pasa principalmente por ser producidos desde esta perspectiva moral –espiritual- que dan las autoridades al obrar, y por esa facultad de producir conductas estables y perdurables. Lo demás, lo que es producto del poder y la mentira, se pierde en la nada al poco tiempo. Los que saben de negocios, han experimentado que los patrimonios modernos, por efecto de una legislación que los hace inestables, son inconsistentes y se esfuman muy rápido (se sabe que es para evitar la gestación de aristocracias). La ideología liberal produce el mismo efecto al obrar humano. Lo hace inconsistente con la excusa de no permitirle entrar en el interior del hombre y respetar su libertad.

 Ahora bien, estos ordenes producidos por la actuación de una autoridad, no quiere decir que sean puramente espirituales y no necesiten de algún andamiaje material para encarnar su sabiduría y mantenerla presente entre las gentes. Sino, seríamos ángeles. Existen autoridades en medicina, pero se respaldan y se mantienen vigentes, normalmente en “escuelas” o universidades de medicina, que siguen cultivando las enseñanzas de las autoridades en medicina y avanzando sobre sus enseñanzas.

Vamos al grano. La autoridad por excelencia es Cristo que tiene el “conocimiento”; la sabiduría y el conocimiento mismo del hombre y de la creación. Pero debió encarnarse en un Hombre para que de esa materialidad lo percibiéramos, porque somos como Tomás. No sólo eso. Fundó una organización para mantener vigente ese conocimiento que trajo a los hombres. Pequeña, liviana, con poco poder y mucha autoridad; con una autoridad “infalible”, que provenía de Él mismo y nunca menguaba. Claro que podía fallar el otro término de la relación; comenzando con el mismo Papa, que no es en sí mismo el término primero de la autoridad – este es Cristo – sino que es receptor activo desde la otra punta, es puente – Pontífice -  y en la medida que se dispone a hacerlo bien, pues tiene esa misma infalibilidad para la transmisión del saber (no para la generación del saber). La función del Papa es ser el primero en obediencia, en ser el mejor término de la relación de autoridad que emana de Dios. “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió” (Juan 7,16). 

  Veamos un mal ejemplo;  hace poco en un artículo de Infocaótica – hablando del Papa - se decía: “Por tanto, antes de obedecer -de manera inteligente- se debe analizar la moralidad de la conducta imperada por la autoridad. Y si la conducta no es mala, hay que ajustarse a la norma”.  Agregamos…  ¿Y si es mala? ¿Entonces no nos ajustamos? ¿Quién dice si es mala o buena? ¡YO! Y entonces ¿Para qué está la autoridad?

Es decir, que estos caballeros ponen la libertad antes de la autoridad y terminan convirtiendo el asunto en norma, en derecho.

 Si la autoridad es Cristo, pues yo no puedo ponerla en duda ni sujetarla a análisis,  la acepto o me rebelo; y cuando la acepto porque es Cristo, ahí me viene la inteligencia de lo mandado, no antes. Si la conducta está imperada “por la autoridad”, nunca es mala, no puede ponerse en tela de juicio la autoridad o no existe autoridad.

 Lo que puede pasar es que no sea la autoridad, sea poder, o simplemente sugerencia, porque esa potestad o dignidad se rebeló primero. No es el contenido de lo mandado lo que ponemos en duda y sujetamos a juicio cuando estamos frente a una autoridad. Principalmente no es así porque ella “sabe” y nosotros no – por eso es autoridad- sino que,  lo que la inteligencia juzga es si esa persona es o no es autoridad. ¿Y cómo lo hago si no es por los contenidos? Y resulta que yo no sé nada de los contenidos al lado de ella. Ahhh… Veremos. ¿Cómo sabe el niño que la maestra no lo engaña? ¿Revisa las matemáticas que le dan?

  La afirmación citada más arriba, es liberal, y sobre ella no se puede sostener ningún principio de autoridad. Si yo puedo juzgarla, soy tan autoridad como ella, y si todos somos, nadie es. Así que para que vayan rumeando, si el Papa dice algo en función de “autoridad” – magisterio-  no puede ser sometido a juicio, ni con mi inteligencia en la conciencia ni con anteriores declaraciones magisteriales que yo interpreto. Yo no miro a la autoridad del Papa bajo la luz del magisterio anterior o bajo el foquito de mi inteligencia; es verdad y se acabó, tengo que ponerme a entenderla. Pero…

  Salvo que expresa o tácitamente, el Papa (y todos los que deberían ser autoridad en un punto) diga que “él no es quién para decir las cosas”, es decir que niegue su autoridad, o que no ejerza en términos de autoridad, sino como simple opinólogo. Que diga que es “pastoral”. Es más, que se haya hecho liberal y que entienda que él no puede o no debe transformar al hombre en su interior con esa enorme virtud que es la autoridad, sino dejar que el hombre busque en libertad su propio camino. Que entienda que el primer valor es la libertad. Y se acabó la autoridad. Finalmente, que haya dejado de amar, como a veces nos pasa a los padres, que estamos hartos de rebeldes y un día decimos: “Ma si…. hacé lo que se te cante… no me caliento más”. La autoridad se acaba cuando el Papa – o cualquiera que debe ejercer una autoridad – habla por su propia cuenta : “El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que lo envió, este es verdadero…”(Juan 7, 18).

 Volvamos a la Iglesia y al tema de la consistencia de los actos. Una organización que se mantiene con nada (o casi). Y produjo la mayor influencia que se haya podido registrar en la historia sobre los hombres. “Hizo historia”, se puede decir.  (Aquí hago una pequeña reflexión de algo que había insinuado; el Imperio Romano no habría sido nada, como los otros, si sobre él, sobre su materialidad, no se hubiera injertado la autoridad cristiana). Pero no dejemos de tener en cuenta que debe mantenerse esa materialidad que es la Iglesia, que debe recordar a los hombres el dictado sabio de la autoridad a través de sus sacerdotes que hacen “escuela”. Y que si no hay más sacerdotes, o hay pocos, esta autoridad decae en la facultad de producir conductas (pero no decae la autoridad en sí misma). Y en esto consiste para nosotros los imperfectos, el cumplir el deber de gratitud aportando a su subsistencia material.

 El orden cristiano fue un orden que tardó en cuajar, porque pedía esta aceptación desde el interior de los hombres, y lleva tiempo. Y una vez logrado en un espacio, perduró y fue estable, con pocos policías y pocos ejércitos. (En época de Luis XVI, en Paris había 15 policías, unos pocos años después pasaban - con Fouché - de cuatro mil).

  La historia se movía lentamente y los valores permanecían en el alma de los hombres. Pero claro, era Dios mismo el que lo inspiraba, esta era la Autoridad bajo la cual los demás hacían escuela. Todos eran términos de esa autoridad (con un Puente), pero no pasivos – como dijimos – sino activos y agradecidos.

 Sin embargo, dijimos, la autoridad tiene dos puntas, y realmente no se puede concebir que el hombre que es un bicho inestable y tendiente a hacer el mal, pudiera tener la disposición para ser el contrapunto de Esa autoridad ¡Ni los santos ni los Papas! Es decir, tener en sí la sabiduría, el amor y la mansedumbre de los niños con sus maestros, para reconocer la Autoridad y conformar esa relación doble, bilateral, que es el fenómeno “autoridad” en la producción de conductas. Su naturaleza caída no daba para tanto.

 Entonces Dios tuvo que poner algo en la “otra” punta, algo de sí; y esto se llama “gracia”, que es Él mismo en la otra punta. En la que Él en nosotros, se reconoce a Él en Sí Mismo. Pero de una manera misteriosa que no comprendemos. Este algo de Él – su vida misma -  debía ser, una vez puesto en nosotros, mantenida por nosotros, cultivada, de manera que no seamos simples sujetos pasivos de una relación de poder, sino sujetos activos de la relación de autoridad. (Contra Suarez, podemos decir que Dios no da el poder-autoridad al pueblo y este la reenvía para arriba;  Dios lo arma en la relación desde las dos puntas. Dios está en las dos puntas. Da la autoridad a uno y da la capacidad de que se construya esa autoridad en la multitud de los fieles, por su presencia en las almas de todos. Los súbditos reconocen en el Rey la voluntad de Dios, y el Rey reconoce a Dios en la fidelidad de los súbditos).

Decíamos que la ideología hace primar la libertad para no dejar que la autoridad se inmiscuya en nuestro interior y de esa manera dejarnos libres, y cierto catolicismo infectado de modernidad, quiere que aceptemos esa autoridad en un acto de libertad de nuestra parte y que por ello sea meritorio. Es decir que sea “la carne y la sangre la que nos revele, y no el Padre que está en los cielos”.

 Podemos afirmar – con cuidado – que la autoridad, al ser reconocida, produce la libertad. Que al revés de lo que dice la ideología, la autoridad es primera y la libertad es su fruto. Yo soy libre si no soy un bruto (el burro tira del arado sin libertad), soy libre si aprendí algo. Y si aprendí algo fue de alguien: de una autoridad, de un maestro. De la autoridad surge la libertad. Cuando recibimos la gracia en un acto gratuito de Dios – y con su luz reconocemos la autoridad - pasamos a formar parte de esa relación y desde allí tenemos libertad.

 Esta actividad, la de hacer cosas por mandato de la dulce autoridad, producía historia, porque era estable.

Producía Historia cristiana. Y en la medida en que los hombres se recostaban sobre esta autoridad, producían historia. “Toda planta que no plantó mi Padre, será arrancada de raíz” (Mat 15, 13).   Finalmente vamos a concluir, adelanto, que la única historia que se puede producir es la cristiana, el resto atenta contra la historia como tal, porque es inestable y algo peor. Pero no adelantemos tanto. Y dejemos para la segunda parte.







Nacionalismo Católico San Juan Bautista


No hay comentarios.:

Publicar un comentario