miércoles, 20 de diciembre de 2023

Iustitiam Supplicans - Antonio Caponnetto

 

“¡Cuán bella es la generación casta con claridad! ¡Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres! Pero la raza de los impíos, aunque multiplicada, de nada servirá; no echarán hondas raíces los pimpollos bastardos, ni tendrán una estable consistencia. Sus ramas serán sacudidas por el viento, y desarraigadas por la violencia del huracán”

Sabiduría IV, 1-4.

 

En pleno Adviento –cuando todo lo visible y lo invisible reclama alabar al Dios que llega- el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, a cargo de un sujeto repugnante que puso allí otro de la misma ralea, emitió una Declaración titulada <Fiducia supplicans>, que es una redonda e infame negación de la doctrina católica.

No es necesario que nos expidamos sobre ella, porque ya lo han hecho algunas pocas pero intensas voces jerárquicas y autorizadas; y porque además, la susodicha Declaración, no resiste ninguna confrontación con un catecismo de primeras nociones. Proponer la bendición de lo que Dios ha maldecido; cohonestar los apareamientos contra natura, suponer la presencia del Espíritu donde se ha hecho señorear, a sabiendas, la crasa materia, justificar que sea bendito lo que el Señor condena como pecado; abrir de par en par las puertas a la sodomía y a todas las formas de apareamiento, sin exigirles a los réprobos el camino de la contrición y de la metanoia, es, en primer lugar, un ultraje a Jesucristo y a Su Iglesia. Pero es, además, y en consecuencia, una ofensa gratuita, innecesaria y crudelísima a todos aquellos matrimonios que, contra viento y marea, han vivido dignamente su unión sacramental . Es, en rigor, una cachetada obscena –la que saben dar histriones ignominiosos como Tucho y Bergoglio- a aquellos jóvenes que viven castamente su noviazgo, en espera de consumar la vida conyugal.

Pensando en ellos, en los virtuosos, en el indecible sufrimiento moral que se les ha infligido con estas Declaración tan tortuosa cuanto aborrecible; pero pensando principalmente en que Jesucristo reclama ser desagraviado, elevamos esta Súplica ante la imagen de la Sagrada Familia:

 

El velo, la mantilla, el blanco lienzo,

el brazo paternal que lleva al ara,

la liturgia que esposos nos declara,

bendícenos, Señor, en este ascenso.

 

La vida compartida en un extenso

ir y venir por esa senda clara

de júbilos y penas, o el inmenso

amor que del Amor se cautivara.

 

Bendícenos las cruces y las risas,

el brío juvenil, la vejez dura,

los anillos dorados siempre prietos.

 

Los trabajos, los días con sus prisas,

el tálamo, la mesa, la aventura.

Bendícenos los hijos y los nietos.


Antonio Caponnetto



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