En el capítulo
anterior señalamos que Dios había dispuesto que el Standartenfuhrer Otto
Skorzeny fuera el Jefe de la Brillante Operación Comando que liberó al Duce
del secuestro urdido por el pequeño Saboya, el inmoral Badoglio y otros
iscariotes como De Grandi, Galeazzo, Ciano y Giuseppe Bottai que habían
pertenecido al movimiento redentor de Octubre de 1922 que extrajo a la gens itálica
del ostracismo histórico en que estuvo sumida durante siglos. Fue tan
estruendoso el éxito alcanzado por los guerreros germanos en ese operativo que,
los tripuntes aliados de Stalin, tenían como motivo de los interrogatorios en
continuado dos temas: la liberación de Mussolini y la ofensiva de las Ardenas.
Obsesivamente buscaban siempre en que asirse para castigarlo, ya que NO
les bastaba pasearlo por los campos de concentración donde lo esperaba siempre
un calabozo más hediondo que el anterior, con una tabla rasa sin jergón, y en
el techo una luz permanentemente encendida para que… “descansara”. Mientras
tanto, un sicario, munido de un fusil lo miraba por el visillo de la puerta de
la humillante celda. Por si algo faltara, en el dintel del lugar de acceso,
había una marca roja que significaba: “Preso peligroso”.
El Viacrucis del
héroe duró 4 años (1945, 46, 47 y 48) ya que abandonó el camino de las
prisiones el 27de julio de 1948. Ese día se viajó a la España del Caudillo.
Allí, encontró, respeto paz y libertad, trabajando como criador de caballos e Ingeniero,
hasta su fallecimiento en la Paz del Señor Confortado con los Santos
Sacramentos en la isla de Mallorca el 5 de julio de 1975.
Ahora nos vamos a
honrar con las inmortales palabras impresas en su “Vive Peligrosamente”.
El tomo 1 del Memorial, que tenemos en nuestro escritorio y que fuera Editado
por Acervo de Barcelona en marzo de 1965.Abrimos el estupendo libro y vamos
directamente al capítulo XIV para extractar los ajetreados días y conocer los
caminos por los que se llegó a concretar la orden del Führer, para el rescate
del Duce de Italia. Así leemos. “A mediodía del domingo 25de julio de 1943
almorcé en el Hotel Eden de Berlín con un viejo amigo que había sido Profesor
en la Universidad. Iba de civil, y nuestra agradable charla transcurrió
pacíficamente. Al abandonar el comedor, nos
instalamos en el “hall” del hotel donde tomamos café. Nuestra conversación
versó sobre Viena, nuestra ciudad natal y nuestras amistades comunes, pero
de pronto de una manera inesperada e incomprensible me vi asaltado por una gran
inquietud” (subrayado nuestro). “Había informado al encargado de nuestra
central telefónica del lugar en que me encontraba y podría hallarme en caso que
se me necesitase… En aquellos tiempos de intranquilidades uno no sabía lo que
podía suceder. No me pude aguantar más tiempo. Me dirigí a la cabina telefónica
y marqué el número de mi despacho. Mi secretaria estaba al borde de un ataque
de nervios. Me informó que todo el mundo me buscaba desde hacía 2 horas.
Seguidamente me dijo: lo han llamado del Cuartel General del Führer. Han puesto
a su disposición un avión que debe despegar del aeropuerto Tempelhof a las
siete en punto. Intenté ocultar el nerviosismo que me embargaba y ordené: Diga
usted a Radl que suba enseguida a mi habitación y que ponga mi uniforme, ropa
interior y que, acto seguido se apresure ir al aeropuerto. ¿No le han informado
sobre la causa de la llamada? Mi secretaria me contestó desde el otro del hilo
telefónico: No sabemos absolutamente nada. Me apresuré a despedirme de mi amigo,
aunque pude darme cuenta que estaba muy impresionado por el hecho que me
hubieran llamado desde el Cuartel General. Me deseó buena suerte y apretó mi
mano fuertemente… Mi ayudante se
encontraba ya en Tempelhof, cargando una maleta y mi cartera de documentos.
Karl Radl, mi ayudante, comentó conmigo una reciente noticia radiofónica que
había anunciado un cambio de gobierno en Italia. Pero no la relacioné con mi
viaje al Cuartel General. Alcanzamos la pista de despegue, en la que
encontramos preparado un ‘Junker 52’. Vaya lujo, un imponente avión puesto a mi
exclusiva disposición… Saludé desde la ventanilla, en el mismo, instante que el
avión empezaba a rodar sobre la pista. Cuando alcanzamos cierta altura y
volábamos sobre la ciudad de Berlín, los pensamientos volvieron a agolparse en
mi mente… Todo absolutamente todo
parecía estar oculto tras un tupido velo que me era imposible de correr.
Entonces me sentí en disposición de mirar el paisaje que se extendía en
nuestras plantas. Volábamos sobre el Oder. Los bellos bosques y prados del
Neumark aparecieron... Entonces recordé que ignoraba el lugar exacto donde se
encontraba el Cuartel General pues, su emplazamiento estaba rodeado del mas impenetrable
secreto. Conocía el nombre clave de Wolfsschanze y sabía que se encontraba en
algún lugar de la Prusia Oriental. Hacia una media hora que volábamos y reconocí
la ciudad de Schneidemuhl, El avión volaba a tres mil metros de altura, pero
pude ver que los rayos del sol se reflejaban en los cristales de las ventanas
de las casas de la ciudad y sobre las aguas del Netze. Seguíamos una línea de
nos llevaba hacia el nordeste en línea recta. Pasé un rato con los pilotos que
me mostraron el lago Deutch Eylau y las redes ferroviarias de la ruta Varsovia
Dantzig- Intersburg Possen que, vistas desde nuestra altura, se asemejaban a
una gigantesca tela de araña… El sol quedó a nuestras espaldas. Comenzamos a
perder altura y volamos a 300 metros. La topografía del paisaje había cambiado
radicalmente, era completamente llana y estaba surcada por infinidad de arroyos.
Las hojas de los árboles tenían un color verde claro, lo que me dio la
impresión que volábamos sobre bosques de abetos, de pronto percibí una aglomeración
de pequeños lagos que miraban hacia arriba como si fueran inmensos ojos azules.
Una ojeada sobre el mapa me confirmó que estábamos sobre los lagos Masurianos y
no pude dejar de evocar que el viejo Mariscal Hindenburg había librado, en
aquel mismo lugar, una decisiva batalla contra los rusos. Nuestro frente, en
esos días, estaba en Smolensko a muchos kilómetros de distancia de la Prusia
oriental, muchísimos kilómetros más al este de la frontera alemana…”
“El ‘Junker’
empezó a descender. Y, al poco rato descubrí un aeródromo junto a las márgenes
de un lago. El inmenso ‘pájaro’ aterrizó con gran maestría y rodó por la pista.
Bajé del avión y me dirigí a las barracas del campo, ante las que esperaba un
gran ‘Mercedes’ descubierto. Seguidamente un Cabo me preguntó: ¿Es Ud. el
Capitán Skorzeny? Cuando asentí, añadió: En tal caso debo conducirle
inmediatamente al Cuartel General… Pasamos por unas bellísimas carreteras
flanqueadas por bosques… Ya había oscurecido cuando nos detuvimos frente a las
instalaciones del Cuartel General. Entré en una gran antesala amueblada con
sillones y varias sillas… Una simple alfombra cubría el suelo de la estancia.
Fui recibido por el capitán de las SS G. ayudante personal de Hitler. Me
presentó a cinco oficiales que habían esperado mi llegada. El grupo estaba compuesto
por un Teniente Coronel y un Comandante de Ejército dos Tenientes Coroneles de
la Luftwafte y un Comandante de la SS… Cruzamos
una puerta situada a la izquierda y entramos en un salón de unos seis metros
por nueve. Una inmensa mesa cubierta de mapas se hallaba junto a la pared de la
derecha en la que había ventanas de las que pendían unas sencillas cortinas. La
pared de la izquierda tenía una chimenea en su mismo centro… El capitán desapareció
y yo aproveché el momento para encender un cigarrillo.... Tenía la intención de
volver a preguntar el nombre de mi camarada de la SS, puesto que no lo había
entendido bien, como suele suceder en las presentaciones… Pero el Oficial que me
había recibido regresó en aquel instante y nos informó: Tengo la orden de
conducirlos ante el Führer, todos ustedes le serán presentados Y deben
informarle de sus experiencias militares. Es posible que les haga algunas
preguntas. Síganme por favor ¡Creí no haber oído bien! ¡Me sentí desfallecer! ¡Entonces,
pasados unos minutos sería presentado a Adolf Hitler, el Führer del Gran Reich
y Jefe Supremo de la Wermacht! ¡No podía salir de mi asombro!… Mientras mi
mente era invadida por esos pensamientos caminamos unos 150 pasos… Entramos en
otra construcción de madera. Las indirectas y agradables luces de la estancia me
permitieron ver un cuadro enmarcado en sencillo marco de plata. Reconocí en él
a ‘La Violeta’ de Durero… Mi vista se posó sobre un escritorio colocado
oblicuamente ante una ventana; su brillante superficie estaba cubierta de
manuscritos perfectamente ordenados. Yo pensé: Me encuentro en el lugar donde
se toman las decisiones más importantes de nuestra época…. y, casi
inmediatamente se abrió, la puerta de nuestra izquierda. Nos pusimos ‘firmes’ y
miramos el umbral sin parpadear. ¡Me encontraba ante el hombre que había
escrito páginas decisivas en la historia de Alemania! ¡No puedo describir la emoción
que embarga a un soldado cuando está ante su más elevado superior jerárquico!
Adolf Hitler entró en la Sala andando pausadamente. Nos saludó con el brazo en
alto; el clásico saludo nacionalsocialista. Vestía una guerrera sencilla de
color gris, que permitía ver su blanca camisa y su negra corbata. Sobre el
bolsillo izquierdo estaba prendida la Cruz de Hierro de Primera Clase; la
condecoración más importante de la primera guerra mundial junto con la placa
negra distintivo de los heridos de guerra.
Como Hitler se hizo presentar por su ayudante al primer hombre de la
fila, situado a mi derecha no pude observarle atentamente… Los Oficiales que me
precedían informaron sobre sobre los diferentes servicios, manteniendo la
posición de ‘firmes’. Llegó el momento en que el Führer se detuvo ante mí y me
tendió la mano cuando, le fui presentado. Recuerdo que solo, pensé que no debía
inclinarme demasiado. Creo y que mi saludo militar resultó correcto y que
conseguí mi propósito. Empleé pocas frases para informarle sobre mi lugar de
nacimiento, los estudios que había cursado, carrera militar, grado que
ostentaba de Oficial de la reserva y destino. Sostuvo mi mirada durante todo el
rato que duró mi informe; y no dejó de observarme ni un solo momento. Adolf Hitler dio un paso atrás, nos miró a
todos y preguntó: ¿Quién de ustedes conoce Italia? Fui el único en hablar. Dije:
He viajado en motocicleta por Italia llegando hasta Nápoles. He visitado en dos
ocasiones en viajes puramente privados, mi Führer. ¿Qué opinan ustedes de Italia? La pregunta
sorprendió a todos… Las respuestas fueron vacilantes… Al llegar mi turno, manifesté:
Soy austríaco, mi Führer. Con ello creo decirlo todo. Considero que la separación
del Tirol, el trozo de tierra más hermoso que hemos poseído, es una espina, que
siempre lleva clavada en el corazón todo austríaco. Me pareció, en aquel momento, que Hitler me
traspasaba con su mirada. Al cabo de pocos segundos de silencio dijo: Los
caballeros aquí reunidos pueden retirarse a excepción de Skorzeny. Quiero intercambiar
con usted, una cuantas impresiones. El Führer se había plantado ante mí.
Súbitamente se mostró animado al hablar conmigo. Pero, tanto sus gestos como su
actitud siguieron siendo parcos. Me miró insistentemente y, al poco comenzó a
hablar: Tengo para usted una misión de suma importancia. Mussolini, mi amigo y
nuestro fiel colaborador, fue traicionado ayer por su propio rey y, hoy mismo,
ha sido arrestado. No quiero ni puedo dejar en la estacada al hombre más
importante de Italia. El Duce, significa, para mí la encarnación del último
cónsul romano. No ignoro que Italia nos dará la espalda en cuanto esté regida
por el nuevo gobierno. Quiero ser fiel a mi compañero hasta el último momento
Por ello me veo obligado a ayudarle en estos momentos tan difíciles. No tenemos
más remedio que rescatarle lo antes posible, ya que en caso contrario será
puesto en manos del enemigo. Le he elegido para que cumpla esta misión tan
delicada, porque sé que es un hombre responsable y no ignora que, tal vez pueda
llegar a ser de vital importancia. Debe dejarlo todo para dedicarse a esta
importantísima tarea en cuerpo y alma. Solo de esa forma podrá conseguir
resultados satisfactorios. Hizo una pausa y continuo: Pero lo más importante es
que tenga en cuenta que la misión que le encomiendo debe guardarse en el más
completo secreto. Sólo le permito que hable de ella a cinco personas. Tengo la
intención de volverle a destinar a la Luftwaffe, donde tendrá que ponerse a las
órdenes del general Student, al que ya conoce. Ya le he informado de la misión
que le encomiendo. Por lo tanto, debe limitarse a hablar con él y a informarse
de los detalles pertinentes del caso. Sin embargo todos los preparativos deben
correr por su cuenta. Y le advierto, que tanto los comandos que tenemos
destinados en Italia como nuestro Embajador en Roma no pueden ser enterados de
la misión que le ha sido encomendada. No olvide que tanto los unos como el otro,
se han formado una idea equivocada de la situación existente en Italia, lo que
les impediría actuar acertadamente. Vuelvo a repetirle que se hace responsable ante
mí del secreto que debe rodear la misión que le encomiendo. Deseo tener muy pronto
noticias suyas y espero que su empresa sea coronada por el éxito.”
A medida que
escuchaba la voz de Hitler, iba aumentando la influencia que ejercía sobre mí. Sus
palabras me parecieron tan convincentes, que no me cupo ninguna duda sobre el
éxito de mi empresa.
Me apresuré
responderle: “Comprendo sus argumentaciones, mi Führer, y haré todo lo posible
para cumplir satisfactoriamente la misión que me habéis encomendado.”
“Un fuerte apretón
de manos dio por terminada nuestra entrevista. Durante nuestra conversación
sentí posados sobre mí, los ojos del Führer. Hasta me pareció notar que me
seguía con la vista cuando le di la espalda para abandonar la sala. Y cuando me
volví desde el umbral de la puerta para despedirme por última vez comprobé que
mis suposiciones eran ciertas: el Führer había seguido mis movimientos con su
mirada”.
“El ayudante
volvió para hacerse cargo de mí, lo que me alegró pues no habría sabido
orientarme solo. No podía dejar de pensar en mi reciente experiencia. Hice lo posible
para recordar el color de los, ojos del Führer que me habían parecido pardos…
Pero nunca pude olvidar su mirada, casi hipnótica, que parecía, continuaba traspasándome”.
Dios mediante continuaremos,
con el tema.
Luis Alfredo Andregnette Capurro
Desde el Real de la Muy Fiel y
Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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ResponderBorrar¿Como es ese tema de la ocupación nazi a Montecasino?
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