San Juan Bautista

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miércoles, 30 de noviembre de 2022

El Hombre Nuevo de Cornelio Zelea Codreanu - Carlo Sburlati

 


En «Pentru Legionari», su obra principal, Codreanu repite a menudo el siguiente concepto: «Este país (Rumania) muere por falta de hombres, no por falta de programas. Esta es mi opinión. No tenemos que buscar programas, sino hombres, hombres nuevos. La piedra angular que ha dado origen a la Legión es el hombre y no un programa político. Por eso no luchamos tanto por la realización de un determinado programa como para forjar hombres nuevos.»

No puede dejar de observarse el realismo de esta afirmación del Capitán; efectivamente, para los demagogos y los políticos resulta fácil hablar de revoluciones y de reformas, como si dispusieran de una varita mágica como panacea de todos los males. Pero cambiar la faz de una nación es una tarea ardua que presupone, no sólo preparación, competencia y una gran seriedad de intenciones por parte del que es propuesto para ocupar la jefatura del Estado, sino también un esfuerzo mancomunado de toda la colectividad nacional.

En otras palabras, Corneliu comprendió que el pueblo rumano, para reencontrar su camino y la confianza en el futuro, no necesitaba un grandilocuente y brillante político, sino sencillamente un gran educador que supiera hablar con humildad y sinceridad al corazón de toda la nación. Partiendo de la idea del hombre como valor moral y no como entidad numérica, Codreanu aplicó este concepto a la Legión del Arcángel Miguel, haciendo de ella, más que un partido político, una escuela de vida y una milicia de sacrificio. Y esto porque sería realmente deshonesto reprochar y querer corregir los defectos ajenos, si antes no se tiene el valor y la voluntad de conocer y enmendar los propios.

«¿Programas? ¿Cuáles? ¿Crees que nosotros no podemos sanear los terrenos pantanosos? ¿Captar la energía de los montes y electrificar el país? ¿Construir nuevas ciudades? ¿No podemos levantar sobre los Cárpatos una patria que resplandezca como un faro en medio de Europa?» Elaborar programas, es evidente, no basta. Es preciso tener la fuerza, la capacidad, la voluntad necesarias para ponerlos en práctica. Es preciso, sobre todo, renovarse interiormente para poder tener los papeles en regla y llevar adelante un proceso de reestructuración radical del Estado y de reconsagración existencial del hombre en el ámbito de la nueva realidad.

«También nosotros queremos construir: desde un puente hasta una carretera, desde la canalización de una cascada de agua hasta su transformación en fuerza motriz, desde la edificación de una casa hasta la de un pueblo, de una ciudad, de un estado rumano nuevo. Esta es la misión histórica de nuestra generación: sobre las ruinas de hoy debemos construir un país nuevo, un país soberbio. Hoy, el pueblo rumano no puede cumplir su misión en el mundo, la misión de crear una cultura y una civilización propias en el oriente europeo.»

El hombre nuevo auspiciado por Codreanu sólo puede nacer allí donde germina el espíritu cristiano en su forma más pura. La fe en Dios es un postulado fundamental de la doctrina legionaria; no se puede prescindir de ella, porque es esencial que cada uno tenga conciencia de la propia realidad espiritual y de la misión terrena que debe cumplir.

«El hombre nuevo o la renovación nacional presuponen una gran revolución de todo el pueblo, es decir, una reducción contra la situación actual y la voluntad decidida de cambiar esta dirección.» La actitud revolucionaria de Codreanu consiste en el hecho de querer desentrañar los diversos problemas, no cerrándose a las apariencias, sino penetrando hasta el fondo y tratando de resolverlos en su interior. No se trata de cambiar únicamente el aspecto exterior, la apariencia de las instituciones, sino de tratar de modificar la naturaleza misma del hombre, haciéndole aspirar a metas más elevadas.

Naturalmente, para convertirse en un verdadero legionario no basta con hacer profesión de serlo; es preciso que se evidencien aquellas transformaciones que pueden desarrollar armónicamente las diversas cualidades del hombre. El Movimiento Legionario es una aspiración a la perfección y como tal exige de sus militantes seriedad, honradez y valentía, junto al repudio más absoluto, lo mismo en política que en la vida privada, de la deslealtad como sistema de lucha.

«Camina únicamente por la senda del honor. Lucha. No seas nunca vil. Deja a los otros la senda de la infamia. Es preferible caer con honor que vencer con infamia. Guardaos, oh rumanos, de esa locura espantosa que es la villanía. Toda la inteligencia, todo el estudio, todo el talento, toda la educación no servirían de nada si fuésemos viles. Enseñad a vuestros hijos a no emplear nunca la vileza, ni contra el amigo ni contra el mayor enemigo, porque obrando así no venceríamos y seríamos más que derrotados, seríamos aplastados. Ni siquiera contra el villano y sus métodos viles hay que emplear las mismas armas, porque si venciéramos habría un cambio de personas, pero la villanía permanecería inmutable. La vileza del vencido sería sustituida por la vileza del vencedor, pero en sustancia la misma vileza dominaría el mundo. Las tinieblas de la vileza no pueden ser desgarradas por otras tinieblas, sino únicamente por la luz que emana del alma de un hombre valeroso y honrado.»

La educación del «hombre nuevo» debe tender sobre todo a darle conciencia de los deberes cívicos y de los valores morales, además de proporcionarle, naturalmente, un bagaje cultural y conceptual con el que hacer frente a las necesidades de la vida. La diferencia con la educación entendida en sentido burgués o marxista es más que evidente; no se reduce a una simple obra de profundización o de sensibilización, ni busca un adoctrinamiento acrítico y dogmático. Aspira a algo más hondo y más sugestivo: a hacer partícipe al individuo de la realidad en la cual vive, a convertirle en un centro de irradiación espiritual y no sólo cultural, a estimularle hacia síntesis nuevas y atrevidas, a dirigirle hacia metas que alcancen valores perennes.

Para la mayoría de los hombres, uno de los principales incentivos para la acción y para la lucha es el interés personal. Codreanu está en completo desacuerdo con esta mentalidad. El deseo de enriquecerse, el lujo, el ansia desordenada de placeres, son sin duda factores importantes en el determinismo de las acciones humanas: pero lo son en sentido negativo. Hay que esforzarse por cambiar de rumbo, condicionando la idea de élite, no a la de éxito, popularidad, fortuna, sino a la idea de sacrificio, de vida áspera, severa, austera. Este debe ser el camino de la elevación. Las comodidades, el lujo, la frivolidad, señalan el camino de la decadencia de los pueblos.

«Debemos vivir una vida de pobreza, ahogando en nosotros el deseo de las riquezas y cualquier tentativa de explotación del hombre por el hombre. Cada vez que me he encontrado ante un sacrificio de la Legión, me he dicho a mí mismo: cuán terrible sería que sobre el sacrificio santo y supremo de tantos de nuestros jóvenes se instalara una casta de vencedores cuyas puertas estuvieran abiertas a los negocios sucios, a las orgías, a la explotación de los demás.»

No hace falta insistir aquí en la función insustituible y en el significado moral que Corneliu atribuye al trabajo, desde el más humilde y fatigoso hasta el de más empeño y mayor responsabilidad. Por otra parte, sus campos voluntarios de trabajo continúan siendo lo que de más concreto y más asombroso había sabido expresar una generación que se impuso como finalidad decir no a las palabras de los retóricos, actualizándose y expresándose en los problemas reales del país.

He aquí cómo describe la obra de Codreanu uno de sus colaboradores más íntimos, que tuvo ocasión de apreciar muy de cerca la influencia de la personalidad del Capitán sobre la mentalidad y sobre las costumbres rumanas.

«En el país de la evasión de toda responsabilidad, ahogado por tantos perillanes y parásitos sociales, Codreanu instauró la escuela del hombre de honor, del hombre que no miente, del hombre justo, digno, correcto, alegre, dedicado al trabajo y que sabe asumir los propios riesgos. Instauró además el principio de que ningún trabajo es vergonzoso, y eliminó inflexiblemente de su organización a los depravados, a los holgazanes, a los granujas, a los vanidosos, a los chismosos y los deshonestos.»

No debemos considerar en absoluto al «hombre nuevo» como desgajado de la realidad circundante, cristalizado en sus arquetipos ideales, indiferente a todo lo que no le afecte en su integridad espiritual. Codreanu no es ciertamente el que se encierra en una torre de marfil para admirar la propia superioridad intelectual y moral, no se abandona al sarcasmo, no compadece ni desprecia a la multitud que se afana en buscar en el dinero o en el placer el significado de la propia existencia. Confía en la evidencia del ejemplo; cree sobre todo en la fuerza del sacrificio, entendido como testimonio y como reafirmación de una fe.

Dando por sentado que el interés no puede realizar la armonía, ni en el corazón de los hombres ni en el contexto de una nación, sino que representa un motivo de discordia y de perturbación social, queda por analizar cuál es el elemento capaz de conseguir esa síntesis. Codreanu cree localizarlo en la adhesión del propio ser a las enseñanzas del Cristianismo y sobre todo en una gran capacidad de amor:

«El interés es la expresión de la naturaleza animal del hombre; el factor de armonía, capaz de sublimarlo y de asignarle una misión no puede ser otro que su espíritu. El elemento regulador de la vida política, social y económica tiene que ser el amor. El amor aplicado positivamente significa paz en nuestros espíritus, en la sociedad y en el mundo.»

Partiendo de esa premisa, el «hombre nuevo» y el legionario se sitúan en profunda antítesis con el viejo mundo político; se explica así la instintiva desconfianza de todos los partidos rumanos, desde la derecha hasta la extrema izquierda, ante el movimiento codreanista. Esta bastarda concentración de fuerzas dio cuenta del entusiasmo y de la juventud, ahogando en sangre el sueño de toda una generación.

Nuremberg nos enseñaría después que los vencedores, no sólo se equivocan siempre, sino que la mayoría de las veces son también unos criminales de paz.

 

“Codreanu: El Capitán” – Carlo Sburlati. Ediciones Acervo 1970. Págs 52-54





domingo, 20 de noviembre de 2022

El eslabón de Obligado - Antonio Caponnetto


  

Hundido bajo el río, solitario,

fui ayer testigo del fragor y el duelo,

anillo unido a la pasión de un suelo

como el broquel al brazo del templario.


Fui enlace y aro que frenó al corsario

escuché vivas, mueras y en el vuelo

de un oleaje, miré a ese barquichuelo

que aún hundido marchaba hacia el estuario.


Grillete quise ser de las cadenas

más libres de una patria hecha divisa,

hecha honor federal engalanado.


Hoy yazgo entre algas presintiendo penas

y grita mi alma férrea e insumisa:

¡hay que librar La Vuelta de Obligado!


Antonio Caponnetto