San Juan Bautista

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lunes, 28 de enero de 2019

Suprema blasfemia en el JMJ festejada por Bergoglio




     Que Bergoglio no cree en la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, y no tiene fe católica, ya es algo que quedó demostrado en más de una oportunidad; sin embargo, por lo menos para guardar algunas elementales formas, se podría haber evitado tan grotesco y blasfemo espectáculo con innumerables naturalistas y hasta heréticas propuestas en nombre del “moderno concepto de santidad”. Ya no se ocultan, ya no hay nada que esconder, la gran apostasía bíblica es hasta predicada oficialmente.



“Pero cuando viniere el Hijo del Hombre,
¿os parece que encontrará fe sobre la tierra?
Lc.18, 8





Nacionalismo Católico San Juan Bautista


La ofensiva satánica - Germán Mazuelo-Leytón




Es impresionante el avance de las sectas que se inspiran en Satanás, que invocan en su ayuda a Satanás, que se sirven de promesas y compromisos con Satanás a quien entregan su alma.


Hace muchos años, el exorcista ya difunto Padre Gabriel Amorth nos puso sobre aviso: «Cada vez más personas practican el espiritismo o entran en sectas satánicas, se ha vuelto casi una moda. A veces lo hacen con inconsciencia sin saber lo que les espera, pero luego se ven obligados a menudo con terror, a sufrir las consecuencias, porque el Demonio no es una entidad impersonal».


No, no es el nombre que dan los psicoanalistas al mal abstracto que existe en la sociedad, sino que es una persona concreta y como dice San Pedro «rugiendo como un león ronda, buscando a quien tragarse» (1 Pe 5, 8).


Por desgracia una mala teología ha difundido -aún en la Iglesia Católica- una concepción abstracta del Demonio, que contrasta abiertamente con la enseñanza del Evangelio, si aumenta el número de los que practican el esoterismo o entran en las sectas satánicas, es también porque la Iglesia ha dejado de enseñar correctamente la doctrina sobre el Demonio, enseñada por la Escritura y conservada por la Tradición.



I. Actuación del Diablo


San Juan señala como tarea principal de Cristo el haberse manifestado para deshacer las obras del diablo. Es «príncipe de este mundo», según Jesús y siembra el mal en el campo de Jesús.


Nuestro Señor Jesucristo destaca la presencia trágica del diablo al que llama «ser malo», «espíritu contrario al hombre», «diablo»[1]. Sus obras son: la posesión diabólica, la enfermedad y la muerte. Satán lucha continuamente con el hombre, atacándole de codicia, de cólera, de soberbia, de maledicencia, con lo que desea arrastrar al hombre a la perdición. Son enseñanzas expresadas por Jesús. Precisamente la acción salvífica de Jesús se dirige en el fondo contra el diablo.


«Tan iluminadora sobre la guerra entablada entre Jesús y Satanás, y el triunfo de aquél sobre éste, es la respuesta de Jesús a la alegre exaltación de los setenta y dos discípulos que acuden a dar cuenta al Maestro de los maravillosos logros obtenidos por ellos durante su misión; han procedido a exorcismos que siempre se revelaron eficaces: «Señor, hasta los demonios se someten en tu nombre. Él les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”» (Lc 10, 17-18). El Maestro ponderó el poder de los discípulos —que actuaban «en nombre» de su Señor— y les dio la profunda explicación de ello. Los setenta y dos habían mencionado la derrota de los demonios menores que se habían apoderado del cuerpo de los hombres, pero Jesús habla de su jefe supremo: Satanás; pues éste es el gran vencido. Si las legiones de demonios retroceden y no pueden resistir, ello es porque su propio jefe ha sido afectado y ha perdido su autoridad. Hay simultaneidad y coincidencia entre la visión de Cristo y la acción de sus discípulos: mientras vosotros cazabais los demonios, mientras expulsabais a sus agentes, yo veía caer a su príncipe»[2].


Para hacer comprender el poder del Demonio, Jesús verifica una curación en circunstancias que provocan admiración en los presentes y de las que Cristo se sirve para anunciar una profunda vedad: la existencia del Demonio y el poder temible que posee.


Le presentan un endemoniado mudo. No era mudo por enfermedad, sino por la acción del Demonio que no le permitía hablar. Prácticamente era mudo y así le conocían los familiares que se le presentan. Jesús arrojó al Demonio del alma y del cuerpo del desgraciado que enseguida comenzó a hablar. Así lo dice San Mateo en el capítulo XII. Jesús desea demostrar que cuando una persona reside al Demonio es como un muñeco que se mueve según las exigencias de Satanás, en este caso impide que hable el hombre, porque evitaba que practicara su confesión mediante la cual Jesús libere al hombre también de su posesión diabólica.


En presencia de la multitud Jesús ordena al Demonio que abandone a su víctima, el Demonio sale en forma visible, con lo que los asistentes se dan cuenta de que no se trata de una simple curación, sino de una derrota del Demonio por el poder de Cristo.


El Evangelista manifiesta que se maravillaron las turbas diciendo: Jamás se vio tal cosa en Israel.


Todos los circunstantes creían en la existencia y en el poder del Demonio, al tiempo que admitían que nadie ni nada podría vencer a Satanás, y Jesús ha dado la lección de que mientras el Demonio se apodere de una persona, sea por el pecado que es verdadera opresión como por la permanencia en su cuerpo, la persona poseída pierde el dominio de sí misma, sus potencias y sentidos, no puede dominarlos y orientarlos, porque es sólo el Demonio quien tiene potestad absoluta sobre él.


Hoy sucede lo mismo, el hombre ha llevado voluntariamente al Demonio cuando ha cometido su pecado, le ha elegido por su rey, le ha depositado en sus manos todos sus sentidos, el Demonio puede volverle mudo, en cuanto se refiere a la manifestación de sus pecados, puede manifestarle en sordo, para que no escuche que las advertencias salvadoras de Dios, puede convertirle en paralítico para impedirle que busque a su Salvador, puede transformarle en desesperado inyectándole sentimientos de inevitable condenación, puede engañarle sobre su situación al conseguir que no tema esa condenación en la que ya se halla aventurado.


El Demonio a quien Jesús llama enemigo del hombre, adormece al alma para que olvide su trágica situación, trata de hacerle olvidar a Dios y a su juicio personal que ha de sufrir, le invita a toda suerte de pecados, contra los que ha perdido todo temor, encarcela a la persona en su temible prisión inconsciente para que no busque a Dios.


El Evangelio puntualiza que le presentaron al mudo, no fue él mismo quien buscó a Jesús, ya que lo impedía el Demonio que no quería perder un cliente.


Lo que frecuentemente sucede es que una persona no da importancia de la existencia del diablo, porque ella misma se encuentra poseída por Satanás. Cuántos sordos, mudos y paralíticos, transitan por nuestras avenidas, tan ciegos que no pueden captar el poder que Satanás ejerce en sus almas ya vencidas.


Como el muy piadoso David que tras cometer adulterio y un asesinato se queda tranquilo y sin culpa, hasta que el profeta Natán le recuerda su estado de condenación. Estaba tan poseído de Satanás que consiguió éste, que David siguiera danzando sus impúdicos salmos a Dios, mientras en su corazón dominada totalmente su enemigo el demonio, por eso, tras su pecado de negación de Cristo nos escribió Pedro el Apóstol: hermanos no dudéis que el demonio nuestro enemigo, como un león rugiente, anda dando vueltas a vuestro alrededor buscando el momento oportuno para devorarles.


Es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras… Podemos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios es radical, sutil y absurda, donde la mentira se afirma hipócrita y potente contra la verdad evidente, donde la caridad se ha apagado a causa de un egoísmo frío y cruel, donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde[3].


Examinando las violencias, las guerras, los asesinatos, los abortos, los atropellos de todo género, los robos, las tragedias provocadas por el alcohol y la droga, el narcoterrorismo, los movimientos antisistema incluidos el lobby LGTBI, termina la gente por decir: el mundo está en manos del diablo, sin embargo, hay bastante gente que se empeña en negar su existencia.



II. Satanismo actual


«De allí, de este infierno en que se convierte el hombre cuando ha renegado de Cristo surge la pululación de sociedades ocultistas, iniciativas esotéricas, teológicas y espiritistas en que bajo formas más o menos groseras y refinadas, se rinde culto a Satán, padre de la mentira, del odio y del crimen, en que se ha convertido la sociedad en que vivimos…»[4].


Mientras que el ocultismo es una adoración indirecta del diablo, el satanismo es sin reparos su contraparte. Como señaló el Sr. King, el ocultismo se entremezcla con el poder del diablo muchas veces sin saberlo. Los satanistas, por otra parte, continúa, lo abrazan completa y abiertamente.


El satanismo es tan antiguo como la Revolución de Lucifer y sus ángeles contra Dios. El antiguo portador de la luz, como significa el nombre de Lucifer, engañó a un tercio de las huestes celestiales y lideró la primera rebelión contra Dios. Hay muchas variaciones del satanismo según Alfred E. Waite, la autoridad más autorizada sobre ocultismo y satanismo. En su libro La adoración del diablo en Francia, define el satanismo como el movimiento de personas que imitan a los ángeles caídos y declaran su lealtad a Lucifer como una forma de desafío a Dios.


La presencia del satanismo a lo largo de la historia, no ha sido tan obvia como la del ocultismo. La Sagrada Escritura dice: Todos los dioses de los gentiles son demonios (Sal. 96: 5). Sin embargo, el satanismo, per se, es la adoración abierta del diablo y, como tal, si existió como un movimiento, en el pasado fue de manera completamente cerrada.


En los Estados Unidos, el censo de 2010 arrojó que la brujería es la cuarta religión más grande. En ese país en especial, los satanistas han estado exigiendo reconocimiento social, buscando distribuir libros sobre el culto satánico a los niños en edad escolar, colocar un monumento público del diablo en Oklahoma, el intento de «recrear» una «misa negra» pública la Universidad de Harvard -que fue cancelada a última hora por la acción del público-, la verificación de la primera misa negra satánica pública celebrada en la historia en el Centro Cívico de la ciudad de Oklahoma, o la instalación reciente de una exhibición satánica de «vacaciones» al lado de un nacimiento en la capital del estado de Florida.


La razón de ser del pueblo judío es la destrucción de la Iglesia. Esto que surge naturalmente, ha sido expuesto por San Pablo en palabras definitivas: Los judíos aquellos que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, y a nosotros nos persiguen, que no agradan a Dios y están contra todos los hombres; que impiden que se hable a los gentiles y se procure su salvación. Aquí está sintetizada la tarea de los judíos a través de la historia cristiana. Enemigos de Cristo y de los pueblos para que los pueblos no se conviertan. Y para ello han de realizar una tarea de dominación de los pueblos para cerrarlos al Evangelio. Una tarea de degradación, porque sobre pueblos degradados pueden ejercer fácilmente su dominación[5].


El Padre Meinvielle, acierta cuando recuerda que sería un error pensar hoy que la Biblia es el libro de los judíos. Su libro es el Talmud, y el alma del Talmud es la Cábala, el gran instrumento secreto de los judíos contra la Iglesia y contra la civilización cristiana. La Cábala informa a la masonería, que es una institución cabalística. La cábala es una mezcla de todas las viejas religiones paganas. La masonería es también una mezcla de todos los cultos paganos, pero la Cábala es sobre todo la divinización del hombre, la divinización del hombre judío y la entronización de Satanás.


Hoy «la conspiración cabalista está en la cúspide del éxito. Dios ha sido desterrado de la vida pública. Los judíos illuminati controlan los medios de comunicación y pueden engañar y degradar a las masas. El entretenimiento es una orgía de pornografía, caos apocalíptico, obscenidad, propaganda, ingeniería social, programación predictiva, violencia y satanismo.


Los judíos y masones illuminati, detrás del feminismo son los responsables del libertinaje de las mujeres occidentales. Ellos están detrás de la promoción de la homosexualidad y el transgenderismo diseñado para destruir el matrimonio y la familia.


Están a la vanguardia de la liberación sexual, la pornografía y el aborto. El cristianismo ha sido judaizado, preocupado por el cambio social (la agenda satanista) en lugar del desarrollo espiritual y la salvación.


Los illuminati están desestabilizando el Tercer Mundo utilizando organizaciones benéficas para empoderar a las mujeres llevándolas a rechazar el matrimonio. El código del NOM, es ser agente de cambio»[6].


El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman.



Germán Mazuelo-Leytón



[1] Cf.: Mt. 25, 41, Jn 12, 31; 14, 30; Col 1.
[2] SPICQ OP, Fr CESLAS, La existencia del Diablo pertenece a la revelación del Nuevo Testamento.
[3] Cf.: MONDRONE, P. DOMÉNICO, Un exorcista entrevista al Diablo.
[4] MEINVIELLE, P. JULIO, Prólogo al libro de Federico Branch, El silencio es contra el Verbo.
[5] MEINVIELLE, P. JULIO, De la cábala al progresismo.
[6] MAKOW PhD., HENRY, El diablo y los judíos.



Visto en: Adelante la Fe


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viernes, 25 de enero de 2019

Profecías de Nuestra Señora del Buen Suceso (Siglo XVII) Repost




     Era el año 1634 cuando, a las 3 en punto de la madrugada del 2 de febrero, la Madre Mariana de Jesús Torres, abadesa del convento Concepcionista en la ciudad de Quito, vio la lámpara que ardía en el santuario cerca del Santísimo Sacramento parpadear y apagarse, dejando la iglesia en total oscuridad. Sus sentidos se entumecieron, y vio una luz celestial que iluminaba toda la iglesia. Era la Reina del Cielo quien, después de hacer a la mecha prenderse otra vez, dijo estas palabras a la Madre Mariana: Amada hija de mi corazón, Yo soy María del Buen Suceso, su madre y protectora”.


     Tras profetizar sobre la muerte de la vidente y el futuro del monasterio, Nuestra Señora del Buen Suceso empezó a explicar a la Madre Mariana los varios significados de que se hubiese apagado la lámpara: En el siglo diecinueve, hacia su final, y a través de la mayor parte del siglo veinte, muchas herejías abundarán en esta tierra, que será entonces una república libre. La preciosa luz de la Fe se extinguirá en las almas debido a la casi total corrupción de las costumbres. Para entonces habrán grandes calamidades, físicas y morales, públicas y privadas. Las pocas almas que preservarán la devoción a la Fe y las virtudes sufrirán cruel e indescriptible congoja, algo así como un prolongado martirio; muchos de ellos irán a la tumba debido a la violencia del sufrimiento y serán considerados mártires que se sacrificaron a sí mismos por la Iglesia y la Nación. Para obtener la libertad de la esclavitud de esas herejías, aquellos a quienes el misericordioso amor de mi Santísimo Hijo haya destinado para tal restauración necesitarán gran fuerza de voluntad, constancia, valor y mucha confianza en Dios. Para probar la Fe y Confianza del Justo, momentos vendrán en que todo parezca perdido y paralizado, pero ellos serán el feliz comienzo de la completa restauración”.


Profecías a cumplirse


     Al indicar el agente de la crisis tan catastrófica que describe en sus profecías sobre los siglos XIX y XX, Nuestra Señora del Buen Suceso se refiere a las herejías en general y a las sectas, o simplemente a la secta (Masonería).


     Esas herejías o sectas tendrían el poder para extender sus garras desde el recinto sagrado del Templo hasta el hogar, influenciando perniciosamente todos los campos de la actividad humana.


Libertinaje, impureza, corrupción de mujeres y niños

      “...Se desbordarán las pasiones y habrá una total corrupción de costumbres, por casi reinar Satanás con las sectas masónicas, tendientes principalmente a corromper a los niños para sostener con ese medio la corrupción general. ¡Ay de los niños de ese tiempo!: el sacramento del Bautismo lo recibirán difícilmente, la Confirmación, de igual manera”.

      “Habiéndose apoderado la secta de todas las clases sociales, tendrá tanta sutileza para introducirse en los hogares domésticos, que perdiendo a la niñez, se gloriará el demonio de alimentarse con el exquisito manjar de los corazones de los niños. En esos aciagos tiempos, apenas se encontrará inocencia infantil, de esa manera irán perdiéndose las vocaciones para el sacerdocio, que será una verdadera calamidad”.


La virginidad habrá casi desaparecido

      La atmósfera repleta del espíritu de impureza, el que a manera de un mar inmundo correrá por calles, plazas y sitios públicos con una libertad asombrosa de manera que casi no habrá en el mundo almas vírgenes. La delicada flor de la virginidad, tímida y amenazada de completa destrucción, lucirá de lejos”.


Puerta abierta para el divorcio, el concubinato, los hijos ilegítimos, la educación laica...

      “El sacramento del matrimonio, el que representa la unión de Cristo con la Iglesia, será atacado y profanado en toda la extensión de la palabra... [se aprobarán] inicuas leyes procurando extinguirlo, facilitando a todos vivir mal y propagándose la generación de hijos mal nacidos y sin la bendición de la Iglesia, irá decayendo rápidamente el espíritu cristiano”.


      “Apagándose la luz preciosa de la fe hasta llegar a casi una total y general corrupción de costumbres; esto, unido con la educación laica, será motivo de escasear las vocaciones sacerdotales y religiosas”.


Desestima por la unción de los enfermos

      “El sacramento de la extremaunción, por ese tiempo en el que faltará en esta pobre Patria el espíritu cristiano, será poco acatado y muchas personas morirán sin recibirlo, ya por descuido de las familias, como por un mal entendido afecto hacia sus enfermos...”


La Sagrada Eucaristía será profanada y pisoteada

     Peor aún se dará con la Sagrada Comunión: “¡Ay, cuánto siento manifestarte que habrá muchos y enormes sacrilegios públicos y también ocultos, profanando la Sagrada Eucaristía!... Mi Hijo Santísimo se verá rodado por el suelo y pisoteado por inmundas plantas”


Muchas naciones serán castigadas por los pecados de sacerdotes y religiosos

      “Sabe aún que la Justicia Divina acostumbra descargar castigos terribles sobre naciones enteras, no tanto por los pecados del pueblo, cuanto por los de los sacerdotes y religiosos, porque estos últimos son llamados, por la perfección de su estado, a ser la sal de la Tierra, los maestros de la verdad y los pararrayos de la Ira Divina”.


Por servirle a medias, renegará Dios de muchas almas

     El Niño Jesús reveló a la madre Mariana que muchas almas religiosas y sacerdotales “quieren servirme a medias, conservando sus caprichos y genios, satisfaciendo en todo sus voluntades y tomando libertades incompatibles con su estado y profesión. Yo no las tolero; nada por la mitad me agrada. Yo las abandono y dejo que sigan todos los deseos de su corazón pervertido para desconocerlas delante de mi Padre Celestial. ¡Ay de aquéllos y de aquéllas!”


Quien debía hablar, callará

      Casi no se encontrará inocencia en los niños ni pudor en las mujeres, y en esta suprema necesidad de la Iglesia, callará quien a tiempo debió hablar”.


     Esta grave omisión es repetida por la Santísima Virgen en la siguiente aparición, el 2 de febrero de 1610: Campearán los vicios de impureza, la blasfemia y el sacrilegio en aquel tiempo de depravada desolación, callando quien debería hablar”.


Los que deberían defender los derechos de la Iglesia, darán la mano a sus enemigos

     Nuestra Madre Santísima hace a su hija dilecta esta terrible declaración:
      “Tiempos funestos sobrevendrán, en los cuales... aquellos que deberían defender en justicia los derechos de la Iglesia, sin temor servil ni respeto humano, darán la mano a los enemigos de la Iglesia para hacer lo que éstos quieran”.


Cuando todo parezca perdido, será el inicio del triunfo de María


     Como en Fátima, después de la previsión de catástrofes para la Iglesia y la civilización cristiana, la previsión de una espléndida victoria.


     Así, al tratar de la propagación de las herejías en los siglos XIX y XX, María del Buen Suceso revela a la madre Mariana de Jesús Torres:


      “El corto número de almas en las cuales se conservará el culto de la fe y de las buenas costumbres sufrirá un cruel e indecible al par que prolongado martirio; muchas de ellas descenderán al sepulcro por la violencia del sufrimiento y serán contadas como mártires que se sacrificaron por la Iglesia y por la Patria”.

       “Para libertar de la esclavitud de estas herejías, necesitarán gran fuerza de voluntad, constancia, valor y mucha confianza en Dios aquéllas a quienes destinará para esta restauración. El amor misericordioso de mi Hijo Santísimo, para poner a prueba en los justos esta fe y confianza llegarán momentos en los cuales, al parecer, todo estará perdido y paralizado, y entonces, será feliz principio de la restauración completa”.


     Y, después de referirse a la prevaricación en las filas eclesiásticas, Nuestra Señora afirma:


      “Ora con instancia, clama sin cansarte y llora con lágrimas amargas en el secreto de tu corazón, pidiendo a nuestro Padre Celestial, que por el amor al Corazón Eucarístico de mi Hijo Santísimo ponga cuanto antes fin a tan aciagos tiempos, enviando a esta Iglesia el Prelado que deberá restaurar el espíritu de sus sacerdotes”.


      “A ese hijo mío muy querido lo dotaremos de una capacidad rara, de humildad de corazón, de docilidad a las divinas inspiraciones, de fortaleza para defender los derechos de la Iglesia y de un corazón tierno y compasivo. En su mano será puesta la balanza del Santuario, para que todo se haga con peso y medida, y Dios sea glorificado”.


     Para que esto no suceda, el demonio y sus secuaces incitarán “todos los vicios”, provocando así“toda clase de castigos, entre ellos la peste, el hambre, la pendencia entre propios y ajenos, la apostasía, perdiendo a un número considerable de almas... Habrá una guerra formidable y espantosa... Esa noche será horrorosísima, porque al parecer humano será triunfante la maldad”.


      “Entonces es llegada mi hora en la que Yo, de una manera asombrosa destronaré al soberbio y maldito Satanás, poniéndole bajo mi planta y encadenándole en el abismo infernal, dejando por fin libres a la Iglesia y la Patria de su cruel tiranía”.
  



FUENTES:
1) Vida Admirable de la Rvda. Madre Mariana de Jesús Torres, escrita alrededor de 1790 por Fray Manuel de Sousa Pereira O.F.M.
2) Madera para Esculpir la Imagen de una Santa, por Mons. Dr. Luis E. Cadena y Almeida. Foundation for a Christian Civilization, Nueva York, 1987.
3) Mensaje Profético de la Sierva de Dios Sor Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa, Quito, 1989, de Mons. Luis E. Cadena y Almeida.
4) http://sempefidelis.blogspot.com.es/2009/10/yo-soy-maria-de-el-buen-suceso.html
5) http://www.fatima.org.pe/seccion-verarticulo-460.html



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lunes, 21 de enero de 2019

Tradición o Revolución - Rafael Gambra



Se ha escrito que, cuando comenzó el Diluvio, los hombres -ya agricultores- se decían unos a otros !qué buen año vamos a tener¡ Y que, cuando la persistencia empezaba a resultar alarmante, se consolaban mutuamente recordando la alternancia de períodos húmedos y secos en la meteorología habitual. Pienso que una y otra reacción son muy normales, porque el hombre es naturalmente optimista cada mañana hacia lo que el sol de ese día le traerá, y posee también una rara capacidad de adaptación y resistencia que le hace agarrarse a la vida física y mentalmente como ningún otro animal. De ahí que sólo él viva en todas las latitudes del planeta.

Esto no priva al hombre de su capacidad para darse cuenta de los grandes acontecimientos, convulsiones o calamidades que incidan en su tiempo histórico. Se da cuenta instintiva e intelectualmente. El instinto humano no alcanza al de muchas especies animales que les permite predecir terremotos, sequias, inundaciones y aún naufragios. Pero el "olfato ambiental" del hombre medio para conocer lo que se le viene encima no debe ser ignorado ni desdeñado. En muchas ocasiones, ante las enfermedades o ante la muerte aventaja al “ojo clínico” del médico, y lo mismo acontece ante hechos históricos de repercusión general. ¿Quién que lo haya vivido no recuerda a los “intelectuales al servicio de la República” vaticinar “la gran República que vamos a forjar” mientras el hombre de la calle se abrochaba el chaleco o ponía sus economías a recaudo? ¿O el optimismo “beato” de nuestros “clérigos ilustrados” ante la “gran primavera de la Iglesia” que traería el Concilio frente a la simultanea prevención de los beatos sencillos ante las extrañas cosas que empezaban a oírse?

Pensará alguien que hago equivalente el hecho nuevo o la interrupción histórica con la calamidad o el desastre. Y, en efecto, no se equivoca. Ello no supone que el hombre no puede esperar nada bueno en esta vida: puede esperar mucho, ciertamente, aún sin contar la gozosa expectativa de la otra. Lo que sí supone es que los acontecimientos súbitos, imprevisibles o revolucionarios, son generalmente malos. Porque lo que es bueno o perfeccionador suele advenir como fruto de una lenta maduración; así la cosecha del labrador o el éxito consolidado de una empresa.

Esto es casi verdad en la vida individual, por más que pueda a un hombre determinado tocarle la lotería o beneficiarse de un favorable azar. Sin embargo, los bienes más sólidos y reales nos suelen venir de procesos largos y de lentos esfuerzos, al paso que las desgracias -accidentes, incendios o terremotos- sobrevienen de improvisto. De aquí que en muchas regiones españolas se tenga el término novedad (“haber novedad”) como sinónimo de desgracia o de muerte, y que en el lenguaje castrense sea el “sin novedad” expresión de la normalidad venturosa o de la misión cumplida.

Pero lo que en la vida individual es casi siempre así, lo es siempre en la vida de los pueblos o de las civilizaciones. Todo lo que en este ámbito histórico hay de real, de grande o de auténtico progreso procede siempre de una lenta maduración en la que han colaborado, bajo una misma línea de inspiración, generaciones sucesivas. No por repetido pierde profundidad la antigua sentencia latina nihil innovatur nisi quod tradiutm est (“Nada de innovaciones, sólo la tradición”), ni su perfecta consecuencia d'orsiana “lo que no es tradición es plagio”.

Cuanto es fruto de civilización se ofrece sin violencia ni ruptura, antes bien, con la gozosa plenitud de la sazón alcanzada, de la cosecha generosa, que es a la vez coronación del esfuerzo y dádiva de lo Alto. Lo que, en cambio, es fruto de ruptura o de disolución interna -las revoluciones, las invasiones, los tumultos vindicativos- se presentan siempre con el aspecto de lo súbito y violento, con el tinte inquietante y sombrío de lo amenazador e inevitable, de lo imprevisible en sus consecuencias. Por más que una propaganda ya secular haya magnificado el término Revolución con los atributos de lo glorioso y redentor, la conciencia espontánea del hombre en sus aspectos más valiosos- los que miran a Dios, a la patria, a sus hijos- experimentan un horror invencible hacia el hecho subitáneo y anómalo de una revolución. Porque incluso las rebeliones más justas y eficaces sólo pueden servir para rectificar o reanudar una tradición, pero siempre después de unos frutos inmediatos y propios de desolación o de amenaza.


Rafael Gambra: “El lenguaje y los mitos”. Ed Speiro. Madrid 1983. Págs. 47-50.


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lunes, 14 de enero de 2019

Platón y la democracia - Manuel Fernandez-Galiano



…lo que está más viva y constantemente presente en el alma de Platón es el régimen de su propia ciudad, esto es, la democracia ateniense. Ella ocupaba un campo incomparablemente mayor en su experiencia personal, no sólo como ambiente más prolongado de su propia vida, sino en razón de la mayor riqueza de hechos que por sí misma le ofrecía. Y es claro que toda la meditación constructiva del filósofo supone el descontento y la insatisfacción de aquel régimen político en que había nacido y dentro del cual pasó la mayor parte de sus días.


Hay ya en cierto pasaje del tratado (430e) el esbozo de algo que podríamos llamar argumento ontológico contra la democracia y que, llevado a su inmediata consecuencia, entraña la negación de la posibilidad de aquélla. Si la democracia se entiende como forma del Estado en que el demo o pueblo es dueño de sí mismo, su concepción resulta irrealizable, absurda y ridícula; porque el que es dueño de sí mismo es también esclavo de sí mismo y con ello se hacen coincidir en un mismo ser dos posiciones distintas, opuestas a irreductibles. La distinción hecha por Rousseau entre la «voluntad general» y la «voluntad de todos» es algo que está en pugna con la mente de Platón, y por eso para él el argumento tiene entera fuerza. Ni en la ciudad ni en el individuo ve voluntad general alguna, sino una diversidad de partes con impulsos y tendencias de muy diferente valor. Lo que caracteriza al régimen político, como al régimen del individuo, es la preponderancia de una parte determinada con su tendencia propia. La democracia no es, ni puede ser por tanto, el régimen en que el poder es ejercido por el pueblo ni por su mayoría, sino el predominio alterno, irregular y caprichoso de las distintas clases y tendencias: más que régimen, es una  almáciga de regímenes en que todos brotan, crecen y se contrastan hasta que se impone alguno de ellos y la democracia desaparece. De ahí la indiferencia moral de ésta y la riqueza que ofrece su experiencia: allí hay gérmenes del régimen mejor o filosófico y del peor o tiránico; y con ellos, de los otros regímenes intermedios (557d). La condición que hace posible todo esto, la que deja abiertos en todas direcciones la sociedad y el régimen democráticos, es la libertad, y de libertad aparece henchida la democracia; pero un régimen así, radicalmente falso y con iguales facilidades y propensiones para el bien y para el mal, no puede ser un régimen aceptable.


Una de las más gratuitas y erradas afirmaciones que se han hecho respecto al espíritu de Platón es la de que su antidemocratismo está enraizado en un mezquino espíritu de casta, tesis conocidísima de Popper: su familia, aunque de la mejor nobleza, había seguido una tendencia más bien abierta y liberal que exclusivista y conservadora; una influencia familiar no puede por lo demás rastrearse por parte alguna en el pensamiento político del filósofo y los tonos de su condenación de la democracia no tienen, aunque otra cosa se diga, la acritud del odio racial. Platón llegó a ella por dos caminos distintos: uno, el de su experiencia política y personal, y otro, el de su doctrina de la técnica, recibida esta última de Sócrates, su maestro. Si hemos de creer lo que se dice en la carta VII, cuya autenticidad es hoy generalmente admitida, lo que separó para siempre a Platón de sus conciudadanos en la esfera política fue la condena y muerte del propio Sócrates en el año 399. El discípulo ha hablado de ella con una cierta amargura en su diálogo Gorgias (521 y sigs.): Sócrates mismo pronostica allí su juicio y su sentencia y compara la asamblea popular que ha de condenarle con un tribunal de niños ante el que un médico es acusado por un cocinero. Inculpa éste a aquél por la dureza de sus tratamientos, el rigor de sus prescripciones y el mal sabor de sus pócimas y les pone por contraste la dulzura y variedad de los manjares que él prepara; en vano el médico alegará que todo el sufrimiento que él impone está enderezado a la salud de los niños mismos, pues el tribunal de éstos no le hará caso y, diga lo que diga, tendrá que resignarse a la condena.


Tal es la imagen que Platón se forma de la democracia y que persiste en La república: un demo menor de edad e insensato y unos demagogos que le arrastran a su capricho abusando de su incapacidad y falta de sentido. En un pasaje (488a-e) presenta a aquél como un patrón robusto ciertamente, pero sordo, cegato a ignorante, con el que juegan a su antojo los marineros que lleva en su barco; en otro (493a y sigs.), como un animal grande y fuerte cuyos humores y apetencias estudian los sofistas para aceptarlos como ciencia, esto es, con el fin de sacar de ese estudio normas para su manejo. Platón, pues, no tiene hiel para el demo aunque la tenga para los demagogos: los tonos en que habla de aquél van desde la compasión a la ironía. «Cuando agravia -dice en 565b- no lo hace por su voluntad, sino por desconocimiento y extraviado por los calumniadores.» Tales opiniones eran de esperar, por otra parte, en un hombre que había sido discípulo afecto de Sócrates y que además había recogido la experiencia de aquel agitado y triste período de la historia de Atenas, aquel final del siglo v que tan bien conocemos por los relatos de Tucídides y Jenofonte. La democracia había tenido su época de esplendor y ufanía, pocos años antes del nacimiento del filósofo, bajo la dirección de Pericles. Este mismo, en un discurso famoso que, sin duda con fidelidad de conceptos, nos ha transmitido Tucídides, había celebrado sus excelencias con ocasión del funeral de los caídos en el primer año de la guerra arquidámica: es un pregón de las calidades y ventajas de la democracia al que Platón parece poner, muchos años después, la sordina de sus ironías. La derrota exterior y la descomposición interna de Atenas habían sido un amargo comentario a las arrogancias de su primer estratego. Ya Platón le había condenado en el Gorgias juntamente con otras grandes figuras de la historia de su patria, como Milcíades, Cimón y Temístocles; se puede suponer lo que pensaría de los hombres de la edad posterior, los improvisados a insensatos políticos que jalonaron con su desatentada actuación la trágica pendiente de la derrota: el curtidor Cleón o el fabricante de liras Cleofonte sin contar a Alcibíades, el punto negro en la sociedad de los discípulos de Sócrates. Hombres que alucinaron algún día al pueblo con sus declamaciones o pasajeras victorias para dejarlo caer finalmente en la catástrofe sin remedio.


Tucídides había dicho (I65, 9) que en la época de Pericles, la más gloriosa de la democracia, ésta no había existido más que de nombre: la realidad era la jefatura de un solo varón, el primer estratego. Para Platón, toda la democracia no había sido más que demagogia en el sentido etimológico de la palabra (cf. 564d); y los demagogos, unos embaucadores del pueblo que, en vez de atender a la mejora de éste, habían cuidado sólo de su propio aventajamiento halagando y engañando a la multitud con el arte bastardo de la oratoria. A todos ellos oponía la figura de Sócrates, «uno de los pocos atenienses, por no decir el único, en tratar el verdadero arte de la política y el solo en practicarlo, alguien que no hablaba en sus perpetuos discursos con un fin de agrado, sino del mayor bien» (Gorg. 521d). Y éste era el hombre a quien había condenado a muerte la propia democracia de Atenas.


Pero, si la oposición a la democracia era en Platón fruto de su desengañadora experiencia, había llegado también a ella en virtud de una doctrina, fundamental en el tratado de La república, pero cuya procedencia socrática es indudable: la doctrina o principio de la técnica. La mayoría de los ciudadanos atenienses residentes en la ciudad se contaban entre los llamados demiurgos, artesanos o artistas, hombres de oficio o de profesión liberal. Dotado aquel pueblo como ningún otro de un seguro sentido de la belleza y de un vivo afán de saber (Tucíd. II 40, 1), es natural que alcanzase en sus obras y realizaciones una perfección que en algunos casos sería la admiración de los siglos; y natural también que, conscientes de ello, tuviese cada uno el orgullo de su arte, observase solícitamente los secretos de sus procedimientos y los transmitiese a sus hijos en larga y pormenorizada enseñanza. El sentido de la técnica era, pues, muy vivo en estos profesionales; pero los mismos hombres que así apreciaban las dificultades del acierto y del éxito en un oficio manual o un estudio especializado, se creían capaces de desempeñar sin ninguna particular preparación las funciones públicas en el ejército o en la asamblea y aun, como hemos visto, la propia dirección de los asuntos del Estado. Y esta supuesta capacidad era también motivo de presunción y de arrogancia. En el ya citado discurso de Pericles hay claras manifestaciones de estos sentimientos: allí se recuerda, por lo que toca al ejercicio militar, que los lacedemonios tratan de alcanzar la fortaleza viril con un largo y penoso ejercicio, que comienza en la primera juventud, mientras que los atenienses, con una vida libre y despreocupada de todo ello, consiguen los mismos resultados (II 39,1); se afirma que los ciudadanos, aun dedicando su atención a sus asuntos domésticos y quehaceres privados, entienden cumplidamente los negocios públicos (40, 2), y que un mismo varón puede mostrarse capaz de las más diferentes formas de vida y actividad con la máxima agilidad y gracia (41,1). Estas afirmaciones de la capacidad general para la política son siempre del agrado del pueblo, pero, interpretadas a su capricho y dando alas a la audacia y a la improvisación, traen las consecuencias que son bien conocidas en la historia de Atenas.


Fue Sócrates quien vino a oponerse a ellas con su principio de la técnica. Creador de la ciencia de la vida humana con su fundamento natural y su fin inmanente, tuvo por capital empeño el convencer a los hombres de su tiempo de la necesidad de esa ciencia y de su incomparable importancia. Y para ello aprovechaba hábilmente aquel vivo sentido de la técnica que, en otros campos más restringidos, tenían, como hemos visto, sus conciudadanos. «¡Oh, Calias! -preguntaba al rico personaje de ese nombre-. Si tus hijos, en vez de tales, fueran potros o terneros, tendríamos a quien tomar a sueldo para que los hiciese buenos y hermosos con la excelencia que a aquéllos les es propia; y sería algún caballista o campesino. Pero, puesto que son hombres, ¿a quién piensas tomar por encargado de ellos? ¿Quién hay que sea entendido en tal ciencia humana y ciudadana?» (Apol. 20a-b). No se cansaba de advertir la necesidad de un especial conocimiento para el desempeño de las funciones públicas, empezando por el ejercicio militar; le parecía locura que se designasen los magistrados por sorteo, siendo así que nadie querría seguir tal procedimiento para la elección de un piloto, un carpintero, un flautista a otro operario semejante cuyas faltas son menos perjudiciales que las de aquellos que gobiernan el Estado (Jenof. Mem.I 2, 9); es absurdo igualmente -decíaque se sancione a un hombre que trabaja estatuas sin haber aprendido estatuaria y no se castigue al que pretende dirigir los ejércitos sin haberse preocupado de conocer la estrategia, cuando es la suerte de la ciudad entera la que se le entrega en los azares de la guerra (III 1, 2). En otra ocasión (III 6, 1 y sigs.) le vemos hablando con Glaucón, el hermano de Platón, que, aún en su primera juventud, se empeñaba en arengar al pueblo y dirigir los asuntos de Atenas; y en el interrogatorio queda al descubierto la absoluta ignorancia del joven en lo tocante a la situación financiera, militar y económica de la ciudad. Estos pensamientos socráticos son puestos por Platón como base de su tratado. «Se prohíbe -dice en 374b-c- a un zapatero que sea, al mismo tiempo que zapatero, labrador, tejedor o albañil; ¿cómo puede permitirse que un labrador o un zapatero o cualquier otro artesano sea juntamente hombre de guerra si aun no podría llegar a ser un buen jugador de dados quien no hubiese practicado asiduamente el juego desde su niñez?»


En todo esto, sin embargo, no aparece sino un aspecto vulgar y previo del requerimiento socrático; porque el arte militar y el político entran dentro de aquella «ciencia humana y ciudadana», de aquel estudio del hombre que no es completo si no considera a éste en sociedad. Ese conocimiento del hombre -porque hombres han de manejar así el general como el político- vale más que la simple práctica de la guerra o la buena información en otros campos de la administración pública. Ello explica la paradoja de que Sócrates (Jenof. Mem. III 4, 1 y sigs.) justifique la elección de un estratego sin otros méritos que los de llevar bien su casa y saber organizar los coros del teatro: este tal ha demostrado que sabe operar con hombres y ello representa positivamente más que los empleos de locago y taxiarco y las cicatrices que ostentaba su contrincante.


Este arte de tratar a los hombres, es decir, de conducirlos a su bien, no es, elevado a la categoría de conocimiento racional, otra cosa que la filosofía. Ella constituye, pues, la verdadera ciencia del político: la justicia y la felicidad de la ciudad son secuelas del conocimiento filosófico del gobernante, advertido y acatado por los gobernados; pero tal conocimiento no puede ser alcanzado por la multitud y, por tanto, ésta no debe asumir funciones rectoras. Cuando Critón advierte a Sócrates de la necesidad de tener en cuenta la opinión de la multitud (Crito 44d), por ser ésta capaz de producir los mayores males, como se ha visto en el propio caso de la condena del filósofo, Sócrates responde: «Ojalá fuera capaz la multitud de producir los mayores males para que fuese igualmente capaz de producir los mayores bienes, y ello sería ventura; pero la verdad es que no es capaz de una cosa ni de otra, porque no está a sus alcances el hacer a nadie sensato ni insensato y no hace sino lo que le ocurre por azar». La capacidad de hacer más sensatos, esto es, mejores a sus conciudadanos es lo que el Sócrates platónico exige del político, y por no haberla tenido aparece condenado el mismo Pericles (cf. págs.12-13); el pueblo, como se ha dicho, es radicalmente incapaz de ello (494a). Y con esto queda pronunciada la condena definitiva de la democracia. Pero la descripción que Platón hace de ella no quedaría completa a nuestros ojos si al lado de sus razonamientos abstractos no pusiéramos la animada pintura de la vida ateniense que nos hace al hablar del Estado y del hombre democráticos en uno de los trozos de más valor literario de toda la obra (557a y sigs.). Allí vemos el régimen en su hábito externo, con aquel henchimiento de libertad, anárquica indisciplina a insolencia agresiva que, como si estuviese en el ambiente, se transmite a los esclavos y a las bestias, de modo que hasta los caballos y los asnos van por los caminos sueltos y arrogantes, atropellando a quienquiera les estorba el paso; libertad tan suspicaz que se irrita y se rebela contra cualquier intento de coacción y que para guardar perpetua y plena conciencia de sí misma termina por no hacer caso de norma alguna (563c-d). Ni Tucídides ni Aristófanes nos han dejado cosa mejor sobre las fiaquezas políticas de Atenas.


Las consideraciones que van expuestas nos explican la renuncia de Platón a aquella solución del problema de la fidelidad del poder público que consiste en que éste sea ejercido por la sociedad misma. Sin idea de sistema representativo ni de balanza de poderes y de acuerdo con su doctrina de la técnica, no queda otra cosa que crear un cuerpo especializado de ciudadanos que desempeñe las funciones directivas del Estado: y a esta creación está consagrado en gran parte el tratado de La república.



Manuel Fernandez-Galiano: Introducción a “La República” de Platón



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