San Juan Bautista

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jueves, 30 de enero de 2014

Grandes obispos de la lucha antiarriana: San Hilario - Por el P. Alfredo Saenz

  San Hilario, nacido a comienzos del siglo IV en una familia pagana, se convirtió al cristianismo siendo ya adulto. Hacia el 350 ocupó la sede de Poitiers. Desde que fue consagrado obispo. Toda su actividad eclesiástica y  literaria giró en torno a la defensa de la ortodoxia frente a los arrianos y el emperador Constancio. El año 365 asistió a un concilio en Galia, donde se decretó su deposición y destierro a Frigia, en razón de la postura francamente antiarriana que había asumido... 

Vuelto a su sede, el año 359, luchó como pocos contra la herejía dominante. De Hilario ha dicho el cardenal Pie, su sucesor en la diócesis de Poitiers durante la segunda mitad del siglo XIX, que sin él las Galias habían zozobrado en el abismo de la herejía, quedando reducido el cristianismo a un Cristo meramente terreno. A combatir dicha herejía dedicó toda su vida. Sus escritos, sus viajes, sus exilios, sus oraciones no tuvieron sino ese objeto: afirmar la divinidad del Verbo, la divinidad de Cristo y, por consiguiente, del cristianismo....

  La lucha que debió entablar Hilario fue realmente terrible. A veces decía que hubiera preferido ser obispo en tiempos de Nerón o de Decio, ya que en ese caso el combate habría sido contra enemigos declarados, y hubiese podido levantar su voz en medio de los tormentos, de modo que el pueblo testigo de una persecución manifiesta lo habría acompañado en la confesión de la fe. En cambio el asunto era ahora más complejo. La lucha se entablaba contra un perseguidor que engaña, contra Constancio, que finge ser cristiano, que no hace mártires, que torna imposible la palma de la victoria. Hilario no teme desenmascararlo: “Yo te lo digo, Constancio, tú combates contra Dios”. Para colmo, dentro de la Iglesia eran muchísimos los obispos que consentían con el arrianismo, lo que hacía inmensamente ardua la resistencia. Hilario entendió que no podía quedar convertido en un simple espectador: “Es tiempo de hablar, porque el tiempo de callar ha pasado (tempus est loquendi, quia jam praeterit tempus tacendi)”. Le preguntaban, a veces, si no tenía miedo. A lo que respondía: “Sí, verdaderamente tengo miedo, tengo miedo de los peligros que corre el mundo; tengo miedo de la terrible responsabilidad que pesaría sobre mí por la connivencia, por la complicidad de mi silencio; por mis hermanos que se apartaron del camino de la verdad; tengo miedo por mí, porque es deber mío conducirlos allí”.

  Hilario fue considerado la columna de la fe en Occidente, por lo que lo llamaron “el Atanasio de Occidente”... Murió en el 366.



  Tanto admiraba el cardenal Pie a su glorioso antecesor que le pidió al papa Pío XI lo declarase Doctor de la Iglesia. Cuando el Papa accedió a su pedido, el obispo de Poitiers pronunció una espléndida homilía donde señalaba la actualidad del pensamiento de San Hilario: 

  “Que salga de su tumba, que vuelva en medio de nosotros el gran defensor de la consustancialidad del Verbo, el campeón de la inmutabilidad de la verdad revelada. Estamos en pleno arrianismo, porque estamos en pleno racionalismo. Arrio no arrebató al Verbo de Dios su divinidad sino para poner la creatura a su nivel; y la filosofía contemporánea no proyecta rebajar al Verbo divino sino para igualarse a él, digo mal, para elevarse por encima de él. ¡Huesos de Hilario, temblad de nuevo en vuestro sepulcro y clamad una vez más: “Señor, ¿quién es semejante a ti?”.


ALFREDO SAENZ – “La nave y las tempestades: La Sinagoga y la Iglesia Primitiva - Las persecuciones del Imperio Romano – El arrianismo” Ed. Gladius 2005. Págs.236-238


"Es tiempo de hablar, porque el tiempo de callar ha pasado"
San Hilario ora por nuestros cardenales y obispos descarriados

Fotos de catapulta.com.ar

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miércoles, 29 de enero de 2014

¿Quería Alemania la guerra? La Verdadera Historia – Por Luis Alfredo Andregnette Capurro


  Cada vez son menos los que mantienen en su retina el relámpago inicial de la que fue la más grande de las explosiones, ahora conocida como la Segunda Guerra Mundial. Aunque tal vez deberíamos llamarla la segunda etapa de la primera conflagración estallada en agosto de 1914. Cuando el 11 de noviembre de 1918 delegados del Kaiser y de la República Francesa firmaban en Compeigne el Armisticio con la condición de que la paz iba a ser lograda en un lapso de 36 días pensaban seriamente en un final del conflicto sin Vencidos ni Vencedores. Pero “el bloqueo de los aliados en todo su rigor” (Churchill dixit) y la situación interna de Alemania, en donde el accionar bolchevique campeaba, impidieron el lapso fijado.

  El 28 de junio de 1919 forzada por el chantaje y el hambre Alemania finalmente rubricaba en el Palacio de Versailles los tratados que en los siguientes dos decenios sería el origen de la Guerra estallada en septiembre de 1939.

  Poco después se imponían a los demás vencidos los “diktats” que debieron rubricar Hungría, Turquía, Austria y Bulgaria en Sevres, Trianon, Saint Germain, y Neully. Europa se convertía en una inmensa bomba de tiempo. Alemania era despojada de la Cuenca de Sarre con hierro y carbón, en tanto la producción iba hacia Francia.

  El Imperio de los Hohenzollern (desposeído de 90.000 kilómetros cuadrados) hubo de ceder Etupen y Malmedy a Bélgica y las Provincias de Alsacia y Lorena a Francia. En el norte Alemania hubo de renunciar a parte de Schlewig a manos de Dinamarca (que había sido neutral en la guerra) en tanto en el Este, el territorio de Memel, en el extremo norte de Prusia Oriental, quedó bajo la jurisdicción de la Sociedad de las Naciones. La Renania fue ocupada militarmente y el rico territorio del Rhür quedó colocado bajo jurisdicción francesa.

  Se creaban nuevos Estados que encerraban grupos étnicos que rechazaban la nueva situación. Aquí van algunos ejemplos. Checoeslovaquia fue un invento versallesco y francosoviético, que apuntaba al corazón de Alemania y contra todo derecho incluía Eslovaquia. A ese extraño engendro se le regalaban la región de los Sudetes, que alojaba a más de tres millones de alemanes. Polonia era restaurada con numerosas regiones alemanas como la carbonífera Posen con Silesia, porciones de Prusia con centenares de miles de tudescos y Danzig, que fuera ciudad alemana por siglos, se “estatuía Libre”.

  La maravillosa construcción de la Cristiandad Medieval: el Sacro Imperio Romano y Germánico que se mantenía como la Monaquía Dual Austro-Húngara, piedra fundamental en la defensa de Europa, fue desmembrada, En los tratados de Saint-Germain con Austria y del Trianon con Hungría, los 2 millones fueron repartidos entre siete estados. Sólo seis millones quedaron contenidos en la nueva Austria y ocho millones en Hungría, mientras una tercera parte de la población magyar quedaba fuera de sus fronteras en los territorios de Transilvania y Bucovina, de los que Rumania se había apoderado.

  Desconociendo sus propios principios y promesas, los políticos democráticos de la Sociedad de la Naciones sacaron de sus galeras una coneja: Yugoeslavia. Ella englobó Serbia y las regiones de Montenegro, Croacia, Eslovenia, Bosnia y Herzegovina. Con ello el Estado “de los eslavos del Sur” lograba realizar el antiguo ensueño serbio de dominar el litoral del Mar Adriático. El nuevo conglomerado, junto con Checoslovaquia y Rumania, constituyeron un factor más de discordancia.

 Alemania fue despojada de sus territorios extracontinentales a favor de Francia e Inglaterra aún cuando todavía resonaban las palabras del Premier Lord Asquith, quien había afirmado que “ni su nación ni Francia hacían una guerra de anexiones”.

  Para refrendar lo señalado también se incorporaron los territorios del viejo Imperio Turco en África y el Oriente Medio. El problema de Ucrania (aún no resuelto) poseyó y posee una gran complejidad, ya que es zona territorial habitada por rutenos que se extiende a lo largo de Rusia europea meridional, Polonia Oriental y la antigua Checoeslovaquia oriental. Ucrania se constituyó en Estado Independiente en 1921, pero fue reconquistada en 1923 por las hordas bolcheviques de León Davidovich Bronstein (a) Trostsky, para ser parte de la U.R.S.S.


   El problema de las reparaciones de las situaciones que empeoraron los difíciles decenios que estamos intentando resumir.

  En 1921 la Comisión de Reparaciones fijó el monto que Alemania debía pagar en 137 mil millones de marcos oro. A la negativa alemana de pagar la astronómica cifra se respondió con la amenaza de permanencia de las tropas extranjeras por tiempo indeterminado en la entonces llamada República Alemana de Weimar.
 

  Con cínica franqueza el Presidente Poincaré señaló en conferencia de prensa el 27 de julio de 1922: “Lamentaría sinceramente que Alemania pagara. Prefiero la ocupación y la conquista a embolsar el dinero de las reparaciones…” Como dato curioso de la insanía que pareció haberse apoderado de los dueños de Europa, Peter Kleist señaló, a propósito de las llamadas reparaciones: “La suma de 132.000.000.000 más los cinco mil millones para pagar las deudas de guerra belgas representaba el total de las reservas de oro mundiales”.

  Del caos en que quedó Europa luego de Versalles surgió un instrumento de los centros de poder internacionales: la Sociedad de Naciones con sede en Ginebra. Woodrow Wilson, con dientes de roedor antediluviano, fue el padre putativo de la moderna Babel ginebrina pergeñada en el seno de las logias, y que sólo trajo disensiones y enfrentamientos. Como muy bien señala el historiador inglés J.E.C. Fuller “ésta se convirtió en instrumento autocrático que legalizaba la guerra contra cualquier potencia que amenazase la integridad territorial y la independencia  política de sus miembros declarando ilegal cualquier otra forma de conflicto…” Por entonces la Unión Soviética se consolidaba, con apoyo financiero de la subversión marxileninista.

  El cosmopolitismo materialista del marxismo disolvente removió las fibras más profundas del hombre europeo. La patria no podía dejar de ser la tierra de los antepasados. Y reapareció, con sus caudillos, lo que el mundo llamó Fascismos. Estos movimientos surgieron como protestas, como una rebelión contra el estado de cosas parido en Versalles, y como anhelo de reconstrucción en cada región donde afloraba esa llama de vitalidad.

  Y fueron ejemplos Italia, Alemania, Hungría, Rumania, España, etc. En este sentido, no podemos dejar de citar nuevamente al general J.E.C. Fuller, quien en el tomo III, pág. 414, de “Batallas decisivas del Mundo Occidental” escribe: “Entre estos artistas del poder destacan dos hombres imbuidos de una nueva filosofía: Benito Mussilini y Adolfo Hitler. Ambos desafiaron el mito del hombre económico, factor fundamental del capitalismo socialismo y comunismo, exaltando en su lugar el del hombre heroico. Ellos sostenían que mientras el sistema monetario se basara en el oro las naciones que hicieran acopio del mismo impondrían su voluntad obligando a aceptar préstamos con intereses”.

  La fórmula básica era “la riqueza no es el dinero sino el trabajo”. De ahí se iría a las importaciones por intercambio directo de géneros, con lo que cesaría el préstamos, golpeando ferozmente a los que "detentaban la posesión del oro”. Capitalismo financiero o Sistema de intercambio. He aquí otro factor a tener en cuenta en el estallido bélico inevitable.

  Entumecida Europa con el trágico mecanismo de Versalles y sin voluntades concéntricas – como decía Mussilini – capaces de encontrar un punto para la revisión, el mundo caminaba hacia la guerra.


LUIS ALFREDO ANDREGNETTE CAPURRO – Revista Cabildo 3° Época – Año X – N° 83. Págs. 16-17 – Diciembre 2009

 
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domingo, 26 de enero de 2014

Democracia Política y sus Falsos Dogmas (III) – Por Eugenio Vegas Latapie

IGUALDAD

  También es equívoco el término "igualdad", como sucede con el vocablo "democracia". Precisamente esto movió al ilustre Balmes a dedicar un apartado en su Criterio bajo el título "Palabras mal definidas. Examen de la palabra igualdad". En él, con razonamientos sencillos y claros, pone de manifiesto los sofismas que comúnmente se encubren tras las expresiones de "igualdad de naturaleza", "igualdad de derechos", "igualdad social" e "igualdad ante la ley", para concluir que la única igualdad que existe entre los hombres es la de su origen y su fin (1).

  La igualdad humana fue desconocida hasta el advenimiento de Cristo. Anteriormente, la desigualdad no sólo consistía en que los hombres estuvieran divididos en clases sociales infranqueables, sino en que se aceptaba que por naturaleza unos seres nacían libres y otros esclavos.
Veamos lo que a este respecto dice Aristóteles, en un célebre pasaje de su Política: "Hay en la especie humana individuos tan inferiores a los demás, como el cuerpo al alma, como la bestia al hombre; son aquellos de los que el mejor partido que se puede sacar es el empleo de las fuerzas corporales. Partiendo de los principios que hemos sentado, esos individuos son los destinados por la naturaleza a la esclavitud, pues no hay para ellos nada mejor que obedecer. Es esclavo por naturaleza el que puede pertenecer a otro (y, en efecto, a otro pertenece), y cuya razón apenas llega al grado necesario para experimentar un vago sentimiento, sin tener la amplitud de la razón"(2).

  El cristianismo vino a enseñar por primera vez al mundo la verdadera dignidad e igualdad de los hombres, enfrentándose abiertamente con un pensamiento y una realidad social plurisecular. No predicó, sin embargo, la subversión violenta para modificar de raíz el injusto régimen social existente, ni se dedicó a alentar y excitar a la lucha de clases, en nombre de la justicia social. Con la propagación de la doctrina de que todos los hombres son hijos de un mismo Dios, y, por tanto, hermanos, logró primero suavizar la situación de los esclavos, para preparar después, lentamente, los espíritus hasta conseguir que desapareciera esa inhumana diferenciación social. En este sentido, no puede ser más reveladora y significativa la actitud de San Pablo con el esclavo Onésimo. Escapado éste de casa de su amo, en Colosas, quizá por haber sustraído algún objeto de su propiedad, llegó hasta Roma, donde fue convertido al cristianismo por el Apóstol de los gentiles, quien lo indujo a volver a casa de su señor. Se llamaba éste Filemón y había sido convertido también a la fe cristiana por San Pablo, circunstancia aprovechada por el Apóstol para enviarle con Onésimo una carta, en la que se lee: "Tal vez se te apartó por un momento para que por siempre le tuvieras, no ya como a siervo, antes, más que siervo, hermano amado, muy amado para mí, pero mucho más para ti, según la ley humana y según el Señor. Si me tienes, pues, por compañero, acógele como a mí mismo. Si en algo te ofendió o algo te debe, ponlo a mi cuenta"(3).  En este caso concreto, San Pablo no hace sino aplicar la doctrina que había enseñado en su epístola a los Efesios: "Siervos, obedeced a vuestros amos según la carne, como Cristo, con temor y temblor, en la sencillez de vuestro corazón... Y vosotros, amos, haced lo mismo con ellos, dejándoos de amenazas, considerando que en los cielos está su Señor y el vuestro y que no hay en El acepción de personas"(4).

  No otra es-ni podía ser-la moderna doctrina pontificia. León XIII enseña a este respecto: “... según las enseñanzas evangélicas, la igualdad de los hombres consiste en que, teniendo todos la misma naturaleza, están llamados todos a la misma eminente dignidad de hijos de Dios; y además en que, estando establecida para todos una misma fe, todos y cada uno deben ser juzgados según la misma ley para conseguir, conforme a sus merecimientos, el castigo o la recompensa. Sin embargo, existe una desigualdad de derecho y de autoridad que deriva del mismo Autor de la naturaleza, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra (Ef. m, 15)" (5).

  San Pío X, quien hubo de recorrer en su niñez, diariamente, catorce kilómetros a pie y descalzo, para poder asistir a la escuela de Castelfranco (6), reprenda la doctrina de su inmediato predecesor en el motu proprio de 18 de diciembre de 1903 sobre la Acción Popular Cristiana: "La igualdad de los diferentes miembros sociales consiste sólo en que todos los hombres tienen su origen en Dios Creador, que han sido redimidos por Jesucristo y deben a la norma exacta de sus méritos y deméritos ser juzgados o castigados por Dios (encíclica Quod apostolici muneris)"(7).

* * *

  Basten estos breves y precisos conceptos sobre el alcance de la igualdad cristiana…,  y pasemos a ocuparnos de la igualdad política, que es la que principalmente nos interesa en este momento.

  Aun cuando puedan encontrarse autores en todas las épocas que postulan la igualdad política, el gran heraldo del falso dogma de la igualdad de los hombres fue, sin embargo, Juan Jacobo Rousseau, sobre todo en su Discurso sobre el origen de la desigualdad y en el Contrato social, en quien se inspiraron los autores de la famosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, cuyo artículo primero dice así: "Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no pueden ser fundadas más que sobre la utilidad común"(8).

  La afirmación es terminante. Los ideólogos de 1789, de espaldas a la realidad, reconocen y decretan que los hombres nacen libres-¡pobres niños, si se les dejara en libertad desde el momento de nacer!-y además iguales en derechos. Pero no se trata de una igualdad absoluta, que acarrearía la igualdad económica, sino de una simple igualdad de derechos. De ahí que en los artículos segundo y decimoséptimo de la misma Declaración se considere a la propiedad "derecho inviolable y sagrado", así como derecho natural e imprescriptible del hombre". La masa burguesa, que formaba en' su inmensa mayoría el "tercer Estado", en modo alguno toleraba que se estableciese la igualdad de bienes, no obstante ser ésta una consecuencia obligada de los principios revolucionarios. Por ello no titubeó en guillotinar a Graco Babeuf, autor del Manifeste des égaux, cuando intentó sublevar a las masas en favor del comunismo.

  Por otra parte, los más inflamados defensores, en teoría, de los principios de libertad e igualdad absolutas jamás sostuvieron que fueran éstos realizables en la práctica. Así, por ejemplo, Rousseau escribe en su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres: "No hay que tomar las investigaciones que se pueden hacer sobre este tema como verdades históricas, sino solamente como razonamientos hipotéticos y condicionales más propios para esclarecer la naturaleza de las cosas que para demostrar su verdadero origen, y semejantes a las que hacen todos los días nuestros físicos sobre la formación del mundo"(9). Aun cuando no pretendiese con estas aclaraciones el pensador ginebrino más que tranquilizar el espíritu de los nobles y burgueses a quienes debía su propia subsistencia, no se desvirtúa por ello la auténtica fuerza explosiva que encierran. Sobre todo, si recordamos los párrafos con que se inicia la segunda parte del mencionado Discurso: "El primero que habiendo cercado un terreno se atrevió a decir: Esto es mío, y encontró gente lo bastante sencilla para creerlo, fue el verdadero fundador de la sociedad civil.

  ¡Cuántos crímenes, guerras y muertes, cuántas miserias y horrores no habría ahorrado al género humano aquel que, arrancando los mojones o rellenando las zanjas, hubiera gritado a sus semejantes: 'Guardaos de escuchar a ese impostor. Estáis perdido si olvidáis que los frutos pertenecen a todos y que la tierra no es propiedad de nadie'"(10).

  ¡Y pensar que estas lucubraciones de una mente extraviada, tan contrarias a las enseñanzas de la naturaleza y de la Historia, han logrado conmover en sus cimientos al mundo civilizado, al ser asimiladas por las masas! Gran profeta resultó Napoleón, según las palabras que refiere haberle oído en Ermenonville el marqués de Girardin; "Llegado a la Isla de los Alamas, el Primer Cónsul se detuvo ante la tumba de Juan Jacobo y dijo: ¡Habría sido mejor para la tranquilidad de Francia que este hombre no hubiera existido. - ¿y por qué, ciudadano Cónsul?, le pregunté. -Es él quien ha preparado la Revolución. -Yo creía, ciudadano Cónsul, que vos sois el menos indicado para quejarse de la Revolución. -Pues bien, el porvenir enseñará si no hubiera sido preferible, para la tranquilidad de la Tierra, que ni Rousseau ni yo hubiéramos existido jamás"(11).

  Cuando contempla Santo Tomás, en sus Comentarios a la "Política" de Aristóteles, la hipótesis de una democracia en que exista la igualdad absoluta, no duda en afirmar la incompatibilidad de toda jerarquía con el principio democrático. En la democracia pura, todos deben gobernar bien directa y simultáneamente, bien indirecta y sucesivamente. Pero los puestos públicos no pueden proveerse por elección, ya que ésta supone designar a los más idóneos, hábiles o competentes, con lo cual se contradice la hipótesis democrática de que todos los ciudadanos son absolutamente iguales. Citemos textualmente a Demongeot, a quien hemos seguido en este punto: "La elección que supone una designación consciente, fundada en consideraciones de capacidad personal, aparece, por el contrario, como una institución esencialmente aristocrática. En la democracia-dice Santo Tomás-la ley determina que los gobernantes sean elegidos por sorteo..., ya todas, ya al menos aquellas que no reclaman una gran sabiduría y una gran prudencia, como son, por ejemplo, la dirección del ejército y el consilium (12).

  Kelsen, con su rigor lógico habitual, reconoce que de la idea de que somos todos iguales, se puede deducir rectamente que "nadie debe mandar a otro"(13), con lo que reaparece la hipótesis de la anarquía, según ocurrió al examinar la idea de la libertad absoluta. Para salir al paso de ella, Kelsen que es un empírico y no un soñador de quimeras, añade inmediatamente, después de lo transcrito: "Pero la experiencia enseña que, si queremos permanecer iguales, en realidad es preciso que nos dejemos gobernar." De este modo, al intentarse el desahucio de la anarquía, queda también desahuciado el principio de la igualdad absoluta. Una vez admitida la necesidad de dejarse gobernar, se divide a los ciudadanos en dos clases políticamente desiguales: gobernantes y gobernados.

  El profesor Rudolph Laun estudia con mayor detenimiento el principio de igualdad como exigencia de la democracia. Su conclusión es la misma de Kelsen: La realidad, la experiencia, hacen imposible la aplicación de tal principio, debido a su falta absoluta de realismo. "Por su misma naturaleza -escribe Laun- los hombres son desiguales desde muchos puntos de vista. El Estado, cualquiera que sea su forma, no puede cambiar a ese respecto. No puede suprimir la desigualdad existente entre el hombre sano y el enfermo, entre el fuerte y el débil, entre el sagaz y el imbécil, etc. No puede compensar esas desigualdades sino de un modo muy restringido. No puede ofrecer nada capaz de resarcir al ciego de la pérdida de la luz, al achacoso de sus padecimientos, a la madre inconsolable por la muerte del hijo. No puede proporcionar a los seres groseros los goces artísticos reservados a las personas con dotes naturales. Aún más, el mismo Estado no puede dejar de aumentar con desigualdades artificiales las desigualdades naturales ya existentes"(14). La conclusión de Laun es terminante. A su juicio, "todas las democracias de la Historia y del tiempo presente se encuentran en general poco más o menos tan alejadas como los Estados no democráticos del ideal de la igualdad de los ciudadanos ante los deberes de obediencia"(15).

  Según hemos visto, los principios de libertad e igualdad, en los que pretende basarse la democracia, resultan incompatibles con ninguna clase de gobierno; pero como es contraria a la naturaleza la existencia de un estado anárquico, ha sido preciso adulterarlos, por medio de limitaciones más o menos importantes. La fuerza corrosiva de tales principios sigue minando, sin embargo, los espíritus de las masas y creando una situación de anarquía latente que puede provocar, en un momento dado, el derrumbamiento de los restos de civilización que aún perduran. Así hubo de admitirlo Spengler, cuando escribió: "Lo que hoy reconocemos como orden y fijamos en constituciones liberales no es más que una anarquía hecha costumbre. La llamamos democracia, parlamentarismo o self-government de los pueblos; pero es, de hecho, la mera inexistencia de una autoridad consciente de su responsabilidad, de un gobierno y con ello, de un verdadero Estado"(16).

  Así como dijimos que el principio de la libertad desenfrenada se deriva del pecado de soberbia, del non serviam, de Lucifer, también podemos encontrar el origen del principio de igualdad absoluta en el pecado de la envidia en que cayeron nuestros primeros padres en el Paraíso, al dejarse seducir por la promesa de la serpiente: Aperientur oculi vestri et eritis sicut dii, scientes bonum et malum (17). De morbus democraticus calificó Summer Maine a la envidia.


(1) Balmes: Obras Completas, ed. cit., vol XV, págs. ISO, siguientes.
(2) Aristóteles: La Política, traducción de Nicolás Estevánez, París, Garnder, s. d., págs. 11, sgs,
(3) FIm., 15-18, Sagrada Biblia, traducción de Nácar-Colunga, Madrid, B. A. C., 1959, págs. l310-1311.
(4) Eph. VI, 5, sgs, ed. cit., pág. 1279.
(5) León XIII: Quod apostolici muneris, en Doctrina Pontificia Documentos sociales, Madrid, B. A. C., 1959, pág. 184.
(6) René Bazin: Pie X, París, Flamrnarion, 1928, págs. 14 y 15; Jerónimo Dal-Gal: San Pío X, Barcelona, Publicaciones
Cristiandad, 1954, pág. 5.
(7) San Pío X: Fin dalla prima nostra enciclica, en Doctrina Pontificia. Documentos sociales, ed., cit.• pág. %4.
(8) Léon Duguit y Henri Mounier: Les constitutions et lesprincipales lois politiques de la Erance, París, Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, 1925, pág. l. Todas las citas de la Declaración de derechos que se hacen en este trabajo están tomadas de esta obra
(9) Rousseau: Discours sur l'origine de l'inégalité parmi les hommes, París, Union Générale d'Editions, 1963, pág. 254.
(10) Rousseau, op, cit., pág. 292.
(11) Citado por Maurras: Dictionnaire politique et critique,vol. V, pág. 134.
(12) Demongeot, op. cit. pág. 76.
(13) Kelsen, op, eít., pág. 2.
(14) Rudolph Laun: La democratie, París, Librairie Delagrave, 1933, pág. 153.
(15) Laun, op. cit., pág. 154.
(16) Oswald Spengler : Años decisivos, Madrid, Espasa Calpe, 1936, pág. 40.
(17) Génesis, 3, 5.


DON EUGENIO VEGAS LATAPIE – “Consideraciones sobre la democracia” – Discurso leído el 14 de Septiembre de 1965. Selecciones Gráficas – Madrid 1965. Págs. 73-81


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jueves, 23 de enero de 2014

Empacho Ecuménico - Por Fray Gerundio

Nota de NCSJB Hoy da lo mismo leer la Biblia que el Corán según aconseja quien tiene que ser el Pastor de pastores de la Iglesia Católica y tiene la obligación de promover solo el catolicismo como religión verdadera; según vemos en el video de Romereports del 20 del corriente mes.


   En tiempos en donde se puede ser católico sin serlo o no ser católico siéndolo, a quienes nos acusan de cismáticos, les decimos que estas supuestas paradojas, no hacen más que demostrar que cuando se abandona el sentido común, no se puede llegar nunca a buen puerto. Y sí Benedicto XVI al asumir su pontificado, mencionó que la Nave de Pedro hacía agua por todos lados, parece que su nuevo Capitán está aumentando su peso con heterodoxas cargas, como queriendo probar hasta adonde soporta y puede todavía seguir llamándose Católica.

Augusto TorchSon


Empacho Ecuménico

  Una indigestión es un empacho. Y por extensión, un empacho es también un hartazgo: hartazgo de comida o hartazgo de cualquier otra cosa. Mi indigestión de hoy ha sido provocada por el exceso de ecumenismo que esta semana nos rodea, nos agobia y nos intenta comer el coco. Hartazgo y empacho de ver a los eclesiásticos y laicos eclesiastizados, con un más que notable y llamativo embeleso (lo que normalmente llamaríamos caída de baba), ante las posibilidades de una unidad cristiana a costa de lo que sea.

  Hace ya años que nos vienen adoctrinando con el tema y hay que reconocer que lo han conseguido. Hasta el punto de que en mi convento muchos frailes piensan ya como protestantes, comprenden muy bien a los ortodoxos, justifican a los metodistas y culpan a los católicos de todo lo que ha pasado en los últimos mil quinientos años. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, acabará siendo la Novena de San Focio, San Miguel Cerulario, San Lutero y San Calvino, al paso que vamos. Pero ya digo que mis novicios parece que rezan mejor que nunca en esta dichosa y empachosa semana. Nunca los he visto rezar con tanta ilusión, aunque lo hagan como papagayos ecuménicos amaestrados.

  Dicen que esto comenzó en 1908 y que luego se fueron añadiendo nuevos enriquecimientos. Claro que el mayor de todos llegó cuando se abrió la espita para el compadreo sincrético -con el Papa a la cabeza-, en aquel lejano Asís de 1980, apoyados en los frutos del Concilio (que también en esto tuvo sus rupturillas con la Tradición) . Desde entonces, como se le ocurra a uno comentar que la Iglesia Católica es la única verdadera, que no es una parte de la Verdad, sino que posee toda la Verdad y que todo ecumenismo auténtico consistirá en atraer hacia la Verdad Completa que sólo está en ella, tiene asegurado el exilio de por vida. Además de que será tildado de intolerante y falto de caridad. Que me lo digan a mí, que salgo siempre a coger setas el día en que se lleva a cabo en el Convento la reunión ecuménica de turno.

  Resultan muy curiosos y a la vez espeluznantes, el lema y los modos con que se ha presentado este año la campaña del Octavario para la Unidad de los Cristianos. Cogiendo el tema por los pelos y citando a San Pablo en su carta a los Corintios (también por los pelos), nos venden una vez más el ecumenismo a cualquier precio. Lo importante es la unidad, aunque sea a costa de que las verdades de fe queden rotas y maltrechas por estos hermanos cristianos, que según algunos se separaron por la intransigencia de la Iglesia de la época. Vean el disparate monumental que ha preparado el Cardenal Kotch con la ayuda de miembros de otras confesiones. [Reconozco que estos cardenales que presiden este Dicasterio me resultan sumamente antipáticos, porque acaban pensando más como protestantes que como católicos. Si no, que se lo digan al cardenal emérito Walter Kasper, con sus publicaciones y obras teológicas más cercanas a Lutero que a la teología católica].

  Llama la atención el Monitum que en su día publicó el Santo Oficio sobre estas reuniones ecuménicas. Ya entonces, había quien se adelantaba a su tiempo y organizaba estos saraos con toda pompa y solemnidad, sin llegar a los estragos actuales, claro. El documento emanado en este caso, con fecha 1949 advertía muy certeramente a los Obispos sobre las condiciones que se debían guardar, en el caso de que alguien se reuniera con protestantes para rezar por la unidad de la Iglesia. Casi me da vergüenza traerlo a esta columna, porque por un lado me seguirán tachando de anticuado, aunque por otro me regocijo pensando que ésta era realmente la auténtica reconciliación con los hermanos separados: la exigencia de que regresen a la casa paterna, de la que salieron por negar creencias y dogmas sin los cuales no se está en la Iglesia Verdadera.

Vean ustedes, por ejemplo esta joya de texto, aunque algo largo, muy actual y que ha sido pisoteado por los propios guardianes de la Fe. Corresponde al Monitum anteriormente citado. Les aconsejo que lo lean detenidamente.

  “Respecto al método a seguir, los obispos mandarán qué hay que hacer y qué hay que omitir, y se cerciorarán de que todos siguen sus preceptos a ello referentes. Además vigilarán para que, bajo el falso pretexto de que hay que atender más a lo que nos une que a lo que nos separa, no se fomente un peligroso indiferentismo, sobre todo en quienes son menos experimentados en cuestiones teológicas y cuya práctica religiosa es más bien débil. Pues hay que guardarse de que por un espíritu que hoy suele llamarse «irénico», las doctrinas católicas -ya se trate de dogmas o de doctrinas relacionadas con los dogmas- sean de tal modo adaptadas a las doctrinas de los disidentes mediante estudios comparativos y en un vano esfuerzo de igualar progresivamente las diversas Confesiones religiosas, que padezca por ello la pureza de la doctrina católica o se oscurezca su verdadero y seguro contenido.

  Desterrarán también aquellos modos de expresión, de que resultan falsas concepciones o engañadoras esperanzas que jamás pueden ser cumplidas, así, por ejemplo, cuando se afirma que lo que dicen las encíclicas de los papas sobre la vuelta de los disidentes a la Iglesia, sobre la constitución de la Iglesia o sobre el Cuerpo místico de Cristo no debe ser exageradamente valorado, porque no todo es precepto de fe, o, lo que es todavía peor, que en cuestiones dogmáticas la Iglesia católica no posee la plenitud de Cristo, sino que en eso puede ser todavía perfeccionada por otras. Con el mayor cuidado e insistencia se manifestarán contra el hecho de que en la exposición de la Reforma y en la historia de los Reformadores se exageren tanto las faltas de los católicos y se palie de tal modo la culpa de los Reformadores o se destaquen tan en primer plano cosas accesorias, que con ello apenas se puede ver o valorar lo principal, a saber, su apartamiento de la fe católica. Finalmente vigilarán, no sea que por exagerado y falso celo exterior o por comportamientos imprudentes y llamativos, en vez de favorecerlo, se perjudique el fin pretendido.

  Por tanto, hay que exponer y explicar toda la doctrina católica. Sin reducción alguna. De ningún modo se debe callar o velar con palabras equívocas lo que la doctrina católica dice sobre la verdadera naturaleza y grados de la justificación, sobre la constitución de la Iglesia, sobre el primado de jurisdicción del papa romano, sobre la única verdadera unión mediante la vuelta de los disidentes a la única verdadera Iglesia de Cristo. Se les puede decir ciertamente que con su vuelta a la Iglesia no pierden de ningún modo el bien que hasta ahora les ha sido concedido por gracia de Dios, sino que con la vuelta se hará más perfecto y cumplido. En todo caso se ha de evitar hablar de estas cosas de modo tal que nazca en ellos la creencia de que con la vuelta ellos aportan a la Iglesia algo esencial de lo que hasta entonces ha estado privada. Esto ha de ser dicho en claras e inequívocas palabras, primero, porque buscan la verdad, y después, porque jamás puede haber una verdadera unidad fuera de la verdad.”
[AAS, 1949, pp. 124 ss.]

  Que le digan al eminente miembro del G-8 consejero del Papa, de rancia estirpe tradicionalista (quieren que pensemos), con hábito franciscano humilde y pobre, si tenían razón en el Santo Oficio allá por el año 1949. Parece que a él le subyuga la unción con que lo unge la ungida pastora. Y la unción con que se deja ungir. Lo que yo decía antes: caída de baba y embeleso; en este caso, cardenalicio.


   De todos modos, creo que es absurdo celebrar ya esta Semana por la Unidad. Estamos ya unidos, puesto que actualmente los católicos piensan como los protestantes en gran número de temas teológicos y en sus creencias han asimilado ya los cambios necesarios para hacer que nos acerquemos a las confesiones cristianas, mucho más que ellos a nosotros. Si hiciéramos una encuesta sobre el tema, nos podríamos llevar una sorpresa monumental. Un gran porcentaje de católicos ya no son católicos, aunque se firmen documentos sobre la justificación con un lenguaje tan ambiguo, que acaba dando la razón al señor Lutero. Por eso digo que es absurdo celebrar esta Semana.

  Ya les dijo el Papa a los de Taizé cuando les recibió hace pocas fechas: Europa necesita de su fe. ¿Para qué insistir más? ¿Para qué ahondar más? Eso de la Fe es algo común a todos. Así que ya está.

  Por eso pienso que más bien habría que celebrar la Semana de Unión con los judíos. Aunque también con esos estamos a punto de unirnos, dado el pachangueo que se gastan en Santa Marta comiendo con el Santo Padre los más destacados rabinos del Universo Mundo. Tuvimos que tragar saliva al ver entrar en las Sinagogas a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, pero esto de ahora es más difícil de soportar, si cabe. Porque es el compadreo ecuménico llevado al grado de merendola doméstica con los que no creen en el Hijo de Dios. Yo creo que nos están preparando para el próximo viaje del Papa a Tierra Santa, en donde probablemente van a declarar a Jesús de Nazareth como Judío del Año, aunque se equivocara en eso de considerarse el Mesías. Pero como amaba a los pobres, se le puede perdonar. Vamos a ver muchas cosas interesantes en este próximo viaje.


   Yo por mi parte, sigo pensando lo mismo de siempre y me adhiero plenamente al manifiesto del Santo Oficio de 1949 y pido al Señor para que me dé fortaleza para los próximos gestos ecuménicos que se avecinan. Quizá una barbacoa en Santa Marta con los Franciscanos de la Inmaculada, pues esos sí que están ya hace tiempo fuera de la Iglesia. Faltaría más.

Visto en: tradiciondigital.es

Nacionalismo Católico San Juan Bautista

"La tolerancia igualitaria de todas las religiones...
es lo mismo que el ateísmo."
[Papa León XIII, "Imortale Dei"]

miércoles, 22 de enero de 2014

Democracia Política y sus Falsos Dogmas (II) – Por Eugenio Vegas Latapie

LIBERTAD

  Juan Jacobo Rousseau formuló con estas palabras el dogma democrático de la libertad humana: "El hombre nace libre y por todas partes se encuentra encadenado. Alguno cree ser el amo de los otros y, sin embargo, no deja de ser más esclavo que ellos. ¿Cómo se ha verificado este cambio? Lo ignoro"(1). Contradice, no obstante, tan solemne afirmación, al escribir en el capítulo siguiente: "La más antigua de todas las sociedades y la única natural es la familia, y, sin embargo, los hijos no quedan ligados al padre más que el tiempo que necesitan de él para conservarse. Tan pronto como cesa la necesidad, se disuelve el lazo natural. Los hijos, exentos de la obediencia que debían al padre; el padre, exento de los cuidados que debía a los hijos, todos recobran igualmente la independencia. Si continúan permaneciendo unidos ya no lo es naturalmente, sino voluntariamente, y la familia misma no se mantiene más que por convención"(2).

  Como salta a la vista, después de haber sentado Rousseau que "el hombre nace libre", afirma que nace también con la necesidad de obedecer al padre y que no recobra -rentre-su independencia sino cuando cesa la necesidad de obedecerle para conservarse. Pero, ¿cómo ha de recuperar el hijo una independencia de que carecía cuando nació? Con esta flagrante contradicción comienza ese famoso Contrato social que hubo de enloquecer a las masas revolucionarias, desplazando a los "ilustrados" y a los enciclopedistas, y logró para su autor el calificativo de "padre de la democracia moderna".

  Por otra parte, aunque constituya el Contrato social un constante alegato en favor de la libertad, en parte alguna se encontrará en él una definición, ni siquiera descriptiva, del concepto de libertad, Le basta a Rousseau con establecerla como un principio axiomático. A su juicio, el problema fundamentales "encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo, y permanezca tan .libre como antes"(3). La solución a este problema, según el propio autor, se halla en su "contrato social", cuyo contenido resume en los siguientes términos: "Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder-puissance-bajo la suprema dirección de la voluntad general, y después cada miembro, como parte indivisible del todo, recupera lo que ha entregado"(4).

  Los límites que he señalado a este trabajo me impiden tratar de ese maravilloso fetiche ideado por Rousseau, bajo el pomposo nombre de voluntad general, que "debe partir de todos para aplicarse a todos" y se opone con frecuencia a la voluntad de todos, ya que esa voluntad general no mira más que al interés común, mientras que la voluntad de todos mira al interés privado(4).

  Frente al caos a que conducen las contradicciones y sofismas del "filósofo" ginebrino, se eleva perenne y luminosa la doctrina católica, al enseñar con León XIII que la libertad, como "facultad que perfecciona al hombre, debe aplicarse exclusivamente a la verdad y al bien"(5), fórmula que sintetiza de manera perfecta la definición tomista: Libertas dicitur qua aliquid potest ex propria voluntate movere se et ad finem sibi positum(6). En efecto, según Santo Tomás, "la libertad es una virtud de la voluntad relacionada con la inteligencia, que la precede, y el fin, que la atrae". La libertad política será, por tanto, esa misma virtud considerada en su utilización para la vida política. "Esta cualidad natural no todos los hombres la poseen forzosamente; se tiene o no se tiene... En todo caso, esa libertad política no es un derecho absoluto que pertenezca a todos por igual"(7).

  Pero la filosofía política católica y, por consiguiente, el Derecho Público Cristiano, que en el terreno de los principios permanece intacto y en el que se contiene la única solución para salvar al mundo de los terribles males que le amenazan, se han visto suplantados en todos los Estados modernos por el que León XIII tituló "Derecho nuevo", nacido de los principios divulgados por los seudofilósofos del siglo XVIII, entre los que sobresale Rousseau, principal apóstol del falso dogma de la bondad natural del hombre, diametralmente opuesto al dogma católico del pecado original.

  A nadie debe ocultársele que la libertad sin límites, según es postulada por la democracia moderna, representa una nueva encarnación del pecado de soberbia que motivó la caída de Lucifer y de los ángeles que le secundaron al grito de Non serviam. Así nos lo recuerda León XIII en su encíclica Libertas: "Pero son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión: No serviré (Jer. 11, 20), entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia"(8).

  El hombre moderno, en consecuencia, se niega a tolerar coacción ni prohibición alguna. Los dictados de la propia voluntad serán su única norma y su única ley. Ya que es forzoso vivir en sociedad, la ley constituirá la "expresión de la voluntad general".

  ¿Por qué, si hemos nacido libres e iguales, hemos de sujetarnos a la voluntad de otro hombre? "¿Quién al hombre del hombre hizo juez?", preguntaba retador el poeta Espronceda. "Es la naturaleza misma-afirma Kelsen-la que, en la reivindicación de la libertad, se rebela contra la sociedad. Pero esa pesada carga de la voluntad ajena que impone la vida en sociedad parece tanto más pesada cuanto el sentimiento innato que el individuo tiene de su propia valía se expresa más directamente en la negación de toda superioridad de la valía de otro. El que está forzado a obedecer experimenta más irremisiblemente el sentimiento de que el señor, el jefe, no es más que un hombre semejante a él, por 10 que se pregunta qué derecho tiene a mandarle"(9). En contraposición a la doctrina de Santo Tomás, Kelsen sostiene, por tanto, que "es políticamente libre el que está sin duda sometido, pero solamente a su propia voluntad y no a una voluntad extraña"(10).

  Exigencia rígida del principio de libertad es que todos los ciudadanos gobiernen por unanimidad y que las leyes sean votadas también de manera unánime. Pero ante la imposibilidad práctica de que, salvo en casos excepcionales y en sociedades políticas de muy escasos miembros', pueda hacerse realidad esa unanimidad, incluso los más convencidos demócratas han tenido que sacrificar dicha exigencia para admitir el principio del gobierno por mayoría numérica. Con ello, quienes constituyen la minoría pierden su libertad política, puesto que se ven forzados a obedecer a una voluntad ajena: la voluntad de la mayoría.

  El falso principio de que sólo es políticamente libre el que no se encuentra sometido más que a su voluntad, y no a una voluntad extraña, unido al dogma de que todos los hombres nacen libres e iguales, planteaba, en efecto, un insoluble conflicto, que obligó a los demócratas a abandonar sus principios, para no verse obligados a reconocer la legitimidad de la anarquía. Tuvieron, así, que prescindir del principio de unanimidad y adoptar el principio mayoritario, cuya justificación puede resumirse con elocuente crudeza en esta frase: "Que sean esclavos, o-en lenguaje rousseauniano--que estén encadenados los menos." Oigamos, por ejemplo, a Kelsen: "Sólo hay una idea que por una vía racional conduce al principio mayoritario: la idea de que, al ser imposible que todos los individuos sean libres, es necesario que por lo menos sea libre el mayor número posible de personas, o, dicho de otro modo, es preciso que un orden social no esté en contradicción más que con la voluntad del menor número posible"(11).

  Otro ilustre demócrata, el profesor Rudolph Laun, rechaza esta tesis, cuando sostiene que "la idea de que el ciudadano no obedece más que a sí mismo al obedecer a las leyes que se ha dado y a los ediles que ha elegido, es una ficción. Para que el ciudadano fuera "libre" precisaría gozar de la autorización de obrar de otro modo del que ha decidido la mayoría. Es lo que puede hacer la mayoría en tanto que conjunto. Por el contrario, el ciudadano individual está ligado a la mayoría por la cual votó, del mismo modo que lo está la minoría, y como el ciudadano está ligado a la dominación ejercida en un Estado no democrático. Cuando el ciudadano, que en la democracia ha votado por la mayoría, cambia de opinión, entonces puede en la siguiente elección votar contra la mayoría. He aquí en qué consiste la "libertad", y en nada más. Así, el campo de la libertad individual está tan expuesto a los caprichos de la mayoría como en el Estado no democrático lo están los ciudadanos a los caprichos de los gobernantes". Y después de exponer algunas otras consideraciones al respecto, el profesor de Hamburgo sienta la siguiente conclusión: "La democracia es el Estado en que la mayoría de adultos es libre en tanto que conjunto, lo que equivale a decir que en la democracia es la mayoría de adultos la que reina, pero no se puede sostener sin atentar contra la lógica que la democracia es el Estado en el cual es libre el mayor número posible de individuos"(12).

  El profesor Le Fur, por su parte, sostiene una teoría mucho más radical: "Hacer reposar la democracia, 'último término de la evolución', sobre la libertad, como 10 hacen Kelsen, Laun, Nitti y muchos autores, sobre todo desde el siglo XVIII, es el error del individualismo liberal, para el cual sólo existe el individuo y que considera a la libertad como valor supremo. Lógicamente aplicado, y la lógica es la única verdad objetiva que admiten ciertos juristas contemporáneos, esta doctrina lleva directamente a la anarquía. Que es, por otra parte, la supresión práctica de la libertad para la masa de los débiles"(13).

  De todo lo expuesto se deduce que el principio abstracto de libertad, cuando se respetan sus consecuencias lógicas, produce la muerte de las libertades concretas y concluye, indefectiblemente, en la anarquía. La mayor parte de los llamados políticos liberales desvirtuaron, sin embargo, los principios que afirmaban. Cánovas del Castillo, comentando la implantación hecha por Bismarck en Alemania del sufragio universal, tranquilizaba a su auditorio asegurando que el Canciller de Hierro "no moriría del mal de lógica". El falseamiento sistemático de las elecciones verificadas en España desde 1876 a 1923, "hechas desde el Ministerio de la Gobernación", demuestran en los gobernantes un decidido propósito de inmunizarse de ese "mal".

  Lo mismo hizo la República del 14 de abril, al promulgar en nombre de la libertad la ley de Defensa de la República y establecer en la ley electoral las primas a la mayoría, y prodigar la censura de prensa, combinándola con la supresión arbitraria de periódicos.

(1) J. J. Rousseau : Du contrat social, París, Union Générale d'Editíons, 1963, lib. l, cap. l, págs. 50.
(2) Rousseau, op, cit., pág. 51.
(3) Rousseau, op, cít., lib. 1, cap. 6, pág. 61.
(4) Rousseau, opvcit., lib. 1, cap. 6., pág. 62.
(5) Rousseau, op. cit., lib. n, cap. 3, pág. 73.
(6) León XIII: Libertas, en Doctrina Pontificia, ed. cit.•vol. II, pág. 208.
(7) Santo Tomás: Comentarios el la "Política" de Arist6teles, VII, 2, 1. (Vid. Demongeot: El mejor régimen político según Santo Tomás, Madrid, B. A. C., 1959, pág. 211.)
(8) Demongeot, op, cit.., pág. 111.
(9) Doctrina Pontificia, ed. cit., pág. 237.
(10) Kelsen: La démocratie. Sa nature. Sa valeur, París, Recueil Sirey, 1932, pág. l.
(11) Kelsen, op. cit., pág. 2.
(12) Kelsen, op, cit., pág. 8.
(13) Rudolph Laun: La démocratie, París, Librairie Delagrave, 1933, pág. l50.
(14) Louis Le Fur : La démocratie et la CTÍse de l'Btat, en Archives de la Philosophie du Droit, París, Recueil Sirey, 1934, nums, 3-4, pág. 35.

DON EUGENIO VEGAS LATAPIE – “Consideraciones sobre la democracia” – Discurso leído el 14 de Septiembre de 1965. Selecciones Gráficas – Madrid 1965. Págs. 65-71.


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