San Juan Bautista

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martes, 2 de abril de 2024

Los Huesos Sagrados – Alberto Caturelli

 


Un comando argentino, al regresar de las Malvinas, dijo de sus camaradas muertos que allá quedaron: «sus cuerpos fueron lentamente fundiéndose con ese suelo criollo, a través de los mantos nevados, pero siempre supimos que estaban allí, como centinelas espirituales». Y es bueno que estén allí y allí se queden para siempre abonando la sagrada tierra patria a la cual un día volveremos…

 

El combatiente argentino que dijo que sus camaradas muertos allá quedaron «como centinelas espirituales», señaló algo profundo que es lo que nos ha hecho pensar. En el suelo criollo y bajo los mantos nevados, quedaron los huesos que se fundían con la tierra. Y los huesos, a la vez, simbolizan lo más recóndito y el último sostén de nuestra carne. Ellos son lo último en volverse polvo después que ha volado el espíritu. Esta suerte de ultimidad íntima de los huesos es lo que invoca el salmista cuando, castigado por Dios, le suplica porque «se han estremecido mis huesos, y está mi alma muy turbada» (Ps. 6,3). Porque son los huesos como la última resistencia de mi cuerpo, el meollo final; por eso, cuando Labán reconoció a Jacob, le dijo: «¡Ciertamente, hueso mío y carne mía eres!» (Gétt., 29,14). Los huesos de mis padres, de mis hermanos, de mis hijos, de mis hermanos argentinos son, pues, mis huesos, porque la fraternidad llega hasta el último reducto de mi intimidad. Y cuando esos huesos se funden con la tierra patria allí quedan como «centinelas espirituales».

Allí deben quedar para siempre. Huesos asumidos por el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros; huesos vivificados por el espíritu en el cual se encendía la luz de nuestro pensar originario. Sagrados huesos que nos esperan y a los que hemos de ser fieles. Allí deben quedar para siempre. Nos esperan en las Malvinas, en las islas australes y en el fondo del mar.


Revista Verbo


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