San Juan Bautista

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domingo, 15 de junio de 2025

Toda la verdad sobre el Papa Francisco - Alejandro Sosa Laprida

 

TODA LA VERDAD SOBRE EL PAPA FRANCISCO

Respuesta al episcopado argentino sobre el pontificado de Bergoglio

Alejandro Sosa Laprida

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https://drive.google.com/file/d/1dl88wLbZToRvIIZqkjDo202cJVsk1xHy/view

PRESENTACIÓN[1]

 

Tras haber padecido durante doce interminables años el despotismo, la impiedad y las herejías del “Papa Francisco”, me he resuelto a publicar un compendio de sus dichos y hechos más destacados, a guisa de testimonio histórico para la posteridad, y también para contrarrestar la apresurada hagiografía que el episcopado argentino se empecina en construir, contra toda evidencia fáctica y en detrimento de la más elemental honestidad intelectual. Valga a modo de ejemplo esta noticia:

“A tan solo unos días de que se cumpliera un mes desde la muerte del papa Francisco, se confirmó que se construirá una capilla memorial en honor al difunto Sumo Pontífice en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires. “Será para que todas las generaciones siguientes puedan recordar la figura de aquel al que ya se le está diciendo el ‘Papa del Pueblo’, explicó el rector de la catedral, el Padre Alejandro Russo”[2].

Y también el siguiente párrafo, tomado de un comunicado oficial del Episcopado:

“Es imposible expresar en pocas líneas todo lo que aprendimos de él; estaremos siempre agradecidos por su testimonio de padre y pastor. Su herencia nos compromete a concretar su magisterio, animando a nuestra Iglesia argentina a ser un hospital de campaña que recibe a los heridos de la vida, una iglesia sin puertas, abierta a todos, todos, todos.”[3]

Al leer tamaños despropósitos vacila uno, azorado, en atribuirlos a la ignorancia, la estupidez o la mala fe, sin descartar que pueda tratarse de una chocante mezcla de los tres rasgos mencionados. En su momento difundí una “carta abierta” al episcopado acerca de este triste asunto, con la esperanza de que alguno de sus miembros atinaría a reaccionar lúcida y virilmente, tomando distancia públicamente de esta auténtica impostura propagandística, terriblemente nociva para una feligresía argentina confundida y embaucada por sus desatinados pastores. No obstante, sin sorpresa alguna, ese testimonio anhelado -valiente y veraz-, no se ha producido, motivo por el cual insisto aquí en mi reclamo y persevero en mi denuncia, al publicar este volumen, deseando que pueda resultar de alguna utilidad para quienes no se conforman con los infundados elogios vertidos por los obsecuentes y necios obispos de mi país hacia el antiguo ocupante de la Casa Santa Marta, de infausta memoria.

ÍNDICE

1. Prólogo - Pablo Marini - p. 2

2. Carta al episcopado argentino - p. 10

3. Bergoglio propugna la salvación universal - p. 14

4. Bergoglio niega el milagro de la multiplicación de los panes - p. 14

5. Bergoglio blasfema contra la Santísima Virgen María - p. 16

6. Bergoglio niega la Inmaculada Concepción - p. 16

7. Bergoglio niega la Corredención de la Santísima Virgen María - p. 16

8. Bergoglio promueve el homosexualismo - p. 19

9. Bergoglio favorece el transexualismo - p. 20

10. Bergoglio adhiere al evolucionismo panteísta de Teilhard de Chardin - p. 21

11. Bergoglio blasfema contra Nuestro Señor Jesucristo - p. 22

12. Bergoglio aprueba el concubinato y el adulterio - p. 28

13. Bergoglio condena la pena de muerte - p. 29

14. Bergoglio difama a la Iglesia - p. 32

15. Bergoglio tiene una visión latitudinarista y pneumática de la Iglesia - p. 33

16. Según Bergoglio la duda es intrínseca a la virtud teologal de la fe - p. 36

17. Bergoglio alardea de haber cometido un hurto sacrílego - p. 36

18. Bergoglio afirma y reivindica la ruptura doctrinal del CVII - p. 36

19. Bergoglio niega la existencia del infierno - p. 37

20. Bergoglio desprecia a las familias numerosas y pregona la contracepción - p. 38

21. Bergoglio dice que podemos jactarnos de nuestros pecados - p. 38

22. Para Bergoglio los mandamientos no son absolutos - p. 38

23. Según Bergoglio no existe un Dios católico y Jesúcristo no es Dios - p. 39

24. Bergoglio blasfema contra la Santísima Trinidad - p. 39

25. Bergoglio profesa el indiferentismo religioso y un falso ecumenismo - p. 39

26. Otros dichos y hechos [212 en total] - p. 50

27. Acerca de Amoris Laetitia - p. 190

28. Documento sobre la Fraternidad Humana - p. 200

29. Doce años con Francisco - p. 216

30. Apostasía Vaticana - p. 222

31. In Memoriam - p. 229

32. Las blasfemias de Bergoglio contra Jesús y María - p. 231

33. Francisco nos acompaña desde el Cielo - p. 239

34. Profanación interreligiosa en la Basílica de Guadalupe - p. 246

Publicado en Amazon Kindle:

https://www.amazon.es/dp/B0FCYWXGC6

PRÓLOGO

Todavía recuerdo como si fuera hoy ese malhadado miércoles 13 de marzo de 2013 cuando los cardenales, en una decisión que podemos suponer poco inspirada en las mociones del Espíritu Santo, eligieron como 266° papa de la Iglesia Católica a Jorge Mario Bergoglio. En el momento en que el cardenal Tauran, de modo tambaleante, comenzó a decir “Giorgium Marium…” mis sentidos entraron en colapso. Ya habíamos tenido la infausta noticia del 11 de febrero anterior, cuando, en otra decisión insólita, el papa Benedicto XVI ante el colegio cardenalicio anunciaba su abdicación del papado, acompañado esto de unas características inéditas (conservando el nombre con el que quiso ser llamado papa, la sotana blanca y otros detalles más). Ese había sido el primer golpe. Pero lo que ocurrió ese miércoles de marzo superó todos los cálculos. Me encontraba solo en mi casa y lo único que podía hacer ante el hecho consumado era gritar mi impotencia ante este nuevo y extraño giro de la Providencia. Sí, de la Providencia divina, ya que sabemos que uno nunca debe perder de vista que a la Iglesia la sostiene y conduce Nuestro Señor. Él está en la Barca. Quizás en estos últimos tiempos sigue dormido en la proa y, aun con nuestros gritos de angustia por la tormenta, no logramos despertarlo, pero sabemos que Él siempre está. Así que, pasados los primeros minutos, ya más calmado, traté de ordenar mis pensamientos. Lo conocíamos bien a Bergoglio, en algunos aspectos hasta demasiado. Sabíamos de sus “oportunismos”. Siendo obispo auxiliar de Buenos Aires (¡Ay, Quarracino!) y ya como arzobispo de Buenos Aires. Conocíamos sus “volteretas” ideológicas. Sus extrañas amistades. Sus “operetas” mediáticas, siempre con un ubicuo fotógrafo para registrarlas.

Mi celular no dejaba de sonar. Lo notable fue cómo en esos primeros intercambios de impresiones con amigos y conocidos, todos coincidíamos en que se trataba de un gravísimo error. No por nada, uno de estos amigos, titular de una conocida página web de corte tradicionalista, comentando la elección papal, la tituló con una contundencia lacónica: “El Horror”. Y todos estos funestos augurios se reafirmaron mucho más cuando salió a la Loggia de las Bendiciones en San Pedro vestido totalmente de blanco y espetó a la multitud que lo vitoreaba en la plaza de San Pedro aquel prosaico “¡Buona sera!”, completado con una inédita “bendición popular al Papa” que terminó de confirmar mis peores temores.

Lo que siguió es muy conocido. Doce años terribles, una verdadera pesadilla que nos atormentó con una persistencia digna de mejor causa. Todos los días nos despertábamos con alguna nueva ocurrencia del ocupante de Santa Marta. Y encima, diciéndonos que se trataba del “Dios de las sorpresas”. ¡Pues vaya sorpresas que nos iba a deparar durante esos años aciagos la cotidiana verborragia bergogliana! Y, para peor, no fue solo eso. También tuvimos que soportar sus fobias, sus obsesiones, sus persecuciones, sus rencores, sus revanchismos, distribuidos de manera arbitraria y aplicados como un dictadorzuelo africano a todo aquél que se cruzara en su camino. Pero, especialmente, a todo lo que oliera a “tradi”, aunque con algunas sugestivas excepciones. Porque si hay algo que ha quedado claro para muchos ha sido la “doble vara” hipócrita que usó el pontífice castigando a sus adversarios con gran severidad mientras ejercía una indolente indulgencia para con “sus amigos”. Doble vara que fue denunciada en varias oportunidades durante su pontificado por los pocos que se atrevieron a marcárselo, como en alguna oportunidad hizo el cardenal “despedido sin contemplaciones” Müller al referirse a la injusticia suprema que decretaba el documento sobre liturgia Traditionis Custodes (un título con un dejo de cruel ironía, por cierto). Indulgencia para amigos, injusticia flagrante para los otros, “los pepinillos en vinagre”, “los avinagrados”, mientras se esgrimía farisaicamente “la carta del diálogo y de la sinodalidad”, y, al mismo tiempo, se omitía cualquier referencia al código de derecho canónico.

Cuentan que un día el reconocido historiador español Ricardo de la Cierva fue recibido por el papa Juan Pablo II. Una típica audiencia que algún amigo comedido le habrá concertado al historiador con el Papa. Y uno podía preguntarse si el pontífice conocía de quién se trataba de la Cierva, ya que era conocida la afinidad del historiador con las posturas de la derecha franquista. La respuesta llegó pronto cuando el catedrático, que había investigado las malandanzas de los jesuitas en las décadas de 1960 y ’70 , la deriva marxista de los movimientos de sacerdotes del tercer mundo, las mentiras de la izquierda sobre la Guerra Civil Española, la infiltración de la masonería dentro de la Iglesia y otras penurias de la época posconciliar, le alcanzó a Juan Pablo II algunos ejemplares de sus libros más difundidos y que habían tenido un modesto pero sostenido éxito en el mundo hispanoamericano. El Papa, después de mirar las cubiertas de los ejemplares que sostenía entre sus manos, se quedó mirándolo unos segundos entre divertido y serio. Y, entonces, con cierta complicidad, le dijo en voz baja: “Canes latrare debent” (los perros están para ladrar), una variante de una locución latina que tiene otro sentido (la que acá se conoce popularmente como “perro que ladra, no muerde”), pero que el papa había adaptado, revelando que lo habían asesorado muy bien acerca de quién era su ocasional visitante, y que se transformó por boca del pontífice polaco en un elogio a la valentía con que De la Cierva había denunciado aquellos errores del progresismo católico y de la acción deletérea del “misterio de iniquidad” dentro de la Iglesia de Cristo.

Esta anécdota se me vino a la mente cuando mi amigo Alejandro Sosa Laprida me invitó tan generosamente a escribir el prólogo de este libro.

Sin entrar a tallar en el problema (para mí, inextricable) subyacente en los escritos de Alejandro sobre la legitimidad o no de los pontífices posconciliares[4] o si un pontífice que dice herejías deja de ser legítimo papa, creo que el trabajo del autor cumple de manera eficaz esa función de advertencia, de alerta y de denuncia que Juan Pablo II le atribuyó a De la Cierva. Efectivamente, “los perros están para ladrar”. Y nos parece que Alejandro Sosa Laprida pertenece a ese grupo de cánidos (para seguir con la metáfora) que se han entregado con valentía y parresía a advertir y alertar sobre la gravísima crisis que atraviesa la Esposa de Cristo.

Recorriendo las páginas de este libro, uno no termina de asombrarse de la cantidad de errores y herejías y, no menos importante, auténticas blasfemias, que el papa electo en 2013 fue desgranando a lo largo de sus –insisto– “pesadillescos” doce años de pontificado. Todo esto dicho en innumerables entrevistas escritas, publicadas en periódicos de difusión mundial, con periodistas de toda laya, varios de ellos impíos, pero siempre complacientes, videos, entrevistas filmadas, documentales, programas de televisión, actos públicos, discursos ante todo tipo de personas, homilías, alocuciones, audiencias generales, exhortaciones apostólicas postsinodales ¡y encíclicas! No hubo medio que Bergoglio no utilizara para difundir sus errores, incluso algunos repitiéndolos como un mantra. Sin olvidar, por supuesto, sus famosas conferencias de prensa durante los vuelos de regreso de sus viajes (que tenían más de “visitas de Estado” que de “viajes apostólicos”), donde uno se terminaba preguntando si no habría algún problema con el oxígeno de la cabina del avión, habida cuenta de las insólitas y disparatadas respuestas que llegaron a escucharse de su boca en varias de esas oportunidades ante los periodistas de todo el mundo.

Por cierto que cometería un error de bulto el que pretendiera encontrar en esta obra un análisis sistemático e integral de todos los aspectos del pontificado de Bergoglio. No es ésa la intención del autor. Pero igualmente erróneo sería no tener en cuenta –si uno quisiera hacer ese análisis ordenado e integral de los 12 años del ocupante de Santa Marta al frente de la Iglesia Católica–, el laborioso trabajo de recopilación y agrupamiento temático de todas las afirmaciones heterodoxas del papa Francisco para la comprensión abarcativa de su pensamiento y de su praxis corrosiva y disolvente.

El autor advierte que la referencia a las fuentes ya las ha realizado en obras suyas anteriores. Por eso, en muchos casos, el autor solo se limita a dar el enlace en nota a pie de página que remite a esos trabajos precedentes. En tanto que, en otros muchos pasajes del libro, también hace los comentarios pertinentes para que se vea el contraste de lo dicho por Bergoglio con el Magisterio de la Iglesia. De este modo, una tras otra, van desfilando las citas heterodoxas de Bergoglio, pletóricas de errores, incluso de blasfemias, que muestran ad nauseam hasta qué punto despreciaba en el plano teórico la verdad católica y la Revelación. Y en cuanto a la praxis, no dejaba de llamar la atención la sugestiva resistencia que mostraba el papa a arrodillarse ante el Santísimo Sacramento, mucho antes de que se manifestara cualquier problema en sus piernas, y no habiendo tenido ningún problema en hacer gestos genuflexos ante, por ejemplo, “mártires anglicanos”, políticos africanos y hasta travestis en esas parodias del “lavado de pies a los apóstoles” que realizó hasta el hartazgo y saltándose la significación litúrgica más elemental.

En el desfile de esos errores, el autor se detiene en algunos puntos en particular, pero que no agotan todo el contenido del libro: la apocatástasis universal; en algún caso la reducción de los milagros que cuentan los Evangelios a actos de magia; las blasfemias contra Nuestro Señor y contra la Virgen María, incluyendo la burla al título de Corredentora, como si fuera una exageración de pietismo popular; la promoción de la homosexualidad y del travestismo recibiendo de manera pública a parejas con ese “estilo de vida”, no solo sin que acompañara esas reuniones una sola palabra que mostrara, aunque sea mínimamente, la intención de cambio y conversión hacia la verdad de Cristo y Su amor verdadero, sino, hasta en algunas oportunidades, con palabras de aliento por parte del papa confirmándolos en esa conducta desviada, todo esto finalmente coronado hacia el final de su pontificado con ese esperpento de documento llamado Fiducia Supplicans que permite la bendición de parejas sodomíticas; su esquizofrénica postura sobre el aborto diciendo una y otra vez que era como si uno “contratara a un sicario” para cometer un crimen, pero, en la práctica, recibiendo a notorios abortistas sin ninguna crítica o sin llamarlos a la conversión; la adhesión al evolucionismo y a sus “profetas teilhardianos”, su indiferencia al recibir a “esposos” sin decir nada en contra del concubinato y del adulterio en una aplicación práctica de la exhortación apostólica Amoris laetitia, especialmente el espantoso y herético capítulo 8, en el cual de un plumazo se liquidan tres sacramentos (Matrimonio, Eucaristía y Confesión) y se dinamitan las bases metafísicas y antropológicas de la verdadera moral católica (lo que mereció que, de modo inédito en los últimos tiempos, cuatro cardenales le presentaran al papa unas dubia, que jamás fueron respondidas), la condena a la pena de muerte, las varias veces que habló con ligereza alarmante –rozando la ignorancia supina–  sobre la historia de la Iglesia (se recuerdan sus intervenciones públicas confirmando todos los “tópicos” y lugares comunes sobre la Leyenda Negra contra España y contra el “oscurantismo medieval”), entre otras muchísimas cosas más. Pero, como dijo acertadamente el “bloggero” Ludovicus, esas críticas ad intra tenían un propósito muy claro: “No nos engañemos, si el mundo odia al catolicismo, y no se necesita un ph.d. para advertirlo, la única manera de ganárselo, a falta de cualquier dote, es comerse la fama de la Iglesia denostándola”. (“Papa Bergoglio, RIP”, The Wanderer, 22 de abril de 2025). También el autor se demora especialmente en las numerosas afirmaciones de Bergoglio que promueven el indiferentismo religioso (sus reuniones de Asís, el encuentro de Abu Dabi, su untuosa pleitesía a los judíos, etc.) y el falso ecumenismo. Y, por supuesto, sus mantras favoritos: la inmigración, el ecologismo, la fraternidad universal, el cuidado de la “Casa Común”, el culto de la “Madre Tierra”; en fin, algo interminable si tuviéramos que hacer escala en cada uno de estos temas y los documentos en los cuales se ha explayado, incluso haciéndolos integrar una especie de “Nuevo Magisterio Bergogliano”, e incorporándolos pretenciosamente a las Actas Apostólicas (AAS), indiferente a cuál sea su valor doctrinal e importancia documentaria.

Es cierto que todo este aquelarre doctrinal no hubiera sido posible sin las defecciones de los papas anteriores, concretamente a partir del Concilio Vaticano II, cuyos 16 documentos, problemáticos por donde se los mire, con sus ambigüedades, sus idas y vueltas contradictorias, sus múltiples “circiterismos”[5], sus omisiones flagrantes, sus “alogismos”[6] (Amerio dixit), su resistencia a definir y hasta sus errores, se constituyeron en una especie de catalizador de todas las fuerzas del modernismo que, ya décadas antes de la Asamblea Conciliar, pugnaban por hacerse un camino en la formación de los sacerdotes y laicos, y que aspiraban a verse cristalizadas en fórmulas magisteriales, encontrando en el ingenuo discurso inaugural del Concilio del papa Juan XXIII (11 de octubre de 1962) un aliado impensable (e indispensable).

Ni el ecumenismo falso, ni el diálogo interreligioso indiferentista, ni la desacralización y “protestantización” litúrgica, ni el antropocentrismo horizontalista, ni la “democratización sinodal” de la Iglesia, ni la pérdida de identidad sacerdotal, ni la demolición de la ética católica y tantos desaguisados más (como la “liberal” libertad religiosa) fueron “inventos originales” del papa Bergoglio. Sin el trabajo de “ablandamiento” doctrinal –que cualquier observador avispado puede comprobar documentadamente en los pontificados anteriores–, estos 12 años de pesadilla no hubieran podido avanzar hasta el punto en que ahora nos encontramos, y que Sosa Laprida, en su obra tan detallada, nos recuerda de manera dolorosa.

Sin embargo, sería justo señalar que Bergoglio llevó las cosas a extremos de impiedad impensables, por lo menos en un primer momento, en los anteriores pontificados. Solo como muestra, habría que mentar la horrenda profanación de la Basílica de San Pedro mediante un culto idolátrico, con la participación activa de autoridades eclesiásticas, para reconocer algunas diferencias entre el papa argentino y los anteriores. Para eso quizás nos sirva una reflexión que trae Antonio Caponnetto y que me pareció acertada para tratar de distinguir en general el talante, el tono que campeaba en los pontificados posconciliares respecto al de Bergoglio. En un reportaje que le hicieron hace muy poco tiempo, Caponnetto señalaba: “Los Papas posteriores al Concilio (para poner algún hito demarcador y no aspirar a abarcarlo todo), permitían mantener la hermenéutica de la continuidad, aun tolerando y propiciando la hermenéutica de la ruptura. Con Bergoglio, y por expresa decisión de él, esta posibilidad desaparece y hasta es castigada y perseguida”. (Martín Barillas, Reportaje al Dr. Antonio Caponnetto, Lifesite news, abril 2025).

Si bien no es mucho consuelo respecto al papel que tuvieron los papas anteriores a Bergoglio (y el mismo Caponnetto de algún modo lo hace notar al señalar que aquéllos propiciaron también la hermenéutica de la ruptura), podría ser un criterio para poder establecer alguna diferencia y explicar por qué se llegó a niveles impensados con “el papa del Fin del Mundo”, niveles muy bien registrados por el meritorio trabajo de Sosa Laprida.

Agregaría algo más a ese criterio que pueda servir para continuar evaluando lo que ha significado este auténtico “vendaval” de 12 años. Para eso, habría que tener presente esa tremenda expresión incluida casi al final del notable semblante que Ludovicus hace de Bergoglio: “Era un hombre roto”. Que yo tenga memoria, nunca ha llamado tanto la atención la personalidad de un papa contemporáneo como ha sucedido con Bergoglio (es cierto que algo que se le acerca podría ser el calificativo de “hamletiano” que le endilgaban al papa Pablo VI, pero que se refería más bien a su modo de gobierno y de toma de decisiones). Esto, en el caso de Bergoglio, se ha profundizado notablemente. Empezando por el famoso “Informe Kolvenbach”,[7] seguramente enterrado y guardado bajo siete llaves, y siguiendo con la cantidad de estudiosos que han puesto su ojo clínico en las actitudes y desplantes del papa argentino, una de cuyas últimas muestras más impresionantes ha sido el revelador artículo del conocido médico holandés, Gerard van den Aardweg, experto mundial en la homosexualidad (“¿Por qué el Papa impulsa la normalización de las relaciones homosexuales?”, Life Site News, 19 de agosto de 2024). La intrínseca, ineludible y conocida unidad e interacción que hay en una persona humana entre el plano psicofísico y el espiritual nos puede ayudar a desentrañar algo de las motivaciones de Bergoglio. Deberíamos pensar si este “hombre roto”, en definitiva, no tenía resueltos sus propios conflictos psíquicos (recuérdese que él mismo confesó que en algún momento de su vida buscó la ayuda de una psicoanalista judía y atea para esos menesteres). Porque un hombre que se sintiera capaz de aceptar el encargo más importante del mundo (no está de más recordar, también, que al cardenal elegido papa en el cónclave se le pregunta si acepta el cargo) debería –como señala tan acertadamente el monseñor español Alberto José González Chaves–, “ser un hombre integrado, psicológica, afectiva e intelectualmente, un hombre maduro, un hombre justo, un hombre bondadoso, un hombre que no gobierne despóticamente… un hombre que tenga resueltos sus conflictos, y por eso sepa resolver los de los demás”. (Apostolado María Reina de La Paz, Pasto-Colombia, mayo de 2025).

Quizás sea esa falta de armonía interior la que explique otra diferencia que me atrevo a hacer entre el papa argentino y sus predecesores. Mientras en los pontífices anteriores uno podía llegar a percibir, por ese “tira y afloja” entre la hermenéutica de la ruptura y “la hermenéutica de la reforma en la continuidad” (para mencionarla con precisión) un cierto temor de Dios al tomar conciencia de la responsabilidad que, en parte, le cabía a cada uno de ellos en la deriva apostática (“apostasía silenciosa” la llamó el mismo Juan Pablo II) en la que se encuentra hace décadas la Iglesia Católica (a punto tal que uno de ellos –Paulo VI– se atrevió a denunciar que “por alguna fisura había entrado el humo de Satanás en el Templo de Dios”, 29 de septiembre de 1972), en el caso de Bergoglio, uno tenía la sensación (y esta sensación se fue confirmando a lo largo de los años de su pontificado), de que tal temor no existía.

En fin, para no extendernos más (lo que sería un acto de desconsideración con el autor… y, por cierto, también con los lectores), concluyamos con una reflexión sobre un pasaje evangélico que nos ha estado dando vueltas en nuestros pensamientos desde hace algún tiempo. Se trata del episodio tan conocido de Cristo caminando sobre el agua, que quizás podríamos aplicar a la situación actual de la Iglesia. Citado en el evangelio según san Mateo, en san Marcos y en san Juan, el texto de san Mateo es el único que trae incluido el pedido de Pedro de caminar sobre el agua hacia el Señor.

Mas, estando la barca muchos estadios lejos de la orilla, era combatida por las olas, porque el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche [Jesús] vino a ellos, caminando sobre el mar. Mas los discípulos viéndolo andar sobre el mar, se turbaron diciendo: Es un fantasma; y en su miedo, se pusieron a gritar. Pero en seguida les habló Jesús y dijo: “Ánimo, soy Yo. No temáis”. Entonces, respondió Pedro y le dijo: “Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas”. Él le dijo: “¡Ven!”. Y Pedro saliendo de la barca, y andando sobre las aguas, caminó hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, se amedrentó, y como comenzase a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!” Al punto Jesús tendió la mano, y asió de él diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y cuando subieron a la barca, el viento se calmó. Entonces, los que estaban en la barca se prosternaron ante Él diciendo: “Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios”. (Mt 14, 24-33)

Es un episodio que nos atañe a todos los católicos. No se trata solamente de una gran metáfora sobre la historia de la Iglesia sino también sobre la historia personal espiritual de cada uno. Su lección es clara: mientras miramos a Cristo, mientras el criterio de nuestros actos y dichos es Cristo y su verdad divina, no solo no nos hundimos, sino que “podemos caminar sobre el agua”. Dios, a través de su gracia, puede obrar milagros en nosotros, en nuestras vidas, en nuestra historia. Pero, si nos dejamos cautivar por “los vientos del mundo”, si quitamos la mirada a Nuestro Señor, nos comenzamos a hundir inexorablemente.

Sabemos que ha habido tormentas y vendavales en otras épocas de la Iglesia. ¿Quién puede negar eso? Y estamos seguros de que, de algún modo, los “Pedro” de esas épocas también quitaron la mirada del Señor. Ya que si la hubieran mantenido en Él, “hubieran caminado sobre el agua”. Es cierto que no dudan de Cristo y de su poder. (Es interesante hacer notar que cuando Pedro dice “Si eres Tú, mándame ir a Ti”, no lo dice en tono de duda, sino más bien como certeza. Su sentido era: puesto que eres Tú. Es claro que si el apóstol hubiera dudado de la presencia de Jesús, no se hubiera arrojado al agua ante la respuesta de aquel de quien no estaba seguro que fuese Jesús. No pide una señal o argumento de que es Él, sino un permiso para poder él también caminar sobre las aguas sin hundirse). “Si Dios está conmigo, quién contra mí” debería haber podido decir la Iglesia en tantas encrucijadas de la historia en las que parecía que el Cuerpo Místico de Cristo estaba a punto de defeccionar. Pero también estamos seguros de que, efectivamente, así fue, y de que hubo papas valientes, incluso santos, que tomaron sus decisiones contra viento y marea, contra los embates del mundo, y que, con una fe inquebrantable en el poder de Cristo, salvaron a la Iglesia de desastres sin cuento.

Pero uno tiene la impresión de que, en el caso de los últimos pontificados, se ha vuelto a esa mirada temerosa de Pedro hacia los vientos y tempestades del mundo. Pareciera que, en realidad, no creyeran que, si Jesús les dice que pueden caminar sobre el agua, eso se hará realidad. Pareciera que tomaran ciertas decisiones según los criterios del mundo y no de lo que conviene a la Esposa de Cristo. Y tengamos presente que el apóstol Pedro aún no había recibido la confirmación del Espíritu Santo y la plenitud de sus dones. Los dichos y actitudes que están referidos en este libro respecto al pontificado de Bergoglio son una prueba terminante de lo que es un papa que mira más a los hombres que a Dios, de un hombre que confía más en los poderes de este mundo, que en el poder de Dios (cfr. Gal 1, 10).

Recemos, entonces, por el Santo Padre, por todos los papas anteriores, pero, especialmente, por quien tiene hoy la gravísima responsabilidad de conducir la Barca de la Iglesia hacia buen puerto, hacia Nuestro Señor Jesucristo, esperando su Parusía. Y recemos fervorosamente, por cierto, para que nunca jamás los pontífices –sea el actual o los futuros que lo sucedan– tengan que escuchar la dulce pero, al mismo tiempo, firme reconvención de Nuestro Señor: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”.

Pablo Augusto Marini[8]

PARA MÁS INFORMACIÓN

“Diez años con Francisco”

https://gloria.tv/post/UEqqVjZCCVLQ6g89ps67irXSM

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[1] Publicado en mi blog “Super Omnia Veritas” [https://gloria.tv/user/uCZ9iiNQ3eKS1zgLg6MSCmbjY] “Novedad editorial: Toda la verdad sobre el Papa Francisco” https://gloria.tv/post/1pQiiaSpSwWa6EhPSk9LdUARM

[4] NOTA DEL AUTOR: Explico mi posición teológica acerca de la ilegitimidad de los papas conciliares, a causa de su adhesión a la herejía modernista, condenada por San Pío X, en el siguiente artículo publicado en mi blog “Miles Christi” [https://gloria.tv/Miles%20-%20Christi], a partir de la sexta página, “Francisco nos acompaña desde el Cielo”: https://gloria.tv/post/2JPN3gkmHVHaDjokMTx8YKsZm

[5] NOTA DEL AUTOR: Del latín circiter, alrededor, aproximadamente. Romano Amerio: “Procedimiento común en la argumentación de los innovadores es el circiterismo: consiste en referirse a un término indistinto y confuso como si fuese algo sólido e incuestionable, y extraer o excluir de él el elemento que interesa extraer o excluir”. https://adelantelafe.com/vigia-que-hay-de-la-noche-a-25-anos-de-la-muerte-de-romano-amerio-1905-1997/ - https://panoramacatolico.com.ar/a-proposito-del-circiterismo-episcopal/

[6] NOTA DEL AUTOR: Un alogismo se refiere a un argumento que es ilógico o carece de sentido, que no sigue las reglas de la lógica y, por lo tanto, no es válido. En otras palabras, un alogismo es lo opuesto a un silogismo.

[7] NOTA DEL AUTOR: “El texto del informe jamás se hizo público, pero el siguiente estado de la situación fue dado a conocer por un sacerdote que tuvo acceso al informe antes que desapareciera del archivo de los jesuitas. El padre Kolvenbach acusaba a Bergoglio de una serie de defectos, que van desde el uso habitual de un lenguaje vulgar hasta la falsedad, a la desobediencia escondida bajo la máscara de la humildad y a la falta de equilibrio psicológico. En la perspectiva de su idoneidad como futuro obispo, el informe resaltaba que como provincial había sido una persona que sembró divisiones en su Orden”. Fuente: https://infovaticana.com/blogs/sandro-magister/misterio-bergoglio-general-los-jesuitas-no-lo-queria-obispo/

[8] NOTA DEL AUTOR: Agradezco vivamente a Pablo su muy amable e interesantísimo prólogo. Para aquellos que tal vez no lo conozcan -pienso en particular en los lectores extranjeros-, Pablo es licenciado en Filosofía y estudioso de la liturgia, tiene más de treinta años como profesor en distintas universidades católicas de Argentina, donde ha enseñado la Filosofía y la Teología, y es autor de varios libros. Entre ellos, uno de los mejores que he leído sobre la reforma litúrgica post conciliar (en lengua castellana, el mejor, y con diferencia), “El drama litúrgico”. Ver al respecto: https://www.amazon.com/-/es/Pablo-Marini-ebook/dp/B0963S6BJF - https://editorial.quenotelacuenten.org/productos/el-drama-liturgico/ https://www.youtube.com/watch?v=5e8JStWllJE. Recientemente ha publicado “Redimidos”, sobre la famosa película de Mel Gibson “La Pasión de Cristo”. Consultar al respecto los siguientes enlaces: https://editorial.quenotelacuenten.org/productos/redimidos/  https://www.laprensa.com.ar/Meditacion-sobre-la-Pasion-558698.note.aspx https://www.infocatolica.com/blog/caballeropilar.php/2412260940-pablo-marini-analiza-redimido https://www.youtube.com/watch?v=2TpUtr11rcY

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