San Juan Bautista

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domingo, 30 de junio de 2019

La princesa está triste - Antonio Caponnetto


  
E.S.I: Educación Sexual Integral. Aportes políticamente incorrectos.

La princesa está triste

“La princesa está triste[...]; ha perdido la risa, ha perdido el color.
 El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.Y vestido de rojo piruetea el bufón”.
                                                                                                            Rubén Darío
                                                                

                                                                      A Pilar Careaga Basabe de Lequerica

Por Antonio Caponnetto



Intranquilizantes informaciones de variopinta índole recorren el planeta y lo estrujan de inquietudes. Como las reales y las ficticias ya no tienen demarcaciones, ni tampoco las serias de las jocosas, terminamos por reír y llorar a la par. Gesto que, al parecer, acaba de ser autorizado por el Ministerio de Androginia, teniendo en cuenta que la risa y el llanto serían “un femenino y un masculino”, según la jeringoza policial.

¿Será cierto –pregunta un lector- que la Cámara Nacional de la Construcción ha elaborado una taxonomía de los piropos emitidos por los albañiles, quedándoles exigido ahora a los robustos alarifes del altiplano, trocar los encendidos susurros a las ninfas del barrio por los requiebros al   laborioso capataz ? ¿Es ficto o es veraz que el shoteador aquel de mostacho tupido, bozo irreductible y coprolalia fiera, no es otro que la señorita Juana García, discípula del Conde de Chikoff? ¿Qué hay de onírico y qué de crudelísima vigilia, sobre las prisiones por acoso ocular que se impondría a todo grandulón que no baje la vista cuando sube la escalera que lo saca del subte? ¿Incurre en penalizado sexismo el atrevido plomero que adquirió un tubo macho, o la verdulera gentil que exhibe sus citrones, suscitando similitudes abusivas?

Y el más temido dilema:¿el calor, el alma y el agua, son víctimas del patriarcado del pronombre demostrativo latino, o la a tónica ha cedido nomás sus derechos a cambio de que un texto Anónimo sea en lo sucesivo considerado de Anónima, como quería Virginia Woolf?

Con pródigo sentido de la oportunidad, según fuentes habitualmente insidiosas, nos hemos enterado de que quedan terminantemente vedadas por la Real Academia, las referencias lunares o selenitas utilizadas como tributo u ofrenda a las mozas en edad de merecer; ya que como bien ha dicho Frida Kahlo: "Soy el tipo de mujer que si quiero la luna, me la bajo yo solita". Enterado de lo cual y contrito, cierto vate irreductible se despidió de su amada con un discreto pasacalles que cubría todo el ancho de la Avenida 9 de Julio, diciendo: “Manola/bajate la luna sola”.

Preventivamente -nos aseguran las mejores fuentes- el Vaticano estaría dispuesto a hacer su propio aporte a la paz genérica, emitiendo una Exhortación Apostólica, la Quod mandam, por la que quedaría reformada la perícopa paulina de Efesios 5, 23. En adelante, donde se dice que el varón es cabeza de la mujer deberá sustituirse el discriminatorio “caput” por el equivalente griego “kephale”, fácilmente analogable con un síndrome neuropatológico.

Jaranas al margen, téngase por veramente sucedido el encuentro feminista bajo el lema “No queremos ser princesas sino alcadesas”, organizado en varios círculos académicos ibéricos; el uso de chiquillas como portadoras publicitarias de la tal leyenda, y hasta la puesta en marcha de “Talleres de desprincesamiento para niñas”, con el apoyo de no pocas instituciones educativas supuestamente prestigiosas. Los Estudios Disney, se sabe, se han sumado a esta campaña y ofrecen productos nuevos, en los cuales, verbigracia, ningún beso viril puede quebrar el hechizo que tenga cautiva a una dama; mientras las protagonistas más audaces completan su propuesta desprincesadora diciendo que, en rigor, quieren ser dragonas.

 Todo esto, nos libre Dios, está ocurriendo más allá de cualquier chanza.

 Sucedió incluso, como rebote de la tal campaña, que la pequeña Ainsley Turner, de cinco años, en Carolina del Norte, fue premiada porque en su clase de danzas, no quiso vestirse con gasas, coronas y purpurinas sino disfrazarse de pancho o hotdog. El fundamento del encomio, claro, es que la indumentaria elegida libremente, para desprincesarse, tiene además una proverbial connotación fálica. Repetimos que tamaños delirios están en curso y que escapa al terreno de los sarcasmos con que principiamos este suelto. La consigna de desprincesarse, complementada con la de volverse dragonas y malas madres(sic),utilizando el verbo “perrear”, como ideal afrodisíaco de la neomujer liberada, ocupa hoy un lugar destacado en los programas internacionales de la ESI, y una amplísima bibliografía lo corrobora.

No es el caso demorarse ahora en los sesudos análisis de la cuentística infantil clásica. Bien sabemos que a sus muchos y merecidos elogios se le ha hecho también algunas objeciones atendibles. Tampoco es el caso de repetir aquí lo que tantos maestros nos enseñaron sobre el inmenso valor pedagógico de las historias y las leyendas, las fábulas y las crónicas, que entre lo veraz y lo imaginativo, han servido para forjar la personalidad sana de sucesivas generaciones. De todo esto nos hablaron Chesterton, Mircea Eliade, Russel Kirk, John Seniors o el mismo Tolkien. Y entre nosotros, el gigante Braulio y la olvidada Berta Elena Vidal de Battini.

Lo tremendo es lo que el programa “desprincesador” persigue y propone. No, claro, la ruptura de un estereotipo, sino el aniquilamiento de un arquetipo regio. No tampoco la liberación de un clisé, sino el odio a la aristocracia del espíritu. Menos aún el abandono de una función social, sino la despedida del orden natural. Ni siquiera el desaire ante ciertos tópicos cansinos, sino el rencor canallesco hacia los paradigmas literarios que remiten a la Cristiandad, o le sirven de propedéutica para su mejor comprensión.

El “desprincesamiento” es el odio al cetro y a la monarquía, al velo de la mujer eterna y al sable del guerrero ecuestre; al alcazábar del peñasco altivo y al grial que se esconde en un socavón milenario; a la lanza que desenmaraña caminos y abre paso a un llanero probo; a la capacidad de sacrificarlo todo, oblativamente, por un amor cautivo, y al vivir libremente aprisionado de un ideal, que tarda en aparecer como un jinete tártaro.

El “desprincesamiento” es el odio a la almena que sólo permite asomar esperanzas matutinas, al puente levadizo que se iza para que dentren únicamente nuestros más altos anhelos; al cruzado que queda exhausto tras batirse con el dragón, el filo sangrante, la sangre en el filo, y el tajo o el bisel incoagulados.

Y digámoslo todo: es el rechazo por la virginidad atesorada y la castidad en acto. Porque en la cosmovisión aprincesada de los relatos feéricos, la pureza es un don, el candor un obsequio, la blancura una meta a la que nadie llega si no ha borrado sus máculas en la ascesis o si ha tenido la fuerza para vivir sin ellas.

No quieren ser princesas ni madres. Ni siquiera hermanas, hijas, esposas o viudas. Lo gritan explícitamente con infernal orgullo: quieren ser perras y dragonas. Yermas, homicidas y sumideros de instintos. No está mal que haya bestiarios, y que en ellos los animales tengan su significado y su símbolo, y hasta su aplicabilidad a las personas. Los tuvo el Medioevo, por ejemplo, fecundo siempre en alegorías. Baste consultar, por ejemplo, los  lindos repertorios de Oxford y Eberdeen. Pero lo que nunca se había visto sino en esta época sombría, es que los hombres y las mujeres pudieran sentise reivindicados en las analogías con las salvajadas ferales.

Tiene motivos la princesa de Rubén Darío para estar triste. No sólo le han borrado la risa, el color y las alas, le han dicho que su misión virginal y maternal ofende; que su caballero puede ser sustituido por un androide asexuado o una meretriz de lata. Le han dicho, al fin, que la prole fructuosa es un estorbo y que el mismo vientre adornado de alunadas curvas es un atentado a la silueta impuesta como canon por la estética mundialista. Le han dicho con la soez Helen Gurley que son preferibles “las chicas malas que van a todas partes, que las buenas que se van al cielo”. Y ella se crió en el arte de contemplar las estrellerías y los soles desde las cimbras, los arbotantes y las cúpulas.

Una esperanza queda, según el mismo Darío:
"-Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo con alas, hacia aquí se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor."

Pero nos resta algo pendiente, y no vamos a callarlo. Porque resulta ser que en el programa “desprincesador” que se oferta, la alternativa innovadora y revolucionaria que se le plantea a la mujer, es la de convertirse en alcaldesa. No, por supuesto, como imitación femenina del modelo que trazó Lope de Vega; sino como emulación de ciertas albadesas contemporáneas, caracterizadas por vivir y pensar contranatura.  Repugnantemente.

Y es curioso que desde España –donde encuentra todo este proyecto “desprincesador” un caudal importante de propulsores y de activistas- se omita la figura de la primera alcaldesa del siglo XX, la señora Pilar Careaga Basabe de Lequerica. Fue ingeniera industrial, recibida en la Escuela de Madrid con sólo veintiún años. Fue Alcaldesa de Bilbao desde el 7 de julio de 1969 hasta el 7 de julio de 1975. Y fue además la dueña de un sinfín de emprendimientos políticos, sociales, culturales, materiales y espirituales, que jalonaron una trayectoria pública fecundísima.

¿En dónde estará la extraña razón por la que la Alcaldesa Pilar, adelantada y pionera en semejante puesto, no sea mencionada ni reivindicada jamás por las que les proponen a las niñas “emponderarase” en un municipio antes que “someterse” en un hogar?

Es sencillo. Pilar adhirió a la prédica de Don Ramiro de Maeztu. Identificada con la Cruzada del Caudillo, fue detenida en 1936 por los rojos en la prisión de Larrinaga. De allí pasó a otra cárcel hasta que pudo recuperar su libertad, y se alistó en la Sección Femenina de Falange, sirviendo a la patria de diversos modos, aún como enfermera en los campos de batalla. Por Orden de 10 de julio de 1939, el Generalísimo le concedió la Cruz Roja al Mérito Militar, por su elevado espíritu, entusiasmo y desprecio de todo riesgo y fatiga demostrados en el transcurso de la Campaña, habiendo sufrido fuego de cañón y fusilería enemiga, en Hospitales de Campaña.  

 Estaba en posesión de numerosas condecoraciones, entre ellas: Cruz del Mérito Militar Roja, Medalla de la Campaña 1936-1939, Medalla de Sufrimientos por la Patria, Gran Cruz de Sanidad, Gran Cruz de Beneficencia de 1ª Clase, Gran Cruz de la Orden de Cisneros, Cruz Pro Ecclesia et Pontífice, Medalla de Plata de la Diputación de Vizcaya, Medalla de Plata de la Juventud y Banda de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio.

Pilar estuvo en la primera fila fundacional de Fuerza Nueva, y en los valiosísimos tomazos de sus Memorias, el entrañable Blas Piñar habla de ella, laudatoriamente, en no pocas ocasiones. En especial, cuando una feminista miserable, Marta Ruíz, desde las páginas de “Sábado Gráfico”, el 26 de julio de 1969, la atacó de un modo grosero y obsceno. Entonces, como cuadra, salió Blas en su defensa con un artículo brioso y cálido, caballeresco y señorial, tal como fue siempre su talante. “Siendo mujer –le dice Blas- ha sido otra mujer la que ha pretendido ofenderte. [A ti], que nunca has perdido un átomo de feminidad entregada a lides que suelen acaparar los hombres[...]. Pero tú seguirás siendo Alcalde de Bilbao, con una ejecutoria limpia, y con esta mordedura, que lucirás como se muestran las condecoraciones, o como Cristo enseñó sus estigmas después de resucitado”.

El 25 de marzo de 1979, en el poblado costeño de Guecho,Vizcaya, tras un intento frustro de secuestro, la ETA le disparó arteramente, hiriéndola de extrema gravedad en un pulmón. “Al final –escribió Luis Villamea al respecto-, así es la vida. Después de una estela de generosidades, ha recibido por todo pago un tiro en el pulmón, y por la espalda, prueba de la cobardía y el rencor de sus enemigos, que lo son de España. Ella pudo con todo y con todos”.

Ni vale la pena formularse la pregunta retórica de rigor. ¿Qué hubiera pasado, qué estaría pasando aún hoy, si Pilar Careaga, primera alcaldesa de España, hubiese hecho y padecido cuanto hizo y sufrió, pero en vez de pertenecer a las filas de Dios, de la Hispanidad Eterna y del Orden Natural, hubiese sido una vulgar militante feminista? ¿Qué hubiera pasado si a Pilar, a quien no se le ocurrió jamás “desprincesarse” sino, por el contrario, entregar su pañuelo rojo y gualda a los caballeros de las mejores justas, hubiese sido una anarco libertaria de la peor ralea? ¿Qué hubiera pasado si en vez de ser la católica hija de un conde y la esposa fiel de un varón de antiguo abolengo, hubiese sido judía, negra, comunista y lesbiana? Pues ya lo sabemos. Hasta ahora, los homenajes a su persona no hubieran cesado. Ni tampoco los insultos al patriarcado femicida que, literalmente, quiso acabar con su vida. Por eso, para no ser ingratos ni amnésicos, le dedicamos nuestra sencilla nota a su memoria.

Se ha hecho larga esta reconquista del palacio, así que vamos concluyendo, con una confesión privada.

Soy un abuelo afortunado. Está viviendo temporariamente en casa una nieta de tres años, que lleva el nombre de Santa Isabel de Castilla. Todas las noches ella se ornamenta (no se disfraza) de princesa o de reina, y exigiendo el trato acorde a su augusto invento genealógico, remeda danzar, ante el menguado y aquiescente público doméstico, algunas piezas clásicas que son de su especial agrado. Entonces nuestro modesto y desvencijado comedor se puebla ante sus ojos y sus pies, de heraldos y de pajes, de alminares y cimborrios, de tizonas y coladas. Y aunque le he ofrecido ser albadesa del patio donde juega, insiste en ser princesa del imperio que forjó su alma.

Son todos de ella estos versos que le escribí y que les dejaré transcriptos, como estrambote. De ella y de cuantas niñas queden todavía en el mundo, para gloria del Altísimo, que quieran ser princesas; que una mano viril les baje la luna hasta sus plantas, y que no deseen ir a todas partes sino tomar el cielo por asalto:

Donde olvidó el zapato Cenicienta
y Blancanieves despertó en un beso,
donde puede un ratón, dentro de un queso
tener refugio, ropa y vestimenta.

Donde el gigante pierde su egoísmo
o Pinocho su hechura de madera,
el dragón su maléfica humareda
si un príncipe lo arroja en el abismo.

Donde las hadas salen de madrinas,
como vuelan las flechas de los elfos,
los caballos relinchan con sus belfos,
diestros jinetes lanzan jabalinas.

Donde el viento le grita: ¡te despeino!
persiguiendo a Preciosa, la gitana,
se asoma Galadriel a la ventana,
basta un ropero para entrar a un reino.

Donde hay duendes cantando junto a un pino
con tubas, chirimías y violines
haciendo rondas con los querubines
mientras frota la lámpara Aladino.
Donde las casas son de chocolate
¡pobres Hansel y Gretel tan golosos
en los bosques hay ciervos, zorros,osos
y un caballero de pendón granate.

Allí te quiero, con los ornamentos
de la niñez que imaginó el poeta.
Allí te quiero, mi pequeña nieta:
que vivas en la tierra de los cuentos.



 Nacionalismo Católico San Juan Bautista




miércoles, 26 de junio de 2019

El pescado y la bicicleta - Antonio Caponnetto



E.S.I: Aportes Políticamente Incorrectos


El pescado y la bicicleta


Por Antonio Caponnetto




Cuando en estos tiempos de “educación sexual integral”, una noticia nos dice que alguien insiste en llamarse Mamuasel Ivonne aunque le duela el epidídimo; y alguien más se presenta como el Señor Perez, después de parir trillizos, diríase que la lógica no es la categoría prevalente entre los cultores de la perspectiva del género.


Si al socaire de esta corriente hemos de considerar racional que uno se autoperciba estación ferroviaria y pida la mano de la locomotora en la terminal de Atocha o de Retiro. Y si nada de incongruo hemos de ver en que un carcamal salido del cenotafio quiera noviar con la mascota o tirarse un lance con la vecinita del Jardín Les niñes; pues entonces, se podrá convenir sin retaceos en que se han hecho realidades al menos dos lemas infaustos del Mayo Francés: “prohibido prohibir” y “la imaginación al poder”.


Así las cosas, quien quisiera argüir en nombre del juicio, la cohesión, la correspondencia o el silogismo sería declarado reo de leso aristotelismo. Vería su fama destruida o dada al traste, con perdón de la polisemia; y se lo conminaría a rendirse de una vez ante el triunfo de lo inverosímil, que tras siglos de oscurantismo ha ganado al fin su batalla. Se ha acabado la dictadura del Órganon, la del monolítico Tractatus, la de los férreos Nyaya Sutras hindúes o la de los carriles deductivos de Avicena. Se ha dado por perimida la edad de la concomitancia. Lo impensable, lo inaudito, lo insospechado y pasmoso son los dueños imbatibles del mundo en que vivimos.


¿En nombre de qué principio de identidad o de no contradicción puedo explicarle al mundo que las trompas de Falopio y las de Eustaquio tienen funciones naturalmente predeterninadas, no siendo recomendable oír por la pelvis ni reproducirse por las aurículas? ¿Invocando qué asonancia con la sensatez o qué ilación con la realidad genética, puedo darme al asombro si un senegalés se hiciera la piel en un hospicio para devenir en radiante albugíneo, o si se nos dijera, por caso, que a Tamawashi Ichiro, el  campeón de sumo, se le ha dado por la lactancia y el colecho, superando en drenajes a la mismísima Luperca de la que abrevaron Rómulo y Remo?


De pronto, sin embargo, este tiempo que ha desterrado la logicidad y la verosimilitud apela a tales categorías; y proliferan así ciertos grupos feministas que levantan la bandera de una de sus capataces de recua, Gloria Steinem, famosa entre otras ventosidades, por estampar este primor: “una mujer necesita un hombre como un pez necesita una bicicleta”. O según versión acotada: “una mujer sin un hombre es como un pez sin una bicicleta”. Llegando las recuas verdinaranjas, con tal aforismo por divisa, a la obvia conclusión de que las mujeres no precisan a los hombres para nada.


No desmentiré el corolario de la Steinem repetido hoy por sus múltiples y devotas seguidoras, pues en presencia de los belfos,los espolones, los ijares y los corvejones de quienes integran el cortejo, más vale que no quieran  utilidad alguna del varón. ¡Dios preserve a la raza adámica de estas cooperaciones propias de la alquimia oscura!


Cruzaré espadas sin embargo por la verosimilitud, la logicidad y la feliz correspondencia de lo que –con imperdonables resabios escolásticos- las  hembrirulas han declarado entes excluyentes: el pez y la bicicleta. ¡No hay nada de eso!


Fue todo de ellos –esto es de la contracultura abisal- el Jim Morrison que sostuvo: “Llegaré al mar en bicicleta”. La parca le ganó la apuesta, a los veintisiete años, por una sobredosis de heroina, pero la metáfora era buena y le quedó de epitafio. Si sirve para acercarme al mar, y aún para rodar por sus espumas costeñas, la juntura de los pedales y los peces es tan posible y tan conveniente como la de la quena y el viento, o la del rocío y la corola.


Se le ocurrió a José Pedroni (y era cosa seria el proyecto) que cada niño tuviese una bicicleta con alas, que pudiera sobrevolar las aguas marinas, otear su horizonte de salmones y de arenques, para jugar a la ronda con el cardumen que quisiera:


 “La bicicleta un día va a volar.
Le están saliendo las alas, son de verdad.
El ángel de las aguas ya no se irá,
calle ancha del cielo para mirar[...].
Todos los pueblos tendrán un velódromo
donde los niños correrán.
De allí alzarán el vuelo,
darán una vuelta sobre el mar.
Si no lo hubiera, sobre el trigal,
Si no lo hubiera,
Irán donde lo haya y volverán”


Manubrios y bielas vuelven a darse cita con pejerreyes y corbinas, mientras haya una niñez pescadora que merodee los acantilados cercanos a la escuela pueblerina. Horquillas y cintas de manillar trabarán amistad con sábalos y salmones, con la naturalidad de antiguos camaradas lanzados a la aventura en una playa perdida. Que se los diga otro de ellos, y de los peores, Don Rafael Alberti:


“Hay peces que se bañan en la arena
Y ciclistas que corren por las olas.
Yo piensoen mi. Colegio sobre el mar.
Infancia ya en balandro o bicicleta.
Globo libre, el primer balón flotaba
Sobre el grito espiral de los vapores
[...]
“Corro en mi bicicleta por los bosques urbanos,
y me detengo siempre junto a un río,
a ver cómo se acuesta la tarde y con la noche
se le pierden al agua las primeras estrellas”.


  No seguiré ponderando este mundo ictícola y de rodados, en mancomunión de cadenas y de ejes, atunes y mojarras, porque otro es el punto de meditación.


  Resulta que se nos presenta como la cosa más normal y deseable del mundo ese igualitarismo sexual tramposo, que no atiende a la igualdad ontológica y creatural del varón y de la mujer, por cuya defensa vale perder mil veces la vida, diría El Príncipe Constante, sino a la aberración del hermafroditismo social, que ya denunciara en su momento Pío XI en la Casti Connubi.


Se pretende que nos acostumbremos a desterrar las espadas y los escudos de los juguetes de los chicos, y a regalarle guantes de box o botines de fútbol a las niñas. Cosméticos precoces para ambos, intercambiando roles; pisoteando a sabiendas el impulso viril que asoma tan temprano en los mocosos normales como la emulación de la maternidad en las chiquillas sanas.


Si se lo despoja a un párvulo de su sueño de combatiente templario y a una nena de su anhelo por convertirse en hada madrina, no tendremos generaciones respetuosas de la diversidad y de la igualdad. Tendremos psicópatas o morbosos deambulando por Sodoma, convertidos en saqueadores de la dignidad humana. Si insisten –como ya se ha hecho- en que bailen nuestro folklore, los jóvenes con polleras y las muchachas con pantalones, devendrán camadas de putescas conductas, aunque les inventen después los sofisticados neologismos de “cosplayer” y “drag queen”. Y los padres de tales monstruos puedan ser candidatos a presidentes, orgullosos de lo que han engendrado.


La verdad es que se pretende acostumbrarlos a que las vestimentas sean rotativas, como un preludio de la elección hormonal que puedan hacer ya crecidos en el quirófano más cercano a su domicilio. Todo, por supuesto, bajo el patrocinio de un Estado, que ha renunciado a ser la persona de bien que definiera Oliveira Salazar, para convertirse en el administrador de la disolución moral colectiva.


Pero los mismos que incurren en esta homologación contranatura,que gustan vivir en este torvo cambalache de biblias y calefones,en ese revoltijo infame de glándulas autopercibidas lo contrario de lo que realmente son, en el permisimismo más abyecto para declararse padre o madre, a piacere; sin tener el “uno” la potestad seminal ni la “otra” la matriz gestante e iluminativa, se valen después de una metáfora de supuestas incompatibilidades apodícticas, al sólo efecto de probar que la mujer debe odiar y combatir al hombre, despreciándolo como un ser inútil y ajeno a su existencia.


En tiempos de programada y aborrecible coincidentia oppositorum, sólo sobreviviría como símbolo intangible de inutilidad recíproca, las figuras del pez y de la bicicleta. ¡Por favor! ¿En que quedó el dogma freudiano, según el cual “uno siempre se enamora de un fantasma”?; ¿o el “ideal de completud” del delirante Benasayag, para quien “el amor tiene más que ver con un pez muy original al que le gusta una bicicleta y con una bicicleta que sueña vivir con un pez”?


Yo supe ver a mi nieto Tomás llorando con desconsuelo la muerte de un diminuto pez que cobijaba en su pecera simple de casita barrial. Día entero anduvo cabizbajo, ruminado la pena de no saber adónde iba a parar su finado “Doradito”. Lo consolaba la historia de Jonás y la hipótesis de un mar mojado de profecías. El mismo Tomás que vertió después las ineludibles lágrimas, cuando se cayó de su primera bicicleta, dando vueltas en una plaza, con un ermita dedicada a la Virgen sobre un declive esquinero. Idénticas lágrimas por causa de un pez y de una bicicleta.


Los gramáticos se siguen preguntando si el “sunt lacrimae rerum” virgiliano, se debe traducir como  “las cosas lloran lágrimas” o son “las lágrimas las que lloran por las cosas”. Ajeno al noble oficio de latinista, sólo sé decir que, una vez más, el pez y la bicicleta se volvieron compatibles en el común denominador de las lágrimas infantiles. Se volvieron recíprocamente útiles y complementarios en ese conjunto de “todas las cosas que merecen lágrimas”, según la Elegía de Borges.


Yo supe y sé algo más. Sé que Dios quiso “necesitar” voluntariamente de una Mujer, para que el Verbo se encarnara y fuera uno junto a nosotros. Sé del mismo Dios que le hizo necesitar a esa Mujer la presencia de un varón seguro, protector,templado y firme. Sé que esa Mujer y ese Varón completaron sus vidas, viviendo juntos en un hogar de Nazareth. Y sé que, desde los días inaugurales del Génesis, mujer y varón se necesitan dichosamente, gozosamente, el uno al otro. Bendecida esa soldadura de almas y de cuerpos, esa amalgama de materia y de espíritu, por el Admirable Pescador. Para que  la mutua soledad que “entre dos noches iba” –recordémoslo con Marechal-  pudiera recibir la confortación de exclamar:


“¡Quién le dijera, para su consuelo,
que abajo estaba el pez en el anzuelo
y el admirable Pescador arriba!”



Nacionalismo Católico San Juan Bautista




sábado, 22 de junio de 2019

Tentaciones de Cristo y la Iglesia (Repost)– Por Leonardo Castellani


  
De las Tentaciones de Cristo hay mucho que hablar; pero seamos breves y notemos tres puntos principales: el Tentador, el Tentado y nosotros.

El espíritu maligno no sabía seguro si Cristo era el Mesías, ni mucho menos si era Dios o no. Parece increíble, con el talento que tiene el diablo, y conociendo las profecías mesiánicas mejor que cualquier rabino, que no sacara la conclusión que tantos hombres sacaron. Pero es así, basta leer los Evangelios; además San Pablo dice expresamente que el diablo no hubiera crucificado –por medio de los judíos– a Cristo, si hubiese sabido que era el Hijo de Dios (I Cor II, 8).

Que un Dios se haga hombre es un Misterio Absoluto; es como si dijéramos un Absurdo: no cabe en ninguna cabeza creada. Eso no se puede conocer y saber si no es mediante un acto de fe sobrenatural, un acto que es imposible sin la gracia de Dios; la cual el diablo no tiene. La ciencia no basta para alcanzar la fe; es necesaria también la buena voluntad, de que el diablo carece.

Por eso el fin del Tentador fue, como aparece claramente, no sólo hacer pecar a Cristo sino también sacarse él esa duda; lo cual no consiguió: “Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”. Pero hay que reconocerle al diablo que su atrevimiento es infinito: es un sinvergüenza, porque no tiene ya nada que perder. ¡Sospechando que Cristo era una persona divina, haberlo sin embargo agarrado y llevado al Campanario! “¡Qué miedo tendría el maldito –dice Santa Teresa– mientras iba volando!”... Pero en realidad no sabemos si fue volando.

  El diablo tiene un poder grandísimo –eso muestra este evangelio– y por otra parte es un poder vano, porque se puede vencer “de palabra”, con la palabra Dios.

Gran encomio de la Escritura Sagrada hay en este evangelio: Cristo vence las Tres Tentaciones con el arma de la Escritura. Pero el poder del diablo es tremendo en los que están desarmados. Cuando le dijo a Cristo: “'Todo esto es mío y a quien yo quiera se lo doy”, mostrándole los Reinos de la Tierra –en la política se puede decir que el diablo no tiene rival– Cristo no le respondió: “¡Mentiroso! Todo esto es de Dios, no tuyo”; no se metió a discutir con él, porque en algún sentido todo eso es, en efecto, del diantre; en el sentido de que hoy día, por nuestros pecados, él mangonea todo. Él es el Fuerte Armado, es la Potencia de las Tinieblas, es el Príncipe de este Mundo, como lo designó Cristo en otros lugares. Es probable que Satán de nacimiento haya sido el Arcángel que estaba predestinado al manejo y control del mundo material; o por lo menos, de este planeta; y por haber pecado, no perdió ese poder connatural para con el pobre “planeta mudo” . Pero todo poder de Dios es.

Eso que llamaban nuestros mayores “vender el alma al diablo” es posible: es la operación que se propuso a Cristo en la Tercera Tentación. Cuando en este mundo a un malvado le va bien incesantemente, se trata un demoníaco; a los inicuos comunes, la moral los castiga a corto plazo. Si Dios no se lo impide, el diablo puede hacer cosas rarísimas con los hombres; y eso yo lo sé por los libros; pero si yo dijera que lo sé solamente por los libros, mentiría.

¿Por qué tentó a Cristo con esas cosas raras? Con la Bobobrígida o algunas de las otras animalitas de Dios que nos hacen el honor de divertir a la plebe porteña; con la llave del Banco Central; o con las urnas llenas de votos en el Congreso, yo lo tiento a cualquiera. Pero ¿con piedras, con vuelos sin motor, con promesas fantásticas de imperios universales?...

El diablo sabía que Cristo era un varón religioso –lo había visto prepararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había visto arder como una gran fogata en oración continua–; y lo tentó como a un hombre religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal. Una nota del Evangelio traducido por Straubinger dice: “la primera fue una tentación de sensualidad”... Es un error. Las tres fueron tentaciones de soberbia. El diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen Cuaresmas tan rigurosas como Cristo.

El diablo es la mona de Dios, puesto que querer ser como Dios fue su caída y es su constante manía. El diablo tienta prometiendo o dando las cosas de Dios: lo mismo que Dios nos ha de dar si tenemos espero y fidelidad: Cristo podía procurarse pan con esperar un poco –“y los ángeles se lo sirvieron”– sin necesidad de un milagro. El diablo nos empuja, nos precipita, es la espuela del mundo: nos invita a anticipar, a desflorar, a llegar antes. A los primeros hombres les dijo: “Seréis como dioses” que es efectivamente lo que Dios se propuso hacer y hace, por medio de la adopción divina (la gracia elevante) y la visión beatífica, con el hombre. “Entonces seremos como El, porque le veremos como Él es”, dice San Juan. Eva pecó porque codició una anticipación de la visión divina. No podemos ser tentados sino de acuerdo a nuestro natural.

Así pues a Jesús lo tentó de acuerdo a su natural con lo mismo que Él había de lograr un día: Cristo había de convertir las piedras de la gentilidad en el pan de su Cuerpo Místico, conforme a aquello: “Creéis vosotros que de estas piedras no puedo yo sacar hijos de Abraham?”. Cristo había de volar visiblemente a los cielos delante de sus apóstoles y unos quinientos discípulos. Finalmente, Cristo algún día ha de ser Rey Universal del mundo entero, como lo es desde ya en derecho y esperanza.

El diablo está hoy día tentando a la Humanidad con un Reino Universal obtenido sin Cristo con las solas fuerzas del hombre. Todo ese gran movimiento del mundo de hoy (la ONU, la UNESCO, la Unión de las Iglesias Protestantes, los Grandes Imperialismos, las promesas de “mil años de paz” por parte de los Conductores) representa esa aspiración irrestrañable de la Humanidad al Milenio, a su unidad natural y pacífica, a su integración como Género Humano.

Es inútil oponerse a esa aspiración actualísima –se equivocan los ultra-nacionalistas– porque es un anhelo que está en las entrañas de la evolución histórica del mundo, como que es una promesa divina. Pero el diablo quiere llegar antes. Los cristianos sabemos que esto vendrá, pero que sólo puede venir con y por Cristo; y que esta manera como se está haciendo ahora, no podemos aceptarla, porque es la vasta preparación del Anticristo. “Si esto es servir a la patria, a mí no me gusta el cómo.” De manera que aparecemos como impotentes por un lado; como atrasados y reaccionarios por otro. Paciencia.

La Iglesia hoy día aparece en plena crisis; no puede conseguir la paz de los pueblos, la necesidad más urgente del mundo, está contusionada dentro de sí misma; no hace más que tomar medidas y actitudes aparentemente negativas: Syllabus, Juramento antimodernístico, prohibo esto, prohibo lo otro. No está a la cabeza de la “civilización” como en otros tiempos, no hace más que tirar hacia atrás: es que la “civilización” ha entrado por un mal camino; por el de la Torre de Babel. Camino satánico.

“Todo esto es mío y lo doy a quien yo quiero; todo esto te daré si cayendo a mis pies me adorares.”

Un hombre algún día aceptará este trato. No sé qué día…

No es necesario saber mucho griego ni latín para predecir que la Iglesia será tentada, si Cristo fue tentado; y lo será con las mismas tentaciones de Cristo.

Podríamos decir quizá que en la Edad Media fue la primera, en el Renacimiento la segunda y ahora la tercera tentación. Así para entendernos; aunque las tres funcionan juntas, mirándolo bien.

La primera tentación es ésta: por medio de lo religioso procurarse cosas materiales –como si dijéramos cambiar milagros por pan– la cual puede llegar a un extremo que se llama simonía, o venta de lo sagrado. Pero los curas también tienen que comer y la Iglesia necesita bienes. Yo no niego que la Iglesia necesita bienes, lo que yo sé es que hay una rayita finita, pasada la cual los “bienes” se convierten en males. De modo que el efecto más bien viene a ser tomar el pan y convertirlo en piedra; milagro al revés; como por ejemplo hacer grandes templos de piedra donde falta el pan de la palabra divina, “de la cual, como del pan, vive el hombre”, contestó Cristo a Satán.

La segunda tentación es por medio de la religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y “la gloria que dan los hombres”. Y también es verdad que la Iglesia necesita buen nombre, porque una de las notas distintivas de la verdadera religión es que sea santa. Y así uno de los principales argumentos de San Agustín contra los herejes y paganos eran las admirables “costumbres” de la Iglesia primitiva contrapuestas a las malas costumbres de ellos. Véanse sus libros: De Civitate Dei, De Moribus Ecclesiae, De Moribus Manichoeorum...

Pero una cosa es que los demás lo prediquen a uno santo; y otra, predicarse a sí mismo. Días pasados oí a un predicador que se mandó una alabanza de la orden a que él pertenecía, que tembló el Campanario de la Iglesia (o sea el Pináculo del Templo); y no pude menos que pensar: “Esto sería mejor que lo dijese el pueblo”.

La tercera tentación es desembozadamente satánica; postrarse ante el diablo a fin de dominar al mundo. ¿Puede la Iglesia ser tentada así? La Iglesia no es más que Cristo. La crueldad, por ejemplo, es demoniaca. Lo santo y lo demoníaco son contrarios y por tanto están en el mismo plano; y la corrupción de lo mejor, es la peor. Hablando de Savonarola, el cardenal Newman dijo: “La Iglesia no puede ser reformada por la desobediencia...”, y su interlocutor le contestó: “Mucho menos por la crueldad, mi caro Cardenal”. El Asceta puede ser tentado de dureza de corazón, de inhumanidad, de crueldad. “Mi hija se ha vuelto cruel como el avestruz”, dice Dios por el Profeta.

Ésta es la última tentación, de la cual Dios me libre y guarde; y sobre todo, que Dios libre y guarde a los otros. Como dijo el jachalero Ramón Ibarra cuando se peleó a cuchillo con Dionisio Mendoza y lo querían sujetar: “¡Asujetelón! ¡Asujetelón! ¡Asujetelón al otro! ¡Que yo, mal que bien, me asujeto solo!”.



LEONARDO CASTELLANI – “El Evangelio de Jesucristo” Domingo 1° de Cuaresma – 1957



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lunes, 17 de junio de 2019

MAS SOBRE EL LIBERALISMO - Por el P. Leonardo Castellani




     El liberalismo del siglo pasado enarboló la bandera de la libertad y arruinó las libertades que son la única verdadera libertad que existe.
 
     Existe una falsa libertad fomentada por el liberalismo; la cual es a la verdadera libertad lo que la demagogia y el democratismo son a la democracia; el filosofismo a la filosofía; la sofística a la sofía; y la superstición y la herejía, a la religión. Es decir, es peor que ignorancia, es peor que mentira, es confusión.

     El liberalismo no merece en la Argentina ni mucha investigación ni mucha discusión, casi es de mal gusto y casi da asco tocarlo; aquí fue brutalmente importado y no ha tenido ni doctrina, ni inteligencia, ni siquiera buena fe, no ha producido ninguna obra maestra en ningún género. No interesa tanto conocer su esencia como librarnos de su existencia.

     Buscar la esencia de una cosa es hacer su definición. Yo hice tres definiciones europeas del liberalismo, cada una más exacta; y al final, una sencilla definición argentina.

     Primera definición: El liberalismo es un movimiento económico, político y religioso, que se propone la libertad como ideal absoluto de la humanidad. Y por tanto, ideal absoluto de hombres y naciones.

    No sirve porque pivota sobre la palabra libertad que es ambigua. Si a la palabra libertad no se añade para qué, es una palabra sin sentido. Y hoy en día, por obra del liberalismo, la más asquerosamente ambigua que existe.
    
     Un socialista, el judío alemán Bernstein, dijo: “Poco importa hacia dónde vamos, lo que importa es el movimiento, porque la libertad es un movimiento…” Es una bobada filosófica: la libertad no es un movimiento, sino un poder moverse. Y en el poder moverse lo que importa es el hacia dónde. Lo que determina el movimiento —dicen los filósofos— y lo hace chico-grande, bueno-malo, tal o cual, es el término dónde, pues todo movimiento tiene dos términos: desde y dónde.

     Libertad no tiene sentido alguno si no se añade para qué; y sin eso es mejor no hablar. La libertad del nacionalista, con una fórmula acuñada en América Latina, es: “Libertad para todo y para todos, menos para el mal y los criminales.”


     El liberalismo proclamando libertad destruyó en el mundo la libertad, y trajo lo que ellos llaman totalitarismo. Es la ambigüedad filosófica del estandarte enarbolada en el siglo pasado. Pero, esa ambigüedad era sólo del estandarte, no de los que lo llevaban. Los que lo llevaban sabían bien lo que querían: querían libertad de comercio, o sea libertad para el Gran Dinero, a fin de llegar al poder del Gran Dinero o sea el actual Capitalismo ; para eso querían gobiernos débiles o parlamentarios, división de poderes, sufragio universal y todo lo demás, y después, el cristianismo liberal y, hoy día, el modernismo.



  Leonardo Castellani - "Sentencias y aforismos políticos" - Ed. del Grupo Patria Grande 1981 - Pags.25, 26.


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