A
70 AÑOS DE LA QUEMA DE LAS IGLESIAS
1955-
16 de junio- 2025
“Cristo Jesús, en Tí la patria espera”
La noche del 16 de junio de 1955, muchos
templos porteños fueron incendiados y profanados, amén del Palacio Arzobispal.
Santo Domingo y San Francisco, la Capilla de San Roque, San Ignacio, La Merced,
San Miguel Arcángel, La Piedad, Nuestra Señora de las Victorias, Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro, San Nicolás de Bari, San Juan Bautista, y la misma
Catedral Primada.
“Noche de la Pasión de Jesús en Buenos
Aires”, fue llamada aquella. Noche trágica del sacrilegio, de la blasfemia, de
la destrucción y del pecado.
Junto a la Eucaristía pisoteada, los
sagrarios rotos, los altares mancillados, los cálices ultrajados, las imágenes
sacras deshechas y vejadas, no pocas reliquias patrias sufrieron el mismo y
endemoniado castigo. Desde las tumbas de los héroes hasta las banderas
nacionales y los trofeos de guerra.
Perón y su nefasto gobierno fueron los
responsables directos de esta grave iniquidad, corolario maldito de una
política anticatólica explicitamente alimentada por el judaísmo y la masonería.
Política anticatólica, antinacional y liberal, que continuaron con las mismas
culpas quienes desde 1956 se adueñaron de la caída del peronismo. Quede en
claro.
Todo está documentado hasta la minucia.
Desde el plan de operaciones de Perón para vejar infamemente a los templos,
hasta su posterior excomunión. Y desde la marginación y muerte del General
Lonardi hasta el injusto fusilamiento del General Juan José Valle.
Pocos, lo presentimos con dolor, querrán
recordar este septuagésimo aniversario de aquella jornada odiosa, endiablada y
envilecedora. Pocos querrán tener frente al amargo suceso un gesto expiatorio,
devocional y orante. Pocos rendirán homenaje al heroico padre Jacobo Wagner,
que murió tras cruenta y larga agonía, por defender de las hordas incendiarias
su templo de Nuestra Señora de las Victorias. Pocos querrán pasar la noche en
vela, adorando al Santísimo en desagravio, u ofreciéndose penitencialmente ante
las imágenes de Nuestra Señora. Tal vez callen los prelados, cierren los
templos y queden amnésicos algunos o muchos de quienes fueron entonces testigos
del drama.
Nosotros recordaremos y rezaremos con
renovada fidelidad a Jesucristo. Y hemos de pedirle al Dios de los Ejércitos
que nos conserve la lucidez para comprender y el coraje para resistir.
Comprender que los ataques a la Iglesia no han cesado. Las llamas y los
incendiarios del presente, son tan dañinos como aquél fuego que carbonizó las
estatuas y convirtió en cenizas los misales y los atriles. Los saqueadores de
hoy hacen de la Iglesia el blanco predilecto de sus insidias y persecuciones.
La patria no tiene gobierno propio. Es una dependencia explícita del genocida y
usurpador Estado de Israel. Tampoco tiene historia verdadera, sino el relato
mayo-caserista que le impusieron las logias y las sinagogas.
Resistir entonces sigue siendo la
consigna, librando el buen combate que nos pidiera el Apóstol una vez y para
siempre.
A quienes la noche del 16 de junio de 1955
se contaron entre los bienaventurados que fueron perseguidos por causa de su
amor a la Cruz. A sus descendientes memoriosos y leales. A los católicos
argentinos todos, convocamos a visitar simbólicamente, como en el ejercicio
cuaresmal del Jueves Santo, siete de aquellos históricos templos otrora escarnecidos.
Será un acto de merecida reparación, pero será también un juramento. La promesa
invicta e intacta, después de medio siglo, de que la mirada está puesta en
lo Alto y la voz de la esperanza amanecida.
Antonio Caponnetto
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