San Juan Bautista

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sábado, 9 de diciembre de 2017

Las Malvinas, cuestión previa: Masonería, judaísmo, Imperio Británico – Ramón Doll


Debemos considerarnos los argentinos en estado de guerra internacional contra una hidra tricefálica, cuyas cabezas son la masonería, el judaísmo y la finanza internacional y cuyo cuerpo es el imperio británico, sostén físico de todas las fuerzas destructoras y corruptoras que nos precipitan a una caída vertical sin precedentes. Si vencemos, recién entonces podremos celebrar la Reconquista”.
                                                                    


Cuando a principios del siglo pasado nacieron a la vida independiente los Estados americanos, pudo creerse que en dos zonas del nuevo continente debían levantarse dos potencias mundiales donde la civilización europea vendría a superarse y perfeccionarse. Esas dos zonas eran: una, la tierra que comienza en el Atlántico y en el Golfo de Méjico, justo la extensión que ocupan los Estados Unidos de Norteamérica; otra, la cuenca del Rio de la Plata, que debía abarcar aún más territorio que el Virreinato así llamado.


DOS ZONAS PRIVILEGIADAS

Ambas zonas del continente americanos son dos bendiciones de Dios. Clima templado, tierras blandas, raudales inagotables, que arrastran desde los trópicos o desde los glaciares mediterráneos limos fecundos.

La parte de América que se levantara al conjuro del grito de Mayo era especialmente una extensión maravillosa de belleza y de riqueza, irrigada por arterias que traen desde el corazón de la zona tórrida sus jugos y sus aromas sin cesar renovados; era en primer término una pradera privilegiada, suficiente por sí sola para abastecer de pan y carne a toda Europa; era después la selva con maderas, las más variadas del mundo; y era el trópico sobreabundante, generoso, policromado, como un jardín de donde debía venir lo que faltara para completar y condimentar las sustancias primas de un litoral templado. Parecía que el Creador se había puesto parsimoniosamente a cuidar los detalles de un mundo económico completo en toda aquella parte del globo que se llamó Virreinato del Río de la Plata. Jamás el Todopoderoso proporcionó a una colectividad un domicilio más confortable, mejor provisto y más seguro.

Le tapió el oeste los fondos de la casa con una cadena de cerros inexpugnables, ahorrándole el cuidado de una costa estéril y amenazada; al norte le concedió todas las tierras blandas del subtrópico, justo hasta donde cualquier nación tenía que seguir siendo india, quichua o colla, por su clima o por su altura, de modo que también nos ahorró un problema de minorías indígenas que tiene el resto de la América coloreada. Por el frente de la casa nos concedió el prodigioso panorama de una cuenca que es litoralmente la cornucopia de la Fortuna, el cuerno de oro de la abundancia, engrosado, afluido y confluido por millares y millares de hilos e hilillos de agua que venían de las selvas brasileñas hasta el Río de la Plata cubriendo un territorio de más de medio millón de leguas con una costra de tierra grasa donde no hay cimiente animal o vegetal que no fermente y cobre vitalidad, vigor, ritmo y palpitación.

Además de eso, nuestro arquitecto le dio al edificio un planteo estratégico contra posibles enemigos de tales condiciones, que nuestra casa es y será naturalmente inexpugnable, tal cual lo ha demostrado nuestra historia de vida independiente, cada vez que el pirata inglés o el bucanero francés o el cuatrero portugués quiso entrar por la puerta de calle forzando las canceles que custodian el edificio. Entiéndase bien; nuestro domicilio es inexpugnable, es inviolable, y el invasor ha mordido siempre el polvo de la derrota, pero cuando nuestra naturaleza ha obrado con libertad y espontaneidad, cuando se ha dado libre rienda a los impulsos más profundos del alma popular, cuando se ha dejado al alma criolla elegir y seguir sus propias inclinaciones y cuando se han aprovechado con sabiduría las posiciones reales de la estrategia natural y nacional.

Como lo he dicho anteriormente, no sólo en el extremo sur de América se había ofrecido un prodigio así confortable y así amable a sus habitantes. También en el extremo norte del nuevo continente, la Providencia había dispuesto un paraje igualmente dotado de comodidades y enriquecidos de bienes como en la zona del Plata. El territorio que hoy ocupan los Estados Unidos tiene la misma huerta, el mismo jardín, iguales tesoros escondidos en la entraña, y raudales parecidos fertilizan leguas de praderas y de edenes.


DESTINOS DISPARES

Ahora bien, observemos qué cosas más distintas pasaron en esas dos geografías iguales.

El lector sabe tan bien como yo que en el espacio templado del norte se levantó una gran nación de 120 millones de habitantes, una primera potencia mundial, en este otro espacio de la cuenca del Plata no pudieron desenvolverse sino muy deficientemente algunas naciones autónomas, de las cuales la nuestra, siendo la mayor, no alcanza a brillar en el firmamento mundial más que como estrella de cuarta o quinta magnitud. Los vecinos del norte no hicieron más que agrandarse, avanzaron hacia el oeste y hacia el sur, todavía se corrieron por el Pacífico, llegaron a Alaska, a Filipinas, entraron a buenas o a malas en todo Centroamérica e hicieron del Mar Caribe un lago territorial.

Al revés de ellos, en la cuenca del Plata todo fue achicarse; de un solo bloque compacto que crearon las leyes españolas con el Virreinato, saltaron en pedazos republiquetas insignificantes, y en lugar de avanzar y colonizar, nuestro país se fue encogiendo y fue colonizado. Dueño de solares tan fecundos, tan grandiosos, el argentino se ha ido reduciendo al punto de que ya no tiene más perspectivas que el empleo público o poner puestos de cigarrillos en los zaguanes.

¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué esta diferencia de Destino? ¿Cuáles son las causas para que en igualdad de posibilidades al norte se levantara una potencia y al sur sólo cuatro o cinco naciones nominalmente autónomas, de vida lánguida, sin ánimo imperial, con una población abúlica y un escepticismo enfermizo?

La explicación es muy sencilla y debe hallarse en las reacciones y recelos de todo orden que la formación de naciones latinas y católicas provocaron en los poderosos de entonces.


LOS YANQUIS Y NOSOTROS

Por uno de esos traspapelamientos cuyo verdadero sentido ignoramos los mortales, aquella parcela de la tierra, es decir, Norteamérica, viose ocupada por grupos de individuos inferiores, aventureros adoradores del becerro de oro, que disimulaban un disconformismo religioso, cuando en realidad vinieron a América sus ascendientes para huir de las autoridades.

Bien sabido es que los dignos, altivos, los sedientos de libertad, llamados peregrinos de la Mayflower no eran más que elementos indeseables de la hez de Londres, sujetos que serían considerados hoy en estado peligroso. Bien sabido es que las mujeres que los acompañaban, como muchas de las que emigraron a Norteamérica, pertenecían a la condición más desgraciada de su sexo.

Aquel otro territorio se pobló mal. El plantel humano originario, formado por colonias mercantiles, es decir, por factorías de mercaderes que planeaban compañías comerciales, no anunciaba nada bueno. Excusado es decir que algunas colonias no eran ni siquiera eso, pues está, por ejemplo Georgia, fundada en 1773 por un llamado filántropo, a la que se mandaban los criminales y fallidos para darles una oportunidad de que se regeneraran convirtiendo a los indios.

Después y hoy se pudo ver qué podía salir de matrices semejantes: un pueblo inficionado hasta los tuétanos con la sífilis judaica, un pueblo pusilánime pero codicioso que no conoce las armas de la guerra, sino los recursos del oro y el soborno. Durante las luchas coloniales entre Inglaterra y Francia, los colonos yanquis no quisieron intervenir, pero mandaron a los indios en su lugar para que se diezmaran en los combates. Luego, cuando la metrópoli británica quiso cobrarse los gastos con los impuestos al té y a los sellos, los colonos yanquis tampoco quisieron pagar y se alzaron contra los ingleses, pero utilizaron a los soldados franceses en la lucha por la emancipación, al mando de Lafayette. Todas las guerras de Estados Unidos han sido hechas a costa de brazos y sangre extranjera, o haciendo pelear a los mejicanos entre sí cuando la guerra con Méjico, o con negros, como la llamada lucha de secesión en que los Estados del Norte emanciparon los esclavos para poderlos enrolar en los ejércitos.

Y bien, esa prosperidad y civilización yanquis, por mercantil y por judaica, no fue obstaculizada por la Europa liberal del siglo XIX, porque se advirtió que el desarrollo norteamericano no hacía otra cosa que incorporar una fuerza más a la constelación protestante del oro y del comercio que brillaba entonces en el cenit del mundo.

El desarrollo de un país materialista y amoral como Norteamérica, en lugar de ser un estorbo para las fuerzas que alcanzaban la preeminencia y la dominación del mundo era, por lo contrario, una prueba, una afirmación corroborante, de la moral y la religión que el protestantismo piratíco y el mercantilismo judaico habían puesto en boga.

Nadie le salió al paso a Norteamérica, nadie conspiró contra su desarrollo; el inglés y el judío dominantes en los mares y en los bancos, en la diplomacia y en las bolsas de comercio, se acariciaban sus barbas rabínicas al contemplar aquel pichón de harpía o cachorro de chacal que tenía toda la vocación de la rapiña, de la avaricia, y del atraco que el siglo exigía.


NOSOTROS, PELIGRO MORTAL PARA LA JUDERIA

Otra cosa muy distinta era la población civil criolla residente en nuestra cuenca.
Aquí había un plantel humano superior, una raza criolla y española apretada en un haz católico y heredera de la vocación ecuménica que no había podido realizar España. Este no era un pueblo de mercaderes sino de soldados y de productores, que tenían una fe y podían redoblar su empuje imperial con el aliento de una honda aspiración religiosa sustentada por reservas económicas inagotables.

Para los valores triunfantes en el siglo, esta potencia si era un peligro universal; para el filisteísmo del Occidente europeo, la probabilidad de que la Argentina pudiera ser un día el brazo ardoroso de nuevas cruzadas en el mundo no era dudosa, y fue entonces cuando una conspiración infame, patrocinada por Inglaterra e inspirada en los cenáculos secretos de las logias, se dedica encarnizadamente a no dejarnos crecer y expandirnos. Fuimos víctimas al principio de tentativas materiales para dominarnos militarmente, tentativas que en 1806 y luego en 1845 son frustradas por un pueblo viril que defendió su honor y su patrimonio con las armas en la mano. Mas luego, abandonada la idea de la conquista militar, la Argentina, ya parcelada por efecto de la intriga diplomática, es objeto de una infiltración capitalista que, evidentemente, ha logrado su objeto, envileciéndonos en un estado de colonia con autonomía aparente y a la que se le permite el uso de algunos símbolos nacionales porque su usufructo más que redituar intereses causa gastos y molestias.


UN PARALELO IMPOSIBLE

He hecho este demasiado largo paralelo entre nosotros y Estados Unidos y no en vano. Porque uno de los expedientes que utilizaron los liberales para vendernos fue deprimir el espíritu público argentino humillándolo con repetidas comparaciones con el que calificaban coloso del norte. Mientras ellos, tienen 120 millones de habitantes y son potencia mundial, nosotros no hemos hecho nada y somos una minúscula nación indoamericana. Y agregaban: es que no tenemos capacidad para el progreso técnico y somos indudablemente étnicamente inferiores para la civilización europea, decía un Sarmiento.

Todo es mentira. Sarmiento no hacía otra cosa que su tic habitual de mentir y renegar de su casta, cuando así hablaba. Como católicos y latinos, nosotros nos podemos arrogar una representación más genuina de la civilización europea en América que cualquier yanqui fabricante de salchichas o de artículos de goma. Por lo demás, el progreso técnico no es más que un capítulo y muy insignificante de esa civilización que ha creado el chófer, sin duda, pero que no lo ha puesto en el pináculo ni en el grado primo de una escala de valores.
¡Debemos recalcarlo! Nosotros hemos vivido y vivimos rodeados de enemigos; nuestros males no provienen de ninguna inferioridad étnica, al contrario, nuestro plantel humano es de calidad superior. ¡No tenemos la culpa de nuestro atraso!

Esto de nuestra culpabilidad, de nuestra total responsabilidad, de que no sabemos gobernarnos, de que no somos dignos de un gobierno propio y de que la población argentina no merece instituciones tan regias como la Ley Sáenz Peña con su cuarto oscuro y algunos papeles desparramados, todo esto es la calumnia más bellaca que un conglomerado de intereses ha podido hacer a una nación.

¡No tenemos la culpa de nuestros males!

Lo que hay es que fuimos traicionados y arteramente espiados por el enemigo inglés, masón y judaico. Desde que surgimos a la vida libre se nos obstaculizó, se conspiró, se introdujo en la nacionalidad un asqueante súcubo, se nos calumnió; y, en definitiva, entre los enemigos de afuera y los emboscados, derrotistas y saboteadores de adentro, se nos enajenó al mejor postor en la rueda internacional de traficantes.


NUESTRO ENVILECIMIENTO

Dejemos ya toda comparación y paralelo y marquemos con tintas crudas el contraste entre la geografía económica y étnica que nos había deparado el destino y la miseranda situación de nación pobre, con que una confabulación implacable y extranjera estranguló la nacionalidad. Púes hemos despertado de un sueño de prosperidad ficticia; y las actuales generaciones han llegado a la desgraciada comprobación de que los tesoros, las praderas, las selvas, los pájaros y los peces, todo fue entregado a un puñado de judíos y de ingleses. La carne y el cereal son cambiados en el extranjero por chirimbolos de ferretería y en último caso tres o cuatro firmas y diez o veinte estancieros afortunados se benefician con la exportación [1]. Todas las fuentes de energías argentinas son dirigidas por grupos capitalistas de Londres, de París o de Bruselas; y alguna producción autóctona, como el azúcar, el vino o la yerba, está controlada por el capital financiero. Ni siquiera se ha constituido una clase industrial argentina toda lo privilegiada que se quiera, pero que por lo menos fuese argentina. No necesito, pues, exponer en un artículo lo que todos saben, y es la triste existencia de la población criolla que trabaja y que produce en el Norte, en Cuyo, en el Litoral mismo, frente a los magnates bancarios, ferroviarios, de la electricidad, del teléfono, que ni siquiera residen en el país y que en estos momentos inventarían nuestros bienes en las mesas de las cancillerías europeas, como probables valores de cambio a negociarse mañana en una nueva paz de bandidos como la de Versalles[2].
Pues bien, es cierto que para nuestros amos ésta no es una patria sino una factoría donde los gerentes traspasan la mercancía de mano en mano después de haber abonado el marfil a los nativos con cuentas de vidrio o con espejos.


EL CAPITALISMO TIENE UNA INTENCION POLITICA

Pues bien, dando por conocida ya ampliamente la envilecida situación de colonia en que ha caído la Argentina, lo que interesa es aclarar en todo su alcance cual es exactamente la subordinación que sufrimos los argentinos respecto al capital y dominio británicos.

Si se tiene en cuenta las razones por que el imperio de John Bull y de Judá no podían cometer la estupidez de dejar que se levantara una nación guerrera y poderosa de cultura latina y de fe católica, ya puede también comprenderse por qué el capital inglés no podía venir a la Argentina simplemente a sacar su interés en la inversión, cobrar sus anticipos, amortizarlo después y terminar en un ciclo breve su cometido.

Si así hubiera sido el asunto, sería más fácil y francamente no habría necesidad de pronunciar las grandes palabras y de denunciar esa dependencia económica como colonial y opresora. Todo el programa del Nacionalismo estribaría en una paulatina y evolutiva expropiación de servicios públicos y un cierre discrecional ante nuevas expansiones. Se podría decir irónicamente del Nacionalismo que no valía la pena de crear una mística, de arrojar el baldón de la traición sobre los entregadores de la Nación y hasta de provocar una guerra civil en el país, nada más que para recortarle las uñas al buitre capitalista o para tomar medidas legislativas tendientes a eliminarlo de la nación.

Estarían profundamente equivocados los que así arguyeran. El imperialismo anglojudeomasón en la Argentina no es un caso de física económica; es el instrumento inteligente, previsor, intencionado, de la política inglesa, que a su vez lo es de las fuerzas que actualmente están en posesión de la mayor parte de las riquezas del mundo.

El capitalismo británico es no sólo un hecho económico, sino que esta acoplado a una voluntad política de hegemonía y de opresión que lo trasciende comprometiendo nuestra soberanía, inhibiendo las aptitudes del Estado argentino y paralizando su natural desarrollo. Por eso es imperialista y no por la mera circunstancia de que se transvase de un país a otro.

El hecho de que los vendedores de manufactura de un país industrial como Inglaterra vengan a la Argentina a buscar clientela para colocar vagones de ferrocarril con el nombre de coches de primera, aunque en Londres hayan servido de perreras, es un hecho demasiado simple para llamarlo imperialista; y aparte de que los recursos de un mueblero charlatán no pueden engañar más que una vez, la ventaja sórdida que supone no entraña peligro alguno para la nación compradora.

Tampoco puede llamarse enfáticamente imperialismo al hecho normal de que un grupo de capitalistas lleve dinero a otro país y construya allí obras públicas o explote minerales. Eso ocurre y ha ocurrido en todas partes del mundo, sin que la soberanía del país donde se introduzcan capitales extranjeros sufra desmedro alguno.


EL CAPITALISMO INGLES ES POLITICO

Pero es que el capitalismo anglojudío en la Argentina no es eso sólo, sino que trae en sus brazos una intención política, un designio de opresión y tutelaje que es lo que se llama específicamente imperialismo. No se ha aplicado en Argentina un solo penique inglés que no estuviera acondicionado a un plan de dominación extranjera, que no respondiera a una táctica prevista en Londres para meter a nuestro país en una trampera con una sola salida a la tributación del imperio insular.

No puedo fatigar la atención del lector con pesadas estadísticas. Pero si se quiere un ejemplo, mírese el mapa de los ferrocarriles argentinos. ¿Qué es esa tela de araña con arranque central en Buenos Aires sino el resultado de un esfuerzo coordinado de afuera para poder paralizar en media hora la circulación de la riqueza nacional? Cualquier hombre de simple sentido común al ver esa tela de araña comprende que nuestros ferrocarriles no han contemplado en ningún momento el interés, la seguridad, la comodidad y la estrategia de defensa nacional; no ligan directamente zonas interdependientes del país; el vino de Mendoza para ir a Tucumán tiene que pasar por Buenos Aires y lo mismo el azúcar de Tucumán para ir a Mendoza. No se construyeron teniendo en consideración los intereses creados en los pueblos; no guarnecen o comunican las fronteras, no consultan las necesidades del Estado Mayor. [3]

En cambio, responden a una facilidad: y es la de que el extranjero enemigo pueda apoderarse de toda la Argentina en el momento que domine Buenos Aires solamente.
Lo que decimos de los ferrocarriles podemos decir de los empréstitos, de las obras públicas, de los bancos, de la luz eléctrica, del teléfono. Todas las inversiones de capital extranjero tuvieron fines políticos, fueron dirigidas desde Inglaterra, país imperial donde la política calza en la economía como un guante en la mano, porque la mano no extiende el índice sino con larga sapiencia diplomática. ¿Cuál es esa intención política? Repitámoslo una vez más: impedir a toda costa el poderío económico de cualquier país católico.

No es tan fácil según se ve nuestra emancipación integral, porque el imperialismo británico, de savia judaica, no sólo ha realizado en nuestro país una penetración económica sino que provocó una verdadera revolución política y hasta social en la estructura nacional[4]. Decir que la influencia económica anglosajona determinó la adopción de una carta magna también anglosajona, sería decir ya un lugar común por todos conocidos. Creemos que en ese aspecto del problema ya las nuevas generaciones han pronunciado su última palabra. Los llamados organizadores de la Nación, los Sarmiento, los Mitre, los Alberdi, prestigiaron una constitución anglosajona, lisa y llanamente, porque esa constitución perfeccionaría jurídicamente la entrega del país al extranjero. La única y valedera historia constitucional argentina, los orígenes y antecedentes de la Constitución argentina, hay que buscarlos en los diversos tratos y contratos que tuvieron los unitarios con el extranjero, antes del destierro, en el destierro y después del destierro[5].


INFLUENCIA SOCIAL DEL IMPERIALISMO

Pero es que el imperialismo británico no solo ha tenido influencia política o institucional en el país, sino que ha producido efectos sociales y morales de todo orden. Ha determinado en último análisis el ambiente cartaginés de una capital hacia la cual confluyen y de la cual refluyen todos los canales por donde se desparrama en la nación el virus de la corrupción y de la deserción de los grandes ideales patrióticos; también ha contribuido a pauperizar las clases campesinas y a desequilibrar la sinergia nacional creando una economía que favorece el comercio urbano sobre la producción rural; y por el control monetario que ha ejercido la libra sobre nuestro numerario ha tenido el monopolio del comercio exterior.

Hay entonces una dominación efectiva, una subordinación real y permanente de nuestro país al imperialismo británico; y antes de pasar delante conviene advertir que ese estado de protectorado virtual, mediante una colonización capitalista efectiva pero simulada bajo una soberanía nominal, nos envilece y nos degrada más ante propios y extraños que un coloniaje integral, porque por lo menos en este caso la exhibición del pabellón inglés provocaría el hartazgo y la rebelión en las reservas morales que mantiene el país y porque no continuaría el equívoco y el confusionismo entre los argentinos. Agregaremos que la ocupación militar lisa y llana localizaría la situación del enemigo, que en la actualidad se infiltra, se mimetiza, se torna ubicuo, en las antesalas palaciegas, en los acuerdos parlamentarios, en los expedientes judiciales, soborna funcionarios, atiza campañas periodísticas[6] desde la sombra y desaparece en los subterráneos del Servicio Secreto británico cada vez que un patriota decidido lo denuncia ante la opinión pública.


EL CARACTER DE NUESTRA LUCHA

A esta altura de nuestra exposición ya podemos advertir, cual es la verdadera naturaleza, el verdadero carácter, que debe tener nuestra lucha por la emancipación integral del país. Si tenemos en cuenta que la dominación de influencia extranjera, léase anglojudeomasónica, sobre la Argentina no es solamente económica, sino política; si tenemos en cuenta que Inglaterra no tiene solamente un interés económico en sojuzgarnos, sino un interés económico superior hegemónico, político y hasta religioso, en nuestra sujeción, la lucha por la emancipación integral de la Argentina no puede reducirse a una simple cuestión de cobre y pague, a una simple tarea de que el usurero devuelva su pagaré, reciba su platita y se largue con viento fresco[7].

No tengamos la pretensión de que podremos libertarnos de ese protectorado virtual reuniendo un día, por grado o por fuerza, a todos los contribuyentes argentinos y obligándolos a entregar sumas de dinero para expropiar a los ingleses los frigoríficos, los ferrocarriles o los yacimientos petrolíferos.

De ninguna manera. Si el capital inglés hubiera venido al país como simple capital, el problema sería muy sencillo. Un bien día el Estado argentino resolvía el asunto por medio de una sencilla operación de traspaso de todo el fierro existente al nuevo propietario. Pero como el capital extranjero ha venido a la Argentina con una intención que va más allá del principio hedónico, es decir, el mero deseo de sacarle utilidad, debo manifestar que jamás permitiría Inglaterra esa expropiación lisa y llana, ni aun pagando el triple de lo que cuesten los cacharros.[8]

Inglaterra no puede dejar por vía pacífica y evolutiva que nuestro país se independice económicamente: tiene que tenernos bajo un protectorado virtual porque así estamos escrito en el libro de la dominación imperial protestante y judaica para que no crezca una potencia católica y latina que sería su enemiga natural, una enemiga más importante que Italia o España por su patrimonio y a la que no puede maniobrar como a Francia.

También ha comprendido Inglaterra desde el principio que el protectorado liso y llano sobre la Argentina no le hubiera causado más que dificultades. Si se hubieran podido quedar en 1807, los ingleses todavía andarían en gresca con una población que no habría pasado jamás al conquistador con el que todo lo separa y lo divide. En cambio, con el protectorado virtual, Albión ha podido sorber el huevo dejando intacta la cáscara como suelen hacerlo las alimañas en los gallineros.

A mayor abundamiento diremos que Estados Unidos observa con simpatía esta dominación británica en el continente, pues nuestra hegemonía sería peligrosa también por las mismas razones que valen contra el poderío protestante. La prueba de este aserto está en que los europeos han intervenido varias veces en la Argentina después de la doctrina Monroe y los Estados Unidos no la hicieron funcionar entonces ni cuando Inglaterra tomó las Malvinas, ni tampoco cuando bloqueó con Francia el Río de la Plata.


QUE SIGNIFICA EL DESPOJO DE LAS MALVINAS

Ya podemos comprender perfectamente cual es la función específica del dominio inglés sobre las Malvinas. Con respecto a la Argentina sirven como de una advertencia muda, como de un gesto simbólico de señorío sobre nuestro país. Desde el archipiélago malvinero, un inglés fue apostado ahí para que constantemente nos hiciera un signo imperativo de silencio y sumisión respecto a la situación de colonia vergonzante con que nos tiene subordinados.

Adviértese fácilmente que la presencia de esa posesión inglesa, el recuerdo de que la obtuvo a base de la más cínica prepotencia, y el silencio irónico con que Inglaterra responde nuestras reclamaciones, tienen una gran importancia psicológica sobre el espíritu público argentino, enfermizo y decadente y fácilmente impresionable.

 Suponiendo que un buen día un gobierno patriota y más intrépido que los demás se decidiera a recuperar para el Estado todo lo que nos pertenece, las Malvinas están ahí no solamente para recordar que son una excelente base naval que puede facilitar un desembarco, es decir, que ellas, en poder del extranjero, vulneran aquella defensa inexpugnable de que habláramos al principio. No solamente recuerdan eso. Recuerdan que en ningún caso Inglaterra puede desprenderse del protectorado, de la dominación. Recuerdan que la operación de nuestra emancipación económica no sería cuestión de transacciones comerciales, y que Inglaterra no aceptará o chicaneará, alargará y trampeará todas las tramitaciones sin consentir jamás en desprenderse de este poderío que ejercen sobre la zona templada, ofrézcasele lo que se les ofrezca y quiérasele pagar lo que se quiera. Porque el imperialismo inglés en la Argentina, como el Demonio de Fausto, no quiere el cuerpo sino el alma, y no acepta ninguna redención ni ningún rescate.

De aquí, pues, que como las Malvinas son en manos de Inglaterra algo así como la fianza o si se quiere la prenda o el arras que simboliza la venta total de la soberanía argentina, yo creo que antes que estudios financieros, estadísticos y económicos sobre si los capitales reales o si los capitales aguados, sobre si los rieles costaron tanto y se cobraron cuanto, antes que toda tramitación sobre la expropiación y confiscación de servicios públicos en manos de empresas, habría que plantear directamente como problema nacional la vindicación de las Malvinas, como cuestión previa, como nudo vital de nuestra emancipación integral.

Contestémosle a ese ciudadano escéptico y frívolo de los cafés de Buenos Aires que dice que las Malvinas no representan ningún interés vital, ni siquiera una minoría argentina radicada en el archipiélago[9], diciéndole que no tiene el país un territorio de interés más vital que las Malvinas, pues Inglaterra las mantiene como una demostración, como una exhibición de fuerzas a distancia suficiente como para que la advirtamos, exhibición de fuerzas con que nos indica que su hegemonía no es lisa y llanamente económica, sino política; y no es una hegemonía temporal, redimible, sino que implica una hegemonía permanente, de naturaleza que trasciende los angostos quicios de las relaciones económicas y se subordina a las finalidades fundamentales de un imperio que ha sido el furriel del judaísmo.


PARA EXPROPIAR, PRIMERO, LAS MALVINAS

No podremos negociar tranquilos nuestra independencia material, si primero no traemos a los planos de más luz el despojo pirático de las Malvinas, sea cual fuere su importancia territorial, sea también cual fuere su importancia táctica, porque su importancia fundamental estriba en que la consagración del despojo coloca al Estado argentino en posición desairada, humillante, cada vez que tiene que tratar con los agentes comerciales británicos y con los intereses particulares de aquel país[10]. Las Malvinas son algo así como si una escuadra perenne extranjera estuviera apostada en la boca del Rio de la Plata. Nadie podría impedirlo, la flota no interrumpiría la navegación, no molestaría nuestro comercio, todo lo que se quiera, pero el hecho es que estando ahí por el sólo motivo de estar, insuflaría prepotencia a los súbditos extranjeros de la misma nación que esa escuadra y deprimiría la acción del Estado argentino que estuviera en tratos comerciales o de cualquier especie con ellos.

En síntesis, la lucha por nuestra emancipación integral no cabe en los términos de gestiones o negociaciones diplomáticas y comerciales, ni puede ser abarcada por una serie de medidas legislativas que expropien o confisquen bulones o tornillos, locomotoras viejas o caños enmohecidos. Es una lucha de carácter político y social y libertador, por la sencilla razón que la dominación de Inglaterra no está en locomotora más o menos, sino en el avasallamiento efectivo y deliberado en que nos tiene y no puede dejar de tenernos Gran Bretaña.


LA CAMPAÑA PRO RECUPERACION DE LAS MALVINAS

Si no se plantea en la lucha por la emancipación integral de la Argentina, como asunto de previa y especial elucidación, la reivindicación del archipiélago malvinero, corremos un gran peligro: el de que la liberación económica sea conducida a un arreglo entre compadres, a una transferencia de papeles, como ocurrió en la venta del Ferrocarril Central Córdoba, de la que resulta que el Estado argentino sale más comprometido que nunca después de la adquisición y se asocia a una empresa que librada a su propia suerte acaso hubiera concluido en la quiebra.

Anteponiendo a toda operación de confiscación y de devolución del patrimonio la cuestión de las Malvinas, lograremos que el país inicie su emancipación con el paso gallardo de un Estado soberano en su trato con otro Estado reivindicando el derecho de izar el pabellón en todo su territorio; después de eso, los trámites destinados a limpiar la nación de empresarios y traficantes tendrá el tono de una gestión de interés público. El gobierno no negociará con los agentes ingleses, sino que impondrá decisiones; y éstos deberán acudir a las ventanillas a notificarse de lo que el Estado argentino ha resuelto por imperio de una voluntad soberana con la que nada tienen que discutir Mr. Smith o Mr. Brown, abogadillos o procuradores de empresas, que de otro modo se consideran con la pretensión de arreglar precios y condiciones al gobierno.

La iniciación de reclamaciones y agitación pro-Malvinas debe ser el tema que arrastre a los demás en la cuenta que deben presentar al cobro los argentinos: porque se trata de una reivindicación de soberanía pura, sin mezclas espurias de números, estadísticas y servicios prestados[11], y porque el estado comenzará así su obra conquistadora apuntando directamente arriba y a la cabeza del imperio pirático, sin inmiscuirse en el asunto ninguna otra interferencia que se refiera a derechos o intereses particulares. Desaparecido el problema de las Malvinas, se habrá despejado el camino y habrá desaparecido todo equívoco para tratar con los magnates británicos, porque las Malvinas son como un toque de atención, una amenaza perpetua, un signo de que esos magnates no solo representan tenedores de bonos, sino que son además el instrumento de un designio imperial: hablan por los tenedores de bonos, pero hablan también por un Estado extranjero. Esa segunda intención, ese designio mudo, nos paraliza y pone al Estado argentino en la desgraciada situación de inferioridad de aquel a quien lo obligan a tratar un negocio con un hombre al que sabe armado hasta los dientes y tiene que guardar con él, todos los miramientos que se ponen en un negocio entre iguales, sabiendo que en última instancia le impondrán decisiones por la fuerza.

Planteado previamente el asunto de las Malvinas, el Estado argentino no descendería después a la condición de un particular adquiriente que compra si el otro quiere vender y en las condiciones que fije el que quiera vender, sino que, en la conclusión de nuestra emancipación económica, tendrá las manos libres del Estado soberano en todas las gestiones de interés general y nacional.
  
  
Ramón Doll, Acerca de una política nacional. Del Servicio Secreto inglés al judío Dickmann. Itinerario de la Revolución Rusa de 1917. Hacia la liberación. Reconocimientos, 1975, Dictio, pag. 353-369
  

Notas de NCSJB::
[1] Un reducido grupo de empresas son las que se benefician con las exportaciones de nuestras materias primas. Este grupo está compuesto por Cargill, Bunge, AGD, Dreyfus, Nidera, ACA, Noble, Toepfer, ADM y AFA.

[2] En noviembre de 1989 se produce la visita de Lord Montgomery a Buenos Aires para ver y analizar las empresas, organismos y recursos naturales de la Nación Argentina que serián transferidas al sector privado por imperio de la Ley de Reforma del Estado Nº 23.696. El 15 de febrero de 1990 se firmó en Madrid el Primer Tratado Anglo-Argentino, denominado burdamente “Declaración conjunta de las delegaciones de la Argentina y del Reino Unido”, que se complementaría con el denominado “Tratado Anglo-Argentino de Promoción y Protección de Inversiones”, suscripto en Londres el 11 de diciembre de 1990, y posteriormente sancionado por el Congreso de la Nación Argentina el 4 de noviembre de 1992 (Ley N° 24.184). La firma de los Tratados Anglo-Argentinos de 1990 no fue otra cosa que la imposición de un verdadero Tratado de Versalles Argentino, una de las más grandes humillaciones y postraciones de nuestra Historia. Inclusive la prensa londinense presentó el establecimiento de los mismos como un “éxito” del presidente Carlos Saúl Menem. Cabe repetir, una vez más, que son tratados que aún siguen vigentes y que ninguno de los diferentes gobiernos “democráticos” ni siquiera quiso revisar.

[3] El ferrocarril había sido trazado respondiendo a la concepción de un país agrario que intentaba unir las llanuras del interior con los puertos para propiciar las exportaciones de manufacturas, especialmente de materias primas, con el fin de salvaguardar los intereses británicos, lo que tenía poco que ver con los intereses de una Nación soberana.

[4] Sobre la influencia británica en todos los aspectos de la vida social, ver el libro Argentina gesta británica de Emilio Manuel Fernandez Gomez y Argentina, 2 tomos.

[5] Alberdi, que no sabía inglés, tomó el texto de la constitución federal de Estados Unidos en la mala, pésima, traducción de Manuel García de Sena, militar venezolano que tradujo en 1811 a Payne, y a modo de apéndice había añadido entre otros documentos la Constitución Federal traducida a su buen saber y entender. Ni sus conocimientos de inglés ni su versación jurídica lo capacitaban, como él confiesa, para una versión aproximadamente correcta. Pero solamente se propone dar una idea. (El fetiche de la constitución de José María Rosa).

[6] Sir David Kelly, embajador británico en Argentina durante la segunda guerra mundial, reconoce que en varias oportunidades facilitó textos para los editoriales de “La Nación” y “La Prensa”. En la actualidad para conocer la opinión de las embajadas británica y norteamericana basta con revisar las editoriales de los periodistas estrellas de la televisión, las radios y los periódicos.

[7] La ex Presidente Cristina Kirchner reconoció que el país "desde el año 2003 hasta el 2013, pago deuda por un monto de 173.733 millones de dólares”. En la actualidad la deuda pública supera los 250.000 millones de dólares.

[8] La nacionalización de los ferrocarriles durante el gobierno de Perón fue un gran negocio para los ingleses, se llegó a pagar con oro constante y sonante “por estos fierros viejos” según dijo su ministro de economía Miguel Miranda.

[9] Antes de ser presidente, Mauricio Macri dijo: "Nunca entendí los temas de soberanía en un país tan grande como éste [...] Las Malvinas serían un déficit adicional para el país"

[10] "Ustedes saben, con honestidad, que el resultado práctico de lo que significa el endeudamiento externo, y la forma en que condiciona la voluntad política argentina, se advierten en todos los pliegos de las licitaciones por las que se realizaron las privatizaciones de los servicios públicos. Los mismos tienen una cláusula no escrita, que no la hemos escrito “por vergüenza nacional”, que es el grado de dependencia que tiene nuestro país, que no tiene ni siquiera dignidad para poder vender lo que hay que vender. Un país que no tiene disponibilidad de sus bienes, un país que está inhibido internacionalmente. Arrodillado vergonzosamente. Nuestro país. 

Yo no quiero hacer historia desde cuándo viene esta situación, ni cuándo o dónde nació. ¡Pero, por Dios, este es el país del que yo soy ministro hoy, 28 de agosto de 1990! (José Dromi en "Afirmaciones ante la Comisión Bicameral de Privatizaciones de la Legislatura Nacional". Diario Clarín. 9 de septiembre de 1990). Estas palabras del afamado abogado mendocino especialista en Derecho Administrativo muestran con crudeza, la posición en que se encuentra el Estado nacional cuando debe sentarse a negociar con otros Estados o simples particulares.

[11] Producida la recuperación de las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982 los argentinos en forma espontánea celebraron sin distinción de banderías políticas, demostrando la trascendencia que tiene esta causa nacional por sobre cualquier divergencia de intereses y que es un factor aglutinante de la nación.


Enviado por Santiago Mondino



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

2 comentarios:

  1. Sin el mito no hay guerra. En serio, ¿has oído hablar de un territorio siendo usurpados en el siglo XIX? Islas Malvinas – La Usurpación (1 pg): https://www.academia.edu/34905674/Islas_Malvinas_La_Usurpación

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  2. Pobre Ramón Doll, si viera la inmunda Argentina macrista actual: la peor versión de la Argentina desde Pedro de Mendoza a la fecha.

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