San Juan Bautista

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lunes, 20 de octubre de 2014

Sobre la beatificación de Pablo VI - Alejandro Sosa Laprida


Miles Christi, 19/10/2014.

  Pablo VI ya tiene su lugar en los altares, en la bienaventurada compañía de los « neo-santos » conciliares Juan XXIII y Juan Pablo II. El concilio y todas sus reformas están pues « canonizados » junto a ellos. Imposible de ahora en más poner en tela de juicio las doctrinas revolucionarias del ecumenismo, la colegialidad y la libertad religiosa. La Revolución, a falta de toda legitimidad fundada en la tradición, en el magisterio y en las sagradas escrituras, se canoniza a sí misma, explicando que, puesto que sus autores y continuadores son « santos », sus principios subversivos y destructores del dogma, de la fe y de la Iglesia también deben ser reconocidos como tales. Y aceptados con piadosa reverencia y sumisión filial.

  Quien así no lo hiciere, anathema sit. Quien se atreviese a poner en entredicho la vulgata masónico-humanista del « neo-santo » Giovanni Montini, sea arrojado a las tinieblas exteriores. Quien se mostrase reticente a aceptar la « santidad » de aquel que confesaba públicamente su profunda simpatía por el « humanismo laico y profano » sea considerado un energúmeno recalcitrante, un paria de la sociedad y un peligroso y detestable integrista, sin cabida en el aquelarre ecuménico conciliar ni en el « panteón de las religiones » de Asís. Es más necesario que nunca recordar las palabras exactas empleadas por Pablo VI durante la última sesión del CVII :

  « El humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho Hombre, se ha encontrado con la religión -porque tal es- del hombre que se hace Dios ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. El descubrimiento de las necesidades humana -y son tanto mayores, cuanto más grande se hace el hijo de la tierra- ha absorbido la atención de nuestro sínodo. Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros -y más que nadie- somos promotores del hombre. » (http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651207_epilogo-concilio_en.html - http://www.humanitas.cl/web/index.php?option=com_content&view=article&id=2342&catid=261)

  Ese es el espíritu del concilio. Y el de Pablo VI. Ese es también -¿acaso hace falta aclararlo?- el espíritu del Anticristo, el del « hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios. » (II Tes. 2, 3-4)

  Y ese es igualmente el lenguaje del falso profeta, el de la autoridad religiosa prevaricadora, quien lo secundará y le allanará el camino en su conquista del poder mundial, tal y como lo describe San Juan en su visión escatológica:   « Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón.» (Ap. 13, 11)

  Por si aún quedase alguna duda de que la religión humanista, fraudulenta y desvirtuada de Pablo VI y de sus secuaces es ni más ni menos la que servirá a difundir, consolidar e imponer el nuevo orden mundial anticrístico, nada mejor que releer las palabras de encendido elogio y de admiración sin límites que Montini pronunciara en las Naciones Unidas el 4 de octubre de 1965 en la sede de ese templo masónico del mundialismo laico anticristiano: 

  « Los pueblos se vuelven a las Naciones Unidas como hacia la última esperanza de concordia y paz; nos atrevemos a traer aquí, con el nuestro, su tributo de honor y esperanza. (§3)

  El edificio que habéis construido no deberá jamás derrumbarse, sino que debe perfeccionarse y adecuarse a las exigencias de la historia del mundo. Vosotros constituís una etapa en el desarrollo de la humanidad: en lo sucesivo es imposible retroceder, hay que avanzar. (§4)

  Vosotros habéis consagrado el gran principio de que las relaciones entre los pueblos deben regularse por el derecho, la justicia, la razón, los tratados, y no por la fuerza, la arrogancia, la violencia, la guerra y ni siquiera, por el miedo o el engaño. (§4)

  Constituís un puente entre pueblos, sois una red de relaciones entre los Estados. Estaríamos tentados de decir que vuestra característica refleja en cierta medida en el orden temporal lo que nuestra Iglesia Católica quiere ser en el orden espiritual: única y universal. No se puede concebir nada más elevado, en el plano natural, para la construcción ideológica de la humanidad. (§5)

  Vuestra vocación es hacer fraternizar, no a algunos pueblos sino a todos los pueblos. ¿Difícil empresa? Sin duda alguna. Pero ésa es la empresa, tal es vuestra muy noble empresa. ¿Quién no ve la necesidad de llegar así, progresivamente, a establecer una autoridad mundial que esté en condición de actuar eficazmente en el plano jurídico y político? (§6)

  Permitid que os bendigamos, Nos, el representante de una religión que logra la salvación por la humildad de su Divino Fundador. (§7)

  Vosotros habéis cumplido, señores, y estáis cumpliendo, una gran obra: Enseñar a los hombres la paz. Las Naciones Unidas son la gran escuela donde se recibe esta educación, y estamos aquí en el aula magna de esta escuela. Todo el que toma asiento aquí se convierte en alumno y llega a ser maestro en el arte de construir la paz. Y cuando salís de esta sala, el mundo os mira como a los arquitectos, los constructores de la paz. (§9)

  Organizáis la colaboración fraternal de los pueblos. Aquí se establece un sistema de solidaridad, gracias al cual altas finalidades, en el orden de la civilización, reciben el apoyo unánime y ordenado de toda la familia de los pueblos, por el bien de todos y de cada uno. Es la mayor belleza de las Naciones Unidas, su aspecto humano más auténtico; es el ideal con que sueña la humanidad en su peregrinación a través del tiempo; es la esperanza más grande del mundo. Osaremos decir: es el reflejo del designio del Señor —designio trascendente y pleno de amor— para el progreso de la sociedad humana en la tierra, reflejo en que vemos el mensaje evangélico convertirse de celestial en terrestre. (§11)

  Lo que vosotros proclamáis aquí son los derechos y los deberes fundamentales del hombre, su dignidad y libertad y, ante todo, la libertad religiosa. Sentimos que sois los intérpretes de lo que la sabiduría humana tiene de más elevado, diríamos casi su carácter sagrado. (§12)

  ¿No es el cumplimiento, a nuestros ojos gracias a vosotros, del anuncio profético que se aplica tan bien a vuestra institución: «Y volverán sus espadas el rejas de arado, y sus lanzas en haces» (Isaías 2, 4). ¿No empleáis acaso las prodigiosas energías de la tierra y los magníficos inventos de la ciencia, no ya como instrumentos de muerte, sino como instrumentos de vida para la nueva era de la humanidad? (§13)

  Este edificio que levantáis no descansa sobre bases puramente materiales y terrestres, porque sería entonces un edificio construido sobre arena. Descansa ante todo en nuestras conciencias. Sí, ha llegado el momento de la «conversión», de la transformación personal, de la renovación interior. Debemos habituarnos a pensar en el hombre de una forma nueva. De una forma nueva también la vida en común de los hombres; de una forma nueva, finalmente, los caminos de la historia y los destinos del mundo, según la palabra de San Pablo: «Y revestir el hombre nuevo, que es creado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad» (Efesios 4, 25). » (§14)


  Este es el monumento dedicado a la memoria de Pablo VI, erigido en la plazoleta posterior del Santuario de la Santa Virgen Coronada, en Sacro Monte di Varese, con la paternidad de Monseñor Pasquale Macchi, secretario personal de Pablo VI. El monumento fue inaugurado el 24 de Mayo de 1986, con la presencia del Ministro de Relaciones Exteriores, Giulio Andreotti, y bendecido por el Cardenal Agostino Casaroli, Secretario de Estado del Vaticano:

  La estatua, realizada por el escultor masón Floriano Bodini, fue encargada por el masón Pasquale Macchi. Está cargada de signos masónicos. Fue inaugurada el 24 de mayo de 1986 por el Ministro de Relaciones Exteriores de Italia, el masón Giulio Andreotti, junto al Secretario de Estado vaticano, el masón Agostino Casaroli.


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1 comentario:

  1. Católico Andino21/10/14, 6:00 p.m.

    Monseñor Macchi, fue uno de los secretarios de Paulo VI. Otro de sus secretarios Monseñor John Maggee, irlandés, fue enviado a Irlanda por Juan Pablo II, como obispo a la diócesis de Meath, en la que no finalizó su gestión episcopal por el escándalo de denuncias de abuso sexual a seminaristas y clérigos.

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