San Juan Bautista

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lunes, 28 de septiembre de 2015

Bergoglio: ¿Judas o Pilatos? - Augusto TorchSon



  Muchos ven en el “Obispo de Roma” un verdadero Judas. Sin lugar a dudas argumentos sobran para este tipo de consideraciónes. Si nos atenemos a las innumerables persecuciones a los católicos fieles, las transgresiones al magisterio inmutable, las flagrantes herejías, entre otras deleznables actitudes a favor de los más recalcitrantes pecadores y enemigos de la Iglesia a los que nunca corrige sino que confirma en sus vicios; entonces podríamos considerar que efectivamente podría corresponderse a un moderno Judas.

  Expongamos un par de casos. Sabemos que a pesar de lo que la prensa judaica nos quiere hacer creer, la supuesta crisis humanitaria de los refugiados no es sino una invasión (recomiendo este artículo) aceptada mansamente por la Europa paganizada y afeminada. Y me refiero a las masas y no a los que valientemente resisten. Para caracterizarse como Judas, Bergoglio exigió a las parroquias que acepten estos yihadistas en las parroquias. Así el lamento de Nuestro Señor Mi casa será llamada casa de oración… Pero vosotros habéis hecho  de ella una cueva de ladrones” (Marc. 11, 17) hoy se ve renovado con la diferencia que no sólo no está Él, ni nadie para sacar a latigazos a los profanadores, sino que además se pretende que dicha acción se hace en nombre Su “misericordia”.


  Es conveniente recordar el obispo de Hungría que no aceptó traicionar a sus fieles y a su patria por mandato bergogliano (aquí).

  En esto tenemos que ser claros. El Corán llama a convertir a los infieles o a matarlos. Mucho se escribió en este blog al respecto  (aquí y aquí). Y por su parte el Talmud considera a los no judíos (goyim) como “bestias con forma humana”, agregando “Cualquier cosa es permitida que esté en contra de ellos. El judío puede mentirles, trampearlos y robarlos. Puede violarlos y asesinarlos”; todo esto al señalar que “Solo el judío es humano” (para ampliar aquí). Sin embargo los “católicos modernos” descreen que los seguidores de estos falsos cultos sean consecuentes con sus prescripciones religiosas. Y es lógico que así sea porque son autoreferenciales, y si dicen creer en Dios sin creerle a Dios, obviamente que no se puede pretender que, quien así piense, no crea lo mismo para los demás. Por eso, la consideración de que son musulmanes moderados, o judíos moderados es la misma que la que tienen los católicos liberales de sí mismos, es decir, se creen católicos moderados, que en realidad significa, musulmanes, judíos y católicos inconsecuentes con su fe. Y aprovechando este ambiente "moderado" reinante en el mundo occidental, Bergoglio con toda malicia engañó diciendo: “El Corán es un libro profético y de paz” (30/11/2014). Otra inmensa traición a los cristianos a los que expone a su extinción, especialmente en Europa, mientras poco dice y nada hace por los mártires en manos de ISIS que bien sabe que son financiados por los norteamericanos a los que dejó encantados congraciándose con ellos con  sus edulcoradas y vacías palabras.

  No se puede dejar de tener en cuenta la información recientemente salida a la luz, del Cardenal Daneels, hombre de confianza de Bergoglio, confesando en su biografía autorizada con toda liviandad que junto con los cardenales Kasper, Lehman, Silvestrini y el masónico y extinto Martini conspiraron en contra de Benedicto XVI para derrocarlo y poner en su lugar a Bergoglio (aquí). No está de más recordar que Bergoglio siempre trabajó en coordinación con la logia masónica judaica B’nai B’rith en Buenos Aires y es Rotario honorario, por si se duda de sus estrechas relaciones con la masonería.


  Hasta aquí podríamos identificarlo con un moderno Judas, sin embargo, me atrevo a compararlo más bien con Pilatos, y paso a explicarme.

  Fue Pilatos quién que prefirió conformar al vulgo antes que hacer lo que sabía que era justo. Ante la oportunidad única e irrepetible de encontrarse ante la Verdad misma, y al escuchar a su Creador decir que quienes son de la verdad escuchan su voz, no atinó si quiera a preguntar a qué tipo de verdad se refería, sino que dijo ¿qué es la verdad?, y en ese sentido mostró su total relativismo con respecto a la verdad, lo que hoy consideramos el más extremo de los liberalismos, el de relativizar lo absoluto y nada menos que al Alfa y Omega; por eso Jesús no respondió. Y eso tenemos que aprender nosotros ante los necios liberales que no quieren conocer la verdad y no debemos caer en la necedad de querer convencer al necio. Y volviendo a Bergoglio, en igual sentido y como leímos en Ex Orbe, éste dijo: "...El santo Pueblo fiel de Dios, no le teme al error...", de la misma manera que hace poco dijo que no sabía si lo que iba a decir “pueda ser una herejía”. Y es que no le interesa de ninguna manera la Verdad, le importa lo que cada uno piensa que es verdad, lo que las masas piensan como verdad y quieren oír para complacerse y justificarse en sus vicios para acallar sus conciencias, y ciertamente el amortiguamiento de conciencias es uno los efectos inmediatos de ésta anulación del “sentido de la culpa” para cambiarlo por el psicologísta “sentimiento de culpa” como publicamos hace un tiempo atrás (aquí) y que tiene como “beneficio apostático” el desterrar la confesión sacramental, y a lo sumo cambiarla por una consulta a un psicoterapeuta si uno no es capaz de acallar por sus propios medios sus pecados. Y es que Bergoglio hizo desaparecer definitivamente el pecado personal, para reemplazarlo por uno “más abarcativo”, el pecado social de la indiferencia con los pobres, excluidos y periféricos; el pecado contra la “ecología”, contra la casa común.

  En su conducta de agradar a todo el mundo, fue a visitar a los genocidas Castro y a adularlos y de ninguna manera a llamarlos al arrepentimiento, y después fue al país generador de la casi totalidad de las guerras y conflictos del último siglo y habló de la pena de muerte, cuando en Cuba que se asesinaron a miles de cubanos con dichas penas, no se le ocurrió mencionar éste tema. En cambio, en EEUU, donde el año que se más se ejecutó a reos fue en el 1999 con 98 ejecuciones, pero que todos los años se asesinan millones de niños en el vientre materno, con el presidente más abortista de la historia yanqui, se le ocurrió que era inhumana la pena de muerte, que incluso no está excluida por el magisterio eclesiástico. Y así por ejemplo dijo en el Capitolio que los más indefensos de la familia eran “los jóvenes”. Para quienes digan que sí mencionó el aborto, les recuerdo que su mención a la “defensa de la vida en todas sus etapas” no es precisamente un reproche firme y tajante ante el mayor genocidio de la historia y suena para las autoridades gubernamentales como música para sus oídos, porque pueden desentenderse perfectamente de esa puntualización, sosteniendo cómo lo hacen que el feto no es persona. No nos extraña que se lo haya aplaudido reiteradamente de pie.


  No resulta ilógico entonces que en su discurso ante la ONU no mencionará a Jesucristo, ya que no fue su intención llevar el mensaje de Cristo ante la masónica institución. Mucho más lógico y adecuado resulta entonces que la “católica” Shakira le cantara “Imagine” soñando un mundo sin Cielo ni Infierno y sin religión. Quién diga que no puede atribuírsele culpa de esto a Bergoglio, les recordamos que esa misma canción fue la elegida para el “partido por la paz” que él mismo organizó (aquí).

  Igualmente se puede mencionar sus palabras en Filadelfia al decir “Cuántos problemas se resolverían si nuestras sociedades protegieran a las familias, especialmente a los matrimonios jóvenes”, esto después de haber facilitado y simplificado el proceso de nulidad de los matrimonios. Esto sin mencionar el sincrético encuentro en la zona “Ground Zero”.


  Así Bergoglio, al igual que Poncio Pilatos, opta por lavarse la mano ante la Verdad que tiene el deber de predicar y de defender, cometiendo nada menos que el pecado que lo hace vomitivo ante Dios: la tibieza. Y más teniendo en cuenta el lugar y la responsabilidad que le toca, por lo menos, a los ojos del mundo, si optamos por no sospechar de su carácter de pontífice a pesar de las abrumadoras evidencias que lo comprometen.

  San Juan advertía “Ellos tales son del mundo, y por eso hablan del mundo, y el mundo los escucha” y continúa diciendo: “Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios, nos escucha: en esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error (1° Juan 4; 5-6), lo que Mons. Straubinguer señala en su exégesis como preciosa regla para el discernimiento de los espíritus: los discípulos del Anticristo no quieren oír las palabras apostólicas. El que no es de Dios escucha a sus heraldos”. He aquí a uno de los principales heraldos del Anticristo.

  Mencionó también Bergoglio la suprema importancia del “agua potable”, “la libertad de espíritu, de educación y la libertad religiosa”, y repitiendo los horrores del magisterio conciliar, tendríamos entonces que repudiar la frase del Aquinate al sostener “La Iglesia es como la arca de Noe, afuera de que nadie puede ser salvo” y siguiendo al falsario desterrar el “Extra ecclesiam nulla sallus” el cual pasa a ser opcional e intercambiable por algún acto misericordioso hacia los periféricos.

  Como Pilatos, Bergoglio tampoco cree que nadie pueda arrogarse el monopolio de la verdad, y ante la pregunta de ¿qué es la verdad? responde como lo hizo a su periódico marxista preferido “La Repubblica“…yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad absoluta… ¡la verdad es una relación!” (aquí)  

  Hoy, como hace 2000 años Cristo sigue siendo condenado, por un demócrata, por un liberal, por quien sabiendo cual es la verdad prefiere la demagogia. Hoy la verdad se la deja al gusto de la multitud.

  Castellani sostenía que la religión del Anticristo sería un cristianismo sin Cristo y ya estamos viviendo esa situación. Parafraseando una vez más a Castellani, solo nos queda esperar en estos tiempos, que Dios nos agarre confesados.


Augusto



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sábado, 26 de septiembre de 2015

Mafia para derrocar a Benedicto y poner a Bergoglio


¿UNO DE LOS “LOBOS” DE LOS QUE HABLA BENEDICTO XVI?
  
El cardenal Danneels admite ser parte de una 'mafia' contra el Papa

En la presentación de su biografía autorizada, el arzobispo emérito de Bruselas reconoce que él y otros cardenales unidos por el deseo de ‘modernizar' la Iglesia formaron una “mafia” para influir en las elecciones de los papas.

Viernes, 25. Septiembre 2015 - 20:40


Godfried Danneels (nacido en 1933) ha sido uno de los cardenales europeos más influyentes de los últimos años. Entre 1979 y 2010, fue presidente de la conferencia episcopal belga y arzobispo de Malinas-Bruselas. En 2010, Benedicto XVI le aceptó su renuncia.

Esta semana Danneels presentó en Bruselas una biografía suya autorizada y reconoció, como se explica en el libro, la existencia de un grupo de cardenales centroeuropeos que desde 1996 se confabularon para controlar la sucesión de Juan Pablo II e impedir que accediera a la silla de Pedro el cardenal Joseph Ratzinger.

Los miembros de lo que Danneels define en el vídeo como “mafia”, aunque también recibía el nombre piadoso de Grupo de Saint-Gall/Sankt Gallen por la abadía suiza en que celebraba sus reuniones, eran, aparte de él, que se incorporó en 1999, el cardenal arzobispo de Milán, Carlo Mario Martini (fallecido en 2012) y su compatriota Achille Silvestrini, los cardenales alemanes Walter Kaspers y Karl Lehman, el británico Basil Hume (fallecido en 1999) y el obispo holandés Adriaan Van Luyn.


En vida de San Juan Pablo II, a Roma llegaron los rumores de que algo maquinaban los cardenales que se reunían en Saint-Gall y se envió al cardenal Camillo Ruini a investigar, pero éste dijo no haber encontrado nada sospechoso.


Los acuerdos entre cardenales para elegir papa, prohibidos

Cuando Ratzinger fue elegido papa en 2005, la “mafia” no se deshizo, sino que decidió oponerse a él y preparar la sucesión del pontífice alemán, comportamiento prohibido por el Derecho Canónico. Para ello, no dudaron en criticar en público a Benedicto XVI y reclamar que la Iglesia debía ser más ‘alegre’ y menos ‘antipática’.

Las maquinaciones y acuerdos entre los cardenales para elegir papa están prohibidos por la constitución apostólica ‘Universi Dominici Gregis’, promulgada en 1996, y cuyo artículo 79 reza así:

“Confirmando también las prescripciones de mis Predecesores, prohíbo a quien sea, aunque tenga la dignidad de Cardenal, mientras viva el Pontífice, y sin haberlo consultado, hacer pactos sobre la elección de su Sucesor, prometer votos o tomar decisiones a este respecto en reuniones privadas”.

En el artículo 81, esos compromisos se castigan con la excomunión.


Alegría de Danneels por el matrimonio homosexual 


El objetivo de la “mafia” de Saint Gall era ‘modernizar’ la Iglesia católica para adaptarla a los tiempos de hoy, lo que implica modificar la doctrina sobre el aborto y la ideología de género.

En la biografía, que pondrá a la venta el 29 de septiembre, se desvela también que Danneels escribió en mayo de 2003 una carta al primer ministro belga Guy Verhofstad felicitándole por haber introducido en el país el matrimonio para los homosexuales y terminar, de esta manera, con la discriminación para las parejas formadas por personas del mismo sexo.

Esta actitud de Danneels contrasta con la que tuvo el actual papa cuando era arzobispo de Buenos Aires. Al discutirse en Argentina la aprobación del matrimonio para los homosexuales, el cardenal Jorge Bergoglio mandó a cuatro monasterios de su diócesis una carta en las que se pronunció así: “No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ‘movida’ del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.

En abril de 2015, al cumplirse 25 años de la aprobación de la ley del aborto en Bélgica, dos políticos, Philippe Moureau (socialista valón) y Mark Eyskens (democristiano flamenco), afirmaron que el cardenal Danneels trató de convencer al rey Balduino de que, como católico y monarca, podía promulgar la ley. Cuando se le preguntó al religioso, éste contestó con un “No hay comentarios”.


Protegió a un obispo pederasta

Las revelaciones sobre el deseo por parte de este grupo de cardenales centroeuropeos de controlar los últimos cónclaves no son nuevas. En 2014, el periodista inglés Austen Ivereigh, que fue subdirector de la revista ‘The Tablet’, director de las relaciones públicas del cardenal Cormac Murphy-O’Connor, arzobispo emérito de Westminester, y doctorado con una tesis sobre la Iglesia en la política de Argentina, publicó una biografía del papa Francisco, ‘The Great Reformer. Francis and the Making of a Radical Pope’. En ella, su autor afirma que, en los días precedentes al cónclave de 2013, cuatro cardenales, Murphy O’Connor, Kasper, Daneels (quien ya no podía participar en el acto debido a su edad) y Lehmann, se aseguraron el consenso del cardenal Bergoglio para su eventual elección y después pusieron en marcha una campaña para conseguirla.

Entonces, los cardenales señalados respondieron que era mentira lo publicado. Según declaró el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, en teletipo recogido por Zenit el 1 de diciembre: “Puedo declarar que los cuatro cardenales arriba mencionados niegan explícitamente esta descripción de los hechos, tanto en lo relacionado con la petición de un consentimiento previo por parte del cardenal Bergoglio, como en lo relacionado con la conducción de una campaña para su elección, y desean que se sepa que están sorprendidos y decepcionados por lo publicado”.

Unos meses después, uno de los señalados en ese libro, el cardenal Danneels, reconoce que esa “mafia” o logia existía y, por tanto, que él mintió en 2014.
Pese a estar implicado en el encubrimiento de un caso de pederastia cometido por el obispo de Brujas (Danneels se negó a creer las primeras quejas y más tarde, en 2010, la víctima le grabó pidiéndole que retirase su denuncia), el papa Francisco le nombró por voluntad personal miembro del Sínodo sobre la Familia celebrado en 2014 y le ha vuelto a designar para el que se celebrará a finales de este año.

Fuente: La Gaceta


Agradecemos a Maite C por enviarnos el artículo



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jueves, 24 de septiembre de 2015

APÁRTATE DE MI, SATANÁS – Antonio Caponnetto


 Visto en In-Expectatione

  
El siguiente artículo forma parte del libro de reciente aparición: Francisco. Antología. Significativas declaraciones de personalidades del mundo católico sobre el actual pontificado (Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2015).



La escena, no por muy conocida, deja de causarnos asombro y sobresalto. Nos la cuenta San Mateo en el capítulo dieciséis de su Evangelio.

Ya estaba Jesús en Cesárea de Filipo, cerca del Mar de Galilea y al pie del monte Hermón. Ya había multiplicado panes y peces, y había rebautizado al pescador Simón llamándolo Pedro, ofreciéndole a la par la jefatura visible de la Iglesia y las llaves del Reyno (Mt.XVI,13-20). Los grandes manantiales que alimentan al río Jordán hacían llegar su música, como un laúd inmenso con encordados de agua.

De pronto, el Señor anuncia su inminente pasión, y los muchos sufrimientos y suplicios que el trance le acarreará. El relato, por cierto, debió ser estremecedor e hiriente. Tanto, que movido por un impulso entre oscuro e indondable, mezcla de cielo y de azufre, Pedro lo aparta de la escena a Jesús, lo conmina a retirar lo dicho, asegurándole que nada malo de cuanto anuncia podrá sucederle a Él.

La respuesta y la reacción de Cristo ha pasado a la historia, y no debemos olvidarla jamás: “¡Quítateme de delante, Satanás! ¡Un estorbo eres para Mí, porque no sientes las cosas de Dios sino la de los hombres” (Mt.XVI, 22-23). Y abruptamente le cortó la palabra y le clavó la vista.

No le han faltado exégetas a este párrafo crucial –que vuelve a aparecer en Marcos VIII, 33- y comparando traducciones de reconocidas ediciones católicas de la Sagrada Biblia, concuerdan los principales intérpretes en que el verbo utilizado por el Señor para ordenarle a Pedro que se retirara de su vista es el mismo que utilizó en los exorcismos y en las duras tentaciones del desierto[1] . Con lo que queda abierta la posibilidad de que, en aquellas aciagas horas de prueba, el mismísimo Satanás hubiera podido apoderarse, siquiera fugazmente, del noble y rudo corazón de Pedro.

Monseñor Straubinger sostiene que Pedro no llegó a comprender entonces la verdadera misión mesiánica del Maestro, estando su amor en un estadio meramente sentimental. Emocionalismo de pescador hidalgo cuanto rústico, al que le faltaba aún la purificación del entendimiento que le traería el Paráclito con su fuego vivificador. Y un severo cargo le agrega: le faltó espíritu sobrenatural, de allí la airada pero justiciera admonición de Jesucristo, llamándolo con la crudeza con que lo llamó [2].

El ilustre Cardenal Gomá, por su parte, nos narra así el crucial episodio: “Indignóse Jesús y rechazó a Pedro, como se repele a un mal consejero […]. El momento es de fuerte dramatismo; rompe a hablar Jesús, increpando duramente al temerario apóstol. Conminó a Pedro diciendo las mismas palabras que en otra ocasión dijera a Satanás en el desierto, cuando se empeñaba en que no cumpliese la voluntad del Padre: ¡Quitáteme de delante, Satanás; apártate de mi presencia, porque secundas la voluntad de Satanás […]. Vete detrás de mí, porque me eres escándalo, me estorbas en la ruta que el Padre me tiene trazada […]. Porque no entiendes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres”[3].

Retratados quedan los perfiles esenciales que hicieron merecedor al mismo Pedro de volverse aliado del Maligno; y en consecuencia estorbo y escándalo para el Redentor. No se puede entender las cosas de los hombres a expensas de las cosas de Dios; y para entender rectamente las primeras han de estar ordenadas a las segundas, conforme a la sempiterna enseñanza que nos legaría después el apóstol San Pablo (I Corintios, III, 21): “todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios”.

Al magisterio de Benedicto XVI llegó la preocupación por esta encrucijada de la vida de su primer predecesor. Para él, lo sucedido a Pedro acontece cada vez que “no se razona según Dios sino según los hombres”. Porque “pensar según el mundo es dejar aparte a Dios. Por eso Jesús le dice unas palabras particularmente duras: ‘¡Aléjate de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo’”[4]. Estorbamos a Dios –tengamos la jerarquía que tengásemos en la Iglesia- si nuestra forma mentis es antropocéntrica antes que teocéntrica. Mutación del orden de las predilecciones de la que se sirve Lucifer, otrora y ahora, aunque prelados como Kasper o Lehmann prefieran hablar de la liquidación del diablo en su nouvelle théologie.

Insiste Benedicto con el tema. “Pedro quiere un Mesías que realice las expectativas de la gente”. “Expectativas demasiado humanas”, pero que “la respuesta de Jesús echa por tierra, a la vez que lo invita a convertirse y a seguirlo. ‘Ponte detrás de mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres’ (Mc.VIII, 33). No me señales tú el camino; yo tomo mi camino y tú debes ponerte detrás de mí” [5].

Y una vez más se ocupará del espinoso punto, en esta ocasión acaso dándonos una pista hermenéutica mayor. La actitud de Pedro, en aquella circunstancia preternaturalmente intranquilizadora, “se trata todavía de una confesión puramente judía, que interpreta a Jesús como un Mesías político, según las ideas de la época[…].Una intervención a la que Jesús –como hiciera cuando Satanás le ofreció el poder- responde con un brusco rechazo: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás!. Tú piensas como los hombres, no como Dios’” [6].

Capital distinción la que nos deja planteada Benedicto XVI, entre un mesianismo carnalista, al modo hebreo, y el verdadero mesianismo que trasciende la carne y la sangre para aposentarse en el Espíritu. El primero facilita la acechanza satánica. El segundo es vehiculo de la Salvación. Podríamos invertir los términos y llegaríamos al mismo puerto comprensivo: cada vez que se piensa como los hombres y como el mundo; que se intenta congraciarse y congratularse de lo demasiado humano y mundano. Cada vez que a Dios se le pide comportamientos carnales, no martiriales, el viejo y gastado tronco del fariseísmo gana su tenebrosa batalla. La Iglesia se enferma, deducirá Castellani.

Si nos vamos a las antiguas fuentes de la pedagogía cristiana, la comprensión substancial del tema no varía. Para San Hilario, por ejemplo, el gesto de Pedro sólo fue posible, por “el instinto de las mañas del diablo” que se aposentó en su atribulado pecho. San Jerónimo, por su parte –que como todos exculpa a Pedro de cualquier intención dolosa- sostiene que, a pesar de la rectitud de sus intenciones, mereció la categórica reconvención del Señor. “porque la palabra Satanás significa adversario o enemigo”, y en aquel difícil percance, el buen apóstol se alineó en el campo enemigo y hostil a la misión redentora de Cristo. El Crisóstomo escribirá que “Pedro perdió su estabilidad”, y Teófilo que no conocía sino carnalmente lo que es humano. Sintetizando la incógnita Santo Tomás nos explicará que Pedro dio escándalo con su ignorancia y su actitud acorde, porque “Él llama escándalo para Él a todo discípulo que peca, como decía San Pablo (Corintios 11): ‘¿quién es escandalizado sin que yo sufra’?” [7]. Cuidado entonces con aquella enemistad que puede empezar con las más promisorias intenciones pero que fuera de cauce y de quicio- acaba prestando un servicio al Enemigo por antonomasia.

Por fin, si algún epítome transfigurado de belleza se busca del mistérico e ilustrativo pasaje, allí está el Sermón 330 de San Agustín. Contemplemos su gráfico estrambote: “escuchasteis lo que respondió el bienaventurado Pedro al Salvador, que le anunciaba su pasión por nosotros y en cierto modo la prometía. El cautivo contradecía a su redentor. ¿Qué haces, oh apóstol? ¿Cómo le contradices? ¿Cómo dices: Eso no acontecerá? Entonces, ¿no ha de sufrir la pasión el Señor? La palabra de la cruz es escándalo para ti; es necedad para los que se pierden. ¿Necesitas ser redimido y contradices a quien va a pagar tu rescate? No quieras enseñar a tu maestro; busca tu precio, salido de su costado. Escúchalo, más bien, tú cuando te corrige; no quieras corregirlo a él; está fuera de lugar, es alterar el orden. Escucha lo que le dice: ¡Aléjate de mí! Como él lo dijo, yo lo repito; ni callaré las palabras del Señor ni hago injuria al apóstol. Cristo el Señor dijo: ¡Aléjate de mí, Satanás! ¿Por qué Satanás? Porque quieres ir delante de mí; pues, si vas detrás, me sigues; si me sigues, tomas tu cruz, y, en vez de ser mi consejero, serás mi discípulo” [8].


La vigencia del drama

No escapará a la acuidad del lector, que hemos comenzado considerando este misterio de un Pedro llamado Satanás por Cristo, precisamente porque creemos que la descorazonadora historia se está repitiendo hoy. Con Francisco como protagonista y responsable del trance escandaloso, usando el término en su sentido más apropiadamente teológico.

Dos años largos corren ya de su pontificado y la crónica de la desolación acrece día a día. A veces, sin hipérbole, hora tras hora de una misma jornada. Son muchos los católicos autorizados y contritos –perplejos sino atónitos- que llevan la crónica de sus desafueros doctrinales, de sus juicios erráticos, de sus enseñanzas equívocas, de sus heterodoxias múltiples, de su predicación heretizante, de su sincretismo extremo, de su irenismo atroz, de su liturgismo horizontalista, de su ecumenismo nivelador, de su humildad sobreactuada. Sí; también esto último. Porque es de suponer que de San Ignacio debió captar que el primer grado de la humildad [9] es el martirio causado por ir contracorriente del mundo, a causa de no querer pecar. Y no llevarle un emparedado a un soldado de la Guardia Suiza, mientras decenas de cámaras registran y publicitan el inusual episodio.

Son muchos -e insistimos, ya no feligreses de a pie o rebeldes destemplados, sino representantes de la mejor intelectualidad católica, del resto fiel de la Jerarquía y de bautizados leales- los que no pueden salir del desconsuelo y del asombro, y aún, en ocasiones, de la indignación, al constatar el pertinaz desapego por la Verdad que manifiesta el Obispo de Roma. Sea que hable de Dios, de cristología o de eclesiología; de los novísimos o de la gracia; del judaísmo, de las religiones falsas y hasta de las sectas, de los consejos prácticos para el buen vivir y aún de moral conyugal; de cuestiones fundamentales y básicas de la familia, del vicio nefando de la sodomía; del pecado en general, de los sacramentos, de la educación y de la vida religiosa. Todo; absolutamente todo lo que roza, con una facundia sin pausas para el silencio engendrador de la palabra luminosa, lo aborda dejándonos el regusto amargo del yerro, o del límite con el dislate, o de la innovación confusa, o de la disolución dogmática, o del contubernio con los enemigos de la Fe, o de la insolvencia intelectual, o –digámoslo todo- de la insensatez y la herejía.

Puede violentar esto último, y a nosotros mismos nos lacera escribirlo. Pero ocurre que el 23 de mayo de 2015, la diócesis de Phoenix, en los Estados Unidos de Norteamérica, convocó a una jornada de encuentro y oración con pastores de grupúsculos evangélicos –de los mismos que Francisco no trepida en recibir bendiciones con gestos de inclinación o de genuflexión plena- y a los escasos minutos de hacer uso de la palabra sostiene que “le viene a la mente decir algo que puede ser una insensatez o una herejía”. Y lo que dice, en efecto, mezcla inarmónicamente ambas cosas. Compruébelo quien lo desee [10].

Pero aunque nada de esto hubiera proferido, el sentido común reclama sus fueros para preguntarse entre quebrantos: ¿qué hace entreverado con cismáticos de larga y penosa data, ofreciéndoles unidad de sangre, juntura fraterna y unciones reverentes, quien se supone que debería estar allí para convertirlos, testimoniando la Fe Verdadera, fuera de la cual no hay salvación? ¿Cómo es posible que, con acento urgido, les proponga la convivencia de credos, confrontando dialécticamente a los teólogos con el Espíritu Santo, porque “si esperamos que los teólogos se pongan de acuerdo, la unidad recién se va a lograr al día siguiente del Juicio Final”? ¿No tiene acaso esta referencia parusíaca un parafraseo paródico del ut unum sint pronunciado por Nuestro Señor (Jn. 17,11-19)? ¿No confía él mismo en teólogos como Kasper, a quien pondera de modo ostensible, sin reparar en que no pocas de sus páginas están totalmente reñidas -esas sí- con los dones del Espíritu Santo?

¿Cómo es posible que indistinga a sabiendas a “evangélicos, ortodoxos, luteranos, católicos, apostólicos”, como indistinguió a "Jesucristo, Mahoma, Jehová, Alá [pues] estos son todos los nombres utilizados para describir un ente que claramente es el mismo en todo el mundo”?[11] ¿Cómo es posible, al fin, que si constata que le viene a la mente algo que puede ser insensatez o herejía, no sólo no reprima o controle sus dichos en atención a su grave investidura, sino que no ofrezca después la reparación de la ortodoxia y de la definición firmísima? Por el contrario, y él mismo lo ha dicho, parecería disfrutar retratándose “medio incosciente”, con una “inconsciencia que lleva a veces a ser temerario” [12]. ¿No se da cuenta de que, cada vez que habla, tienen sus voces una resonancia universal, por razones obvias y aún pese a sí mismo, y que no puede darle a sus comentarios el tono de esas charlas de café, a las que aludía Ramón y Cajal? [13].

Ni el mismo Sacramento de la Eucaristía lo detiene en su temeridad de hablar “lo que le viene a la mente”, sin medir las consecuencias de cuanto dice. Nos lo hacía notar uno de nuestros entrañables maestros mientras redactábamos estas líneas. En el Angelus de domingo 7 de junio de 2015, Festividad de Corpus Christi, sostuvo Francisco que “con este gesto[el de tomar el pan y decir ‘esto es mi cuerpo’] Cristo le asigna al pan una función que no es más la de un simple alimento físico sino la de hacer presente su Persona en medio de la comunidad de los creyentes”. Si lo que cambia es la función; la función o potencia para la operación pertenece a la categoría de accidente, no a la de substancia. Ergo, las palabras de Cristo –y la de los sacerdotes que las repiten en tanto alter Christus- no obrarían un cambio de substancia o transubstanciación, sino un cambio meramente accidental. Nada más y nada menos que lo contrario de lo que enseñó la Iglesia durante veinte siglos.

Para mayor confusión agregó Francisco en la misma homilía de Corpus que “el Cristo que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos viene al encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el sufriente que implora ayuda, está en el hermano que demanda nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida”. No son homologables estos modos de presencia real de Nuestro Señor –el sociológico y el sacramental, digámoslo así- pues ninguno de aquellos modos, por valiosos que sean y lo son, pueden parangonarse con la Eucaristía. Para comprender cuanto decimos ni a Trento o a Nicea hay que remitirse, ni a ninguno de los autores “restauracionistas” frente a los cuales, ya se sabe, Francisco ha manifestado sus reticencias. Baste releer la Mysterium fidei de Paulo VI.

Por si no fuera ya demasiado abrumador el panorama descrito, el mundo acaba de celebrar gozoso la aparición reciente de la Laudato si, la carta encíclica de Francisco subtitulada sobre el cuidado de la casa común. El respeto intelectual y la humana prudencia invitan a no despachar en un párrafo liviano lo que debería ser objeto de cuidadoso análisis. Lo admitimos. Como admitimos también, de buen grado, los aspectos lúcidos y veraces que el texto contiene y ofrece. Pero si se nos permite un juicio en epítome, movido por la perentoriedad, el mismo no puede sino ser altamente negativo y angustiante.

Porque más allá de las jocosidades que el documento ha suscitado –al ocuparse de cuestiones baladíes como el uso de los calefactores o el apagado de las luces innecesarias-; más allá incluso de las obviedades presentadas como grandes categorizaciones científicas, y de las concesiones múltiples a la semántica gnóstica de las corrientes verdes emparentadas con la New Age. Más allá del sincretismo desolador que recorre sus páginas, todo indica que Francisco ha querido dar a conocer una especie de neo-cosmogonía, que ya no es, por cierto, la de la tradición católica.

En esta neo-cosmogonía la tierra resulta una madre cuasi deificada, frente a la cual pecan los hombres que la destratan o descuidan. La expiación y la redención de este pecado contra la tierra, exigen una conversión ecológica y un salvador ecológico. El cual –entre otros dones- deberá tomar las formas de una Autoridad Mundial, paterna, vigilante y correctora a la vez. Lo paródico vuelve recurrentemente por sus fueros en el magisterio bergogliano. Y aterra, para ser francos, hasta dónde puede avanzar este magisterio por el sendero de la paráfrasis, el simulacro, la mascarada o el remedo. ¿Cómo no llorar de desconsuelo y reír a la par de risa agitada y convulsa, al saber que la Iglesia viene de ser diagnosticada por los papas precedentes como la barca que hace agua por los cuatro costados o el lugar en que la cizaña parece prevalecer por sobre el trigo; y ante semejante desenlace, que bien puede ser un inequívoco signo parusíaco, el actual pontífice, en vez de preparar a los fieles para la Segunda Venida, tenga por deber prioritario advertirlos sobre los riesgos del calentamiento global o del reciclado del material plástico?

Se necesitaría la pluma y el genio de Rubén Darío para reescribir Los motivos del lobo ante la Laudato si. Porque en rigor, más incentivos al lobo que al buen pastor pueden proporcionar las páginas de esta extraña e inquietante encíclica.

Como lo anticipábamos antes, no conviene seguir con la crónica desgarradora de estos males en los que Francisco nos envuelve y arrastra. Y no porque no se necesiten cronistas de la crisis, o si se quiere, de la apostasía, sino porque parécenos más importante que registrar la letra de este mal enorme, el desentrañar su espíritu. Sólo así podremos abrigar la esperanza de hallar la salida.

Y ese espíritu que informa tamaño desquicio es el que explicamos al principio. El de un Pedro llamado Satanás, porque carece de una mirada sobrenatural de las cosas, porque busca conformarse primero a los hombres y al mundo que a Dios, porque lo mueve el sentimentalismo antes que la razón iluminada por la Fe, porque prevalece en él el extravío judaico al que se rinde y le rinde vasallaje; porque, en definitiva y por todo ello, se comporta como un estorbo y un tropiezo para Jesucristo.

Los argentinos tenemos además una involuntaria ventaja para sostener esta desgarradora hipótesis sobre Francisco. Ventaja sin mérito alguno, que a veces no atinan a valorar en su justa medida los observadores extranjeros, tomándonos por exagerados. No nos viene de ningún talento especial esta ocasional y no buscada perspicacia sobre la Iglesia y su actual pontífice, sino del simple hecho de conocer al personaje al desnudo, de entrecasa y durante largo tiempo. De conocerlo en su medio y en su real talante. Sólo para nosotros, por ejemplo, cobra un patético y aterrador sentido verlo al Cardenal Bergoglio recibir en la Santa Sede a la hez de la política y de farándula nativa. Y recibirlos a sus integrantes, no como a pecadores públicos a los que se reconviene con caridad y energía, sino como compinches de correrías pasadas, de amicales relaciones presentes y de trabajos futuros en común. Sólo para nosotros ese desfile impúdico de depravados vernáculos de todo jaez, nos llena el alma de una particular amargura, nos solivianta e irrita de un modo particularmente concreto y vívido. Porque ningún correctivo o pedido de enmienda hay para ellos, sino por el contrario, las ternezas de un compañerismo que irrita y subleva; el plebeyismo y hasta la vulgaridad en el trato, que han ganado triste carta de ciudadanía en estos lares argentos, y ahora vemos exportado nada menos que a Roma.

Dicen que en la tumba de Roberto Pecham un católico perseguido por Enrique VIII, se puede leer este epitafio: “Aquí descansa Roberto Pecham, un inglés católico, que, al separarse Inglaterra de su Iglesia, abandonó su patria, porque no podía allí vivir sin fe; vino a Roma, y murió, porque no podía vivir aquí sin su patria”. A los argentinos católicos, a partir del ascenso al Papado del Cardenal Bergoglio, deberían escribirnos en nuestras lápidas, algo más o menos similar: “Aquí descansa Fulano, un argentino católico que, al separarse Argentina de la verdadera Iglesia que le dio el ser, abandonó su tierra, porque no podía vivir sin patria; vino a Roma, y murió, porque no podía vivir aquí sin su Fe”.

Agréguese a lo dicho –esto es, a la particular percepción argentina de la crisis eclesial que padecemos- la mitología urbana de la modestia del Cardenal Bergoglio, alimentada de tal modo aquí, en Buenos Aires, y exportada ahora acullá, tras el Atlántico, que aún en lo que la misma leyenda pudiera tener de cierto, el abuso de la misma ya tiñe todo de sospecha y de caricatura. Nos resulta difícil no asociar el punto a la escena tercera del Fausto de Christopher Marlowe, cuando Mefistófeles se le hace presente al protagonista central de la novela, y éste no acabando de creerle que se trata de un demonio, le pide que se retire y que retorne vestido de franciscano, porque sería la forma sagrada con que mejor podría el diablo ocultarse y manifestarse a la vez. Todo, en suma, nos remite, una vez más, a la circunstancia de Cristo gritando su inmortal ¡vade retro! a quien entonces lo merecía.


¿Quo vadis Domine?

Pero la historia de Pedro –bien lo sabemos- no acaba con un Cristo transido de comprensible ira llamándolo demonio, ni con el gallo tempranero que atestigua su deserción, ni con las debilidades de hombrón elemental, precipitado y bueno. Acaba en el triple examen del amor aprobado con holgura; en la confesión plena y categórica de que Jesús es el Dios Verdadero; en su Cátedra de la Unidad erigida, precisamente, contra el diablo que ronda con voz rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro 5,8). Acaba con esas misivas iluminantes escritas a los fieles del Ponto, Galacia Capadocia, Asia y Bitinia. Acaba con su pontificado de largos y fecundos lustros. Acaba, al fin y para su gloria, con la santidad y el martirio.

Una noche del año 64 le volvió el miedo y sintió el humano horror ante la posibilidad de que lo mataran. El mismo rechazo al sufrimiento y al suplicio que años atrás lo había movido insensatamente a querer corregir la vocación del Mesías. Decidido a fugarse, habrá puesto en la alforja algún mendrugo leve y comenzó su huida, sobresaltado, por los pedregales de la Via Appia.

La poesía –que desde Aristóteles sabemos que es más verdadera que la historia- cuenta que en medio de la desbandada se le apareció Jesucristo, con una cruz inmensa sobre uno de sus hombros. El diálogo del camino entre los dos ya es parte sustantiva de nuestra catequesis. “-¿Adónde vas, Señor?; -Voy hacia Roma, a hacerme crucificar de nuevo”.

El óleo de Annibale Carracci, expuesto en la National Gallery de Londres, retrata la legendaria escena mostrando un Cristo vigoroso y macizo, señalando con la diestra la Roma hacia la que se encamina; pero nos permite ver a un Pedro que se inclina y se ataja a la vez, con brazos y piernas, mientras en la mirada ya está entera la decisión correcta que está pronto a tomar. A su vez, en la Capilla del Domine Quo Vadis, erigida en la Via Appia Antica, se venera una losa con las huellas de dos pies. Serían los del Señor, exactamente en el sitio en que se le plantó a su Vicario, para recordarle que no hacía tanto, quien ahora se daba a la fuga, le había dicho: “Tú eres Cristo, el Hijo del Dios Viviente”. Entonces, era la hora de imitarlo también en el calvario. Lo entendió Pedro.

En la cárcel Mamertina, a la que fue arrojado antes de la crucifixión, convirtió a sus mismos carceleros, Proceso y Martiniano, futuros mártires ambos. Y después, si se nos permite suponerlo de la mano de los Padres del Desierto, pudo haber caído en un glorioso estado de hesicasmo. Que significa (dicho de un modo simplista, perdónesenos) por un lado, una paz interior profunda, fruto de la unión con Dios. Por otro lado el silencio y la soledad de quien no necesita sino el Verbo y la Compañía de la Cruz. Y en tercer lugar la quietud del movimiento hacia el Motor Inmóvil.

En ese estado llegó al instante cumbre de la sangre vertida por el honor de Cristo Rey. La parábola del rústico que fue llamado Satanás, se cerraba con el pontífice mártir, transfigurado de Verdad, de Bien y de Belleza.

Quisiéramos que así se cerrara también la parábola de Francisco. Y rezamos por él, como lo pide; porque si su conversión no acontece, sucesos aún más desgarradores sobrevendrán en la vida de la Iglesia. Habrá que prestar atención al terceto de Castellani:

“¡La rutina dejad, dejad las pullas,oíd las guerras y el rumor de guerra,
mirad del Anticristo las patrullas!”

Rezamos por Francisco; por cierto. Pero rezamos también por sus víctimas, que somos todos nosotros: sencillamente los católicos a quienes la enseñanza y la conducta del Pastor Universal arroja a la confusión, la ignorancia, el error y la mentira. Y hasta con sofocante reiteración parece arrojarlos incluso a la compatibilidad entre el catolicismo y la contranatura. Estamos pensando y pesando cada palabra que decimos. Pero es que son los hechos –vueltos del dominio público en los días que corren- los que nos obligan a expedirnos del modo en que lo hacemos.

Lewis tomó prestada una metáfora de David Lindsay sobre la torre de Babel para componer una de sus novelas. La metáfora alude a los efectos mortíferos de aquella atalaya ruin, como “la sombra de esa fuerza maligna”. Creemos firmemente, y con la misma firmeza esperamos, que la luminosidad benigna de la cúpula de San Pedro, disipe el eclipse que causó y sigue causando aquella torre endiablada. Pero aquí y ahora, cuando los signos prevalentes en el paisaje romano, son un rayo que causa estrépito en el cimborrio, y un cuervo que se devora a una paloma[14], necesitamos de la oración profunda y constante pidiendo la gracia de constatar que la promesa del Señor se cumple: que contra la Piedra no podrán prevalecer las potencias abisales.

La antología que sigue a continuación de estas líneas introductorias, probará con dolor filial, que no puede ya callarse el inédito mal que hoy nos sacude, como hijos y miembros de la Iglesia. Pero probará también, y eso deseamos de modo expreso y enfático, que junto al dolor nos queda la esperanza. Esa que no puede extirparnos ninguna peripecia humana, ningún naufragio, ningún viento huracanado y homicida, ninguna sombra maligna ni centella tormentosa.


ANTONIO CAPONNETTO


NOTAS:

[1] Cfr. Horst Balz y Gherard Schneider, Diccionario exegético del Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, Biblioteca de Estudios Bíblicos,1998.
[2] Juan Straubinger, La Santa Biblia, La Plata, Fundación Santa Ana, 2001, Mc.VIII,32 y Mt. XVI, 22.
[3] Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, Barcelona,Rafael Casulleras, 1949, vol.III, p. 51.
[4] Benedicto XVI, Angelus,Palacio Pontificio de Castelgandolfo, Domingo 28 de agosto de 2011.
[5] Benedicto XVI, Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo, Buenos Aires, Agape, 2009, p. 50-51.
[6] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Buenos Aires, Planeta, 2007, vol. I, p. 345.
[7] Santo Tomás, Catena Aurea, San Mateo, XVI, 22-23 y Marcos VIII, 27-33.
[8] San Agustín, Sermones, Madrid, BAC, 1985.
[9] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 164-168.
[10] Cfr. VIS, Vatican Information Service, 25 de mayo de 2015, Francisco reza con los pastores evangélicos pentecostales de Phoenix por la unidad de la Iglesia; http://visnews-es.blogspot.com.br/2015/05/francisco-reza-con-los-pastores.html
[11] Disertación ante fieles y dirigentes católicos, del miércoles 3 de junio de 2015, cfr. http://www.cbn.com/mundocristiano/elmundo/2015/June/Papa-Francisco-dice-que-el-Coran-es-lo-mismo-que-la-Biblia/
[13] Don Ramón y Cajal es autor de un simpático libro llamado Charlas de café [hay varias ediciones, pero tenemos a la vista la que sacó la famosa Colección Austral de Espasa Calpe, hacia 1947], en el cual dice “El hombre que se dedica a la ciencia, al laboratorio, no tiene necesidad de ser un cartujo […],y para ello, nada mejor que relacionarse con toda clase de personas siendo asiduo de cafés, peñas y casinos". No decimos con esto que el Papa debe ser necesariamente un cartujo, pero sí que le cuadra más andar de vida recoleta y de espíritu monástico, que parloteando como si estuviera en “cafés, peñas y casinos”.
[14] Los hechos aludidos son reales.El episodio del rayo sucedió el día de la renuncia de Benedicto XVI ,el 12 de febrero de 2013; y el de la paloma el 26 de enero de 2014,cuando dos niños que acompañaban a Francisco y por indicación de él,arrojan unas palomas desde el ventanal del Vaticano que suele utilizar para hablar. Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=aUHG_miujUAA y https://www.youtube.com/watch?v=gHuI9Ofuc38

 Publicado por: Flavio Infante



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

martes, 22 de septiembre de 2015

Blasfemias de Bergoglio : "Jesús se hizo serpiente" - Alejandro Sosa Laprida


Miles Christi - 20/09/2015
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« El Papa después indicó que el Señor le dijo a Moisés que hiciera ‘una serpiente de bronce’: quien la mirara se habría salvado. Esta, añadió, es una figura, pero también ‘una profecía, es una promesa, una promesa que no es fácil comprender’, porque Jesús mismo explicó a Nicodemo que ‘como Moisés erigió la serpiente en el desierto, así tendrá que ser elevado el Hijo del hombre, para que quien crea en Él tenga vida eterna’. Esa serpiente de bronce era, pues, ‘una figura de Jesús elevado en la Cruz’. ‘Pero, ¿por qué el Señor tomó esta figura tan fea, tan mala? Simplemente porque Él vino para cargar sobre sí todos nuestros pecados y Él se convirtió en el pecador más grande sin haber cometido ninguno. Y Pablo dice: ‘Él se hizo pecado por nosotros’, retomando la figura ‘Él se hizo serpiente’. ¡Es feo! Él se hizo pecado para salvarnos, esto significa el mensaje de la liturgia de la Palabra de hoy, el recorrido de Jesús. » (http://vaticaninsider.lastampa.it/es/vaticano/dettagliospain/articolo/santa-marta-43341/)

Jamás en la historia de la Iglesia alguien a dicho que Jesús se hubiera convertido en « el pecador más grande », y mucho menos que se hubiese hecho « una serpiente ». Ningún Papa, ningún Padre de la Iglesia, teólogo, místico, santo o autor eclesiástico ha sostenido algo por el estilo. Es más, ni siquiera entre los incontables herejes que registran los anales pueden hallarse tamaños desvaríos. En dos mil años de historia, a nadie pues se le cruzó por la cabeza la idea de calificar a Jesús de « más grande pecador ». En dos mil años de cristianismo, nadie había tenido la demencial ocurrencia de llamar « serpiente » a Jesús. Nunca. Nadie. En ninguna parte…

Hasta que apareció Bergoglio. El « Papa del fin del mundo ». Decimejorge, para los amigos… Jorge Bergoglio, alias « Francisco ». El inefable Bergoglio, el del « tango en el altar » tras celebrar Misa, siendo Cardenal Primado de Argentina y Arzobispo de Buenos Aires. El mismo que, ya devenido inquilino misericordioso y muy humilde de la Casa Santa Marta lanzaría imperturbable que « no existe un Dios católico », que no le interesa la educación cristiana de los niños, que él no es quien para « juzgar » a los gay y que el primer paso hacia la felicidad consiste nada menos que en « vivir y dejar vivir »…

Bergoglio, el mismo que afirma con un desparpajo a toda prueba que habría que bautizar a los marcianos y que los musulmanes deberían buscar sostén espiritual en el Corán. Bergoglio, el « Papa » de las « periferias existenciales », el inenarrable profeta de la « cultura del encuentro », el blasfemador inveterado que no desperdicia ocasión alguna para derramar su veneno espiritual sobre todas las realidades sagradas que encuentra a su paso. A un ritmo frenético. Compulsivamente. Como si quisiera aprovechar cada minuto de su nefando « pontificado » para causar el mayor daño posible en las almas, para provocar el mayor escándalo posible en los cristianos que ingenuamente creen ver en él al « Santo Padre », al « Vicario de Jesucristo », al « Dulce Jesús en la tierra »…

Demolición sistemática de la doctrina, abolición en regla de la moral y profanación metódica de lo sacro efectuadas a un ritmo vertiginoso, caracterizado por un caudal incesante de palabras huecas y engañosas, en un torbellino ensordecedor de insensateces sin fin, incontinencia verbal hecha carne, logorrea crónica diseminada a los cuatro vientos, como si supiera que su tiempo está contado y que debe ejecutar su misión maligna y disolvente con premura, antes de volverse el objeto de la justicia divina, antes de ser arrojado vivo al estanque de fuego y azufre, junto a aquel a quien allana el camino con notable esmero desde aquel fatídico 13 de marzo de 2013 y su inaudito « buona sera », inconcebible saludo profano en boca de un « pontífice » y sombrío augurio de todos los males que su llegada habría de acarrear a la Iglesia y al mundo…

Un breve comentario acerca de las citas bíblicas detrás de las que pretende escudarse « Francisco » para insultar a Jesucristo. Comencemos con la de San Pablo en 2 Corintios 5, 21 : « Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. » San Pablo no dice en absoluto que Cristo hubiese sido hecho « pecador », ya que por definición un « pecador » es alguien que comete pecados, lo que Cristo no hizo. Dice « pecado », queriendo significar « ofrenda por el pecado », « sacrificio » u « hostia » inmolada por el pecado de la humanidad rescatada por Cristo en la Cruz, asumiendo sobre sí mismo la pena debida a nuestras faltas, mas no la culpa.

Cito el luminoso comentario que de este pasaje paulino hace Santo Tomás:

« […] según la costumbre del Antiguo Testamento al sacrificio por el pecado se le llama pecado. Comen los pecados de mi pueblo (Os. 4, 8), esto es, las oblaciones por los pecados. Y entonces el sentido es éste: Lo hizo pecado, esto es, hostia, o bien sacrificio por el pecado. De otro modo, porque pecado se toma a veces por semejanza del pecado, o bien por pena del pecado. Envió Dios a su Hijo en semejanza de pecado (Rm 8, 8), o sea, que en semejanza de pecado condenó al pecado. Y entonces el sentido es éste: Lo hizo pecado, esto es, hizo que El asumiera la carne mortal y pasible. De un tercer modo, porque a veces se dice que una cosa es esto o lo otro, no porque lo sea, sino porque los hombres opinan que así es. Y entonces el sentido es éste: Lo hizo pecado, esto es, hizo que se le tomara por pecador. Ha sido confundido con los facinerosos (Is 53, 12). » (http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/jkl.htm#a4)

El siguiente comentario de Cornelio a Lápide sintetiza magistralmente la doctrina católica sobre la expiación de nuestros pecados en la persona de Cristo, la Víctima sin tacha que amorosamente entregó su vida en el madero de la Cruz para salvación nuestra:

 « Vers. 21. - Him who knew no sin. Experimentally, says S. Thomas, Christ knew no sin, though by simple knowledge He did, for He did no sin. Hath made Him to be sin for us. For us, says Illyricus, who were sin; because, he says, sin is the substance and form of our soul. But to say this of ourselves is folly, of Christ blasphemy. (1.) The meaning is that God made Christ to be the victim offered for our sin, to prevent us from atoning for our sins by eternal death and fire. The Apostle plays on the word sin, for when he says, “Him who knew no sin,” he means sin strictly speaking; but when he says, “He made Him to be sin for us,” he employs a metonymy. So Ambrose, Theophylact, and Anselm. In Ps. XL 12, Christ calls our sins His. (2.) Sin here denotes, says S. Thomas, the likeness of sinful flesh which He took, that He might be passible, just as sinners who are descended from Adam are liable to suffering. (3.) Sin, in the sense of being regarded by men as a noteworthy sinner, and being crucified as a malefactor. So the Greek Fathers.

Of these three interpretations the first is the more full, significant, and vigorous, and the one more consonant with the usage of Scripture, which frequently speaks of an expiatory victim as sin. Cf. Hosea IV 8; Lev. IV 24 and 21; Ezek. XLIV 29. The reason of this metonymy is that all the punishment and guilt of the sin were transferred to the expiatory victim, and so the sin itself might seem to be also transferred to it. In token of this the priest was accustomed to lay his hands on the victim, and call down on it the sins of the people; for by the hands are signified sinful actions, which are for the most part executed by the hands, as Theodoret says in his notes on Leviticus i. Therefore the laying of hands on the victim was both a symbol of oblation and a testimony of the transference of guilt to the victim, showing that it was expiatory, and that it bore the sin itself, with all its burden of guilt and punishment. In this way the high-priest on the great Day of Atonement turned a goat into the wilderness, having imprecated on it the sins of the whole people. Cf. Lev. XVI 20. » (http://www.catholicapologetics.info/scripture/newtestament/2ndcor45.htm)

Veamos ahora la cita de San Juan, capítulo 3, versículo 14 : « Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. »

Cito al respecto la Catena Aurea compilada por Santo Tomás de Aquino :
« Muchos morían en el desierto por las mordeduras de las serpientes. Y por ello Moisés, por orden de Dios, levantó en alto una serpiente de bronce en el desierto; cuantos miraban a ésta, quedaban curados en el acto. La serpiente levantada representa la muerte de Cristo, de la misma manera que el efecto se significa por la causa eficiente. La muerte había venido por medio de la serpiente, la que indujo al hombre al pecado por el cual había de morir; mas el Señor, aun cuando en su carne no había recibido el pecado, que era como el veneno de la serpiente, había recibido la muerte, para que hubiese pena sin culpa en la semejanza de la carne del pecado, por lo cual en esta misma carne se paga la pena y la culpa. » (San Agustín, De peccat. mer. et remiss. cap. 32)

« Véase aquí la figura y la realidad. En el primer caso se lee la semejanza de la serpiente con todas sus cualidades de animal, mas privándola del veneno; en el segundo caso Jesucristo, a pesar de estar libre del pecado, asumió la semejanza de la carne del pecado. » (Teofilacto)

« El Señor invita con estas palabras al maestro de la Ley mosaica a que comprenda su sentido espiritual, recordándole la historia antigua, y demostrándole que ésta era figura de su pasión y de la salvación humana. » (Beda)

« Hay una diferencia entre la figura y la realidad, y es que aquellos eran curados sólo de la muerte temporal volviendo a una vida material, mas éstos obtienen la vida eterna. » (San Agustín, In Ioannem tract., 12) (http://www.hjg.com.ar/catena/c670.html)

Es decir que la serpiente de bronce expuesta por Moisés para que fuesen salvados de la muerte temporal quienes habían sufrido las picaduras de las serpientes del desierto es una figura del sacrificio redentor de Cristo elevado en la Cruz para que quienes hemos sufrido la mordedura venenosa de la Serpiente seamos salvados, no ya de la muerte temporal, sino de la condenación eterna. La serpiente de bronce salvaba sin contener veneno, así como Cristo, en el altar del Calvario, oblación pura e inmaculada, libre del veneno del pecado, nos devuelve la vida de la gracia, prenda de la eterna bienaventuranza, padeciendo la pena que nuestras faltas merecieron, si dirigimos con fe y amor hacia El nuestra mirada.


De este modo queda claro que Nuestro Señor en su acto redentor no se volvió « pecador » ni mucho menos aún se hizo « serpiente », salvo en el espíritu perverso de Jorge Mario Bergoglio, alias « Papa Francisco », el cual merece ciertamente el mote de Blasfemoglio, ya que, disimulado bajo la apariencia del Cordero (Santo Padre, Vicario de Cristo, Soberano Pontífice, etc.), habla en realidad como un Dragón (Ap. 13, 11), desempeñando escrupulosamente su papel de Supremo Blasfemador y de Precursor del Anticristo, a la espera de que llegue la hora por Dios fijada de poner un término a su impiedad desenfrenada…

« Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. » (Ap. 19, 19-20)


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