San Juan Bautista

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lunes, 20 de diciembre de 2021

Navidad - Antonio Caponnetto

 

BALADA DE LA SAGRADA FAMILIA

Antonio Caponnetto

 


 

San José

Yo te miro Mi Niño y sé que tu mirada

sostiene lo creado por el Dios Uno y Trino,

que tu cuna es un trono tras misterioso parto,

que mañana el Calvario sellará tu destino.

 

Sé que un día, asimismo, me cerrarás los ojos

de pupilas yacentes, de párpados adustos,

que serás mi cayado cuando los pies me jueguen

esa mala costumbre de volverse vetustos.

 

Pero ahora, esta noche, de sublimes contornos,

de abovedado cielo ante el Gran Episodio,

me consuela besarte diciéndote al oído:

tú serás mi pequeño, Jesús yo te custodio.

 

 

 

La Virgen María

Ya aparté los pañales del forraje tupido,

recubrí las astillas, limpié el heno amarillo,

un ángel y un boyero me acercaron las brasas

tibias como un otoño, ígneas como un anillo.

 

El lucero del alba se posó marcialmente,

su vertical de estrella transfigura el rocío,

cuando cae no moja, semeja una cobija

que nos cubre del viento o nos detiene el frío.

 

¡Ay hijo!, cuando crezcas y seas El Camino,

la Verdad y la Vida iluminando anieblos,

llévate para el viaje esta paz del pesebre

e irrádiales tu espada al hombre y a los pueblos.

 

Jesús

¿Cómo podría hablarles al hombre y a los pueblos,

Madre, si no eligiera ser el Verbo Encarnado?

José, mi padre bueno, ¿cómo entender de cruces

sin ese maderamen en el que me has criado?

 

¿Cómo llevar corona de aguijones y púas

sin el feral Herodes, sin la huida de Egipto,

sin esta andanza agreste recalando en la gruta

de un Dios entre mugidos nacido y circunscripto?

 

Que nadie desespere cuando lleguen las pruebas

de los persecutores que hieren y blasfeman,

de las pestes que mienten los cuerpos y las almas,

repito mi promesa: <Vuelvo pronto. No teman>.

 

Nosotros

Estamos en batalla, los campos delimitan

las riquezas o el Reyno, la cizaña o el trigo,

la insolencia de Gestas o la piedad de Dimas,

Señor, dame bravura para lidiar contigo.

 

Virgen a quien supimos nombrarte Generala,

Patrona de estas tierras, Señora de su Historia,

José que haces posibles las cosas imposibles

que sea voz de mando la fiel jaculatoria:

<Jesús, José y María

Os doy el corazón y el alma mía>

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

Éramos tan malos - Antonio Caponnetto

 

Miguel Ayuso exponiendo en la inauguración de un cuadro de Felipe VI 


 

ÉRAMOS TAN MALOS

Por Antonio Caponnetto

"...y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas"

Quijote I,IX


 

Me llega por múltiples vías cierto video, en el que aparece Miguel Ayuso respondiendo unas preguntas, tras presentar su  libro “Tradición, Política e Hispanidad”. El sucedido tuvo lugar en Barcelona, el pasado 27 de noviembre, y la pregunta a cuya respuesta queremos referirnos versa sobre el Nacionalismo Católico Argentino. Específica y singularmente sobre esto.

 

 Ayuso no dice nada odioso e incorrecto sobre nosotros que ya no haya dicho en otras tantas ocasiones; y que ya no se le haya replicado de muchos modos posibles: la cátedra, el libro, la tertulia, los foros, o los simples encuentros amicales, hasta hoy al menos siempre cristianamente hospitalarios. Acaso lo curioso en esta circunstancia, sea el grado de agresividad empleado en el discurso, repitiendo con énfasis que el Nacionalismo Católico Argentino es, de todos los conocidos, el que posee mayor grado “de malignidad y de nocividad”. Lo que se dice una política de mano tendida, que nos haría repetir con el mismísimo Lope su famoso endecasílabo: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”.

 

          Los motivos de nuestra malignidad son unos cuantos, pero Miguel –dueño del donum didacticum- los sintetiza en un manojo encantador. En primer lugar, que habríamos constituido una “escuela de pensamiento articulado”. En segundo lugar que –no todos sino los peores- seríamos partidarios de “una hispanidad sin España”, ejerciendo una suerte de “hispanismo antiespañol”, movidos como estamos por “un prejuicio antiespañol”. En tercer lugar, que somos “un ensamble de elementos heterogéneos y heteróclitos”, en el que caben todos los “elementos fascistizantes”, “menos Perón”. Conducta que ve como contradicción fiera entre nos, pues si él fuera argentino –se confiesa- le resultaría “más razonable ser peronista que franquista”. Ya que no se pueden “criticar ciertas actitudes y hacer después el elogio de personas que encarnaron esas actitudes”.

 

Como recurso oratorio llamativo, permítaseme señalar que al enunciar a aquellos Caudillos Nacionales objetos de nuestra admiración (incluyendo con espanto el nombre de Salazar), Miguel hace una pausa y le aclara al público: “¡No hablo en broma!”. Como si acabara de decirles a sus prosélitos: “estos malignos y nocivos argentos admiran a súcubos, íncubos, endriagos, ogros del lago, dráculas feroces y fantasmas nocturnos; ¡hablo en serio, señores!”. Las dos últimas razones que nos ubican entre las cepas del covid, son dignas de las endechas de un pasodoble. Que nosotros “no somos monárquicos”, y que, a ellos, los carlistas, los hemos “atacados ferozmente”, por considerarlos unos “intrusos que veníamos a poner en riesgo su tinglado”. Quienes accedan al video[1], tal vez convendrán conmigo en que el dicterio esta un poco sobreactuado, quizá con un sesgo pirandelliano. O como si Apolo hubiese cedido el control a Dionisio. Simple escolio esteticista, con perdón.

 

Le diría algunas cosas a Miguel (como tantas veces nos las dijimos en afables e inolvidables encuentros), pero por ahora, mejor me dirijo a las víctimas del cuádruple atentado contra la verdad que acaba de perpetrar. Cuádruple digo, porque aúna el error, la confusión, la ignorancia culposa y la mentira.

 

-Esa “escuela de pensamiento articulado” que es el Nacionalismo Católico Argentino, está pronta a cumplir un siglo, si se toma como posible hito inaugural el año 1927, en el que aparecen las primeras manifestaciones orgánicas y perseverantes de nuestro ideario. En el transcurso de dicha centuria, de esta escuela han surgido personalidades descollantes y señeras. En campos tan variopintos cuanto entitativos, verbigracia: teología, filosofía, artes, literatura, retórica,  historia, derecho, y aún ciencias aplicadas o duras.

 

Los nombres de estas personalidades son insignes, y han trascendido en no pocos casos las fronteras locales. Se pueden y se deben señalar matices entre ellos, pues por cierto que hay elementos heterogéneos y heteróclitos. Pero ninguno de sus representantes jamás de los jamases concibió un hispanismo sin España. Y todos, cada quien como mejor supo, se batieron en soledad contra las malditas leyendas negras antiespañolas, dando recio testimonio de amor acrisolado a la Patria Madre. Lo hicieron en soledad, perseverantemente, perseguidos y contra corriente. Lo hicieron a un costo muy alto –de la hacienda, la fama y la honra- frente a un poder político que convirtió al antihispanismo en política de Estado.

 

En esa escuela que insensatamente maldice Ayuso también tuvimos mártires, en sentido estricto de la palabra: testigos que derramaron la sangre por Cristo Rey; y voluntarios que se enrolaron para pelear por la España Eterna cuando estalló la Cruzada. Algunos de ellos murieron en batalla. No es hipérbole ni retórica. Son hechos. También es un hecho que no vimos españoles alistados como voluntarios en nuestras dos grandes guerras justas del siglo XX: la entablada contra el terrorismo marxista  y por la reconquista de Malvinas. Son detalles.

 

          -Que no seamos peronistas no quiere decir que seamos gorilas –término que nos aplica expresamente Ayuso en su Monitum de Barcelona- pues el llamado “Gorilismo” es la manifestación liberal, masónica, aliadófila, masonoide y criptojudaica que ha tomado determinado antiperonismo. No es el nuestro. Todo lo contrario. Que no seamos peronistas es la consecuencia teórico-práctica, pensada y pesada, convencida y convincente, de haber padecido y de seguir padeciendo los frutos podridos del siniestro fundador de una ideología revolucionaria y moderna, en franca oposición y pugna con la cosmovisión tradicionalista.

 

De Franco se podrán objetar muchas cosas, pero que para un hombre de la Tradición Hispano-Católica sea más razonable ser peronista que franquista, es ignorar, de mínima, que Francisco Franco ganó heroicamente una Cruzada contra el Marxismo Internacional –en gesta reconocida entonces por la Iglesia- y que Juan Domingo Perón, cuando le convino, dio rienda suelta al terrorismo marxista, fue socio público de sus principales líderes, puso al Che Guevara de ejemplo, aspiró a ser el primer Fidel Castro del Continente y resultó excomulgado por Pío XII, a causa de sus persecuciones a la Iglesia y de su Proyecto de instalar un “Cristianismo Auténtico”. Proyecto que –como he documentado en uno de mis libros- es el mismo que hoy ejecuta Roma, supresión del Vetus Ordo incluido.

 

          -No pone ejemplos Ayuso –y es una lástima, pues nos priva de enmendar nuestra malignidad- de cuáles o quiénes serían los casos y los responsables de “un hispanismo antiespañol” y del acto de “criticar ciertas actitudes y entrar en contradicción al elogiar a personas que habrían encarnado esas actitudes”.

 

          En cuanto a lo primero, diré que el submundo sórdido de los prejuicios antiespañoles está poblado de todas las variantes de la marea roja, del abominable liberalismo, de las sectas y de las sinagogas, del tribalismo indigenista redivivo, del pseudorevisionismo socialista al que adhirió expresamente Perón, y de ciertos espíritus cerriles o anacrónicos. No nos tiene a los Nacionalistas Católicos como pobladores de esa “confusión magmática”.

 

          En cuanto a lo segundo, criticamos actitudes como el plebeyismo, la demagogia y la rufianería en política, y admiramos a Oliveira Salazar que fue un hidalgo austero, un caballero decente a carta cabal, un estadista serio y un varón de finísimo espíritu monástico. ¿En dónde está la contradicción? Criticamos actitudes como la cobardía, el señoritismo comodón y burgués, y el apego desordenado al propio pellejo, y admiramos a José Antonio, que dio la vida por España, valientemente, en plena y promisoria juventud. ¿En dónde está la contradicción? Criticamos las actitudes de los relapsos, odiadores seriales de la Fe y empecinados en atacar al Catolicismo, y admiramos al Benito Mussolini, que fue capaz de convertirse, resultó elogiado por dos pontífices y gozó de la admiración y del afecto de San Pío de Pietrelcina. ¿En dónde está la contradicción? Criticamos las actitudes de aquellos que nos propusieron cambiar nuestra “barbarie” hispano-cristiana por la “civilización” anglofrancesa de cuño iluminista. Y admiramos, amamos y difundimos con pasión cada manifestación encarnada de la tradición cultural hispanocatólica. ¿En dónde está la contradicción? Criticamos las actitudes pacifistas de tanto catolicón emasculado y elogiamos a los héroes que encarnan el espíritu épico de la raza, entre los cuales, sin empacho lo decimos, se alistan muchos que pueden asimismo ponderar los requetés. ¿En dónde está la contradicción? Criticamos las actitudes que favorecen la expansión del Comunismo, y por cierto al Comunismo en sí,y elogiamos a los bravos ejércitos europeos, que con sus respectivos jefes y adalides se batieron cuerpo a cuerpo contra el bolchevismo, hasta que fueron masacrados por él. ¿En dónde está la contradicción?

 

          -Acusarnos de no ser monárquicos es un disparate. Monárquicos fueron los más genuinos exponentes de nuestra Independencia, monarca sin corona y Felipe II de América fue llamado nuestro prócer mayor, Don Juan Manuel de Rosas: a los grandes monarcas santos y cruzados tenemos por arquetipos, la reyecía católico-hispana que forjó un Imperio sigue siendo objeto de nuestra veneración, y cuanto tratadista de nuestra escuela haya estudiado las modalidades políticas clásicas, nunca desconoció que la monarquía es una de las formas puras, legítimas y convenientes de gobierno.

 

Pero no es consejo de sensatos vivir en pugna con la realidad. Res sunt. La Argentina carece de cualquier posibilidad, vía, modo  o instrumento, ya no de emplazar un trono en el predio del Antiguo Fuerte, sino de evitar que se roben las rejas de la Casa Rosada. Ahora si no ser monárquicos es no declararse súbditos de Don Sixto, es como si nosotros les exigiéramos a los carlistas que, para seguir hablando de las Españas, reconocieran el cacicazgo de Calfucurá, el Virreynato del Bebe Goyeneche o el reyno de Cipriano Catriel. Una especie de pasaporte sanitario independentista sin el cual no pudieran desplazarse por estas latitudes. Cuidado con el tránsito de la solemnidad a la ridiculez, del  rigorismo al ucronismo, y del anacronismo al utopismo, que es la herejía perenne, al buen decir de Molnar. Hay un paso  muy tenue, y me temo que estos amigos nuestros ya lo hayan dado.

 

          Lo que nos preocupa es que Ayuso parece andar <monarqueando> demasiado últimamente. Varias fotos, aparecidas en algunos medios el 30 de noviembre de 2019, nos lo presentan muy orondo y feliz en Madrid, en la sede de la Real Gran Peña, posando al lado de un gigantesco retrato de Felipe VI, obra de Emiliano Fernández Galiano, presente en la ceremonia; la cual consistía, precisamente, en descubrir el susodicho retrato, rindiendo así homenaje y tributo al mencionado Felipe VI. De Ayuso fueron las palabras conmemorativas presentando un libro sobre el sesquicentenario de la Real Gran Peña[2]. ¿Quiénes son los que critican determinadas actitudes y después elogian a las personas que las encarnan? ¿Alguien podría imaginarse a alguno de nuestros malignos y nocivos nacionalistas católicos descubriendo, emplazando e inaugurando un lienzo de Carlos Marx, de Soros o de Isabel II?

 

-En fin, que ya esto es largo. Terminemos. Yo no sé de dónde saca argumentos Ayuso para decir  que, en estos lares, ellos fueron “atacados ferozmente” por nosotros. “¡Ferozmente”, nada menos; con reminiscencias de malones y flechazos! Pero lamentamos la audacia esgrimida para tergiversar así las cosas. Desde 1996 en que Miguel ha viajado sistemáticamente a la Argentina, en Buenos Aires al menos, puedo y debo dar fe, de que nada de eso  sucedió. Todo lo contrario. Abundaron los gestos recíprocos de caballerosidad y hasta de algún emprendimiento en común participamos. Prologó  una de mis obras y presenté una de sus conferencias. Cada vez que nos vimos, dentro o fuera de la Argentina, reímos a dos carrillos de tantas cosas que pasan, nos lanzamos chicanas y retruécanos “impiadosamente”, y discutimos con vehemencia y sin concesiones sobre nuestras eternas diferencias.

 

En mi propia casa tuvo lugar uno de los habituales encuentros camaraderiles, durante los cuales tanto se discutía fuerte sobre las discrepancias, como se intercambiaban bromas o mordacidades a propósito de las mismas. Llevo tres libros publicados en los últimos años, en los cuales, entre otros tópicos, me ocupo de analizar las fricciones historiográficas que tenemos los nacionalistas católicos con los carlistas, y no podría en justicia acusarme de haber lanzado sobre ellos las acusaciones de malignidad y de nocividad. Y no por cortesía o diplomacia (dones que quienes me conocen saben bien que no poseo ni pido poseer) sino sencillamente porque no es ese mi juicio sobre ellos.


     Ahora resulta que éramos unos malignos y nocivos, temerosos de estos “intrusos” que “venían a poner en riesgo nuestro tinglado”. Y nosotros sin saberlo. Entre otras cosas –y hablo por mi- porque no tenemos ningún tinglado. Aunque soñemos a veces con aquel que describió Jacinto Benavente, en el Introito de “Los intereses creados”: “He aquí el tinglado de la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, la que juntó en ciudades populosas a los más variados concursos[...]. Gente de toda condición, que en ningún otro lugar se hubiera reunido, comunicábase allí su regocijo[...]. Que nada prende tan pronto de unas almas en otras como esta simpatía de la risa[...], de esa filosofía del pueblo, que siempre sufre, dulcificada por aquella resignación de los humildes de entonces, que no lo esperaban todo de este mundo, y por eso sabían reírse del mundo sin odio y sin amargura”.

 

     Miguel; por si te llega este escrito; a tí ahora te hablo, cara a cara. Has faltado gravemente a la verdad, a la justicia y a la gratitud con lo que nos has dicho. Has agraviado a quienes no nos lo merecemos. Has ofendido a La Argentina que amamos los nacionalistas católicos. Has perdido ese “saber reírse del mundo sin odio y sin amarguras”, que supo ser tu sello. Darías un ejemplo de hombría de bien si retiraras tus agravios que a tantos han escandalizado o herido, y nos ofrecieras unas disculpas que, a priori te digo, te serían aceptadas entre antiguos apretones de manos. Luego, a cada quien su Oriamendi y su Cara al Sol;  a su boina roja o su camisa azul. Y si lo quieres, puedes subirte con nosotros al único tinglado que nos han dejado y que nos importa poseer: el de la Cruz.

 


La inquietud de esta hora: La religión del covid - Bruno Acosta

 


En la década del treinta del siglo pasado el eminente intelectual argentino Carlos Ibarguren escribió un ensayo titulado “La Inquietud de Esta Hora”. Trataba acerca de la crisis espiritual y política que vivía Occidente tras la Gran Guerra, considerando el cuestionamiento por el que pasaba la democracia liberal y el auge de los movimientos fascistas, que prometían una revolución. “La inquietud de esa hora” estaba dada por esa mezcla de sensación de crisis, de caos, de crítica, con la esperanza de un cambio para mejor, que prometía el fascismo.

Hoy, casi un siglo después, también vivimos una hora inquietante. “La inquietud de nuestra hora” está dada por la guerra psicológica que ha sido declarada por la élite plutocrática contra la humanidad. “Hay un guerra de clases –ha dicho el magnate Warren Buffet- pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando”. Esta guerra particular, que es una guerra propagandística, moderna, de última generación –no hay que confundir guerra con “ruido de armas”, enseñan los manuales de psicopolítica- tiene como objetivo realizar cambios estructurales a todo nivel –político, económico, religioso, cultural, educativo, sanitario, laboral, tecnológico, industrial, alimentario, etc.- con la excusa de una “pandemia”. Siempre las guerras se han hecho con alguna causa final, utilizando falsas banderas como excusa. Esta no es la excepción.

El clima de miedo, de terror, de pánico y de incertidumbre se ve renovado sistemáticamente en esta hora inquietante, por la aparición de supuestas “variantes” o cepas nuevas de un virus ficticio: el “covid”. Y lo más perturbador es que la inmensa mayoría de las personas y de las instituciones no se han enterado de que estamos  en guerra, puesto que han creído –acto de fe- el discurso propalado por las élites y magnificado por los medios de propaganda tal como hemos denominado, con justeza, a los medios de comunicación-

“La inquietud de esta hora” radica, para la mayoría, en el miedo que le produce un inexistente virus supuestamente peligroso –aunque las propias cifras oficiales lo desmienten- y en las conductas que, a causa de ello, han sido obligados a desplegar, distintas a las habituales, y que amenazan ser permanentes –distanciamientos, mascarillas, inoculaciones, etc.- Por su parte, para la minoría que sí ha captado la guerra, es inquietante la soledad, el ostracismo, la incomprensión, la falta de empatía… y la acusación de herejía.

Puesto que si algo ha traído esta plandemia es una radicalización y una cosmovisión religiosa del mundo como hace tiempo no se veía en Occidente. La creencia en la plandemia, nuevo Credo apocalíptico y posmoderno, es una hecho: cuenta con sus nuevos dogmas –la existencia no demostrada científicamente del virus-, sus nuevos rituales –el bozal, el saludo- y sus nuevos sacerdotes –los “expertos”-. Es un hecho, repetimos, incuestionable, como antes lo era la existencia de Dios; quien se atreva a negarlo, será considerado orate, raro, extraño, peligroso; será apostrofado, ad hominem, como “antivacunas”, “terraplanista” o “negacionista”. Muchas personas se han vuelto feligreses de esta nueva religión, la del “covid”; substituyendo, subversivamente, a la verdadera religión católica.

Corolario de lo anterior es la implacable política de censura que se ha efectuado contra lo que la élite considera “desinformación” acerca de la plandemia. Contrariando, de ese modo, el hasta hace meses sagrado derecho a la “libertad de expresión”, legado de las revoluciones modernas –como desarrolláramos en artículo pasado- Nosotros mismos hemos sufrido la censura del artículo “Plandemia y Educación Virtual”. Los “verificadores de datos” (fact checkers) son los inquisidores modernos de la nueva religión del “covid”; con la importante diferencia de que no sirven a la Verdad, como la Santa Inquisición, sino a la Mentira.

La religión del “covid” representa, en conclusión –y por lo que hemos explicado- un claro signo de apostasía y esjatológico: constituye la sustitución de la verdadera religión por un torpe remedo. La criba de los últimos tiempos se está dando gracias a esta ciclópea farsa: entre los propios católicos -como dijimos en el escrito pasado- hay confusión, y hay quienes han adherido, renegando en la práctica de su fe, a este nuevo credo. Tiempos finales, tiempos de confusión, tiempos que recuerdan aquello del Evangelio: “el reino de los cielos es semejante a un red que se echó en el mar y que recogió peces de toda clase. Una vez llena, la tiraron a la orilla, y sentándose juntaron los buenos en canastos, y tiraron los malos”

Bruno Acosta

 

Fuente: Revista Verdad