San Juan Bautista

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martes, 23 de diciembre de 2014

EL MODERNISMO AYER Y HOY – P. Jean-Michel Gleize


DIFICULTADES DEL ANÁLISIS

  Promulgada hace cien años, el 8 de septiembre de 1907, la encíclica “Pascendi Dominici Gregis” resume toda la ofensiva encarada por el Papa San Pio X contra el modernismo. Es un documento singular, ya que no se parece a ningún otro que haya publicado antes la Santa Sede. Hasta entonces, todo se limitaba a exposiciones  relativamente simples y cortas, y el error que era objeto de anatematización revestía la gorma de un catálogo: el Santo Oficio confeccionaba una lista de proposiciones condenadas. Por ejemplo, ha sido ésta la manera como el Papa León X condenó las herejías de Martín Lutero en la bula “Exsurge Domine” del año 1520.


  Ante el modernismo, San Pio X cambió de táctica. Se trata de una encíclica particular ya que presenta un análisis largo y complejo, sabiamente articulado como un tratado de filosofía. El Papa Sarto no buscó un efecto mediático, es decir, no se situó al nivel del público. ¿Qué razones tenía para hacerlo así? San Pio X nos da las razones en los liminares del documento. El modernismo no es una herejía como las demás. En cuanto herejía, es un sistema compacto y entrelazado que “no consiste en teorías dispersas y sin vinculaciones, sino más bien un cuerpo perfectamente organizado cuyas partes a tal punto dependen unas de otras, que no puede admitirse una sin admitirlas todas”  (Encíclica “Pascendi Dominici Gregis, n°53). Con todo, a diferencia de otras herejías, es un sistema que no se presenta como tal; a primera vista ofrece una apariencia de oscuridad y equivocidad, que respecto a cada punto particular y aislado del sistema, podría recibir una interpretación benévola y en sentido ortodoxo.

  En el punto 3, San Pio X evoca “una táctica insidiosa y pérfida” y afirma que los modernistas “abusan fácilmente de los espíritus poco avisados”. En el punto 2 señala que ellos son “los enemigos que más han de temerse ya que aparecen tanto menos como tales”. En el 4 descompone esta táctica en detalle: los modernistas tienen por principio “no exponer nunca sus doctrinas metódicamente y en conjunto, sino fragmentarlas en cierto modo y diseminarlas un poco por todas partes, lo cual se presta a que se los tenga por inestables e indecisos, cuando sus ideas son perfectamente claras y consistentes”.

  El modernismo es, por definición, un sistema pérfido y falso. Lo sigue siendo incluso hoy en día, más allá de cuáles sean las intenciones de aquellos que lo adopten. San Pio X se propuso analizar el sistema, no los estados del alma (son impenetrables) de las personas. Es muy probable que los modernistas de hoy tengan (y más que los de ayer) buenas intenciones y que no todos sean necesariamente enemigos infiltrados, perversos y decididos. Solamente Dios sabe esto, pero el verdadero problema no está allí. Sea lo que fuere de los modernistas, el modernismo es en sí mismo una infiltración enemiga, perversa y neta. Y lo es tanto  más, cuanto que sus adeptos son menos conscientes de ello.

  Por eso San Pio X compara este tipo de herejía absolutamente nueva con un resumidero: el modernismo es el resumidero colector de todas las herejías. Un resumidero es invisible ya que está bajo tierra y el modernismo es, justamente, una herejía que se difunde subterráneamente.

  Podría comparárselo a un camaleón, animal que tiene la particularidad de cambiar el color de su piel en función del entorno, cosa que le permite dar la impresión de que ha cambiado, cuando en realidad sigue siendo siempre el mismo. Esta segunda comparación nos permite comprender por qué el análisis de San Pio X conserva hoy en día toda su actualidad. En efecto, las enseñanzas del Concilio Vaticano II no han hecho más que cambiar el color del modernismo sin tocar su naturaleza profunda.


EL MODERNISMO DE AYER CONDENADO POR SAN PIO X

  El primer principio del modernismo analizado por San Pio X es doble. Hay un primer fundamento que es el agnosticismo, a tenor del cual es imposible conocer intelectualmente a Dios. Sin embargo, el modernismo no significa ateísmo. Se sustrae a él gracias a la inmanencia vital, que es el segundo fundamento del sistema: el hombre entra en relación con Dios no pro el conocimiento sino por la necesidad.

Esta necesidad hecha consciente es la fe y también es la revelación. Fe y revelación salen del interior (la consciencia del sujeto) y no vienen de su exterior (proposición objetiva del dogma por el magisterio de la Iglesia): estamos ante la inmanencia. Fe y revelación no corresponden al conocimiento sino a una necesidad o a lo vivido: esto es lo vital.  Al afirmar que en la raíz de la fe y la revelación está la necesidad o la experiencia de lo divino implica sustituir la verdad por la vida como principio de la religión. Ahora bien, el problema que se presenta entonces radica en cómo mantener y por ende transmitir la fe y la revelación. Es preciso asegurar la permanencia de lo vivido gracias a la Tradición y a la Iglesia. A fin de comunicar la experiencia es preciso vivirla conjuntamente. La Iglesia, que es esta vivencia colectica, es definida como “fruto de la conciencia colectiva”. Esta experiencia vivida en común le dará origen a la Tradición viva, a la serie continuada en el tiempo de experiencias religiosas vividas en conjunto.

  De esto se sigue que la constitución de la Iglesia ya no es aquella de una sociedad monárquica, sino la de una comunión o de un gobierno democrático, donde la autoridad es portavoz de la comunidad. Y de allí también la aparición de un relativismo único en su género: todas las religiones son más o menos verdaderas.

Como la religión consiste en la comunicación de una experiencia, la mejor religión y la más verdadera es aquella en la que la comunicación corresponde mejor a las necesidades de la conciencia humana y perdura de manera mejor. Esta religión existe y es el catolicismo, que es una religión más verdadera que las demás; pero las otras religiones corresponden también más o menos a estas necesidades del hombre y por tanto siguen siendo buenas y legítimas. El modernismo, pues, puede resumirse en tres grandes postulados: fe y revelación fincan en vivir una experiencia; la Iglesia es la comunión de aquellos que viven esta experiencia; el catolicismo es la modalidad mejor que puede asumir esta experiencia.


EL MODERNISMO ACTUAL ADOPTADO POR VATICANO II

No es difícil darse cuenta que los principales textos del Vaticano II han retomado estas ideas. Si se investiga bien, se encontrarán los tres grandes postulados del modernismo de ayer.

  Primer postulado. La constitución “Dei Verbum” (N°1-4) sobre la revelación divina define la revelación como una experiencia en la cual el hombre entra en contacto con la persona de Jesucristo. La fe, tanto para cada fiel como para la comunidad de creyentes, consiste en profundizar esta experiencia a lo largo del tiempo, y de allí que la Tradición sea viva: “Con el paso de los siglos, la Iglesia tiende constantemente hacia la plenitud de la divina verdad hasta que se cumplan en ella las palabras de Dios” (Dei Verbum”, N°8). El Papa Benedicto XVI define así a la Tradición viva: “La Tradición apostólica no es una colección de cosas,  de palabras, como un arcón lleno de objetos muertos; la Tradición es el río de la vida nueva que viene desde los orígenes, desde Cristo hasta nosotros, y que nos hace participar de la historia con la humanidad” (Alocución del 3 de mayo de 2006. Se impone asociar sus pensamientos con el N°4 del Motu Proprio de Juan Pablo II “Ecclesia Dei afflicta”, donde se dice que en la raíz del acto cismático de Monseñor Lefebvre se encuentra “una noción incompleta y contradictoria de la Tradición”. Esta noción es incompleta porque no tiene suficientemente en cuenta “el carácter vivo de la Tradición”).

  Segundo postulado. La constitución “Lumen Gentium” sobre la Iglesia la define como Pueblo de Dios, es decir, como la comunidad de los bautizados reunidos por Cristo, y que el Espíritu Santo continúa a suscitar a lo largo de la historia. En aras de su propia cohesión, esta comunidad dispone, por estímulo del Espíritu, del servicio del ministerio apostólico. En esta definición la Iglesia es antes quenada y sobre todo una comunión mística, el pueblo sacerdotal de Dios. EL misterio jerárquico viene a superponerse a esta comunión sacerdotal y está a su servicio. El pueblo de los fieles y su constitución jerárquica son distintos e inseparables, tal como lo son una asamblea mística y aquello que asegura su durabilidad en el tiempo y en el espacio.

  Esta inversión vuelve a encontrarse – y ello en perfecta continuidad con el Vaticano II – en la catequesis de Benedicto XVI y en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica publicado en junio de 2005. En el punto 154 del Compendio se define a la Iglesia como Pueblo de Dios, calco textual de la definición dada en el cap.2, n° 9 de la “Lumen Gentium”. Se trata de una realidad mística en sus orígenes e igualitaria o comunitaria en su esencia. La Iglesia es (no sólo, es verdad, pero antes que nada y sobre todo) una comunión sin intermediarios jerárquicos: la jerarquía existe, pero no es eso lo que define fundamentalmente a la Iglesia como una realidad que ante todo es de tipo social.
 
  El punto 155 confirma esta noción puntualizando que este igualitarismo vuelve a encontrarse a nivel de la triple función sacerdotal, profética o magisterial y real o gubernamental: esta triple función es propia de cada bautizado como tal. Ahí también vemos cómo se retoma el n° 10 del cap. 2 de “Lumen Gentium”. Sólo en los números 177 a 193, al abordar no la esencia de la Iglesia sino sus miembros, se distinguirá entre los miembros de la jerarquía y los fieles. Pero antes de distinguirlos, se va a recordar una vez más que esta distinción no es lo que distingue esencialmente la Iglesia en su naturaleza intrínseca. La Iglesia no es una sociedad, es decir, un conjunto de personas donde se distingue antes que nada a los que gobiernan de los que son gobernados.
 
  El n° 177 recuerda la definición esencial de la Iglesia, que es la de una comunión, en cuyo seno todos son iguales en virtud del bautismo: el Pueblo de Dios es una comunidad de fieles bautizados. Cada uno posee en virtud de este título el mismo sacerdocio común de base. Existen los ministros (n° 178-187) y los laicos (n° 191).  Y en relación a los ministros podrán verse todas las frases aparentemente tradicionales sobre la jerarquía. Sin embargo, esta fraseología debe entenderse en función de una lógica absolutamente diferente: ya no es más la lógica de la Iglesia-sociedad, sino la de la Iglesia-comunión.

  Tercer postulado. La Iglesia Católica Romana es plenitud de esta comunión. Los números 8, 13, 14 y 16 de la “Lumen gentium”, el n° 3 del decreto “Unitatis redintegratio” sobre el ecumenismo y la Declaración “Dominus Iesus” del 6 de agosto de 2000 explican que esta comunión existe pero de manera imperfecta, parcial y embrionaria… pero existe realmente fuera de la estructura jerárquica de la Iglesia Católica.

  Se da por tanto una diferencia de grado entre la Iglesia y las otras sociedades religiosas, lo cual legitima el ecumenismo. La Iglesia ya no es el único medio de salvación sino el “medio ordinario de salvación”, es decir, aquel en virtud del cual puede conseguirse “toda plenitud de los medios de salvación” (Unitatis redintegratio, n° 3).
 
  En paralelo a la Iglesia están los llamados “elementos de Iglesia”, las iglesias en vías de desarrollo. El Papa actual (Benedicto XVI) saca las consecuencias de esta enseñanza. Durante su visita al patriarca cismático Bartolomé I el 30 de noviembre de 2006, Benedicto XVI asistió (con vestimenta litúrgica oficial) a la celebración en la Iglesia de San Jorge en el Fanar, sede del Patriarcado de Constantinopla. En las palabras que pronunció a propósito de esta ceremonia, afirmó: “Nuestro encuentro fraternal pone en relieve las relaciones especiales que unen a la Iglesia de Roma y a la Iglesia de Constantinopla como iglesias hermanas”.


MODERNISMO: CONSTANTES Y VARIACIONES

  Estos tres postulados fundamentales son las constantes del modernismo, ayer y hoy. Sin embargo, el modernismo actual no presenta la misma coloración que el de ayer. Esto se explica porque detrás del modernismo existe una filosofía. Ella puede cambiar.

  Se advierte bien que el error teológico de Alfred Loisy se fundaba en el idealismo de Kant y también en el evolucionismo de Hegel. Hoy por hoy, la nueva teología prefiere remitirse a las filosofías personalistas y existencialistas, dando de mano con las anticuadas filosofías idealistas.

  El modernismo aprovecha para abusar de los espíritus poco avisados: se piensa inocentemente que la teología del Vaticano II no es modernista porque rechaza el idealismo de Loisy. Pero no alcanza con apartarse del idealismo para no caer en el modernismo. Éste se acomoda a todas las filosofías, provisto que ellas guarden el principio de la evolución en lugar del ser. Ahora bien, las filosofías modernas son todas filosofías “del devenir”. Sólo la filosofía de Aristóteles y de Santo Tomás de Aquino es la filosofía del ser, la filosofía perenne del sentido común.

  Por eso, para apartarse del modernismo no basta con dejar un sistema evolucionista para tomar otro, al modo como cambia de color la piel del camaleón. Es preciso volver a la filosofía realista. En caso contrario, se continuará utilizando el lenguaje de la teología católica, pero dándole un sentido ajeno a esta misma teología.

  Ése es el principal pecado del Vaticano II: haber querido presentar la doctrina católica “siguiendo los modos de investigación y de formulación literaria del pensamiento moderno” (Juan XXIII, Discurso al Sacro Colegio del 23 de diciembre de 1962).


Revista Iesus Christus - Año XIX, N° 112. Julio/agosto de 2007. Págs. 15-18


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