San Juan Bautista

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lunes, 29 de abril de 2019

Sobrenatural protesta ante Francisco - Antonio Caponnetto


 Santo Padre:


Nosotros, los 26 mártires ucranios, víctimas del Comunismo, beatificados solemnemente en el año 2001; los 1725 mártires beatos, exterminados como consecuencia de la persecución marxista en España; los beatos mártires eslovacos, Vasil Hopko y Zdenka Cecilia Schelingova, asesinados por el régimen comunista que capturó a Eslovaquia; el beato mártir Jerzy Popiełuszko, asesinado en Polonia por los agentes del Soviet, el beato Monseñor Anton Durcovici, y el Padre Vladimir Ghika, asesinados por el comunismo rumano, los 17 mártires y beatos laosianos ejecutados por las milicias rojas  del Pathet Lao, el beato mártir Teofilius Matulionis, primera víctima del comunismo en Lituania, junto a todos los mártires auténticos abatidos por odio a la Fe, bajo los segadores signos de la hoz y el martillo, devolvemos a Vuestra Santidad las palmas del martirio y las coronas de la Beatitud,que oportunamente la Santa Madre Iglesia nos otorgara, hasta que no les sean quitadas formalmente al impostor Enrique Angelelli y sus cómplices de la Revolución Marxista en la Argentina, que por vuestra insensatez y estulticia habéis elevado a los altares el pasado 27 de abril del año 2019.


Son ellos, artífices de la insurrección atea, apátrida, amoral y siniestra. O somos nosotros, las víctimas reales y sangrantes de sus ideologías ruinosas y de sus conductores homicidas.


No hay sitio en los templos para ambos. No hay espacio compartido en las hagiografías. No hay sacras superficies ni celestes recodos para albergar a la vez a los hijos de la luz y a los de las tinieblas.


Porque no se puede servir a dos señores. Y ¡ay de aquellos!, simples laicos o encumbrada jerarquía, que por conformaros al mundo, junto a Vos, han consentido tamaña afrenta, difícil de perdonar por constituir abiertamente pecado de escándalo.


Habéis ido demasiado lejos en vuestra audacia de pastor errático y demagogo. Y os han acompañado en el sacrilegio, la desmesura y la blasfemia, un haz nutrido de clérigos ladinos, a cada uno de los cuales pedirá cuenta a su hora el Señor Implacable.


Sí; dignos y firmes, os devolvemos la beatitud con que se nos honrara, y que ahora deshonra Su Eminencia, en un acto luctuoso y ultrajante, indigno de la Sede de Pedro y propio de la cátedra de fuego y humo.


¡Cuidado con la santa ira de las legiones santas!




ANTONIO CAPONNETTO

                                          




Nacionalismo Católico San Juan Bautista


sábado, 27 de abril de 2019

¡ GLORIA AL MÁRTIR RIOJANO ! - Antonio Caponnetto




Se llamaba Antonio Torino, fraile mercedario oriundo de La Rioja.


Era hijo del Capitán Don Gaspar Torino Ocampo, artífice material del primer templo de los Padres Mercedarios levantado en tierra riojana, a partir del año 1617. De ese templo salieron nutridas vocaciones de misioneros, entre las cuales estuvo la del propio Fray Antonio.
Sus superiores le encomendaron la evangelización de los indios Atiles, tristemente famosos por sus borracheras e idolatrías, y por los actos de extrema crueldad que eran capaces de ejecutar.
Fray Antonio Torino confió en Dios y se lanzó nomás hacia Los Llanos, con su misal, su rosario y su Cruz de madera. Buscando la redención de aquellas almas que le fueron confiadas.
Los conquistadores españoles le habían advertido que su vida corría serios peligros entre esa gente. Pero el cura les predicaba la Verdad, oportuna e inoportunamente, a la par que procuraba hacerlos desistir de sus vicios, dando ejemplo él mismo de innúmeros actos de piedad, de devoción y de servicio.


Un día, a comienzos de la tercera década del mil seiscientos, en medio de las terribles guerras calchaquíes, los Atiles quisieron obligar a Fray Antonio a presidir una de sus habituales orgías. Se negó con santa ira, quebrando con un palo las enormes tinajas de chicha con la que se embriagaban y cometían sus desmanes después.


Los indios se arrojaron sobre él, lo desnudaron de su hábito misionero, lo colgaron de un algarrobo (venerado hasta el siglo XVIII) y lo descuartizaron vivo, juntando en la sotana del mártir su propia sangre que usaron después para sus diabólicas supersticiones.


Murió perdonando a sus asesinos y pidiendo su conversión.


El Capitán Gregorio de Luna y Cárdenas, se juramentó ante sus soldados para que el martirio y la gloria de Fray Antonio Torino no quedaran en el olvido.


Cativas y Asimín, los principales verdugos, huyendo de la justicia humana, fueron alcanzados por la justicia divina, siendo abatidos ambos por un rayo en medio de la fuga.


Fray Antonio Torino, primer y genuino mártir riojano, verdadero santo misionero, apóstol entre los más necesitados, servidor de pecadores y testigo de la Fe Católica: ruega por nosotros.


Fray Antonio Torino, fiel a Cristo, a la Iglesia, a la España Misionera y la argentina tierra riojana que te dio la vida, intercede ante el Dios de los Ejércitos para que castigue ejemplarmente a los nuevos Cativas y Asimín -hoy sentados perjuramente en la Sede Romana- disipando las mentiras, los fraudes, las estafas y las ignominias del falso martirologio riojano que hoy quieren imponernos.


Fray Antonio Torino, nosotros, los católicos argentinos, honramos tu vida, celebramos tu muerte santa cuanto heroica y proponemos tu figura como arquetipo emulable y digno de veneración.


Fray Antonio Torino: ¡Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!


Fray Antonio Torino: ¡Presente!



Antonio Caponnetto



Nacionalismo Católico San Juan Bautista


domingo, 21 de abril de 2019

Revelaciones de Catalina Emmerick sobre la Resurrección de Jesús



La noche antes de la Resurrección


Cuando se acabó el sábado, Juan vino con las santas mujeres, lloró con ellas, y las consoló. Se fue poco después; entonces Pedro y Santiago el Menor vinieron a verlas con la misma intención, pero estuvieron poco con ellas. Las santas mujeres; mostraron otra vez su dolor envolviéndose en sus mantos y sentándose en la ceniza.

Mientras la Virgen Santísima oraba interiormente, llena de un ardiente deseo de ver a Jesús, un ángel vino a decirla que fuera a la pequeña puerta de Nicodemo, porque el Señor estaba cerca. El corazón de María se inundó de gozo: se envolvió en su manto y dejo a las santas mujeres sin decir a nadie nada. La vi ir de prisa a la puerta pequeña de la ciudad por donde había entrado con sus compañeras al volver del sepulcro.

Podían ser las nueve de la noche: la Virgen se acercaba a pasos precipitados hacia la puerta, cuando la vi pararse en un sitio solitario. Miró a lo alto de la muralla de la ciudad, y el alma del Salvador resplandeciente bajó hasta María, acompañada de una multitud de almas de Patriarcas. Jesús, volviéndose hacia ellos, y mostrando a la Virgen, dijo: “María, mi Madre”. Pareció que la abrazaba, y desapareció. La Virgen se arrodilló y beso la tierra en el sitio donde había aparecido. Sus rodillas y sus pies quedaron impresos sobre la piedra, y se volvió llena de un consuelo inefable a las santas mujeres que encontró ocupadas en preparar ungüentos y aromas. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado; consoló a las otras, y las fortaleció en la fe.

Cuando María volvió, vi a las santas mujeres cerca de una mesa larga cubierta con un paño que llegaba al suelo. Encima había muchos manojos de hierbas que ellas arreglaban, mezclándolas; tenían botes de bálsamo y agua de nardo, y además flores frescas, entre las cuales había, me parece, una iris rayada y una azucena. Mientras la ausencia de la Virgen, Magdalena, María de Cleofás, Salomé, Juana y María Salomé, habían ido a comprar todo esto a la ciudad. Al día siguiente querían cubrir con ello el cuerpo del Salvador.


La Noche de la Resurrección

Pronto vi el sepulcro del Señor; todo estaba tranquilo alrededor; había seis o siete guardias de pie, o sentados. Casio está siempre en contemplación. El santo Cuerpo, envuelto en la mortaja y rodeado de luz, reposaba entre los ángeles que yo había visto constantemente en adoración a la cabeza y a los pies del Salvador, desde que se le puso en el sepulcro. Esos ángeles parecían sacerdotes; su propia postura y sus brazos cruzados sobre el pecho me recordaban los querubines del Arca de la Alianza, más no les vi las alas. El Santo Sepulcro, todo entero, me recordó muchas veces el Arca de la Alianza en diversas épocas de su historia. Quizás la luz y la presencia de los ángeles eran visibles para Casio, pues estaba en contemplación delante de la puerta del sepulcro como quien adora al Santísimo Sacramento.

Vi el alma del Señor, acompañada de las almas de los Patriarcas, entrar en el sepulcro por medio del peñasco, y mostrarles todas las heridas de su sagrado Cuerpo. La mortaja se abrió, y el cuerpo apareció cubierto de llagas; era lo mismo que su la Divinidad que habitaba en él hubiese mostrado a esas almas de un modo misterioso toda la extensión de su martirio. Me pareció transparente, y se podía ver hasta el fondo de sus heridas. Las almas estaban llenas de respeto mezclado de terror y de viva compasión.

En seguida tuve una visión misteriosa, que no puedo explicar ni contar bien claramente. Me pareció que el alma de Jesús, sin estar todavía completamente unida a su cuerpo, salía del sepulcro en Él y con Él; me pareció ver a los dos ángeles que adoraban a las extremidades del sepulcro, levantar el sagrado cuerpo desnudo, cubierto de heridas, y subir hasta el cielo de en medio de la roca que se conmovía; Jesús parecía presentar su cuerpo lacerado delante del Trono de su Padre celestial, en medio de los coros innumerables de ángeles prosternados: quizás así como las almas de los profetas entraron momentáneamente en sus cuerpos, después de la muerte de Jesús, sin volver a la vida en realidad, pues se separaron de nuevo sin el menor esfuerzo.

En ese momento hubo una conmoción en la peña: cuatro de los guardias habían ido por algo a la ciudad; los otros tres cayeron casi sin conocimiento. Atribuyeron eso a un temblor de tierra. Casi estaba conmovido, pues veía algo de lo que pasaba, aunque no era claro para él. Pero se quedó en su sitio esperando lo que iba a suceder. Mientras tanto, los soldados ausentes volvieron.

Vi de nuevo a las santas mujeres, que habían acabado de preparar sus aromas y se habían retirado a sus celdas. Sin embargo, no se acostaron para dormir sólo se reclinaron sobre los cobertores enrollados. Querían ir al sepulcro antes de amanecer, porque temían a los enemigos de Jesús; pero la Virgen, llena de nuevo valor desde que se le había aparecido su Hijo, las tranquilizó, diciéndoles que podían descansar y sin temor ir al sepulcro, que no les sucedería ningún mal. Entonces se permitieron un poco de reposo. Serían las once de la noche cuando la Virgen, llevada de amor y por un deseo irresistible, se levantó, se puso un manto pardo, y salió sola de la casa. Yo decía: "¿Cómo dejaran a esta Santa Madre, tan acabada, tan afligida, ir sola entre tanto peligro?" Fue a la casa de Caifás, al palacio de Pilatos, corrió todo el camino de la cruz por las calles desiertas, parándose en los sitios donde el Salvador había sufrido los mayores dolores o pésimos tratamientos. Parecía que buscaba un objeto perdido; con frecuencia se prosternaba en el suelo, tocaba las piedras o las besaba, como si hubiese habido sangre del Salvador. Estaba llena de amor inefable, y todos los sitios santificados se le aparecían luminosos. Yo la acompañé todo el camino, y sentí todo lo que Ella sintió, según la medida de mis fuerzas.

Fue así hasta el Calvario, y conforme se iba acercando, se paró de pronto. Vi a Jesús con su sagrado cuerpo aparecerse delante de la Virgen, precedido de un ángel, teniendo a ambos lados a los dos ángeles del sepulcro, y seguido de una multitud de almas libertadas. El cuerpo de Jesús estaba resplandeciente; yo no veía en Él ningún movimiento; pero salió de Él una voz que anunció a su Madre lo que había hecho en el limbo, y le dijo que iba a resucitar y a venir a ella con su cuerpo transfigurado, que debía esperarle cerca de la piedra donde se había caído en el Calvario.

La aparición se dirigió del lado de la ciudad, y la Virgen se fue a arrodillar al sitio que le había sido designado. Podía ser media noche, porque la Virgen había estado mucho tiempo en el camino de la cruz. Vi al Salvador con su escolta celestial seguir el mismo camino: todo el suplicio de Jesús fue mostrado a las almas con las menores circunstancias. Los ángeles recogían todas las partes de su sustancia sagrada que le habían sido arrancadas del cuerpo.

Me pareció después que el cuerpo del Señor reposaba otra vez en el sepulcro, y que los ángeles le restituían de un modo misterioso todo lo que los verdugos y los instrumentos del suplicio le habían arrancado. Lo vi otra vez resplandeciente en su mortaja, con los dos ángeles en adoración a la cabeza y a los pies. No puedo expresar como sucedió todo eso, pues no lo alcanza nuestra razón: además, lo que me parece claro e inteligible cuando lo veo, se vuelve oscuro cuando quiero expresarlo con palabras.

Cuando el cielo comenzó a relucir al Oriente, vi a Magdalena, María, hija de Cleofás, Juana Chusa y Salomé, salir del Cenáculo envueltas en sus mantos.

Llevaban aromas, y una de ellas una luz encendida, pero oculta debajo de sus vestidos. Las vi dirigirse tímidamente hacia la puerta de José de Arimatea.


Resurrección del Señor

Vi como una gloria resplandeciente entre dos ángeles vestidos de guerreros: era el alma de Jesús que, penetrando por la roca, vino a unirse con su cuerpo Santísimo. Vi los miembros moverse, y el cuerpo del Señor, unido con su alma y con su divinidad, salir de su mortaja, radiante de luz.

Me pareció que en el mismo instante una forma monstruosa salió de la tierra, de debajo de la peña. Tenía cola de serpiente, cabeza de dragón, que levantaba contra Jesús; me parece que además tenía cabeza humana. Vi en la mano del Salvador resucitado una bandera flotante. Pisó la cabeza del dragón, y pegó tres golpes en la cola con su palo: después el monstruo desapareció.

He visto con frecuencia esta visión en la Resurrección, y he visto una serpiente igual, que parecía emboscada, en la concepción de Jesús. Me recordó la serpiente del paraíso; todavía era más horrorosa. Pienso que esto se refiere a la profecía: "El Hijo de la Mujer quebrantara la cabeza de la serpiente". Todo eso me parecía un símbolo de la victoria sobre la muerte; pues cuando vi al Señor romper la cabeza del dragón, ya no vi el sepulcro.

Jesús, resplandeciente, se elevó por medio de la peña. La tierra tembló: un ángel parecido a un guerrero se precipitó del cielo al sepulcro sobre ella. Los soldados cayeron como muertos, y estaban tendidos en el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la luz brillar en el sepulcro, se acercó, toco los lienzos solos, y se retiró con la intención de anunciar a Pilatos lo sucedido. Sin embargo, esperó un poco, porque había sentido el terremoto, y había visto al ángel echar la piedra a un lado y el sepulcro vacío, mas no había visto a Jesús.

En el momento en que el ángel entró en el sepulcro y la tierra tembló, el Salvador resucitado se apareció a su madre en el Calvario. Estaba hermoso y radiante. Su vestido, parecido a un manto, flotaba tras de Sí, y parecía de un blanco azulado, como el humo visto al sol. Sus heridas estaban resplandecientes; se podía meter el dedo en las aberturas de las manos: salían rayos de la palma de la mano a la punta de los dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró sus heridas a su Madre que se prosterno para besar sus pies; mas Él la levantó, y desapareció. Se veían relucir faroles a lo lejos, cerca del sepulcro, y el horizonte se esclarecía al Oriente encima de Jerusalén.


Las santas mujeres en el sepulcro

Las santas mujeres estaban cerca de la pequeña puerta cuando nuestro Señor resucitó; pero no vieron nada de los prodigios que habían sucedido en el sepulcro. Tampoco sabían que habían puesto guardia, porque no estuvieron la víspera, a causa del sábado. Se preguntaban entre sí con inquietud: "¿Quién nos levantará la piedra de la entrada?" Querían echar agua de nardo y aceite odorífero sobre el cuerpo de Jesús, con aromas y flores: querían ofrecer al Señor lo más precioso que habían podido encontrar para honrar su sepultura. La que había llevado más cosas era Salomé. No era la madre de Juan, sino una mujer rica de Jerusalén, parienta de San José. Resolvieron poner sus aromas sobre la piedra, y esperar que algún discípulo viniera a levantarla.

Los guardias estaban tendidos en el suelo como atacados de una apoplejía: la piedra estaba echada a la derecha, de modo que se podía abrir la puerta sin dificultad. Los lienzos que habían servido para envolver el cuerpo de Jesús estaban sobre el sepulcro. La grande sábana estaba en su sitio, pero con los aromas sólo: las vendas estaban sobre el borde anterior del sepulcro. Los paños con que María había envuelto la cabeza de su Hijo, en el mismo sitio.

Vi a las santas mujeres acercarse al huerto: cuando vieron los faroles y los soldados tendidos alrededor del sepulcro, tuvieron miedo, y se alejaron un poco. Pero Magdalena, sin pensar en el peligro, entró precipitadamente en el huerto, y Salomé la siguió a cierta distancia; las otras dos, menos resueltas, se quedaron a la puerta. Magdalena, al acercarse a los guardias, tuvo miedo, y se volvió con Salomé; y las dos juntas, pasando entre los soldados tendidos en el suelo, entraron en la gruta del sepulcro. Vieron la piedra quitada; pero las puertas estaban cerradas. Magdalena las abrió llena de emoción, y vio apartados los lienzos. El sepulcro estaba resplandeciente, y un ángel estaba sentado a la derecha sobre la piedra. No sé si Magdalena oyó las palabras del ángel; mas salió perturbada del huerto, y corrió rápidamente adonde estaban reunidos los discípulos. No sé tampoco si el ángel hablo a María Salomé, que se había quedado a la entrada del sepulcro: la vi salir muy de prisa del huerto detrás de Magdalena, y reunirse a las otras dos mujeres, anunciándoles lo que había sucedido. Se llenaron de sobresalto y de alegría al mismo tiempo, y no se atrevieron a entrar en el huerto. Casio, que había esperado un rato alrededor, pensando quizás ver a Jesús, fue a contarlo todo a Pilatos. Al salir, dijo a las santas mujeres todo lo que había visto, y las exhortó a que fueran a asegurarse por sus propios ojos. Ellas se animaron, y entraron en el huerto. Estando en la entrada del sepulcro, vieron dos ángeles vestidos de blanco con trajes sacerdotales. Las mujeres se asustaron; y cubriéndose los ojos con las manos, se prosternaron hasta el suelo. Pero un ángel les dijo que no tuvieran miedo; que no buscaran al Crucificado, porque había resucitado y estaba lleno de vida. Les enseñó el sitio vacío, les mando que dijeran a los discípulos lo que habían visto y oído; añadiendo que Jesús les precedería en Galilea, y que  debían acordarse de sus palabras: "El Hijo del hombre será entregado a las manos de los pecadores; lo crucificarán, y resucitará al tercer día". Entonces los ángeles desaparecieron. Las santas mujeres, temblando, pero llenas de gozo, se volvieron hacia la ciudad: iban conmovidas; no se apresuraban, y se paraban de cuando en cuando para mirar si veían al Señor o si Magdalena volvía.

Mientras tanto, Magdalena llegó al Cenáculo; estaba como fuera de sí, y llamó con fuerza a la puerta. Algunos discípulos estaban todavía acostados durmiendo; otros se hallaban levantados. Pedro y Juan abrieron. Magdalena les dijo desde afuera: "Han sacado al Señor del sepulcro; no sabemos adónde le han puesto". Después de estas palabras, se volvió corriendo al huerto. Pedro y Juan entraron en la casa, y dijeron algunas palabras a los otros discípulos; después la siguieron corriendo: Juan más de prisa que Pedro. Magdalena entró en el huerto, y se dirigió al sepulcro, conmovida de cansancio y de dolor. Estaba cubierta de rocío; su manto habíase desprendido de la cabeza y de los hombros, y sus largos cabellos se veían descubiertos y flotantes. Como estaba sola, no se atrevió a bajar a la gruta, y se paró un instante a la entrada. Se arrodilló para mirar dentro del sepulcro por entre las puertas, y al echar atrás sus cabellos, que le caían sobre la cara, vio dos ángeles vestidos de blanco sentados a las extremidades del sepulcro, y oyó la voz de uno de ellos que decía: "Mujer, por qué lloras?" Ella gritó en medio de su dolor (pues no veía más que una cosa, no tenía más que un pensamiento, a saber: que el cuerpo de Jesús no estaba allí: "Se han llevado a mi Señor, y no sé a dónde lo han puesto". Después de estas palabras, viendo el sepulcro vacío, se salió, y se puso a buscar acá y allá Le pareció que iba a encontrar a Jesús: presentía confusamente que estaba cerca de ella, y la aparición de los ángeles no podía distraerla: diríase que no veía que eran ángeles, y no podía pensar más que en Jesús. "¡Jesús no está allí! ¿A dónde está Jesús?" La vi errante de un lado a otro como una persona extraviada en su camino. El cabello le caía por ambos lados sobre la cara. Una vez tomó todo el pelo con las manos, y después lo partió en dos, echándolo atrás. Entonces, mirando a su alrededor, vio a diez pasos del sepulcro, al Oriente, en el sitio donde el huerto sube en dirección a la ciudad, aparecer una figura vestida de blanco entre los arbustos, a la luz del crepúsculo, y corriendo de ese lado, oyó estas palabras: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella creyó que era el hortelano; y, en efecto, el que la hablaba tenía una azada en la mano, y sobre la cabeza un sombrero ancho, que parecía hecho de corteza de árbol. Yo había visto bajo esta forma al obrero de la parábola que Jesús había contado a las santas mujeres en Betania poco antes de su Pasión. No estaba resplandeciente de luz; pero se parecía a un hombre vestido de blanco, visto a la luz del crepúsculo. A estas palabras: "¿A quién buscas?" Ella respondió: "Si tú lo has tomado, dime donde está, y yo iré por Él". Y en seguida se puso a mirar en derredor. Entonces Jesús le dijo con el timbre habitual de su voz: "¡María!" Ella conoció el acento, y, olvidando la crucifixión, muerte y sepultura, le dijo como otras veces: ¡Rabboni! (Maestro)". Se puso de rodillas, y extendió los brazos a los pies de Jesús. Más el Salvador, deteniéndola, le dijo: "¡No me toques, pues aún no he subido hacia mi Padre! Vete a decir a mis hermanos que subo hacia mi Padre y el suyo, hacia mi Dios y el suyo". Y  desapareció.

Supe por qué Jesús había dicho: "¡No me toques!"; pero no me acuerdo bien distintamente. Yo pienso que hablo así a causa de la impetuosidad de Magdalena, demasiado absorta en el pensamiento de que vivía de la misma vida que antes, y creía que todo estaba como antes. En cuanto a las palabras de Jesús: "Todavía no he subido hacia mi Padre", me fue explicado que no se había presentado aún a su Padre después de su Resurrección, y que todavía no le había dado gracias por su victoria sobre la muerte y por la obra cumplida de la Redención. Fue lo mismo que decir que las primicias de la alegría pertenecían a Dios; que ella debía primero volver en sí y dar gracias a Dios por el cumplimiento del misterio de la Redención, pues había querido besar sus pies como antes; no se acordó más que de su amado, y olvidaba con la violencia de su amor el milagro que tenía ante sus ojos. Magdalena, después de la resurrección del Señor, se levantó de prisa, y, como si hubiese visto un sueño, corrió otra vez al sepulcro. Vio sentados a los dos ángeles, que le dijeron lo que habían dicho a las otras dos mujeres sobre la resurrección de Jesús. Entonces, segura del milagro y de lo que había visto, busco a sus compañeras, y las encontró en el camino que conduce al Gólgota. Ellas andaban errantes, llenas de temor, esperando la vuelta de Magdalena, y con vaga esperanza de encontrar a Jesús en alguna parte. Toda esta escena no duró más que dos minutos. Podían ser las tres y media de la mañana cuando el Señor se le apareció, y apenas salía del huerto cuando Juan entraba, y después Pedro. Juan se paró a la entrada del sepulcro; miro por la puerta entreabierta y vio el sepulcro vacío. Pedro llego entonces, y bajo a la gruta, adonde vio los lienzos doblados, como se ha dicho. Juan lo siguió; y a esta vista creyó en la Resurrección. Lo que Jesús les había dicho, lo que estaba en las Escrituras, veíanlo claro: y hasta entonces no lo habían comprendido. Pedro tomo los lienzos bajo su capa, y se volvieron corriendo.

Yo he visto el sepulcro con ellos y con Magdalena, y siempre he visto los dos ángeles sentados a la cabeza y a los pies, como en todo el tiempo que Jesús estuvo en el sepulcro. Me parece que Pedro no los vio. Más tarde vi a Juan decir a los discípulos de Emaús, que mirando desde arriba, había visto un ángel. Quizás el espanto que le causo esta visión fue causa de que dejase a Pedro pasar adelante, y quizás no habla de ello en el Evangelio por humildad, por no decir que había visto más que Pedro.

Entonces vi a los guardias levantarse y recoger sus picas y sus faroles. Estaban aterrados: salieron pronto del huerto, y llegaron presto a la puerta de la ciudad. Mientras tanto Magdalena se juntó con las santas mujeres, y les contó que había visto al Señor en el huerto, y después a los ángeles. Sus compañeras le respondieron que ellas también habían visto a los ángeles. Entonces Magdalena corrió a Jerusalén, y las mujeres se volvieron al huerto, pensando, sin duda, encontrar a los dos apóstoles. Al acercarse, Jesús se les apareció, vestido de blanco, y les dijo: "Yo os saludo". Ellas se echaron a sus pies, mas Él les dijo algunas palabras, y parecía indicarles algo con la mano, y desapareció. Entonces corrieron al Cenáculo, y contaron a los discípulos que habían visto al Señor. Estos no querían creer ni a ellas ni a Magdalena, y calificaron cuanto les decían de sueños de mujeres, hasta la vuelta de Pedro y de Juan.

Al volverse Juan y Pedro, encontraron a Santiago el Menor y a Tadeo, que los habían seguido, y estaban muy conmovidos, pues el Señor se les había aparecido cerca del Cenáculo. Yo había visto a Jesús pasar delante de Pedro y de Juan, y me parece que Pedro lo vio, pues me pareció haber sentido un terror súbito. No sé si Juan lo conocería.


Relación de los guardias del sepulcro

Casio fue a ver a Pilatos una hora después de la Resurrección. El gobernador romano estaba aún acostado, y mando entrar a Casio. Le contó con grande emoción todo lo que había visto: le habló de la conmoción de la peña, de la piedra alzada por un ángel, y de los lienzos allí aislados en que Jesús fuera envuelto; añadió que Jesús era ciertamente el Mesías, el Hijo de Dios, y que había resucitado verdaderamente. Pilatos escuchó esta relación con terror secreto; pero, sin demostrarlo, dijo a Casio: "Tú eres un supersticioso; has hecho una necedad en ponerte cerca del sepulcro del Galileo; sus dioses se han apoderado de ti, y te han hecho ver todas esas visiones fantásticas: te aconsejo que no cuentes eso a los príncipes de los sacerdotes, porque podría costarte caro". Hizo como si creyera que el cuerpo de Jesús había sido escondido por los discípulos, y que los guardias contarían la cosa de otro modo, sea por excusarse de su negligencia, o ya por haberse dejado engañar con hechizos. Habiendo hablado así, Casio salió, y Pilatos fue a sacrificar a sus dioses.

Presto vinieron cuatro soldados a hacer la misma relación a Pilatos; más no se explicó con ellos, y los mando a Caifás. Vi parte de la guardia en un gran patio cerca del templo, donde se habían juntado muchos judíos ancianos. Después de algunas deliberaciones, tomaron a los soldados uno por uno, y a tuerza de dinero o de amenazas, los forzaron a que dijeran que los discípulos se habían llevado el cuerpo de Jesús mientras dormían. Los soldados respondieron que sus compañeros, que habían ido a casa de Pilatos, podrían desmentirlos, y los fariseos les prometieron que lo compondrían todo con el gobernador. Más cuando los cuatro guardias llegaron, no quisieron negar lo que habían dicho en casa de Pilatos. Se había extendido la voz de que José de Arimatea había salido milagrosamente de la prisión: y como los fariseos daban a entender que esos soldados habían sido sobornados para dejar llevar el cuerpo de Jesús, éstos respondieron que ni ellos podían presentar su cuerpo, ni los guardias de la prisión podían presentar a José de Arimatea. Perseveraron en lo que habían dicho, y hablaron tan libremente del juicio inicuo de la antevíspera y del modo como se había interrumpido la Pascua, que los pusieron en la cárcel. Los otros esparcieron la voz de que los discípulos se habían llevado el cuerpo de Jesús, y este embuste fue extendido por los fariseos, los saduceos y los herodianos, y divulgado por todas las sinagogas, acompañándolo de injurias contra Jesús.

Sin embargo, la intriga no tuvo efecto generalmente, pues después de la resurrección de Jesús, muchos justos de la ley antigua se aparecieron a multitud de sus descendientes que eran capaces de recibir la gracia, y los excitaron a que se convirtiesen a Jesús. Muchos discípulos, dispersados por el país y atemorizados, vieron también apariciones semejantes, que los consolaron y los confirmaron en la fe.

La aparición de los muertos que salieron de sus sepulcros después de la muerte de Jesús, no se parecía en nada a la resurrección del Señor. Jesús resucitó con su cuerpo renovado y glorificado, que no estaba sujeto a la muerte, y con el cual subió al Cielo en presencia de sus amigos. Mas esos cuerpos que habían salido del sepulcro eran cadáveres sin movimiento, dados por vestido a las almas que de ellos se cubrieran, para volverlos a dejar en la tierra hasta que resuciten, como nosotros todos, el día del juicio. Estaban menos resucitados que Lázaro, que vivió realmente y murió por segunda vez.


Visiones y revelaciones de la Ven. Ana Catalina Emmerick Tomo XI – Ed. Surgite176-184.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista










jueves, 18 de abril de 2019

Sermón del Jueves Santo (1965) – P. Leonardo Castellani



Promesa de la Eucaristía
Devoción al Santísimo Sacramento



El texto de mi sermón es muy largo para decirlo de memoria: voy a leer casi todo el cap. VI de San Juan, el Recitado-Promesa de la Eucaristía, dicho en la Sinagoga de Cafarnao después de la Primera Multipanificación. Como saben, los Galileos quisieron arrebatarlo y proclamarlo Rey, Cristo huyó a la Montaña, y a la noche vino caminando sobre las aguas en tormenta a la barca de Pedro que rumbeaba hacia Cafarnao; y allí lo encontraron las turbas que lo buscaban, al otro día, enseñando en la Sinagoga de Cafarnao; y le dijeron en tono de reproche:

-Maestro ¿cuándo viniste aquí?- queriendo decir en vez de "¿cuándo?" más bien "¿por qué?". Y allí comienza el sermón dialogado:

-En verdad os digo:
me andáis buscando
no ya precisamente por haber visto el milagro,
sino porque habéis comido del pan
y panza llena alaba a Dios.
Conseguid no la comida que perece,
mas la que permanece
hacia la vida eterna
que os dará el Hijo del Hombre.
Dicen ellos:
-¿Qué haremos para conseguir
las obras de Dios?
Dice Jesús:
-Esta es la obra de Dios:
que creáis en aquél
que Él envió.
Dicen ellos:
-¿Qué señal haces tú
para que te veamos y creamos?
Nuestros Padres en el desierto
comieron el maná -como está escrito:
Un pan del cielo les diste a comer...
Dice Jesús:
-De verdad os digo:
No Moisés dio a vosotros pan del cielo.
Mi Padre os da el genuino pan del cielo.
Este es el pan de Dios:
Aquel que descendió del cielo
y da la vida al mundo.
Dicen ellos:
-Seiior, danos tú siempre dése pan.
Dice Jesús:
-Yo soy el pan de vida.
Aquel que venga a mí no tendrá hambre,
y aquel que crea en mí no habrá más sed.
Y a os lo he dicho, y vosotros
me veis y no creéis.
Los que mi Padre a mí me da, a mí vienen,
y aquel que viene a mí, no lo echo afuera.
Pues descendí del cielo
no para hacer mi voluntad
sino la voluntad del que me manda.
Y ésta es la voluntad del que me manda,
Mí Padre,
que todo el que Él me dio, yo no lo pierda,
pero lo resucite
en el último día.
Esta es la voluntad
del Padre que me manda:
que todo el que ve al Hijo,
todo quien crea en Él,
tenga la vida eterna,
y yo lo he de resucitar
en el último día.

Pero murmuraban de Él los judíos porque había dicho: Yo soy el pan viviente que descendió del cielo; diciendo: "¿No es este el Jesús, el hijo de José, del cual conocemos el padre y la madre?¿Cómo diablos dice éste: Yo descendí del cielo?"

Respondió Jesús y dijo:
-No murmuréis entre vosotros.
Ninguno puede a mí venir
sí el Padre, el que manda, no lo trae
y yo lo he de resucitar
en el último día.
En los Profetas está escrito:
serán todos docibles[1] para Dios.
Todo aquel que es docible a Dios y aprende,
viene a mí.
No que ninguno pueda ver al Padre
sino a aquel que de Dios vino,
ése ve al Padre.
De verdad, yo os digo:
quien cree en mí, tiene la vida eterna.

Hasta aquí Cristo habla de la fe y sólo indirectamente si acaso del Sacramento de la Fe: "YO soy el pan vivo que desciende el cielo". Primero hay que comer a Cristo en la fe, después en el Sacramento; y si no se come primero en la fe, de nada sirve comerlo en el Sacramento -dice San Agustín. Pero desde aquí, comienza Cristo a hablar del Sacramento:

-Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres en el desierto
comieron el maná, pero murieron.
Este es el pan del cielo descendido
para si alguien lo come,
ése no muera.
Y o soy el pan viviente
que desciende del cielo.
Si alguien deste pan comiere
vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo.

Discutían entr'ellos los judíos diciéndose uno al otro:

-¿Cómo puede éste darnos
su carne de comer?
Dice Jesús:
-Verdad, verdad os digo:
Si no comiereis la carne
del Hijo del Hombre
no tendréis vida en vosotros.
El que come mi carne
y bebe mi sangre
tiene vida eterna.
Mi carne es realmente comida,
Mi sangre es realmente bebida.
El que come mi carne
y bebe mi sangre,
en mí queda y yo en él.
Como vivo mi Padre me mandó,
y yo vivo por mi Padre,
así aquel que me come
él también vive por mí.
Este es el pan del cielo descendido,
no como comieron vuestros padres
el maná en el desierto
y después murieron.
El que come este pan
vivirá eternamente.

He traducido fielmente. Si la traducción cayó en ritmo, es porque el texto también está en ritmo. Sigue después el escándalo de muchos que recalcitran; guiados por Judas -según parece por el texto. Jesús explica que esa comida será celestial, sobrenatural; nombrando como prueba su futura Ascensión a los cielos:

-El espíritu es el que vivifica,
la carne de nada aprovecha.
Las palabras que os he dicho
de espíritu y vida son...
-¿A dónde iríamos si te dejáramos?
Tú tienes palabras de vida eterna,

-corta San Pedro la discusión:

-Nosotros hemos creído y conocido
que tú eres el Mesías Hijo de Dios;
-reconociéndolo como Mesías y más que Mesías.

Esta es la promesa que suscitó en la Iglesia la más grande de las devociones. Como ven, Cristo habla del Sacramento no como una cosa de lujo sino como una cosa de necesidad: la vida eterna, la resurrección, y "yo estaré en él y él en mí": un contacto vital entre Dios y el hombre por medio de la carne: un contacto con la fuente de toda vida: todo lo demás que pueda producir la Comunión, gozo, consuelo, paz, es secundario.

Los cristianos perseguidos grababan en las catacumbas figuras de cestos de pan. Desde el siglo quinto comienzan a alzarse en Europa altares al Sacramento del altar: templos cada vez más imponentes y hermosos hasta culminar en las insuperables catedrales del siglo XIII y las iglesias renacentistas del siglo XVI: montañas de piedra que no parecen obras de hombre, superiores al mortal, que a veces demandaron un siglo para edificarse, y a veces quedaron sin terminar -como Amiens, Chartres, Colonio, Beauvais, Narbona y muchas otras; interrumpidas por el terrible flagelo del siglo XIV que se llamó "la Muerte Negra"- catedrales que aún permanecen sembradas a centenares por toda Europa, vacías de fieles, monumentos para turistas, para asombro de generaciones descreídas. No en España: Santiago de Compostela, Burgos y Sevilla funcionan; y allí en España nació una catedral más valiosa, un monumento intelectual, los Autos Sacramentales, dramas alegóricos en honor de la Eucaristía; el talento y el don artístico puestos al servicio del Sacramento y de la instrucción religiosa del pueblo.

Todo eso pasó, es de otra época, es de la época de la Cristiandad europea. No hacemos ya catedrales sobrehumanas y autos sacramentales; si acaso hoy se producen autos antisacramentales, como esas películas hórridas dese sueco Bergmann. Alguien ha dicho que las catedrales de la Argentina son los cines; el Gran Rex, por ejemplo; yo diría más bien que son los Bancos. Las catedrales góticas las hicieron los Gremios; es decir, los obreros; ahora si nos descuidamos los obreros van a quemar las catedrales que quedan.

Leyendo los grandes tratados que escribieron en el siglo XVI los grandes doctores y poetas Luis de León, Luis de Granada Santa Teresa, San Juan de la Cruz, hoy día nos dejan fríos: a mí por lo menos: estos días los he releído. Recuerdo que cuando tomé la Primera Comunión, me habían dicho que tendría un gran gozo y que sería el día más grande de mi vida; y por la tarde yo le dije a mi madre resueltamente: "No ha sido el día más grande de mi vida". Ahora consagro y distribuyo el pan consagrado como si fuese cafiaspirina: con respeto por supuesto solamente algunas veces hay como un relámpago de asombro y de temor al pensar que tengo en mis manos a Dios en carne y hueso, no tal como Dios está en todas partes, sino en carne y hueso, como está misteriosamente en el Sacramento.

Todas esas cosas como "el río de deleites", "un gozo sobre todos los gozos", "el pan vivo de la paz y del consuelo", "el vino embriagador que engendra vírgenes", que hallarán en Fray Luis de León, y en el Psalmo 35, que él cita: "Serán, Señor, vuestros siervos embriagados con la plétora de los bienes de vuestras mansiones; daréisles a beber del arroyo impetuoso de vuestros deleites" ¡ay de mí! yo no los siento, quizás por mis pecados; y lo que es peor, creo que, fuera de las novicias de la Virgen Niña o las Adoratrices, pocos lo sienten ya -o ninguno.

He comido tu Pan,
He bebido tu Vino;
En un día de afán
Sin guía y sin camino.
Tu Pan era tan fofo
Como el pan ordinario,
Tu Vino era tan soso
Como el vino diario.

Tan es así, que hoy día muchas personas no sienten ninguna emoción en la Comunión -y en las demás ceremonias que la rodean- sino más bien fastidio; y por eso dejan las prácticas religiosas. Una señora literata me decía: "Yo no practico la religión porque las prácticas me aburren; y tengo miedo de arrutinarme, como tantas personas que veo que comulgan cada día y han perdido la humanidad, los sentimientos humanos". No sé si es verdad esto; pero en todo caso no es razón para dejar la práctica religiosa. Es cuestión de necesidad, no de gusto.

En vez de sentir lo que dicen los himnos de Fray Luis de León o Paul Claudel al Santísimo Sacramento, yo siento más bien lo que dijo el poeta Max Jakob al poeta Jean Cocteau: Max Jakob era un judío convertido, sólidamente convertido; y Jean Cocteau, un cristiano que se estaba convirtiendo no sólidamente, pues después se desconvirtió. Cocteau le escribió a Max Jakob: "Pero Ud. me manda ir a tomar la hostia, como quien toma una cafiaspirina". -Es que hay que tomar la hostia como quien toma una cafiaspirina- le contestó el judío. Es decir, no como quien toma una copa de champán sino como un remedio. Es decir, hemos retornado al principio: la Eucaristía-necesidad, no la Eucaristía-lujo. No digo que los devotos del siglo XVI sean reprochables sino más bien envidiables; pero... he ahí. No es ya el siglo XVI.

Es como en el siglo I, cuando los fieles comían el pan consagrado al fin de una cena, para "dar testimonio de Cristo hasta que Él vuelva", dice San Pablo; es decir para poder afrontar el martirio, como los anestésicos que le dan a uno antes de una operación. Pues bien, los fieles estamos hoy en el mundo en situación parecida: los verdaderos católicos son una minoría, rodeada de una mayoría de infieles; o sea, indiferentes, herejes o apóstatas. Pero hay una gran diferencia con la primitiva Iglesia; y ella es la zona media entre el buen católico y el hereje; a saber, los que son católicos y no son católicos, los católicos enfriados o adulterados; o como dijo uno "mistongos'': aquellos cuya religión se "naturaliza", es decir, se vacía de lo sobrenatural y se vuelve una especie de mitología; aquellos que chapurrean la religión pero no la realizan; y aquellos en fin que, sabiendo o no sabiendo, se encaminan a la peor herejía que existe, la adoración del Hombre; bajo palabras o imágenes cristianas. El Domingo pasado por ejemplo leí en "La Prensa" una poesía sobre el Padre Nuestro, que el poeta Capdevila sin duda cree es muy cristiana, y los de "La Prensa" creen es muy moderna -y es modernista: el poeta Capdevila niega la justicia de Dios y pondera su amabilidad; niega que éste es un valle de lágrimas; dice que Dios quiere que la Humanidad triunfe; y el pan nuestro sobresustancial de cada día es para él el pan con manteca y los bifes de chorizo -y el tabaco.

La Eucaristía es más que nada una necesidad. Nuestra época más que nada necesita remedios. Por radio, revistas, diarios y video escuchamos las más extraordinarias ilusiones acerca de la nueva época, que llaman la época "atómica": la prosperidad, el progreso, las perspectivas divinas desta época atómica: no más lejos de anteayer oí una conferencia de una destas bachilleras que radiolocutean, toda impregnada de la más necia adoración de la Ciencia, o sea, la adoración o idolatría del Hombre con mayúscula, que será la doctrina del Anticristo: otros adoran la Literatura, la Pintura, Winston Churchill o el Mahatma Gandhi: es todo lo mismo. Me recuerdo lo que dice el Apokalypsis, y justamente a Laodicea, la última Iglesia, "Juicio de los Pueblos":

"Tú dices: rico soy y opulento
y nada me falta.
Y no sabes que eres pobre,
indigente y enfermo
y ciego y desnudo".

En nuestra época atómica, el error religioso y todos los errores tienen la máxima libertad, recursos y auge, de tal modo que parecen invencibles; y la Ciencia ha inventado, ha fabricado y fabrica, los más espantosos instrumentos de destrucción, capaces de despoblar toda la tierra; he ahí, ésa es la opulencia y la prosperidad; corno una tercera parte de la población del mundo padece hambre o desnutrición; unas pestes tremendas, la sífilis, y ainda más el cáncer y las neurastenias (que según algunos biólogos dependen de la sífilis) se han vuelto endémicas; dos guerras casi universales han traído "las guerras y rumores de guerra", que dijo Cristo, al frente del escenario. Y siga Ud. contando. Prosigue el Apokalypsis:

"Yo te persuado compres de mí oro encendido,
oro probado para que te hagas rico
y te revistas de vestidos blancos
que no aparezca tu desnudez vergonzosa,
y colirio para ungir tus ojos
para que veas".

Oro, vestidos blancos, remedios, que son las imágenes continuas de los escritores sacros acerca de la Eucaristía.

"Estoy a la puerta y llamo.
Si alguien me oye y me abre
pasaré la puerta y comeré con él
y él conmigo".

Esta comida con Cristo se ha vuelto tan necesaria como el alimento corporal: no por nada Cristo creó este contacto vital en forma de alimento: en el centro de todos los Sacramentos. Los teólogos dicen que por y para la Eucaristía son todos los Sacramentos, y eso es obvio: el Bautismo y la Confirmación son para abrir las puertas, y también la Confesión; la Extremaunción es para suplirla y el Orden para crear sus ministros. ¿Y el Matrimonio? Los catecismos dicen que el fin del Matrimonio son los hijos; o sea producir nuevos comulgantes, Primerocomulgantes. Eso está muy traído de los cabellos. El Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino dice simplemente que la Eucaristía y el Matrimonio son semejantes; porque son la unión de dos personas, en la cual la gracia no es impartida por medio de una cosa, sino personalmente por el autor de la Gracia; y lo mismo dicen los Santos Padres, que Luis de León enumera en su libro en el Capítulo "Esposo"; y en fin, el mismo San Pablo dice que el Sacramento del Matrimonio es una figura de la unión de Cristo con la Iglesia; y por ende, con cada una de las almas fieles; de modo que es una cosa revelada.

Esta es la alabanza fundamental de la Eucaristía: produzca o no produzca deleite, es secundario. Es una unión íntima de dos personas, no de dos espíritus, como podría ser una conversación, sino también de dos cuerpos; lo cual, esosí, produce frutos espirituales. ¿Qué frutos? "Obras", dice Santa Teresa, "obras: esa unión debe producir hijos, que son obras buenas". Cristo ordenó esa unión en forma de alimento, que es la unión más íntima que existe, ya que el alimento entra a hacerse el cuerpo mismo del que lo tomó; pero "no creáis que yo me convertiré en ellos, ellos se convertirán en mí" -dice Cristo en una desas palabras suyas que nos han quedado fuera de los Evangelios, llamadas "loguia" (de las cuales muchas son dudosas y siete son auténticas). Parece un rasgo de la humildad y sencillez de Cristo haber tomado para vehículo de su Cuerpo y Sangre los más comunes de los alimentos, pan y vino. ¿Y por qué no pan y agua? Porque pan y agua son comida de presos, y pan y vino son comida de pobres.

La Eucaristía y el Matrimonio son semejantes, dice Belarmino. Son una unión de amor, que produce amor y es producida por el amor. Produce los efectos del Matrimonio (de los buenos matrimonios), hijos, que son obras; remedio de la concupiscencia, y amor mutuo o amistad conyugal, la amistad más fuerte que existe, según Aristóteles.

Esos deleites y delicadezas de Fray Luis de León y Fray Luis de Granada, ellos los sentían, nosotros no: yo dudo que los sintiera Luis de León, porque raciocina demasiado: la experiencia viva no es tan raciocinadora: Santa Teresa no raciocina. Pero como Cristo no habla de “deleites" sino de “resurrección", bien podemos decir que todo el "Cantar de los Cantares" está allí en la Eucaristía con efecto retardado hasta la Resurrección. La Comunión con Cristo es en nuestras almas el foquito escondido de la Resurrección de la carne, que algún día ha de inflamarse en una gran hoguera. Que procuremos encenderlo un poco en cada Comunión, bien está; pero si no nos resulta, no es eso lo esencial. Lo esencial es la cafiaspirina: el remedio de la concupiscencia (que significa no sólo la sensualidad sino todas las pasiones desordenadas) bien puede ser que sea EN CIERTO MODO el primer fin del matrimonio; aunque se suele enumerar en segundo lugar: el remedio de las pasiones morbosas, una amistad serena -y los hijos de las buenas obras.

Quisiera terminar con una oración al Santísimo Sacramento. La oración con que termina Fray Luis de León no me sirve; la mía tiene que ser mucho más humilde y sencilla. Por ejemplo:

Señor Jesús, he pasado la vida recibiéndote
Y he llegado a la vejez ofendiéndote.
Pasé la vida preparándome a comulgar
Y patinando en el mismo lugar.
No he contado las misas, no he sumado las comuniones,
Como hacen algunos de miedo a los ladrones.
Tampoco sé cuántas veces comí pan o vino,
Nunca me faltó y me mantuvo en el camino.
Y supongo que así
Igual, espiritualmente, Tú a mí,

No es de creer me haya de condenar.
Tu Cuerpo entre mis dientes ¿quién me lo podrá quitar?

He comido tu Pan,
He bebido tu Vino,
En un día de afán
Sin guía y sin camino.
Tu Pan era tan fofo
Como el pan ordinario,
Tu Vino era tan soso
Como el vino diario.
Con respeto y temor
Te consagro y recibo.
Vives en mí, Señor,
En Tí espero estar vivo.




[1] Bien dispuestos a recibir una enseñanza, en este caso, la Revelación.



P. Leonardo Castellani – “Domingueras Prédicas. Ed. Jauja. Págs. 104-116.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista