San Juan Bautista

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domingo, 18 de agosto de 2013

Ascetismo y herejía – Por Josef Pieper

  Un escritor tan moderno como James Joyce tuvo durante toda su vida el acto carnal por vergonzoso. A ninguno de los grandes doctores de la cristiandad se le ocurrió jamás tal cosa. Para Tomás de Aquino, por ejemplo, resulta evidentísimo que el impulso sexual no es un mal necesario, sino un bien. Siguiendo en esto las huellas de Aristóteles, llega incluso a decir que en el semen humano hay algo de divino. Igualmente obvio le parece a Tomás que, “como el comer y el beber”, la satisfacción del instinto natural de la sexualidad y el deseo carnal que de ella se deriva nada tienen de pecaminoso (absque omni peccato), con tal que se preserven la moderación y el orden. En efecto, el sentido intrínseco del apetito sexual, procrear hijos que sigan poblando la tierra y el Reino de Dios, no es ni siquiera un bien como cualquier otro, sino, al decir propio Tomás, “un bien eminente”. Por si esto fuera poco, la indiferencia apática (insensibilitas) frente a todo deseo carnal, que más de uno podría verse tentado a considerar como ideal de perfección cristiana, se califica en la Suma Teológica no solo de defecto, sino de positiva imperfección moral (vitium).

  Aquí mismo debemos hacer notar que la procreación no es el único y exclusivo sentido del apetito sexual, así como tampoco los hijos son la única y exclusiva razón de existir del matrimonio. Éste, en cambio, es la plenitud o consumación propia del instinto carnal. De los tres “bienes” del matrimonio (fides, proles, sacramentum: comunidad de vida, hijos, sacramentalidad), la fides, o sea la comunidad íntima e inviolable de vida, constituye, según Tomás, el “bien” ordenado al hombre “en cuanto hombre”.

  Si Tomás se muestra tan claro en este punto y lo afirma sin la menor sombra de duda, es porque, más que ningún otro doctor cristiano, ha tomado en serio y calado a fondo el pensamiento original de la revelación: Omnis creatura Dei bona est, “todo cuanto Dios ha creado es bueno”. Estas palabras proceden del apóstol Pablo, quien con el mismo argumento, es decir, la misma referencia a la creación, fustiga la “hipocresía de algunos embaucadores que tienen marcada a fuego su propia conciencia” y “porhiben el matrimonio y uso de ciertos manjares…” (1Tim. 4,2s). Herejía e hiperascetismo son y fueron siempre parientes próximos. El Padre de la Iglesia Juan Crisóstomo lo proclamó ya enérgicamente hace siglos; interpretando en uno de sus sermones la frase bíblica “dos en una sola carne” como unión corporal de los esposos, añade: “¿Por qué has de sonrojarte ante lo que es puro? ¡Tal es propio de los Herejes!”

Josef Pieper “Antología” Ed. Herder 1984 Pags. 87 y 88


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