San Juan Bautista

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sábado, 19 de marzo de 2016

Carta a mis amigos. Sobre si se puede servir a dos señores - Antonio Caponnetto

  

Con motivo de la aparición de mi libro: La Democracia: un debate pendiente. Respuesta al Dr. Héctor Hernández, vol. II



N.F.H.H. Nueva Ficción de Héctor Hernández

         En coincidencia con la aparición del segundo volumen arriba mencionado, está circulando en estos días un libelo digital del Dr. Héctor Hernández, titulado “Pensar y salvar la Argentina II. Sobre la participación política de los católicos”(Buenos Aires, Ediciones Gladius,2016, en adelante N.F.H.H). El mismo se presenta como una presunta contestación al volumen primero de mi autoría: “La democracia: un debate pendiente. Respuesta al Dr. Héctor Hernández.vol.I”,(Buenos Aires, Katejon,2014).

         El trabajo da vergüenza ajena por varios motivos. Desde la victimización que hace de su persona, valiéndose para ello de un sinfín de páginas quejumbrosas y de relatos burdamente amañados sobre el origen y el desarrollo de nuestras diferencias, hasta la incomparencia ante el grueso y el núcleo de mis objeciones planteadas minuciosamente en el precitado volumen I de mi Respuesta.

         Decenas y decenas de rectificaciones sustantivas que le fueron hechas quedan sin contestar. Otros tantos casos particulares de citas construidas infielmente, empezando por las mías propias han sido ignorados. Un extenso sub-apartado de la N.F.H.H prueba que yo soy un ultrajador de su persona –eso sí, con una mención justificatoria de Aristóteles- y el resto de los apartados prueban que él es un buen tipo agredido por mí y algunos pocos secuaces. Aquí ya no registro si lo cita al de Estagira o al persa Manes. En pocos trazos, según mi impugnador, yo habría inventado una N.T.P.P, que en su magín debe descifrarse como Nueva Teoría de la Participación Política. Es increíble la vocación de este hombre por la logomaquia. Y tengan cuidado porque es contagiosa.

         No estamos para elipsis: el Dr. Hernández miente sobre el despliegue de los sucesos paranaenses que motivaron nuestro desacuerdo, sin advertir que son varios los testigos calificados de esa mentira, dispuestos aquí y ahora a contradecirlo. Y que yo también guardo los mails intercambiados, para probar cómo los mutila según escandalosas conveniencias, cada vez que los trae a colación. Sí, amigos; la costumbre del relato ha llegado para instalarse, aún entre los próximos.

         Junto a la mentira, me reitero, ejercita la más redonda evasión e incomparecencia frente al sinfín de objeciones detalladas, pormenorizadas y sustanciales que le he planteado en mi volumen primero. Como en las encuestas tilda el rubro adecuado: No sabe. No responde.

         Hay otros motivos por los cuales da vergüenza ajena este libelo, incluyendo el estilo, francamente indigerible, caótico y populachero. Pero las principales razones que lo descalifican –esto es, las intelectuales- se encontrarán analíticamente desplegadas en el volumen segundo de mi Respuesta (La democracia: un debate pendiente. Respuesta al Dr. Héctor Hernández, vol II, Buenos Aires, Katejon, 2016).

         A tal libro remito al lector inquieto y adiestrado. Y el que no lo quiera leer, haga el favor de evitarse los papelones opinando sin fundamentos. Sepan comprender si este último giro resulta un poco agresivo. Estoy cansado de mis “voceros”, “traductores” e “intérpretes”, amparados la mayoría en el anonimato; y estoy asqueado de aquellos que, habiendo sido partícipes o protagonistas de este debate, después se niegan a recibir mis páginas y hasta me amenazan con acciones judiciales si osara mencionarlos en ellas. Pocas veces en mi carrera me he tropezado con tamaño cretinismo.


Quién me ha robado el 10 de marzo

         Pondré un solo ejemplo de porqué este libelo da vergüenza ajena. En la página 4 (que está sin numerar, porque –créase o no- recién en la página 7 empieza la página número 1), Hernández contrapone un texto de Pío XII a otro mío, que hipotéticamente lo contraría; para terminar exclamando: “Nosotros, sin ofender a nadie y con todo respeto, seguimos a Pío XII”. Lo de sin ofender a nadie y con todo respeto es una falsedad más del autor, que no ha tenido ni el ingenio ni la frontalidad de Pérez Reverte, y asentar lisa y llanamente, como el hispano de mentas: escribo “con ánimo de ofender”. 

         El texto pacelliano traído en la ocasión dice así: “Al derecho del voto corresponde el deber de votar...Este deber es para vosotros sacro”. Y a continuación la fuente: “Discurso a los párrocos y predicadores cuaresmeros de Roma, 10-III-1948”. Los tres puntos suspensivos son de Hernández, pues todavía no aprendió que ese no es el modo adecuado de indicar que se ha cortado una frase textual, y desconoce el procedimiento correcto, cual es el de encorchetar los puntos suspensivos. Caso contrario, los puntos suspensivos aislados pueden significar que aparecen en el original, usados por el mismo autor que se menta.

         Vaya nomás el lector a buscar la cita. Hágame ese favor, porque yo no la encuentro. El Discurso completo de Pío XII lo podrá hallar en Pío XII. Anuario Petrus. La voz del Papa durante el año 1948, Barcelona, Atlántida, 1949, p.38-40. Y la versión italiana original en el sitio oficial vaticano https://w2.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1948/documents/hf_p xii_spe_19480310_intima-gioia.html

         Si me aguantan la heterodoxia, diría el Pato Sequeiros, proclamaré, parafraseando a Sabina que, a mí al menos, alguien me ha robado el 10 de marzo de 1948 que menciona Hernández. Porque en el invocado discurso Pío XII alude varias veces al derecho y al deber de votar; llama a hacerlo a “cada uno, según el dictamen de su propia conciencia”, recordando que “es evidente que la voz de la conciencia impone a todos los católicos sinceros dar el propio voto a aquellos candidatos o aquellas listas de candidatos que ofrecen garantías realmente suficientes para la tutela de los derechos de Dios y de las almas, para el verdadero bien de los particulares, de las familias y de la sociedad, según las leyes de Dios y de la doctrina moral cristiana”. Afirma también el Papa que quien de votar “se abstiene, especialmente por indolencia o por pereza, comete un pecado en sí grave, una culpa mortal”. Y completa su posición acotando: “No hay duda ninguna de que la intención de la Iglesia es quedarse fuera y por encima de los Partidos Políticos [...].  Guardaos de descender a mezquinas cuestiones de los par­tidos políticos, a ásperas contiendas partidis­tas, que irritan a los hombres, agudizan las discordias, entibian la caridad y hacen daño a vuestra verdadera dignidad y a la eficacia de vuestro sagrado ministerio”.


Con la democracia se cura, se come y se pontifica

         Lo de “deber sacro” aplicado al voto, en las dos versiones que he utilizado, me fue sustraído por algún genio maligno, que en este neo-cartesianismo hernandiano, de seguro ha de ser nazi. Como en el cuento del Conde Lucanor, ruego a los burladores “que ficieron”, ya no el paño sino mi cita, que me la restituyan a la brevedad. Y de paso, para tranquilidad de los votopartidopolizantes adictos y seriales, que se lleven esas feas consideraciones de Pío XII hacia los partidos políticos. ¿Qué es eso de andar diciendo, ¡tan luego un Papa! que ellos causan ásperas contiendas”, “que irritan a los hombres, agudizan las discordias, entibian la caridad”, y nos abajan a “mezquinas cuestiones”. Estoy seguro de que se trata de una interpolación. También sugiero que se lleven el párrafo con las condiciones que establece el Pontífice para votar en conciencia por algo católicamente potable. Son excesivas, y de tener que cumplirlas a todas terminaremos no votando; en cuyo caso no habría falta alguna, pues la omisión no se haría “por indolencia o por pereza”, sino por escuchar la recta voz de la conciencia.

         Aviso Clasificado entonces: se necesita con urgencia alguien que coloque en el discurso de Pío XII que votar es un deber sacro, y que saque lo que pícaramente alguien coló en mis versiones, tanto contra los partidos políticos como sobre las condiciones para votar. Con  la democracia se come, se cura y se pontifica.


Cuando el Dr. Hernández te manda a fragotear

         Supongamos que aparezca la cita y que el voto es un “deber sacro”. En ese caso no cabrían excusas ni condiciones ni requisitos para ejecutarlo. Incluso ni valdrían los mismos condicionamientos que establece Pío XII. Si es sacro, punto. Es incondicionado, inviolable y perenne. Y el Dr. Hernández, de mínima, debería recorrer todo San Nicolás, megáfono al hombro, gritando como en el Simon Boccanegra de Verdi: “¡ All'armi, all'armi, o Liguri,sacro dover v'appella !”.

         Pero ya no se puede creer ni en los defensores de los deberes sacros impartidos por Pío XII. Porque hubo un día en que el mismísimo Dr. Hernández se cansó de tanta sacralidad sufragista, de tanto pacellismo demócrata cristiano y pro yanky, de tanta alcahuetería electoralera convertida en undécimo mandamiento, y dijo algo distinto y contrario, casi idéntico a lo que vengo sosteniendo. Lo he registrado en largas páginas del volumen II de “La democracia: un debate pendiente” (ibidem, p.216 y ss). Les ofrezco un trailer:

          “Ese deber general de votar [mencionado por el Catecismo (2240) pero en general por la enseñanza de la Iglesia] no deroga el derecho de revolución contra la tiranía. Si no hay por quién votar y no se puede aplicar en el caso la doctrina del mal menor, no impide el derecho de votar en blanco. En la resistencia a la opresión puede entrar, incluso, negarse a votar [...]. Y como somos sociales, estos intentos, si se puede, se harán organizadamente, para tener eficacia. Estamos obligados a la mayor eficacia posible. Hacer una campaña organizada de no votar  como rechazo de un sistema inicuo puede ser bueno. Una mera expresión de deseos lanzada al aire para no votar, sin ninguna organización, sin ninguna eficiencia, sin poder hacer del no votar una guía para los compatriotas, puede ser más o menos inocua, sin negar que en algún caso pueda ser un buen testimonio[...]. Un caudillo patriota y católico puede mandar no votar. Pero si es prudente tratará de obtener buenos resultados, tener previsto cómo seguir la lucha dando alguna salida si es posible y, antes que nada, debe tratar de que el esfuerzo abstencionista transmita un mensaje en pos del bien posible de la Argentina.  Si Monseñor Panchampla nos manda a votar en conciencia a cualquier candidato que sea pero a votar en positivo, porque él está con la democracia alfonsinista o kirchnerista antimalvinera o, con otras palabras, con la democracia como religión o como el sistema de la derrota nacional argentina, y necesita que la gente vote para consolidar el sistema, hay que hacer lo que sea más eficaz en contra de lo que él pretende [...]. Si un dirigente patriota y prudente, dándose todos los requisitos para ejercitar el derecho a la revolución que él promueve, manda no votar en función de esta última opción, es una traición desoírlo y salir con la logorrea de la instrucción cívica liberal, y que ahora la Iglesia acepta la democracia y todas esas formulaciones que por lo menos devienen inaplicables en el caso”( Cfr. Héctor Hernández, Pensar y salvar la Argentina, en Gladius n.89, Buenos Aires, Pascua 2014,p.127-128)”.

         Sigo citando mi volumen II, recordando los tiempos felices en que Hernández y yo creíamos nomás –como viejos camaradas nacionalistas- que el sufragio universal era el gran cuento del tío, y no el deber sacro que él después, en soledad iniciática, descubrió leyendo a Pío XII:

          “No salimos de nuestro asombro [...].En primer lugar celebramos las coincidencias, que vienen a darnos la razón y a poner a nuestro impugnador entre la espada y la pared de sus propias consideraciones. Por lo pronto, enbuenahora se recuerde que existe ‘el derecho de revolución contra la tiranía’ y que en esa lucha contra la tiranía, en ‘esa resistencia a la opresión, puede entrar, incluso, negarse a votar’. Y hacerlo ‘organizadamente, para tener eficacia’. Hacerlo mediante ‘una campaña organizada, como rechazo de un sistema inicuo’, que sirva de ‘guía para los compatriotas’. ¡Que aparezca incluso un ‘caudillo patriota y católico’ que ‘mande no votar’!, y que después de tamaña osadía ‘tenga previsto cómo seguir la lucha’.

         Comprenderá el lector atento y minucioso el porqué de nuestra perplejidad. Nos hemos pasado debatiendo con un hombre que negaba nuestra tesis sobre la perversión democrática, sobre la mentira inherente del sufragio universal, sobre la complicidad pecaminosa que comporta su aceptación y sobre la necesidad de un quehacer político del católico que comenzara por hacer lo contrario de lo que el sistema nos pide. Nos hemos pasado debatiendo con un hombre que negaba que a tales conclusiones se pudiera arribar de la mano del Magisterio de la Iglesia; y que presuntamente sostenido en el mismo nos indicaba el respeto al voto como derecho subjetivo, como obligación moral impostergable, como constitutivo inescindibe de una acción salvífica a la que tituló votopartidar. Nos hemos pasado debatiendo con un hombre que nos amonestaba por nuestra posible inclinación hacia actitudes belicistas, renunciando a las anchas cuan espaciosas vías amables y civilizadas que nos ofrece el Régimen para participar en él y salvar a la Argentina.

         De repente todo ha cambiado. Milagrosamente; desde la lectura del párrafo 2240 del Catecismo. A partir de ahora, Héctor Hernández mediante, se puede decir que el sistema es inicuo, que estamos habilitados a no sufragar universalmente, a resistir a la opresión, a buscar un caudillo que nos encolumne y organice contra malicia tan congénita, y que ese asco por el voto, organizadamente manifestado, no puede sino ser el comienzo de una lucha mayor.

         Pero hay más. Desde este mismo momento el Dr. Hernández se ha olvidado de su docilidad a los ‘magisterios eclesiales’ de obispos, pontificados y conferencias episcopales, a partir de los cuales señalaba nuestras ‘heterodoxias’ antidemocráticas, y nos insta a rebelarnos contra cualquier clase, tipo o nombre de Monseñor Panchampla que ‘necesita que la gente vote para consolidar el sistema’. Pues ¡duro con ese Monseñor! ‘Hay que hacer lo que sea más eficaz en contra de lo que él pretende’, incluso ‘no votar’. ‘Basta de clericalismo y de papolatría’.

         ¿Se da cuenta el Dr. Hernández de que está borrando con el codo lo  que escribió con la mano? ¿Es consciente de que, cuando dice, que no se puede continuar ‘con la logorrea de la instrucción cívica liberal, y que ahora la Iglesia acepta la democracia’, esas certeras y severas palabras se le aplican a sus propios planteos? ¿Está acaso haciendo una esperada y honesta autocrítica cuando dice que ‘es una traición desoírlo’ a aquel eventual ‘dirigente patriota y prudente’ que reclama el derecho a la rebelión contra el sistema; y desoírlo, si es católico, diciéndole que ‘ahora la Iglesia acepta la democracia’? ¿Advierte finalmente nuestro objetor que el grueso de cuanto ha hecho con su crítica a nuestro libro, ha consistido en decirnos que no estaría en consonancia con el Magisterio de la Iglesia, pues ese Magisterio no existe, al declararse la Iglesia partidaria de votopartidar? ¿Y advierte, al fin, el Dr. Hernández, que esto que ha dicho y hecho, lo ha colmado de satisfacción, pues supuestamente legitimaría su tesis ‘católica’ de trabajar inserto en el perverso sistema?” (La democracia: un debate pendiente, vol. II,ob.cit, p.223-224).

         Años de abstencionismo urnero es posible que me hayan dañado la sindéresis; y por eso pido genuino auxilio a los doctos. El Dr. Hernández encabeza su libelo con un gran cuadro comparativo. En este rincón, Pío XII, profiriendo que el voto es un deber sacro. En el otro rincón, Antonio Caponnetto, el desafiante, sosteniendo que el sufragio universal es la mentira universal. Yo –continúa el relator- con todo respeto, sin ofender y académicamente les digo: ¡aguante Pío XII todavía!, ¡vamos los partidopolizantes, fierita! Pero resulta que, al margen del ubi sunt la férrea cita pontificia,  el primer espadachín del sacro voto termina mandándonos a buscar un caudilllo que organice la resistencia anti sufragista. El puesto está vacante y se aceptan proposiciones deshonestas.


Era mejor El Anónimo Normando

         En las páginas 14-15 de su libelo, Hernández  apela otra vez al relato, y nos narra que, tras una de sus pláticas, se encontró con “El Anónimo sanrafaelino” [sic], y entrambos establecieron un diálogo –tout occasionnel, claro- durante el cual el conferencista le pregunta al “desprevenido” interlocutor qué opinaba del volumen primero de mi libro “La democracia: un debate pendiente”. Objetivo y mesurado el hombre, le contesta: “¡Nada que ver! El Autor lo deforma totalmente. Él debió probar la tesis de que hoy es intrínsecamente malo votar, o formar parte de los partidos, y no lo ha hecho”.

         Si Hernández fuera el maestro que creíamos que era, debió cortalo en seco al Anónimo, y decirle algo así: “Vea Di Fabio, digo Anónimo, usted entendió mal, y no lo acuso. Es culpa mía, que lo enturbié todo desde el comienzo. Antonio Caponnetto no dice nunca que ‘hoy es intrínsecamente malo votar, o formar parte de los partidos’. Dice otra cosa diferente y aún parcialmente opuesta. Otra cosa mucho más grave, más compleja, más elaborada, más abarcadora y completa, llena de distinciones, sub-distinciones y graduaciones, a partir de un pisoteado texto pionónico, que nunca nadie se atrevió a espigar. Empieza por decir lo obvio: que el pecado es mentir, no votar. Y que si el sufragio universal es la mentira universal, ergo, se miente al proponer este sistema como obligatorio. Además, analiza las diversas acepciones de la acción de votar. Analiza las variables posibles al hablar de los partidos y de la partidocracia. Yo igual estoy en contra de él, no tema. Pero fíjese bien: él no dice eso. Y de paso, Enzo, perdón, N.N, dígale a los muchachos de Infocaótica que no sigan acusando al Autor de decir eso. Porque una cosa es que lo diga yo, ¿vio?, que tengo merecida fama de cuerdo. Y otra ellos que, cuando responden por la Redacción, usan el logo de Los tres chiflados”.

         Cuánto más provechoso le hubiera sido a Hernández encontrarse con El Anónimo Normado, aquel curioso libro gibelino del siglo doce. O por lo menos con quien alguito lo conoce, como Ernst  Kantorowicz ,autor de The King’s Two Bodies .A Study in Medieval Political Theology, Princenton University Press, 1957.


El sanrafaelino con D.N.I y facebook

         En ese sentido tuve más suerte que Hernández. Invité a cenar a casa a un joven amigo sanrafaelino, hijo mayor de una entrañable familia cuyana. Se llama Rodrigo Alvárez, está recién casado y vive  temporariamente en Buenos Aires. El 11 de marzo –abusando de la mortificación cuaresmal, como buen donatista que soy- le regalé el volumen I de mi libro sobre “La democracia: un debate pendiente”, y a los dos días –metido ya en el baile- me mandó este mail:

          “Antonio: Como sé que no frecuenta esos medios, le envío la última publicación de Carlos Arnossi en Facebook. Muy corta. Antes de que empiece, según Arnossi, NTPP significa ‘Nueva Teoría de la Participación Política’. Este sería el nombre ‘que el profesor Hernández ha dado a la teoría que sostendría su adversario en esta controversia, el Dr. Antonio Caponnetto’. Copio el fragmento: ‘El Padre Pio violando la NTPP’. Un aporte adicional del Profesor Hernández  El Intendente de San Giovanni Rotondo: otra violación de la NTPP por el Padre Pío. El médico de cabecera de San Pío de Pietralcina fue el profesor Sala, nativo de Merate, cerca del Lago de Cuomo en la frontera con Suiza, que se fue a vivir a San Giovanni Rotondo luego de que el santo ‘hizo un milagro’ con su segundo hijo Pablo, y resultó ser el Intendente (sic) de dicha localidad, en plena época de sufragio universal y sistema democrático italiano, auspiciado por el partido político Democracia Cristiana.-Profesor -le pregunta Antonio Pandiscia recibido en el despacho por el intendente- ¿por qué aceptó el cargo de intendente (sic) de San Giovanni Rotondo? .Y el alcalde contestó así: Fue el Padre Pío quien dio el consentimiento para mi candidatura en la lista de la Democracia Cristiana. Muchos amigos me habían invitado a incorporarme a la lista para tratar de arrebatarle la comuna al Partido Comunista, que estaba en el gobierno desde tantos años. Nunca me dediqué a la política. Luego de mucha insistencia de mis amigos, le pregunté al Padre Pío si convenía aceptar la candidatura. El Padre me dijo: ´Metete en la lista y elegite un grupo de gente buena´. Y aquí estoy [ PANDISCIA, Antonio, Padre Pío, 1ra. Ed., 15 reimp., San Pablo, Buenos Aires, 2013, trad. Guido Dolzani, p. 119].

         Si la NTPP es la doctrina moral católica sobre la participación política, ¿cómo es que el santo de los estigmas no la conocía y de ese modo la violaba dando un consejo tan escandaloso? ¿No le bastaba con ir a votar públicamente que además se metía a aconsejar entrar en la partidocracia y disputar las elecciones en San Giovanni Rotondo? Si el único modo de intervenir en la política es desde los cuerpos intermedios, ¿cómo no se le ocurrió aconsejarlo y le dijo metete con gente buena, hay que desalojar a los comunistas en las elecciones con sufragio universal? Y si el profesor Sala compitió y ganó en las elecciones, ¿por eso negó la primacía de Dios en la sociedad y apoyó la democracia de la soberanía popular y la cuantofrenia?”.


Carlos el Hechizado

         Carlos Arnossi (en adelante E.M.P.A: EL MAL PIBE DEL AÑO, según un arcaico dialecto bataglianensis), no debió hacerse eco de este nuevo sofisma de Héctor Hernández. No, al menos, por respeto a los largos años en que hemos compartido juntos altar, eucaristía, familiares y amigos. Debió darse cuenta de que estaba frente a un disparate argumentativo, pero sucumbió ante el hechizo. Soy comprensivo y entiendo: a mí me echaron de la UCA en 1985, para nunca más entrar. Según Monseñor Blanco, entonces rector, la expulsión tuvo lugar porque  “no necesitaban un cruzado ni querían pequeños émulos de Genta y de Sacheri” [sic]. No da prestigio académico juntarse con un expulsado y cuasi excomulgado. Carlitos, en cambio, como el Dr. Hernández, son hombres de Puerto Madero. Tienen todo Alicia Moreau de Justo por delante y no corren riesgos de que los confundan con templarios. Y si Blanco era radical, Tucho es bergogliano o paraperonista. ¿A qué juntarse con un paria eclesiológico y político como yo? Mejor tomar distancias.

         Pero vayamos al utrum, como dice Hernández cuando se baja del tablón futbolero y habla fino.

         En mi tríada sobre la democracia (La perversión democrática, La democracia: un debate pendiente, vol.I y La democracia: un debate pendiente, vol.II), le he dedicado largas páginas a contestarles a aquellos que manipulan, reducen y jibarizan a las figuras prestigiosas, santos incluidos. En estas páginas –que son muchas y que no debo reproducir ahora- analizo, por un lado, lo que dice el Libro de Job: “no siempre son sabios los grandes hombres” (Job 32,9). Analizo asimismo el drama hermenéutico de la letra que mata al espíritu, el mito de la omnisciencia y de la infalibilidad adjudicada a los arquetipos, y la facilidad con que se pueden construir entimemas en el discurso; esto es, silogismos truncos o engañosos, amparados en premisas, conclusiones o peticiones de principios llenos de trampas.

         Analizo la patológica reversibilidad que se comete toda vez que se exhibe a un santo votar y se pretende hacernos inferir que el voto es santo. Algo así como mostrar una foto de Stalin en el Seminario de Tbilisi para fomentar las vocaciones sacerdotales. Analizo, en suma, los alcances del “humanum fuit errar,diabolicum este a animositatem por error manere” (San Agustín,Sermón 164,14). Y lo más inquietante, tal vez: analizo cómo esas figuras paradigmáticas que se me enrostran, para hacerme quedar en oposición a su magisterio católico o tradicionalista, bien estudiadas, terminan dándome la razón. Esto último es patético –se los cuento en confianza- y me sucedió estudiando cada uno de los dieciséis casos presentados triunfalmente por Hernández. A cada contradictor que me remitía, el mismo me terminaba dando la razón y potenciando mi tesis. Fueron los únicos momentos de solaz en disputatio tan árida.

         Tampoco me he dejado de ocupar del caso particular del Padre Pío, ahora invocado con sones victoriosos de urnas y escrutinios. Hay unas páginas del volumen II de “La democracia: un debate pendiente”(504-509), en las cuales el lector atento podrá hallar las explicaciones pertinentes; esas que Hernández ignora. Prevengo, por las dudas, que quien las lea, lejos de querer que lo fotografíen votando, preferirá probarse la camisa negra con el fascio primorosamente bordado.


El facebook que no fue

         Si Carlos Arnossi (E.M.P.A) no hubiera faltado a la prudencia por impremeditación, si no hubiera sucumbido al estado servil (¡perdón Belloc!), sin dejar de reproducir el texto del Dr. Hernández, y a continuación del mismo, tendría que haber acotado algo como lo siguiente:

         “Vea, Don Héctor. Conozco bien a Antonio, y tengo el volumen I de su Respuesta a Hernández porque me lo regaló personalmente. De modo que escúcheme con atención: 1º) Caponneto no fabricó ninguna NTPP como usted la llama, con su obsesión de inventar neologismos y periparlas. Una vez más está incurriendo en el sofisma del espantapájaros; 2) Si la NTPP la inventó Antonio, y como su sigla lo indica, es una nueva teoría, no sé porqué se pregunta usted cómo no la conocía el Padre Pío. Se supone, según su lógica, que no la conocía porque la acaba de inventar Caponnetto; 3) Nadie ha dicho –ni siquiera el autor con el que usted se pelea- que “el único modo de intervenir en la política es desde los cuerpos intermedios”. Esta es otra de las manifestaciones de su insuficiencia hermenéutica, para decirlo benignamente. En rigor manifiesta otra cosa, pero queda feo decirlo; 4) El consejo que le dio el Padre Pío al Profesor Lasa, de combatir al comunismo mediante la democracia cristiana, es objetivamente un mal consejo; y corrobora lo que decía el Padre Alberto Ezcurra hablando de Monseñor Tortolo: que se puede ser santo y no entender un corno de política; 5) No sabemos si el Intendente Sala negó o afirmó la primacía de Dios en la sociedad. Pero ni a lo uno ni a lo otro lo habilitan “la democracia de la soberanía popular y la cuantofrenia”, como usted adecuadamente la menciona. Porque el número no comunica con el bien. Lo aprendí hasta en la UCA. Si afirmó la primacía de Dios no fue porque ganó las elecciones, sino a pesar de haberlas ganado, y de puro gringo tutto cuore que era; 6) El Padre Pío fue bastante fachistón y monárquico; más bien un anti-sistema y piantavotos. Por lo menos de los votos de los obispos felones que le hicieron la vida imposible y lo acusaron de loco. Sería mejor cambiar de santo para llevarle la contra a Caponnetto. ¿Qué le parece Escrivá de Balaguer o el Beato Montini?; 7) Si usted quiere que el Padre Pío lo ponga en contradicción a Caponneto con la doctrina católica que él defiende en materia política, debería encontrar al menos una carta del santazo de Pietrelcina en la que este dijera: a)que del vientre de la urna sale la verdad, tal como lo afirmara Ricardo Balbín, Doctor Communis y Silvestre; b)que todo poder viene del pueblo; c)que el liberalismo es virtud; d)que la partidocracia es un Cenáculo Orante; e)que las constituciones masónicas son mejor que el Levítico y el Código de Manú. Mientras no aparezca nada de esto –y ya inventarlo sería mucho- será mejor que leamos de nuevo a su oponente.

         Pta: Don Héctor, le aviso que Caponnetto también leyó el libro de Antonio Pandiscia, y que no pudimos evitar que descubriera que en la p. 123 se dice que “el Padre Pío, como se sabe, tenía poca simpatía por los políticos, poniéndose más bien severo en su presencia”; que en la p. 179 se repita que “el Padre Pío no tenía mucha simpatía por la clase política”; y lo que es peor, que en el capítulo XXVI se relata un encuentro entre Aldo Moro y el santo de los estigmas; y que en tal solemne ocasión, el Padre Pío, en vez de aprovechar para pedirle un carguito o anotarse en alguna interna de la Democracia Cristiana, o sugerirle algún lema de campaña, le espetó secamente: ‘¿Cuántas veces por día rezas al Señor’?(p.124).  Así no vale, Doctor, cuéntele todo al público”.

         Como no tengo facebook –pues lo acabo de incorporar a la nueva lista de pecados, junto con el de votar o pasar por la puerta de un comité, le sugiero a Carlitos Arnossi que ponga en el suyo el texto precedente. Será justicia.


Cuando los santos vienen votando

         Pobre el morocho Louis Armstrong, que canturreaba con su vozarrón de trueno que los santos venían marchando. Ahora, para verificar la N.F.H.H llegan votando. Y en vez de postuladores de sus respectivas causas traen atentos y diestros fiscales de mesa. Es más, según los exégetas mayormente audaces de la N.F.H.H, parecería que han llegado a los altares a fuerza de sufragar universalmente, sin perder nunca una elección, como Menem; y más de uno –me estremezco al escribirlo- habría levitado en la ascética soledad del cuarto oscuro. El quedéme y olvidéme de San Juan de la Cruz, según pudo saberse, no describe tampoco ningún trance místico del poeta, sino el instante sacro en que, camino a sufragar en Fontiveros por el candidato del Partido Descalzista, olvidó la boleta en su sotana carmelitana. Además, también ha trascendido, tras los últimos estudios demobíblicos, que al proverbial “Non possumus” de los Apóstoles (Hechos 4,20), habría respondido la bancada macrista, globo al viento: “¡Sí, se puede!”.

         Los caballeros de Infocaótica, por ejemplo, recibieron un brevísimo fragmento de la obra monumental de Toribio Minguella, Biografía del Ilmo Sr. D.Fr.Ezequiel Moreno y Díaz (Barcelona,Gili,1909), que tuve la posibilidad de conocer gracias al Padre Baltazar Pérez Argos, noble varón y cura extraordinario, a quien el humor afectuosísimo de Blas Piñar llamaba el “Argosnauta”. Con el diminuto fragmento en la mano, los Infocaóticos señalan: que San Ezequiel Moreno Díaz no era caponnettista; que “anima a los fieles a combatir también en el ámbito de la política partidaria”; que la prueba de  ello está cifrada toda en este texto suyo: “Hoy, entre nosotros, la revolución ha escogido el campo de batalla para la lucha (en las elecciones); y en ese campo deben también luchar unidos los buenos católicos, vigilando mucho no entren en las filas falsos hermanos que sirvan al enemigo y faciliten su triunfo” (cfr. Infocaótica, Un santo liberal, no donatista, lunes 22 de febrero de 2016).

         Primero recomiendo leer entero el librazo del Padre Minguella. Hay largas reproducciones de Cartas Pastorales de San Ezequiel, como la del 25 de enero de 1898, en la cual refiriéndose a los liberales en todas sus especies (sufragistas, malminoristas, partidócratas, electoraleros, masones, etc) pide para ellos: “¡Castigo! ¡Humillación para esos hombres! ¡Cambiaron á Dios por el hombre, al Criador por la criatura, lo infinito por lo finito! Otro dios de los liberales es ‘el pueblo’. Este es el ‘soberano’ que quiere, vive y reina. Hay que seguir 'la voluntad del pueblo’. El pueblo decide y manda, y lo que él decide es ley, y lo que él manda hay que hacer. Nada se puede hacer que no lo quiera y mande el pueblo. ¡El pueblo en cambio de Dios! ¡Castigo! ¡Humillación!”. Muchas ganas de presentarse a elecciones, digamos que no quedan.

         Segundo, recomiendo estudiar a fondo la vida y la obra de este santo, para lo cual hay abundantísima bibliografía(no se olviden del ensayo de José Fermín Garralda Arizcun, entre otros) y sus mismas Obras Completas recogidas en cuatro volúmenes (cfr. http://www.lalibreriacatolica.com/index.php?). San Ezequiel fue el principal predicador de la guerra armada contra el liberalismo, llamada La guerra de los mil días, cuando la misma estalló en 1899 e involucró a varios partidos y a varios países. Sus arengas para el combate y para disponerse a matar y a morir por Jesucristo, pasando a degüello a los liberales, si fuera menester, tampoco dejan muy motivados a los fieles como para resignarse a hacer la cola e ir a votar mansamente. La verdad es que cuanto más lo estudio, más me doy cuenta de lo corto que me quedé en mis libretes adversus democracia. Si hasta tuve la pesadilla de que pasaba por la UNSTA y me confundían con Gabriel Zanotti.

         Tercero, recomiendo que se entienda el telón de fondo delante del cual San Ezequiel sugiere a los fieles combatir también en el ámbito de la política partidaria. En el tiempo y espacio que le tocó vivir, era como decirle a los católicos argentinos que no permanecieran neutrales entre el Partido Unitario y el Partido Federal. O como decirle a los españoles de 1936, que no les fuera indiferente ser partidario del Alzamiento Nacional o partidario de la República. Precisamente porque, además de expresiones con eventuales formalidades partidarias eran, por sobre todo, más que partidos, poderes y cosmovisiones antitéticas y en pugna militar, de cuyas respectivas victorias o derrotas dependía la suerte misma de la Fe.

         Cuarto, recomiendo que no se dejen llevar por la N.F.H.H, y que entiendan de una vez por todas que  nadie ha dicho que elecciones y partidos son intrínsecamente perversos. Depende de qué y cómo se elija, y depende de las condiciones, requisitos y circunstancias bajo las cuales podría funcionar temporariamente un partido.

         Quinto, recomiendo que alguien explique el texto mágico del santo, traído a colación, en el fondo, y como tantos otros, para justificar aquí y ahora que nos metamos en algún partidito ganador, que nos conchaben en alguna municipalidad manejada por amigotes, o que nos presentemos a candidatos por si de rebote pescamos algo. Eso sí; todo para que no me roben el coche y pueda ir con mi familia numerosa a participar de la misa de siempre. Porque está visto que, para algunos despistados, nada más coherente ahora que ser tradicionalista y democrático. (-“Cuánto tiempo haces que no votas?” -“Padre, voté a un corrupto, absuélvame. Pero le juro, lo hice por las nenas, vio, como el Diego”. –“No, hijo, ¿no has leído la N.F.H.H? Ahora el pecado consiste en no practicar la mentira universal”).

         Porque el texto de San Ezequiel reproducido dice: a) que el campo de las elecciones es el propio de la Revolución. Ergo, el contrario, el de negarse a las elecciones, sería el nuestro, el de los Contrarrevolucionarios; b) que no obstante, parecería que en ese campo electoral enemigo también deben luchar los buenos católicos; no sabemos si incendiando las urnas, como Barrionuevo, robándose las boletas, como en Tucumán o haciendo fraude patriótico, como el de los hidalgos conservadores de hogaño; c) que es preciso andar unidos y vigilando mucho no entren en las filas falsos hermanos que sirvan al enemigo y faciliten su triunfo”.

         ¿De qué está hablando San Ezequiel? ¿En qué filas no deben entrar falsos hermanos? ¿En la de la partidocracia, en las del sistema, en las del masonismo, en la de los partidos católicos? La respuesta, repetimos, no está en este magro fragmento arrancado a un libro inmenso, sino en la vida y en la obra del santo varón de Cristo, ejemplo de todo, menos de facticismo, oportunismo y maquiavelismo político. La verdad es que invitar a elecciones y a campañas partidocráticas de la mano gloriosamente ultramontana de San Ezequiel Moreno Díaz, es como invitar a una tertulia del Salón Literario auspiciada por Ciriaco Cuitiño.


¡Contra-Ofensiva ya!

         Duele decirlo, pero chacoteamos para no llorar. Porque esto de andar buscando santos votadores del ayer para apañar las felonías democráticas de hoy, huele más a blasfemia que a recurso intelectual. Sí; a esa blasfemia que le escuchamos vociferar a los Montoneros en los ’70, cuando entonaban: “San José era radical /y María socialista/ y tuvieron un hijito/ montonero y peronista”. Yo supe enfrentarme de joven contra una recua que la cantaba en la Facultad. Me pasó lo de Guadalete: “...que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”. Pero de viejo, no pensé que los blasfemos estarían disfrazados de propia tropa.

         A los de la Orden Neo-Jansenista que presido y a los socios del Club Torre de Marfil, al que estoy afiliado, los invito a rezar una novena en desagravio al Padre Pío, a San Ezequiel Moreno Díaz, y al Cura Brochero, que como era radical será canonizado el próximo 16 de octubre. Un día antes de la Solemnidad del Lavatorio de Patas.

         Pero como a Dios rogando y con el mazo dando, propongo tomar por asalto la sede de la Congregación Para la Causa de los Santos y canonizar a Alberto Falcionelli y a Rubén Calderón Bouchet. ¡No nos podemos quedar sin santos antidemocráticos, mientras los cultores de la N.F.H.H ya nos sacan tres o cuatro cuerpos de ventaja! De última a Falcionelli lo podemos hacer pasar por pro soviético; ¿quién va a leer sus tomos sobre Rusia y descubrir que en verdad era un feroz luchador contra el bolchevismo? Y Don Rubén tuvo la precaución de escribir “La valija vacía”, que bien podemos venderla como una defensa de Antonini Wilson, el amigo de Cristina, o sea del Papa Francisco. Así postulado, ¿quién le negará entonces en Santa Marta una santa-subitez?


Sí Osés: Esto se acaba

         Esto va a terminar mal, recuerden amigos. Mis contradictores están  desesperados por encontrar justificativos de toda especie a su inserción en el Régimen, a su convalidación del sistema, a su posicionamiento siquiera de rondón en el Modelo. Están desesperados por ser a la vez tridentinos y revolucionarios, tradicionalistas y democráticos, reaccionarios y modernos, sin que sus hijos les reprochen mañana: “papá, sé por quién votaste el domingo pasado”. No se puede de día sufragar por Macri o por Scioli, y de noche leer la Quas Primas. No se puede cooperar con el mal y pretender después que tal  cooperación está recomendada en el Misal de Azcárate. O no se leyó bien el Misal, y esto hizo Hernández, o se ha perdido la conciencia de la cooperación culposa. Y esto padecen casi muchos.

         Unos lo hacen porque creen que en esto consiste la humana e inacallable condición del hombre como “animal politicus”, según notable y textual definición de Francisco en una de sus pastorales aéreas. Son los eruditos a la violeta, de los que habla José Cadalso. Si en algún lado muere la noble, genuina y legítima politicidad del hombre es en el hampa de la partidocracia, en el sacrilegio de la soberanía popular y al pie de las urnas sarnosas.

         Otros lo hacen porque no han descubierto ni valorado aún que hubo vida política antes de la democracia, y por impracticable que esa vida política pueda parecerles, y así parezca nomás, predicarla y serle fiel en lo poco, aún en la adversidad y en el fracaso cantado, es el mejor modo de asemejarse al Ecce Homo, Señor de la Historia y Vigía de las Patrias.

         Otros lo hacen por ceguera pragmatista y activista. Para ellos, hablarles del sentido parusíaco, del testimonio final, de la posibilidad del martirio, de la soledad en la Verdad antes que del error en compañía, del último pelotón spengleriano o de la pusilla grex apocalíptica, es incurrir en rigorismo y cuaquerismo, y perderse el carnaval carioca de la fiesta intramundana. Y están los que lo hacen de puros desorientados. Porque no se han dado cuenta de que se ponen a fabricar sombreros justo cuando a los hombres se les da por nacer sin cabeza.

         Me he cansado de encontrar y de transcribir testimonios de personajes de nota –todos ellos ajenos y opuestos a nuestro ideario- que ponen muy seriamente en tela de juicio la validez de la participación democrática, la representatividad de los partidos, la legitimidad absoluta de las mayorías electoraleras. Hay toda una corriente politicológica –con exponentes que van desde el liberalismo hasta el anarquismo- que está descubriendo y protestando la inutilidad del sistema que se tenía por “deber sacro”.

         Estoy escribiendo esta carta y el infeliz de Natalio Botana saca su enésima noteja en La Nación (18-3-16), lamentándose del malestar y del deterioro que se registran hoy en las democracias. Cuando los malos parecen recuperar el sentido de lo obvio, los nuestros se lanzan a preguntar por qué la nieve es blanca. Los psicólogos hablan de regresión. Me parece que se llama agachada.

         Pero otros próximos hay en cambio, que de este modo comodón y ambiguo actúan, porque ya no existe el cónsul Escipión que les diga a los asesinos de Viriato que Roma no paga traidores. Todo ha cambiado. Roma ofrece y otorga ahora abultadas recompensas a los felones. No necesariamente en monedas, pero sí en documentos oficiales llenos de requiebros y de ternuras para los amantes de la democracia, y de condenas fulminantes a los refractarios.  

         No les ha bastado con ver el estropicio de la democratización de la liturgia, de la Jerarquía, de la doctrina, de las Sagradas Escrituras, de la mismísima administración de los sacramentos. No les ha bastado con el pueblo de Dios, pero contra Dios, entronizado después del Concilio en nombre del horizontalismo populista y nivelador. No les ha bastado con la herejía de proclamar a la democracia el eco temporal del Evangelio, ni con ver la tierra doctrinal arrasada que deja tras sus pasos, para nuestra deshonra, el primer Papa peronista de la historia de la Iglesia. Ni han tenido suficiente con los santos súbitos o bien pagá, besadores del Corán, exculpadores de los deicidas, antiguos simpatizantes partisanos, aliadófilos a la carta, profetas del calvinismo y cultores del saduceísmo.

         Van por más. Por la democracia morbosa de la que se quejaba Ortega. Y entonces, necesitan santos votando, como si la recíproca surgiera por causación necesaria. Votó un santo; luego el sufragio universal es santo. La falsa espiritualidad que tergiversa la santidad, presentándola,no como una conquista extra-ordinaria, sino como la ramplona acumulación de la vida ordinaria, ha fructificado peligrosamente entre los nuestros.

         No conmueven los estigmas, ni la conversión, ni las persecuciones, ni la lepra contagiada por amor a Cristo. Lo conmovedor es ver cómo votan estos hombres. ¡Pasen y vean! ¡Miren qué fácil es ser como ellos! Si hasta tienen una Prelatura que los entiende: “Para tí, que deseas formarte una mentalidad católica, transcribo algunas características: -afán recto y sano –nunca frivolidad- de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia[...]; -una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida”(Surco, 428).

         ¡Ah, apisonadores de adoquines, moscas de la plaza pública, plebeyos sin trata  ni cura, protagonistas del domingo municipal y espeso de la historia, aprendices de Tersites, imitadores de Calicles, plana mayor de Cirsilo, ciudadanos del Khali Yuga, sigan buscando santos votadores! Cuéntenlos, súmenlos, incorporénlos a las estadísticas y a las encuestas. El Santo de los Santos murió por decisión de la mitad más uno. Llegó al Gólgota tras una tremenda paliza electoral que no necesitó de ballotage siquiera. Todo era legal en aquel trágico recuento de votos. Autoridades de mesa, escrutinio cantado, bocas de urna a la vista, aclamaciones masivas, el esplendor demoníaco de la voluntad popular piafando salvajemente, al galope desplegado de corceles negros como la tortura. Barrabás era un puntero del Partido Zelote. Merecía ganar. ¿Por qué perder el voto en cambio siguiendo a un hombre visiblemente sin chances de triunfo, aún en el distrito electoral de su Nazareth natal? Crucifíquenlo y asunto terminado.

         Perdónalos María. Tú, Señora, sólo hiciste sufragios por las almas de aquellos que redimía tu hijo desde la Cruz. Tu Hijo: el perdedor político de aquel horrendo y fundante sufragio universal de la tierra.        


Prólogo y Despedida

         Empecé diciéndoles que salió el volumen II de “La democracia: un debate pendiente. Respuesta al Dr. Héctor Hernández”. Lo que no les dije es que –como ya lo había anticipado en el volumen primero- en el prólogo de este nuevo libro explico porqué no seguiré adelante con el debate. El prólogo es breve; de modo que no les costará anoticiarse.

         Pero tras leer el libelo de Hernández, más me confirmo en lo correcto de mi decisión. Los defensores del “votopartideo” en la Argentina de hoy, no atienden ni entienden nada. Quieren pensar y salvar la Argentina por un mero acto de voluntarismo, creyendo que el fin justifica los medios, a grupas del sistema que llevó a la patria a ser esta cosa impensada y condenada que presenciamos con estupor. Para pensarla y salvarla hay que hacer lo contrario de la Revolución, y no una revolución en contra, según aserto inmodificabe del viejo De Maistre.
Tras los oropeles vistosos de una disputatio académica, o las declamaciones sobre la contribución al bien común, o las disquisiciones sobre lo que enseñan los moralistas (sin preguntarse jamás algunos guardaespaldas del votopartideo qué dicen esos mismos moralistas sobre atacar desde el anonimato a quien los contradice ), en realidad, están calculando con quién caer mejor parados. O, como lo han dicho inverecundamente, con qué candidato evitar que les roben el coche. Bendito sea Dios que nunca tuve uno, y me da la libertad de que no me importe si me lo quitan. En esto soy bergogliano, perdonen: me tomo el subte.

         Es así les digo, aunque suene petulante. No entienden ni atienden.
Pero hay alguien que entendió, y es rarísimo que se trate justo de él. Vale la pena terminar esta carta explicándolo en dos trazos.
El homo transfigurationis

         Cuando en su libro “Humanismo. Fuentes y Desarrollo Histórico” (Buenos Aires,Decus,2004), Carlos Disandro explica lo que es el paradigma de la antropología católica, tras retratar al homo theoreticus, al conditor y al viator, correspondientes a la cultura helénica, romana y hebrea, respectivamente, se detiene en una cuidadosa exégesis del diálogo entre Cristo y Nicodemo, que está en el capítulo III del Evangelio de San Juan. De allí surgen las nutrientes para inteligir al hombre tal como es y debe ser en la inteligencia católica.

         Y lo que surge es el hombre capaz de transfigurarse por la gracia, de volver a nacer, no en la carne y la materia, sino por el Agua y por el Espíritu Santo. Es el hombre que puede tener la certeza de que Dios se hizo hombre. Y por lo mismo, el compromiso ontológico de que todo cuanto piense, diga y haga estará ordenado a Dios. Ya no puede ni quiere servir a dos señores.

         En las demás antropologías hay una relación de abajo hacia arriba. Aquí es gloriosamente al revés. Lo de Arriba ingresa en lo histórico, lo Alto se abaja, el Verbo se hace carne, lo Invisible penetra lo visible, la Eternidad inhiere en el tiempo. Ya no todo es cuestión del hombre, empezando por Dios. Ahora se sabe que todo es cuestión de Dios, empezando por el hombre. Y que sólo, exclusiva y únicamente en esto, radica la tan mentada dignidad del hombre: en ser capax Dei, homo transfigurationis.

         El tumor espantosísisimo que corroe a toda la antropología moderna –empezando por la que se enseña hoy en la Iglesia- es la supresión del hombre de la transfiguración y su correlato lógico: el destronamiento del Gran Transfigurador. En consecuencia, todo resulta historificado, des-eternizado, inmanetizado,  secularizado: subvertido. Es el primado brutal del naturalismo.

         La política, dice Disandro, no ha escapado a esta tragedia. “En la ubicación respecto de la política, el concepto de poder se ha convertido para el cristiano en la mera cantidad de votos; esto significa una secularización del sentido cristiano del poder. Así en todos los sentidos y aspectos de la comunidad; se confunde entonces cristianismo con justicia social. El cristianismo no es eso. No decimos que la justicia social no sea una cosa importantísima que debamos llevar a la práctica, pero ello será imposible si no la enraizamos en el principio verdadero. La justicia social no puede estar desvinculada de cuanto venimos explicando [el renacer del hombre por la gracia]. Esta desvinculación no tiene sentido para el cristiano y además es un absurdo, aparte de ser una herejía. Se trata de una cuestión fundamental: lo que decimos de la justicia social podemos decirlo de la política. Una política de inspiración cristiana que deja esta cuestión de lado, nada tiene de cristiana. Será otra cosa pero carece fundamentalmente de la significación cristiana” (ob.cit,p.145-146).

          No me vengan con el zonzo argumento ad hominem. Yo sé muy bien quién es Disandro y todo lo substancial que nos separa de él. Y sé muy bien que esto que acabo de transcribir entra en colisión con lo que él mismo hizo en materia política. Peor para él si se contradijo. Lamento y repruebo su incoherencia, pero celebro y admiro la hondísima certeza del modo católico de concebir la política que manifestó en estas páginas.

         Si matamos al homo transfigurationis, y en su lugar entronizamos al homo calculator –la tipología sigue siendo disandrista- ya no será posible edificar la política ni la justicia social que aquel cinceló en la Edad Media Cristiana, y que ha de llamarse media, porque el homo mediator la protagoniza y ejecuta. Esto es, el mismo hombre de la transfiguración que quiere hacer de pontífice, de puente, de enlace entre los visibilia e invisibilia Dei. Pues sabe que, en la medida en que se convierta en un pontón fiel y leal, todas las cosas podrán ser instauradas en Cristo. Tal vez ahora se entienda mejor, porque los mismos guardaespaldas de la tesis de Hernández, le han dedicado también su tiempo a cascotear el rancho de la Edad Media. Saben lo que hacen estos muchachos.

         Se darán cuenta el sinsentido que tiene para mí proseguir este debate. No me interesa quedarme con la última palabra, ni que me levanten el brazo  en el ring prosaico de los pugilatos ideológicos. No ando ni anduve nunca por la vida marcando con el dedo a los presuntos o reales pecadores, y me importa tres belines qué hace cada quien con sus bragas, sus candidaturas y sus boletas electorales. No tengo por ídolos a Kant, ni a Jansenio ni a Donato. Sigo sin poder sacarme del alma esta imagen que marca mis predilecciones políticas, morales y filosóficas: Genta, el hombrevida chestertoniano por antonomasia, partido al medio por once balazos, yace en su féretro. Yo, con mis veintitrés años flamantes, lo miro rezando y rezo mirándolo. Es el icono de la política católica. El hombre de la transfiguración y de la mediación. El hombre de las misiones en aislamiento y en soledad, sin poderes terrenos ninguno, a contracorriente del mundo, de las elecciones, de los partidos, de los acomodos, de los maridajes.

         Además, aquellos con quienes se supone debería debatir, son personas cultísimas, no lo niego, pero no entienden en serio cuál es mi mensaje. Insisto: ni entienden ni atienden. He llegado a la íntima y segura convicción, transida de pena, de que en materia política hablamos idiomas distintos. Ellos están con el homo calculator. Y no trepidan en construir una nueva hagiografía, en la cual, los santos, ya no serán venerados por haber renacido por el Agua y por el Espíritu, sino por haber sido del partido radical, del conservador o de la democracia cristiana. Junto a la neo-hagiografía van cincelando las bases de una neo-historia y de una neo-política. En la primera habría que desmitificar el Medioevo como modelo de Ciudad Católica y presentar a los primeros cristianos –león más, martirio menos- como razonables convividores del Imperio. En la segunda, habría que abrazarse nomás con los secularistas del poder.

         No cuenten conmigo para alimentar esta discordia. Lo que tenía que decir ya está dicho. Pero estoy disponible para festejar la Esperanza; y enarbolada al tope, seguir haciendo lo que humanamente podamos por la patria yerma. Por lo pronto –y para escándalo de pragmatistas- rezar por ella. Alguna vez quise decirlo en versos. Y perpetré esto que no sabría decir qué valor tiene:

La vida de la patria

“Amar a una persona es sentir que se le dice: tú no morirás”

                                                                        Gabriel Marcel



¿Puede morir la patria como mueren los hombres,
en la noche de un día, en la siesta de un alba;
puede finar enferma, con las visceras rotas
y el crujir de sus huesos partidos a mansalva?

¿Puede morir la patria decrépita, sin pulso,
el semblante sin rasgos de su estampa primera,
puede marcharse a grupas de aflicciones y llagas
como en un redomón que cruzó la tranquera?

¿Se nos ha muerto acaso de previsibles males
- por funeral apenas el cimbrar de un laúd -
o acabó fusilada con la venda en los ojos
en un lampo de sangre por los pagos del sud?

No sabré si es respuesta ver la piedra del Ande,
los viñedos, las dunas, el jarillal nevado,
las tejas y los talas compitiendo en la altura,
la calandria en su horqueta de pasto arrebolado.

No sabré si es respuesta tampoco aquel jinete,
domador del rocío sin buscar recompensa,
las millares de voces que aún cantan nuestras marchas,
esa ochava en San Telmo, por la calle Defensa.

Nunca sabré siquiera si es respuesta el acervo
de frailes y de fieles desgranando latines,
los libros que escribimos, la palabra empeñada,
las familias nutridas de cunas y maitines.

Nada sé si es respuesta, pero sé que estas cosas
están vivas, subsisten, residen, permanecen;
y estas cosas son patria, son la patria de siempre,
empeñada en quedarse cuando todos fenecen.

Son ónticas presencias que vencen el derrumbe,
son materia y son forma de argentinas aldeas,
el tiempo y el espacio del pequeño rebaño
mientras lleguen los cielos junto a las tierras nuevas.

La Ciudad será salva si algún justo la habita,
si el Angel que la abraza no rinde su ballesta,
o un abril imprevisto nos cubra de banderas
la semántica antigua de la palabra gesta.

Pero si ha muerto y dicen, de muerte irreversible,
en la conjura roja del odio y la vesania,
te pedimos Dios Nuestro que nos la resucites
como hiciste hace siglos, una tarde, en Betania.


Antonio Caponnetto


Nacionalismo Católico San Juan Bautista