San Juan Bautista

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jueves, 26 de noviembre de 2015

Fronteras abiertas: el suicidio colectivo de Europa - Judica me, Domine



El siguiente vídeo fue publicado en Youtube, pero removido del mismo. Ahora se encuentra en la versión rusa “rutube”.

Nota de NCSJB: El siguiente video muestra la verdad sobre la violenta  inmigración islámica que promueve la judeomasonería a través de la Unión Europea como uno de sus tentáculos, así como Bergoglio hace lo propio engañando a la feligresía católica con la misma promoción a la que agrega la del sincretismo para complementarla.  

Si bajan el video de youtube pueden verlo del link de la página rusa rutube




Nacionalismo Católico San Juan Bautista

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Ante religiones acatólicas – Fr. Alberto García Vieyra O.P


  La actitud del catequista católico ante religiones acatólicas, sectas disidentes, debe ser vigilante, y de ningún modo pusilánime y contraria a la debida confesión pública y explícita de la fe católica. De otro modo puede inducir a sus catequizados a un deleznable sincretismo religioso, que la Iglesia no acepta desde los Apóstoles hasta ahora.

  En síntesis, debe tener en cuenta lo siguiente:

  Primero, guardar y enseñar la integridad de la revelación y de la fe.

  Segundo, lo que las sectas tienen de positivo encuéntrase ya en su estado auténtico en la Iglesia Católica.

  Tercero, las sectas disidentes subsisten solamente por su polémica contra la Iglesia Católica, o porque son religiones de Estado, como ocurre con el anglicanismo en Inglaterra o el luteranismo en los países escandinavos. En Estados Unidos existe un interés muy sugestivo por la propagación de las sectas en los países sudamericanos; eso las hace subsistir, a pesar de no importar ningún valor religioso.

  Cuarto, como contenido religioso, las sectas disidentes constituyen un humanitarismo naturalista que busca sus antecedentes en la historia de las religiones. Actualmente estamos lejos del protestantismo antiguo de Lutero o de Melanchton. La fe informe de la herejía inicial, termina por derrumbarse; la teología no puede subsistir; acaban por no poder interpretar las formas vivas de la piedad y reducir todo a algo menudo y tangible como son las religiones primitivas. Por eso buscan sus antecedentes en lo afectivo o en religiones primitivas. Es el cristianismo herético que ha renunciado a ser algo de Dios, pasando a ser algo del hombre.

  Quinto, como estructuras religiosas, vale decir, como cosas que se refieren al culto, explicándolo o justificándolo, los cultos disidentes no encierran ningún valor positivo, y sí mucho de negativo. Un valor religioso es positivo cuando se ordena a la salvación, o sirve en alguna forma a la misma. La salvación en la herejía es imposible; la herejía es pecado contra la fe e implica, además, la subestimación total o parcial de la verdad revelada. Las sectas disidentes, cualesquiera que sean, constituyen un elemento negativo de corrupción intelectual, de desintegración personal y social; originan la confusión en mentes poco precavidas con sus problemas de crítica callejera.

  Sexto, como grupos sociales, las sectas son (como su nombre lo dice) una sección. Una secta es algo antagónico, origina la división, siembre el antagonismo, implica una escisión; la fe es el primer elemento de cohesión social. El hombre trabajador, que no ha tenido tiempo para otros estudios, debe gozar tranquilamente de su fe, llevar su vida de cristiano, educar cristianamente a sus hijos y salvarse en la última hora. Es un absurdo llevar a cada individuo en particular la cuestión de cuál sea la verdadera Iglesia.

  Además debemos tener en cuenta que un vecino protestante es un problema para el buen padre de familia, que justamente debe temer el contacto de sus hijos con un hereje. Nosotros decimos que no debe tolerar ese contacto.

  Los cultos disidentes no se atienen a la revelación. Niéganlan total o parcialmente. El protestantismo ha luchado durante cuatro o cinco siglos por negar la inspiración divina de la Escritura. La exégesis protestante siempre fue negativa, quiso reducir los libros santos a libros vulgares. De aquí resulta que han perdido todo sentido de la Palabra de Dios. Por eso decimos que no se atienen a la revelación, descuidan lo prescripto de manera positiva por Dios; luego los cultos disidentes no constituyen un servicio de justicia para con Dios, son una adulteración y una injusticia formal.

  En las cuestiones sobre el martirio y la herejía, Santo Tomás en la Suma Teológica expone cuánto importa la integridad de la revelación. Al tratar de la herejía, en el tratado de la fe, afirma que debe castigarse al hereje con la pena capital: “no sólo ser excomulgados sino ser entregados a justa pena de muerte” (II.II,q.11,a.3.). La razón es el gravísimo daño a la comunidad. La herejía es un daño irreparable que importa nada menos que la eterna condenación. Antes que la perdición de todos o de un gran número de seducidos por la herejía, es preferible la de uno solo.

  Es interesante que pensemos en todo el mal que sigue a la herejía. Hereje es quien atenta contra la integridad del dogma o de la revelación; implica un rompimiento culpable de la unidad de la fe; en el orden social, la creación de estructuras pseudoespirituales que entorpecen la visión de las condiciones de salvación.

  En las cuestiones sobre el martirio reaparece la importancia de conservar la integridad de la revelación y de la fe. Prefiero la muerte y salvar mi alma antes que perderme en cuerpo y alma en el infierno. El martirio, como acto supremo de la fortaleza, supone como bien máximo la integridad de la revelación, objeto de la fe sobrenatural; supone que es un bien que debe conservarse a todo precio, aún a costa de la propia vida.

  Podrían tolerarse los cultos disidentes si pudieran justificar su valor como un bien positivo para el hombre o para la sociedad. Pero no constituyen ningún bien ni individual ni social.

  Volvamos con Santo Tomás a aquel acto supremo en el cual el hombre ofrece su vida en pro de la integridad de la fe. Aquí importa determinar exactamente cuál es el bien humano por excelencia, ya que la propia vida es un bien de tan alta categoría, y se nos pide sacrificarla. Para justificar el martirio tenemos el siguiente principio: el bien racional o humano consiste en la verdad como en su propio objeto, y en su efecto propio que es la justicia (cfr. Suma teológica, II.II,q.124,a.1.). Los cultos disidentes implican un atentado contra la verdad y la justicia. Luego, es imposible justificarlos como un bien para el hombre.

  Si bien la integridad de la fe es el supremo bien del hombre, la pérdida de la fe es un mal también supremo. Notemos lo que implica un valor, y supremo valor, es la firmeza en la verdad y en la justicia, aún con pérdida de la vida. No es ningún valor la complacencia ante el error y la injusticia. Un “acomodo” por cobardía o infidelidad en ningún caso se justifica; la Iglesia es justamente severa en su legislación canónica para la comunicación con los herejes.

  Séptimo, otro perjuicio social de las sectas disidentes es el que ya hemos insinuado de llevar problemas teológicos a la calle. Siempre se trata de alguna cosa contra la Iglesia, alguna objeción clásica contra algún dogma de fe, alguna falsa interpretación exegética, cosas que son familiares a los que siguen los estudios eclesiásticos. Pero viene el falso predicador afirmando en la plaza pública que la inmortalidad del alma es mentira, que la Trinidad es un misterio pagano o que el fin del mundo será para dentro de diez años. Todo esto es absurdo y origina confusión.

  Octavo, las sectas disidentes (anglicanos, metodistas, adventistas, luteranos, etc.) se dividen y subdividen, cambiando constantemente de contenido religioso. No representan nada serio y estable en orden a la salvación y vida religiosa del hombre.





“Temas Fundamentales de Catequesis” – P.Fr. Alberto García Vieyra O.P. Centro de Estudios informáticos Santa Fe–Argentina 1995. Págs. 739-742.




Nacionalismo Católico San Juan Bautista

lunes, 16 de noviembre de 2015

FRENTE AL 22-N - Antonio Caponnetto


   “No participamos de la opinión de los que pretenden bastardear el Nacionalismo poniéndolo en el plano de un simple partido político para entrar en la puja de menudos intereses electoralistas. No creemos que sean las de hoy las condiciones propicias para la resolución de los grandes problemas que afectan al país, por la vía electoral y menos pretender que esa sea hoy una salida honrosa para el ideal que sustentamos. Mediatizar lo que es de Dios y de la Patria al juego a la baja de unas elecciones, a la decisión de una mayoría circunstancial que se deja arrastrar por el canto de sirena de quien demagógicamente más le promete, nos parece una verdadera aberración. Nos parece una aberración a la que siempre rechazó de plano el Nacionalismo [...].Sólo hay una cosa que hay que levantar fundamentalmente en Occidente como verdadera tabla de salvación: la Cruz. A ella nos aferramos”
Jordán Bruno Genta, Hay un solo Nacionalismo, en Combate, Bs As, Año II, 1957.

  

Un doliente hartazgo


  Algunos pocos y benévolos amigos me han pedido cierta orientación u opinión ante los próximos comicios.

  Explico primero el porqué del doloroso hartazgo frente al tema, y luego intentaré expedirme para que no se me acuse de evasivo.

  Nadie está obligado a leerme, ni he perdido el juicio como para tenerme por consultor obligado. Pero si no se me lee, nadie tiene tampoco derecho alguno a criticar lo que pienso. Sencillamente porque no conocen lo que pienso. O lo conocen del peor modo: fragmentariamente, y de mentas; cuando no cargados de elementales apriorismos. Hasta ahora, parecía ser ésta la funesta especialidad de las izquierdas. Pero resulta que el contagio ha llegado a la propia tropa. A la muy cercana.

  Nadie está obligado a leerme, reitero. Pero tampoco pesa sobre mí el deber de volver a escribir los mismos libros cada vez que una circunstancia determinada pone sobre el tapete el tema central de esos libros ya escritos.       Un traumatólogo no escribe sobre los riesgos de las fracturas expuestas cada vez que alguien se rompe un codo.

  Llevo publicados dos volúmenes densos y pormenorizantes sobre la perversión democrática, y está en curso un tercero, del mismo tenor. El número de escritos referidos al punto –aunque en rigor, a cuestiones colaterales y anejas al mismo- podría casi multiplicarse, si contara, no sin razones, dos tomos previos, aparecidos en el año 2000, antologizando textos que publicara en Cabildo durante veinte años.

  Por más modesto que quiera ser al respecto, no encuentro el modo de omitir que he procurado ser detallista, exhaustivo y meticuloso en mis argumentaciones contra el horribilísimo e insalvable sistema político que nos domina, así como sobre la nocividad moral en que incurre quien lo convalida o avala en vez de procurar su destrucción. Ergo, dable sería esperar la misma actitud analítica en quienes no comparten mi postura.

  Lamentablemente no suele suceder así. Y cualquier opinante anónimo de un blog, verbigracia, se cree facultado para descalificar mi tesitura. O peor dicho: lo que suponen, sin leerme de modo íntegro, que es mi tesitura. Las presiones para que me rinda y siente cabeza de católico que “no dogmatiza lo prudencial”, ni tiene “conciencia escrupulosa”, ni “vea pecado donde no lo hay”, se multiplican en vísperas de cada elección, con argumentos cada vez más insólitos. Últimamente, el de acusarme de donatista, platónico, kantiano, rigorista, fariseo, provocador o desafectado de los hipotéticos beneficios que les traería a los militares presos el triunfo de esa porciúncula más del estiércol que responde a la sigla PRO.

  Ninguno quiere dejar en paz a quien, simplemente, -¡vaya pretensión!- procura dar testimonio de coherencia en soledad. A quien no quiere ser útil al sistema, ni incurrir en el activismo partidocrático, ni vivir pendiente de los requerimientos de un modelo corrupto, ni pagar tributo a la corrección política, ni estar desatento al regreso de Jesucristo antes que atento a la huida de los kirchner, minusculando a sabiendas el nauseabundo gentilicio.
 
  Una voluntad tácita de castigarlo y doblegarlo se pone en marcha ante el disidente. El rigorismo de los demócratas es cada vez más circundante y opresivo. No quemar incienso al sufragio universal está penado por la ley y queda el réprobo sometido a figurar en la lista estatal de infractores, oblando su multa. Sin embargo, no es éste el maldito rigorismo que dispara siquiera una línea de condena, sino el nuestro, por no querer sumarnos a la inmoralidad cuantofrénica.

  Los ciudadanos de la democracia están divididos entre los integrados mansamente al llamamiento electoral, que deben tenerse por puros y limpios; y los impuros y sucios que, contrario sensu, desacatan el imperativo de hacer una genuflexión doble ante cada urna. Sin embargo, insistimos, no es a esta demasía a la que se la compara con la casuística de purezas e impurezas del judaísmo, sino a nuestra actitud de no querer contaminarnos éticamente haciendo la fila para rifar a la patria con cada boleta asquerosa.

  En esa ofensiva contra el disidente, lo subrayamos, cualquier argumento es válido. Hasta el de compararnos con los circunceliones del siglo IV. Bandidos desaforados y heréticos, claro; eso seríamos. Como los brigantes franceses, los bandoleros de la Cristiada, los forajidos resistentes al castrismo, o más criolla la cosa: como el Chacho Peñaloza, conductor de los últimos “bárbaros”, al que con el mencionado mote de bandido insultó su verdugo antes de matarlo.

  Imposible no recordar en dos trazos lo que me sucediera en una de las primeras defensas catedralicias, en Buenos Aires. Tras soportar en desigualdad de condiciones largas horas de blasfemias, sacrilegios y obscenidades, aproveché un segundo de silenciamiento de las hordas para vivar a Cristo Rey. Sólo ese grito, lo juro. Sucedió entonces que un señor de civil, muy atildado y correcto, a quien hasta entonces no había visto, se me acercó e -identificándose como comisario en operaciones en el susodicho vejamen- me dijo textualmente: “si usted vuelve a provocarlos, no me deja otra alternativa más que detenerlo”. El infeliz no había leído a San Agustín ni a Baronio. Nada sabía de Makide o Faser, los renombrados caudillejos de los circunceliones. Pero algo había aprendido del mundo y para el mundo: el provocador era yo. Tristísima cosa que así piense, no ya un ignoto y exculpable esbirro del Estado, sino un haz de católicos a quienes tengo por buenos [1].

  Desahogo formulado, enunciemos lo esencial.



Brevísimas consignas


   I.-Independientemente de la inacabable disputatio sobre el mal menor, el domingo 22 de noviembre no hay ningún mal menor que elegir. Es uno solo, enorme,  abisal e inmenso el mal; y le daré los nombres que tiene a riesgo de seguir siendo incomprendido. Ese mal se llama Democracia, Revolución, Modernidad, Inmanentismo. Con cualquiera de estos apelativos, y mucho más con todos ellos juntos, puede sentirse denominado el Anticristo.

   Macri, Scioli, Zannini o Michetti no son los nombres del mal. Apenas si apodos circunstanciales, efímeros, intercambiables y con caducidad a mediano plazo. Si no se entiende la naturaleza y la hondura del mal que enfrentamos, nos tranquilizaremos creyendo que ejercemos la vindicta sobre los marxistas porque votamos a los liberales. Para entenderlo, no lean Cabildo, que es nazi. Pero Los endemoniados de Dostoievsky no puede dejar de leerse. Y allí, no sólo está retratado el carácter preternatural del mal que tenemos delante, sino el error que cometemos al desconocer la circularidad viciosa de sus progenitores y de su prole.

  Mientras redactamos estas líneas, Macri ha dado a conocer la nómina de los centenares de “artistas, científicos e intelectuales” que le darán su voto. Ante la vista del horrísono listado es imposible mantener en pie la idea de que “aquí y ahora [Macri] es lo menos pésimo, porque nos libera aunque sea temporalmente del totalitarismo culturalmente marxista que soportamos” [2]. La contracultura marxista salta de contento con estos personajes, que conciben la política como un “resolver los problemas de la gente”; esto es, con ofrecerles bienestar y paraísos terrenales. ¿Hay algo más sutilmente  próximo al materialismo marxista?

   Asimismo, y ante la vista de los antecedentes pasados y de las conductas presentes de quienes integran la coyunda CAMBIEMOS, es inviable alimentar cualquier optimismo respecto de una reparación histórica sobre la situación de los soldados en cautiverio. Esto supuesto que el fin justificara los medios y que el bien privado esté por encima del bien común. Y que, entonces, para conseguirle a un amigo militar la prisión domiciliaria habría que darle nuestro voto a un hideputa anaranjado o amarillo.

  II.-Votar tiene varias acepciones en el lenguaje político, aún en el clásico. Y hay votaciones que poseen su licitud y hasta su conveniencia. Pero votar bajo las especies del sufragio universal, la soberanía del pueblo, el monopolio de la representatividad partidocrática y la tutela del constitucionalismo moderno, es “la mentira universal”. Sumarse a esa mentira es conculcar el Octavo Mandamiento.

  Como en el caso de la unión co-generadora entre liberales y marxistas o del mal menor, lo que acabamos de decir sobre la calificación moral del sufragio universal, no es una ocurrencia solitaria nuestra (suponiendo que de serlo deberíamos estar forzosamente equivocados). Hemos documentado con minucia la existencia de una sólida y larguísima docencia cristiana y aún no cristiana condenatoria de la inmoralidad numerolátrica. En mis escritos sobre el tema, no he apelado a mi autoridad para sostener esta premisa, que tanto parece molestar, sino a la de una frondosísima catalogación de autores, católicos o no, pontífices o súbditos, contestes en el álgido punto.

  Se me objeta llamar pecado al sufragio universal porque “la Iglesia no enseña tal cosa desde el siglo XIX hasta el presente”[3]. Además de no ser correcta esta aseveración, la perspectiva democrática, como se ve, la forma mentis cuantitativista, ha invadido aún las propias filas de bautizados fieles y lúcidos. Y hasta los buenos católicos, para saber qué es pecado y qué no, deberán acudir ahora  al siglómetro. Como ese traje de baño que pasados dos veranos sin que nos quepa en el cuerpo, nos resignamos a considerar impropio para nuestras carnes, así también serían ahora los pecados para la vestimenta del espíritu. Tienen fecha de vencimiento. Pasada una determinada cantidad de años, si ya no se habla de ellos en la Iglesia, pues sencillamente no existen.

  III.-Conocer y admitir estos principios rectos y procurar darles una aplicabilidad en cada aquí y ahora, no es un error filosófico (platonismo) ni una herejía religiosa (donatismo). Es la olvidada y simplísima virtud de la coherencia. Lo que Jordán Bruno Genta llamaba teresianamente “preferir la verdad en soledad al error en compañía”. Que pueda caerse en excesos o en defectos en su práctica, es riesgo propio de toda virtud. Va de suyo que cada quién hará lo posible por conservar el justo medio moral.

  Nadie dice que “el orden moral y político, si no es cristiano, está irremediablemente corrompido”. Gobiernos hubo en tiempos paganos que pueden merecer nuestro encomio. Y hasta lo mismo podría decirse de ciertos gobiernos paganos en tiempos cristianos. Pero el ordenamiento moral y político que tenemos por delante y bajo el cual se nos propone vivir, es explícitamente anti-cristiano, y aún anti-natural y anti-humano. De allí que esté irremediable e inherentemente corrompido. Y de allí que propongamos enfáticamente la niguna cooperación con el mismo y hasta nuestro módico intento de combatirlo.

  Lo que la política tiene de arte prudencial, y lo que la prudencia tiene de principios e instancias aplicados a casos y circunstancias concretos, no es algo desvinculado de la “batalla de ideas”. Sencillamente porque la operación sigue al ser. La teoría no se confunde con la praxis. Pero ninguna praxis deja de presuponer una teoría, y hasta el praxeólogo puro –precisamente por eso- es deudor de una concepción previa que luego ejecuta.

  Las fuentes de la moral con las que medimos la pecaminosidad o culpabilidad del régimen al que nos quieren obligar a acatar, siguen siendo las mismas que enseña el Catecismo: objeto, fin y circunstancias. Y no hay principio del doble efecto o de voluntario indirecto que pueda servir para mitigar el desbarajuste ético de los colaboracionistas del sistema. No es que tengamos por malo aquello que nos repugna. Nos repugna lo que está objetivamente mal. Es un error el mero circunstancialismo vitalista de Ortega, pero error es también negarle valor moral a las circunstancias en las que elegimos libremente actuar; o desconocer que existe una virtud que rige el obrar en cada circunstancia, que se llama circunspección y que es parte de la prudencia. Es un error y un calvario la conciencia escrupulosa. Pero también lo es el laxismo moral y la pérdida de la conciencia del pecado.

  IV-No somos el partido de los votos anulados, ausentes o en blanco. Nos tiene sin cuidado ser partícipes de un cambio en los cómputos finales del escrutinio. Ni siquiera somos el partido de los abstencionistas. Porque creemos que hay un quehacer político del católico, sobre el cual ya nos hemos expedido en muchas ocasiones, durante largos años. Un quehacer posible, perentorio y necesario, que nos convierte en presentistas no en ausentistas de la vida política.

  La deslegitimación del sistema no depende del número de electores que acudan a los comicios. Es más del mismo criterio cuántico. El sistema es intrínsecamente perverso y por lo tanto incurablemente ilegítimo. Las mentiras de la voluntad popular y de la soberanía del pueblo, no se contrarrestan con el abstencionismo, sino con una prédica infatigable de los sofismas en que se sustentan y con la demostración de que una alternativa práctica nos resulta y nos resultaría posible, si fuéramos capaces de desentendernos de las categorías y de los criterios con que la Modernidad concibe a la acción política.

  Un amigo carlista y reaccionario y empecinadamente ultramontano, nos regaló esta cita de Dominique Paladilhe, contenida en su libro: La grande aventure des Croisés. Se trata de una declaración de Saladino -nada menos- que dice lo siguiente: “¡Ved a los cristianos, ved cómo vienen en multitud, como se apresuran por el deseo, cómo se sostienen mutuamente, cómo se cotizan juntos, cómo se resignan a grandes privaciones”! Lo hacen con la idea de que por ello sirven a su religión; he aquí porqué consagran a esta guerra su vida y su riqueza. En todo esto no tienen más causa que la de Aquél que adoran, la gloria de Aquél en el que tienen fe”.

  Buena reflexión para tiempos electorales que coinciden, además, con una nueva embestida del Islam, en la que ya no hay Saladinos ni mucho menos un Cid ni un Juan de Austria. Buena reflexión ante esta nueva y trágica encrucijada de la Iglesia y de la Patria. Quede dicho: no quisimos ni queremos tener otra causa que la gloria y la adoración de Aquél. Y en esta causa, se nos van los años, las privaciones, la vida y la guerra.

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  Pta: Por si alguien dispusiera de tiempo y ganas sugiero la lectura del Epílogo de mi libro La perversión democrática, donde me demoro en el quehacer político del católico, tomando distancias de posturas abstencionistas y colaboracionistas. Sólo aclaro que el escrito es del año 2010.

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[1] Para quienes no estén en el tema –ni tengan porqué estarlo- aclaro que estoy aludiendo a una seguidilla de interesantes notas del blog Info Caótica (“El mal menor no es un pecado menor”, “El donatismo político”, “Balotaje”, “Algo  sobre el platonismo político”). Aclaro igualmente que, al margen de esta dolorosa disidencia, en no pocos y sustanciales planteos me siento afín al pensamiento expresado desde este valioso sitio digital. Y que fue desde el mismo, entre otros, que se dio a conocer la solidaridad de un puñado de amigos hacia mi persona, ante el ridículo y canallesco entredicho planteado por Monseñor Taussig. Por lo que guardo un agradecimiento particular.

[2] Declaración del Instituto de Filosofía Práctica, La vindicta como parte potencial de la justicia y las elecciones presidenciales, Buenos Aires, 4-11-2015.


[3] Primer comentario de la Redacción del blog Infocaótica al artículo “Algo sobre el platonismo político”, 29-9-2015

  

Nacionalismo Católico San Juan Bautista

viernes, 13 de noviembre de 2015

Elecciones democráticas: Las falsas opciones del sistema - Augusto TorchSon



  Mucho se debate entre los católicos de mi país sobre la cuestión de elegir por el candidato menos malo en las próximas elecciones. Esta situación la podemos observar sin ninguna variante en todos los países democráticos del mundo.

Continúe votando
La próxima vez las cosas serán diferentes

  Mi planteo tiene que ver con la postura que sostiene que el abstenerse de votar y elegir entre las perversas opciones del sistema, es considerada como una falta de compromiso o una cuestión de comodidad. Como primera crítica, creo que se debe descartar la falsa idea de que la única forma de participación política tenga que ver con nuestra colaboración en el rito blasfemo del sufragio universal. Bien establece la encíclica "Diuturnum illud" (aquílo relativo a la falacia de la soberanía popular en la que están basadas todas las democracias modernas. Pero, sin entrar en este punto en cuestiones doctrinales, una vez más surge la pregunta ¿es lícito buscar el bien con medios intrínsecamente perversos? ¿es que Maquiavelo tenía razón? Una vez más se da lo de "El Señor de los anillos" de tratar de vencer a Saurón (el demonio hoy encarnado por el globalismo anticristiano ONUsiano) con el anillo de Saurón.


  En este punto la experiencia indica con toda claridad que en las cuestiones esenciales que hacen al espíritu de las naciones, todos los gobiernos, casi sin excepción, con más o menos celeridad, avanzan siempre en la imposición de políticas que siempre afectan gravemente el alma misma de los pueblos cuya voluntad dicen representar. Entonces el hoy considerado mal menor, ya no tiene que ver con evitar esa destrucción de nuestra identidad nacional, sino, simplemente elegir al que roba menos o más obras públicas puede realizar. Pero hoy, aunque muchos no lo quieran ver, prácticamente el último y hasta casi único frente que nos toca defender es el salvar nuestra alma y colaborar a que otros también lo consigan, y de esa manera también se puede hacer Patria. Esto puede ser para muchos un pueril reduccionismo para justificar la supuesta falta de compromiso, pero es precisamente más difícil concentrarse en esto que entrar en el sistema para sobrevivir y justificarse después diciendo que para construir algo, hay que embarrarse los pies. 

  La neo iglesia posconciliar es una de las principales responsables de la promoción de la democracia como única forma de conseguir el bien común. San Pio X con toda claridad se oponía a este falso axioma al decir: "Lo que queremos afirmar una vez más, siguiendo a nuestro predecesor es que hay un error y un peligro en enfeudar, por principio a una forma de gobierno; el error y peligro son tanto más grandes cuando se identifica la religión con un género de democracia cuyas doctrinas son erróneas" (Notre Charge Apostolique). Sin embargo, es preciso ser ecuánimes a la hora de analizar el accionar de los pontífices en este aspecto y recordar cómo Pio XI cuyas encíclicas con inmensa claridad mostraban el mal intrínseco del comunismo (Divinis Redemptoris) o el capitalismo (Quadragesimo Anno) sin embargo, disociando el discurso de la acción, llamaba a aceptar los más perversos gobiernos en nombre de no alterar el "orden constituido", llevando por ejemplo a los gloriosos Cristeros mejicanos a bajar las armas para terminar siendo asesinados en masa y para que hasta el día de hoy gobierne la masonería en ese país; o decirle a los obispos españoles que debían aceptar la Segunda República que asesinó a miles de sacerdotes y monjas y a condenar a la monárquica y antidemocrática Acción Francesa como a su fundador, el ilustre nacionalista Charles Maurrás, situación solucionada posteriormente por Pio XII. Todo esto por reconocer solo la supuesta “legitimidad de origen” pero desconociendo la “legitimidad de ejercicio”. Y es precisamente este error en el que incurren quienes pretenden justificar su postura anti-abstencionista; el no darse cuenta que la "efectiva legalidad" de un sistema viciado, no puede sino conducir a la inmoralidad, y guarda la relación de causa y efecto. 

  En mi país, por el sistema electoral, al no conseguirse determinado porcentaje de votos, por medio del “ballotage” quedan solamente dos candidatos por los cuales elegir y ambos representan a las supuestas derecha neoliberal y la izquierda socialista. Pero, con respecto a lo que a los católicos nos tiene que interesar, es decir a los valores NO NEGOCIABLES, que son: la búsqueda del bien común, la libertad de educación de los padres, la defensa de la vida desde la concepción hasta su fin natural, y el matrimonio entre varón y mujer; ambos candidatos argentinos están completamente alineados en contra de estos. Macri al igual que la actual presidente dicen estar en contra del aborto, sin embargo promueven y aceptan los abortos por vía judicial y hasta administrativa aún cuando tienen la posibilidad de vetarlos (aquí). Con respecto al mal llamado “matrimonio igualitario” o más propiamente “putimonio” ambos candidatos están completamente a favor. En lo que hace a la libertad de educación de los hijos, ambos candidatos, en sus lineamientos educativos, promueven la homosexualidad desde la perspectiva de género y la promiscuidad en todas sus formas, incluyendo métodos abortivos para usarse como contraceptivos, (aquí Macri) (aquí el oficialismo) – Y si después esto podemos creer que se promueve el bien común, más que ilusos nos estaríamos engañando a nosotros mismos.
  

  Y ciertamente algo de eso hay, ya que la gente al no tener la confianza adecuada en las palabras Divinas, al seguir buscando las añadiduras antes que el Reino y su Justicia, siguen poniendo sus esperanzas contra toda razonabilidad y contra toda evidencia en cuestiones puramente mundanas, y en este caso hasta perversas, esperando obtener alguna pequeña concesión al mal intrínseco en nombre de ese “mal menor” al que aspiran los demócratas. Se quiere creer pero en algo terreno, en algo palpable, no en la razón de las razones, ya que es algo demasiado abstracto y poco práctico para la mentalidad moderna.

  Esta situación se puede extrapolar perfectamente a cualquier democracia del mundo entero, y tomando como ejemplo a quienes representan los paradigmas de las antítesis políticas del mundo actual, vemos como mucha gente cree irracionalmente que el abortista y comunista Putín, al estar en contra del “putimonio”, nos representa mejor que el abortista y homosexualista Obama.

  Como nacionalistas católicos, siempre se nos acusa en este punto de que nuestra postura representa un extremismo utópico, y a veces hasta de no ser nacionalistas por oponernos a la supuesta “única herramienta política” con la que contamos; en ese sentido Castellani nos daba la perspectiva adecuada al decir que: “el error del nacionalismo es poner los ojos en el Poder a corto plazo en vez de ponerlos en la Verdad a largo alcance” al tiempo de señalar que él votaba con un sobre en blanco (aquí).

  Las opciones del sistema son las propuestas de la judeo-masonería en todas las democracias liberales del mundo, y no existen de otro tipo.


  Se pretende elegir entre quién menos rápido nos lleve al infierno, pero en definitiva, se sabe con toda certeza cuál es el destino final al que se nos quiere conducir. Así por ejemplo, elegir como el candidato del mal menor al que promueve la pedofilia a partir de los 10 años en vez del que lo hace a los 7, no puede considerarse nunca como opción válida. Se nos propone elegir entre tomar cicuta o cianuro, pero, si como arguyen los demócratas, por lo menos tuvieron la posibilidad de elegir, yo digo que si me las suministran de cualquier manera, no será con mi anuencia, y eso también es una elección.


Augusto



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

domingo, 8 de noviembre de 2015

Niñez extraviada – Augusto TorchSon


  Si bien las experiencias de la niñez nos condicionan en gran medida contribuyendo a lo que hoy somos; no lo hacen fatalmente de manera que quedemos sumergidos en un predeterminismo que nos haga esclavos eternos de nuestras circunstancias. Así, esas circunstancias nos marcan sin quitarnos la libertad para decidir por el mal, o por el bien; y en éste último caso por el mejor de los bienes, que es en definitiva el que como cristianos debemos siempre buscar.

  Pero sin lugar a dudas que mucho nos afectan las vivencias de nuestra infancia y el haber crecido en un ambiente familiar que dista demasiado de lo que debería haber sido, sin una figura paterna o materna adecuada, y hasta carecido absolutamente de una o ambas; puede, entre otras cosas, limitarnos hasta en lo relativo a nuestra fe al afectarnos en esa confianza de niños que necesitamos tener para responder adecuamente a los designios divinos de nuestro Creador.

  Resultaría nocivo lamentarnos por no haber tenido un pasado distinto con un ámbito familiar menos disfuncional que hubiera generado un presente menos complicado y hasta un yo mejor del que efectivamente somos. Sin embargo puede resultar gratificante y hasta edificante el desear haber tenido esa familia que nos hubiera dado el ejemplo de amor de José y María hacia nuestro Señor, para así proyectar ese deseo hacia nuestros hijos y así poder reparar el daño que las circunstancias difíciles nos pueden haber provocado. Todo esto sin caer en la nociva nostalgia de las cosas que nunca fueron.

  Podemos de esta manera, comprendernos y hasta perdonarnos por nuestros errores; errores que tal vez fueron condicionados por nuestras experiencias; y en ese comprendernos, hasta sacarnos culpas que no nos corresponden y pueden haber sido asumidas erróneamente como propias. De esa manera, debemos también, comprender y perdonar a los demás, incluyendo a quienes consciente o inconscientemente nos dañaron. Y ya que no se puede dar lo que no se tiene, para alcanzar ese grado de comprensión a los demás, debemos primero comprendernos, esto sin pretender de ninguna manera ser autocondescendientes o justificar conductas dañinas. Así, entendiendo que muchas de nuestras acciones fueron producto de la repetición o la reacción contraria a algunas de nuestras vivencias, o que estuvieron condicionadas por lo que conocimos y vivimos, o por lo que ignoramos o dejamos de vivir; es que podemos entender las mismas reacciones en quienes nos rodean. 

  Podemos así entender el origen de algunas malas acciones más no justificarlas, y es imprescindible tener en cuenta que siempre hay lugar para la libertad y la Gracia. Pero es importante saber que más importante que pretender ser entendidos, es entender, y para eso debemos empezar por hacerlo con nosotros mismos y esto principalmente como camino de sanación. 

  Muchas veces cargamos con pesadas cargas las cuales nos cuesta mucho sobrellevar y olvidamos que Cristo llamó a los cansados y afligidos invitándonos a cargar con su yugo que es suave y ligero. Pero para eso nos exhorta a ser pacientes  y humildes de corazón.  

  En estos tiempos en los cuales de la Cristiandad ya no quedan sino lejanos y escondidos recuerdos, no podemos vivir pretendiendo una felicidad mundana que hasta implicaría un desprecio a los padecimientos de la Santa Madre Iglesia hoy invadida y atacada desde su interior; pero tampoco podemos sumarnos más pesos de los que nos corresponde cargar. Sin embargo, a causa de una falsa y herética prédica sobre la misericordia, tampoco podemos dejar de lado la importancia de vivir una verdadera misericordia que nos lleve a amar a los demás por amor a Dios, amor en la Verdad, amor que pretende el bien mayor del prójimo que es su salvación eterna. Ese es el amor por el que finalmente se nos juzgará y no el que pretende aceptar y justificar al vicio sin ayudar al vicioso a salir de los mismos. Pero para bien amar, primero tenemos que sanar interiormente con la ayuda de la Gracia, y recuperando el niño que tal vez no fuimos anteriormente pero todavía podemos albergar en nuestro interior; podamos así enfrentar enteros y con las armas adecuadas, los tiempos finales de este camino hacia el Calvario y completar adecuadamente en nuestra carne lo que le falta a la Pasión de Cristo.


Augusto


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martes, 3 de noviembre de 2015

Increíble Pablo VI - Sofronio


  El 19 de octubre del pasado año fue beatificada la persona, e indirectamente sus hechos, del papa Pablo VI, tras reconocérsele un milagro producido a su invocación. Escogidos sectores curiales reclaman su pronta canonización, deseosos de hacerle justicia, o más cierto, premiar su protagonismo precursor de la Iglesia irenista que el actual poder extiende a marchas forzadas.

  Todavía muchos católicos se preguntan cómo fue que aquel papa denunciara la autodemolición de la Iglesia y, peor, nos advirtiera de su invasión por entes preternaturales, o humo de Satanás… tal que si todo ello fuera ajeno a su gestión de Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro. Pienso que la respuesta no es tan difícil. Sólo hay que hacer memoria de algunos hitos de su pontificado, de los que en este artículo selecciono los que a mí me parecen más significativos.

  De la biografía del papa Montini quedarán aquí sueltos muchos cabos que desconozco o no considero, pues que mi propósito es referirme a su pontificado. Pero hay algunos de antes de ser elegido papa que creo honrado resaltar. Por lo menos, dos realidades significativas que ya anticipan su complicada personalidad y condicionan su ejecutoria.

1ª) Que su padre y su madre descendían de judíos confesos.
2ª) La traición a Pio XII y a la Iglesia toda cuando desde la Secretaría de Estado, por su asistente personal Alighero Tondi, elegido por él de la Gregoriana jesuita, se pasaban a la URSS estanilista los nombres y destinos de los sacerdotes enviados a “la Iglesia del Silencio”. Informes que determinaban su tortura y encarcelamiento. Si bien de tal agencia no hubo pruebas bastantes, éstas llegaron años más tarde indirectamente cuando Juan Pablo II acogió de nuevo al privado de Montini reconociéndole la atenuante de “obediencia debida”.

  La llegada a la Sede de San Pedro del ex-Pro-Secretario de Estado, Juan Bautista Montini, significó una auténtica revolución. Ya saben ustedes lo que eso es: que lo que antes era, ahora no sea; que lo que estaba arriba pase a estar debajo; que lo negro se llame blanco, y al revés.

  Pablo VI impulsó un cúmulo de audaces cambios no superados en la historia. Cambios sin los cuales hoy no podrían ni pensarse las audacias que se pretenden con el imperio de los votos que, de facto, sustituyen a la cathedra de San Pedro. Piénsese que lo que todos los heresiarcas juntos no pudieron conseguir, en el pontificado montiniano lo han obtenido gratis; bien directamente o por las medidas que en fases sucesivas lo han facilitado. Sus lamentos jeremíacos suenan a hueco precisamente porque fue por su gobierno que se adoptaron, de modo que no sabemos si atribuir esos lamentos más a la hipocresía farisaica heredada que por alienada inconsciencia.


Examinemos algunos de los hechos y dichos más destacados.

1.- Increíble fue su discurso a la asamblea de la ONU. Discurso rayano en la coba jabonosa: «Estamos persuadidos de que sois los intérpretes de todo aquello que tiene de supremo la sabiduría del hombre. Al menos, queremos decir, de su carácter sagrado.» (?) Con el florón de que la ONU representaba, para él, Vicario de Cristo -Creador, Padre y Redentor nuestro – y, por tanto, para la Iglesia, «lo que la Humanidad viene soñando en el vagar de su historia. Nos atreveríamos a llamarlo la mayor esperanza del mundo […] algo que del Cielo ha bajado a la Tierra.» (Nueva York, 1965)

2.- El 7 de agosto de 1965 Pablo VI levantaba al Patriarca Atenágoras la excomunión que León IX, en 1054, lanzara a los cismáticos orientales. Esta generosidad con la pólvora del rey, es decir con la fe católica, en nada se respondía por el Patriarca de entre sus viejos motivos cismáticos. El caso es que, al levantarle la excomunión, la Iglesia Católica pasaba a aceptar la falsa doctrina de ‘las iglesias distintas y hermanas’. Insulso engaño puesto que Jesucristo fundó una única Iglesia.

3.- El 20 de marzo de 1965 Pablo VI recibía en audiencia privada a un grupo de dirigentes del Rotary Club, oportunidad para elogiar sus objetivos y métodos asociativos y de captación -proselitismo “sano y bueno” y no como el católico “agresivo y soberbio”-. Pudo atender la visita sin elogios, pero no, sin importarle la resonancia mediática el Papa prefirió la alabanza y esquivar que en todo el mundo al Rotary Club se le tiene por filial de la anticristiana Masonería.

4.- Con el Motu proprio “Apostólica sollicitudo”, de 1965, Pablo VI instituyó las conferencias episcopales. Un grave peligro aparecía claro para las cabezas más avisadas: que el Primado del Papa se redujera a condición honorífica en una confederación de iglesias autónomas.

5.- El 23 de marzo de 1966, acompañado por el cismático arzobispo (laico) Dr. Ramsey, el Papa Montini visitó la Basílica romana de San Pablo Extramuros y en aquel acto público cedió al anglicano la bendición a los peregrinos. Lo malo no fue ese obsequio sino que al abrazar al hereje contradijo la Bula “Apostolicae curae”, de septiembre de 1896, en la que León XIII anuló para siempre el orden anglicano.

6.- Por el Motu proprio “Sacrum diaconatus ordinem”, de 18 de junio de 1967, Pablo VI admitía al diaconado a hombres de edad madura, tanto si eran solteros como si estaban casados. Un gesto paternal en apariencia que, al suponer una pronta clasificación de sacerdotes casados, determinó que tres años después el mismo Pablo VI no supiera cómo frenar la sangría de secularizaciones y abandono del celibato.

7.- Con la Constitución Missale Romanum en el Novus Ordo Missae” (si confundimos sus siglas con las de Nuevo Orden Mundial puede que no sea un disparate), Pablo VI sustituyó el antiguo rito romano de la Misa, que seguía en su Canon aquél mismo del cenáculo continuado por San Pedro. Con el supuesto buen propósito de “aggiornamento” el Papa buscó más complacer a los luteranos, aun sin obtener la contrapartida de que “los hermanos separados” aceptaran nuestra fe en la transubstanciación.

8.- En parecida intención e igual respuesta el Papa Pablo regaló a los turcos las banderas que en Lepanto se ganaron para la Cristiandad, en batalla y victoria de la Santa Liga mandada por el príncipe de España, Don Juan de Austria.

9.- En calcada escenificación de humildad renunció a la tiara, la corona pontificia que proclama a Cristo, en su Vicario, esencia y fundamento de los tres poderes: pastor universal, juez de la Iglesia y rey de reyes. No importa mucho, sea verdad o no lo sea, si como se dice la vendió a un judío libanés; aunque, si fue así, no carecería de intención.

10.- Con el motu proprio “Matrimonia mixta”, de 31 de marzo de 1970, pretendía hacer más fáciles los matrimonios entre un fiel católico y cónyuge de otra religión. La fórmula no pudo ser más onerosa para la parte católica ni más rumbosa con la hereje pues que eximió a ésta de comprometerse a que los hijos se bautizaran y educaran en la fe católica, condición milenaria de las uniones mixtas. Para compensar el desequilibrio impuso a los párrocos el deber, casi burla, de informar a la parte no creyente de los citados compromisos a que en su favor se comprometía… la parte católica. (Código de Derecho Canónico, de 1983. c. 1125).

11.- Con el Motu proprio “Ingravescente aetatem” (1970), Pablo VI reglamentaba que los cardenales que hubieran cumplido ochenta años no participaran en el Cónclave. Una medida, como tantas, en que tras la apariencia de practicismo, o si se quiere de piedad, se despreciaba la sabiduría de la edad, consuetudinario tesoro de la Iglesia y de todas las grandes civilizaciones. El objetivo inocultable era sin duda el de apartar de la Curia, del Cónclave y de las diócesis a los prelados tradicionales que pudieran obstaculizar el desarrollo modernista.

12.- El 14 de junio de 1966, abolió el Índice de libros prohibidos con la nota “Post Littera apostolicas”. Esta decisión se justificaba “en la libre responsabilidad de los cristianos adultos”. Aparte de ser una penosa dejación del deber de la Iglesia para con sus hijos, a los que dejaba como ovejas sin pastor ante una jauría de lobos, la permisión indiscriminada de lecturas facilitó la difusión, en las editoriales y librerías tenidas por católicas, de toda clase de herejías, muchas de ellas firmadas por reconocidos doctores anticatólicos.

13.- En 1969, con la Instrucción “Fidei custos” permitió que los laicos distribuyeran la Sagrada Comunión bajo el pretexto de “especial circunstancia o nuevas necesidades”.

14.- Al comienzo de la Instrucción “Memoriale Domini”, redactada en aquel entonces por el masón Mons. Bugnini, Pablo VI prefiere que la Iglesia no distribuya la Eucaristía en la mano, «por el peligro de profanarla» [y] «por el reverente respeto que los fieles le deben». Pero unos pocos párrafos adelante la misma Instrucción nos sorprende autorizando su práctica.

15.- Disminuyó las expresiones de sacralidad esencial visibles en el Dogma de la Eucaristía rebajando la liturgia de la Santa Misa al entendimiento protestante de puro banquete, o memorial de una cena. Con ello, también, el ministerio sacerdotal se redujo a simple presidencia de la asamblea parroquial.

16.- Por la encíclica “Populorum progressio” teníamos que entender que la Iglesia ya no debe centrar sus energías en ganar almas para Cristo y llevarlas a la vida eterna, sino que todos nuestros esfuerzos han de aplicarse a la acción social para promover el humanismo integral que Pablo VI adoptó de su maestro (sic) Jacques Maritain. El Papa se despachó a gusto contra el sistema capitalista no obstando haberse rodeado de auxiliares financieros como Sindona y Marcinkus, entre otros, mezclando a la Iglesia en inversiones incomprensibles; por ejemplo, en el capital de una gran empresa italiana fabricante de preservativos.

17.- Al aprobar el nuevo “Rito de las exequias” Pablo VI aceptaba la cremación de los cadáveres bajo el supuesto de que no se hiciese «por motivaciones anticristianas». Como si fuera fácil saberlo. Esas intenciones anticristianas fueron siempre negar la resurrección de los muertos como postulan los doctrinarios masónicos. Este nuevo rito, contrario a la tradición apostólica, fue ni más ni menos que favor de Pablo VI a las Logias, cuyos socios por ocultar su condición solían pedir tierra sagrada para sus deudos. Según el Papa, este gesto fue «a modo de camino de reconciliación».

18.- Puede suponerse que incluso el más débil creyente desea morir asistido con la última unción por un sacerdote, expirar con un crucifijo en las manos, ser enterrado con su escapulario o su hábito de cofrade… En cambio, qué extraña cosa que el féretro del Papa careciera del mínimo símbolo cristiano. Y no solo esto, que al cadáver se le colocó en el suelo según las exequias judías. (Cf. ‘Regole hebraiche di lutto’, Carucci ed. Roma 1980, p. 17.) Novedad copiada en otros casos notables, como fue con el prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo.


  Terminaré incluyendo un comentario que pudiera ser oportuno.

  Con todo mi respeto y devoción a la jerarquía pero con todo el derecho y deber de bautizado, afirmo que en la Iglesia actual se evidencian pérdidas del sentido sobrenatural, de despiste sobre su fundación objetivada en nuestro rescate del pecado y en la perdurabilidad de nuestras vidas. Nos hemos girado hacia la sola añadidura del ciento por uno en este mundo, como bien social o falso humanitarismo. Y es por esta pérdida de lo fundamental, y por inconsciente compensación, que los católicos actuales necesitan hacer del papa un ídolo mediático de un nuevo star-system o culto a la persona en detrimento de su vicaría. Hasta el extremos de no ver en él al administrador que gerencia para su señor -ata y desata- la hacienda que le fue confiada; ni, tampoco, al mayordomo que usa para su amo las llaves con que guarda de ladrones la casa. A tal absurdo llega esta papolatría que sus enfermos se violentan a sólo ver bienes donde la historia los niega, y nada de los males que se cuentan en sus escombros.

  Con esta falsificación de la fe se traspasan al Espíritu Santo compromisos impropios de su asistencia, otorgando al papa una infalibilidad imposible… aunque instrumentable. La asistencia prometida en la definición dogmática señala limitaciones como, por ejemplo, que «[…] no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, o depósito de la fe.» (cfr. Dz 1836.)

  Porque para el fiel más párvulo es claro como el agua que cuando Pedro negó a Jesús, fue Pedro quien le negaba y no el Espíritu Santo. Que cuando Judas le vendió al Sanedrín, no fue inspirado por el Espíritu Santo sino por su personal frustración política. Que en el incidente de Antioquía, no fue el Espíritu Santo el que exigió la circuncisión sino los judíos, y que tampoco Simón Pedro se inspiró en Él para complacerles, sino en su personal debilidad. Así fue, sin secuestro de teologías, las cuales muchas veces sólo son encajes intelectuales que respaldan el corporativismo de un clero sin Gracia.

  Lo seguro es que del Espíritu Santo procedieron las lágrimas de contrición en San Pedro; o que por él le llegaría a Judas el remordimiento que luego malogró suicidándose. Y, sin discusión, sí que fue el Espíritu Santo el que inspiró a la Iglesia, en la persona de San Pablo, la reprensión a San Pedro afeándole que sometiera el conocimiento de Cristo a las exigencias judías de la previa circuncisión. (Hch 15, 1; Ga 2, 11-14) Un acto aquél muy trascendente pues que fijó en los cristianos su total independencia de supuestos hermanos mayores y desmontó la primacía del Antiguo Testamento. Por tanto, salvo mejor opinión, este episodio de la Historia de la Iglesia patenta prioridades doctrinales y coloca en sus justos límites la infalibilidad pontificia, como arriba subraya la referencia magisterial.

  Parece que la canonización de Pablo VI ha de lograrse contra viento y marea. Poco más queda para laurear al Concilio Vaticano II. Al santificar a los papas conciliares se canonizará también esas cabezas de Hidra que son las mentiras nominadas liberalismo (masónico), democratismo (modernista), antropocentrismo (revolucionario), más el materialismo histórico, el progresismo y el comunismo impulsados ya desde su convocatoria. Faltos de razones más consistentes y categóricas, aunque a toda costa dispuestos a su canonización, se acude al sentimentalista argumento de que “realmente Pablo VI sufrió mucho”, en chocante tesis que reivindicaría méritos de santidad para el mismo Belcebú, criatura en eterno tormento.

  En realidad, y dado que en el cielo rige la misericordia de Dios, lo que aquí abajo nos queda del pontificado de Pablo VI es que, aun si dijéramos que quiso hacer el bien pese a que “por humana debilidad involuntariamente hizo algún mal”, lo paradójico de su reinado, quizás lo subrecticio, es que el bien lo hizo muy mal y el mal lo hizo bastante bien.


Sofronio


Fuente: Plano Picado

Visto en: Mater Inmaculata



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