“La Iglesia católica siempre ha defendido la
libertad religiosa para todos”
- León XIV, 10/10/2025.[1]
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En
un discurso dado en el Vaticano hace pocos días León XIV no sólo hizo la
apología de la falsa doctrina conciliar sobre la “libertad religiosa”, sino
que, además, se atrevió a sostener sin ruborizarse que ésa ha sido desde
siempre la enseñanza de la Iglesia:
“Todo ser humano lleva en su
corazón un profundo deseo de verdad, de significado y de comunión con los demás
y con Dios. Este anhelo nace de lo más profundo de nuestro ser. Por esta razón,
el derecho a la libertad religiosa no es opcional, sino esencial. Arraigada en
la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios y dotada de razón y
libre albedrío, la libertad religiosa permite a los individuos y a las
comunidades buscar la verdad, vivirla libremente y dar testimonio de ella
abiertamente. Es, por lo tanto, una piedra angular de cualquier sociedad justa,
ya que protege el espacio moral en el que se puede formar y ejercer la
conciencia.
La libertad religiosa, por tanto,
no es meramente un derecho jurídico o un privilegio que nos conceden los
gobiernos; es una condición fundacional que hace posible la auténtica reconciliación.
Cuando se niega esta libertad, se priva al ser humano de la capacidad de
responder libremente a la llamada de la verdad. Lo que sigue es una lenta
desintegración de los lazos éticos y espirituales que sostienen a las
comunidades; la confianza da paso al miedo, la sospecha sustituye al diálogo y
la opresión genera violencia. De hecho, como observó mi venerable predecesor,
«no es posible la paz donde no hay libertad religiosa, donde no hay libertad de
pensamiento y de expresión, y respeto a las opiniones ajenas» (Francisco,
Mensaje Urbi et Orbi, 20 de abril de 2025).
Por esta razón, la Iglesia católica
siempre ha defendido la libertad religiosa para todos. El Concilio Vaticano II, en
Dignitatis humanae, afirmó que este derecho debe ser reconocido en la vida
jurídica e institucional de cada nación (cf. Dignitatis humanae, 7 de diciembre
de 1965, n. 4). La defensa de la libertad religiosa, por lo tanto, no puede
permanecer en lo abstracto; debe vivirse, protegerse y promoverse en la vida
cotidiana de las personas y las comunidades.”
Ya
que el Cardenal Prevost escogió su nombre pontifical de León XIV en honor de su
insigne predecesor León XIII, veamos lo que enseña sobre el asunto este Papa
decimonónico en su encíclica Libertas[2],
del año 1888:
“15. (…) examinemos, en relación
con los particulares, esa libertad tan contraria a la
virtud de la religión, la llamada libertad de cultos, libertad fundada en la tesis de
que cada uno puede, a su arbitrio, profesar la religión que prefiera o no
profesar ninguna. Esta tesis es contraria a la verdad. Porque de todas las
obligaciones del hombre, la mayor y más sagrada es, sin duda alguna, la que nos
manda dar a Dios el culto de la religión y de la piedad. Este deber es la
consecuencia necesaria de nuestra perpetua dependencia de Dios, de nuestro
gobierno por Dios y de nuestro origen primero y fin supremo, que es Dios. Hay
que añadir, además, que sin la virtud de la religión no es posible virtud
auténtica alguna, porque la virtud moral es aquella virtud cuyos actos tienen
por objeto todo lo que nos lleva a Dios, considerado como supremo y último bien
del hombre; y por esto, la religión, cuyo oficio es realizar todo lo que tiene
por fin directo e inmediato el honor de Dios, es la reina y la regla a la vez
de todas las virtudes. Y si se pregunta cuál es la religión que hay que seguir
entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la
razón y naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente
reconocible por medio de ciertas notas exteriores con las que la divina
Providencia ha querido distinguirla, para evitar un error, que, en asunto de
tanta trascendencia, implicaría desastrosas consecuencias. Por esto, conceder
al hombre esta libertad de cultos de que estamos hablando equivale a concederle
el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser
infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal.
16. (…) esta libertad de cultos
pretende que el Estado no rinda a Dios culto alguno o no autorice culto público
alguno, que ningún culto sea preferido a otro, que todos gocen de los mismos
derechos y que el pueblo no signifique nada cuando profesa la religión
católica. Para que estas pretensiones fuesen acertadas haría
falta que los deberes del Estado para con Dios fuesen nulos o pudieran al menos
ser quebrantados impunemente por el Estado.
Ambos supuestos son falsos. Porque nadie puede dudar que la existencia de la
sociedad civil es obra de la voluntad de Dios, ya se considere esta sociedad en
sus miembros, ya en su forma, que es la autoridad; ya en su causa, ya en los
copiosos beneficios que proporciona al hombre. Es Dios quien ha hecho al hombre
sociable y quien le ha colocado en medio de sus semejantes, para que las
exigencias naturales que él por sí solo no puede colmar las vea satisfechas
dentro de la sociedad. Por esto es necesario que el Estado, por el mero hecho
de ser sociedad, reconozca a Dios como Padre y autor y reverencie y adore su
poder y su dominio. La justicia y la razón prohíben,
por tanto, el ateísmo del Estado, o, lo que equivaldría al ateísmo, el
indiferentismo del Estado en materia religiosa, y la igualdad jurídica
indiscriminada de todas las religiones.
Siendo, pues, necesaria en el Estado la profesión pública de una religión, el
Estado debe profesar la única religión verdadera, la cual es reconocible con
facilidad, singularmente en los pueblos católicos, puesto que en ella aparecen
como grabados los caracteres distintivos de la verdad. Esta es la religión que
deben conservar y proteger los gobernantes, si quieren atender con prudente
utilidad, como es su obligación, a la comunidad política. (…)
17. (…) la
libertad de cultos es muy perjudicial para la libertad verdadera, tanto de los gobernantes como de
los gobernados. La religión [Se refiere al
catolicismo], en cambio, es sumamente
provechosa para esa libertad, porque coloca en Dios el origen primero del poder
e impone con la máxima autoridad a los gobernantes la obligación de no olvidar
sus deberes, de no mandar con injusticia o dureza y de gobernar a los pueblos
con benignidad y con un amor casi paterno. (…)
18. (…) las opiniones falsas,
máxima dolencia mortal del entendimiento humano, y los vicios corruptores del
espíritu y de la moral pública deben ser reprimidos
por el poder público para impedir su paulatina propagación, dañosa en extremo para la misma
sociedad. Los errores de los intelectuales depravados ejercen sobre las masas
una verdadera tiranía y deben ser reprimidos por la ley con la misma energía
que otro cualquier delito inferido con violencia a los débiles. Esta represión
es aún más necesaria, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos no puede en
modo alguno, o a lo sumo con mucha dificultad, prevenirse contra los artificios
del estilo y las sutilezas de la dialéctica, sobre todo cuando éstas y aquéllos
son utilizados para halagar las pasiones. Si se concede a todos una licencia
ilimitada en el hablar y en el escribir, nada quedará ya sagrado e inviolable.
Ni siquiera serán exceptuadas esas primeras verdades, esos principios naturales
que constituyen el más noble patrimonio común de toda la humanidad. Se oscurece
así poco a poco la verdad con las tinieblas y, como muchas veces sucede, se
hace dueña del campo una numerosa plaga de perniciosos errores. (…)
23. (...) Sin embargo, no se opone
la Iglesia a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas
situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para evitar un mal mayor o
para adquirir o conservar un mayor bien. Dios mismo, en su providencia, aun
siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia
de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y
en parte para que no se sigan mayores males.”
Continuamos
exponiendo el magisterio pontificio de León XIII, esta vez, tomado de su
encíclica Inmortale Dei[3],
del año 1885:
“3. (…) es evidente que el
Estado tiene el deber de cumplir por medio del culto público las numerosas e
importantes obligaciones que lo unen con Dios.
La razón natural, que manda a cada hombre dar culto a Dios piadosa y
santamente, porque de El dependemos, y porque, habiendo salido de Él, a El
hemos de volver, impone la misma obligación a la sociedad civil. Los hombres no
están menos sujetos al poder de Dios cuando viven unidos en sociedad que cuando
viven aislados. La sociedad, por su parte, no está menos obligada que los
particulares a dar gracias a Dios, a quien debe su existencia, su conservación
y la innumerable abundancia de sus bienes. Por esta razón, así como no es
lícito a nadie descuidar los propios deberes para con Dios, el mayor de los
cuales es abrazar con el corazón y con las obras la religión, no la que cada
uno prefiera, sino la que Dios manda y consta por argumentos ciertos e
irrevocables como única y verdadera, de la misma manera los
Estados no pueden obrar, sin incurrir en pecado, como si Dios no existiese, ni
rechazar la religión como cosa extraña o inútil, ni pueden, por último, elegir
indiferentemente una religión entre tantas.
Todo lo contrario. El Estado tiene la estricta obligación de admitir el culto
divino en la forma con que el mismo Dios ha querido que se le venere. Es, por
tanto, obligación grave de las autoridades honrar el santo nombre de Dios.
Entre sus principales obligaciones deben colocar la obligación de favorecer la
religión, defenderla con eficacia, ponerla bajo el amparo de las leyes, no
legislar nada que sea contrario a la incolumidad de aquélla. Obligación debida
por los gobernantes también a sus ciudadanos. Porque todos los hombres hemos
nacido y hemos sido criados para alcanzar un fin último y supremo, al que
debemos referir todos nuestros propósitos, y que colocado en el cielo, más allá
de la frágil brevedad de esta vida. Si, pues, de este sumo bien depende la felicidad
perfecta y total de los hombres, la consecuencia es clara: la consecución de
este bien importa tanto a cada uno de los ciudadanos que no hay ni puede haber
otro asunto más importante.
10. (…) Queda en silencio el
dominio divino, como si Dios no existiese o no se preocupase del género humano,
o como si los hombres, ya aislados, ya asociados, no debiesen nada a Dios, o
como si fuera posible imaginar un poder político cuyo principio, fuerza y
autoridad toda para gobernar no se apoyaran en Dios mismo. De este modo, como
es evidente, el Estado no es otra cosa que la multitud dueña y gobernadora de
sí misma. Y como se afirma que el pueblo es en sí mismo fuente de todo derecho
y de toda seguridad, se sigue lógicamente que el Estado no se juzgará obligado
ante Dios por ningún deber; no profesará públicamente religión alguna, ni
deberá buscar entre tantas religiones la única verdadera, ni elegirá una de
ellas ni la favorecerá principalmente, sino que
concederá igualdad de derechos a todas las religiones, con tal que la
disciplina del Estado no quede por ellas perjudicada. Se sigue también de estos
principios que en materia religiosa todo queda al arbitrio de los particulares
y que es lícito a cada individuo seguir la religión que prefiera o rechazarlas
todas si ninguna le agrada. De aquí nacen una libertad ilimitada de conciencia,
una libertad absoluta de cultos, una libertad total de pensamiento y una
libertad desmedida de expresión.
15. (…) la esencia de la verdad y
del bien no puede cambiar a capricho del hombre, sino que es siempre la misma y
no es menos inmutable que la misma naturaleza de las cosas. Si la inteligencia
se adhiere a opiniones falsas, si la voluntad elige el mal y se abraza a él, ni
la inteligencia ni la voluntad alcanzan su perfección; por el contrario,
abdican de su dignidad natural y quedan corrompidas. Por consiguiente, no
es lícito publicar y exponer a la vista de los hombres lo que es contrario a la
virtud y a la verdad,
y es mucho menos lícito favorecer y amparar esas publicaciones y exposiciones
con la tutela de las leyes. No hay más que un camino para llegar al cielo, al
que todos tendemos: la vida virtuosa. Por lo cual se aparta de la norma
enseñada por la naturaleza todo Estado que permite una libertad de pensamiento
y de acción que con sus excesos pueda extraviar impunemente a las inteligencias
de la verdad y a las almas de la virtud.
18. (…) si bien la Iglesia juzga
ilícito que las diversas clases de culto divino gocen del mismo derecho que
tiene la religión verdadera, no por esto, sin embargo, condena a los
gobernantes que para conseguir un bien importante o para
evitar un grave mal toleran pacientemente en la práctica la existencia de
dichos cultos en el Estado.
(…)”
Por
último, transcribiré algunos pasajes de la encíclica Humanum Genus[4],
del año 1884:
“10. (…) Hace mucho tiempo que se
trabaja tenazmente para anular todo posible influjo del Magisterio y de la
autoridad de la Iglesia en el Estado. Con este fin hablan públicamente y
defienden la separación total de la Iglesia y del Estado. Excluyen así de la
legislación y de la administración pública el influjo saludable de la religión
católica. De lo cual se sigue la tesis de que la constitución total del Estado
debe establecerse al margen de las enseñanzas y de los preceptos de la Iglesia.
(…) al abrir los brazos a todos los procedentes de cualquier credo religioso,
logra, de hecho, la propagación del gran error de los
tiempos actuales: el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos. Conducta muy acertada para
arruinar todas las religiones, singularmente la Católica, que, como única
verdadera, no puede ser igualada a las demás sin suma injusticia.
15. (…) Es necesario, además, que
el Estado sea ateo [Es decir, “laico”, no confesional]. No hay razón para anteponer una religión a
otra entre las varias que existen. Todas deben ser consideradas por igual.
[Proposición condenada]
17. (…) así como la misma
naturaleza enseña a cada hombre en particular a rendir piadosa y santamente
culto a Dios, por recibir de Él la vida y los bienes que la acompañan, de la
misma manera y por idéntica causa incumbe este deber a los pueblos y a los
Estados. Y los que quieren liberar al Estado de
todo deber religioso, proceden no sólo contra todo derecho, sino además con una
absurda ignorancia.”
En
definitiva, la enseñanza de la Iglesia es que sólo existe el derecho a la “libertad
religiosa” de la religión verdadera, y el poder civil debe ocasionalmente
tolerar los falsos cultos cuando las circunstancias prudenciales así lo
requieran, para evitar males mayores a la sociedad, como podría ser la pérdida
de la paz civil. El Estado, por su parte, como toda creatura dependiente de su
Creador en el ser y el obrar, está obligado a profesar la religión verdadera,
es decir que la sociedad civil políticamente organizada tiene el deber ante
Dios de ser confesional, respetando la enseñanza de la Iglesia en sus actos de
gobierno e impidiendo -en la medida de sus posibilidades-, la difusión de las
perniciosas doctrinas pregonadas por las falsas religiones.
Como
es bien sabido, esta doctrina tradicional ya no tiene vigor desde el CVII: las
reuniones interreligiosas organizadas regularmente por el Vaticano, al igual
que los nuevos concordatos celebrados por la Santa Sede con los países
católicos -antiguamente confesionales y ahora “laicos”-, dan prueba de esta
anomalía jurídica y doctrinal, que se sitúa en las antípodas del catolicismo.
ANEXO 1
In Unitate
Fidei o la unidad
al precio de la verdad[5]
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Mil
setecientos años después de que el Concilio de Nicea adoptara la línea dura
(anatema y exilio) contra la herejía, León XIV[6]
decidió celebrar el aniversario con una carta apostólica: In unitate fidei.[7] La
fecha es deliberada: 23 de noviembre, Cristo Rey. En vísperas de un triunfal
peregrinaje ecuménico que llevará al Papa a Turquía, al lugar donde los 318
Padres se reunieron bajo Constantino y adoptaron el término homoousios (ὁμοούσιος), “de la misma sustancia”, concepto clave de la teología cristiana
para describir la relación entre Dios Padre y el Hijo, en contraste con la
herejía arriana, según la cual el Hijo es de una sustancia inferior y sólo
semejante al Padre.
A primera
vista, la carta parece el tipo de documento que un católico tradicional podría
aplaudir. León elogia el Credo, cita sus frases, evoca la crisis arriana y
reivindica el término “consustancial” en vez de esconderse detrás de una
cristología vaga y modernista. Además cita a Atanasio, habla de divinización,
nos recuerda que sólo un Cristo verdaderamente divino puede vencer a la muerte
y salvarnos.
Si leyéramos
sólo los párrafos del dos al ocho, casi podríamos olvidar en qué siglo estamos.
Pero no estamos en el 325, y León no es Atanasio. Si en la primera mitad suena
católico, en la segunda la carta habla como la Comisión Teológica Internacional:
Nicea como fundamento de un nuevo proceso ecuménico abierto, donde “lo que nos
une es más grande que lo que nos divide” y donde las antiguas disputas
doctrinales pierden silenciosamente su “razón de ser”. Después de que Nicea
expulsara a los arrianos de la Iglesia, ahora se pide acoger a todos sin hacer
demasiadas preguntas.
Del credo a la marca ecuménica
Luego de
reafirmar la estructura doctrinal católica, León introduce el verdadero
programa, pasando de la batalla de Nicea contra el arrianismo al “valor
ecuménico” que el Credo tendría hoy. Nos recuerda que el Credo
niceno-constantinopolitano es profesado en las liturgias ortodoxas y en muchos
cultos protestantes. Celebra el hecho de que se haya convertido en un “vínculo
de unidad entre Oriente y Occidente” y más tarde en un patrimonio común de
“todas las tradiciones cristianas”. Lo define como un modelo de “unidad en la
legítima diversidad”, y usa la Trinidad como analogía: la unidad sin diversidad
se vuelve tiranía; la diversidad sin unidad, fragmentación.
En otras
palabras, el Credo deja de ser el símbolo católico de la fe, custodiado por
Roma y recibido por sus hijos, para convertirse en una especie de logo
compartido del cristianismo mundial. El énfasis se desliza sutilmente de la pregunta
“¿qué es verdad?” a “¿qué podemos decir todos juntos?”. El texto queda así
forzado a sostener sistemas incompatibles: la eclesiología sacramental
católica, la teoría protestante de la Iglesia invisible, el rechazo ortodoxo de
la jurisdicción papal universal. Cada uno mantiene su postura.
León cita Ut
unum sint de Juan Pablo II y alaba el “movimiento ecuménico” de los últimos
sesenta años. Nos asegura que ahora reconocemos a los miembros de otras
Iglesias y comunidades como hermanos y hermanas en Cristo y que juntos formamos
una única comunidad universal de discípulos. La plena unidad visible no se
alcanzó todavía, pero lo que nos une es más grande que lo que nos divide.
Repite el concepto como si la repetición pudiera volverlo menos frágil.
La imagen es
sencilla: Nicea como el fuego común alrededor del cual todos los bautizados
pueden reunirse, cada uno con su acento teológico, todos calentados por las
mismas llamas. El problema es que Nicea no reunió a todos alrededor de un
fuego. Nicea desenvainó la espada.
“Controversias que han perdido su razón de ser”
León afirma
que debemos “dejar atrás las controversias teológicas que han perdido su razón
de ser” para llegar a una comprensión común y, más aún, a una oración común al
Espíritu Santo. No especifica a qué controversias se refiere. Simplemente nos
asegura que algunas batallas dogmáticas ya no deben mantenernos separados. Y es
en estas afirmaciones donde un católico formado por Pío XI y Pío XII ya no
puede reconocerse.
¿Qué
controversias exactamente habrían perdido su razón de ser? ¿Quizá la cláusula Filioque,
mencionada en nota como “objeto del diálogo ortodoxo-católico”? ¿El alcance de
la jurisdicción papal? ¿Los dogmas marianos rechazados por los protestantes?
¿La indisolubilidad del matrimonio? ¿La doctrina de la justificación definida
en Trento?
Durante siglos,
la Iglesia insistió en que la unidad requería la profesión común de todas estas
verdades. Pío XI escribió en Mortalium animos que existe un solo modo de
promover la unidad de los cristianos: el retorno de los hermanos separados a la
única verdadera Iglesia de Cristo. Pío XII, en Mystici Corporis, enseñó
que quienes están divididos en la fe y el gobierno no pueden vivir en la unidad
del Cuerpo de Cristo. Las cuestiones doctrinales que dividían a católicos y no
católicos no eran capítulos optativos para revisar después; eran parte del
depósito de la fe.
Ahora León
habla de controversias que ya no justifican la división. Habla de conversión
recíproca, como si la Iglesia católica y quienes rechazan su magisterio
estuvieran todos “en camino” hacia una unidad futura aún por definir. Habla del
Espíritu que nos guía juntos a descubrir una fe común más rica, sin decir nunca
que el camino de regreso a la unidad pasa por la sumisión al primado romano y
la aceptación del dogma católico. Nicea definió que el Hijo es consustancial al
Padre y luego anatematizó a quien sostuviera lo contrario. León cita la
definición y entierra su lógica. El Credo se conserva; las consecuencias se
silencian.
San Atanasio o el espíritu del diálogo
A Atanasio
podrías decirle que León lo elogia llamándolo por su nombre, recordando sus
heroicos exilios y definiendo su fe como “inquebrantable y firme”. Podrías
mostrarle los pasajes donde León insiste en que sólo un Cristo verdaderamente
divino puede divinizar al hombre y vencer a la muerte. Podrías señalarle la
bellísima oración al Espíritu Santo del final. Después tendrías que explicarle
que, diecisiete siglos más tarde, obispos y teólogos siguen discutiendo si el
Hijo procede sólo del Padre o del Padre y del Hijo, y que el obispo de Roma lo
llama “tema de diálogo”. Tendrías que explicarle que el primado por el que él
luchó ahora se trata como un obstáculo para la unidad, que hay que reformular
con cuidado para no ofender a los hermanos separados. Tendrías que explicarle
que Roma ahora prefiere hablar de “diversidad legítima” antes que de herejía,
de “comunión parcial” antes que de cisma, de “bautismo común” antes que de
conversión.
Atanasio no
fue exiliado cinco veces para preservar un mínimo común denominador. No soportó
presiones imperiales, calumnias y violencias para que los futuros papas
pudieran poner su Credo al servicio de un proceso que trata graves divisiones
doctrinales como malentendidos históricos a superar mediante un diálogo orante.
La Iglesia
que conoció Atanasio creía que el error mataba las almas y que la caridad
exigía claridad. La unidad se medía por la sumisión a la fe y al jefe visible
que la protegía. El lenguaje ecuménico actual mide la unidad según cuántas
veces aparecemos juntos en las fotos y cuán pocas veces mencionamos lo que
todavía nos divide.
La carta
apostólica elogia a la “juventud nicea” que completó la obra doctrinal del
Credo. El tono del documento, sin embargo, es el del adulto sinodal que
aprendió a no pronunciar palabras demasiado duras en compañía de otros.
Qué nos dice realmente todo esto sobre Roma
¿Qué debería
aprender un católico serio de In unitate fidei? Que la misma Roma que
cita el Credo ahora lo usa como una marca ecuménica. El mismo símbolo compuesto
para trazar una línea entre verdad y error es reformado como un amplio paraguas
que puede proteger sistemas mutuamente excluyentes, con tal de que reciten las
mismas palabras. El Concilio que antaño condenó y expulsó a los herejes es
invocado ahora para justificar una unidad que se conforma con permanecer
incompleta, una comunión que nunca exige a nadie cambiar de idea.
Cuando León
habla de la Iglesia, lo hace como el Concilio Vaticano II. En el papel, el
Credo es estable; en la práctica, la eclesiología es revisable. La antigua
enseñanza sobre quién pertenece verdaderamente a la Iglesia y cómo deben volver
los hermanos separados es reemplazada cortésmente por un lenguaje de
enriquecimiento recíproco y herencia compartida. Controversias teológicas que
antes justificaban una Reforma y un milenio de cisma ahora quedan, de repente,
destinadas a ser dejadas de lado.
Si hay una
lección que sacar de este aniversario es que la unidad sin verdad es una
falsificación. Los 318 Padres de Nicea no se reunieron en concilio para
establecer el contenido mínimo necesario para permanecer en comunión con Arrio.
Definieron la fe y afrontaron las consecuencias. Si León realmente quisiera
celebrar su valentía, debería recuperar su claridad.
Hasta
entonces, el Credo niceno-constantinopolitano seguirá siendo el juez del proyecto
ecuménico que se pretende construir sobre sus hombros. Las palabras siguen
siendo las mismas. La pregunta es si Roma todavía cree en todo lo que ellas
implican.
ANEXO 2
Una Caro: ¿En defensa de la monogamia?
Un matrimonio bajo ataque necesitaba la verdad
católica, no sentimentalismo[8]
“Tucho” Fernández[9] al presentar la nota vaticana sobre la monogamia
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Una Caro: elogio della monogamia (Una carne: elogio de la monogamia), la Nota doctrinal sobre el valor del matrimonio
como unión exclusiva y pertenencia recíproca[10],
difundida por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe con la aprobación del
Papa Prevost[11],
tiene un alcance amplio pero, como era previsible, sufre de una debilidad
típica de todos los textos sinodales modernistas: trata una doctrina antigua,
clara y de institución divina como si fuera un tema que necesitara una
reinterpretación moderna, en vez de la confirmación de una verdad perenne.
En una época
como la nuestra, donde la misma idea de matrimonio se está derrumbando bajo el
peso del libertinaje sexual, la ideología de género y la glorificación cultural
del no compromiso, un documento vaticano sobre la monogamia tendría que haber
tenido la fuerza de un toque de trompeta. Pero la Nota no es nada parecido. Al
contrario, Una Caro susurra palabras
dulzonas y se pavonea como un dandy.
Es una larga, pomposa y muy seria meditación pastoral, por momentos incluso
bella, pero que se niega a llamar pecado al pecado, error al error y verdad a
la verdad. Lo que la Iglesia necesitaba era un martillo, y en cambio recibió un
tímido tap-tap modernista.
Desde los
primeros párrafos, cualquier esperanza de que este documento fuera distinto a
la ya conocida basura posconciliar se hace trizas. La Nota no empieza por la
doctrina, ni por la ley divina, ni mucho menos por la ley natural que sostiene
toda la comprensión católica del matrimonio. Empieza, en cambio, con el
lenguaje introspectivo y terapéutico típico de los documentos sinodales
actuales. El vínculo conyugal, nos dicen, no nace de dos personas “que están
una frente a la otra”, sino de dos personas “que están una al lado de la otra”.
La
definición misma de unidad monogámica no se formula en términos teológicos o
jurídicos, sino con el vocabulario de un consejero matrimonial. No es una
elección estilística al azar: revela la óptica con la que el documento aborda
el tema. El matrimonio no es ante todo un pacto, un vínculo instituido o una
unidad ontológica, sino una “relación”, un “camino compartido” y una “comunión
de vida”.
Pero ¿qué
podíamos esperar? Después de todo, el documento es obra del cardenal Soft Porn en persona, alias Víctor
Manuel “Tucho” Fernández.
Ese lenguaje
puede ser inofensivo en un folleto catequístico o en una columna de consejos,
pero en una nota doctrinal se vuelve un obstáculo. La Iglesia siempre enseñó
que la unidad del matrimonio está fundada en algo mucho más sólido que la
cercanía emocional o la experiencia subjetiva. Está fundada en la misma ley
divina: “Serán una sola carne”. No “serán emocionalmente resonantes”, no
“crecerán en comunión interpersonal”, sino una sola carne. El vínculo unitivo
es real, objetivo, irrevocable e independiente de los sentimientos de los
esposos. Sin embargo, en toda la Una Caro,
la unidad es descripta como un proyecto emocional en desarrollo, un proceso
dinámico profundizado a través de la ternura, el diálogo y la entrega mutua. Se
pone el acento una y otra vez en la interioridad y la relacionalidad, al punto
de que uno se pregunta si los autores recuerdan que el sacramento del
matrimonio sigue siendo totalmente real incluso cuando los esposos dejan de
“sentirse conectados”.
El
empalagoso sentimentalismo se vuelve aún más inquietante cuando la Nota, en el
párrafo cinco, anuncia con sorprendente candidez que no va a tratar el tema de
la “indisolubilidad” ni de la “fecundidad”. Cuesta creer lo que uno está
leyendo. Un documento vaticano sobre la monogamia que explícitamente decide no
hablar de los dos pilares que hacen comprensible la monogamia. Sería como publicar
un documento sobre la Eucaristía y negarse a hablar de la transubstanciación.
Al poner entre paréntesis estos elementos esenciales, la Nota le quita a la
monogamia su columna vertebral doctrinal y la deja flotando en el aire.
Uno de los
fallos más estridentes aparece cuando la Nota usa, sin ningún espíritu crítico,
textos religiosos hindúes como testimonios morales de la monogamia. En un
documento de este tipo uno podría esperar observaciones antropológicas, pero no
citas directas de escrituras hindúes puestas sin matices al lado del Génesis,
como si el Manusmṛti o el Bhagavatam ocuparan un
plano moral comparable.
El documento
cita el Manusmṛti -texto que también consagra “grandes instituciones” como la jerarquía
de castas, la impureza ritual y la subordinación despótica de la mujer- como si
su afirmación sobre la fidelidad “hasta la muerte” fuera moralmente
iluminadora. Luego cita el Bhagavatam
y la historia de Ramachandra, que
“respetó a una sola mujer toda su vida”, como si esa narración épica reforzara
el magisterio católico. Finalmente cita el Thirukkural
tamil afirmando que “el amor recíproco es la esencia de la pareja”. Y todo esto
con una admiración que hace pensar que en cualquier momento “Tucho” también
puede empezar a citar el Kamasutra.
Este no es
el método católico. Cuando la Iglesia reconoció ecos de la ley natural en
culturas no cristianas, lo hizo siempre con distinción cuidadosa y, diría, con
decoro, justamente para no oscurecer la autoridad única de la Revelación
divina. Pero Una Caro no se preocupa
por nada de eso. Las fuentes paganas se presentan simplemente como “otras
perspectivas”, mezcladas retóricamente con la Escritura y los Padres. El efecto
no es enriquecimiento, sino un sincretismo nivelador. La Revelación termina
pareciendo la versión cristiana de un modelo antropológico universal.
Esto no nace
de un ingenuo universalismo teológico. Es un intento deliberado de ubicar al
catolicismo dentro de un marco de religiones comparadas, en vez de presentarlo
como la única fe verdadera que juzga a todas las demás.
Para
empeorar la cosa, la Nota trata las desviaciones morales con una suavidad
empalagosa. Cuando menciona el poliamor moderno, lo describe como un “fenómeno
cultural”, no como un pecado grave. Cuando habla de la poligamia, la llama una
“costumbre de la época”. Cuando analiza las relaciones “multipareja” modernas,
las define como “situaciones objetivamente difíciles”. Los profetas bramaban
contra el adulterio, Cristo condenó el divorcio, y San Pablo dijo claramente
que la fornicación excluye del Reino de Dios. Pero Una Caro prefiere el murmullo dulce de la sensibilidad pastoral
justo cuando el mundo, hundido en el pecado sexual, necesita que lo despierten.
Incluso
cuando aborda dilemas pastorales concretos -como qué hacer con convertidos
polígamos- el documento evita dar a los obispos una guía clara. Se detiene en
el “drama” y la “complejidad” de la situación, ofreciendo empatía pero ninguna
directiva concreta. Es exactamente esta clase de vaguedad la que llevó a tantos
obispos a evitar el liderazgo moral. Cuando Roma balbucea, los pastores
inevitablemente callan.
Toda la Nota
está empapada de una deriva antropológica: un reemplazo de categorías
teológicas por categorías psicológicas. El matrimonio es presentado una y otra
vez como un camino interior, un proceso, un diálogo, un crecimiento en la
entrega mutua. Esa perspectiva, aunque no falsa en sí misma, oscurece el hecho
de que el matrimonio es antes que nada un pacto instituido por Dios y
ratificado por los esposos mediante el consentimiento. No es una experiencia
subjetiva. Es un vínculo objetivo. Pero Una
Caro habla como si la unidad matrimonial creciera o disminuyera según la
dinámica interna de la pareja. Esa es antropología de psicología secular
moderna, no doctrina católica.
Hay pasajes
hermosos, sí. Hay citas de Agustín, Tomás de Aquino, León XIII y Pío XI que
recuerdan la fuerza doctrinal de épocas más sólidas. Hay momentos en los que la
Nota casi encuentra su equilibrio y dice la verdad con claridad. Pero esos
momentos flotan en un mar más amplio de ambigüedad, sentimentalismo y optimismo
antropológico. Es evidente que los autores sinodales temían que demasiada
claridad doctrinal ofendiera la sensibilidad de su verdadero dios: el hombre
contemporáneo.
Lo que la Iglesia necesitaba era una declaración
firme recordando:
-que la monogamia es ley de Dios,
-que está arraigada en la naturaleza,
-que fue defendida por Cristo,
-que es esencial para la sociedad,
-y que obliga a todos.
Necesitaba
una denuncia contundente de los pecados sexuales que destruyen almas y
sociedades. Necesitaba una articulación teológica que devolviera a la
procreación y a la indisolubilidad su lugar adecuado. Necesitaba claridad sin
excusas. En cambio, recibió un documento lleno de citas, de tono pastoral y
amplia retórica, pero pobre en autoridad, juicio y guía. Un texto que se niega
a condenar el error, que deja de lado verdades esenciales y que introduce
fuentes religiosas ajenas, poetas laicos y filósofos mundanos de manera que
oscurecen la unicidad de la Revelación.
Un mundo
perverso necesitaba una trompeta de alarma. En su lugar, “Tucho” y su
Dicasterio modernista nos regalaron una flautita impotente…
PARA
MÁS INFORMACIÓN
“Diez años con Francisco”
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Digitales
[1]
https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/october/documents/20251010-acs.html
- Artículo publicado en mi blog Super
Omnia Veritas: https://gloria.tv/post/RpMeiCQTyGJX4iiEmf76jQ2k1
- Para comprender la crisis conciliar recomiendo leer el siguiente documento: “La religión del hombre.
Un testimonio acerca de la crisis eclesial” - https://gloria.tv/post/u8x13tqGCFi727Sfj2J73PtSZ
[2]
https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_20061888_libertas.html
[3]
https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_01111885_immortale-dei.html
[4]
http://www.homilia.org/NewAge/humanumGenus.pdf
- https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_18840420_humanum-genus.html
[5] Fuente: https://www.aldomariavalli.it/2025/11/26/in-unitate-fidei-ovvero-lunita-al-prezzo-della-verita/ - Original
en inglés: https://bigmodernism.substack.com/p/nicaea-at-1700-the-problem-with-unitate - Autor: Chris
Jackson - Relacionado: https://radicalfidelity.substack.com/p/new-apostolic-letter-calls-for-abandoning - Traducción:
Pablo Marini - Edición: Alejandro
Sosa Laprida - Mis blogs: 1. https://gloria.tv/user/PsqnxVeozUAb11SRjPVhdKjWu - 2. https://gloria.tv/user/uCZ9iiNQ3eKS1zgLg6MSCmbjY
[6] Sobre
Prevost ver: 1. “Francisco nos acompaña desde el Cielo” https://gloria.tv/post/2JPN3gkmHVHaDjokMTx8YKsZm - 2. “La religión del hombre” https://gloria.tv/post/YZZG2utwXrt63iShzzCACGCfv - 3. “La corredención de María” https://gloria.tv/post/X7rdZYfhHJFK1F3Kg3JTNoxyg
- 4. “Marcha LGBT en el
Vaticano” https://gloria.tv/post/U7MJEhdXSPgL3HAma6bdXGAbd - 5. “El video del Papa” https://gloria.tv/post/SWa4N4hjJZya2xag3eYbL6jrn - 6. “Prevost y el cambio climático” https://gloria.tv/post/SWa4N4hjJZya2xag3eYbL6jrn - 7. “León XIV refutado por León XIII”
https://gloria.tv/post/RpMeiCQTyGJX4iiEmf76jQ2k1 - 8. “Examen de Dilexi Te” https://gloria.tv/post/okKtzN1oZTS72stx8fcWPjrUs - 9. “Ritual neopagano en el Vaticano”
https://gloria.tv/post/3EGW4JYjpTy63mV24WgcGs6o8 - 10. “Prevost y James Martin” https://gloria.tv/post/8uvUdBVXfnbRDRtgLvUFNutQm
[7] https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/apost_letters/documents/20251123-in-unitate-fidei.html https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2025-11/in-unitate-fidei-la-carta-apostolica-de-leon-xiv-1700-nicea.html
[8] Fuente:
https://www.aldomariavalli.it/2025/11/26/una-caro-a-difesa-della-monogamia-il-matrimonio-sotto-attacco-aveva-bisogno-della-verita-cattolica-non-di-sentimentalismo/ - Original
en inglés: https://radicalfidelity.substack.com/p/una-caro-the-limp-wristed-document
- Relacionado: https://bigmodernism.substack.com/p/una-caro-leos-marriage-letter-is - Traducción:
Pablo Marini - Edición: Alejandro Sosa Laprida - Mis
blogs: 1. https://gloria.tv/user/PsqnxVeozUAb11SRjPVhdKjWu - 2. https://gloria.tv/user/uCZ9iiNQ3eKS1zgLg6MSCmbjY
[9] Sobre
este repelente personaje, máximo bochorno nacional argentino (junto con su infame mentor, Jorge
Mario Bergoglio, de infeliz memoria), ver: 1. “Tucho contra María” https://gloria.tv/post/KBez74XGJCFH3mLb7hvWksqq1 - 2. “La Iglesia ha errado por siglos”
https://gloria.tv/post/6tx9HLuPetx9BsbjkSt2Hc9rR - 3. “Tucho al Santo Oficio” - https://gloria.tv/post/4DfejpEVjHjfDpWRzEBtWqFSQ - 4. “El Prefecto pornógrafo” - https://gloria.tv/post/Y9py2jN8Bgiu2NDa2ZL4JCBof - 5. “Sor Lucía Caram expone a Tucho
Fernández” - https://gloria.tv/post/Gof1GDxwagXv4Rw9GhtoUhPNS - 6. “El Vaticano bendice la sodomía” https://gloria.tv/post/BgvkYWfSKY3n4NRxHpivtTcpq - 7. https://infovaticana.com/2024/01/08/sale-a-la-luz-un-libro-oculto-del-cardenal-victor-manuel-fernandez-la-pasion-mistica-espiritualidad-y-sensualidad/ - 8. https://caminante-wanderer.blogspot.com/2024/01/se-descubre-un-nuevo-libro-oculto-del.html - 9. https://www.lifesitenews.com/es/noticias/sale-a-la-luz-un-escandaloso-libro-del-cardenal-fernandez-sobre-los-orgasmos/
[10] 1.
https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_ddf_doc_20251125_una-caro_it.html - 2. https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2025-11/presentacion-una-caro-nota-doctrinal-dicasterio-doctrina-fe.html
[11] Para
comprender la crisis conciliar recomiendo leer el siguiente documento: “La religión del
hombre. Un testimonio acerca de la crisis eclesial” - https://gloria.tv/post/u8x13tqGCFi727Sfj2J73PtSZ



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