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miércoles, 12 de octubre de 2016

La evangelización española de América - Ramiro de Maetzu


Todo un pueblo en misión


     Toda España es misionera en el siglo XVI. Toda ella parece llena del espíritu que expresa Santiago el Menor cuando dice al final de su epístola que: “El que hiciera a un pecador convertirse del error de su camino, salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados” (V.20). Lo mismo los reyes, que los prelados, que los soldados, todos los españoles del siglo XVI parecen misioneros. En cambio, durante el siglo XVI y XVII no hay misioneros protestantes. Y es que no podía haberlos. Si uno cree que la Justificación se debe exclusivamente a los méritos de Nuestro Señor, ya poco o nada es lo que tiene que hacer el misionero; su sacrificio carece de eficacia.


     La España del siglo XVI, al contrario, concibe la religión como un combate, en que la victoria depende de su esfuerzo. Santa Teresa habla como soldado. Se imagina la religión como una fortaleza en que los teólogos y sacerdotes son los capitanes, mientras que ella y sus monjitas de San José les ayudan con sus oraciones y escribe versos como éstos:

"Todos los que militáis
debajo de ésta bandera,
ya no durmáis, ya no durmáis
que no hay paz sobre la tierra"


     Parece que un ímpetu militar sacude a nuestra monjita de la cabeza a los pies...


     La Compañía de Jesús, como las demás Órdenes, se había fundado para la mayor gloria de Dios y también para el perfeccionamiento individual... San Ignacio había enviado  a San Francisco a las Indias, cuando todavía no había recibido sino verbalmente la aprobación del Papa para su Compañía. ... si no iba él era porque como general de la Compañía tenía que quedar en Roma, en la sede central; pero al hombre que más quería y respetaba, le mandaba a la obra misionera de las Indias. ¡Tan esencial era la obra misionera para los españoles!


     El propio padre Vitoria, dominico español, el maestro directa o indirectamente, de los teólogos españoles de Trento, enemigo de la guerra como era y amigo de los indios, que de ninguna manera admitía que se les pudiese conquistar para obligarles a aceptar la fe, dice que en caso de permitir los indios a los españoles predicar el Evangelio libremente, no había derecho a hacerles la guerra bajo ningún concepto, “tanto si reciben como si no reciben la fe”; ahora que, en caso de impedir los indios a los españoles la predicación del Evangelio, “los españoles, después de razonarlo bien, para evitar escándalo y la brega, pueden predicarlo, a pesar de los mismo, y ponerse al a obra e conversión de dicha gente, y si para esta obra es indispensable comenzar a aceptar la guerra, podrán hacerla, en lo que sea necesario, para oportunidad y seguridad en la predicación del Evangelio”. Es decir, el hombre más pacífico que ha producido el mundo, el creador del derecho internacional, máximo iniciador, en último término, de todas las reformas favorables a los aborígenes que honran nuestras Leyes de Indias, legitima la misma guerra cuando no hay otro medio de abrir el camino a la verdad.


     Por eso puede decirse que toda España es misionera en sus dos grandes siglos, hasta con perjuicio del propio perfeccionamiento. Este descuido quizá fue nocivo; acaso hubiera convenido dedicar una parte de la energía misionera a armarnos espiritualmente, d tal suerte que pudiéramos resistir, en siglos sucesivos, la fascinación que ejercieron sobre nosotros las civilizaciones extranjeras. Pero cada día tiene su afán. Era la época en que se había comprobado la unidad física del mundo, al descubrirse las rutas marítimas de Oriente y Occidente; en Trento se había confirmado nuestra creencia en la unidad moral del género humano; todos los hombres podían salvarse, ésta era la íntima convicción que nos llenaba el alma. No era la hora de pensar en nuestro propio perfeccionamiento ni en nosotros mismo; había que llevar la buena nueva a todos los rincones.



Ramiro de Maetzu – En defensa de la Hispanidad – Editorial Poblet – Bs.As. 1952 – Págs. 117-120.



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sábado, 2 de enero de 2016

Necesaria defensa de la hispanidad – Ramiro De Maetzu



  (Sobre las leyendas negras de la conquista española en América) Alguna vez ha protestado España contra estas falsedades. Generalmente, las hemos dejado circular, sin enterarnos. Pero esto de no enterarnos es inconsciencia, y la inconsciencia es una forma de muerte. Lo característico de la conciencia es la inquietud, la vigilancia constante, la perenne disposición a la defensa. Ser es defenderse. La inquietud no es accidente del ser, sino su esencia misma. Conocida es la antigua fábula latina: “Erase la Inquietud, que cuando cruzaba un río y vió un terreno arcilloso, cogió un pedazo de tierra y empezó a modelarlo. Mientras reflexionaba en lo que estaba haciendo, se le apareció Júpiter. La inquietud le pidió que infundiera el espíritu al pedazo de tierra que había moldeado. Júpiter lo hizo así de buena gana. Pero como ella pretendía ponerle a la criatura su propio nombre, Júpiter lo prohibió y quiso que llevar el suyo, Mientras disputaban sobre el nombre, se levantó la tierra y pidió que se llamase como ella, ya que le había dado un trozo de su cuerpo. Los disputantes llamaron a Saturno como juez. Y Saturno, que es el tiempo, sentenció justamente: “Tú Júpiter, porque le has dado el espíritu, le diste el cuerpo, te llevarás su espíritu cuando muera; tu, Tierra, como le diste el cuerpo, te llevarás el cuerpo; tú, Inquietud, por haberlo moldeado, lo poseerás mientras viva. Y como hay disputa sobre el nombre, se llamará: “Homo”, el hombre porque de “humus” (tierra negra) está hecho”.

  Vivir es asombrarse de estar en el mundo, sentirse extraño, llenarse de angustia ante la contingencia de dejar de ser, comprender la constante posibilidad de extraviarse, la necesidad de hacer amigos entre nuestros con-seres, la contingencia de que sean enemigos, y de estar alerta a lo genuino y a lo espúreo, a la verdad y al error. La inquietud no es un accidente, que a unos les ocurre y a otros no. Está en la esencia misma de nuestro ser. Y por  lo que hace a la patria, en cuanto la patria es espíritu y no tierra, es el ser mismo. Nuestra inquietud respecto de la patria es, en verdad, su quinta esencia. Somos nosotros, y no de ella, los que hemos de vivir en centinela; nos hemos de anticipar a los peligros que la acechan, sentir por ella la angustia cósmica con que todos los seres vivos se defienden de la muerte, velar por su honra y buena fama, y de reparar, si fuese necesario, los descuidos de otras generaciones…

  La defensa de la patria no excluye, sino requiere, el respeto de los derechos de las otras patrias… Es tan esencial a las instituciones del Estado y a los valores de la nación como a la vida de la Iglesia. Si no se sostiene, caen las instituciones y perecen los pueblos. Es más importante que los mismos ejércitos, porque con las cabezas se manejan las espadas, y no a la inversa. Esto que aquí inició la “Acción Española”, que es la defensa de los valores de nuestra tradición, es lo que ha debido ser, en estos dos siglos, el principal empeño del Estado no sólo en España, sino en todos los países hispánicos. Desgraciadamente no lo ha sido. No defendimos suficiente nuestro ser. Y ahora estamos a merced de los vientos.



Ramiro de Maetzu – En defensa de la Hispanidad – Editorial Poblet – Bs.As. 1952 – Págs. 38-41.



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