San Juan Bautista

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miércoles, 12 de octubre de 2022

12 de Octubre: Acción de gracias a España - Antonio Caponnetto

 A fray Santiago Cantera


En estos tiempos nuestros del olvido culpable,

de la omisión ingrata, de la trágica amnesia,

hay que grabar en todos los palacios del alma

la ofrenda agradecida, como cirio en la iglesia.


Hay que saber dar gracias por traernos el pozo

de Sicar, donde un día, bebió la misma Sed;

las bienaventuranzas, el ágape postrero,

ese oficio marino de arrojarnos la Red.


Hay que poder saldar lo que nadie podría

con caudales mundanos o el más áureo lingote,

los pareados cidianos, las loas de Berceo,

cada palabra ecuestre que enhebró Don Quijote.


Hay que retribuir a esas naves veleras

portadoras del Logos que fue Primeramente,

de los fueros y el Foro, del ágora y los fascios.

Saber que por Castilla en verdad somos gente.


Hay que honrar la memoria del guerrero y del mártir,

del misionero osado que murió predicando,

de los conquistadores leales al Madero

al yugo y a las flechas de Isabel y Fernando.


Hay que ser observantes con la herencia donada,

las cúpulas,el claustro, la lira o la zampoña,

los códices de Trento, la Política Indiana,

mientras cruzan el cielo las aspas de Borgoña.


Hay que corresponder tanto bien recibido,

el mestizo de acento castellanomanchego,

la Virgen Morenita, los santos rioplatenses,

la carreta en Luján, la tilma de Juan Diego.


Hay que elevar hosannas y aleluias de gozo:

el tribal maleficio ya quedó desprovisto,

la tierra descubierta recibió el Sacramento,

y celebran su gloria en el altar de Cristo.


Hay que saber dar gracias, repetimos seguros,

por la América hallada como el Niño en el templo,

el rosario en la selva derrotando demonios,

sólo en Dios Uno y Trino la vida y el ejemplo.


Hay que remunerar que llegara el Imperio,

la espada de un rey justo que la porta y la tange,

y pasados los siglos, tras sones de Cruzada,

las camisas azules, José Antonio y Falange.


Hay que cantar de nuevo nuestros himnos marciales,

que conquisten la sierra, la planicie o la calle.

Hay que alzar nuestras palmas hacia un cielo de julio

Y hay que enterrar a Franco nuevamente en el Valle.


Antonio Caponnetto



miércoles, 12 de octubre de 2016

La evangelización española de América - Ramiro de Maetzu


Todo un pueblo en misión


     Toda España es misionera en el siglo XVI. Toda ella parece llena del espíritu que expresa Santiago el Menor cuando dice al final de su epístola que: “El que hiciera a un pecador convertirse del error de su camino, salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados” (V.20). Lo mismo los reyes, que los prelados, que los soldados, todos los españoles del siglo XVI parecen misioneros. En cambio, durante el siglo XVI y XVII no hay misioneros protestantes. Y es que no podía haberlos. Si uno cree que la Justificación se debe exclusivamente a los méritos de Nuestro Señor, ya poco o nada es lo que tiene que hacer el misionero; su sacrificio carece de eficacia.


     La España del siglo XVI, al contrario, concibe la religión como un combate, en que la victoria depende de su esfuerzo. Santa Teresa habla como soldado. Se imagina la religión como una fortaleza en que los teólogos y sacerdotes son los capitanes, mientras que ella y sus monjitas de San José les ayudan con sus oraciones y escribe versos como éstos:

"Todos los que militáis
debajo de ésta bandera,
ya no durmáis, ya no durmáis
que no hay paz sobre la tierra"


     Parece que un ímpetu militar sacude a nuestra monjita de la cabeza a los pies...


     La Compañía de Jesús, como las demás Órdenes, se había fundado para la mayor gloria de Dios y también para el perfeccionamiento individual... San Ignacio había enviado  a San Francisco a las Indias, cuando todavía no había recibido sino verbalmente la aprobación del Papa para su Compañía. ... si no iba él era porque como general de la Compañía tenía que quedar en Roma, en la sede central; pero al hombre que más quería y respetaba, le mandaba a la obra misionera de las Indias. ¡Tan esencial era la obra misionera para los españoles!


     El propio padre Vitoria, dominico español, el maestro directa o indirectamente, de los teólogos españoles de Trento, enemigo de la guerra como era y amigo de los indios, que de ninguna manera admitía que se les pudiese conquistar para obligarles a aceptar la fe, dice que en caso de permitir los indios a los españoles predicar el Evangelio libremente, no había derecho a hacerles la guerra bajo ningún concepto, “tanto si reciben como si no reciben la fe”; ahora que, en caso de impedir los indios a los españoles la predicación del Evangelio, “los españoles, después de razonarlo bien, para evitar escándalo y la brega, pueden predicarlo, a pesar de los mismo, y ponerse al a obra e conversión de dicha gente, y si para esta obra es indispensable comenzar a aceptar la guerra, podrán hacerla, en lo que sea necesario, para oportunidad y seguridad en la predicación del Evangelio”. Es decir, el hombre más pacífico que ha producido el mundo, el creador del derecho internacional, máximo iniciador, en último término, de todas las reformas favorables a los aborígenes que honran nuestras Leyes de Indias, legitima la misma guerra cuando no hay otro medio de abrir el camino a la verdad.


     Por eso puede decirse que toda España es misionera en sus dos grandes siglos, hasta con perjuicio del propio perfeccionamiento. Este descuido quizá fue nocivo; acaso hubiera convenido dedicar una parte de la energía misionera a armarnos espiritualmente, d tal suerte que pudiéramos resistir, en siglos sucesivos, la fascinación que ejercieron sobre nosotros las civilizaciones extranjeras. Pero cada día tiene su afán. Era la época en que se había comprobado la unidad física del mundo, al descubrirse las rutas marítimas de Oriente y Occidente; en Trento se había confirmado nuestra creencia en la unidad moral del género humano; todos los hombres podían salvarse, ésta era la íntima convicción que nos llenaba el alma. No era la hora de pensar en nuestro propio perfeccionamiento ni en nosotros mismo; había que llevar la buena nueva a todos los rincones.



Ramiro de Maetzu – En defensa de la Hispanidad – Editorial Poblet – Bs.As. 1952 – Págs. 117-120.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista


miércoles, 17 de agosto de 2016

Independencia y Nacionalismo (Novedad Editorial) - Antonio Caponnetto



 De Próxima aparición:

En el mes de septiembre saldrá el nuevo libro del Prof. Dr. Antonio Caponnetto, “Nacionalismo e Independencia”



Reproducimos a continuación fragmentos del prólogo del mismo


SE NECESITA UN PROLOGUISTA

     Por si a alguno pudiera interesarle el dato –y no veo a quién– diré que llevo confeccionados más de cuarenta prólogos, todos ellos por expreso pedido de los autores o de los editores, que con inusitada generosidad me confiaron la presentación o introducción a las obras propias, o a la de ciertos escritores prestigiosos que oportunamente publicaban.


     Excepto a un conocido diariucho de las izquierdas nativas –que me supone un prologuista serial o me imagina sin nada que hacer como para andar ofreciéndome en esos arduos menesteres de preambulero– la verdad es que a nadie se le ocurrió objetar esta labor que impensadamente me sobrevino. Antes bien, constituye para mí, y para los hombres de sentido común, un legítimo motivo de satisfacción, pues es fácil deducir que quien pide a alguien un encabezamiento a su obra es porque tiene por atendible o confiable cuanto pueda decir sobre la misma. Dejo constancia con gratitud.


     No me ha pasado lo mismo con mis libros. Salvo por alguno de ellos, en general han salido sin cabeceras ni proemios. Y no ha sido por falta de apego a esta amable y hasta necesaria costumbre de contar con un presentador o anfitrión. Al contrario. Ha sido, y con veracidad lo confieso, para no andar suponiendo que lo mío merecía movilizar los esfuerzos exortativos de un tercero. Y después, con el paso de los años, para no involucrar a otros en el delicado brete de tener que ponderar sin ditirambos o disentir sin descalificaciones, o adherir a posturas tenidas por extremas para el mundo o quedar asociado a quien suele tomárselo por ultramontano.


     Admito sin embargo que, con este pequeño ensayo, me hubiera gustado hacer una excepción. Como todavía estoy a tiempo, apuntaré las condiciones o los requisitos que debería tener el candidato a prologuista.


     En primer lugar debería ser un español que entendiera que aquello llamado aquí Nacionalismo Católico –y con total prescindencia de las miserias y fragilidades de quienes lo componemos– no es una posición que tenga relación frontal alguna con la Modernidad ni con la Revolución. A ambas categorías cosmovisionales les tiene declarada la guerra.


     Debería entender asimismo que si decimos, por ejemplo, con Dionisio Ridruejo: “¡España, España, resuene siempre para mí tu nombre!”, es porque sentimos y experimentamos hacia ella un amor filial, que sobrepasa cualquier composición retórica, cualquier formalismo vacuo, para clavarse en los ijares del alma y llevarnos al trote hacia la madre. Algo entrevió al respecto Juan Ramón Jiménez:

“¡Patria y alma!
Una abriga a la otra,
como dos madres únicas
que fueran hijas de ellas mismas
en turno de alegrías y tristezas”.


     Por este amor filial fidedigno y probado, nos desconsuelan sus aflicciones y nos causan fruición sus victorias. El desmembramiento del Imperio Hispanoamericano, obra fundacional de Santa Isabel de Castilla, es tenido por nosotros entre los desconsuelos de la Madre España. Que el duelo se lo hayan causado sus monarcas pérfidos que no su prole fiel, es cuestión que también debe entenderse. Enjúguense las lágrimas maternas, pero no se nos tenga por causantes de las mismas. Cúbranse las desnudeces de un progenitor ajumado, pero la embriaguez no se la provocaron estas manos meridionales y americanas. Como fuere, es imposible estar de verbena cuando una madre gime. Ni vemos que un río que fue arrancado de su álveo, pueda gozarse en el desmadre, aunque le haya sido necesario para sobrevivir hallar un cauce propio.


     El segundo requisito que le pedimos a nuestro potencial prologuista, es que, de ser argentino, y para más señas nacionalista, comprenda que una cosa es la independencia “de todo poder extranjero”, y otra la de España. Si la primera es un deber que tenemos para poder llamarnos dignos del suelo que nos alberga y que a la vez tutelamos, la segunda fue un derecho que nos correspondió ejercer hace doscientos años, como el que posee quien por amor al trigo lo separa de la cizaña. La España ante la cual ejercimos este derecho estaba encizañada y tóxica; “empiojada” dice Castellani. Desontologizada, si se nos pide un tecnicismo. Un hombre de bien celebra el deber cumplido –si lo cumple– y practica austeramente sus legítimos derechos, sin sombras de alardes o vacuas prepotencias. Puede darse el caso de derechos que se pongan en práctica aunque acarreen tantas tempestades como calmas; y a veces, más las primeras que las segundas.


     Ante la independencia de España no cabe ni un complejo de culpa ni otro de grandeza. Pero es ahora entonces donde doy por enunciado el tercer requisito para mi imaginario prologuista. Ningún argentino aquí nacido puede dejar de reconocer que ésta es su nación; esto es, su lugar de nacimiento. Pretenderse aún así español de raza, nacionalidad, geografía o carne, es impropio, por decir lo menos. Y desde tamaña impropiedad acusar a nuestros criollos independentistas de traición, o de desarraigados y desertores a quienes nos alineamos en la criollidad es, por lo pronto, un abuso y un capricho.


     No existe el pasado de lo que soñamos que fue. Existe el pasado de lo que en realidad sucedió. Y lo que sucedió y advino es la patria argentina, que si se deja de lado la estulticia de darla por nacida en 1810 o 1816, no sólo no entra en colisión con la Hispanidad, sino que es su condición sine qua non para que la tengamos por patria, en lo que esta palabra exige no olvidar: la terra patrum. Más grave es todavía –y lo estamos viendo en algunos– cuando en nombre de un españolismo gentilicio autoadjudicado, se entra en confrontación dialéctica, menospreciando la argentinidad. El mendaz criterio sarmientino parece no querer cerrarse nunca. Bárbaros por hijos de España o por independizarnos de ella. La civilización resulta sernos siempre esquiva en esta tesitura.


     Serenamente argentinos y a la par hispanistas son pues dos cosas perfectamente compatibles que tratamos de vivir y de predicar. Amamos a nuestra nación argentina y amamos a la Hispanidad sin la cual aquélla no se explica ni se intelige. Y ya no es necesario demostrar que la Hispanidad es más que la misma España física, para constituirse en una sustancia metafísica. Por eso hay hispanistas de todas las latitudes y de todos los linajes. Por eso el germano Nietzsche, la elogió diciendo que ella “había amado demasiado”, y el italiano Croce sentenció la existencia de “l’affannosa grandiosità della Spagna”.


     Somos, pues, lo reiteramos, argentinos e hispanistas. No hablamos del Estado, ni de los Estados Nacionales, ni del principio de las nacionalidades. Hablo en Defensa del Espíritu, diría Maeztu; y de la Tradición, que arranca, por lo menos, en el mandato de Cristo de evangelizar a todos los pueblos. Por eso mismo se nos hace incongruente la posición de aquellos que, por un lado, y asistidos de todas las razones, deslegitiman el republicanismo; más por otro, no trepidan en entrar al juego pecaminoso de su sistema político. No se puede estar en pugna conceptual con los que tumban altares y tronos, y a la vez en connubio pragmatista con ellos.


     Guardamos gratitud hacia nuestros próceres que aunaron ecuestremente ambos amores, a la americanidad y a la hispanidad, y los dos uncidos férreamente a la Cruz. De modo contrario llega nuestro fortísimo rechazo a quienes tuvieron por la barbarie misma a todos los ideales y los fines salidos de la matriz hispana. Menosprecio y olvido para las contrafiguras que ensalzó el liberalismo, cualesquiera fueran sus variantes. Honor para los combatientes de la patria terrena, la que no renuncia a la celeste ni olvida su prosapia. Sobre todo, honor para los que por esa patria así concebida y forjada han dejado sus vidas, como rasgones heroicos que la pampa cauteriza. Que lo diga mejor don Ricardo Molinari:

“¡Ay, Argentina, Argentina,
cuánta sangre arde tus páramos!
Cuántos cuerpos aún penden
vencidos en tus espacios”.


     Le pido un cuarto y último requisito a mi conjetural prologuista. Si quiere descifrar por completo lo que ensayo decir en las líneas que siguen, olvídese de las rivalidades manualísticas con las cuales y mediante las cuales se ha enseñado hasta hoy la historia. Ni papelólogos ni documentalistas ni guiñoles de museos o de archivos nos van a dar la clave exacta de aquello que buscamos. Distinto será el resultado si pedimos el auxilio de la liturgia y del poema.


     Por eso quise ilustrar la tapa de este modesto libro con la Primera Misa en la Argentina. A ver si dejamos de saludarnos “en el día de la patria, buenos días”, cada 25 de mayo o cada 9 de julio. Y si incorporamos en cambio la grande y olvidada fiesta del 1 de abril de 1520: la hostia inaugural izada sobre el territorio argento. Allí está el estreno, el albor, el umbral y el preludio de La Argentina amada.


     De la poesía, decidí ocuparme sin delegaciones. Eximo a los candidatos a prefacistas que se presenten, para que a nadie más se culpe. Y remocé este soneto viejo perpetrado para soñar la esperanza de la patria en el Señor que viene a librar, como Caudillo, el combate definitivo. El que está anunciado en un inquietante texto joánico llamado en griego Apokalipsis:


No es la niebla o el ruido o el ocaso
que ensombrecen la plata de tu nombre,
ni este férreo crepúsculo del hombre
anundando tu forma en el fracaso.


Ayer ancló una nave y en su quilla
traía el Partenón, la luz del Foro,
el pendón de Santiago en gualda y oro
para izarlo en el limo de tu orilla.


Después al Sur, por río sin frontera,
la vieron navegar entre alabardas,
como un galope azul, como un tordillo.


Y ahora dicen que muere en la escollera,
pero hay jinetes, prestas las albardas,
aguardando el regreso del Caudillo.

  
Antonio Caponnetto


Buenos Aires, 12 de agosto de 2016. Día de la Reconquista.


Quienes estén interesados pueden hacer sus pedidos a:
Carlos José Diaz, Tel: (011) 15-6133-4150
katejon@outlook.com


Nacionalismo Católico San Juan Bautista



jueves, 11 de febrero de 2016

Católicos y nacionalistas en el fin de los tiempos - Augusto TorchSon

  
  Somos nacionalistas católicos ya que adherimos a una doctrina política basada especialmente en la filosofía tomista. El patriotismo es un elemento esencial en el nacionalismo y consiste en el amor a la patria, más éste se enfoca solamente en el sentimiento. El nacionalismo yendo más allá y coincidiendo con la Doctrina Social de la Iglesia, busca la promoción del bien común; el derecho natural por el cual se opone por ejemplo al matrimonio homosexual, aborto, o perversión infantil promovidas por la ONU; y defiende la propiedad privada entre otras consignas. Así decimos Dios, Patria y Hogar. También defiende y promueve las entidades intermedias como el medio adecuado para equilibrar las relaciones entre los gobiernos y los gobernados, agrupando así a personas con intereses comunes (familias, sindicatos, asociaciones profesionales, etc) que cómo órganos naturales nada tienen que ver con los partidos políticos que representan ideologías antes que intereses comunes. Estas entidades intermedias son hoy uno de los ámbitos más adecuados para la militancia. Así las partidocracias a la que hoy se llaman democracias representan antes que los intereses del pueblo, el de los políticos, los cuales legítimamente (e inmoralmente) pueden desconocer sus promesas electorales y ajustarse a los mandatos partidarios que siempre terminan adecuándose a los requerimientos foráneos de la sinarquía internacional.

  Señalamos anteriormente como el Padre Castellani sostenía que uno de los principales errores del nacionalismo es “poner los ojos en el Poder a corto plazo en vez de ponerlos en la Verdad a largo alcance. Si pretendemos embarcarnos en esa noble empresa, no deberíamos escribir para tratar de demostrar erudición o para llegar a un grupo selecto de personas, sino más bien, de instruir a mucha gente que todavía vive en las tinieblas de la desinformación y el envenenamiento moral y espiritual al que los someten no sólo los medios de comunicación sino hasta las escuelas y  universidades. Y con eso también cumplimos con la exhortación paulina de evangelizar a tiempo y a destiempo. Se está atacando mucho al nacionalismo y esto no solo desde sectores liberales, conservadores e izquierdistas, sino también de grupos que se dicen tradicionalistas pero al demostrar desdén por ésta corriente política, están mostrando también, desprecio por el amor a la patria y sus tradiciones, y esto implica atacar uno de las características esenciales de nuestra identidad histórica: nuestra hispanidad; condición que tiene como rasgos determinantes el compartir el idioma y el credo, sin hacer distinciones raciales. A esto agregamos las particularidades históricas, culturales y hasta psicológicas que surgen hasta de la misma geografía de nuestros países, y que hacen a nuestro ser nacional.

  Cuando se nos ataca, se aduce que adherimos a los errores en los que incurrieron algunos movimientos nacionalistas como por ejemplo el de la estatolatría; sin embargo, a diferencia de ellos, ponemos por sobre cualquier afinidad política nuestra fe; y de esa manera, la cuestión política, actividad insoslayable en el hombre, queda subordinada a la acción evangelizadora, que dicho sea de paso, se ve fortalecida al sumarle el amor y defensa de nuestras patrias, tal como surge del 4° Mandamiento de decálogo Divino, constituyéndose de esa manera el servicio a la patria en deber de gratitud y del orden de la caridad como lo señala Catecismo (2293), y de esa manera esta actividad tiene una finalidad trascendente que es la de ayudar a nuestros connacionales a alcanzar la vida eterna, generando el ámbito adecuado para ello.

  Pero en honor a la verdad, no podemos y no debemos desconocer sino más bien reconocer los méritos de los movimientos nacionalistas que, aunque incurriendo en algunos errores filosóficos y hasta en la praxis; ofrendaron sus vidas por la defensa de sus naciones. Dicha lucha se dio y se da contra el internacionalismo judaico compuesto por los falsos opuestos, capitalismo y comunismo, planteados dialécticamente para distraer la atención sobre la realidad materialista y atea de ambos, y desenmascarando a estos tentáculos del mismo pulpo plutocrático que pretende hacer del mundo una aldea global amorfa. Nuevo orden mundial que se pretende “multicultural”, sin tradiciones, sin identidad cultural, en nombre de una supuesta fraternidad universal; se pretende sin diferencias entre los hombres (no en dignidad sino en naturaleza) en un igualitarismo democrático sin asidero, para quitar en los hombres las aspiraciones de superación, de nobleza y hasta de grandeza, en nombre de la igualdad masónica; pero por sobre todas las cosas, se pretende permisivo llevando a la humanidad a toda clase de excesos y perversiones en nombre de la libertad. Y así cumplidas las premisas masónicas, “Liberté, égalité, fraternité”, se aduce que estos movimientos nacionalistas promueven la intolerancia y la discriminación sin precisar a qué se refieren esos términos que para adecuarse a su más íntimos significados requieren precisión. Somos y debemos ser intolerantes con el error, lo mismo podemos decir con respecto a la discriminación ya que es imprescindible distinguir y excluir lo malo en beneficio de lo bueno. Y por eso hoy en el caos más absoluto, cuando nuestra imagen sobre Sodoma y Gomorra puede resultar nimia en comparación con nuestras sociedades actuales; resulta ridículo y hasta contradictorio quejarnos de lo que vivimos, denostando a esos movimientos nacionalistas que promueven y promovieron  todos los valores que hoy consideramos  vulnerados; es decir, el de la familia tradicional, el trabajo como generador de riqueza, el amor a la patria, el honor, la lealtad y hasta la santidad; y en definitiva el orden que es indispensable para poder aspirar al bien común. Y por eso hoy, cuando se pretende verle “el lado bueno” a ateos, promiscuos, adúlteros, sodomitas y toda clase de réprobos (mientras no se arrepientan adecuadamente de su maldad); se acusa de fundamentalistas y fanáticos agresivos a los nacionalistas que defendieron siempre el orden natural.

  Lo cierto es que tampoco podemos renunciar a nuestra fe o hacer concesiones con ella a fin de aglutinar o no “excluir” a otros nacionalistas, ya que los hispanistas por definición somos católicos y al serlos es indispensable “amar a Dios por sobre todas las cosas” y consecuentemente seguir sus mandatos, por lo que mal haríamos en orden a un resultado cuantitativo, renunciar a una cuestión fundamental como es nuestra fe católica. También pueril resultaría pretender acceder al poder con las herramientas del enemigo, es decir, entrando en el sistema partidocrático de las democracias judeomasónicas actuales, con su ritual religioso invertido, el sufragio universal. Si bien, es imposible ganarle a Saurón con su propio anillo usando la metáfora tolkeniana, suponiendo que fuera posible hacerlo, la pregunta es: ¿a qué costo? Recordemos las palabras de Nuestro Señor: “¿De qué le servirá al hombre el ganar el mundo entero, si pierde su alma?(Mt. 16, 26).  

  No podemos ignorar que hoy el mundo se encuentra absolutamente dominado por una elite de banqueros judíos, que buscan destruir las patrias, sin embargo manteniendo la homogeneidad de su raza y promoviendo su supremacía. Herederos de aquellos que reclamaron la muerte de su Dios con satánicas palabras diciendo: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”(Mt. 27,25), son los que lucharon sin descanso por destruir la cristiandad y hoy con su objetivo casi concluido, paradójicamente atraen su propia derrota,  ya que tenemos la promesa Divina que cuando todo parezca absolutamente perdido, Cristo Regresaría con toda Majestad y Gloria y su triunfo sobre el mal será definitivo. Los signos son claros, muchos y coincidentes.

  Éste 0.2% de la población mundial (16 millones de judíos), manejando los medios, manipulando la historia, y pervirtiendo las costumbres, lograron hasta judaizar a la jerarquía de la neoiglesia; y los adoradores del becerro de oro, hoy con el poder de la usura dominan a los gobiernos de todo el planeta. Pero ¿podemos decir que esto significa que no debemos hacer nada porque nada conseguiríamos? Al contrario, lejos de ser ésta una visión derrotista, la nuestra es una visión realista que impone la necesidad de saber contra quién nos enfrentamos y su poderío. Y la lucha terrena contra estos enemigos de Dios, además de responder a un imperativo Divino, al ser o parecer imposible la victoria desde nuestras posibilidades humanas; engrandecen nuestro esfuerzo para darle un carácter de gloria nunca antes alcanzado en la Historia, transformando a los santos de los últimos tiempos en los mayores de la humanidad a los ojos de Nuestro Creador, pero sin embargo, no siendo reconocidos de ninguna manera a los ojos del mundo. Esto nos lleva a una soledad humana en la que sólo podemos acudir a Quien realmente importa diciendo con Santa Teresa “Sólo Dios basta” y con San Pablo “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” no confiando ya en nuestras fuerzas o posibilidades, sino en el dador de las mismas, y en sus designios para nuestra actuación; sabiendo así que a nosotros solo nos corresponde la lucha y a Dios el resultado.


  Podemos estimados hermanos y camaradas decir hoy más que nunca, que sin claudicar a nuestros principios, la lucha vale la pena; y así, mi humilde sugerencia es empezar por el principio, y más que pretender “nacionalizar” el catolicismo, deberíamos empezar por evangelizar al nacionalismo.



Augusto



Santa Juana de Arco, Isabel La Católica, Gabriel García Moreno,

oren por nosotros.


Nacionalismo Católico San Juan Bautista


sábado, 2 de enero de 2016

Necesaria defensa de la hispanidad – Ramiro De Maetzu



  (Sobre las leyendas negras de la conquista española en América) Alguna vez ha protestado España contra estas falsedades. Generalmente, las hemos dejado circular, sin enterarnos. Pero esto de no enterarnos es inconsciencia, y la inconsciencia es una forma de muerte. Lo característico de la conciencia es la inquietud, la vigilancia constante, la perenne disposición a la defensa. Ser es defenderse. La inquietud no es accidente del ser, sino su esencia misma. Conocida es la antigua fábula latina: “Erase la Inquietud, que cuando cruzaba un río y vió un terreno arcilloso, cogió un pedazo de tierra y empezó a modelarlo. Mientras reflexionaba en lo que estaba haciendo, se le apareció Júpiter. La inquietud le pidió que infundiera el espíritu al pedazo de tierra que había moldeado. Júpiter lo hizo así de buena gana. Pero como ella pretendía ponerle a la criatura su propio nombre, Júpiter lo prohibió y quiso que llevar el suyo, Mientras disputaban sobre el nombre, se levantó la tierra y pidió que se llamase como ella, ya que le había dado un trozo de su cuerpo. Los disputantes llamaron a Saturno como juez. Y Saturno, que es el tiempo, sentenció justamente: “Tú Júpiter, porque le has dado el espíritu, le diste el cuerpo, te llevarás su espíritu cuando muera; tu, Tierra, como le diste el cuerpo, te llevarás el cuerpo; tú, Inquietud, por haberlo moldeado, lo poseerás mientras viva. Y como hay disputa sobre el nombre, se llamará: “Homo”, el hombre porque de “humus” (tierra negra) está hecho”.

  Vivir es asombrarse de estar en el mundo, sentirse extraño, llenarse de angustia ante la contingencia de dejar de ser, comprender la constante posibilidad de extraviarse, la necesidad de hacer amigos entre nuestros con-seres, la contingencia de que sean enemigos, y de estar alerta a lo genuino y a lo espúreo, a la verdad y al error. La inquietud no es un accidente, que a unos les ocurre y a otros no. Está en la esencia misma de nuestro ser. Y por  lo que hace a la patria, en cuanto la patria es espíritu y no tierra, es el ser mismo. Nuestra inquietud respecto de la patria es, en verdad, su quinta esencia. Somos nosotros, y no de ella, los que hemos de vivir en centinela; nos hemos de anticipar a los peligros que la acechan, sentir por ella la angustia cósmica con que todos los seres vivos se defienden de la muerte, velar por su honra y buena fama, y de reparar, si fuese necesario, los descuidos de otras generaciones…

  La defensa de la patria no excluye, sino requiere, el respeto de los derechos de las otras patrias… Es tan esencial a las instituciones del Estado y a los valores de la nación como a la vida de la Iglesia. Si no se sostiene, caen las instituciones y perecen los pueblos. Es más importante que los mismos ejércitos, porque con las cabezas se manejan las espadas, y no a la inversa. Esto que aquí inició la “Acción Española”, que es la defensa de los valores de nuestra tradición, es lo que ha debido ser, en estos dos siglos, el principal empeño del Estado no sólo en España, sino en todos los países hispánicos. Desgraciadamente no lo ha sido. No defendimos suficiente nuestro ser. Y ahora estamos a merced de los vientos.



Ramiro de Maetzu – En defensa de la Hispanidad – Editorial Poblet – Bs.As. 1952 – Págs. 38-41.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

jueves, 22 de mayo de 2014

Santiago Apóstol y la Hispanidad – Por Carmen Rodríguez


  España honra como a su Santo Patrono y Caudillo a Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo, primero de los Apóstoles que derramó su sangre por la Iglesia naciente y también el primero en llevar el Evangelio a la Hispania, esa tierra que el geógrafo griego Estrabón definió como una gran piel de toro tendida en la extremidad del Occidente, entre los montes de los Pirineos y las columnas de Hércules, frente al Océano tenebroso inexplorado.

  No en vano Santiago era “hijo del trueno”, no en vano poseía el carácter bravío que le llevó a pedir a Jesús el castigo del fuego para el pueblo samaritano que no quiso escuchar la Palabra.

  Santiago será llamado a evangelizar a esa “piel de toro”, a esa España como él áspera y bravía, España indomable que se constituiría más tarde en la defensora de la Cristiandad, la que soportará durante ocho soglos la arremetida salvaje del invasor musulmán, para permitir con su agonía la vida del Occidente Cristiano. “España evangelizadora de la mitad del orbe, España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma…” no solo va a recibir la Luz de la Fe por el Apóstol, sino que también va a gozar de su protección visible en los momentos más difíciles de su historia.

  Alrededor de cincuenta y siete apariciones se cuentan de Santiago para dar la victoria a las armas españolas, en igual número de batallas. De todas ellas la aparición del Apóstol en Clavijo es celebrada por la Iglesia que la conmemora el día 23 de mayo.

  Ocurrió cuando se iniciaba la Reconquista en la Península: Don Ramiro I, Rey de Asturias, entabla combate con los musulmanes en los campos de Iregua, Rioja, pero la suerte es propicia a las huestes de Abderramán, debiendo el ejército cristiano replegarse y buscar refugio en el castillo de Clavijo. Es en esa noche, preñada de tristeza y de desesperanza cuando Santiago se aparece a Don Ramiro y le promete la victoria sobre el infiel. Al amanecer el Rey convoca a sus hombres y les hace saber la promesa recibida. Cuando llega la hora de enfrentarse al musulmán al grito de “¡Santiago y Cierra España!”, ven aparecer traspasando las nubes al Apóstol, montado en brioso corcel blanco, enarbolando en su mano izquierda una bandera que ostenta la cruz bermeja, y en la diestra fulgente espada con que se abre paso, sembrando la muerte y la confusión entre los enemigos.

  Los ejércitos hispanos depositaron siempre su esperanza en la victoria por la mediación del Santo Apóstol, y nos cuentan las crónicas que los Reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel hacían ondear el estandarte de Santiago en el sitio más alto de la plaza conquistada precediendo siempre éste al pabellón de Castilla.

  Era el espíritu de Santiago el que alentó la última y gloriosa Cruzada. Era su espíritu bravo e indomable el que sostenía el brazo del humilde requeté o el del falangista en la lucha. Era su espíritu el que quedó palpitando en el último y desgarrado “¡Arriba España!” de José Antonio, cuando en la fría madrugada de Alicante los fusiles sellaron labios que por haber dicho todo en esta tierra solo podían abrirse nuevamente en el Cielo.

  Pero el hijo de Zebedeo, el que mereció que la Ssma. Virgen lo visitara en carne mortal a orillad del Ebro, no limita su protección a la España sino que la extiende a toda la Hispanidad.

  La Hispanidad es el conjunto de pueblos que han sido conquistados por España, que de ella han recibido la Fe y la lengua, la dulce lengua de Fr. Luis, y que con ella tienen “un destino común universal”:

“Hispanidad es Acero
Del Apóstol Conquistador.
Espada que acaba en flor.
Hispanidad es Santuario
Cimentado en un Pilar
Que nadie podrá borrar.
Hispanidad es Castillo
En que defiende un león
Patria, Honor y Religión”.

  “España, nos dice José Antonio, no se ha justificado nunca sino por el cumplimiento de un universal destino…”, y también: “España no se justifica por tener una lengua ni por ser una raza, ni por ser un acerbo de costumbres, sino que España se justifica por su vocación imperial…”. Vocación Imperial que la hace aún más grande que Roma, pues como dice el Cardenal Gomá y Tomás: “Roma hizo pueblos esclavos, y España les dio la verdadera libertad. Roma dividió al mndo en romanos y bárbaros; España hizo surgir un mundo de hombres a quienes nuestros reyes llamaron hijos y hermanos. Toma levantó un Panteón para honrar a los ídolos del Imperio; España hizo del Panteón horrible de esta América un Templo al único Dios verdadero. Si Roma fue el pueblo el de las construcciones ingentes, obra de los romanos hicieron los españoles en rutas y puentes que al decir de un inglés, hablando de las rutas andinas, compiten con las modernas de San Gotardo; y si Roma pudo concentrar en sus códigos la luz del derecho natural, España dictó este cuerpo de las seis mil leyes de las Indias, monumento de justicia cristiana en que compite la grandeza del genio con el corazón inmenso del legislador”.

  La misión de España y de la Hispanidad ayer, hoy y siempre será la de significar a Cristo entre los pueblos y la de luchar para que Él reine y su reinado sea conocido y amado.

  Cada Pueblo tiene una vocación especial asignada por Dios. La nuestra es ésta, la del combate.

  En este momento se podría definir como la “hora y el poder de las tinieblas”, cuando todos los pueblos de la Europa cristiana se empeñan por marchar por caminos que los llevan a la rutina porque se alejan de Dios, queda como un baluarte la Hispanidad. Desde allí debemos iniciar nuestra Reconquista. Tenemos para ello la ayuda de la Ssma. Virgen, la que tomó posesión del solar hispano plantado en el suelo zaragozano el mojón de su Santo Pilar, tenemos también la ayuda de Santiago el Caudillo de la Hispanidad que como a Ramiro de Clavijo nos alienta al combate y nos asegura la Victoria.


Carmen Rodríguez

Revista Roma Julio de 1969 – Año III – N° 10 – Buenos Aires.



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