San Juan Bautista

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lunes, 17 de marzo de 2014

Del Papa y las perplejidades - Por Antonio Caponnetto


Carta a Dardo Calderón

Amigo Dardo:

  Me tocó estar fuera de casa una semana mientras aparecía y circulaba tu valiosa y caritativa nota sobre mi perplejidad  (cfr. La Perplejidad de Antonio Caponnetto), escrita tras la aparición de mi artículo titulado: A un año del Pontificado de Francisco. Esa lejanía del escritorio me permitió leerla y rumiarla varias veces. Pero recién ahora –otra vez teclado en mano- puedo esbozar una respuesta.

  Lo primero es agradecerte. El mester de acercarse a un alma –mitad doliente y mitad  briosa- para confortarla o comprenderla, aconsejarla, conminarla y acompañarla, tiene mucho del antiguo oficio del hidalgo, y un señorial vestigio de aquellas camaraderías nobles que no suelen abundar en estas épocas villanas. Quede manifestada mi gratitud, y sostengo otra vez que debe ser lo primero en quedar dicho.

  En lo que tu escrito tiene de ponderación de mi persona, presumo que hay alguna desproporción, y no puedo evitar un cierto sobresalto; pues conociendo tu gloriosa incapacidad para las adulaciones, o me mides con vara empinada, o es la correcta y yo no lo advierto ni me importa creerlo. Emulando al inolvidable Ángel Miguel Salvat, que solía decirme humildemente: “yo canto de puro mendocino”, me correspondería sentenciar que si ando perplejo es de puro porteño. Quisiera el buen Dios que me rozaran las altas analogías de “perplejables” que generosamente me endilgas. Pero mucho me temo que son un sayo grande para mi fatigada y módica percha.

  Protesto en cambio contra la sinonimia que le otorgas a la palabra perplejidad, por muy amparada que ella esté en los reales diccionarios de la lengua. Porque la verdad, amigo Dardo, que no me tengo por “dudoso, incierto, irresoluto y confuso” en el tema que abordo. Antes bien –y sin negar las humanas incertidumbres, descorazonamientos y limitaciones múltiples que me acompañan- debo decirte con sencillez redonda, que lo que en mí prevalece ante el estado actual de la Iglesia, mezcla en partes iguales la indignación y el azoramiento, la mortificación profunda y el ánimo beligerante, la estupefacción y el lamento, la legítima ira y el crepitar del cuore. No dudo de lo que estoy viendo, como dices; y no desconozco del todo “cuál es el camino correcto”, el “camino de orden frente a este estado de cosas”.

  No digo esto último en defensa propia –te lo aseguro- sino de mis maestros; pilotos de tormentas bravas que, pese a mí mismo, me inculcaron ciertos hábitos de distinción, ya casi convertidos en instinto o en olfato. Gratis date. Tampoco lo digo porque quiera arrogarme el privilegio de señalar el rumbo en medio de la confusión, tarea del héroe, como bien discernía tu padre.

  Si es verdad lo que escribe Marechal en su Didáctica de la patria: “tu heroísmo ha de ser un caballo de granja, tu santidad una violeta gris”, pues dame por confesado públicamente si te manifiesto que ni para destino de granjas y violetas parece que diera mi osamenta y cuanto ella guarda. Así y todo; no, Dardo, no. Ni desconozco el camino, sin ser héroe. Ni me hallo irresoluto, aunque me muerdan las penas como jaurías malandras. Ni se me negó la revelación básica de las causas del caos  y del retorno al orden, sin tener la testa del de Estagira o del de Hipona.

  Si alguien creyera que me voy adjudicando algún mérito al objetarte este punto, sólo me importaría aclararle que estoy como Borges cuando enfatizaba sentirse más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Mis escritos no son necesariamente el faro en las tinieblas, ni los pretendo tanto. Pero sí las lecturas de mis maestros trasuntadas en tales escritos, cuando logro ser portavoz de los mismos. Es esto apenas lo que estoy queriendo afirmar cuando objeto una parte de tu retrato. Es esto lo que defiendo cuando rechazo ciertos significados de la palabra perplejidad que me atribuyes. Ciertos digo, no todos. Porque de una ristra de ellos –tal vez no registrados por la RAE- me haría cargo sin exculpaciones ni solemnidades.

  Salvedad hecha, vuelvo por los fueros de la gratitud y de la aceptación general de cuanto me planteas. Aceptación general que incluye admitir el riesgo –bien señalado en tus líneas- de no poder ofrecer el martirio; esto es, el testimonio, si nos dejamos ganar por la depresión y la angustia. De no poder salir de atolladero si no superamos el estar absortos por “el estar vigilantes”. De no llegar al fondo de la tragedia si nos abstenemos de valorar la liturgia de la Tradición. O de perder el rumbo si no descubrimos al “santo ignoto y ocultado” que puede andar en las interioridades de nuestro propio entorno. Buena preceptiva esta última, sobre todo cuando desde Roma se nos invita a descubrir el ladrón que todos llevamos adentro, sin reprimir la cleptomanía.

Dejemos la tentadora subjetividad

  Pero aquí lo que importa, caro Dardo, no es convertir la semántica de mi perplejidad en objeto de análisis. El que lo hayas hecho, me creas o no, me parece el fruto de tu magnanimidad, pero no el de una genuina urgencia. Me turba incluso, al colocarme en el centro de una reflexión que no me debe tener por centro. Porque conmigo o sin mi confuso, esclarecido, ciego, clarividente, decidido o paralizado; conmigo o sin mí, mala o virtuosamente perplejo, la Barca sigue y seguirá su rumbo.  Pero si Pedro duerme en el timón, recibe a Judas en la proa y a Luzbel en la popa, echa al mar los tesoros seculares y cambia la rosa de los vientos. Si Pedro ya no quiere ser Vicario del Crucificado sino anfitrión de los crucificadores, entonces tenemos que ponernos serios y dejar de hablar de lo que nos pasa a nosotros, para hablar de lo que pasa y obrar en consecuencia.

  Y es en este terreno donde hallo la parte más sustantiva de tu ensayo. Le dedicas sesudos párrafos a la crítica de “los Papas buenos”, y de cómo sus errores, quizás pequeños al principio, se hicieron grandes al final. Inmensos en este final, que acaso sea El Final, me atrevería a acotar.

  Siento la vivísima urgencia de aclararte que suscribo totalmente este diagnóstico crítico del Preconcilio que has ido elaborando. Suscribo las líneas globales y los matices, y hasta los exabruptos para los que tienes una especial capacidad lingüística.

  Desde hace algunos años, y ahora mismo (con ocasión de un opúsculo que estoy escribiendo con nuevos argumentos contra la perversión democrática), me he puesto a estudiar un poco aquel período del pontificado y de la Iglesia  durante los siglos XIX y XX. Mucho huele a heterodoxia en ese tiempo y en no pocos de sus protagonistas más relevantes. De modo que si tuviera que hallar una imperfecta aunque rápida etiología de cuanto sucede ahora, diría con el sabio refranero que de aquellos polvos vinieron estos lodos.

  No se pasó impunemente por el Ralliement, ni por la traición a los Cristeros, ni por la condena a Maurras, ni por el apoyo electoral activo a la democracia cristiana, ni por la frialdad ante el Carlismo, ni por los muchos guiños  contemporizadores hacia el norteamericanismo. Y se equivocan largo quienes creen ver en estos yerros, nada más que extravíos prudenciales o debilidades de gobierno. La recta doctrina sufrió mengua, la ortodoxia fue dañada, lloró el octavo mandamiento, y algún jirón de Nicea quedó tirado en el camino. El sentido monárquico del trono petrino empezó a mundanizarse. Y el mundo, claro, o el siglo, son categorías teológicas, no cuestiones gubernamentales.

  Te invito Dardo –si me lo permites- a que consideres otros factores en el análisis de esta descomposición; como el predomino de la devotio moderna y del fariseismo, sólo para que no te suceda lo que cuentas de Madirán, que se entusiasmaba de más con Pío XII; o en este caso, para que no te ilusiones demasiado con los efectos regeneradores de la antigua, perenne e imperecedera liturgia. Porque, amigo mío, los polvos que estamos mentando y cuestionando y que darían hoy el lodazal de Francisco, tuvieron lugar en un tiempo en el que regía el Vetus Ordo, y no escaseaban esos “verdaderos sacerdotes” que con justicia reclamas, capaces de “celebrar esa liturgia [católica y tridentina] en letra y espíritu”.

Un drama mayor nos recorre

  Por cierto que no ha de decirse que el Vetus Ordo propendía estos desafueros, al modo en que sí lo propenden los burdos llamados al lio en que se ha convertido hoy el grueso de las celebraciones cultuales. Pero ha de decirse, sin faltar a la verdad, que toda aquella sublimidad de formas y de fondo con que se celebró la Santa Misa, no bastó para frenar una marea negra que iba agitando y ensuciando los flancos de la Barca. Teníamos el diamante, pero no necesariamente lo custodiaban manos de orfebres sino de piratas. Y en libre parafraseo lugoniano debería agregarte: los diamantes no tienen nunca la culpa de los males de la Iglesia. Las culpables son las manos.

  Lo que trato de decirte –y ya lo sabes- es que el mejor y más legítimo, el más bello y pulcro de los oficios litúrgicos, es y será siempre un esplendente gajo desgajado, si la Esposa está ganada por el demonio del fariseísmo, o por la peor modernidad, que es aquella disfrazada de tradición; porque se confunde la riqueza de ésta con la moral jansenista, la sensiblería devota, la santidad alcanzada con técnicas piadosas, la manipulación de las conciencias y el reglamentarismo cuadriculante de la vida interior.

  Lo que trato de introducir, en suma, es el concepto paradójico de que siempre será moderna una Iglesia –aún con cíngulo, sobrepelliz, esclavina, latín e incienso- mientras no se supere el reduccionismo de la tradición a la rigidez de la casuística, y la confusión del apostolado con el proselitismo o de la santidad con el éxito; mientras se prosiga tomando el número de vocaciones como criterio de verdad, y todo dependa del hombre, empezando por Dios, en vez de depender todo de Dios, empezando por el hombre.

  La sabida vinculación entre la lex orandi y la lex credendi, no puede tampoco estar disociada de esa otra y olvidada ley, según la cual, la tradición no arranca en Trento sino en el misterio trinitario. No es un desdén hacia aquel notable Concilio, que ya lo quisiera hoy para un día de fiesta. Es una premisa para andar menos confuso, y que me aplico a mí mismo, por las dudas. Los Padres griegos gustaban usar el término parádosis. Puede sonar a extravagancia mentarlo ahora. Pero entendido por buen entendedor alcanza a distinguir entre una tradición de lindes sólo humanos, y otra de raigambre divina. Entre una ciudadanía solo terrenalista, y otra que nos viene del cielo, según enseña el Apóstol.

  Bien decía Ana Catalina Emmerick que por cada sacerdote malo que oficiara mal la Santa Misa, su Ángel de la Guarda la rezaría como Dios manda. Y eran los tiempos de la Misa ad Orientem, por llamarla de un modo familiar y plástico. En este sentido puedo admitirte lo que escribes, que hay una “misa que reza Francisco y que llevó a Francisco donde está”.  Y que, en consecuencia y de seguro, de tales ritos no habremos de nutrirnos. Pero no creo, honestamente, que el sólo tránsito del Vetus al Novus Ordo haya conducido a Bergoglio al peligroso estadio heretizante en que se halla, y a congeniar ayer activamente con las herejías siendo pésimo prelado en estos pagos argentos. Como no creo que si mañana ordenara dar vuelta los altares en Santa Marta su forma mentis girara junto con el ara.

  Presiento, amigo mío, y es un presentimiento viejo, que hay un drama anterior en hombres como Francisco y en “la Iglesia” que ellos quieren edificar, encarnar y por lo visto conducir. Como ese drama tiene en teología severísimos nombres descalificantes, me valdré de un tropo literario, dejándome llevar por nuestro entrañable Hugo Wast.

  ¿Qué escribía Fray Simón de Samaria en su diario personal? Entre otras, estas líneas preñadas de catastrófica vigencia: “La Iglesia Romana no puede formarse y regenerarse por algunos movimientos superficiales; es necesario que sea removida y turbada hasta lo profundo. Yo soy quien está llamado a comenzar la obra[…].Me siento como Daniel, hombre de deseos: ¡vir desideriorum es tú! Tengo la conciencia de que llevo conmigo todas las energías de una nueva creencia. Mi misión es reconciliar al siglo con la religión en el terreno dogmático, político y social”.

  Lo peor, Dardo, y aquí estoy tentado de palabrotear según tu brusco estilo, es que están aquellos que no quieren advertir ese deseo insanísimo de remover y turbar a la Esposa en sus mismos cimientos. No quieren ni oír hablar de que se nos está proponiendo una “nueva creencia” que amalgama a Cristo con el Anticristo. Tienen las pruebas cada día, pero no quieren darse vuelta para mirarlas, no por complejo de Edith, la mujer de Lot, sino de puro cretinos. Están los otros, los que saben mejor que nosotros, o al menos mejor que yo, quiénes son los fray simones, las magnas diócesis que ocupan, y las apostasías en que incurren. Pero prefieren callar. ¡A otros perros con esos ladridos! Y hay unos terceros que han simplificado las cosas, dando por sentado que la parusía y la panacea consisten ambas en declarar que la geografía eclesiológica perdió a Roma, hace más o menos medio siglo, como un día se esfumaron Pompeya, Troya o nuestra salteña Esteco. Me temo que a sendos amigos les esté faltando una estación del Via Crucis. O que nos sobre una a nosotros. Y que quieran nomás tener olor a ovejas o a capas principescas, pero escaparle al olor a sangre, que inexorablemente está ligada a nuestra vocación de transeúntes hacia la patria eterna. Olor a sangre por amor a la Sangre, diría Santa Catalina de Siena.

Hablando de fragancias

  Te dije que andaba tentado de palabrotear, y lo haré a mi modo. Lo que está sucediendo hoy en esta iglesia de fray simones con poder tiene un nombre. “Déjenme decirlo de una vez –escribe Peter Kreeft en el capítulo primero de Tres filosofías de vida-.Es una palabra que, garantizo, los va a escandalizar y ofender, aunque procede de San Pablo. Pablo usa esta palabra para describir su vida sin Cristo, una vida llena de éxitos mundanos, educación, dinero, poder, prestigio y privilegio. Pablo era ‘el Fariseo de los Fariseos’, un ciudadano romano, educado por Gamaliel, ‘la luz de Israel’. Pero antes de que Cristo lo levantara, ¿qué era su vida? Mierda. Bosta –esa es la palabra con la que la designó, no es mía. Fíjense en Filipenses III, 8, en la franca versión de la vieja biblia de King James”.

  Mientras te escribo y llego a este justiciero estrambote “dardiano” (me perdonarás el neologismo, pero te he leído y como hablas de “caponeteano” debo corresponder gentilezas), me entero por los medios de algo que me obliga a ratificar el argumento de Kreeft. Y es que este último Marzo 13, Francisco, en declaraciones a una FM que trasmite desde la Villa 1-11-14, ha hecho el elogio desembozado de tres conocidos peces gordos del marxismo clerical vernáculo, pertenecientes a la banda de los llamados Sacerdotes Para el Tercer Mundo: los curas Ricciardelli, Vernazza y Mugica. Ha dicho sin cortapisas que no fueron comunistas sino “hombres que escuchaban al pueblo de Dios, hombres que enseñaban el catecismo y que luchaban por la justicia”.

  No creo que para nadie en Italia o en el resto del mundo, tengan estas desdichadas y falaces palabras la terribilísima gravedad que bien sabemos nosotros que contienen. Y tal vez lo peor, querido Dardo: no creo que nosotros pudiéramos tener el tiempo y el espacio necesarios y urgentes para explicarle a ese resto del mundo la enormidad en que ha incurrido Francisco.

  Sólo atino a pensar en Carlos Alberto Sacheri –que con la erudición propia de su inteligencia superior y la fidelidad igualmente propia de su condición de católico, apostólico y romano- escribió un libro entero para desenmascarar a esta clerecía maligna, a este sacerdocio subvertido, a esos clérigos felones, a esta Iglesia Clandestina, ahora reivindicada y puesta como paradigma por el mismísimo Papa. Un libro entero y una vida plena para señalar las características heréticas y revolucionarias del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

  Este año se cumplirán 40 años de su martirio. Fue asesinado el 22 de diciembre de 1974, precisamente por aquellos a quienes alentaron, secundaron, justificaron, sirvieron e hicieron de capellanes los curas como Ricciardelli, Vernazza y Mugica. ¿Se enterará la universal feligresía de esto que para nosotros es una verdad vivida, experimentada y constatada? ¿Se darán cuenta, fuera de estos pagos sureros, lo que significa este elogio de Francisco a tres indignos traidores al Orden Sagrado? ¿Temblarían los electores del Cónclave si pudieran acceder a los sucios prontuarios de los tres curas ahora ponderados por el elegido?

  Carlos Alberto Sacheri muerto mártir por defensor de la Fe, del Papado, de Dios, de la Cristiandad, de la Iglesia: ni una palabra petrina para honrar su memoria. Demasiadas en cambio para homenajear a sus verdugos.

  Te pregunto y me pregunto, ya retóricamente, por cierto, si ante esta clase de hechos protagonizados por Bergoglio, cabe la perplejidad en algunos de los muchos sentidos posibles. Si vale la pena andar hablando de los distintos modos en que un simple laico puede recibir la perplejidad. Y me parece encontrar la respuesta en un pasaje de tu artículo: “Nos corresponde dejar de estar perplejos para estar vigilantes, y buscar con cierta certeza el rumbo de nuestra nota en el concierto final de este misterio de iniquidad”.

  Es un buen destino el de vigía. Muchos pasajes bíblicos encomian su desempeño y exigen su presencia. Sí; es un buen destino. Se puede rezar y contemplar, hacer silencio o ensayar estrellados soliloquios, rumiar silentes penas, llorar de nostalgia y reír con la esperanza del alba intacta y fragante. Se puede incluso comulgar en la guardia y participar de los oficios en los medidos relevos. Y están autorizados los centinelas a portar armas para defender y atacar, según cuadre en la demanda y en la alerta.

  “Centinela, cuando velas, la ciudad reposa sobre ti y sobre la ciudad reposa el Imperio. Funda el amor y fundarás la vigilancia de los centinelas, y la condenación de los que duermen, pues en este caso son aquellos los mismos que han tronchado el Imperio. Pero yo te deseo fiel a ti mismo, despierto, sabiendo que llegarás a ser”.

  La cita, la habrás reconocido, es del ineludible Saint Exupery. Quede lanzada la convocatoria a tornarnos custodios en medio del desatado misterio de iniquidad.

Antonio Caponnetto

 Nacionalismo Católico San Juan Bautista

2 comentarios:

  1. http://pacificacionacionaldefinitiva.blogspot.com.ar/2014/03/el-nuevo-ejercito-tareas-sociales-con.html
    EL EJÉRCITO UTILIZADO PARA URBANIZAR UN ASENTAMIENTO!!!!!!!!!!!
    QUE HIJOS DE PUTA DEMONICRÁTICOS DE MIERDA

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  2. http://www.periodismodeverdad.com.ar/2008/11/29/soy-hijo-de-carlos-alberto-sacheri-el-profesor-de-filosofia-asesinado-por-el-erp-el-22-de-diciembre-de-1974/

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