San Juan Bautista

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jueves, 26 de octubre de 2023

San Pío X, los liberales y la opción política (1ª parte) – Antonio Caponnetto

 


Primera Parte

Dadas las circunstancias que son del dominio público, se han reflotado algunos textos de San Pío X conteniendo indicaciones o instrucciones para orientar la acción política de los católicos. Los divulgadores de dichos textos (bien conocidos por los estudiosos de estas cuestiones arduas), suelen omitir –con la mejor intención y legítimo afán de ayudar a los fieles- por lo menos dos detalles, no menores a nuestro juicio.

El primero, que dichos textos de San Pío X toman la forma de lo que hoy llamaríamos, si se nos permite el lenguaje actual, acompañamiento pastoral a una porción específica de la grey católica: la grey madrileña de principios de principios del XX. Estará bien capitalizar esos textos para el presente o apropiarse de ellos para que presten un servicio en nuestros días.

Pero el recaudo de contextualizar esas enseñanzas en tiempo y espacio es ineludible. Y si tal recaudo no se toma es más la confusión que la claridad lo que se sigue.

El segundo detalle generalmente omitido es que la categoría “liberal” o la afirmación de ser un partidario del “liberalismo”, que menciona San Pío X, no aplica necesariamente a lo que hoy existe bajo ese rótulo. Diríamos más: no aplica casi en absoluto. La razón más evidente y más sintética que podemos dar, es que el liberal de aquí y ahora (en la Argentina de octubre-noviembre de 2023, en vísperas de un balotage electoral) se define libertario, y que su programa es una mezcla repugnante y monstruosa del liberalismo con el anarquismo.

Si el papa San Pío X se dirigiera hoy a los católicos para instruirlos sobre sus relaciones con estos personajes siniestros, no quedan muchas dudas de que su expresiones, lejos de contener algún pedido de mitigación de las condenas o de afabilidad en el trato, serían categóricamente fulminantes. No hay forma de servir a la vez a dos señores.

Hace unos años, concretamente en el 2014 y 2015, con ocasión de un debate que suscitó mi libro “La perversión democrática”, recientemente reeditado, me ocupé de las consignas de San Pío X en materia política. Y quedé gratísimamente sorprendido al constatar que el gran pontífice era el que más se había preocupado por presentarle a los católicos una respuesta concretísima, táctica y estratégica, a la famosa pregunta sobre lo que hay que hacer en política. Lo esclareció, principalmente, en tres documentos cuasi desconocidos: el motu proprio Fin dalla prima nostra de diciembre de 1903, la encíclica Il fermo proposito, del 11 de junio de 1905, y otra más titulada Pieni l’animo di salutare timor, del 28 de julio de 1906.

Es lamentable que no exista una difusión analítica adecuada de estos textos, de raigambre universal, y que en su lugar primen las instrucciones ocasionales para resolver poco menos que un motín entre dos facciones de la “derecha” católica madrileña de principios del siglo pasado.

Vamos a reproducir a continuación unos fragmentos del volumen primero de mi libro “La democracia: un debate pendiente”(Buenos Aires, Katejon,2014,p. 69 y ss). Lo haremos suprimiendo ciertas alusiones personales, que no nos parece prudente reflotar ahora:

El caso del que nos hemos ocupado en La perversión democrática no es el del Papa San Pío X avalando el sufragio universal, ni la partidopolización, ni siquiera el de la evaluación moral del acto electoral o partidocrático. Mucho menos el de San Pío X “instando a participar” en los meandros coyunturales del régimen masónico. Es un caso mucho más acotado y ceñido, en tiempo y espacio: el de la mediación doctrinal y prudencial que le tocó hacer, sobre la cuestión del mal menor, en carta fechada el 20 de febrero de 1906, dirigida al Obispo de Madrid.

El Papa tuvo que intervenir en una reyerta suscitada por una diversidad de notas polémicas aparecidas en la revista Razón Española, durante el año 1905. Las notas –como ya adelantamos- eran principalmente sobre la doctrina del mal menor; y sus protagonistas el Padre Venancio Minteguiaga y el Padre Villada, jesuitas y casuistas ambos. En el debate intervino Nocedal y algún

otro representante de la llamada escuela integrista, y cuando el enredo parecía no tener fin y el tema en litigio era acuciante, tomó la palabra San Pío X, a pedido del obispo madrileño.

Entonces, y tras analizar los pormenores de este caso, sostenemos lo siguiente [tomando a continuación la cautela de poner en negrita lo que es textual del Pontífice]:

San Pío X campea por encima de la disputa suscitada por las notas de Razón Española. No se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio del doble efecto, sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un espacio determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por Minteguiaga y Villada nada contiene ‘que no sea enseñado actualmente por la mayor parte de los Doctores de Moral’, y llama a los católicos a deponer ‘las antiguas discordias de partido’ para luchar en beneficio material y espiritual del país. Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que cueste descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista ni tibieza de procederes. ‘Tengan todos presente –dice- que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso. Es menester que los católicos […] dejados a un lado los intereses de partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria”. Es decir, no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo disociador.

En consecuencia -y condescendiendo a un terreno más acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene, que ‘tanto a las asambleas administrativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los lugares,[…] parezca que han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público’. Si hay que elegir, pues, en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambleas administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es muy claro. No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que ‘han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público’.

Corre por parte de quien no sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X, el carácter de dogma de fe. Pero sigamos.

Es rápido darse cuenta de que en esas páginas no aparece el Papa pidiendo sufragio universal o libre juego de los partidos políticos. Ni siquiera aparece diciendo que será aceptable y deseable la intervención de los católicos para que a los cargos públicos vayan quienes velen mejor por la religión y la patria. Dice algo distinto, no contrario ni opuesto, pero sí diferente, en un contexto redondamente ajeno del que se lo ha extrapolado. Y por lo tanto con otra significación. Pero ya al margen del destrato que ha sufrido esta cita, la verdad es que resulta difícil adscribir a San Pío X a una “evolución de la Santa Sede respecto de la participación de los católicos en la política”, en el sentido de una mayor contemporización con las prácticas democráticas del liberalismo.

Y esto no sólo por el mantenimiento del Non Expedit sino por la promulgación de encíclicas como Gravissimo officii o Notre charge apostolique. La verdad es que las predilecciones políticas del Pontífice cuyo lema fue Instaurar todo en Cristo estaban muy lejos de cualquier evolución a favor del sufragio universal o de la partidocracia.

Todo un signo de su posición en la materia fue la designación del prestigioso Cardenal Merry del Val como Secretario de Estado. Cuando al poco tiempo de ocupar la silla petrina, se le planteó a San Pío X la llamada Ley de las Cultuales, obra del masón Emilio Combes, por entonces a cargo del gobierno francés; juntos, ambos hombres, el Pontífice y su Secretario de Estado, rechazaron con firmeza la ignominia, aún sabiendo que al hacerlo exponían a los católicos galos a la marginación política, a la persecución civil y hasta a la expoliación fiscal. Prevaleció el valiente “non possumus”, tras una noche de vigilia y de oración.

“No dejaba de preocupar al Papa la orientación que en varios Estados iba tomando la política. Se tendía a romper todos los lazos y principios cristianos en la vida pública. En varias alocuciones de consistorios, en discursos, en multitud de escritos, condenó estas tendencias. Su posición en Roma y con respecto al gobierno italiano permaneció inmutable, siguiendo la norma de 1870. En cambio, en varios círculos católicos de Italia, que iban formando algunas asociaciones cristiano-demócratas, y por parte de varios obispos y distinguidos seglares, se pretendía dejar de lado el principio del ‘non expedit’, que había prohibido a los católicos tomar parte en las elecciones legislativas y en la vida politica. El Papa en principio rechazó la tendencia; pero dejó a la prudencia de los obispos el dispensar en casos concretos, aunque siempre reservándose la última palabra. De este modo entró en el Parlamento el año 1909 un grupo de 24 diputados, que representaban los intereses y principios católicos. En el punto de la cuestión romana, Pío X se mantuvo inflexible. En Roma mismo corrían tiempos malos para la misma persona del Papa, como cuando el 20 de septiembre de 1910, el judío Natham, alcalde de la ciudad, tuvo un discurso sumamente injurioso al Papa[...]. También prohibió [San Pío X], contra las representaciones de varias personalidades católicas de Francia, las Associations Cultuelles, previstas por la ley de separación, porque prescindían de la jerarquía establecida por Dios y conducían finalmente a la sujeción de la Iglesia bajo el yugo del Estado liberal; la prohibición apareció en la encíclica Gravissimo Officii munere, del 10 de agosto de 1906[...]. No dejó de preocupar al Papa la acción católica de Italia, que tendía a desarrollar su actividad como democracia cristiana. Ante todo anhelaba el Sumo Pontifice la unánime aceptación de los principios básicos de León XIII, desterrando la diversidad de tendencias. En segundo lugar, quería evitar que esa democracia cristiana prescindiese de la autoridad de los obispos. La dificultad era tanto mayor en Italia, cuanto que esa democracia tendía también a ejercitar actividades políticas, que en Italia estaban vedadas a los católicos”[1].

La prolongada cita de Llorca-García Villoslada-Montalbán no necesita interpretaciones, pero se nos permitirá colocar algunos énfasis didácticos en orden a aclarar aún más el tema específico que nos ocupa:

-San Pío X condena las tendencias modernas a separar la acción política de los principios cristianos tradicionales. Si a algo insta no es a participar en campañas electorales, sino –y como lo dijera Benedicto XVI- a tomar conciencia de que “en la base de nuestra acción apostólica, en los diversos campos en que trabajamos, debe haber siempre una íntima unión personal con Cristo, que hay que cultivar y acrecentar día tras día”[2].

-San Pío X, lejos de considerar inocua o neutra cualquier clase de participación política, se opuso a ciertos “círculos católicos de Italia que iban formando algunas asociaciones cristiano-demócratas”. Lejos asimismo de negarle nocividad inherente a ciertas prácticas cívicas, confrontó con “varios obispos y distinguidos seglares, que pretendían dejar de lado el principio del non expedit, que había prohibido a los católicos tomar parte en las elecciones legislativas y en la vida política”.

-San Pío X mantuvo la inflexibilidad y la intransigencia respecto de la pugna con el Estado liberal y masónico, dentro o fuera de Italia. Hasta tal punto que, “contra las representaciones de varias personalidades católicas” se manifestó en clara disconformidad con determinadas organizaciones que, aunque bien intencionadas, en la práctica, podían conducir a los católicos que actuaran en las cosas públicas, a quedar sometidos “bajo el yugo del Estado liberal”.

-San Pío X, en consonancia con su antecesor León XIII, hizo público su rechazo a la llamada democracia cristiana, y a quienes tendían a canalizar sus opciones y actividades políticas bajo los modos y los contenidos “que en Italia estaban vedadas a los católicos”.

-San Pío X, aunque “reservándose la última palabra”, confió a “la prudencia de los obispos” la facultad de otorgar “dispensas” “en casos concretos”, para quienes quisieran dedicarse a la actividad política auspiciada por el sistema, sea para poder elegir o ser elegidos. Se trata de eso: de dispensas en casos concretos, garantizadas por la prudencia de los obispos de los respectivos lugares en los que esas dispensas y esos casos concretos fuesen necesarios.

-San Pío X, al igual que sus antecesores y predecesores, no tenía porqué considerar “un pecado el hecho de votar y participar como algo intrínsecamente malo”. Y si no lo consideró así, la tal consideración en absoluto impugna nuestra perspectiva, puesto que –como ya fue aclarado desde el instante inicial de esta réplica- nunca sostuvimos tal afirmación. Hay pecado sí, en el liberalismo; y hay pecado en la mentira que el sufragio universal nos impone con su principio de que el éxito numérico es criterio de verdad. Pero ni hay pecado en participar en política, ni en la posibilidad –bajo ciertas circunstancias, requisitos y condiciones- de elegir a un gobernante o de ser elegido para determinado cargo.

Es la clásica distinción –sobre la que hemos insistido hasta el cansancio en La perversión democrática- entre tesis e hipótesis. La tesis es la doctrina católica en toda su pureza y esplendor; la hipótesis es lo que es posible realizar, o necesario de tolerar, teniendo en cuenta las circunstancias y las situaciones particulares. Con la condición de que jamás se sacrifique la vigencia de la tesis en el altar del circunstancialismo o del oportunismo político. Ni de que se use la hipótesis como pretexto para anular la perennidad de la tesis. Ni que se olvide el axioma de que a mayor tolerancia de un mal inevitable, mayor es el grado de imperfección y de riesgo moral.

Pero esta última actitud, lamentablemente, es la que parece orientar los pasos del católico actual. Y en ocasiones hasta tales extremos, que cada hipótesis que triunfa sobre una tesis, se convierte en motivo de regocijo, de justificación de personales conductas o de enrostramiento de que tal tesis ha sido, por fin, superada.

La verdad es que si hay un mal puerto para ir por leña de democracia, sufragio universal y partidopolización, ese puerto es el pontificado de San Pío X.

Quien se detenga en algunos párrafos claves de su encíclica Notre charge apostolique podrá comprobarlo sin dificultad. En el número 14, por lo pronto, condenando los errores de Le Sillon sostiene que esta agrupación “quiere dividirla[ a la autoridad], o mejor dicho, multiplicarla de tal manera que cada ciudadano llegue a ser una especie de rey”. La autoridad[dicen los Sillonistas] es cierto, dimana de Dios, pero reside primordialmente en el pueblo, del cual se desprende por vía de elección o, mejor aún, de selección, sin que por esto se aparte del pueblo y sea independiente de él; será exterior, pero sólo en apariencia; en realidad será interior, porque será una autoridad consentida”.

Resulta evidente que lo reprobado es el principio básico del sufragio universal, según el cual cada hombre es un voto, cada voto una autoridad soberana o regia, esa autoridad se entrega en elecciones a un sujeto determinado, y del pueblo depende tanto como emana.

Por eso, que cinco parágrafos después, en el número 19 de la Notre charge apostolique, agrega San Pío X, recordando expresamente a León XIII, que “la autoridad pública procede de Dios, no del pueblo ni puede ser revocada por el pueblo”. Para acotar en el número 28: “Su catolicismo[el de los Sillonistas] es deficiente porque admite sólo el régimen democrático.[...]. Enfeuda, pues, su religión a un partido político. Nos, no tenemos que demostrar que el advenimiento de la democracia universal no significa nada para la acción de la Iglesia en el mundo”.

La democracia universal, entonces,la del sufragio universal, la del derecho nuevo, la del constitucionalismo moderno, la de la soberanía del pueblo y la de la partidocracia, vuelve deficiente el catolicismo de quienes aceptan tales premisas. Y los enfeuda a una predilección discorde y opuesta respecto del Magisterio de la Iglesia.

En el Motu Proprio Fin dalla prima nostra enciclica, del 18 de diciembre de 1903, San Pío X marca una distancia insalvable entre esta “democracia universal” y la única acepción válida de la expresión “democracia cristiana”, dada por León XIII, como “acción benéfica en favor del pueblo, fundada en el derecho natural y en los principios del Evangelio”. Y para disipar malos entendidos se dirige a quienes así conciben la actividad pública en pro del bien común, para recordarles que “deberán abstenerse en absoluto de tomar parte en cualquier acción política, que en las presentes circunstancias, por razones de orden altísimo, está prohibida a todos los católicos”[3].

Dos años después, en 1905, en la Encíclica Il Fermo proposito, mantiene lo esencial de esta postura antiregiminosa, mitigando la cuestión del abstencionismo absoluto con la presentación de algunas alternativas, que ya había esbozado anteriormente.

San Pío X, en efecto, remite a su precitado Motu Proprio, para recordar que les es legítimo y necesario a los católicos cooperar al bien de las respectivas patrias que habitan mediante la “Acción Popular Cristiana, que abraza en sí todo el movimiento social católico, un ordenamiento fundamental que fuese como la regla práctica del trabajo común y el lazo de la concordia y caridad”.

“Singularmente eficaz”, denomina también a “cierta institución de índole general que, con el nombre de Unión Popular, está ordenada a juntar los católicos de todas las clases sociales[...], en torno a un solo centro común de doctrina, de propaganda y de organización social [...].Los católicos, quedando a salvo las obligaciones impuestas por la ley de Dios y por los mandatos de la Iglesia, pueden[...] mostrarse tan idóneos o más que que los otros en el cooperar a la felicidad material y civil del pueblo”[4].

A continuación les recuerda a los italianos, que “deben participar con permiso en la vida política”, de conformidad con “la norma decretada por Nuestro Antecesor de s.m, Pío IX, y continuada después por el otro Predecesor Nuestro de s.m, León XIII”; mas acota un punto capital, que transcribimos textualmente: “Pero la posibilidad de esta benigna concesión Nuestra ha de poner a los católicos en la obligación de prepararse cuerda y seriamente para la vida política, cuando a ella fueren llamados. Por eso importa mucho que aquella misma actividad, loablemente ejercitada ya por los católicos en prepararse con buen régimen electoral a la vida administrativa de los Municipios y Consejos provinciales, se extienda por igual a prepararse convenientemente y a organizarse para la vida política...”[5].

Así como de los textos más arriba mencionados surge la inequívoca impugnación de San Pío X del sufragio universal y de las mentiras ideológicas del liberalismo que giran alrededor de este mito basal; en estos textos agregados a continuación, el Papa solicita a los católicos una participación política que no privilegie las estructuras partidocráticas sino las instituciones sociales; y reclama sobre todo que preparándose “cuerda y seriamente para la vida política”, lo hagan ejercitándose “con buen régimen electoral”. No vemos qué duda puede caber de que ese buen régimen electoral no es el sufragio universal, por cuyo apego –entre otras muchas cosas- se sancionó a los Sillonistas. Precisamente lo que se está buscando es una alternativa cuerda y seria.

Digamos por último, a propósito de un cierto mitigamiento que se supone encontrar en la posición del Magisterio de considerar que la democracia y sus usos (sufragio universal, partidopolización compulsiva, soberanía del pueblo, etc) poseen una perversión intrínseca, que fue el Papa San Pío X, en la Vehementer Nos, parágrafo 12, el que habló de “maldad intrínseca” para referirse a la injerencia del Estado en los ámbitos propios de competencia eclesiástica.

Es verdad que la dura expresión, en principio, se aplica al caso francés; específicamente a la creación de las llamadas Sociedades Cultuales, mediante la cuales el Estado masón se entremetía en los asuntos eclesiásticos, tras separar la Iglesia del Estado.

Pero esta encíclica es el fruto de varios jalones repulsivos que no pueden omitirse, pues en su conjunto marcan el derrotero de aquello en lo que se convierte la Política de Estado en un país, bajo el dominio combinado del liberalismo y del marxismo. Por ejemplo, la ley declarando obligatoria la instrucción laica en la enseñanza primaria pública (28 marzo de 1882); la ley restableciendo el divorcio (27 julio de 1884);la ley suprimiendo las oraciones públicas al comenzar los periodos parlamentarios (14 agosto de 1884);la ley contra el patrimonio de las Ordenes y Congregaciones religiosas (29 diciembre de 1884); la ley excluyendo de la enseñanza pública a los institutos religiosos (30 octubre de 1886); la ley declarando obligatorio el servicio militar de los clérigos (15 julio de 1889); la ley excluyendo del derecho común a las Ordenes y Congregaciones religiosas (1 julio de 1901);la ley de supresión de los Institutos religiosos dedicados a la enseñanza (17 julio de 1904).

En una vibrante homilía del 19 de abril de 1909, el gran Papa Santo del siglo XX, arengaba a los buenos católicos, diciéndoles: “El que se revuelve contra la autoridad de la Iglesia con el injusto pretexto de que la Iglesia invade los dominios del Estado, pone límites a la verdad; el que la declara extranjera en una nación, declara al mismo tiempo que la verdad debe ser extranjera en esa nación; el que teme que la Iglesia debilite la libertad y la grandeza de un pueblo, está obligado a defender que un pueblo puede ser grande y libre sin la verdad. No, no puede pretender el amor un Estado, un Gobierno, sea el que sea el nombre que se le dé, que, haciendo la guerra a la verdad, ultraja lo que hay en el hombre de más sagrado. Podrá sostenerse por la fuerza material, se le temerá bajo la amenaza del látigo, se le aplaudirá por hipocresía, interés o servilismo, se le obedecerá, porque la religión predica y ennoblece la sumisión a los poderes  humanos, supuesto que no exijan cosas contrarias a la santa a ley de Dios. Pero, sí el cumplimiento de este deber respecto de los poderes humanos, en lo que es compatible con el deber respecto de Dios, hace la obediencia más meritoria, ésta no será por ello ni más tierna, ni más alegre, ni más espontánea, y desde luego nunca podrá merecer el nombre de veneración y de amor”.

Lo que queremos decir, ya sin subterfugios, es que los elementos constitutivos esenciales, en virtud de los cuales Pío X habla de una maldad intrínseca en el caso francés, pueden aplicarse analógicamente y en sentido traslaticio, al caso español, como lo haría después Pío XI en la Dilectissima Nobis; y a la actual situación argentina, tras largas décadas de persecución al catolicismo, y muy especialmente bajo la actual tiranía kirchnerista, cuya matriz está en el peronismo.

No se nos diga que en la Argentina de hoy no se aplican las palabras tajantes de San Pio X: la Verdad es extranjera en la nación; el pueblo es tenido por grande y por libre si rechaza la Verdad. Y tanto el Estado como el Gobierno “haciendo la guerra a la verdad, ultrajan lo que hay en el hombre de más sagrado”.

Le cabe pues, a nuestro actual sistema, analógicamente hablando, el calificativo de ingénitamente malo, que usara San Pío X. En consecuencia, quien cooperase a la convalidación o legitimación o contemporización del tal sistema y de sus usos políticos connaturales, estaría moralmente desencaminado y aún en gravísimo riesgo espiritual y moral.

 



[1] Llorca, García Villoslada, Montalbán, Historia de la Iglesia Católica, vol.IV...etc.,ob.cit,p. 440-442. Subrayados nuestros

[2]  Benedicto XVI,Catequésis del miércoles 18 de agosto de 2010, en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo

[3] San Pío X, Motu Proprio Fin dalla prima nostra enciclica, 18-12-1903,parágrafo XIII.

[4] San Pío X, Il Fermo proposito, parágrafos 12,13 y 16.

[5] Ibidem, parágrafos 17 y 18. Subrayados nuestros.


                                                                                       Antonio Caponnetto


1 comentario:

  1. El problema con el liberalismo en nuestro país es de origen. No olvidemos que, para nuestros fundadores, el grito SAGRADO era "libertad, libertad, libertad".

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