San Juan Bautista

San Juan Bautista
Mostrando las entradas con la etiqueta Cristo Rey. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Cristo Rey. Mostrar todas las entradas

viernes, 6 de marzo de 2015

¡DESTRUIR A GOLIAT! - Jordán Bruno Genta


  Frente al avance arrollador del Comunismo y al espíritu de entrega servil de las Democracias occidentales, no dejaremos de clamar que la única salida es la restauración católica, nacionalista, jerárquica y militar de la Patria.

  No existe para nosotros nada más que una alternativa: restauración católica o revolución comunista.

  El tiempo apremia y sólo nos queda repetir una vez más la sentencia de San Agustín: “No es ésta la hora de plantear cuestiones, sino de confesar a Cristo”.

  Confesarlo en todo, en la vida privada y en la vida pública, en el pensamiento, en la conducta y en la política. Y en primer término en la política, que el liberalismo ha laicizado; esto es hasta el extremo de que la mayor parte de los católicos suman su tontera a la sagacidad de los enemigos de Cristo, gritando con ellos en la plaza pública: ¡Fuera la Religión de la política!

  Lo peor es que muchos sacerdotes precisan que así debe ser, en contra de lo que repetía el Cardenal Pie: “Tratar de convertir a los individuos, sin querer cristianizar a las instituciones, hace frágil la obra… lo que se edifica por la mañana, se derrumba por la tarde”.

  Urge que se entienda y se haga entender que la concepción democrática liberal, burguesa o proletaria, prepara y sirve al advenimiento del comunismo en la medida que predomina en las instituciones públicas. Así es como el Estado de Derecho, la Constitución Nacional, la familia, la escuela, la universidad, los gremios y las Fuerzas Armadas en la Argentina de hoy, con su estructura y sentido liberales, preparan y sirven al comunismo, sean cuales fueren las intenciones de los que dirigen o mandan.

  Es tarea vana e inoperante enseñarles a los Jefes y Oficiales de las Fuerzas Armadas Argentinas, la Ontología, la Ética, e incluso, la Política según la filosofía perenne, sin demostrarles al mismo tiempo, que nuestras instituciones están inspiradas en su negación más radical y absoluta. ¿De qué sirve ante las inminencias que se precipitan, hablar del ser y de los transcendentales, del acto y de la existencia, de la sustancia y de los accidentes, de las causas y de los medios, sin denunciar a la luz de esas distinciones primordiales que somos una República sin religión ni metafísica?

  ¿Qué significa exponer teóricamente la Verdad, predicar la Palabra de Dios y apoyar prácticamente esa anarquía y subversión democráticas que padecemos?

  No importa que no se apoye expresamente, basta con el silencio culpable. No es la hora de planes pedagógicos a largo plazo, sino de dar el testimonio entero de la Verdad, combatiendo al error donde se encuentre y sin reservas de ninguna especie.

  Cristo tiene que volver a ser el centro en el alma humana, en la ciudad terrena y en la Historia Universal. Tenemos que construirlo todo desde Él, por Él y para Él. Sólo así tendremos la fuerza de Dios para enfrentar al nuevo “Goliat que se viene con su tremenda amenaza” (Juan XXIII).

  La civilización occidental moderna no es cristiana, sino que ha venido siendo cada vez menos cristiana. Su origen y raíz es la ruptura con la unidad de la Cristiandad, la filosofía, las ciencias, la ética, las bellas artes, se han ido apartando de la Unidad para caer en la separación, la anarquía, la confusión. Y por esto es que esa misma ciencia del espacio que obra prodigios, desarraigada de la Fe sobrenatural y de las verdades esenciales, “no es crecimiento, sino derrumbamiento” como decía San Agustín.

  Nada puede ser más desconcertante que la coincidencia de los viajes a los espacios siderales, con el mundo de esclavos aterrados en que nos estamos convirtiendo. El hombre exterior con su formidable poder sobre las cosas, contrasta con el anonadamiento completo del hombre interior: ¿De qué vale ganar el mundo si pierdes el alma?

  Para entender hasta qué punto es verdad lo que estamos diciendo, medite el lector estas instrucciones de Bismarck a su embajador en París, en 1871 y después de la derrota de Francia: “Una política católica de Francia le daría una gran influencia en Europa y hasta en el Extremo Oriente. El medio de contrarrestar su influencia en beneficio de la nuestra es abatir al Catolicismo y al Papado, que es la cabeza. Si podemos alcanzar este fin, Francia está para siempre aniquilada… Los radicales (Gambeta, Bert, Ferry, Littré) nos ayudarán: ellos juegan nuestro juego. Lo que yo ataco por política, ellos lo hacen por fanatismo antirreligioso. Su concurso está asegurado. Sí, poned todos vuestros cuidados en mantener este cambio de servicios mutuos entre los republicanos y Prusia. Francia pagará los gastos”.

  Quiere decir que descristianizar a las naciones católicas como Francia, España o la Argentina, es debilitarlas, disminuirlas, abatirlas.

  Recuerde el lector que los masones y liberales que gobernaban nuestra Patria en el '80, a la zaga de los masones y liberales franceses, descristianizaron la familia y la escuela argentinas. Y ese fue el paso previo indispensable para la Reforma bolchevique de la Universidad en 1918.

  Invocar a Moreno, Rivadavia, Sarmiento y los otros falsos próceres liberales, para oponerse al comunismo, es sencillamente estúpido y torpe, cuando no es complicidad y colaboración con el enemigo. Hay que revisarlo todo, no solamente la Historia Argentina; pero revisarlo a la luz de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad sobrenaturales. Hay que volver urgentemente, con la ayuda de Dios, a la Encarnación del Verbo en nuestro pensamiento, en nuestro corazón, en nuestra conducta y en nuestras instituciones públicas. Volver a la Unidad, a la Verdad y a la Realeza de Cristo y de su Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

  No hay más que Cristo o el Anticristo. Sólo en Cristo nos haremos fuertes con la fuerza de Dios, como el pequeño David, para enfrentar y abatir al nuevo Goliat.

Jordán Bruno Genta

“Combate” nº 98, de julio de 1961, y “Cabildo”, segunda época, año XI, nº 105, de octubre de 1986.


Nacionalismo Católico San Juan Bautista


lunes, 27 de octubre de 2014

Cristo Rey contra el Nuevo Orden Mundial (1965) - P. Leonardo Castellani


  Al fin del año 1925, el Papa Pio XI proclamó la Reyecía de Cristo instituyendo esa fiesta (Encíclica “Quas Primas”). No era necesario definirlo ex-cathedra. Doce años después, en 1937, salió la Encíclica “Divinis Redemptoris” condenando el Comunismo ateo como “satánico”. Por este mismo tiempo, es decir, en el segundo cuarto deste siglo, aparece públicamente el partido del “Mundo Único”, que en Francia se llamó de los “sinarquistas” y en EEUU de los “one-worlders”, o sea, “mundounistas”. Estos tres sucesos tienen una ligazón entre sí; pues representan simplemente el anuncio del Rey verdadero deste mundo y la proclamación candidaturil del Rey ilegítimo. Una señora católica me preguntó que significa “Sinarquía”, y yo le dije: “Los que quieren que haya un solo Gobierno en el mundo, que gobierne a todos un solo hombre, y desaparezcan las naciones”. Y ella me dijo: “Pero eso está bien, eso es espléndido, que gobierne el mundo un solo hombre”, y yo le contesté: “Asegún quién sea ese hombre”.

  Una objeción lógica es una carta de pago contra la verdad, y es un regocijo y un don de Dios para el que tiene que enseñar la verdad. La objeción es ésta: “Cristo no ha sido nunca Rey del Mundo no puede serlo” – que responde a la pregunta irónica de Pilatos: “Entonces, ¿Tú eres Rey?” Lo veía en una situación bien poco aparente a ser Rey: la misma situación ahora. “No queremos que Éste reine sobre nosotros”, gritaban afuera los judíos.

  Cristo había respondido antes, en la Parábola de las Minas o Emnas (Lc. 19, 11-27), al aproximarse para morir en Jerusalén. Un hombre de alta alcurnia tuvo que ir a una región lejana para hacerse cargo de un Reino, y volver. (Estamos en el Imperio Romano; nadie es Rey si no es confirmado por el Emperador: eso había hecho poco antes Herodes Antipas). Estando en camino, los súbditos le mandaron una legación para decirle: “No queremos que reines sobre nosotros”. Cuando volvió ya coronado Rey, primeramente premió a los súbditos fieles que habían hecho prosperar el Reino con la emna que les había dejado (Sócrates, cuando lo condenaron los 500 jueces de Atenas, ofreció por su perdón una emna, que era lo que bastaba para el rescate de un esclavo o la dote de una doncella), después de haberlos llamado “siervos buenos”, reprendido al que no ganó nada y premiado con verdadera rumbosidad, hizo que trajeran a los que habían dicho “No queremos que Éste reine sobre nosotros” (que se ve que no eran todos) y con verdadero desprecio del sufragio universal, la autodeterminación de los pueblos y los derechos de las minorías, les hizo cortar la cabeza en su presencia.

  ¿Quiénes son los que hoy día dicen: “No queremos que Cristo reine sobre nosotros”- y que movieron al Papa en su Encíclica “Quas Primas”? Los nombré arriba: por un lado están los comunistas y en el lado opuesto los “sinarquistas” o “mundounistas”, un movimiento nacido dentro del Capitalismo: las dos partes odian igualmente a la Iglesia de Cristo y la tienen por el principal obstáculo a sus ideales; y las dos nacen del Liberalismo. Y no son ya “unos cuantos locos”, como se dijo hace 40 años cuando salió la Encíclica.

  Además de ser un ideal, es hoy día un comienzo. La ONU con sus onunías, la UNESCO, la UNICEF, la FOPA, la OEA, etc., es hoy día una pretensión de las naciones particulares; más o menos – según sea más o menos zonza la nación de marras: cuando una nación se le planta, la ONU arria velas…

  La ONU tiende a formar un Gobierno Imperial Universal; pero pierdan cuidado, no lo va a proclamar a Cristo Emperador, no se va a consagrar al Sagrado Corazón de Jesús.

  Pero hay más que una tendencia, hay ya un comienzo del gobierno ANTICRISTIANO del mundo; que se ejerce sobre todo por medio del poder del Dinero. (Me da un poco de murria hablar desto). ¿Saben que es la Reserva Federal? Es uno de los poderes más grandes del mundo, más poderoso que el Presidente de los EEUU. Dudo que la mayoría de los argentinos sepa esto. La Reserva Federal es el “Banco Central” de EEUU, y en realidad, todo el sistema bancario de EEUU y en parte del mundo entero.

  -¿Y qué tiene eso de malo? – Tiene más poder que Lindo Johnson porque Lindo Johnson es elegido por 4 años; y los 9 Directores del la Reserva Federal, por 14 años; porque no son elegidos por el pueblo de EEUU sino que se eligen entre ellos; porque no son controlados por el pueblo ni por el Congreso de EEUU; en realidad, por  nadie; y tienen el poder de emitir moneda y crear créditos; y Uds. Saben lo que dijo el banquero Rothschild hace ya mucho tiempo: “SI YO TENGO EL PODER DE EMITIR MONEDA, ME RÍO DE LOS QUE TIENEN EL PODER DE HACER LEYES”.

  -¿Y qué hay de malo en eso? – No tengo tiempo de mucho explicar. Basta decir que esos 9 banqueros internacionales que gobiernan la Reserva Federal, el Fondo Monetario Internacional, y el Banco Mundial son responsables de dos guerras mundiales, de la Revolución Rusa de 1917, de la entrada de EEUU en las dos grandes Guerras, dos grandes crisis yanquis, el arrancamiento de Cuba a España y otras menores catástrofes. Aquí es donde se redobla mi murria de hablar, porque el que dice estas cosas es tenido por fanático y visionario (porque la gente nunc las lee en el diario: no están allí). Pero a riesgo de todo eso, les repetiré que esos ocultos poderes son los que hoy día dicen: “No queremos que Cristo reine sobre nosotros”.

  En vez de decir: “Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera”, tenemos que decir: “Cristo vive, Cristo reinará, Cristo imperará”; y entonces, según su palabra, les hará cortar la cabeza en su presencia a los que se le sublevaron - cuando Él vuelva. Pero hasta que vuelva, éstos seguirán haciendo de las suyas,

“Adveniat Regnum Tuum”: Venga tu Reino.    


Leonardo Castellani – Domingueras Prédicas II – Ed. Jauja – 1998. Págs. 344-348.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

domingo, 26 de octubre de 2014

Cristo Rey - P. Leonardo Castellani


  Hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey, fiesta de primera clase. Cristo delante de Pilatos afirmó tres veces que Él era Rey, en el mismo sentido que lo entendía Pilatos. “Luego en definitiva ¿Tú eres Rey? – Tú lo has dicho; o sea “estás en lo cierto”. Es cierto que le dijo: “Mi Reino no es de aquí”; pero no dijo: “mi Reino no está aquí”. Usó el adverbio “hinc” que indica movimiento y no existe en castellano: existe en alemán. Ese adverbio “hinc” significaba tres cosas juntas: “Mi reino no procede de este mundo; mi Reino está en este mundo; mi Reino va deste mundo al otro Reino”.

  Es un “pobre Rey” aparentemente, que hoy día no reina mucho, puesto que si reinara, el mundo andaría mejor. Una gran parte del mundo ni siquiera lo conoce; otra parte lo conoce y reniega dél, como los judíos: “Nolumus Hunc regnare super nos” – no queremos que Éste reine sobre nosotros; finalmente otra parte lo reconoce en las palabras y lo niega prácticamente en los hechos; que somos los cristianos cobardes. Pero hay esto que también notó Cristo: que si a un Rey se le sublevan los vasallos, no deja de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos y avasallarlos de nuevo. Si no tiene ese poder, es otra cosa. Y así hoy los herejes modernistas admiten que Cristo es Rey “en cierto sentido”, pero niegan la Segunda Venida de Cristo. Entonces sí, sería un pobre Rey. Los modernistas, o cambian enteramente el sentido de la Parusía, convirtiéndola en OTRA COSA (como Teilhard de Chardin) o bien dicen que vendrá dentro de 18 millones de años – que es como decir “nunca”.

  Pio XI instituyó la fiesta de Cristo Rey contra el “Liberalismo”; justamente el Liberalismo es una especie de cobardía. El liberalismo niega la Reyecía de Cristo, su poder de derecho sobre la sociedad humana. Esta actual herejía cristiana es complicada, tiene como tres secciones, Liberalismo económico, Liberalismo político y Liberalismo religioso; y parecería que no son tan malos, y que el Liberalismo económico no tiene nada que ver con la religión, es un sistema económico; pero no es así, porque ese sistema se basa en la idea teológica herética de que “el hombre es naturalmente bueno, es la sociedad la que lo hace malo”; por tanto, dando libertad omnímoda a todo hombre (y en lo económico, al contrario, al comercio y al capital), el hombre se vuelve automáticamente buenito, bueno, más bueno, buenísimo y santo. Niega pues la elevación del hombre al estado sobrenatural, la caída del hombre, y la necesidad de la redención del hombre. Nada menos. Y con eso niega la Reyecía de Cristo…

  El liberalismo eliminó la Reyecía de Cristo diciendo una cosa inocente: que la religión era un asunto privado, que por tano las naciones debían respetar todas las religiones y que la Iglesia no debía meterse en camisa de once varas – o sea en asuntos públicos. El gran filósofo alemán Josef Pieper observa que si hacemos a Dios un asunto privado (un asunto del interior de la conciencia de cada uno), por el mismo caso hacemos Dios al Estado y a Jesucristo y al Padre Eterno lo convertimos en subdioses. En efecto, el Estado es un asunto público, y por tanto, la religión es inferior y debe someterse a él, puesto que lo público es muy superior a lo privado, y lo privado debe sometérsele. En efecto, la Historia mostró pronto que el “laicismo liberal”, - era en realidad verdadera hostilidad; y acaba por deificar, divinizar al Estado; lo cual pronto se organizó en sistema filosófico monstruoso e idolátrico: la “estatolatría”, el sistema de Hegel y de Carlos Marx.

  No tengo tiempo de hablar sobre la otra herejía que niega la Reyecía de Cristo quizás más radicalmente; el modernismo que nació del liberalismo; y es la herejía novísima, que está luchando ahora en el seno del Concilio Ecuménico. Debo decir algo sobre los malos soldados del Rey Cristo, es decir, los cristianos cobardes. Nada aborrece tanto a un Rey como la cobardía en sus soldados; si sus soldados son cobardes, el Rey está listo.

  No hacen honor al Rey Cristo los cristianos que tienen una especie de complejo de inferioridad de ser cristianos. ¿Qué cristiano será un un católico Ministro de Educación que entrega la Universidad Argentina a los comunistas por ejemplo? ¿O dos gobernantes católicos que van a buscar justamente a un escritor ateo y blasfemo, enemigo de Cristo, para ponerlo de Director de la Biblioteca Nacional (J.L. Borges), y así mostrarse magnánimos? Si ese escritor anticristiano fuese el más competente, más apto que cualquier católico, podría quizás justificarse la cosa diciendo: “No hay que mirar la religión, hay que mirar la competencia”. Pero de hecho se dio el caso que el elegido era incompetente, poco competente, menos competente que muchos otros: la única ventaja que le sacaba a los otros era el ser impío. Un profesor de La Plata me dijo: “El ser izquierdista paga dividendos; porque al izquierdista lo ayudan los izquierdistas y los ayudan los católicos, por “magnanimidad”. Lo católicos reservan sus iras y sus ganas de luchar para sus hermanos en religión”.

  No tanto como eso: aquí en la Argentina será cobardía, pero es más bien una buena dosis de bobería. Una señora me preguntó: “¿Cómo es posible que Fulano, que es católico y dueño de la revista Tal y Cual haya puesto de director a un izquierdista, que le está arruinando la revista?” Yo le dije: “Señora, los católicos ponen en altos puestos a los izquierdistas, aunque sean incompetentes, para ¡convertirlos!”.

  No en balde el pecado de San Pedro fue la cobardía. Cristo reprendió de “cobardes” a los Apóstoles durante la Tempestead; y sintió tanto la cobardía de San Pedro que le obligó a arrepentirse públicamente. “Pedro – le dijo con ironía - ¿me amas tú más que todos estotros?”, porque Pedro antes del pecado había dicho “¡Aunque todos éstos te abandonen, yo no te abandonaré!” Pedro se guardó muy bien de repetir su bravata y decir: “Sí, te amo más que todos éstos!”, aunque puede que entonces fuese verdad. Dijo humildemente: “Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que yo te amo…” – punto.

  Para que Cristo sea realmente Rey, por lo menos en nosotros, hemos de vencer el miedo, la cobardía, la pusilanimidad; no ser “hombres para poco”, como decía Santa Teresa, y ¡pobre de aquél a quien ella se lo aplicaba! ¿Y cómo podemos vencer al miedo? ¡El miedo es un gigante!

  “¿Os olvidasteis que Yo estaba con vosotros?”

  
Leonardo Castellani Th. D - Domingueras Prédicas - Ed. Jauja - 1997 - Págs- 327-332.

Nacionalismo Católico San Juan Bautista

sábado, 30 de agosto de 2014

Consecuencias de no proclamar la Reyecía de Cristo - Por Augusto TorchSon


  Al principio de la encíclica Quas Primas, donde se estableció la fiesta de Cristo Rey, el Papa Pio XI advertía que “un cúmulo de males había invadido la tierra porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado…” y “ también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador”.

  Si en 1925 S.S. Pio XI tenía esa preocupación, ¿que podríamos decir de los tiempos que corren? Abandonada la cristiandad, es decir la impregnación en el orden temporal del Evangelio, y reducido el culto a la sola práctica privada, que es lo que se puede denominar simplemente cristianismo; el resultante lógico de estas claudicaciones es la gran apostasía en la que estamos inmersos. Y buscando desterrar a Cristo  de nuestras sociedades, se creyó que su ausencia podría ser suplida con la con la técnica y la ciencia, sin embargo hoy vemos que éstas nos están llevando casi al borde de la extinción.

  El “non serviam” del demonio, hoy se hace eco en la humanidad toda que clama por sus derechos anteponiéndolos a los de Nuestro Señor; sin embargo Él mismo aclaró el alcance de su poder al decir: “A Mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra” (Mt. XXVIII, 18). Pero insistimos en un demoníaco antropocentrismo que busca una fraternidad sin Dios, y que no puede sino caer en el abismo al pregonar una hermandad desprovista de filiación Divina. Esa orfandad que se busca con tanta soberbia al pretender independizarnos de Nuestro Creador, es la que nos llevó a querer expulsar a Cristo no sólo de nuestras sociedades sino también de nuestros corazones; y Dios respetando nuestra libertad, nos entregó a nuestros mundanos deseos y así vemos que en esta inmensa nueva Torre de Babel que es el mundo moderno, solo reina el caos y la anarquía. Así, el asesinato de los hijos por sus madres en su mayor estado de indefensión, hoy es algo considerado “liberador”; el arte mientras más grotesco y blasfemo, es el más requerido por considerar hoy una “virtud” el ser transgresor; la familia está completamente desintegrada por el divorcio, el adulterio y la contracepción que destruye el amor conyugal para poner el sexo al servicio del hedonismo; se trata de redefinir a la familia para equipararla a las infecundas uniones de parejas con relaciones contranatura; la economía deja de estar al servicio de la prosperidad de los pueblos para convertirse en una herramienta de opresión a través de la usura; y la política deja de buscar el bien común de las naciones para transformarse en el instrumento de enriquecimiento personal de quienes trabajan para intereses foráneos a costa del bien común de sus compatriotas.

  Y teniendo en cuenta que siempre que se deja un lugar vacío, éste es ocupado por alguien más, en este caso, el lugar de Dios en nuestros corazones es ocupado por Satanás, que como padre de la mentira, se complace en prometernos un paraíso terreno, que, al estar basado en el más radical de los egoísmos, no puede sino generar este infierno en la tierra al que asistimos con la mayor de las indiferencias en la medida en la que no nos afecte personalmente los padecimientos del resto de la humanidad.

  Siguiendo con el Evangelio antes mencionado, Cristo nos instó diciendo: “Id, pues, e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñadles a observar todas las cosas que os he mandado” (Mt. XXVIII, 19); sin embargo, hoy desde las más alta jerarquías eclesiásticas, se limita esta actividad por Cristo mandada, por considerar que la Iglesia crece por atracción y no por proselitismo; y nos preguntarnos ¿cómo funciona la atracción sin bautizar ni enseñar las cosas que Cristo nos encomendó? Y en esto consiste precisamente el proselitismo, en ganar personas para la causa de Dios, en buscar que las naciones sean católicas, que Cristo reine; ya que como señala también la encíclica “Quas Primas” citando a San Agustín, “Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad  de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos”. Sirva esto para contrarrestar falsas propuestas de felicidad sin Dios del Obispo de Roma (aquí). Que si se decide renunciar según está anunciando, haciendo propaganda de su humildad, se puede dedicar a los libros de autoayuda más que a seguir hablando de nuestra fe ya que más que propagarla, esta diluyéndola en propuestas sincretistas y humanistas.

  Y en ese diluir la fe para no “molestar” a las otras religiones y hasta a los ateos, Bergoglio claudica a proclamar la Reyecía de Cristo y pide para que las oraciones del Ramadán Islámico den muchos frutos y hoy lo vemos en la masacre que estos dignos seguidores del sanguinario Mahoma están haciendo con los cristianos. Y dicho sea de paso, para quienes dicen que esto es una observación parcial de nuestra parte, los invitamos a leer el Corán. Otro tanto hace con los judíos actuales a quienes considera como fundamento y base del cristianismo, olvidando la claudicación de este pueblo teológico a su vocación de pueblo de Dios para transformarse en perseguidores y asesinos del Dios Encarnado y sus seguidores; y en el mismo sentido hoy vemos como masacran a niños palestinos (musulmanes o no) con saña demoníaca, y dominan el mundo entero a través de las altas finanzas que condicionan a las naciones para recibir ayuda económica a que se sometan a legislaciones subvertidoras del orden natural para destruir las identidades, culturas y tradiciones de nuestras patrias. Así mismo sucede con los protestantes, a los que hoy no se los invita a la conversión sino a la “Unidad en la diversidad” y por último y en una de los más terribles dobleces de la Roma actual, Bergolgio dice a los ateos que no hace falta creer en Dios para salvarse y se reúne constantemente con marxistas y terroristas que tanto daño hicieron en Argentina en la década del 70, ayudándolos incluso en la persecución contra quienes lucharon lícitamente para frenar esta demoníaca ideología. Y sabemos como decía G.K. Chesterton que: “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa” y a lo largo de la historia estos sin Dios, sometieron y asesinaron a más personas que ninguna otra guerra en la historia.

  San Agustín en “De Civitate De” describía la lucha constante entre la ciudad de Dios y la del demonio diciendo: “Dos amores crearon dos ciudades, una creada por el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo, y la otra creada por el amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios”, y aunque hoy prevalezca la última y se diga como lo hicieron los judíos “no queremos que ese reine sobre nosotros”, debemos rezar y trabajar por que Cristo Reine; primero en nuestros corazones pero después en todo el orden temporal, tanto social como político; porque por mucho que le pese al mundo y a los traidores dentro de la Iglesia Católica, como nos prometió Nuestro Señor en el Evangelio antes referido: “Estad ciertos que Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”; por lo que no tengamos dudas en nuestra lucha que:

 ¡Cristo Vence! ¡Cristo Reina! ¡Cristo Impera!


  Trabajando para que Cristo Reine

  Augusto TorchSon



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

sábado, 7 de junio de 2014

La Realeza de Cristo y su referencia como autoridad – Por Mons. Gustavo Podestá


  ¿Cuál será la figura de rey que debemos adorar en Cristo?

  Ninguna concreción terrena de la realeza nos servirá adecuadamente para dar la noción exacta de la reyecía de Jesús. Como ningún concepto humano podrá nunca expresar las realidades pertenecientes al ámbito de la divinidad. “Mi reino no es de este mundo”, dijo Cristo frente a Pilatos. No proviene de este mundo; no es como los de este mundo; no tiene su origen en este mundo.

  Pero, aún así, ciertos rasgos de la concepción católica del gobierno de los hombres y de la autoridad podrían servirnos para delinear la figura de Cristo Rey.

  La autoridad bien entendida. No la autoridad despótica, la que gobierna según su propio arbitrio o, peor, según el arbitrio de la masas. No la autoridad que trata a sus súbditos como siervos –siervos de su látigo o de sus gendarmes, siervos de sus propagandas o de sus panes y circo-. No la autoridad demagógica o politiquera. No la que, para congraciarse con sus electores, da rienda suelta a cualquier libertinaje o no sabe mantener con energía una línea de conducta. No la autoridad que, para sostener una falsa paz o no enfrentar problemas, abdica de su honor innoblemente y, para llenar los estómagos, vacía los corazones y hace bajar las frentes.

  Sino la autoridad entendida como en los tiempos de Carlomagno y San Luis Rey, San Fernando y San Wenceslao, San Enrique Emperador e Isabel la Católica. Autoridad subordinada a la de Dios, autoridad que es servicio, autoridad que es ejemplo, autoridad que es justicia, autoridad que es prenda de paz y de equidad.

  Sublime servicio el de la autoridad así entendida: guiarnos paternalmente por las buenas – también por las malas cuando es necesario- hacia el bien común. Buscando el bien de todos y el bien de cada uno. No solo el bienestar material –que ningún gobernante en serio puede reducirse a empresario de economía- sino el bien moral y espiritual de los suyos.

  Y es por eso que legisla no caprichosamente, sino según la ley del buen Dios. Por eso manda y ordena, de modo que ningún egoísmo privado perjudique el bien de todos ni la dirección única del destino de la Nación. Para eso juzga y castiga, así la maldad de los hombres no se desboque como las células del cáncer y corrompa la armonía social. Para eso educa y guía, señala y corrige, compele y defiende, suple cuando es necesario la debilidad o impotencia de los miembros.

  Porque ninguna autoridad tiene otra función que la de aunar, según Dios, las partes dispersas de la sociedad para que, organizadamente, el bien del uno repercuta en el bien de los demás y todos unidos creemos las condiciones necesarias para que cada uno se realice como hombre y se encamine finalmente, de la mejor manera posible, a sus destinos eternos.

  Así procediendo, los que ejercen la autoridad cumplen uno de los servicios más grandes que pueda ningún hombre prestar a sus hermanos. Servicio exigido naturalmente para la recta marcha de cualquier sociedad y, por eso mismo, querido y exigido por Dios.

  Es en ese sentido que la Iglesia ha defendido siempre que la autoridad viene Dios. El servicio de la autoridad no depende de la voluntad de los hombres. No son los gobernados los que delegan su autoridad en los gobiernos -como afirma el disparate roussoniano legalizado por la Revolución Francesa-, cuanto mucho ‘designan' a aquel o aquellos que detentarán la autoridad. Pero la autoridad en si misma proviene del mismo Dios y no se legaliza por su origen democrático o no, sino por su recto ejercicio.

  Autoridad, por tanto, subordinada a la autoridad suprema del Creador de la sociedad y que debe ejercerse en dependencia del supremo legislador.

  Que la autoridad provenga de Dios no quiere ni quiso nunca decir que fuera por eso capaz de hacer y mandar lo que quisiera, sino, muy por el contario, que debía ser utilizada según los dictados de Dios y en respeto a su Ley. Ningún tirano, ninguna mayoría, ningún voto unánime, tienen derecho para legislar en contra de la ley de Dios. Suprema ley; divina ley; ley no arbitraria; ley promulgada para nuestro bien por el más sabio y bueno de los legisladores. ¿Cómo no va a ser el seguirla la única garantía de auténtica paz y felicidad de los pueblos?

  De allí que la prosperidad y paz de las naciones no se logrará jamás en las componendas de los políticos ni en el vaniloquio de los congresos y cámaras de diputados, ni en los tratados diplomáticos, ni en los hipócritas corredores de la ONU. La única posibilidad de auténtica paz –paz humana, no la paz del campo de concentración, la de los esclavos, no la del imbécil que ha reducido su horizonte al alcance de sus instintos y de la televisión, no la del equilibrio de las armas; sino de la verdadera y auténtica paz- solo ha de encontrarse en el reinado de Cristo, en la aceptación de su Ley, en el respeto a sus mandamientos.

  Seamos nosotros, católicos bien conscientes de ello, en momentos en que nuestro destino se cocina con los artilugios de la politiquería en las antesalas de mitos trasnochados. Ninguna solución política transitará los caminos de la plena realización nacional fuera del reconocimiento absoluto y total de la doctrina de la Iglesia y de la realeza social de Cristo.

  A sostener este nuestro único Caudillo, nos llama hoy la Iglesia, a nuestra conciencia de cristianos y de argentinos.

Mons- Gustavo Podestá 26/11/1972



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

domingo, 27 de octubre de 2013

Cristo es Rey – Por el P. Alberto Ignacio Ezcurra.

    Cristo es Rey. Es una palabra que hoy, a veces, se prefiere no usar; suena demasiado fuerte, demasiado duro. Algunos prefieren decir “Maestro”, prefieren decir “Pastor”, prefieren presentar a Cristo como hermano, como amigo, a veces en un plano solamente horizontal, pero sin utilizar toda la fuerza que tiene esta palabra que nos está indicando la pura realidad. Parecería que se avergonzaran algunos de dar testimonio del Rey que está en los cielos. Parecería que nombrar a Cristo como Rey fuera muy duro para un tiempo en el cual a las palabras definidas se las trata de evitar.

  Entonces se prefiere no hablar de Cristo como Rey. Tal vez parezca poco democrático. Quisieran hablar de Cristo, como presidente. Y sin embargo Cristo es Rey. Y Cristo es Rey por diversos motivos, que ya hace muchos años señalaba en su enseñanza doctrinal dogmática el Papa Pío XI en la Encíclica Quas Primas, que dio el espíritu que animó a la primera y a la mejor fuerza de la Acción Católica.

  Cristo es Rey, en primer lugar por su excelencia. Llamamos rey, en cualquier orden del ser o del conocer, a aquello que es lo primero, a aquello que es lo mejor; entre un determinado ramo de artistas, se llama rey a aquel que ejecuta mejor ese arte; entre las flores se llama la reina a la rosa porque es la más hermosa en su belleza y en su perfume.

  El rey indica lo excelente, lo más noble, lo más grande. Y por eso, es Rey el Verbo de Dios cuando asume aquí en la tierra una naturaleza humana, cuando se hace hombre. Y entonces, esa naturaleza humana, esa alma y ese cuerpo asumidos por Cristo es lo más noble, es lo más perfecto, es lo principal de la Creación porque está unido indefectiblemente a la divinidad, al Verbo Creador, al Verbo en el cual, por su Palabra fueron dichas, fueron pronunciadas, fueron creadas todas las cosas.

  Cristo es Rey por su propia naturaleza divina, porque es el Verbo de Dios hecho hombre. Es aquello de los cual da testimonio delante de Poncio Pilato cuando él le pregunta: “Tú eres Rey?” “Sí, Yo soy Rey, mi reino no es de este mundo”. Lo cual no significa que Cristo no reine sobre este mundo, sino que su reino no tiene origen en este mundo; no es un reino humano. El poder que tiene Cristo es el poder que ha recibido del Padre; pero es un poder sobre todas las cosas, sobre todas las cosas del cielo y de la tierra.

  Cristo tiene ese poder también por derecho de conquista. Pensemos, una vez más, en aquella escena de la tentación en el desierto. El diablo que se muestra a Cristo. Y el diablo que lleva a Cristo sobre un alto monte y le muestra –dice el Evangelio- todos los reinos de la tierra, y le dice: “Todo esto es mío: si me adoras te lo daré”. Le mostró el poder y la gloria de esos reinos y lo tienta ofreciéndoselos.

  Donde el pecado está presente, es el demonio el que reina. Y en ese momento, en el mundo no redimido, todos los reinos, todas las ciudades, todas las naciones, las almas de los hombres están en el poder de Satanás. Cristo se niega a aceptar eso de manos del demonio y se lanza a conquistarlo.

  Y Cristo, ¿Cómo se lanza a conquistar esos reinos en poder del demonio? Cristo se lanza a conquistarlos con su muerte en la Cruz y con su Resurrección. Cristo reina desde la Cruz.

  El reinado de Cristo no es fácil. Cristo es Rey, en primer lugar, con una corona de espinas, para llevar después la corona de gloria en la Resurrección. Cristo carga sobre sus espaldas nuestros pecados. Cristo carga la cruz con nuestros pecados sobre sus espaldas. Cristo derrama en la Cruz hasta la última gota de su Sangre para lavar nuestra alma de la inmundicia del pecado, para arrancarnos del poder del demonio.

  Cristo se lanza a conquistar aquello que no quiere recibir de las manos del demonio. Y desde entonces toda la historia es como una lucha entre aquellos dos reinos. San Juan, la describe en el Evangelio como una lucha entre la Luz y las tinieblas. El Verbo es la Luz que alumbra a todo hombre, la Luz de la Verdad, la Luz del bien, la Luz de la justicia, la Luz de la bondad. “Y las tinieblas no lo recibieron”. Las tinieblas del error, de la mentira, del engaño, de la maldad, de la injusticia, del pecado. Y toda la historia de la humanidad aparece para San Juan como esa lucha entre la Luz y las tinieblas, entre el Reino de Cristo que es Luz y el reino de Satanás que son las tinieblas.

  Cuando Cristo muere, a las tres de la tarde, el Viernes Santo en el Calvario; a las tres de la tarde las tinieblas cubren la tierra y parece que ha triunfado el demonio y que Cristo ha sido derrotado. Pero ese triunfo del demonio es aparente. Y, en la madrugada del domingo, Cristo, como el sol que nace va a resucitar para disipar con su Luz de Cristo resucitado, las tinieblas que parecían que lo habían vencido y será la derrota de las tinieblas.

  Pero la lucha sigue y, en la historia de la humanidad, el reino de Cristo y el reino de Satanás se disputan los corazones de los hombres y las naciones y los pueblos. Hasta que al final el triunfo de la Luz será definitivo. Y, en aquella Jerusalén celestial que Cristo vendrá para instaurar en su venida gloriosa, no hará falta luz de lámpara que la alumbre, dice el Apocalipsis, porque “será alumbrada por la luz que sale del trono de Dios y del Cordero”. Y el mal definitivamente derrotado y aquellos que han seguido bajo la bandera y bajo el reino de Satanás, serán, con las palabras del Evangelio: “arrojados a las tinieblas exteriores”. Mientras que los otros verán a Dios en toda la luz y esplendor de su gloria.

  Ese será el reino definitivo de Cristo. Aquí en la tierra ese reino es como una semilla en la Iglesia, en las almas en gracia, en las almas de los santos, en aquellos que el Evangelio consigue iluminar e impregnar. Es como una semilla que tiene que crecer y Cristo nos llama, precisamente para continuar su obra, para conquistar las almas de los hombres, para conquistar las familias, para conquistar las naciones.

  Pero es como una semilla que va creciendo y ese crecimiento es doloroso y significa cruces y significa luchas. Y ese crecimiento alcanzará su lentitud solamente al final de los tiempos cuando Cristo vuelva por segunda vez. No ya en la humildad, en la oscuridad del pesebre, en la pobreza del pesebre, sino como Rey triunfante sobre las nubes del cielo, en la majestad de su gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, para separar definitivamente la luz de las tinieblas, para someter todas las cosas y someterlo todo al Padre, como dice San Pablo: “Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo es de Dios”. Ese será el triunfo definitivo de Cristo.

  Pero mientras tanto, Él nos llama para seguirlo y para conquistar un mundo. Y ese seguimiento, lo repito, supone lucha. Porque como en aquella parábola del rey que Cristo cuenta, también hay quienes y, son muchos, exclaman en rebeldía, siguiendo la rebeldía de aquél primer rebelde, del ángel rebelde: “No queremos que Éste reine sobre nosotros”. Y si miramos a nuestro alrededor, es cierto que las tinieblas aparecen más fuertes y más extendidas que la luz y que a veces podemos sufrir la tentación del desaliento.

  Cristo no reina en muchas almas y en muchos corazones. Cristo no reina donde reina el pecado. Cristo no reina en ese hombre que en estos días describíamos como el hombre invertido. No el hombre vertical que Dios creó sobre dos pies para mirar hacia el cielo; no el hombre que tiene por encima de todo la luz de la inteligencia elevada por la fe que le muestra el camino y la voluntad fortalecida por la caridad y que por lo tanto es capaz de dominar las pasiones para entusiasmarse por lo que es bueno y por lo que es verdadero; sino ese hombre invertido, destruido y masificado. Ese hombre que tiene por encima de todo las pasiones, los instintos, las concupiscencias desordenadas y la voluntad debilitada por el pecado para satisfacer los caprichos, la inteligencia enferma para justificar que “lo que a mi me gusta está bien”. Ese hombre herido, ese hombre cerrado a la gracia, ese hombre sin Dios; ese hombre que vive, en la práctica, como si Dios no existiese.

  Cristo no reina en esas almas, Cristo no reina en la familia que se destruye, en la familia que se disgrega. Cristo no reina en la familia que está fundada –no sobre la roca sólida que es la caridad de Cristo, el amor de Cristo que asume el amor humano y que lo eleva al plano sobrenatural- sobre la arena movediza de las pasiones y de los sentimientos del corazón humano; de ese corazón que es una veleta que cambia con todos los vientos; fundado sobre lo que es pasajero, sobre una concepción de la vida fácil y hedonista y egoísta. Cristo no reina en la familia que se destruye, donde las dialécticas enfrentan a los padres; donde sufre el bombardeo de la pornografía, el bombardeo del destape. Donde se pierde en la familia toda autoridad; donde se quiere poner en la familia con la potestad compartida, dos cabezas; donde se la ensucia a través de los medios de difusión y de propaganda; donde del sexo y del amor se hace un estercolero y una basura; donde se profana el cuerpo desnudo del hombre y el cuerpo desnudo de la mujer. Cristo no reina allí.

  Cristo no reina en las familias dónde se rechaza la vida, donde el hijo se lo mira como un inconveniente, como un problema, como algo que hay que evitar y eso motivado no por razones profundas, sino por un tremendo egoísmo. Cristo no reina donde se asesina la vida desde el comienzo por el aborto. Cristo no reina cuando la familia está enferma. Cristo no reina en la enseñanza sin Dios, en la escuela sin Dios, donde a los niños se les enseña un montón de cosas, se les atiborra la cabeza de materias sin sentido; pero no se les enseña lo único importante para la vida, aquello que es primero, lo principal de todo, aquello que decía el viejo catecismo: “La ciencia más acabada es que el hombre bien acabe, porque al fin de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”.

  Pero esa ciencia más acabada, esa ciencia principal, la luz que nos muestra el camino del cielo, está ausente de la escuela argentina. Se pueden divinizar instituciones o ideas humanas; se pueden canonizar traidores elevándolos a la categoría de santos, pero para Cristo no hay lugar en la escuela. Cristo no está presente en la universidad sin Dios, donde hoy vuelve a entronizarse el marxismo, esa religión invertida del odio y de la dialéctica, que ya tantas almas y tantas vidas destruyó partiendo desde la Universidad Argentina.

  Cristo no reina en la cultura pornográfica y blasfema, donde no se respetan las cosas más santas y sagradas; donde no solamente se ensucia la familia y el amor en la chabacanería más barata, sino que se llega a blasfemar de las cosas más santas, se llega hasta ensuciar a la misma Madre de Dios y Madre nuestra del Cielo, como está pasando y es de público debate, en estos días. Pero no es la primera vez que ocurre, que Cristo o que su Madre o que la Santa Iglesia es burlada en el teatro, es burlado en el cine. Y eso con el apoyo de las instituciones oficiales aquello que, solamente entre comillas, lo podemos llamar “cultura”.

  Cultura enferma de marxismo; cultura de cuarta categoría; cultura llena de pornografía; cultura destructiva; cultura de revistas inmundas que ensucian nuestros kioscos y que envenenan las almas de los jóvenes argentinos. Allí Cristo está ausente. Allí Cristo no reina.

  Cristo no reina en una economía invertida, donde el hombre está al servicio del lucro, de la ganancia, de la producción insensata; donde lo que reina es la mentira, la injusticia, la coima, el fraude, la falsificación. Cristo no reina en una sociedad sin Dios. Y esa es la tragedia profunda de la sociedad argentina.

  Nuestra Patria argentina nació cristiana; nació cristiana con aquellos hombres que vinieron de España trayendo juntas la espada de los conquistadores y la Cruz de los misioneros, que iban a ganar un continente para el rey en cuyos dominios no se ponía el sol, pero que iban a ganar también un continente para Cristo.

  Nuestra Patria nació cristiana con aquellos que le dieron la independencia, con aquellos que hicieron que nuestra bandera tuviera los colores del manto de la Virgen Inmaculada y que tuvieron a la Virgen como Señora de la Merced o como Señora del Carmen, como Patrona de los Ejércitos que nos dieron al libertad. Esos hombres como San Martín y Belgrano, que no se avergonzaban de llevar el Escapulario, de rezar el rosario enfrente a sus tropas. Esos fueron los que dieron origen a la Argentina.

  La Argentina nación cristiana y nació mariana; nació con la herencia del cristianismo, con la herencia cristiana y católica que recibimos de Europa con la empresa misionera de España. Pero después sí, después vinieron los doctorcitos porteños, los hombres de las logias y del puerto, de espaldas al país y de cara deslumbrada hacia las grandes naciones del mundo anglosajón masónico y protestante. Y esos quisieron hacer otra Argentina distinta, de espaldas a su historia, de espaldas a su tradición y de espaldas a su fe.

  Y esa es la tragedia argentina: que los argentinos nos hemos ido olvidando de Dios. ¿Y qué pasa cuando los hombres se olvidan de Dios? Si nos olvidamos de ese padre que tenemos en los cielos, dejamos de ser hermanos aquí en la tierra. Entonces nos enfrentamos por intereses de clases, por intereses de partidos, por intereses económicos, por intereses de sector, por intereses localistas. Y llegamos a odiarnos, llegamos a matarnos entre nosotros, porque cuando no somos hijos de un Padre común en el cielo, el hombre se transforma en lobo para el hombre. Cuando se niega la autoridad de Dios como la fuente de toda autoridad, la autoridad no sube desde abajo. Al negar la fuente de toda autoridad, entonces ya no hay más autoridad ni en el trabajo, ni en la familia, ni en la escuela, ni en la política, ni en ningún lado.

  Cuando los hombres se olvidan de Dios y de los mandamientos de Dios y quieren construir un paraíso en la tierra, de espaldas a Dios, lo que consiguen construir en la tierra es un infierno de odio, de engaño, de mentira y de miseria. Es posible, decía el Papa, construir un mundo sin Dios; pero sin Dios sólo es posible construirlo en contra del hombre, destruyendo al hombre.

  Y esa es la tragedia de nuestra Patria: que se ha olvidado de sus orígenes cristianos y la única solución que tiene la enfermedad profunda que afecta a la sociedad argentina, no está en los parlamentos, ni en los discursos de los políticos, ni en los programas económicos, ni en las plataformas partidarias, sino que está en la vuelta a Cristo, en la conversión del corazón, en que nos acordemos que esta Argentina es cristiana y mariana y empecemos a vivir como cristianos, no solamente en lo íntimo de nuestra conciencia, sino en la dimensión, en la proyección social de toda nuestra militancia en cualquier campo que sea. Como lo señala el Concilio Vaticano II, como una empresa y misión de laicos, sanear, purificar las estructuras inficionadas por el pecado e impregnar todos los ambientes del mundo con el espíritu del Evangelio.

  Cristo no reina en la sociedad ni en la política, donde lo que importa es subir un escalón más arriba aunque para eso haya que pisarle la cabeza al vecino; donde lo que importa es la facha, la apariencia y la imagen y, para eso, no se para en las promesas falsas, en el engaño, en las trampas, en la especulación.

  Cristo tiene que reinar, Cristo tiene que reinar. Cristo nos llama para conquistar un reino y nosotros le hemos dicho que sí. Él es rey por una realeza que le viene del por su propia naturaleza y con una realeza que Él se ganó con su sangre en la Cruz por derecho de conquista. Para esa empresa el Señor nos llama, para que Cristo comience por reinar en el alma de cada uno de nosotros, en nuestras inteligencias, por una fe firme, sin dudas, sin vacilaciones y capaz de iluminar nuestra vida como una antorcha, como una luz. Que reine en nuestros corazones por el amor y por la caridad verdadera, que es mucho más que el mero sentimentalismo horizontal.

  Que Cristo reine en una familia fundada verdaderamente en Él, en esa Roca sólida, en el amor de Cristo. Que la familia sea imagen de esa unión de Cristo con su Iglesia; unión definitiva, de una vez para siempre, sin divorcios, unión fiel, sin infidelidades, sin trampas, sin engaños; unión que tiene que ser sacrificada y fecunda, porque en la vida cristiana y en la familia cristiana, también está presente la Cruz.

  Que Cristo reine en la enseñanza, porque toda la acumulación de verdades parciales no sirve para nada sin la referencia a la única verdad. Que Cristo reine en la Patria. En una Patria donde lo económico esté sujeto a lo social y lo social a lo político y lo político esté sujeto a lo moral y todo eso esté abierto por arriba hacia Dios. Esa es nuestra empresa. Esa es la empresa para la cual, con esta evangelización de la cultura, tenemos que comenzar a iluminar las mentes de los hombres.

  Nuestro catolicismo no puede ser, como lamentablemente lo es hoy en tantas partes, un catolicismo de sentimientos baratos, de slogans fáciles, un catolicismo devaluado, un catolicismo falsificado como vino con mucho agua; un catolicismo que pone entre paréntesis algunas verdades que resultan más difíciles para la inteligencia y algunos mandamientos que resultan dolorosos para cumplir en la vida. No puede ser nuestro catolicismo sólo un sentimiento barato. Tiene que ser un catolicismo firme, esclarecido, militante; tiene que ser un catolicismo fuerte; tiene que ser un catolicismo de combate y de conquista.

  El espíritu misionero de la Iglesia, es el espíritu de conquista del Reino de Cristo. Y solamente si la entendemos así y no como un horizontalismo humanista que se queda en el plano meramente humano y que pierde la dimensión vertical, solamente así, podemos hablar de la civilización del amor.

  Si pensamos que Cristo nos dice que, en el amor, en el verdadero amor de caridad, se resumen todos los mandamientos. Entonces sí, la civilización del amor es una civilización donde la Ley de Dios y el Espíritu del Evangelio está impregnando la vida de los individuos y las relaciones entre los hombres. Y entonces, hablar de civilización del amor es lo mismo que hablar de reinado de Cristo o de proyección social del reinado de Cristo, más allá de lo que se quedaría en un mero sentimentalismo superficial. Cristo nos llama para esa empresa de conquista.

  Decíamos recién cuáles son las palabras con que la define el Concilio Vaticano II: “Sanear las estructuras inficionadas por el pecado e impregnar los ambientes sociales con el espíritu del Evangelio”. Y por eso siguen siendo válidas aquellas palabras y aquel llamado del Papa Pío XII, donde nos decía que es todo un mundo el que hay que rehacer desde los cimientos, que hay que transformar de salvaje en humano y de humano en divino. Es decir, conforme al corazón de Dios.

  Esa es la empresa y es difícil. Vamos a ponerla en manos de nuestro Rey y vamos a ponerla sobre todo, en las manos de la Reina, de María Santísima. Ella es Reina. Es Reina porque es la Madre del Rey. Pero no solamente por eso; sería un título honorífico solamente; es Reina porque junto a Cristo es conquistadora. Es Reina porque Ella es la primera victoria de Cristo.

  Cuando el demonio le dijo a Cristo, mostrándole todos los reinos de la tierra: “Todo esto es mío” –el demonio no mentía- pero se equivocaba. Cristo pudo haberle contestado: “Todo es tuyo, sí, pero mi Madre, no”. María Inmaculada estuvo protegida por el poder de Dios, desde el instante mismo de su concepción. Jamás en Ella tuvo parte el demonio; por eso María es la primera derrota del demonio y es la primera victoria de Cristo Rey. Por eso María aparece aplastando la cabeza de la primer serpiente. Esa es la función y es la misión de María en la empresa de conquista para el reinado de Cristo.
Que hoy, como siempre, nos ayude Ella para aplastar la cabeza de la serpiente y para que Cristo reine, para que la sangre de Cristo purifique las almas de los hombres, la familia argentina, la Patria Argentina.

Padre Alberto Ignacio Ezcurra.

Padre Alberto Ignacio Ezcurra “Tú Reinarás”. San Rafael, Kyrios, 1994, pp. 151-164.


Visto en: http://cruzamante-hispanidad.blogspot.com.ar/


Christus Vincit, Christus Regnat, Christus Imperat

¡Viva Cristo Rey!