San Juan Bautista

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viernes, 29 de septiembre de 2023

Reseña Literaria: Las fuentes de la ética – Rubén Calderón Bouchet

 


Este libro era la última obra inédita del autor, escrita cuando ya jubilado (en virtud de que fuera nombrado Profesor Emérito), le fuera encargado un curso de Ética para la Facultad de Filosofía y Letras de la UNC. El curso fue confeccionado teniendo el maestro setenta y tres años y mucho después, ya cerca de su muerte, él mismo lo entregó a sus herederos para su publicación póstuma.

Resulta evidente en la obra el estilo “oral” del “curso” (de hecho, el editor ha cambiado la palabra “curso” con que el autor se refería a lo escrito y que estaba en el original, por “libro” en el texto final), que no es desmedro de su estilo sino que, por el contrario, lleva las notas vivas de un urgente llamado para que la ética no sea un pesado asunto de manual aristotélico, sino que, partiendo de una muy amena reflexión sobre las variantes que de ella ha propuesto la historia, proponga al auditorio (hoy lectores) una “conversión”. Así es; hablamos de una ética que necesita una “conversión” para ser vívida, para ser connatural al sujeto.

A cada página se resalta el concepto de que la moral es no sólo el necesario resultado de una religión (pero no sólo de una religión que se expresa en la materialidad de una doctrina), sino de una religión que necesariamente debe vivirse por una compenetración sobrenatural con la

vida de Dios, luego de un paso purificante y expiatorio de nuestras faltas, del pecado.

Y no se refiere a una simple conversión espiritual indefinida o difusa, ya que esta propuesta de una internación en la Vida misma de un Dios Vivo resulta exclusiva de nuestra religión Católica, la revelada por Dios de una vez y por los siglos: “La formalidad de la religión verdadera es la instalación en el espíritu humano de esa fuerza sobrenatural y transfiguradora que la Iglesia Católica llamó la Gracia”. Es decir que, sin más vueltas, el autor remite a una conversión al catolicismo para explicarse e instalarse en una verdadera postura ética y no tiembla de traer al claustro laico- y a la filosofía- además del útil concepto de pecado (sin el cual nada se entiende), el tema imprescindible de la Gracia (que todo lo culmina). Ambos “enormísimos detalles” desconocidos (quizá apenas intuidos en algunos) por los griegos.

De esta manera, como en todo el transcurso de su magisterio dentro y fuera de un ambiente religioso, Rubén Calderón Bouchet logra escapar de aquella trampa de la que hablaba el Padre Calmel; la de que los oradores, la más de las veces suelen ser influidos por el auditorio con más fuerza transformadora que la que creen ellos producir (¡tonta vanidad!) al auditorio. Terrible paradoja que ha llevado a la dilución de la testimonialidad en muchísimos profesores católicos, descarrillados hacia un lenguaje naturalista (y de allí a un convencimiento semi-naturalista) para no chocar con ese mundo orgullosa y hasta agresivamente ateo que componen las universidades desde hace mucho tiempo.

La ética que cultivan los enseñantes católicos vergonzantes ha pasado a ser un asunto de la antigüedad griega y su adalid intelectual será Aristóteles, capirote pedante que los lleva a la “zona de confort” de no tener que hablar de la Iglesia, de su Magisterio expresado con anatemas y de sus Papas sentados en la Gran Cátedra de Pedro con el dedo alzado (que es finalmente la analogía principal de la cátedra universitaria). De no tener que pronunciar, muertos de amor, el Ecce Homo al que está obligada toda antropología. De ellos dirá el autor. “Un filósofo cristiano que hace de cuenta que no hay revelación de Dios para poder especular de acuerdo con una razón libre de compromisos sobrenaturales, podrá ser un excelente razonador, pero indudablemente ha dejado de ser cristiano en la línea de su reflexión metafísica. En verdad razona sobre un universo que ha perdido el sentido de su significación más profunda.”

De igual manera que se anuncia sin complejos ante el auditorio variopinto de una universidad laica como moralista católico, deja bien claro los requisitos que se exigen sine qua non para serlo: “…un hombre cuya razón está perfeccionada por un conocimiento que recibe de lo Alto y al que tiene acceso por la Fe”, ¡por supuesto¡ pero aún más, ¡más alto!; se es un intelectual católico en la medida que “.. en el proceso de su dinamismo específico”… recibe… “una energía restauradora que lo hace partícipe de la vida divina, pero con una participación que excede aquella que por su naturaleza le corresponde”. Y esta GRACIA, vivida por quien la practica y la predica, es finalmente la verdadera fuente que hace posible la vitalidad de una ética que solamente desde allí se salva de ser letra muerta y hueca oratoria de empingorotados moralistas, o de iusfilósofos de gabán y sombrero que señalan modelos momificados precristianos, porque no se atreven a mostrar al Modelo Vivo so peligro de parecer locos y, subrepticios como Nicodemo, visitan al Señor en la oscuridad del crepúsculo tomando con amarga ironía el consejo de “nacer de nuevo”. El “viejo coronel” como solían llamarlo los amigos, aunque resulte un tanto chocante lo que expreso, custodiaba su estado de gracia como un elemento imprescindible de su actividad intelectual, como el guerrero vela sus armas.

¿Cuál es el secreto por el que nuestro intelectual católico pudo dar este testimonio en medio de una Universidad laica y hasta “zurda” (violenta en algunos años)? En primer lugar porque el llamado lo hacía con el respeto y el pudor de un hombre que habla de moral y se sabe imperfecto, que habla de religión y se sabe pecador, pero que él mismo es un “converso” que está impregnado (y es evidente a todos) de aquello que como profesor “profesa” (resulta irónico la actual tendencia a un profesorado que nada profesa). Que a cada momento llama a compartir un bien espiritual con el mismo modo de quien invita a otros a compartir una comida íntima y hogareña, por él mismo sazonada y cocida. Habría que ser un bastardo para no agradecer el gesto y eso sí que lo obtuvo, mucha gratitud, sin que podamos, en pos de agrandar innecesariamente la figura, irrogarle conversiones en el medio universitario (que muy pocas o nada las hubo, pues como reza el dicho “cuando Dios no quiere, ni el santo puede”), salvo que, en muchísimos de ellos dejó el recuerdo imborrable de haber conocido a un católico de ley, como una agradable rareza. Experiencia que seguramente no será en vano cuando el estrépito de la existencia se vaya apagando y, recordando a aquellos que supieron “ser” cabalmente a nuestro rededor, llorando el tiempo del “no ser” en la banalidad, enfrentemos en profundidad esos instantes eternos de una final purificante agonía. Quien de verdad cree, siempre agoniza.

 Su apostolado es sapiencial pero también es testimonial, y sobre todo es adecuado a su condición de laico, evitando el “sermón” que no le corresponde ni a su estado, ni al lugar. Es el apostolado de aquellos hombres formados en el estilo de la derecha católica francesa que en la modernidad, que falsifica todo lo sagrado, no usurpa la acción propia de los sacerdotes (que es profanación), sino que lo hacen desde el logro de una erudición sería, profunda y verdadera de sus ciencias; con el vigor y la fortaleza que da el asentarse en una formación profusa que reconoce una ciencia enraizada en una certeza que no es propia, ni sufre nuestros desfallecimientos, sino aportada por Quien dijo con la autoridad de Su Sacrificio, Yo soy la Verdad. Que además no hacen de su religiosidad una diatriba acusatoria ni una experiencia doliente de los tiempos, sino un elegante y humoroso “desplante” de quienes, a pesar de todo, se saben con resto ante un mundo que los quiere lacrimosos derrotados. Argentino como pocos, gaucho de estirpe, enfrenta (y la palabra es más que nunca adecuada para dibujar su noble caminar con frente alta) como su amado Don Segundo Sombra, a un mundo que lo ha condenado a la intemperie, pero que habiendo desalojado también a Cristo de sus templos ominosos, nos ha dejado con el frio del chubasco que templa y fortalece el carácter del arriero, en la mejor Compañía. Al dulce rescoldo de Su fuego.

Haciéndose con todos humanamente cercano y a la vez distante en la evocación de encarnar una antigua nobleza que no se alcanza a comprender del todo, cosa que los hombres modernos rechazan por exigida postura y hasta por envidia, pero que indefectiblemente extrañan en un rincón cordial; ninguno pudo dejar de reconocer el carácter “amoroso” de su magisterio. Es cierto que la llamada tranquila de su entera obra hacia la conversión, en este último libro se delata “urgente” - como dijimos más arriba - con una urgencia que toma un tono abruptamente teológico, en que la dimensión sobrenatural que tiene todo su trabajo intelectual salta en cada conclusión por sobre la atención al discípulo, para hacerse, por momentos, oración. Es urgencia que se nos sugiere adoptar y es suya en lo personal más que en otros libros, producto de una edad que desbasta la ciencia dejándola en sabiduría; sabiduría que ya dirige a rienda firme la marcha de la vida hacia la muerte, que tiene algo del aire de su pampa aspirada en el galope de un caballo; que a pesar de la vejez le acaricia la cara con la brisa del Dios que alegra su juventud.

Que lo hace - por fin - proto-agonista de su íntima amistad con Cristo.

Protagonista de una historia que se plenifica en el amor hogareño al que se vuelve para compartirla, pero… en la que un Dios celoso le preparaba el más amargo capítulo de renuncia y desprendimiento que puede exigírsele a un Adán enamorado, y para el cual, sin saber que será peor que la propia muerte, aquella Amistad se fortalecía para ser compartida por dos corazones traspasados.

Y su enseñanza fue amor por sus discípulos, pero fue amor por la Iglesia, y con esto nos referimos a una enseñanza que no sólo busca, como lo hace toda su obra, resaltar y transmitir la enseñanza perenne del Magisterio en estas materias (y no alguna individual originalidad), sino que de una forma ya desaparecida en los claustros universitarios y desafiando sin complejos la erosión que la apostasía clerical ha producido en el crédito público, da testimonio personal de su adhesión filial, sin desmedro e indiscutida a la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, de la cual, él confesó haber pretendido con su obra hacer “una apología de la Iglesia”: “El cristianismo trajo para el hombre una promesa que, cuando no es aceptada de acuerdo con los parámetros del Magisterio de la Iglesia, se convierte fácilmente en motivos de extravagancias y de aspiraciones a retozar en las amplias praderas del antojo”.

Podemos asegurar que ya no quedan profesores laicos de este tamaño, que los poquísimos que no han defeccionado en la verdadera vocación intelectual cristiana de expresar sus ciencias dentro del marco luminoso de la fe, a cara descubierta y con el testimonio vital de la mayor y posible coherencia en todos los ámbitos de la existencia - aún dentro de nuestra debilidad - han sido vomitados por el sistema educativo. Sistema comandado por vulgares mediocres con tramposos saberes ganados en la astucia de los agitadores y no en la reflexión de los grandes maestros, súcubos del poder masónico y anticristiano. Y fueron expulsados aun cuando las almas, hasta las más infieles, habitantes de un infierno que ya han comenzado a experimentar en la tierra, extrañarán, por siempre sedientas, un magisterio de ese calibre. Ni se quiere pensar en el aullido desesperado y reclamante que los condenados harán contra aquellos que han defeccionado por propia voluntad al Magisterio, en todas sus expresiones.

Pero recordando la enseñanza de Calderón Bouchet sobre que toda decadencia supone enemigos externos y defecciones internas, y no hay que menospreciar a ninguno de los dos elementos en la ponderación del hecho histórico; la claudicación testimonial de la enseñanza católica de nuestro tiempo también se explica en la dificultad que tenemos para mantenernos en gracia de Dios, enorme y verdadera catástrofe de la época, más grande que todas las guerras y por la que se han desperdiciado grandes intelectuales y han pasado a relucir humildes pequeñuelos que evocan, en este crepúsculo de la creación, el añorado levante al son de un susurrado Magnificat.

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Esta publicación la dedicamos sus hijos al cumplirse diez años de su fallecimiento, cada vez más asombrados por el privilegio de haberlo tenido. Edición lograda gracias a la pródiga audacia de Don Felix de la Costa y a los oficios de diseño y corrección de esta gran familia de arrojados a la intemperie que es la FSSPX, a cuyo rescoldo hemos vivido y hemos podido permanecer extrañamente todos unidos con hijos y nietos en la Fe. Sabidos que lo logramos, sin méritos, primeramente por la misericordiosa Providencia de Nuestro Señor Jesucristo, pero como causa segunda, por la fuerza del compromiso de devolver en algo el honor que nos hizo al haber sido nuestro Padre. En la esperanza de que el cielo, más allá de los consuelos espirituales que no podemos imaginar, por el misterio de la resurrección de la cuerpos nos permita el carnal capricho de volver a tocar sus manos torpes, besar su noble frente y darnos el gusto de escuchar de sus voz tremendas verdades insondables.

 

DARDO JUAN CALDERÓN

Vistalba, primavera del 2023

martes, 20 de abril de 2021

Diez preguntas para un "pro-vacuna" - Dardo Calderón

 


Respuesta a Roberto De Mattei “Diez preguntas a los ‘antivacunas’”, publicado por Adelante la Fe (aquí)


Por DARDO JUAN CALDERÓN

 

Entiendo que la línea editorial de Adelante la Fe no sea proclive a publicar disensos directos entre sus colaboradores, pero en este caso Don Roberto De Mattei lanza diez preguntas contra presuntos anti-vacunas (aunque adivino que las preguntas están dirigidas contra un interlocutor concreto – Mons. Vigano - al que no se quiere nombrar y que colabora con esa revista) pero he comprobado que no se aceptan respuestas de ninguno, salvo, calculo, que estas sean bien imbéciles y lo hagan quedar bien al articulista, que a esta altura se ha convertido en la voz oficial del conocido blog.

 

Aun  suponiendo las mejores intenciones no podemos dejar de resaltar que el inquisidor tiende una trampa y esconde un sofisma, muy  parecidos a los que denuncia del otro lado, pues así como acusa de usar la “autoridad” eclesial para rechazar la vacuna, termina sugiriendo que estar contra la inoculación masiva y universal de un brebaje secreto (al que se llama vacuna para aprovechar la credibilidad que otorga el rótulo) promovida por la OMS y la “Big-Farma” -con la excusa de una “pandemia” que es a todas luces inexistente de Covid 19 - nos convertiría ipso facto en adherentes a no sé qué doctrinas y seguidores o fans de no sé qué político. Que también nos deja del bando de los “anti vacunas” en general; que nos convierte en desobedientes al Magisterio de la Iglesia, y que por último, nos hace retrógrados de todo avance científico que implique el uso de células u órganos de humanos fallecidos, más o menos fallecidos, más o menos vivos, o vivitos y coleando. Aún peor, parece que debemos sin más declararnos partidarios del “conspiracionismo” y obtener un billete de ingreso al loquero más cercano. En suma, partíamos de la duda de si vacunarse es lícito y terminamos asegurando que no vacunarse es pecado. ¡Por fin una coincidencia entre De Mattei y Francisco!

 

Debo reconocer que en mi caso estuvo muy cerca de dar en el clavo en casi todas las anomalías denunciadas, salvo el hecho de que jamás he leído a Pamela y que considero que los irlandeses sólo son buenos de policías o bomberos. Acepto que tratar de comprender algo de lo que pasa en el mundo te hace pensar sino en una conspiración, por lo menos en una conjura de necios, y todo te deja muy cerca de la camisa de fuerza y el electroshock, destino que no veo muy lejano para muchos con esta tiranía sanitaria.Tengo un joven cura en nuestro priorato y colegio que me dice: “Esperaba que nos cerraran y que nos mandaran la policía… ¡pero nunca pensé que serían estos imbéciles!”

 

En fin, que el cuestionario da la idea de que partiendo de un estricto planteo moral de “si es lícito usar una vacuna que se fabrica con células (vivas, por supuesto) de un feto abortado”, termina queriendo convencernos de inyectarnos este invento secreto que será la panacea de la salud universal, salud que se ve gravemente amenazada por una infecciosa que apenas excede los números de bajas de las gripes de todos los años.

 

Pasemos entonces sin más a contestar las preguntas una por una:

 

1.- ¿Es lícito que un católico se vacune contra el Covid? Contesto: He leído a varios moralistas – bien ortodoxos- que con salvedades en cuanto a la participación material o formal en aquel aborto original, salvan la cuestión de la licitud. Pero debo agregar que también es lícito que cuando el enemigo nos arrolla uno se tome el piro, que salga pitando y hasta ensucie los calzones. Pues una cosa es la licitud y otra la elegancia, y muy otra el honor. Que se puede sobrevivir como chacales y perdiendo toda dignidad sin que esto contradiga la licitud de los moralistas, tipos estos, bien chulos, que encuentran más fácil resolver la ilicitud de levantar una pollera que la de no haber llenado jamás los pantalones.

 

Que ni bien uno se entera que hicieron vacunas con células vivas de un feto abortado, no queda otra que vomitar de asco y convencerse una vez más que el Mandinga nos ha obligado a reverenciarlo para “sobrevivir” como gusanos.  Y que si todo esto, de remedios y vacunas que “exigen” (probablemente sin ninguna necesidad) de medios tan repugnantes para calmar nuestras dolencias de burgueses, no sea una ilicitud en sí mismo, seguro que lo es el ser un chancho burgués (en esto me confirma el magisterio de Bloy y de Baudelaire).

 

2.-  ¿Acepta la enseñanza de la Iglesia sobre los trasplantes? Pues hombre… ¡que no! Como no acepto casi ninguna de las peregrinas y oportunistas opiniones mal fundadas de los Papas Conciliares, inspiradas todas en el putrefacto Concilio Vaticano II. Y no sólo en cuestión de trasplantes, sino que en nada de nada. Que lo de los trasplantes es otra cochinada de burgueses y otra bajada de gregüescos de los hombres de Iglesia que la tienen que hacer fácil para sus débiles y temblorosos fieles y hasta para ellos mismos. Que salvo poquísimos casos de cadáveres verdaderos, todo trasplante – aún de órganos pares – es una amputación ilícita según muchos teólogos y moralistas de fuste, pero seguro que no oficialistas. El asunto de tirarnos encima el “cuco” de desobedecer al MAGISTERIO para seguir la cueca que nos baila la Big Farma es forzado.

 

3. ¿Aceptaría un trasplante o una transfusión remotamente relacionados con un crimen? Acá contesto como abogado. Equiparar trasplante y transfusión es inadmisible. El planteo se hace desleal. Entiendo que un católico cabal no aceptaría casi ningún (o ninguno) trasplante. Hay que saber morirse con lo de uno y no armar rompecabezas para la resurrección de la carne. La transfusión, salvo que la haga el Conde Drácula, es impensable desde el charco de una balacera, pero si el órgano surge de un crimen– que muy remoto no puede ser- debería estar estrictamente prohibido, tanto en lo moral como en lo jurídico. Utilizar para trasplantes las partes de una persona humana víctima de un crimen sería promover el crimen. Y no hablo de algo que no sucede, pues la casi totalidad de los trasplantes surgen de un asesinato, con médicos y pacientes trasplantados que cultivan una alegre, aséptica y oportuna ignorancia.

 

4.- ¿Rechaza el uso de alimentos o medicamentos producidos o probados con células fetales, como la insulina, las vacunas contra la rubeola y la hepatitis y muchos otros? Sí, corno, re sí. Cualquier cosa que se haga con células de fetos asesinados es una porquería que deberíamos rechazar si somos gente. ¿Qué cree Ud. que habría dicho un San Pio X si le pedían permiso para hacer semejante cosa? No imagino a un médico católico esperando bajo la camilla del abortero la entrega de un feto tibio para salvar un diabético o a todos los diabéticos del mundo. Pero sin saber un corno, creo que debe haber otras maneras de hacer todas esas cosas y las hacen así para que “comulguemos” al Maldito (¡caigo de nuevo en la conspiranoia!).

 

5.- ¿Por qué hoy rechaza las afirmaciones, expresadas por el Magisterio, entre 2005 y 2020, pero en esos años no expresó ninguna forma de disentir de ellas?  Bueno… no es mi caso (va para el no nombrado), ya que en mi caso y en el de muchos otros, nos hemos desgañitado rechazando todo tipo de opiniones (que afirmaciones no hubo ninguna) del supuesto magisterio. Que han sido tanto los dislates que se nos puede haber pasado el de las vacunas (no estaba en Iota Unum). Con respecto al innombrable…bien… pero nunca es tarde cuando la dicha es buena. Sin embargo, tiende Ud. una nueva trampa y nuevo sofisma, pues hoy se rechaza algo que es muy distinto de lo que había antes, siendo asuntos incomparables. Es más, hoy se saben cosas que no se sabían hace sólo UN AÑO. Y además… pueden contestarle: “cambio de criterio cuando se me pega la regalada gana”, pues son cuestiones prácticas.

 

6.- ¿Cree que el mal está en la propia vacunación o en la conspiración de la que la vacunación es una expresión? Mire… creo que el mal está por todos lados, sobre todo desde cuando se acalló el magisterio al que Ud. alude como si existiera. Creo que todo lo que se hace sin Cristo es un desparramo, y ciertamente no veo a Cristo ni en la OMS, ni en los laboratorios, ni en la vacuna, ni en la madre que los ha parido a todos estos. ¿Qué si hay una conspiración? ¡Somos católicos! Sabemos que sí, la del Cornudo. ¿Qué si veo al Cornudo en estas cosas? Siiiiii, huele a azufre por todos los costados.

 

7. ¿Comparte las teorías conspirativas según las cuales sería malo no sólo el medio, sino el propio fin de la vacunación, que sería el exterminio de la humanidad? Nadie comparte una teoría tan estúpida (salvo los marcianos). Pero siempre que alguien malo hace algo, desconfío, y pienso que el mal árbol da malos frutos. Por supuesto que no quieren terminar con la humanidad. No son suicidas. Pero quieren preparar un mundo para una utopía mesiánica anticristiana y bien les jode todo resto de Cristianismo que quede en el mundo. El plan maltusiano no es un invento conspirativo de nadie,  se expresa a todas voces desde hace dos siglos en públicas cátedras. ¿Qué este asunto de pandemia y vacuna huele a algo así?  Le traigo una cita de Bernanos del año 1937 (Los grandes cementerios bajo la luna) “…la guerra que se aproxima será la eclosión de la anarquía generalizada. Puesto que se trata de despoblar un continente que cuenta con demasiados brazos y manos en relación con los adelantos de su maquinaria, no habrá por qué usar medios tan costosos como la artillería. Bastará con que unos pocos espías, abastecidos por los laboratorios y haciéndose pasar por turistas, diseminen de pueblo en pueblo la peste bubónica, generalicen el cáncer y envenenen las fuentes de agua, para matar al cincuenta por ciento de la población… veremos a los gobiernos, la mano en el pecho, afirmar su voluntad de paz y jurar por sus grandes dioses que son inocentes de este curioso desencadenamiento de las epidemias”.

 

8. ¿Comparte las teorías ecológicas y new age de Robert F Kennedy? Si no, ¿no sería importante distanciarse públicamente de él y de su movimiento anti vacunas? Sin duda a esta pregunta le falta un nombre, ya que la mayoría de los que desconfiamos de la vacuna y toda la parafernalia que la rodea nos importa un bledo el mencionado Roberto (el Kennedy) y no necesitamos distanciarnos de lo que no nos hemos acercado. Sospechamos que la pregunta usa un recurso publicitario asociativo, quiere que el lector ingenuo e inadvertido asocie “anti-vacunaCovid”, con: newage, ecología, popó de perro, Kennedy y Marilyn Monroe (eso último fue una traición de mi subconsciente. Era muy linda.).

 

9. ¿Cree que la conciencia de un laico individual, sacerdote u obispo, puede oponerse al Magisterio ordinario de la Iglesia, sin basarse en otra enseñanza de la Iglesia expresada con continuidad y claridad, de manera directa, sobre el mismo punto? Nos pusimos teológicos. No creo que nadie deba oponerse al Magisterio Ordinario de la Iglesia, ni con una novedad ni con una supuesta tradición (y va para los dos). Pues si así se hiciera, esa tal “conciencia” que se opone al Magisterio Ordinario actual (fuente próxima de la Fe), ya sea novando o interpretando lo anterior a su gusto y piacere, se erigiría a sí mismo en  Magisterio, cosa que Don Roberto ya ejerce casi en forma profesional. Es decir, que creo que nadie, ni laico, ni sacerdote, ni obispo, pueden oponerse al Magisterio actual con la excusa de que él encuentra contradicción con un magisterio anterior, es decir, con la medida de su propia inteligencia de la Verdad. Pues ¿quién corno es él para decir qué es lo que dice el Magisterio, actual o anterior? No somos los jueces del magisterio bajo ninguna forma. Lo que sí podemos distinguir es la diferencia de cuando estas autoridades nos expresan claramente que en un caso están opinando sin obligar, y en otro están  “enseñando” con afirmación de certeza y compromiso de su autoridad. Cosa esta última que constituye el magisterio,pero que está en desuso desde el Concilio Vaticano II y algunos años antes. Desde que los Papas son liberales y no emiten juicios de certeza sino opiniones. Con las cuales todos podemos estar o no de acuerdo, que podemos disentir. El hombre maduro de la modernidad no merecía más lecciones, sino diálogo.  Y no es de Magisterio hacer la zoncera de vacunarse sin saber bien (ni mal) qué cornos es todo esto (pero cada vez con más datos repugnantes), ni es contra ni a favor del Magisterio el no vacunarse.

 

10.- Si un Obispo o un Sacerdote se encarga de imponer una obligación moral no prevista por la Iglesia ¿No corre el riesgo de crear una “neo-iglesia”?  No. Esto sucedería si lo que se impone es una nueva doctrina, como están haciendo muchos (la del “Sensus Fidei Popular” en De Mattei, por ejemplo). Pero los sacerdotes y los obispos de todos los tiempos y según los lugares y circunstancias han impuesto conductas morales apropiadas para su tiempo y lugar, o para unas determinadas personas. La moral es una ciencia práctica. Y pueden estar equivocados en el juicio práctico sin ser cismáticos ni herejes, sólo imprudentes llegado el caso. No es bueno andar meneando cismas y herejías para arrimar o alejar adeptos si uno no es el Santo Padre. Es preferible un buen insulto (hace unas semanas un curita del Opus que extrañaba en sus reuniones unas mujeres que se acercaron a la Capilla Lefe – ¡porque no había otras Misas! -  daba una conferencia sobre “El cisma lefevriano”, sin reparar que con esto de la “opción por los pobres” estaban corriendo ellos - con Francisco - mayor peligro de cisma que nosotros; ¡vueltas de la vida!).

 

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Lo más llamativo de toda esta cuestión de la “vacuna”, lo que la hace más sospechosa, es que bajo pretexto de una urgencia, de un peligro mil veces exagerado, de un terror artificialmente instalado y de una publicidad que a la vez que atemoriza, exalta la filantropía del negocio farmacéutico y médico que sabemos cada vez más infame y usurario; lo más llamativo, decimos, es que comprar y aplicarse el remedio exige un “acto de fe”. Debemos firmar que no queremos saber su fórmula, que renunciamos a todo reclamo y que lo hacemos por la confianza que estas instituciones científicas y comerciales merecen y por las cuales se derriban de un plumazo todos los procesos de revisión y vigilancia que estaban instalados con instituciones centenarias. Que es un acto de fe en los “hombres de la ciencia médica”, en su “autoridad”.

 

Y este es el gran cambio, porque este tipo de conducta fue burlada y criticada como el oscurantismo medieval de la Iglesia Católica que nos exigía actos de fe acríticos e “irracionales”, de pura confianza en sus autoridades y por la fe que estas autoridades despertaban con su santidad. Una vez rota la capacidad de fe en la Iglesia, y puesto el hombre moderno en la orfandad de verdad alguna,  se reinstala una nueva “fe” y una nueva “autoridad”. La de los hombres de la ciencia médica. Acto de fe justificado en la urgencia de una salvación amenazada por ¿el pecado y la perdición?, no, por un virus y la muerte. Y es quizá esta nueva actitud todo lo que se quería lograr (toda la conspiración) a fin de reponer para el orden social y político un elemento imprescindible (tan necesario a Lenin como a San Luis): la obediencia en la autoridad.

 

Porque no debemos olvidar que el proceso de la ruptura religiosa, demolición de los principios cristianos, o modernamente llamado deconstructivismo,  no se propone como un fin, sino un medio para la instalación de un Nuevo Orden. Nuevo Orden que aún sin cuajar y siendo en verdad la “anarquía generalizada”, encontrará en el cristiano a un anarquista, un incrédulo, un bandido, un indiferente y un insociable.

 

¿Ha llegado la hora de aceptar ser ese personaje y encarnarlo con cierto coraje y mucho desdén? La respuesta a esta pregunta es la verdadera trama que enfrenta a los contendientes de esta discusión, y no se nos oculta que la toma de partidos se hará desde dos visiones proféticas y místicas que comienzan a instalarse como una divisoria de aguas entre los cristianos que aún conservan la fe. La del comienzo de una Parusía y la del intermezzo de un milenarismo. La de un pesimismo contra un optimismo histórico. Y esta diferencia se nos va a notar…  y nos va a distanciar dramáticamente, con encono. Provocando  en unos la acusación de colaboracionistas y en los otros de abismados suicidas. Reserven sus balcones.


Fuente: Revista Verdad


viernes, 10 de febrero de 2017

De un Dios apático a un Dios simpático, para un final antipático - Dardo Juan Calderón.



     El pobre Francisco no da pie con bola, confiado plenamente en que las teorías de Karl Rahner le abrirían un mundo de congratulaciones, dio por terminado el culto a un Dios apático, para presentarnos el Dios simpático del modernismo, y terminó todo en una trifulca bastante antipática. Resulta que un montón de mal agestados no aceptan su simpática apertura, al punto de modificarle el propio gesto al Pontífice que tiene que andar  mostrándose con cara de traste. ¡Los hombres no tienen remedio! Uno propone un mundo libre, igualitario y fraterno y al otro día hay que hacer andar la guillotina. ¿Qué nos pasa? Este Pontífice declara terminado el débito jurídico, y al otro día tiene que aplicar a macha martillo el reglamento. Hagamos un poco de memoria.


     El asunto es que el modernismo hacía su entrada triunfal al Concilio Vaticano II con las promesas de inaugurar una época de reencuentro “simpático” con el mundo moderno, lo decía expresamente ese otro Papa con mal gesto que era Pablo VI y que en su alocución de clausura del Concilio nos decía pletórico:

     “La religión del Dios que se ha hecho hombre   se ha encontrado con la religión – porque tal es- del hombre que se hace Dios ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podría haberse dado, pero no se produjo… Una “simpatía inmensa” lo ha penetrado todo… reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros y más que nadie, somos promotores del hombre.” (Resulta que la “simpatía inmensa”, al rato era un extraño humo).

    La palabra “simpatía”, dentro de un texto eclesiástico podía pasar un poco simplona y chabacana para el vulgo, pero tenía tras de ella toda una obra de conceptualización realizada por el neoteólogo Karl Rahner. Este había dicho que el Dios medieval, inconmovible y fríamente justiciero, es decir, “apático” (que “no sufre” con el hombre; que estaba en su castillo perfecto cobrándonos lo que debíamos) daba ahora lugar al Dios “simpático”, que venía a “padecer con nosotros”, con todos los hombres, y a esto se refería el Pontífice.

    ¿Cómo había entrado el modernismo a la Iglesia? Pues de la mano de aquella “Nueva Teología” que se formó en los equipos de la renovación litúrgica y que se expresaba con un mensaje lleno de optimismo, optimismo que reflejaban en su eslogan central: “El misterio Pascual”. Rótulo este último, que aplicado a la Misa venía a reemplazar al viejo, oscurantista y entristecedor “Misterio de la Cruz”,  con el que habíamos andado esos tiempos en que no encontrábamos la forma de hacernos simpáticos. ¡Basta de cara de traste! De esa cara que nos quedaba cuando cada Domingo íbamos a ofrecer un Sacrificio, el Sacrificio de un Inocente que era solicitado por un Dios iracundo y ofendido, que lo pedía por nuestras culpas, exigiendo el pago duro y puro - en Sangre - recordándonos – a nosotros insolventes- nuestras culpas impagables que Aquel Hombre sin tacha pagaba vicariamente por nosotros. Una Cruz con un Cadáver sanguinolento coronaba nuestras celebraciones.

     Ahora el asunto había cambiado, el “pathos” de aquel Cristo Inocente no era más nuestra culpa ni se solicitaba por Dios en un acto de estricta justicia,  era un acto solidario de “simpatía” con el Hombre (simpatía=padecer con), de padecer sus mismos padeceres para mostrarnos la vía, el “paso” (Pascua) que lleva a la Gloria de la resurrección. Decía el neoteólogo Ratzinger que si en aquellos días se simbolizó con la crucifixión, era por ser propio de aquel imaginario, pero que en realidad se refiere al sufrir del hombre que en cada época se da de distintas maneras.

      El “Misterio Pascual” era - en suma-  ya no detenerse sobre los aspectos negativos de la religión,  producto del desmenuzamiento escolástico, e iniciar en el acto litúrgico una experiencia comunitaria – un ágape- con un Dios que nada tiene que reclamarnos, porque en nada podemos ofenderlo, y Quien por un derroche de amor se hace solidario con el hombre en su viar.

    Un Dios que acompaña el sufrimiento de la condición terrena e imperfecta que hay que guiar y curar,  acompañando al hombre con su pasión (acción divina que ya no es “precio” de rescate ante un Dios ofendido, sino que lo acerca a nuestros propios sufrimientos que transita por solidaridad),  para juntos, en una relación bilateral, lograr en la “experiencia” litúrgica del encuentro comunitario, que es banquete, con su “presencia misteriosa”, que nos muestra tras ese “anecdótico” sufrir, el “paso” (Pascua) a un estado mejor y superado que encuentra su realización cabal en el estado glorioso de una resurrección – resurrección y glorificación que es el verdadero sentido de su Venida y de su Encarnación - y no aquel de la Cruz, que tomó preponderancia en virtud del fraccionamiento efectuado por el esquematismo escolástico y la mentalidad medieval, los que - por bajo poder de síntesis - no alcanzaron a ver que toda esa historia del Hombre Dios, era esencialmente una historia y un mensaje de resurrección y no de sacrificio.

    Si alguno quisiera saber más de este “Misterio Pascual”, y tiene tiempo, puede leer el meticuloso trabajo del Padre Álvaro Calderón, que con dicho título obra en el Nro. 4 de los Cuadernos de La Reja. La cuestión es que el asunto “Misterio Pascual” terminó siendo el  Caballo de Troya que los novadores introdujeron en el Concilio y que, con la excusa de ser un asunto estrictamente litúrgico, demolió toda la certeza doctrinal de la Iglesia y,  entre otras “bondades”, como verán del pequeño excursus que he efectuado, da por tierra con el concepto mismo de pecado, de culpa, y de penalidad, que es justamente el frente que retoma con toda “simpatía” nuestro querido Francisco, el que a pesar de tantos reproches de antiguos camaradas, no hace otra cosa que seguir un curso lógico marcado por el “simpático” Pablo VI y todos estos novadores.
             
    Este monstruito ideológico, deforme y difuso, tuvo varios progenitores, que fueron construyéndolo con parciales aportes sobre la espina dorsal que formó Dom Odo Casel, al que fueron agregando sus particularidades – muchas veces contradictorias entre sí- otros herejes como él. (Recuerden que la palabra “hereje”, significa “el que elige”, para mostrar la diferencia con “el que acepta la autoridad”). Es bueno en este punto de las ¿discusiones? (sería más ajustado decir: diatribas)  que llevamos de hace un tiempo, remarcar que el “inventor” del eslogan “Misterio Pascual” fue nada más ni nada menos que… ¡nuestro querido Louis Bouyer!, quien usó el término por primera vez para el título de su libro sobre las propuestas litúrgicas novedosas, allá por el 1945 (más o menos).

      Este eslogan modernista se repetirá literalmente con la fórmula genial impuesta por el francés en muchos de los documentos del Vaticano II y será “la llave” que abrirá la caja de Pandora y llenará de optimismo al Papa Pablo VI que entendió inaugurar una época de simpatía con el mundo moderno. (En el trabajo del Padre Calderón encontrarán sobradas citas del mencionado Bouyer, que lo ponen en el núcleo de este movimiento herético).

     Vale la pena detenerse un minuto para entender qué cuernos es el “modernismo” - en pocas palabras - ya que, como se viene diciendo, no es una “escuela”, sino que son diferentes decursos diletantes del pensamiento moderno que coinciden en un “espíritu” general, pero que rara vez  reconocen un maestro. Su enemigo es todo “magisterio” que encorsete sus libres divagues, que surgen más o menos caprichosamente desde el liberalismo clásico protestante, o del existencialismo o de fuentes compuestas. Pero este espíritu general, no es de corte “positivo”  sino “negativo”.

     Aclaro lo de “negativo”: todo acto revolucionario encuentra justificación en un “ideal” utópico del que nos encargaremos “mañana” (y que todos sabemos de antemano que es imposible), que es un sueño angelical y será traicionado de alguna mala manera por una naturaleza humana que permanece igual y que no logra trocarse con ninguna alquimia, obedeciendo de esta manera al pesimista principio escolástico de que la gracia supone la naturaleza (tal cual la dejó el pecado original). El “mañana” de todo revolucionario es amargura y frustración, que se suicida, se angustia, o se entrega a un “pasado mañana”.

     La utopía de los liturgistas modernos nos promete un acto cultual de encuentro “presencial y revelador” de Dios al hombre,  del hombre que en ese encuentro se redime y resucita – o comienza a resucitar - con una nueva naturaleza por una experiencia comunitaria - envuelta por la gracia del  Espíritu Santo - en la misericordia de Dios.  Muy lindo. Pero su tarea de hoy - no nos engañemos - y hasta tanto ese misterio se realice en nosotros;  es demoler los concretos y claros entendimientos del sacrificio, de la expiación, es decir, la cabal obligación de reparar en términos de rigurosa justicia el pecado. El misterio de la cruz se abandona por un misterio pascual, que es lo que para ellos resume la victoria de la redención.

     La tarea del “hoy” del pensamiento revolucionario es demoler las estructuras fijadas por el orden tradicional, y en esta tarea, son compadres de ruta los que ataquen por cualquier flanco, todo sirve si es para efecto de la demolición, que es en suma, la única tarea de la revolución.

     Por más que le queramos poner a la “modernidad” un nuevo rótulo que la defina como una “nueva civilización”, o un nuevo “eón”;  por más optimismo que pongamos en este encuentro simpático que nos une en alguna utopía ideológica,  nadie acuerda a acertar ni definir este “nuevo sentido” (los liturgistas del “misterio pascual” expresamente lo declaran a este misterio: “indefinible”), y esta simpatía con todos los hombres, no es otra que la simpática tarea de demoler entre todos el cristianismo.

     Pero no se escapa, aún al poco advertido, que sigue siendo nuestra época no el inicio de “algo”, sino la continuidad de un proceso de demolición de la civilización cristiana, y que cada vez que se pretende detener un proceso de destrucción total que lleva al caos, se ve necesitado de recurrir a los valores cristianos para retomar un cierto orden.

    Es por esto que toda acción revolucionaria necesita mantener “algunos cabos tirados” con el orden, o retomarlos según el caso, como hace el mal con el bien y con el ser. Cosa que lleva por momentos a creer que son los principios de una restauración lo que en realidad son momentos de retracción ante el vacío y la nada, y esto se produce porque aún bajo la tentación diabólica y romántica de bajar a la nada para que todo renazca, los viejos esquemas metafísicos escolásticos están allí para recordarnos, muy a nuestro pesar, que de la nada, nada sale.

     En este aspecto, como toda revolución,  el modernismo se contiene - en la confusión- dentro de términos “católicos” a los que conserva por miedo y con culpa. No quiere salirse de ciertos márgenes positivos actuantes hasta ver el mañana que canta, hasta que se defina,  no en un “concepto” (esto es tomista) sino en una “experiencia”, sabido del destino de otras herejías que como la protestante estalló en mil pedazos.

     Pero esta falta de cumplimiento y definición se traslada hacia el futuro - y porque las conquistas no son para los cobardes - su falta de concreción siempre lleva la sospecha de obedecer a la pusilanimidad de no atreverse a la “nada”.   Francisco es un inconsciente y se desboca en su pendiente  haciendo peligrar el viejo edificio sin tener dónde trasladarse. Estos personajes aflojarán la estructura tomista pero dejando ciertos cabos tirados. Soltarse sin que se haya producido el “milagro utópico”, el “misterio pascual”, sería temerario. Restos de orden jurídico deben quedar y la noción de “pecado” no puede desaparecer de un día para el otro.

      Bouyer en especial expresa esta frustración del revolucionario, pero sin renunciar a los actos demoledores ya efectuados.
  
     Escuchemos al Padre Calderón diciendo esto mismo en términos concluyentes y con un interesante matiz:

     “Las corrientes teológicas que dieron a luz el “misterio pascual” son las que, después de la Encíclica Humani Generis de Pio XII, fueron denominadas con el genérico de “nueva teología”. Si bien se dice “nueva” por antonomasia a la teología que pretende utilizar como instrumento la filosofía moderna, la nota característica que incluye un modo de pensar en esta nueva especie de teología es de orden negativo: la desconfianza del método escolástico, esencial a la teología católica de la Iglesia y cuyo ejemplar más acabado es la Teología de Santo Tomás”.

      “El modernista se da perfecta cuenta que lo que impide a la Iglesia ser envuelta en la revolución liberal y la va llevando a estar cada vez más lejos del mundo es la lucidez escolástica. La falta de fe y el natural horror a la exclusión social, lleva al neoteólogo a desconfiar del método escolástico medieval y a buscar una salida por delante o por detrás. Sale por delante el que reemplaza la lógica aristotélica de la Edad Media por las ideologías de la Moderna y sale por atrás quien la rechaza volviendo a la Antigua Edad de los Santos Padres. Aquellos serán teólogos de avanzada y estos de atrasada, pero todos caen finalmente en la misma bolsa de la “nueva teología”, porque las diferencias son pequeñas frente a la común tarea de destruir la teología católica, muro de defensa de la enseñanza dogmática del Magisterio de la Iglesia”.

      “Casel – y Bouyer agrego yo-  es un ejemplo típico de neoteólogo de atrasada”.
 
     Francisco es un Robespierre,  y no puede esperar más. Ve en los otros que la reforma conciliar se estanca temerosa como un parásito que no quiere matar del todo a su víctima, pidiendo tiempo para la transformación que no llega nunca. Su mentalidad es una mentalidad muy típica de la Nueva Teología en su versión latinoamericana. Tiremos las últimas barreras que sostienen a ese Dios Vengador y el Dios Simpático aparecerá a nuestra vista y a nuestra experiencia. El desafío es la intemperie que surge de la demolición, pero hay que salir a las “periferias”.  Recién a la intemperie el milagro va a ocurrir. El Dios “apático” que Rahner ve acomodado en su Cielo y en sus Templos adustos, va a ceder el lugar al Dios “simpático”, al que camina por solidaridad “junto a nuestro padecer” por las calles del mundo rumbo  a su glorificación, que es la nuestra. El que no viene por justicia, sino por amor. El que no viene por amor al Padre, sino por solidario amor al hombre.

      Contra esta acentuación de la obra de Cristo en su Resurrección y Glorificación; puesta en desmedro de su Pasión y Sacrificio Vicario por “pagar” en moneda de Sangre Inocente por nuestra culpas; podríamos oponer el argumento chestertoniano de que sólo un ignorante de la literatura puede no darse cuenta de que el vórtice de aquel relato está en el pasaje del Gólgota. Pero podemos arrimar otros argumentos teológicos, donde se nos señala que no había ningún esfuerzo ni mérito en Cristo al volver al estado de Gloria que le era connatural, que tenía y que jamás perdió. No hay en esto ninguna “adquisición”. No vino “para resucitar”, sino para pagar el precio de nuestro rescate, para restablecer la justicia que Dios exigía por la ofensa proferida a la gloria de su creación. Nuestro misterio es la Cruz y Cristo encuentra su glorificación cuando “es elevado en el madero”.  (Otros muchos argumentos encontrarán en el opúsculo citado del Padre Calderón.

         ¿En qué deja esta tragedia el modernismo? Sigamos con el citado:
 
       “Para el modernismo liberal, el pecado no es más que una travesura de niño. Dios Padre es ofendido por nuestras desobediencias y caprichos, pero como una madre con sus niños pequeños, nos reta sin dejarnos de amar. Los golpes que le dirigimos en nuestras rabietas no lo pueden dañar, y si nos castiga simulando enojo, es sólo para que no nos causemos mayor mal.
 Para el modernista entonces:

a)     El pecado es desobediencia y ofensa pero sólo nos daña a nosotros mismos y no le hace a Dios ningún mal.
b)    La pena es castigo sólo medicinal, porque el Padre se muestra airado, pero no nos dejó nunca de amar.
c)     La satisfacción consiste en dar contento al Padre por la obediencia, pero sin ninguna connotación penal.

     ¿Y los sufrimientos de Cristo? Consecuencia inevitable de mezclar su vida con nuestros desórdenes, como los golpes que recibe el hermano mayor al calmar la riña de los más pequeños.

     Este espíritu es falsa misericordia que tan profundamente deforma el Evangelio, al que le da lo mismo el justo que el pecador, para el que poco o nada significa la gloria de Dios, que en su forma extrema peca contra el Espíritu Santo, es el espíritu que triunfó en el Concilio Vaticano II.”

                  -------------------------------------------------

     ¿Por qué no nos resulta simpático un hombre que viene a sacarnos el “pasivo” que nos mantenía nuestra vieja religión? ¿Qué hay en nuestra naturaleza de irreformable que no nos permite abandonar del todo la culpa y nos cierra este maravilloso camino de transfiguración que nos prometen? ¿Por qué nos negamos a recibir esta condonación que se nos ofrece en bandeja?

     Porque un hombre que nada debe, queda estancado en su condición, y esta condición, no le satisface. Aclaremos.

     Todo hombre de negocios que pretende crecer en sus riquezas, sabe que cada paso que da hacia adelante en ese camino, supone indefectiblemente compromisos, deudas, obligaciones. Un verdadero hombre de negocios sabe desde sus tripas que la señal de su éxito no son sus “activos”, que así solos, están muertos en la inacción y siempre resultan pocos y mermables. Sino que su éxito lo mide la cantidad de obligaciones adquiridas, es su “pasivo”  el que le da la medida de lo que ambiciona. El balance que da positivo está siempre dibujado, el verdadero balance demuestra que las obligaciones contraídas sólo son pagables por un futuro crecimiento. Un balance de activo estable es una partida de defunción. Una autopsia. Esto lo saben los hombres del mundo.

     Hay en la naturaleza humana un ansia de perfección, un deseo de grandeza que enfrentado a su situación actual de bajeza, le provoca un estado de “tensión” entre la perfección deseada y sus limitaciones humanas. La condición humana es una condición de “estar en rojo”, y saliendo de esa condición, si por un momento nos encontráramos con nosotros mismos “en balance”, el golpe sería tremendo e inaceptable. Si voy a ser esto que soy, si ya no puedo adquirir, si dejo de deber, y tengo que enfrentarme a mí mismo, sólo encuentro a un pobre infeliz que me ha estafado.

      “Matar en el hombre la posibilidad de sufrir, es matar la esencia humana” decía Thibón. Matar en el hombre el concepto de pecado – causa de sus mejores sufrimientos- es dejarlo abandonado a los límites de su propia bajeza sin posibilidad alguna de salir, y lo que es peor, sin explicación alguna para ese estado de bajeza, ni solución a la vista.

     La utopía modernista no es la felicidad, es el conformismo en nuestra humana condición, es la aceptación de la bajeza sin solución. Es el regodeo en esa bajeza. El humanismo es un sueño inhumano, el que por ahora no nos da esa “conformidad en el ser” que nos promete, ni la podrá dar nunca,  porque nuestra condición natural es la “inconformidad en el ser”. Y de allí esas caras, esos gestos, y esta religión que comienza a ser antipática.

     Para un hombre que no tiene culpa ni pecado, el orden sólo le puede ser impuesto desde el capricho, desde la tiranía, desde el desnudo poder. Y sólo se le impone “para nada”. Porque nada nuevo lo espera, sino a sí mismo, a un sí mismo que no puede engañarse en la utopía comunitaria; que se encuentra frente al espejo, solo, decayendo y agonizando. El peor resultado de una vida es encontrase al final de ella con uno mismo.

     Abolir el pecado es abolir al hombre, transformar el orden en una tiranía sin sentido, la religión en una estafa emotiva que se desvela ante la muerte.

    El simpático Dios del modernismo arroja al cristiano a padecer junto a los infieles y los herejes, no ya la Pasión de Cristo que paga la deuda que debe, sino la angustia nihilista. Esta es la “simpatía” (el padecer juntos) que festejaba Pablo VI con el mundo moderno. Este es el ecumenismo. Sufrir es una condición insoslayable, lo que podemos es elegir sufrir como ellos y con ellos, o sufrir con Cristo.

     La falsa sonrisa de Francisco ya es una mueca y un rictus, porque nadie le agradecerá este regalo maldito que nos hace al dar por terminado el pecado y la Cruz.

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Para quien desee consultar el artículo del Padre Calderón este es el link:  https://drive.google.com/open?id=0B67zeUgV9Ui5ZUg4M3pPMWRpb3M





Nacionalismo Católico San Juan Bautista

martes, 26 de abril de 2016

La Consistencia del Obrar Humano (Parte II) – Dardo Juan Calderón



LA INCONSISTENCIA COMO SIGNO DE LOS TIEMPOS.

  “el que esté en el campo, no vuelva atrás…” (Mat 24,18)


  ¿Esta historia “consistente” iba a permanecer siempre? ¿Siempre habría historia cristiana? No. Se anunciaba un fin de la historia en que lo cristiano iba a ir desapareciendo. Pero este fin de la historia ¿iba a encontrar al hombre en medio de una gran y fuerte historia de otro tenor?


 Seamos claros: el demonio, o sólo el hombre: ¿podrían producir una civilización fuerte y estable sin Dios? Veremos… (aunque ya hemos adelantado que si no es historia cristiana no es historia, porque para ser historia necesita que ese obrar sea “consistente” y perdurable, que surja de la autoridad y esta sólo es posible si Dios habita en las dos puntas de la relación).


  El hombre ha producido hechos malignos, contrarios al orden querido y propuesto por Dios. En esa actividad ha construido imperios y ordenes diversos. Algunos lejanos, todavía influidos por la prototradición enmarañada con el mito; pero luego,  los más efímeros, a pura fuerza y poder, y otros con la mentira y la ilusión (que dijimos que es la falsificación de la autoridad, pero finalmente es poder, poder de la mentira y del engaño).

  El Gran Mentiroso – el diablo – ha estado en ellos, en los más profundos y con esa cierta estabilidad que da la mentira por sobre la fuerza bruta, pero; esto lo da sólo al principio, en las primeras mentiras. Después se van gastando las mentiras y hay que hacer un esfuerzo de renovación que te lanza a ciclos cada vez más rápidos. Es mejor ilusionista que el hombre, pero no perfecto. Aunque podemos ver algunos imperios hechos por el hombre sólo, que duraron poco y muy poco. (Los fascismos por ejemplo. Que sin embargo son los que se denuncian más demoníacos por la propaganda, y  según estos criterios, le hacen flaco favor al demonio por la inestabilidad instantánea. Esos eran sólo hombres. Fueron un chispazo).

 Nosotros entendemos que esos engendros demoníacos que son fuertes y de cierta estabilidad en la historia, comenzaron con el Islam, y sin duda alguna el otro, que lo siguió, es la Revolución que nace desde la rebeldía de Lutero. Y ambos tienen dos cosas en común. Son construcciones políticas, y se disfrazan de religión. Son ideologías religiosas EN LA QUE LO RELIGIOSO, ES MENTIRA puesta para cohesionar. Pero son fundamentalmente rebeliones contra la autoridad.

  El aspecto satánico del imperio romano – denunciado por los Padres de la Iglesia - era cuando se expresaba como puro poder de lograr órdenes impuestos (aún bastante buenos). Y desde allí viene la enorme paradoja del cristianismo que se denuncia como defecto y autodestrucción desde los romanos hasta Nietzsche: que la autoridad debilita el poder. Que como vimos no es tan así, pero es necesario aflojar el poder para que cuaje la autoridad  ¡No aflojar el poder por la libertad del hombre! Sino para la autoridad de Dios. Y esta es la diferencia con el “liberalismo católico”. No sirve el orden que da el poder – ya lo dijimos - pero no por respeto a la libertad humana, sino por respeto a la autoridad divina. Si Dios no estuviera presente en la historia con su fuerza redentora, el poder debería ser todo.

 Vamos a reconocer los engendros demoníacos porque sus historias son un poco más largas, pero necesitan de una materialidad cada vez mayor, abrumante, costosísima. De una gran presión y de una acumulación de poder inmenso. Policías y ejércitos super numerosos. Mucho dinero que mantenga la mentira publicitaria y que se renueve en más mentiras. Materia, materia y materia; y en lugar de espíritu… mentira.

 Estos imperios parecen que hacen historia, pero no es así. Sus aptitudes para imprimir conductas en los hombres son efímeras e inestables, y son tan onerosas que se funden y quiebran. No hay como sostener sus materialidades inmensas. Se derrumban como la Unión Soviética. Y se aprende de estos derrumbes. El diablo aprende cuando sus ilusiones se muestran al poco como tiempo como fracasos evidentes.

  En cambio, la Revolución liberal es primordialmente una usina de ilusiones que pretende ser permanente como usina generadora de nuevas estafas, variando las ilusiones a cada rato, y que a cada rato ya aparecen como fracasos, pero ya hay una nueva preparada en su lugar. Este es el modelo de la Revolución evolucionista y progresista del liberalismo y, justamente “evolucionismo y progresismo” quieren decir: ilusiones y estafas, reiteradas y exageradas cada vez más.


El defecto de la ideología marxista es que pone un término final al que llegar, el poder del proletariado, y no se renueva en otra (se jugó).  Si algo se salvó del orden soviético fue cuando entendió con Gorbachov y Juan Pablo II lo que tenía que hacer. Renovarse. Permanentemente en otra mentira, lo llamaron perestroika. Castellani pensaba que el Anticristo lograría una síntesis entre capitalismo y comunismo, siendo el “bolchevismo … su etapa preparatoria y destructiva”. El Padre Saenz se pregunta “Con la perestroika de Gorbachov” – se olvida de Juan Pablo II - “¿no nos estaremos acercando a este momento?”  

  Sin embargo el mismo Padre Saenz, muerde el anzuelo en el último ensayo de la mentira que es Putin con el replanteo modernista de la religión ortodoxa influida por el modernismo católico.

  Ratzinger era revolución permanente y él mismo clausuraba su engendro – el Concilio -  y solicitaba otro. “Hermenéutica de la continuidad” no es otra cosa que seguir con la mentira, inventando una nueva a cada paso.

 Pero cada uno de estos ciclos ilusorios borra al anterior como historia; ya feneció y no influye en el presente. Se derriban los monumentos y se entierran sus políticas y sus planes, la “negación” se impone. Se “acelera” y se fragmenta la historia, hasta finalmente, no hacerse perceptible como tal a los hombres a los que a cada rato se les borra la memoria. No hay más historia que un pequeño período muy cercano, el de la construcción de la nueva ilusión mientras se destruye la pasada. (¿Se acuerdan de esa película de una mujer rusa que despierta de un coma y se encuentra ese engendro que salió de la perestroika?)

  Un orden gubernamental – como el kirchnerismo – que con enorme poder dura ¡doce años!,  a los dos meses no existe, no ha dejado huella alguna y todo debe hacerse diferente; se evidencia la estafa. Y gran parte de esto se produce porque la nueva ilusión, para ser nueva, debe decapitar a la vieja ilusión y vengarse ostensiblemente de su fracaso, sino, no es creíble. Todos gritan por la venganza y, la satisfacción del deseo de la venganza ya se convierte en casi todo el nexo de la próxima ilusión. (Si Macri no logra imponer una ilusión – que no lo ha logrado todavía - pues nos tiene que dar mucha venganza).  Ya casi no importa el futuro éxito, me contento con la venganza.   Sus posibilidades de producir “conductas consistentes” es casi nula o, nula. (Más allá que me divierta la venganza antikirchnerista porque me sumo en mi malicia al sentir amargo de los linchadores, no se puede dejar de ver la vileza de la misma que se solaza en la vindicta de la envidia para los tontos, mientras los nuevos construyen parecidas porquerías con renovadas técnicas, y ponen a su servicio los esbirros judiciales que sirvieron a los anteriores. (¡Ahh! ¡Los burócratas! Con San Fouché en el altar y su sueño de permanecer siempre como vampiros sobre las pústulas de estos sistemas. El gatopardismo católico de los entristas).

  La Gran Ilusión, finalmente, es vengarse de todo y de todos. Decapitar al rey. Matar al padre. Crucificar a Cristo. (Y eso fue 1810 en nuestra historia – lo digo para que no me endilguen medias palabras sobre ese tema - borrar la memoria, asesinar el pasado, cantar una ilusión y producir quince años de guerra civil. Y lo logró). El burócrata está allí para servir siempre como verdugo del “mal”. De policía y de Juez.

  Cuando la Iglesia se haya convertido  en una pusillus grex, y la historia cristiana habrá dejado de operar en la multitud de los hombres, no habrá “orden cristiano”, todo será revolución y, propiamente, tampoco habrá historia en este sentido, porque el eje central de la revolución es atacar la memoria, salvo la de la venganza corta. Habrá unos pocos hombres con historia. Y hablo en futuro para no ser muy tremendista. (De la reciente historia argentina, lo único que queda es la venganza contra los militares, es lo único que lleva más de treinta años recordándose. Ahora sumaremos la venganza contra los kirchneristas, un poco más civilizada por la lubricación del soborno).

  De la misma manera los hombres del Vaticano ya comienzan a hartarse de la historia del Concilio Vaticano II. Fue una ilusión ideológica a la que nos exigían adherir y a la que algunos nos negamos; pero a la que la mayoría ya olvidó, porque quiere algo nuevo, algo más. Ya decapitaron a su mayor mentor, Ratzinger  – que se venía desdiciendo tímidamente buscando diluirlo con una nueva “hermenéutica” –  y van a decapitar a todos sus defensores que hoy son los asquerosos “conservadores” (recuerden el dicho, “lo único que conserva un conservador, es la revolución”).

  Se van a vengar del Concilio y nos dicen que ya podemos librarnos de él, que ya no nos exigen aceptarlo. Comienza algo nuevo. En breve va a ser tan ridículo mantener una oposición al Concilio como pasa con esos viejos que son “anticomunistas”… “¡¿qué?! ¡Si eso ya no existe!” (mi suegra con una amiga, hasta hace poco, rezaban para pedir a Dios que parara el comunismo,  y los muchachos se reían a pata suelta). No quiero decir con esto que quienes han analizado el mal de estas construcciones han perdido el tiempo, hay una causación de un mal a otro que se puede seguir y se debe seguir, hay una venganza y una sevicia de una ciclo sobre otro que se debe percibir. La negación que puede llegar al infinito es el componente nihilista de la síntesis actual. Nihilismo , marxismo y liberalismo, es el cóctel. Hay una dinámica revolucionaria que es la del odio y la rebelión.

  Pero en fin, me atrevo a decir que no hay que anclarse en una lucha contra las posturas conciliares, porque estas van a ser – o ya han sido - rebasadas y,  al Concilio nos lo van a entregar para la venganza, junto con los hombres que lo defendieron. De hecho, está ocurriendo. Y hay piadosos que sienten misericordia por ellos. Lo que está bien. Pero yo no. Se la buscaron. Pero yo soy malo. Soy Kurtz.

  Pero volvamos a la historia. Sólo se hace historia con conductas que permanecen, que producen una influencia estable y perdurable en el hombre. Y esa influencia sólo está garantizada por la existencia de una autoridad moral y espiritual – de doble sentido y dirección - que pueda convocar esas conductas. Pero a la vez, que el hombre pueda conformar desde dentro de él mismo una relación activa de respuesta con esa autoridad. Y eso, sólo se puede lograr sin en el hombre habita la gracia. Y si la gracia deja de habitar en el hombre, pues el hombre puede ser objeto de la violencia del poder o de la seducción de la mentira, durante algunos períodos, pero todo es efímero y una generación no concita una modelación sobre la otra, sino por el contrario, concita una venganza por la violencia o por el fraude sufrido, y al rato lo modélico, lo ejemplar, es la venganza y sólo la venganza. Los hijos odian a sus padres que los engañaron y ya no saben quiénes fueron sus abuelos. Y comienza a no haber historia. Y se comienza a ver el fin de la historia en su signo más evidente. En sí misma. El signo de los tiempos, del fin de la historia, es que ya no hay más historia, que el hombre no es influido por una historia, sino por una mentira momentánea que sólo concita la obligación de negarla y el odio por borrarla.

  La revolución es a-histórica, es venganza del pasado e ilusión hacia el futuro, y al poco de andar… es sólo venganza. Es justamente borrar el pasado y sus posibles influencias. El hombre ha perdido la consistencia de hacer historia con sus actos. Se ha vuelto a-histórico. Se ha hecho un revolucionario. Sus baluartes se deshacen tan rápido como se arman y no hay que quedarse luchando contra murallas abandonadas ni sobre murallas abandonadas. En este siglo, el pasado y el más pasado hemos visto muchas de ellas (y este palo va para el rancho de quienes se aferran a las construcciones del pasado). La misma ciudad del Vaticano da esta impresión a quien la visita. El Concilio Vaticano II es otra de ellas. Ya ha mutado. A toda velocidad. Ya lo han entregado, y si sentimos el alivio, nos confundimos, ya viene algo nuevo; sobre la venganza, la entrega de posiciones y chivos emisarios, viene la nueva forma de ilusión. Más corta todavía. Pero amontonando mayores perversiones. Más llena de odio. No se alegren porque caiga. Pero no lo lamenten tampoco y quieran volver a lo anterior.  “El que esté en el campo, no vuelva atrás…” (Mat 24,18)

  Alguien dijo por ahí que la historia es cíclica. Pues sí y no. Dios es uno y eterno, es siempre el mismo en la historia, no hace ciclos. El demonio hace ciclos de perversión renovada ante cada fracaso de su embate (esto que digo, es Calmel), él es cíclico y renovado hasta que sea arrojado al infierno. Pero Dios no.

  La historia del hombre se deshace en forma palmaria ante nuestra vista; el siglo pasado es tan pasado como el imperio Persa. La civilización cristiana y su monarquía, son como la momia de Tután Kamón.


Concluimos.

  El hombre, su ciudad y su historia, sólo pueden ser restaurados bajo la influencia de la AUTORIDAD, y es desde allí que surge la libertad. Pero la autoridad sólo puede ser ejercida en relación a otro que la acepta como buena. Esta capacidad está por fuera de las fuerzas naturales del hombre. La única restauración es por efecto de la Gracia que se instala en el alma del hombre y en dónde Dios se reconoce a sí mismo. La gracia se distribuye al hombre desde Cristo y su Iglesia en la tierra, que mantiene el recuerdo - renovación -  de su autoridad con hombres consagrados, es decir, con medios también materiales, aunque mínimos. (La doble esencia del sacramento, materia y forma, habla de ello).  El hombre sin gracia no puede realizar actos de una consistencia histórica perdurable, sólo puede hacer actos efímeros. El hombre sin gracia no hace historia. La historia sin gracia se acaba. La ciudad del hombre es historia. La ciudad sin gracia se acaba. Cuando el hombre rechaza la gracia, termina la historia.

  Pero además, el hombre es hombre y sigue siendo hombre, y el precio de la gracia es la Muerte. Para entrar en la “estabilidad” total,  hay que morir. El hombre nunca logrará la total consistencia de su obrar sino después de pasar por la muerte. Y la historia, como actos del hombre, sigue el mismo curso. Debe terminar como termina la vida, dejando de ser vida, dejando de ser historia. Y nos damos cuenta que la vida está terminando cuando se debilitan los signos vitales. Y nos damos cuenta que la historia está terminando cuando se debilitan los signos históricos. Y muchos, con buena intención tratan de reavivarla, con golpes en el pecho y respiración artificial; con renacimientos de buenos símbolos históricos – como la vieja monarquía- y está bien. Pero un día te quedas sentado viendo los últimos estertores y sabes que ya no puedes hacer nada. Que hay que llamar al cura.

  ¿Qué piensan que hay que reforzar en el esfuerzo revitalizador? ¿La historia o la gracia?  Tomen el pulso, calculen el daño.

   Como bien dijo un sabio contradictor de estos cocodrilos, somos “tradicionalistas de la gracia”, no de la historia. Queremos transmitir la gracia, no la historia. La historia de la gracia. Desde la gracia la historia. Y la gracia traerá la “verdadera historia”, no la que nosotros juzgamos útil. Porque realmente, lo más paradójico, es que no sabemos sin ayuda de la gracia lo que es historia. Y porque la única y verdadera historia, es la historia de la gracia en los hombres, que está escrita en un libro, allá en el Cielo. “¿Quién es digno de abrir el libro?” (Apoc, 5,2)   Y queda un hilo finito de nuestra historia.

  Como verán, y como ocurrió en la Primera Venida, hay una historia que se pierde en la nada frente Cristo y que con Él se hace NUEVA, se resignifica toda, y troca completamente en otra historia. La Historia de la Redención del Hombre. La plenitud de los tiempos.

  Los historiadores suelen ser sordos y ciegos ante este cambio, y así como interpretan con total rapidez que la naturaleza sufre un pequeño golpe de timón con la gracia y no un salto eminente; ven a la historia apenas sufriendo una corrección de rumbo en la Venida del Señor, y no un salto eminente. (Muchas veces se produce esto por cuestiones metodológicas y académicas en que el trascurso del tiempo debe mantener una causación racional, explicable y lineal).

  Y hay un final de la historia, en que la historia se hace nada frente a la Segunda Venida, y donde se resignifica completamente en una nueva historia que relata el Libro de los Siete Sellos. Que comienza a hacerse patente y que dará el salto a la metahistoria. Pero, lo que queremos resaltar, es que “nuestra” historia caducará, y se comenzará a hacer patente esa Otra Historia, la del Libro, poco antes del final.

  Varias actitudes quedan ante este diagnóstico sobre una historia que se borra y se hace ajena y que se anuncia desde todos los rincones del pensamiento. Sin duda alguna, todos coinciden que vienen “otros tiempos”, y esto lo hacen desde diestra y siniestra. ¿Cuáles son estas actitudes? : La evolución definitiva y democrática en mañanas que cantan.  ¿Un milenio? o,  La Parusía. También hay quienes dicen La Parusía y un milenio.  O nada de esto. O simplemente estamos viendo fantasmas como a muchos otros les ha pasado en crisis históricas, y sigue la historia con sus causas y concausas, para seguir siendo algo no muy diferente a lo anterior, con alzas y bajas.

  La Naciones ¿retomarán su protagonismo histórico? ¿O se hunden ante un sistema mundial que todo lo aniquila o todo lo hace nuevo? La Iglesia ¿ha llegado a su momento de reducción previo a la Parusía, o saldrá en un Nuevo Paradigma?

  ¿Está ocurriendo algo nuevo, anormal, extraordinario? O no.  Para contestarse estas cosas quedan cuatro vías. 1.- El optimismo progresista; 2.-  la Profecía; 3.-  el unirse a la corriente para corregir rumbos restauradores en “la confianza de las reservas civilizadoras de la sociedad moderna” (lo que implica un esfuerzo enorme de la memoria histórica que luche contra la amnesia revolucionaria); o… 4.- pegarse un tiro ante el espectáculo increíble de una civilización arrasada y sin remedio.

  Cada uno elegirá lo que más le cuadre. Nosotros con Castellani (y a pesar de las diferencias) entendemos que pueden haber llegado los tiempos en que “Nadie podrá aguantar si Cristo no volviese pronto”… “Su único apoyo serán las profecías. El Evangelio Eterno (es decir el del Apocalipsis) habrá reemplazado a los Evangelios de la Espera y del Noviazgo; y todos los preceptos de la Ley de Dios se cifrarán en uno sólo: mantener la fe ultrapaciente y esperanzada”.


  Y entonces… nos queda por ver en qué anda la profecía. Pero lo dejaremos para más adelante si nos dan las fuerzas y el conocimiento. Por ahora y como conclusión de todo lo dicho, las naciones, los pueblos y los imperios, son ruinas de ruinas. Y viene algo Nuevo. Tan Nuevo y tan Viejo como Cristo.




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