San Juan Bautista

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martes, 13 de febrero de 2024

Derramé lagrimas por Dresdén - Louis Beam (Repost)

Aunque nunca los conocí, aunque murieron meses antes de que yo naciera, no puedo evitar sentir todavía el dolor de esas personas inocentes de Desdén que sufrieron tan injusta, injustamente y totalmente sin culpa el 13 de febrero de 1945. Me hacen pensar en niños abusados​​ que sufren por algo que no entienden. Los niños maltratados comparten en pequeña medida con las almas ahora difuntas de Desdén la injusticia total de este mundo. En un mundo justo, en un mundo decente, no se haría sufrir a personas inocentes.

 

Murieron esta noche. Muchos de ellos. Bombas lloviendo sobre sus cabezas como maná del infierno, la mayoría de las cabezas de mujeres y niños indefensos. Bebés en sus cunas. Niños sollozando en brazos de sus madres. Niñitas sin mancha, niñitos llenos de expectación ante la emoción que la vida les prometía. Las chicas se convirtieron en montones manchados de carne quemada. La promesa se rompió de por vida a los muchachos. No habría futuro para ellos.

  

Incluso ahora, a través del tiempo, la distancia, la cultura, el idioma y el océano, escucho sus gritos. Diez mil por segundo levantando sus voces torturadas e indefensas pidiendo piedad. Sin piedad. Sin alivio. Solo muerte dolorosa desde aviones con carteles de Estados Unidos escritos en ellos. 


¿Por qué la generación de mi padre hizo esto? ¿Cómo podrían matar a todas estas personas y luego no saberlo?


 Mi padre, un veterano de infantería del ejército de Roosevelt condecorado, comisionado en el campo de batalla y curtido en combate, me dijo mientras yacía a sus pies cuando era un niño pequeño que escuchaba que 'Hitler era malo pero el pueblo alemán era bueno'. Los alemanes eran 'muy inteligentes', simplemente tenían un mal líder, dijo. Estaba orgulloso de su papel como soldado en la derrota de Alemania. Y si los soldados no tienen responsabilidades por su papel en la historia, entonces tenía más derecho que muchos para estar orgulloso de sus muchas condecoraciones.

 

Luego, en 1984, después de descubrir la horrible verdad sobre Desdén, hablé con mi padre al respecto. Le dije que más personas murieron allí en una sola noche de fuego y bombardeos que en Inglaterra durante toda la guerra. Dijo 'eso es mentira'. Se negó a creerme. Le recalqué que eran personas inocentes. Se enojó conmigo. Le pregunté por qué los mataron. Su ira se desbordó y dijo que estaba creyendo en la propaganda nazi. Le dije 'no hay nazis papá, ustedes los mataron a todos, solo hay gente que estudia historia' mientras sacaba una Enciclopedia Americana del estante. La enciclopedia, aunque solo admitía una fracción numérica de los muertos en Desdén, era suficiente para superar el total de muertos por bombardeos de Inglaterra.

  

'Estos eran refugiados que huían de los comunistas', dije, enfadándome yo mismo. '¿Por qué Roosevelt ordenó que se hiciera?' le exigí respuesta. 

Lo leyó y se quedó en silencio. Lo leyó de nuevo mientras pasaba los dedos por las palabras tocando cuidadosamente los números como para asegurarse de que estaban allí y eran reales. Entonces me di cuenta. ¡El no sabía! Él había sobrevivido a este tiempo y debido a una constante avalancha de propaganda de los medios de comunicación estadounidenses, este horrible crimen de guerra y otros similares se le habían ocultado.

 

Me di cuenta de que esto lo inquietaba, porque fue de él de quien adquirí la propensión a emprender la lucha por los oprimidos, los abusados ​​injustamente. Era un hombre amable y nunca habría participado a sabiendas en tal crueldad. Me fui a casa y luego sentí lástima por papá. Lo dejé para que pensara en paz. Mi ira por ser parte de los que hicieron esta cosa horrible disminuyó. 

Juro que no olvidaré el crimen contra personas inocentes en Desdén. No olvidaré quién es el responsable. ¡No olvidaré! No soy más que una pequeña vida. Una luz tenue en un mundo cubierto por la oscuridad de las crueles maquinaciones de los hombres malvados. ¡Pero esta pequeña luz mía, la dejaré brillar! Porque sólo así sirvo a mi razón de ser, de vivir, de eternidad.

  

Leí de joven que 'todo lo que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada'. Esas palabras se convirtieron en parte de mi alma, de mi vida. El amor se pone a prueba cuando uno asume el sufrimiento de los demás, cuando uno se convierte en una voz contra el mal para aquellos que no lo tienen, en blanco de abusos por no hacer nada más que defender la justicia.

  

No hay recompensa excepto saber que has hecho lo correcto. Y hay esperanza. Espero que otros hagan la luz de la verdad sea parte de su vida, de su existencia, para que juntos seamos un rayo luminoso para el futuro. Una luz a los pies de todos nuestros semejantes que tropiezan. 

En el lejano parque de Desdén yacen en sus tumbas ahora. Descansen mis desconocidos amigos, oprimidos y despreciados de este mundo. Aunque no podríamos hablar el mismo idioma si nos paráramos el uno frente al otro, aunque nunca supe sus nombres, y aunque sus rostros solo puedo imaginarlos, ustedes son mis seres queridos fallecidos. Mi corazón late por el tuyo. Mi mente recuerda por la tuya. Mis lágrimas por las tuyas...

  


"I cried tears for Dresde" Louis Beam. - Ensayo inédito del 13 de febrero de 1997.


  

Visto en: louisbeam.com



martes, 29 de marzo de 2022

El plan Barbarroja victorioso - Luis Alfredo Andregnette Capurro

 


1941 – 1942

El plan Barbarroja victorioso

Meses atrás señalamos, con documentación probatoria, la conmixtión capitalista con la feroz tiranía de la URSS, cuyos días estaban contados si no se la auxiliaba urgentemente. En buen romance: estaba en peligro el germen del Estado mundial. El sueño esotérico clave del antiguo esoterismo. Por ello el frenesí del venerable “hermano masón” Delano Roosevelt, apurando la ayuda norteamericana y su presencia en la guerra. EL mismo día que comenzaba la Cruzada Anti komintern ordenó al Subsecretario de Relaciones, Mr. Welles que hiciera conocer al mundo que los EE.UU. apoyaban al gobierno del Kremlin. El respaldo era absoluto, porque el ataque germano “se realizaba contra una democracia”. Pocos días después, el 30 de junio, Harry Hopkins, enviado por Roosevelt, llegaba a Moscú para ofrecer toda la ayuda necesaria… y aún más. En su libro Amenaza Mundial, el ex Embajador en Moscú, Williams Bullit, corrobora que “Hopkins no pidió nada a cambio”. Ello nos dice claramente que el “romántico demócrata” Roosevelt (enviando al que conocía como agente secreto del soviet) seguía alimentando un ideal internacionalista, del cual logrando la victoria del socialismo a escala mundial surgieran las condiciones para la unificación gradual de todas las naciones. En la Sociedad de las Naciones de Wilson y sus 14 puntos (Versalles, 1918) y en la O.N.U., nacida de la Carta firmada en San Francisco (1945), anidaba el huevo de la serpiente: allí estaba, y está, toda la utopía esotérica.

En esos días plenos de alienación e insensatez, Churchill se dirigía a la Cámara de los Comunes para declarar en voz en cuello: “Gran Bretaña marchará hombro con hombro con la Unión Soviética contra la agresión” … A renglón seguido prometía a Stalin “la total ayuda del Imperio Británico”. El obeso líder conservador no tomaba conciencia de que, con la decisión de apuntalar el bolchevismo, estaba redactando el acta de sentencia de muerte del decadente Imperio Británico. En toda su carrera política, como conservador, había combatido a la izquierda nihilista. Por eso cabe preguntarse si el Premier estaba en su sano juicio al rechazar, poro cantes, las ofertas de paz que había hecho el jefe de la Alemania Nacional Socialista. En tanto ese día, 22 de junio de 1941, en alocada contrapartida, se entregaba totalmente para salvar al comunismo internacional.

No podemos dejar “en el rio de las sombras” (Séneca dixit) lo que escribiera el añoso tory en 1935 y 1937, alabando a los caudillos de Italia y Alemania a los cuales luego, en 1941, llegó a odiar hasta disparar contra su propio pueblo y así hundir de paso a Europa. Eso lo hizo en Yalta en 1945, en compañía de Delano Roosevelt y del bestial Stalin, perteneciente a una conspiración mundial para delinquir denominada en un principio “Komintern” y luego de la guerra ”Kominform”.

Veamos esas opiniones a las que aludimos. Aquí va la primera, fechada en Londres 1935 con el titular “Great Contemporaries”: “Los que se han encontrado con Herr Hitler cara a cara en asuntos públicos o en términos sociales han podido apreciar que se trata de un político altamente competente, ponderado, bien informado, de modales agradables y una desarmante sonrisa”. En 1937, en la publicación “Step by step” escribía: “Si nuestro país fuera derrotado, desearía que encontráramos un campeón tan indomable como el señor Hitler para restaurar nuestro coraje y conducirnos, otra vez, al lugar que nos corresponde entre las naciones”.

Refiriéndose a Mussolini, en el trabajo antes nombrado, expresaba: “El genio romano, encarnado por Mussolini, el más grande de los legisladores modernos, ha enseñado a muchas naciones cómo puede resistirse el asalto del Comunismo y ha indicado la ruta que un país puede seguir cuando valerosamente conducido […] Con el régimen fascista, Mussolini ha establecido un centro de orientación a partir del cual los países enzarzados en la lucha con el Comunismo deben encontrar la salvación. Mussolini ha señalado a los pueblos que sufren bajo la influencia marxista el cambio para escapar la catástrofe que los amenaza”. En la Citada Yalta, el contradictorio conservador y el nuevamente reelecto leader norteamericano aceptaron el chantaje de Stalin, quien exigió, a cambio de declarar la guerra contra el derrotado Japón, la anexión de Polonia oriental, la formación de un gobierno en Varsovia no hostil a la U.R.S.S., la libertad para ejercer su poderosa influencia sobre Bulgaria, Rumania, Checoeslovaquia y Hungría, y la cesión de posiciones estratégicas importantes en el Oriente. El 8 de agosto, la U.R.S.S. declaraba la guerra al Japón. Dos días después, el Imperio del Sol Naciente, destruido por las bombas atómicas, aceptaba las condiciones de Londres, Washington y Moscú, rindiéndose incondicionalmente. Stalin había tenido tiempo para irrumpir con 750.000 hombre en Manchuria y la península de Liao-Tung, apoderándose de Puerto Arturo…

La prensa, financiada por inconfesables intereses británicos, a ocho columnas y en primera página estampaba: “Un vuelco imprevisto se ha dado en la colosal contienda”, relatando “que en Londres hay lágrimas y júbilo”. “Espectaculares manifestaciones donde oradores, desde las tribunas, con lágrimas en los ojos, clamaban adjetivando de heroico al pueblo soviético” … A este respecto, no podemos dejar de lado el relato contado por el entonces presidente Nardone al señor padre del que esto escribe y al mismo autor. El asunto se refiere a cómo fue clausurado un órgano de prensa, titulado Libertad, que se editaba en Montevideo y que no ocultaba sus simpatías por el eje Roma-Berlín. El mismo era dirigido por el ingeniero Kayel, quien, siendo diputado, fue desaforado por haber expresado en un discurso sus votos por la victoria anti-bolchevique a la que nos estamos refiriendo. Lo sucedido, según el Presidente amigo fue lo siguiente: uno de los días que nos ocupan, se presentó en la redacción de Libertad un funcionario de la embajada británica solicitando que el cotidiano dejara de aparecer. La negativa del director Kayel fue cortante, a lo que el británico señaló que, entonces, iban a tomar medidas. Una de ellas era cortar los suministros de papel. Ante esas expresiones, el ingeniero Kayel contestó que el papel, que se tenía en lugar no revelado, alcanzaba para dos años. El empleado de la Embassy abandonó su asiento y dijo para despedirse: “iremos por otro sendero más radical”. Dos días después, el Presidente de la República, General Alfredo Baldomir, decretó la clausura de Libertad.

El 2 de octubre, con motivo de los 100 primeros días de la batalla anti-komintern, Hitler se dirigía a las tropas en el Frente Oriental. De esa manera se expresaba en uno de los pasajes de la alocución. “Mientras tanto, camaradas, habéis reconocido, primero, que este enemigo se había pertrechado militarmente para su ataque en medida tan inmensa, que aún nuestras peores aprensiones se vieron sobrepujadas; segundo, ¡qué Dios se apiadara de nuestro pueblo y de todo el mundo europeo si este enemigo hubiese lanzado sus decenas de miles de tanques contra nosotros ¡” … A renglón seguido, el jefe austro germano pasó a dar cifras concretas: “Habéis tomado más de 2.400.000 prisioneros, destruido o tomado más de 17.500 tanques, más de 21.000 aviones. […] Ahora, camaradas, habéis visto personalmente este “paraíso de obreros y campesinos”. […] En este país que, por su extensión y feracidad, podría alimentar al mundo entero, impera una miseria inconcebible para nosotros los alemanes. Éste es el resultado de 25 años de dominación bolchevique”.

El 25 de agosto del mismo año, 1941, ingleses y soviéticos invadieron y ocuparon Irán, nación neutral, para dejar abierta una ruta desde la cual abastecer al esclavismo bolchevique. La resistencia de la U.R.S.S. dependía entonces, de tres líneas de comunicación con el capitalismo anglosajón y su elite dirigente. A través de ellas recibía la ayuda militar de la Casa Blanca. Veamos el aspecto clave. La línea de Arkángel por el Ártico; la de Vladivostok por el Pacífico, que tenía que empalmar con 10.000 kilómetros de transiberiano; y la del Golfo Pérsico, de muy difíciles comunicaciones terrestres.

A esta altura del artículo demos un vistazo, en bloque a la campaña victoriosa de las divisiones de la coalición Operación Barbarroja, leyendo como la relata el historiador-revisionista Joaquín Boachaca: “La Wehrmacht y sus aliados se enfrentaban a un enemigo, que numéricamente les doblaba en efectivos. Pero mientras la moral combativa de las tropas europeas era muy elevada, el “glorioso” Ejército rojo se movía con escasa elasticidad […] Abundaban las deserciones en masa. Treinta divisiones son cercadas en Minsk; veintidós en Smolensk […] las tropas almenas avanzan a razón de sesenta y setenta kilómetros diarios. La Luftwaffe destruyó, sólo en los dos primeros días de guerra casi tres mil aviones, en combates aéreos, o en tierra. Los alemanes cruzan el histórico río Berezina y atraviesan la Línea Stalin. EN el sector Norte, las tropas de Von Leeb, partiendo de Prusia Oriental, engullen rápidamente los países bálticos. EN Kaunas, capital de Lituania, se ha formado ya un gobierno nacional, que proclama la independencia del país de la U.R.S.S. y ofrece su colaboración a Alemania en la lucha; lo mismo ocurre en Estonia y Letonia, en Ucrania polaca y en la Polonia Oriental, son penetradas por las tropas de Von Bock y Guderian. Incluso en el Cáucaso ocurren rebeliones antisoviéticas ante el anuncio del rápido avance alemán. Las tropas alemanas, al mando del Mariscal Antonescu, avanzan hacia Odessa. Más al norte, Von Rundstedt atraviesa la frontera ruso-polaca en dirección a Kiev. Pero la resistencia se va endureciendo. La N.K.W.D. y los comisarios políticos son los autores de este aumento de la combatividad de las tropas soviéticas. Se instala un verdadero apparat policíaco dentro del Ejército rojo; la delación está a la orden del día; las represiones alcanzarán incluso a varios generales; una simple palabra considerada “derrotista” conduce directamente al pelotón de fusilamiento. Detrás de las unidades de primera línea se instalan patrullas de represión de los que intentan replegarse o desertar” …

Falta algo por decir; por lo que proseguiremos, Dios mediante, en cercana edición.

 

Luis Alfredo Andregnette Capurro: “Vista a la Derecha”

Compilación de articulos publicados en la Revista Cabildo

 


martes, 22 de febrero de 2022

Derramé lagrimas por Dresden - Louis Beam

 


 Aunque nunca los conocí, aunque murieron meses antes de que yo naciera, no puedo evitar sentir todavía el dolor de esas personas inocentes de Dresden que sufrieron tan injusta, injustamente y totalmente sin culpa el 13 de febrero de 1945. Me hacen pensar en niños abusados ​​ que sufren por algo que no entienden. Los niños maltratados comparten en pequeña medida con las almas ahora difuntas de Dresden la injusticia total de este mundo. En un mundo justo, en un mundo decente, no se haría sufrir a personas inocentes.

 


Murieron esta noche. Muchos de ellos. Bombas lloviendo sobre sus cabezas como maná del infierno, la mayoría de las cabezas de mujeres y niños indefensos. Bebés en sus cunas. Niños sollozando en brazos de sus madres. Niñitas sin mancha, niñitos llenos de expectación ante la emoción que la vida les prometía. Las chicas se convirtieron en montones manchados de carne quemada. La promesa se rompió de por vida a los muchachos. No habría futuro para ellos.

 

Incluso ahora, a través del tiempo, la distancia, la cultura, el idioma y el océano, escucho sus gritos. Diez mil por segundo levantando sus voces torturadas e indefensas pidiendo piedad. Sin piedad. Sin alivio. Solo muerte dolorosa desde aviones con carteles de Estados Unidos escritos en ellos.

 



¿Por qué la generación de mi padre hizo esto? ¿Cómo podrían matar a todas estas personas y luego no saberlo?

 

Mi padre, un veterano de infantería del ejército de Roosevelt condecorado, comisionado en el campo de batalla y curtido en combate, me dijo mientras yacía a sus pies cuando era un niño pequeño que escuchaba que 'Hitler era malo pero el pueblo alemán era bueno'. Los alemanes eran 'muy inteligentes', simplemente tenían un mal líder, dijo. Estaba orgulloso de su papel como soldado en la derrota de Alemania. Y si los soldados no tienen responsabilidades por su papel en la historia, entonces tenía más derecho que muchos para estar orgulloso de sus muchas condecoraciones.

 


Luego, en 1984, después de descubrir la horrible verdad sobre Dresden, hablé con mi padre al respecto. Le dije que más personas murieron allí en una sola noche de fuego y bombardeos que en Inglaterra durante toda la guerra. Dijo 'eso es mentira'. Se negó a creerme. Le recalqué que eran personas inocentes. Se enojó conmigo. Le pregunté por qué los mataron. Su ira se desbordó y dijo que estaba creyendo en la propaganda nazi. Le dije 'no hay nazis papá, ustedes los mataron a todos, solo hay gente que estudia historia' mientras sacaba una Enciclopedia Americana del estante. La enciclopedia, aunque solo admitía una fracción numérica de los muertos en Dresden, era suficiente para superar el total de muertos por bombardeos de Inglaterra.

 

'Estos eran refugiados que huían de los comunistas', dije, enfadándome yo mismo. '¿Por qué Roosevelt ordenó que se hiciera?' le exigí respuesta.

 


Lo leyó y se quedó en silencio. Lo leyó de nuevo mientras pasaba los dedos por las palabras tocando cuidadosamente los números como para asegurarse de que estaban allí y eran reales. Entonces me di cuenta. ¡El no sabía! Él había sobrevivido a este tiempo y debido a una constante avalancha de propaganda de los medios de comunicación estadounidenses, este horrible crimen de guerra y otros similares se le habían ocultado.

 

Me di cuenta de que esto lo inquietaba, porque fue de él de quien adquirí la propensión a emprender la lucha por los oprimidos, los abusados ​​injustamente. Era un hombre amable y nunca habría participado a sabiendas en tal crueldad. Me fui a casa y luego sentí lástima por papá. Lo dejé para que pensara en paz. Mi ira por ser parte de los que hicieron esta cosa horrible disminuyó.

 


Juro que no olvidaré el crimen contra personas inocentes en Dresden. No olvidaré quién es el responsable. ¡No olvidaré! No soy más que una pequeña vida. Una luz tenue en un mundo cubierto por la oscuridad de las crueles maquinaciones de los hombres malvados. ¡Pero esta pequeña luz mía, la dejaré brillar! Porque sólo así sirvo a mi razón de ser, de vivir, de eternidad.

 

Leí de joven que 'todo lo que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada'. Esas palabras se convirtieron en parte de mi alma, de mi vida. El amor se pone a prueba cuando uno asume el sufrimiento de los demás, cuando uno se convierte en una voz contra el mal para aquellos que no lo tienen, en blanco de abusos por no hacer nada más que defender la justicia.

 

No hay recompensa excepto saber que has hecho lo correcto. Y hay esperanza. Espero que otros hagan la luz de la verdad sea parte de su vida, de su existencia, para que juntos seamos un rayo luminoso para el futuro. Una luz a los pies de todos nuestros semejantes que tropiezan.

 


En el lejano parque de Dresden yacen en sus tumbas ahora. Descansen mis desconocidos amigos, oprimidos y despreciados de este mundo. Aunque no podríamos hablar el mismo idioma si nos paráramos el uno frente al otro, aunque nunca supe sus nombres, y aunque sus rostros solo puedo imaginarlos, ustedes son mis seres queridos fallecidos. Mi corazón late por el tuyo. Mi mente recuerda por la tuya. Mis lágrimas por las tuyas...


 

"I cried tears for Dresde" Louis Beam. - Ensayo inédito del 13 de febrero de 1997.


Visto en: louisbeam.com




viernes, 9 de julio de 2021

Disputas sobre la independencia (Comentario al libro de A.Caponnetto) - Agustín de Beitía

ANTONIO CAPONNETTO EXAMINA LA CONTROVERSIA CON MIRADA TRASCENDENTE

Disputas sobre la independencia

El profesor rechaza por igual el festejo de los liberales y las objeciones de algunos hispano católicos. Entiende que el proceso de autonomía fue un acto doloroso pero legítimo. Defiende la idea misma de patria y su vínculo con la fe.

POR AGUSTÍN DE BEITIA 04.07.2021

 


Cada año, el 9 de julio asistimos a la equívoca celebración oficial de nuestro proceso de independencia como un grito de libertad. Como si hubiésemos vivido hasta entonces bajo un yugo. El espíritu que anima esa clase de festejo es el mismo que subraya el carácter revolucionario del 25 de Mayo, entendido en clave liberal e ilustrada. Es la emancipación como alegre ruptura con España y, en sentido amplio, con la tradición. El mismo himno nacional canta a la "nueva y gloriosa nación" que se levanta a la faz de la tierra y que tiene "a su planta rendido un León", en alusión a la Madre Patria. El problema con este tipo de exaltación es que poco tiene que ver con lo que se decidió en aquellas fechas.

 

A quienes cubren de gloria inmarcesible aquel proceso, pero también a quienes desde España rebajan nuestra independencia a una mera traición que habría causado la ruptura del Imperio Hispano Católico, viene a corregir el doctor Antonio Caponnetto en su nuevo libro, Respuestas sobre la Independencia (Bella Vista Ediciones), una obra indispensable, que tiene la inusual pretensión de examinar el pasado a la luz de lo sobrenatural. Un ensayo que invita a abandonar simplismos y a adentrarse en las aguas profundas de la historia, la filosofía y la teología.

 

Enfrentado a los liberales, que creen que la patria nació hace 200 años, y sobre todo a los tradicionalistas españoles, que toman la fecha de la independencia como su fecha de defunción, Caponnetto avanza "entre estos dos fuegos" la tesis de que el proceso de autonomía sin desarraigo, que fue un programa y un curso de acción explicitado, fue doloroso pero legítimo, aunque se haya echado a perder por obra de los ideólogos del liberalismo y la masonería, bajo la tutela británica.

 

Las reflexiones aquí contenidas son el fruto de una larga meditación sobre el tema, a tal punto que no parece desproporcionado decir que es toda una vida intelectual la que fecunda este trabajo. El autor, que es doctor en Filosofía y profesor de Historia, presenta estas reflexiones como "una prolongación natural" de un volumen suyo anterior, Independencia y Nacionalismo (Katejon, 2016), publicado con ocasión del bicentenario de nuestra independencia. Y a ambos títulos, como una derivación de Los críticos del revisionismo histórico. Tanto es así que en este tercer volumen admite que quiso "levantar" todas las objeciones que la historiografía españolista plantea a esa escuela de la revisión histórica.

 

El libro tiene una forma dialogal, idea que le inspiró la muy buena entrevista que le realizara el periodista español Javier Navascués tras la aparición de Independencia y Nacionalismo. Una entrevista pensada para el mundo digital y que fue publicada en forma parcial en el sitio Adelante la Fe.

Las preguntas incisivas le hicieron ver a Caponnetto, según confiesa, que muchas objeciones y cuestiones disputadas quedaban aún sin respuesta. Pero también lo llevaron a pensar que el método socrático permitiría adentrarse mejor en el tema, ampliando el panorama conforme se avanzaba con las inquietudes.

 

TRES PARTES

 

Tres partes componen la obra. Una primera, donde se transcribe esa breve entrevista de Navascués y que aborda la cuestión de la independencia. Una segunda, más extensa, con las preguntas autoformuladas, y una tercera dedicada a la cuestión del católico y la patria, que como bien anticipa el autor se va asomando de a poco desde el mismo comienzo. De lo que esta tercera parte trata es de la "compatibilidad entre catolicismo y patriotismo", entre nacionalidad o atadura a la propia tierra y la cosmovisión espiritual del cristiano, entre nacionalismo y práctica de la fe.

 

Este último aspecto va asomando de a poco porque la cuestión de fondo con que lidia Caponnetto es de raíz teológica: no ya la impugnación del independentismo, sino del derecho a la existencia de las naciones hispanoamericanas, de la idea misma de patria, del concepto de nación. Una impugnación hecha en nombre del catolicismo y de sus fuentes más tradicionales. Esta objeción, de procedencia carlista, pretende según el autor alcanzar a todo aquel que ose, sino reivindicar el proceso autonomizante, al menos cohonestar sus causas.

 

Caponnetto deja clara su postura: no comparte la alegría de quienes celebran la independencia porque disfrutan la desmembración del Imperio Hispano Católico, ni comparte las acusaciones de traición que lanzan ciertos católicos españoles. Frente al error de unos y la injusticia interpretativa de los otros, recuerda que realistas eran todos, incluso los masones perseguidores de los católicos como Rivadavia. Y expone luego los ejemplos de fidelismo, de arraigo, de conservación del patrimonio cristiano y español heredado que demostraron "los mejores de los nuestros", que ocuparon puestos destacados en la lucha, entre los que menciona a San Martín, Saavedra, Sarratea y otros.

 

Ejemplos de celo católico como para castigar la blasfemia (San Martín), enarbolar divisas de "Religión o muerte" (Quiroga) o practicar actos públicos de piedad religiosa (Belgrano), que cuesta encontrar en el bando opuesto.

 

El meollo de la controversia, y en ella se entra rápido, es que hubo en estas costas un deseo de un gobierno propio, una emancipación efectiva y guerras que se libraron para sostenerla. Eso es lo que quiere dejar en evidencia la impugnación carlista, que dicha rápidamente podría resumirse en que "somos hijos de la Revolución". Una observación mortificante para quienes son católicos en estas tierras. Pero una mortificación que, a juzgar por los resultados, pareciera tener un fundamento.

 

Para levantar esa objeción, Caponnetto propone un hilo de razonamiento que sigue un mismo método: abrir la lente para abarcar un cuadro mayor, iluminando lo que antes quedaba en la sombra. Y el resultado no solo es esclarecedor, sino que hasta por momentos cambian las tornas.

 

DOBLE DERROTA

 

Lo primero que queda expuesto es que no es lo mismo la independencia que pretendían los ideólogos iluministas como Moreno, Castelli y Paso, que la autonomía gubernativa de quienes querían conservar no solo las formas monárquicas sino también la prosapia cultural hispana. Es decir, que no se debe confundir el anhelo de emancipación (iluminista) con el de una autodeterminación que era fruto del ius resistendi frente a una monarquía devenida en tiranía, invadida por una potencia extranjera.

 

Que los ideólogos del "descastamiento" hayan terminado por imponerse es otra cuestión, que el propio Caponnetto admite y deplora. Con la salvedad de que esas ideas representaban solo a un grupo, y no precisamente el más numeroso, pero que se vio favorecido por la ceguera y el iluminismo furioso de un Fernando VII que al volver del exilio se volcó a una violencia rencorosa que ahogó la unidad del imperio en la sangre de una inmensa guerra civil. El autor, de hecho, habla de una doble derrota en el proceso autonomista, política e historiográfica, razón por la cual hoy se nos imponen efemérides laicas y masonas. Pero para ver eso insiste en que hay que ir bastante más lejos que 1810-1816, hasta la derrota nacional de Caseros.

 

Aunque Caponnetto dice que nunca considerará "auspicioso" el inicio del camino independentista, porque no se engaña sobre sus fogoneros e instigadores, sí cree que la autonomía resultó "legítima" y "dolorosa". Legítima porque revistió las formas de una clásica resistencia contra una tiranía que ponía en riesgo la existencia misma de la sociedad política. Dolorosa, porque nunca es grato tener que llegar al límite de poner en práctica el ius resistendi.

 

Mucho más contundente es que, por el procedimiento de contemplar lo sucedido con una lente más abierta, el autor desvela que había partidarios del "descastamiento" en el mal llamado bando realista. Pone así sobre la mesa los intentos de ruptura del Imperio Hispano Católico procedentes de la propia península, que son -en sus palabras- muy anteriores a 1810 y más graves.

 

Por eso la acusación de perjurio la toma como indignante. Porque ve en ella la intención de convertir a la víctima en victimario. En este sentido, recuerda lo que venía sucediendo en España, y cómo en la sucesión dinástica entre Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, el iluminismo no había dejado ruindad sin cometer. Como sucedió en 1807, cuando la soberanía española quedó ultrajada por franceses e ingleses con la anuencia de la corona española, se inauguraron las persecuciones a la Iglesia y el Estado regalista reemplazó la noción de Cristiandad por el Equilibrio Europeo.

 

PARADOJAS

 

Para ilustrar su argumento, Caponnetto recorre las paradojas y contradicciones que se esconden en esta historia, desvela las tergiversaciones y ocultamientos que hicieron escarnio de unos y enalteceron a otros. Así expone la falacia de la presunta anglofilia de San Martín y la confronta con el muy real y documentado, pero también ocultado, ejercicio de la corona española de promocionar a los ingleses.

 

De ese breve estudio biográfico de San Martín y su época, extrae la evidencia de que el Imperio Español había prácticamente desaparecido para 1808, y no sólo el Imperio, sino la mera soberanía de la Metrópoli, tironeada por franceses e ingleses que se repartían el dominio como dos cuervos un cadavérico botín, algo que amenazaba con arrastrar a América.

 

Aclarada, por estas razones, su adhesión a la patria independiente, que considera una reacción ante Napoleón Bonaparte y sus aliados, explica por qué esta postura no es contradictoria con manifestarse fiel a España. Y para eso señala que, en la cosmovisión católica, la patria es un don de Dios y su primer bien es el patrimonio recibido en herencia. Un patrimonio que no es un gobierno ni un costumbrismo, sino un espíritu, un alma, que es eso que llamamos Hispanidad.

 

De allí que la pregunta por la patria, su origen y su nombre, va cobrando una creciente significación. El autor, que prefiere referirse al "drama independentista", dice que ese drama no puede entenderse sin categorías teológicas.

 

Con una sutileza exquisita, aclara entonces que hay un modo sacramental de entender el pasado. Por eso sostiene que la fecha inaugural de nuestra patria no es la independencia sino el bautismo que recibimos el 12 de octubre de 1492, y más específicamente el 1 de abril de 1520, fecha de la primera celebración eucarística en el territorio argentino.

 

No, viene a decirnos Caponnetto. La Argentina no nació del cañón de La Bastilla. Nació de la Cruz y de la Espada portadas por el Conquistador y el Misionero, según célebre metáfora de Vicente Sierra. Y para demostrar que su origen se sitúa en los albores del siglo XVI, recorre la bibliografía histórica y nos lleva de la mano por registros de cartógrafos, poetas y cronistas.

 

El último capítulo, titulado El católico y la patria, depara páginas muy provechosas. Frente a quienes sostienen que en la Tradición de la Iglesia el concepto de patria no resulta valorado, ofrece un esclarecedor itinerario por el pensamiento de los Padres de la Iglesia, en el que encadena una reflexión sobre si está o no en los planes de Dios la existencia de las patrias y las naciones, y la relación entre la patria terrena y la celestial.

 

Como hizo antes contra los simplismos hermenéuticos e inequidades, contra los maníacos obsesivos de la injerencia británica, contra el insano complejo de culpa y de inferioridad por ser argentinos, contra la tesis carnalista de Federico Rivanera Carlés, pero también contra "los Felipe Pigna y sus traspolaciones presentistas y ucrónicas" o las "naderías" de Loris Zanatta, Caponnetto sigue el mismo procedimiento de abrir la lente, señalar inconsistencias y preguntar a los críticos si a La Argentina, hija legítima y orgullosa de la España Imperial, la están descubriendo, amando y sirviendo tal como fue y queremos que sea.

 

Respuestas sobre la independencia es un precioso libro. De lectura ágil, pero meditación lenta. Polémico y controversial, como es Caponnetto, pero también honesto hasta el dolor, como es también este profesor al que dice gustarle "el sol dando de pleno en la cara".

 

Un libro que no duda en rescatar con brío la figura de Saavedra, pero reconocer que en un momento se hizo un flan. Un libro que llama a no caer tampoco en el simplismo de considerar que la Revolución fue católica porque en el Cabildo o la Casa de Tucumán merodearan sacerdotes y sotanas, cuando en muchos casos se trataba de un clero liberal y confundido. Un libro, en fin, con categorías disonantes para los oídos vulgares.

 

No extraña en absoluto que sea ignorado por el periodismo, que no es muy afecto a las sutilezas. Menos aun cuando esas sutilezas vienen a aguar la fiesta de los "descastados".

 

El mayor dolor que expresan estas páginas es ver cómo nos han inventado una patria en la cual ya no queda lo esencial de la "terra patrum", que es la Hispanidad. El esfuerzo por la hispanofiliación es claro en la prédica de Caponnetto y en esta obra en particular.

 

Un esfuerzo que quiere revertir muchos males que hoy padecemos y que son en parte, como dice el autor, la consecuencia directa de que prevaleciera aquella emancipación kantiana, rousseauniana, iluminista, masónica. Admite, con acierto, que otros males son pura responsabilidad nuestra. Y de hecho el vaciamiento espiritual de ayer continúa hoy y no parece tener fin.

 

Pero el autor señala que el estado de descomposición de la actual España no permite tampoco abrigar muchas esperanzas de que nuestra suerte hubiera sido mucho mejor sin la independencia. Porque, en definitiva, es la civilización cristiana toda la que está amenazada de muerte. Y en esto no hay lado del Atlántico que se salve.


Fuente: La Prensa



sábado, 27 de febrero de 2021

La Patria Originada y la Patria Originaria en las independencias en América - Antonio Caponetto

Extracto del libro: "Respuestas sobre la Independencia"

Antonio Caponnetto (Bella Vista Ediciones)

 

No hay contradicción entre la Patria Originada y la Patria Originaria. Hay tránsito, contigüidad, sucesión, complementariedad. Las dos son en el fondo una misma, que se despliega en diferentes siglos. Pero guardan un tesoro en su definición teórico-práctica; y un tesoro rubricado con sangre: es la unión inescindible e imborrable entre el hombre y su lugar de nacimiento. Y a esa unión llamamos patriotismo porque es a la patria –solar nativo y nutricio– que se ama y se protege.

Tanto la Originada como la Originaria pueden ser sinónimas de Patria Grande, o al menos, pueden sentirse cómodas en este concepto. Es esa “patria una que se da en varios”, al buen decir de Jaime Delgado. Esa “Historia de las Américas” dentro de la “Historia de América”, y dentro a la vez de la Historia Universal. Una especie de amalgama entre españolismo y originalismo; “multiplicidad y policromía” que no empañan la unidad[1].

Hasta aquí no vemos problemas conceptuales o prácticos. O dicho de otro modo: mientras los independentistas tuvieron claro este ideal y se batieron por él, era y será perfectamente legítimo vislumbrar y ejecutar el curso de acción que nos llevaría a declararnos independientes. Proyectos como el sanmartiniano de las Provincias Unidas, o el de Rosas de la Confederación Argentina, caben perfectamente en este tránsito de la patria originada a la originaria; o en esta sumatoria de capas o estadios sin perder la integridad. Especie de vino viejo en odres nuevos, para usar la conocida metáfora evangélica.

El problema se suscitó cuando ese ideal de patria –tradicional, monárquico, integrativo, originario y originante: hispanoamericano– cedió su lugar al ideal de raigambre protestante e iluminista, de acuerdo con el cual lo único importante era formar repúblicas con fronteras artificiales, robándose los territorios los unos a los otros. Proceso en el cual, nosotros, los argentinos, fuimos perjudicados vilmente. Lutero y Richelieu se morían de la risa. Las lágrimas en cambio rodaban por las mortuorias láminas de Isabel y de Fernando[2].

Hágase una prueba para comprobar la realidad de las distinciones que planteamos. La prueba ya otras veces donada y exigida. Aquella por la que importa más saber quién hace los cantos de una sociedad que quién hace sus leyes. Quién merece ser cantado y conquista su existencia, rima a rima. O quien perece a fuer de prosaísmo o últimamente de algoritmos.

Esta república nuestra, de frontera artificial sujeta a decenas de despojos dolientes. Este Estado laicista, masónico, naturalista y abyecto. Incluso esta nación infiel a su nacimiento, su germen y su alcurnia, no tienen quiénes le canten. Lo que equivale –en la cosmovisión clásica y cristiana– a la inexistencia de hecho, por pérdida de rango ontológico.

La patria en cambio; la originada y originaria, la grande y vieja, la eterna: La Argentina, retoño de España, vive empecinadamente en sus mejores poetas. Y nosotros, con ellos, estamos dispuestos a dejarnos llamar y dar la vida en su defensa:


“Llámanos patria:

piel de jaguar colgada de los hombros de América [...].

Llámanos, Patria:

en el alto crestón de las mesetas

tus últimos caballos

levantan otra vez las osamentas,

los remos calcinados,

al viento la pelambre de las greñas.

Y tocarán las mismas generalas

los antiguos cornetas,

y anunciarán los parches

el duelo singular de la tragedia,

y andaremos desnudos

por el duro guadal de las malezas

otra vez al embrujo de tu nombre

y al sol de tus dramáticas banderas”[3].



[1] Cfr. Jaime Delgado, Introducción a la Historia de América, Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1957

[2] Puede ser oportuno reparar en una reflexión que hace Hilaire Belloc a propósito de Richelieu, recién mentado. Para el notable historiador inglés, dos fuerzas hay que rompen a Europa como sinónimo de Unidad Católica o de Cristiandad Imperial. Una es el protestantismo, y va de suyo que tiene a Lutero como gran responsable. Y la otra la idolatría de la nación, exacerbando un regionalismo territorial que convierte en enemistad -y en enemistad que debe ser abatida de modo violento- a todos aquellos “nacionales” con los cuales, hasta ayer nomás, se constituía un solo bloque y un destino común. Belloc acusa, no sin razones, a Richelieu de este separatismo sacralizado, y sostiene incluso que la propagación del mismo fue causa de la “decadencia de España, de su rápido debilitamiento y de su desangre paulatino”. Es más, “fue el declinar de la soberanía española en el Nuevo Mundo, que debía acabar, dos siglos más tarde, con la pérdida del imperio colonial español y la fundación de las repúblicas hispanoamericanas” (cfr. Hilaire Belloc, Richelieu, Barcelona, Juventud, 1984. Lo entrecomillado pertenece a la p. 19). Valga aclarar que Belloc no acusa en primer lugar a Hispanoamérica de esa idolatría de la nación, sino a Europa. Como fuere, la reflexión del britano está en la línea de lo que venimos esbozando. Una cosa es la patria originada y originaria, que dice relación a la unidad de destino en lo universal. Otra cosa es el republicanismo de sesgo masónico, especie de constructivismo aplicado a la geopolítica. Ambas cosas se dieron entre nosotros, pero terminó imponiéndose el mal. No es justo sin embargo -una vez más lo decimos- que porque el mal haya tenido un doloroso éxito, se niegue la existencia del bien y de los bienhechores.

[3] Orlando Mario Punzi, Canción de los muertos por la patria, en su La tierra encendida, Buenos Aires, 1998, pp. 11-12. Le debemos al precitado profesor Carlos Pesado Palmieri, el habernos puesto en contacto con este notable cuanto desconocido poeta nacional.

 

Antonio Caponnetto: “Respuestas sobre la Independencia”.

Bella Vista Ediciones. Págs: 117 a 119.