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domingo, 19 de octubre de 2014

Resistir a la tendencia herética - Roberto de Mattei


La relatio de Erdö borra de golpe el pecado y la ley natural


  Borrado el sentido del pecado; abolidas las nociones de bien y de mal; suprimida la ley natural; archivada toda referencia positiva a los valores, como la virginidad y la castidad. Con la relación presentada por el Cardenal Péter Erdö el 13 de octubre de 2014 en el Sínodo sobre la familia, la revolución sexual irrumpe oficialmente en la Iglesia, con consecuencias devastadoras en las almas y en la sociedad.

  La Relatio post disceptationem redactada por el Cardenal Erdö es la relación que resume la primera semana de trabajo del Sínodo y la que lo orienta con sus conclusiones. La primera parte del documento intenta imponer, con un lenguaje derivado del peor “sesenta y ocho”, el “cambio antropológico-cultural” de la sociedad como “desafío” para la Iglesia. Ante un cuadro que desde la poligamia y del “matrimonio por etapas” africanos llega a la “praxis de la convivencia” de la sociedad occidental, la relación destaca la existencia de “un difundido deseo de familia”. No hay ningún elemento de valoración moral. Frente a la amenaza del individualismo y del egoísmo individualista, el texto contrapone el aspecto positivo de la “intención relacional”, considerada como un bien en sí misma, sobre todo cuando tiende a transformarse en una relación estable (apartados 9-10).

  La Iglesia renuncia a emitir juicios de valor para limitarse a “decir una palabra de esperanza y de sentido” (n.º 11). Se afirma entonces un nuevo asombroso principio moral, la “ley de gradualidad”, que permite captar elementos positivos en todas las situaciones hasta ahora definidas por la Iglesia como pecaminosas. El mal y el pecado no existen en cuanto tales. Existen sólo “formas imperfectas de bien” (n.º 18), según una doctrina de los “grados de comunión” atribuida al Concilio Vaticano II. “Se hace por lo tanto necesario un discernimiento espiritual, acerca de las convivencias y de los matrimonios civiles y los divorciados vueltos a casar, compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales.” (n.º 20).

  El problema de los divorciados vueltos a casar es el pretexto para que pase un principio que echa por tierra dos mil años de moral y de fe católica. Siguiendo la Constitución Pastoral Gaudium et Spesla Iglesia se dirige con respeto a aquellos que participan en su vida de modo incompleto e imperfecto, apreciando más los valores positivos que custodian, en vez de los límites y las faltas” (n.º 20). Esto significa que cae todo tipo de condena moral, porque cualquier pecado constituye una forma imperfecta de bien, un modo incompleto de participar en la vida de la Iglesia. “En este sentido, una nueva dimensión de la pastoral familiar actual, consiste en captar la realidad de los matrimonios civiles y, hechas las debidas diferencias, también de las convivencias” (n.º 22).

  Y esto especialmente “cuando la unión alcanza una notable estabilidad a través de un vínculo público, está marcada por un afecto profundo, por una responsabilidad en relación a los hijos, con la capacidad de resistir a las pruebas” (n.º 22). Con esta afirmación se da la vuelta a la doctrina de la Iglesia según la cual la estabilización del pecado, a través del matrimonio civil, constituye un pecado aún más grave que la unión sexual ocasional y pasajera, porque esta última permite volver más fácilmente a la recta vía. “Una sensibilidad nueva de la pastoral actual, consiste en acoger la realidad positiva de los matrimonios civiles y, reconociendo las debidas diferencias entre las convivencias” (n.º 36).

  La nueva pastoral impone por tanto no hablar sobre el mal, renunciando a la conversión del pecador y aceptando el statu quo como irreversible. Éstas son las que la relación llama “opciones pastorales valientes” (n.º 40). Por lo que parece, la valentía no está en oponerse al mal, sino en el adecuarse a él. Los pasajes dedicados a la acogida de las personas homosexuales son los que han resultado más escandalosos, pero son la lógica consecuencia de los principios expuestos hasta ahora. Incluso el hombre de la calle comprende que si el divorciado vuelto a casar puede acercarse a los sacramentos, todos está permitido, empezando por el pseudo-matrimonio homosexual.

  Nunca, verdaderamente nunca, subraya Marco Politi en “il Fatto” del 14 de octubre, habíamos leído, en un documento oficial producido por la jerarquía eclesiástica, una frase como ésta: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana”. Seguida por la pregunta dirigida a los obispos de todo el mundo: “¿estamos en grado de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras comunidades?” (n.º 50). Aunque no se llegue a equiparar las uniones entre personas del mismo sexo con el matrimonio entre un hombre y una mujer, la Iglesia se propone “elaborar caminos realísticos de crecimiento afectivo y de madurez humana y evangélica integrando la dimensión sexual” (n.º 51). “Sin negar las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas”(n.º 52).

  No se manifiesta ninguna objeción de principio a las adopciones de niños por parte de parejas homosexuales: el documento se limita a decir que la Iglesia tiene atención especial hacia los niños que viven con parejas del mismo sexo, reiterando que en primer lugar se deben poner siempre las exigencias y derechos de los pequeños” (n.º 52). En la rueda de prensa de presentación, Mons. Bruno Forte ha llegado a desear “una codificación de derechos que puedan ser garantizados a las personas que viven en uniones homosexuales”.

  La palabras fulminantes de San Pablo, según el cual “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios” (I Carta a los Corintios 6, 9), pierden sentido para los malabaristas de la nueva moral pansexual. Para ellos hay que captar la realidad positiva de lo que fue el pecado que clama venganza ante la presencia de Dios (Catecismo de San Pío X). Es necesario sustituir la “moral de la prohibición” con la de la misericordia y del diálogo, y el eslogan del 68 “prohibido prohibir” es “aggiornato” gracias a la fórmula pastoral según la cual “nada se puede condenar”.

  Caen no sólo dos mandamientos, el sexto y el noveno, que prohíben pensamientos y actos impuros fuera del matrimonio, sino que además desaparece la idea de un orden natural y divino objetivo resumido en el Decálogo. No existen actos intrínsecamente ilícitos, verdad y valores morales por los que se debe estar dispuestos incluso a dar la vida (n.º 51 y n.º 94), como los definen la encíclica Veritatis Splendor. En el banquillo de los acusados están no sólo la Veritatis Splendor y los recientes pronunciamientos de la Congregación para la Doctrina de la Fe en materia de moral sexual, sino además el mismo Concilio de Trento que formuló dogmáticamente la naturaleza de los siete sacramentos, empezando por la Eucaristía y el Matrimonio.

  Todo comienza en octubre de 2013, cuando el Papa Francisco, tras haber anunciado la convocación de dos Sínodos sobre la familia, el ordinario y el extraordinario, promueve un “Cuestionario” dirigido a los obispos de todo el mundo. La utilización mistificadora de sondeos y cuestionarios es notoria. La opinión pública cree que, dado que la mayor parte de las personas opta por una elección, ésta tiene que ser justa. Y los sondeos atribuyen a la mayor parte de las personas opiniones anteriormente predeterminadas por los manipuladores del consenso. El cuestionario querido por el Papa Francisco ha abordado los temas más candentes, desde la contracepción a la comunión a los divorciados, de las parejas de hecho a los matrimonios entre homosexuales, con un objetivo más orientativo que informativo.

  La primera respuesta publicada, el 3 de febrero, fue la de la Conferencia Episcopal alemana (“Il Regno Documenti”, 5 (2014), pp. 162-172) dada a conocer evidentemente para condicionar la preparación del Sínodo y, sobre todo, para ofrecer al Cardenal Kasper la base sociológica que precisaba para la relación al Consistorio que el Papa Francisco le había confiado. En efecto, lo que emergía era el rechazo de parte de los católicos alemanes “de las afirmaciones de la Iglesia sobre las relaciones sexuales prematrimoniales, la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar y el control de la natalidad” (p. 163). “ Las respuestas que las diócesis han enviado —continuaba el texto—dejan entrever cuánto es grande la distancia entre los bautizados y la doctrina oficial sobre todo en lo que concierne la convivencia prematrimonial, el control de la natalidad y la homosexualidad” (p. 172).

  Esta distancia no se presentaba como un alejamiento de los católicos del Magisterio de la Iglesia, sino como una incapacidad de la Iglesia para comprender y secundar el curso de los tiempos. En su relación al Consistorio del 20 de febrero, el Cardenal Kasper definirá tal distancia un “abismo”, que la Iglesia tendría que haber colmado adecuándose a la praxis de la inmoralidad.

  Según uno de los secuaces de Kasper, el sacerdote genovés Giovanni Cereti, conocido por un estudio tendencioso sobre el divorcio en la iglesia primitiva, el cuestionario habría sido promovido por el Papa Francisco para evitar que el debate se desarrollara “en habitaciones secretas” (“Il Regno-Attualità” 6 (3014), p. 158). Pero, si es verdad que el Papa ha querido que el debate se desarrollase de manera transparente, entonces no se comprende la decisión de mantener tanto el Consistorio extraordinario de febrero como el Sínodo de octubre a puertas cerradas. El único texto que se llegó a conocer, gracias al periódico “Il Foglio”, fue la relación del cardenal Kasper. Luego, sobre los trabajos, bajó el silencio.

  En su Diario del Concilio, el 10 de noviembre de 1962, el Padre Chenu anota esta frase de Don Giuseppe Dossetti, uno de los principales estrategas del frente progresista: “La batalla eficaz se juega en el procedimiento. Siempre he ganado por esta vía”. En las asambleas, el proceso decisorio no pertenece a la mayoría, sino a una minoría que controla el procedimiento. La democracia no existe en la sociedad política y menos aún en la religiosa. La democracia en la Iglesia, como ha observado el filósofo Marcel De Corte, es cesarismo eclesiástico, el peor de todos los regímenes. En el actual proceso sinodal, el clima de pesada censura que lo ha acompañado hasta hoy demuestra la existencia de este cesarismo eclesiástico.

  Los vaticanistas más atentos, como Sandro Magister y Marco Tosatti, han subrayado como, diferentemente de los Sínodos anteriores, en éste se ha prohibido a los padres sinodales intervenir. Recordando la distinción formulada por Benedicto XVI entre el Concilio Vaticano II “real” y el “virtual” que al primero se superpuso, Magister ha hablado de un “desdoblamiento entre sínodo real y sínodo virtual, este último construido por los medios de comunicación con la sistemática enfatización de las cosas más queridas por el espíritu del tiempo”. Pero hoy son los mismos textos del Sínodo los que se imponen con su fuerza demoledora, sin posibilidad de tergiversación por parte de los medios que hasta han manifestado su sorpresa por la potencia explosiva de la Relatio del Card. Erdö.

  Por supuesto que este documento no tiene ningún valor magisterial. Además es lícito dudar que refleje el pensamiento real de los padres sinodales. Pero, la Relatio prefigura la Relatio Synodi, el documento conclusivo de la asamblea de los obispos.
El verdadero problema que ahora se pone es el de la resistencia, anunciada en el libro Permanere nella Verità di Cristo (Permanecer en la Verdad de Cristo) de los cardenales Brandmüller, Burke, Caffarra, De Paolis y Müller (Cantagalli 2014 http://www.edizionicantagalli.com/cgi-bin/catalogo/index_catalogue.pl?type_simple_search=title&text_simple_search=Permanere+nella+verita%27+di+Cristo). En una entrevista con Alessandro Gnocchi publicada en “Il Foglio” del 14 de octubre, el Cardenal Burke afirma que eventuales cambiamientos de la doctrina o de la praxis de la Iglesia por parte del Papa serían inaceptables, “porque el Pontífice es el Vicario de Cristo en la tierra y por lo tanto el primer siervo de la verdad de la fe. Conociendo la enseñanza de Cristo, no veo cómo se pueda desviarse de esa enseñanza con una declaración doctrinal o con una praxis pastoral que ignoren la verdad”(http://www.riscossacristiana.it/la-fede-si-decide-ai-voti-il-cardinale-burke-contro-la-manipolazione-informativa-sul-sinodo-molto-netto-sul-resto-di-alessandro-gnocchi/).

  Los obispos y cardenales, y más aún los simples fieles, se encuentran ante un terrible drama de conciencia, más grave de aquel con el cual tuvieron que enfrentarse en el siglo XVI los mártires ingleses. En efecto, entonces se trataba de desobedecer a la suprema autoridad civil, el rey Enrique VIII, que por un divorcio abrió el cisma con la Iglesia romana, mientras que hoy día la resistencia debe oponerse a la suprema autoridad religiosa en el caso de que se desviara de la enseñanza perenne de la Iglesia.
Y quienes están llamados a desobedecer no son los católicos desobedientes o del disenso, sino justo los que más profundamente veneran la institución del Papado. Antaño, quien resistía era entregado al brazo secular, que lo condenaba a la decapitación o al descuartizamiento. El brazo secular contemporáneo aplica la lapidación moral, a través de la presión psicológica ejercida por los medios de comunicación de masas sobre la opinión pública.

  Muy a menudo, el resultado es la quiebra psicofísica de las víctimas, la crisis de identidad, la pérdida de la vocación y de la fe, a menos que no seamos capaces de ejercitar, con la ayuda de la gracia, la virtud heroica de la fortaleza. Resistir significa, en último término, reafirmar la coherencia integral de la propia vida con la Verdad inmutable de Jesucristo, dando la vuelta a la tesis de quien quisiera disolver la eternidad del Verbo en la precariedad de lo vivido.

Roberto de Mattei




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miércoles, 11 de junio de 2014

Motus in fine velocior – Por Roberto de Mattei


  El 11 de febrero de 2013 es una fecha que ya ha entrado en la historia. Aquel día, Benedicto XVI comunicó su decisión de renunciar al pontificado a una asamblea de cardenales atónitos. El anuncio fue recibido “como un rayo en un cielo sereno”, según las palabras dirigidas al Papa por el cardenal decano Angelo Sodano, y la imagen de un rayo que, ese mismo día, golpeó a la Basílica de San Pedro, se extendió por todo el mundo.

  La abdicación se produjo el 28 de febrero, pero antes Benedicto XVI anunció que quería permanecer en el Vaticano como Papa emérito, algo que nunca había sucedido antes y que era más sorprendente que la renuncia al pontificado. En el mes transcurrido entre el anuncio de la abdicación y el cónclave, abierto el 12 de marzo, fue preparada la elección del nuevo Pontífice para que apareciera ante el mundo como algo inesperado. Más que la identidad del elegido, el argentino Jorge Mario Bergolio, sorprendió el inédito nombre elegido por él, Francisco, como para querer representar algo único (unicum), e impresionó su primer discurso en cual, después de un coloquial “buonasera”, se presentó como “obispo de Roma”, un título que corresponde al Papa, pero sólo después del de Vicario de Cristo y sucesor de Pedro, que constituyen su presupuesto.

  La fotografía de los dos Papas que rezaban juntos el 23 de marzo en Castelgandolfo, ofreciendo la imagen de una inédita “diarquía” pontificia, aumentó la confusión de aquellos días. Pero era sólo el comienzo. Después, viene la entrevista en el vuelo de regreso de Río de Janeiro, el 28 de julio de 2013, con las palabras “¿quién soy yo para juzgar?” destinadas a ser utilizadas para justificar toda transgresión. Siguieron las entrevistas del Papa Francisco al director de la “Civiltà Cattolica” en septiembre y otra al fundador del diario “La Repubblica”, en octubre, que tuvieron un impacto en los medios de masas mayor que su primera encíclica Lumen fidei. Se dice que no eran actos de magisterio, pero todo lo que ha sucedido en la Iglesia a partir de ese momento se deriva, sobre todo, de esas entrevistas que tuvieron un carácter magisterial, de hecho, si no en cuestión de principios.

  El encuentro entre el cardenal Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Fe, y el cardenal arzobispo de Tegucigalpa, Oscar Rodríguez Maradiaga, coordinador de los consejeros de las reformas del Papa Francisco, ha llevado la confusión hasta el extremo. La doctrina tradicional, según Maradiaga, no es suficiente para ofrecer “respuestas para el mundo de hoy”. Va a ser mantenida, pero existen “desafíos pastorales” concretos de estos tiempos a los que no se puede responder “con el autoritarismo y el moralismo”, porque esto “no es la nueva evangelización”.

  A las declaraciones del cardenal Maradiaga siguieron los resultados de la encuesta sobre los desafíos de la pastoral familiar promovida por el Papa para el Sínodo de los Obispos de 5-19 de octubre. El SIR [*] (Servizio di Informazione Religiosa) ha publicado un resumen de las primeras respuestas que han llegado de Europa Central. Para los obispos belgas, suizos, luxemburgueses y alemanes, la fe católica es demasiado rígida y no corresponde a las exigencias de los fieles. La Iglesia debería aceptar la convivencia pre-matrimonial, reconocer el matrimonio homosexual y las uniones de hecho, admitir el control de la natalidad y la contraconcepción, bendecir las segundos nupcias de los divorciados y permitirles recibir los sacramentos. Si este es el camino que se quiere tomar, es el momento de decir que se trata de un camino que conduce al cisma y la herejía, porque se negaría la fe divina y natural, que en sus mandamientos no sólo afirma la indisolubilidad del matrimonio, sino que también prohíbe los actos sexuales fuera del matrimonio, y más aún si están en contra de la naturaleza. La Iglesia acoge a todos los que se arrepienten de sus propios errores y pecados y que se proponen salir de la situación de desorden moral en que se encuentran, pero de ninguna manera puede justificar la condición de pecador. De nada serviría afirmar que el cambio sólo afectaría la praxis pastoral y no a la doctrina. Si entre la doctrina y la práctica falta la correspondencia, esto quiere decir que es la praxis la que se hace doctrina, como, por otra parte, ya ha venido sucediendo, desgraciadamente, desde el Concilio Vaticano II en adelante.

  ¿Debe la Iglesia dar respuestas nuevas y “al ritmo de los tiempos “? Muy diferente se comportaron los grandes reformadores de la historia de la Iglesia, como San Pedro Damián y San Gregorio Magno que, en el siglo XI, hubieran debido legitimar la simonía y nicolaísmo de los sacerdotes, a fin de no hacer extraña a la Iglesia a la realidad de su tiempo, y, en cambio, denunciaron estas heridas con palabras de fuego, promoviendo la reforma de las costumbres y la restauración de la recta doctrina.

  Es el espíritu intransigente y sin concesiones de los santos el que hoy está dramáticamente ausente. Es urgente una acies ordinata, un ejército en orden de combate que, empuñando las armas del Evangelio, anuncie una palabra de vida al mundo moderno que muere, en lugar de abrazar su cadáver. Los jesuitas ofrecieron, entre el Concilio de Trento y la Revolución Francesa, este núcleo de combatientes a la Iglesia. Hoy sufren la decadencia de todas las órdenes religiosas y si, entre éstas, una se presenta rica en promesas, se suprime inexplicablemente. El caso de los Franciscanos de la Inmaculada, que estalló a partir de julio, ha sacado a la luz una contradicción evidente entre las continuas invitaciones del Papa Francisco a la misericordia, y el bastón entregado al comisario, Fidenzio Volpi, para aniquilar uno de los pocos institutos religiosos hoy florecientes.

  La paradoja no termina ahí. Nunca como en el primer año del pontificado de Francisco ha renunciado la Iglesia a uno de sus atributos divinos, el de la justicia, para presentarse ante el mundo como misericordiosa y bendecidora, pero nunca como en este año la Iglesia ha sido objeto de ataques violentos por parte del mundo hacia el que extiende su mano.

  El matrimonio homosexual, reivindicado por todas las grandes organizaciones internacionales y por la casi totalidad de los gobiernos occidentales, contradice frontalmente, no sólo la fe de la Iglesia, sino la misma ley natural y divina, que está escrita en el corazón de cada hombre. Las grandes movilizaciones de masas que tuvieron lugar sobre todo en Francia con el Manif pour tous ¿Qué son sino la reacción de la conciencia de un pueblo ante una legislación que es a la vez injusta y contra la naturaleza? Pero los grupos de presión inmorales no están satisfechos con esto. Lo que les importa no es la afirmación de los supuestos derechos de los homosexuales, tanto como la negación de los derechos humanos de los cristianos. Christianos esse non licet: el grito blasfemo que fue de Nerón y de Voltaire, resuena en el mundo de hoy, mientras que Jorge Mario Bergoglio es elegido por las revistas mundanas como hombre del año.

  Los acontecimientos se suceden con mayor rapidez. La sentencia latina motus in fine velocior se utiliza comúnmente para indicar el paso más rápido del tiempo al final de un período histórico. La multiplicación de los eventos acorta, de hecho, el transcurso del tiempo, que en sí mismo no existe fuera de las cosas que fluyen. El tiempo, dice Aristóteles, es la medida del movimiento (Física, IV, 219b). Pero precisamente lo definimos como la duración de las cosas mutables. Dios es eterno, precisamente porque Él es inmutable: cada momento tiene su causa en Él, pero nada en Él cambia. Cuanto más se aleja de Dios, más crece el caos, producido por el cambio.

  El 11 de febrero marcó el comienzo de una aceleración del tiempo que es la consecuencia de un movimiento que se está haciendo vertiginoso. Estamos viviendo un momento histórico que no es necesariamente el final de los tiempos, pero es ciertamente el ocaso de una civilización y el final de una época en la vida de la Iglesia. Si al cerrarse esta época, el clero y los laicos católicos no toman su responsabilidad muy en serio, se realizará inevitablemente el destino que la vidente de Fátima vio ante sus propios ojos:

“Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: ‘algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él’. A un Obispo vestido de Blanco: ‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.

  La visión dramática de 13 de mayo debería ser más que suficiente para movernos a meditar, orar y actuar. La ciudad está ya en ruinas, y los soldados enemigos están a las puertas. El que ama a la Iglesia que la defienda, para acelerar el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

[*] Agencia de noticias de la Conferencia Episcopal Italiana


Original en Corrispondenza Romana traducido por Tradición Digital.




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jueves, 1 de mayo de 2014

Sobre las últimas canonizaciones – Por el Prof. Roberto De Mattei

  La revista americana Catholic Family News le realizó una entrevista al Prof. Roberto de Mattei acerca de las canonizaciones que se llevaron a cabo el día de ayer en el Vaticano. Aquí va una traducción.

  Si bien es un tema que hemos tratado anteriormente en este blog, las respuestas del entrevistado son muy claras y vale la pena leer el reportaje porque esclarece la situación en muchos sentidos.

  Es oportuno aclarar, para quienes no lo conocen, que De Mattei es un historiador italiano, ampliamente reconocido en los ámbitos científicos extra-eclesiales. De hecho, durante varios años fue director del equivalente italiano al Conicet.


  Profesor de Mattei, las inminentes canonizaciones de Juan XXIII y de Juan Pablo segundo suscitan, por varios motivos, dudas y perplejidades. ¿Cómo católico y como historiador, cuál es su juicio?
 
  Puedo expresar una opinión personal, sin pretensiones de resolver un problema que se presenta complejo. En líneas generales, estoy perplejo por la facilidad con la cual en los últimos años se llevan a cabo y se concluyen los procesos de canonización. El Concilio Vaticano I definió el primado de jurisdicción el Papa y la infalibilidad de su Magisterio, con determinadas condiciones, pero no ciertamente la impecabilidad personal de los Soberanos Pontífices. En la historia de la Iglesia hubo buenos y malos papas y es reducido el número de quienes fueron elevados a los altares. Y hoy parece que al principio de infalibilidad del Papa se lo quiere sustituir por el principio de su impecabilidad. A todos los Papas, o mejor dicho a los últimos, a partir del Concilio Vaticano II, se los presenta como a santos. Por cierto no es casualidad que las canonizaciones de Juan XXIII y de Juan Pablo II hayan postergado o dejado atrás la canonización de Pío IX y la beatificación de Pío XII, mientras avanza el proceso de Pablo VI. Casi parece que una aureola de santidad debiese envolver la era del Concilio y del postconcilio, para “infalibilizar” una época histórica que ha afirmado el primado de la praxis pastoral sobre la doctrina.


¿Usted opina entonces que los últimos Papas no han sido santos?

  Permítame expresarme sobre un Papa al que como historiador lo conozco bien: Juan XXIII. Habiendo estudiado el Vaticano II, profundicé en su biografía y he consultado las actas del proceso de su beatificación. Cuando la Iglesia canoniza un fiel no quiere solamente asegurar que el difunto está la gloria del cielo, sino que lo propone como modelo de virtudes heroicas. Según los casos, se tratará de un perfecto religioso, párroco, padre de familia, etc. En el caso de un Papa, para ser considerado santo debe haber ejercitado las virtudes heroicas en el cumplimiento de su misión como pontífice, como fue, por ejemplo, para San Pío V o San Pío X. Y bien, en lo que se refiere a Juan XXIII, alimento la meditada convicción de que su pontificado ha representado un daño objetivo a la Iglesia y que es imposible encontrar santidad en él. Antes que yo lo afirmaba el dominico Innocenzo Colosio, uno de los mayores historiadores de la espiritualidad en los tiempos modernos, en un célebre artículo aparecido en la Rivista de Ascetica e Mistica.


  Si, como usted piensa, Juan XXIII no fue un Santo Pontífice y si como parece las canonizaciones son un acto infalible, nos encontramos frente a una contradicción. ¿No hay riesgo de caer en el sedevacantismo?

  Los sedevacantistas atribuyen un carácter hipertrófico a la infalibilidad Pontificia. Su razonamiento es elemental: si el Papa es infalible y hace algo malo, la sede está vacante. La realidad es mucho más compleja y es errada la premisa según la cual cada acto del Papa es infalible. En realidad, si las próximas canonizaciones plantean problemas, el sedevacantismo plantea problemas de conciencia mucho mayores.


  Sin embargo, la mayoría de los teólogos, y sobre todo los más seguros, los de la “Escuela Romana”, afirman que las canonizaciones son infalibles.

  La infalibilidad de las canonizaciones no es un dogma de fe y esta es la opinión de la mayoría de los teólogos, sobre todo después de Benedicto XIV, que la expresó además como doctor privado y no como soberano pontífice. En lo que atañe a la “Escuela Romana”, el máximo exponente viviente es monseñor Brunero Gherardini, quien ha expresado en la revista Divinitas todas sus dudas sobre la infalibilidad de las canonizaciones. Conozco en Roma distintos teólogos y canonistas discípulos de otro ilustre representante de la misma escuela, monseñor Antonio Piolanti, que tienen las mismas dudas de monseñor Gherardini. Ellos opinan que las canonizaciones no entran en las condiciones requeridas por el concilio Vaticano I para garantizar la infalibilidad de un acto pontificio. La sentencia de la canonización no es en sí misma infalible, porque faltan las condiciones de la infalibilidad, empezando por el hecho de que la canonización no tiene por objeto directo explícito una verdad de fe o de moral contenido en la Revelación, sino solamente un hecho indirectamente ligado con el dogma, sin ser propiamente un “hecho dogmático”. El campo de la fe y de la moral es vasto porque abarca toda la doctrina cristiana especulativa y práctica, el creer y el obrar humano, pero una precisión es necesaria. Una definición dogmática no puede jamás implicar la definición de una nueva doctrina en materia de fe o de moral. El Papa sólo puede explicitar en lo que es implícito en materia de fe y de moral y es transmitido por la tradición de la Iglesia. Lo que los Papas definen debe estar contenido en la Escritura y en la Tradición y esto es lo que asegura la infalibilidad del acto. Esto no es ciertamente el caso de las canonizaciones. Por cierto, ni los Códigos de Derecho Canónico de 1917 y de 1983, ni en los catecismos, antiguos y nuevos, exponen la doctrina de la Iglesia sobre canonizaciones. Sobre el tema, además del citado estudio de monseñor Gherardini, hay un óptimo artículo de José Antonio Ureta en el número de marzo 2014 en la revista Catolicismo.


  ¿Usted opina que las canonizaciones han perdido su carácter infalible, como consecuencia del cambio querido por Juan Pablo en 1983 en el proceso de canonizaciones?

  Esta tesis es sostenida en el Courrier de Rome por un excelente teólogo, el padre Jean-Michel Gleize. Por otra parte, el padre Low, en la voz “Canonizaciones” de la Enciclopedia Cattolica, fundamenta la tesis de la infalibilidad en la existencia de un poderoso complejo de investigaciones y verificaciones, seguido por dos milagros, que preceden a la canonización. No hay dudas de que después de la reforma del procedimiento querida por Juan Pablo II, este proceso de verificación de la verdad es mucho más frágil y que ha sido un cambio en el mismo concepto de santidad. No obstante, el argumento no me parece decisivo porque el procedimiento de las canonizaciones fue modificado a través de la historia. Por ejemplo, cuando un siervo de Dios es declarado santo por la fuerza de una veneración secular. Es el caso de la proclamación de la santidad de Ulrico de Augsburgo, hecha por Juan XV en el 993, que es considerada como la primera canonización pontificia en la historia y fue proclamada sin ninguna investigación por parte de la Santa Sede. El proceso de investigación profundizada se remonta sobre todo a Benedicto XIV: a él se debe, por ejemplo, la distinción entre canonización formal según todas las reglas canónicas y canonización equivalente, cuando un siervo de Dios es declarado santo por la fuerza de una veneración secular. La Iglesia no exige un acto formal y solemne de beatificación para calificar un santo.

  Santa Hildegarda de Bingen recibió culto de santa y el Papa Gregorio IX, desde 1233, inició una investigación para la canonización. No obstante, nunca hubo canonización formal, ni siquiera Santa Catalina de Suecia, hija de Santa Brígida fue canonizada. Su proceso se desarrolló entre 1446 y1489, pero nunca se terminó y fue venerada como Santa sin siquiera estar canonizada.


  ¿Qué piensa usted de la tesis de Santo Tomás, también expuesta en el artículo “canonizaciones” del Dictionnaire de Théologie catholique, según la cual si el Papa no fuese infalible en una declaración solemne se engañaría asimismo y a la Iglesia?

  Es preciso disipar primeramente un equívoco semántico: un acto no infalible no es un acto equivocado que necesariamente engaña, sino un acto sometido a la posibilidad del error. De hecho, este error podría ser rarísimo o nunca sucedido. Santo Tomás, siempre equilibrado en sus juicios, no es un “infalibilista” a ultranza. Como está justamente preocupado por salvaguardar la infalibilidad de la Iglesia, lo hace con un argumento de razón teológica, a contrario. Su argumento puede ser recibido en sentido lato, pero admitiendo la posibilidad de excepciones. Estoy de acuerdo con él sobre el hecho de que la Iglesia, en su conjunto, no puede errar cuando canoniza. Pero esto no significa que cada acto de Iglesia sea en sí mismo infalible, como tampoco lo es en sí mismo infalible el acto de canonización. El asentimiento que se brinda a los actos de canonización es de fe eclesiástica, no divina. Esto significa que el fiel cree porque acepta el principio según el cual la Iglesia normalmente no se equivoca. La excepción no cancela la regla. Un acreditado teólogo alemán, Bernhard Bartmann, en su Manual de Teología dogmática (1962), compara el culto rendido a un falso santo con el homenaje rendido al falso embajador de un rey. El error no quita el principio según el cual el rey tiene verdaderos embajadores y la Iglesia canoniza a verdaderos santos.


  ¿En qué sentido entonces se puede hablar de infalibilidad de la Iglesia en las canonizaciones?

  Estoy convencido de que sería un grave error reducir la infalibilidad de la Iglesia al magisterio extraordinario del Romano Pontífice. La Iglesia no es infalible solamente cuando enseña de manera extraordinaria, sino también en su Magisterio ordinario. Pero así como existen condiciones de infalibilidad para el magisterio extraordinario existen condiciones de infalibilidad para el magisterio ordinario. Y la primera de ellas es su universalidad, que se verifica cuando una verdad de fe o de moral, es enseñada de manera constante a través del tiempo. El magisterio puede enseñar infaliblemente una doctrina con un acto definitorio del Papa o con un acto no definitorio del Magisterio ordinario, a condición de que esta doctrina haya sido constantemente conservada y mantenida por la Tradición, y haya sido trasmitida por el Magisterio ordinario y universal. La constitución Ad tuendam fidem de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 18 mayo de 1998 (n.2) lo confirma. Por analogía, se podía sostener que la Iglesia no puede equivocarse cuando confirma constantemente en el tiempo verdades conexas a la fe, hechos dogmáticos, usos litúrgicos. También las canonizaciones pueden entrar en este grupo de verdades conexas. Se puede estar seguro de que santa Hildegarda de Bingen está en la gloria de los altares y puede ser propuesta como modelo, no porque haya sido solemnemente canonizada por un Papa, porque en su caso nunca existió una canonización , sino porque la Iglesia reconoció su culto, sin interrupción, desde su muerte. Con mayor razón, para los santos que tuvieron canonización formal, como San Francisco o Santo Domingo, la certeza infalible de su gloria nace del culto universal, en sentido diacrónico, que la Iglesia les ha tributado y no de la sentencia de canonización en sí misma. La Iglesia no engaña en su magisterio universal, pero se puede admitir un error de las autoridades eclesiásticas circunscrito en el tiempo y el espacio.


  ¿Quiere usted resumir su posición?

  La canonización de Juan XXIII es un acto solemne del Soberano Pontífice, que proviene de la suprema autoridad de la Iglesia y que debe ser recibida con el debido respeto, pero no es una sentencia en sí misma infalible. Para usar un lenguaje teológico, no es una doctrina de tenenda fidei, sino de pietate fidei. No siendo la canonización un dogma de fe, no existe para los católicos una obligación positiva de prestar asentimiento. El ejercicio de la razón, respaldado por un riguroso reconocimiento de los hechos, demuestra con toda evidencia que el pontificado de Juan XXIII no ha sido beneficioso para la Iglesia. Si se debiese admitir que el Papa Roncalli ha ejercido de modo heroico las virtudes, cumpliendo su rol de Pontífice, se minarían las bases de los presupuestos racionales de mi fe. En la duda me atengo al dogma de fe establecido por el Concilio Vaticano I, según el cual no puede existir contradicción entre la fe y la razón. La fe sobrepasa la razón y la eleva, pero no la contradice, porque Dios, verdad por esencia, no es contradictorio. En conciencia, mantengo todas mi reservas sobre este acto de canonización.





Nacionalismo Católico San Juan Bautista

miércoles, 19 de febrero de 2014

El grave caso del Profesor Roberto de Mattei - Por Mario Caponnetto


UNA ANTICIPACIÓN DE CABILDO nº 107


  El nº 107 de la revista Cabildo saldrá a la calle aproximadamente en unos 10 días. Habiéndonos enterado por él de la existencia de una nota que saldría en dicho número, y que reviste interés para nosotros, le hemos pedido autorización para publicarla a modo de anticipo. Aquí va:


SOLIDARIDAD CON EL PROFESOR ROBERTO DE MATTEI

            El artículo que leeremos a continuación no necesita introducciones ni agregados. Todo lo explica y lo aclara con nitidez. Si me permito estas líneas preliminares es por un triple motivo.

            El primero, una deuda de gratitud pesonal hacia el ilustre Profesor De Mattei. En efecto, a pesar de no conocernos, él ha tenido la deferencia de citar mi libro “La Iglesia traicionada” en la que entiendo es su última y valiosa obra, Vicario di Cristo. I primato di Pietro tra normalitá ed eccezione, Verona, Fede & Cultura, 1983. Este libro mío, en el que desenmascaro con dolor los múltiples y funestos desvaríos del Cardenal Bergoglio, ha tomado –para mí, al menos- un trágico carácter anticipatorio. Silenciado en mi patria, y aún “castigado” por haberlo escrito, y hasta convertido en ocasión de prudentes tomas de distancia de algunos supuestos amigos, ha sido un extranjero el que ha tenido la bondad de recordar su existencia, desde el centro mismo de la  Cristiandad, Italia.

            El segundo motivo por el que interfiero con estas líneas previas es porque el gesto valeroso del Prof. Di Mattei – por el que fue expulsado de Radio María, como bien se explica en la nota que continúa estos párrafos- no puede quedar sin una solidaridad manifiesta, sin un apoyo explícito, sin un abrazo, siquiera en la lejanía, que contenga todo el aliento y toda la admiración que se le debe a quien se convierte en testigo de la Verdad. Bienaventurados los que son perseguidos por causa de su fidelidad a la Cruz; y desdichados aquellos –ostenten las jerarquias que ostentaren- que deambulan de traición en traición y de heterodoxia en heterodoxia.

            Al fin, entiendo que el tercer motivo para intervenir como anfitrión de esta valiosa y entrañable nota fraterna, es para alentar a los débiles, que son muchos, a los pusilánimes que abundan, a los cómodos distraidos que acrecen y a los aquiescentes que sabiendo todo,callan, a que consideren seriamente la posibilidad de hablar sí,sí;no,no, en esta hora trágica para el Papado y, por ende, para la Iglesia:Nuestra Santa Madre.

                                                                      Antonio Caponnetto

                                                                           ººººººººººººº
El grave caso del Profesor Roberto de Mattei
 Por Mario Caponnetto

Roberto de Mattei es, sin lugar a dudas, uno de los más lúcidos y brillantes intelectuales católicos italianos. Especializado en historia, catedrático de vasta trayectoria académica en diversas universidades europeas, no ha descuidado el ejercicio del periodismo en el que vierte con regularidad sus acertadas reflexiones acerca de los acontecimientos del mundo y de la Iglesia, reflexiones signadas siempre por un profundo sensus fidei. Es así que hasta el pasado 13 de febrero, de Mattei estaba a cargo de un programa radial mensual, Radici Cristiane, emitido por Radio María, en Italia. Pues bien, he aquí que desde la mencionada fecha los oyentes italianos se ven privados de oír la voz del Profesor de Mattei porque, sencillamente, el Director de Radio María, el sacerdote Livio Fanzaga suprimió el programa y removió a su conductor. ¿La causa de tan grave medida? Un artículo publicado por de Mattei, en su portal Corrispondenza Romana, el 12 de febrero pasado bajo el título Motus in fine velocior. Según Fanzaga, de Mattei, en el mencionado artículo, habría acentuado “su posición crítica respecto del Pontificado del Papa Francisco”. “Estoy muy disgustado -prosigue Fanzaga en la carta personal enviada al Profesor- y hubiera deseado que Usted pusiese su gran preparación cultural al servicio del Sucesor de Pedro. Usted comprende, querido Profesor, que su posición es incompatible con la presencia en Radio María la que, en sus principios guías, prevé la adhesión no sólo al Magisterio de la Iglesia sino, además, el apoyo a la acción pastoral del Sumo Pontífice”. Añade, enseguida, que “por deber de conciencia debo suspender la transmisión mensual, en tanto le agradezco también en nombre de los oyentes por el empeño puesto, a título voluntario, en la búsqueda de las raíces cristianas de Europa”.

Sorprende la extrema gravedad de las razones aducidas por el sacerdote Fanzaga. ¿Qué puede, en efecto, ser más grave para un intelectual católico que ser removido de una actividad apostólica nada menos que por su falta de fidelidad al Sucesor de Pedro? Pero, ¿es así?

De la lectura del mencionado artículo (y la de otros textos de de Mattei que hemos tenido ocasión de leer) no surge en absoluto el menor indicio que pueda dar sustento a las razones de Fanzaga. De Mattei es un laico católico que en uso de la legítima libertad de los hijos de Dios ha tenido el coraje y la lucidez de expresar sus graves preocupaciones por la situación actual de la Iglesia particularmente a partir de la desgraciada renuncia de Benedicto XVI de la que se ha cumplido un año en estos días.

En el artículo cuestionado, de Mattei en ningún momento ofende la figura del Santo Padre ni emite juicio alguno que pueda computarse como una falta de fidelidad a la Cátedra de Pedro. Por el contario, desde una fe acendrada e ilustrada, alerta acerca de ciertas tendencias y prácticas supuestamente pastorales -muy presentes y activas a partir de la elección del Papa reinante- que podrían, de hecho al menos, ponernos al borde del cisma y aún de la herejía. Se refiere, particularmente, a los más que visibles intentos de ciertos sectores eclesiales en orden a permitir la comunión a los divorciados y de “flexibilizar” la moral católica (básicamente en temas de moral sexual y familiar) considerada como “rígida” y “desactualizada”. Son esos sectores lo que promueven una “adaptación” de la Iglesia a la sociedad contemporánea que, de llevarse a cabo, significaría, lisa y llanamente, la destrucción de la Fe. Subraya, también, de Mattei la paradoja de que mientras Cristo y la Iglesia son el blanco de una feroz persecución por parte del mundo actual, especialmente en una Europa descristianizada y apóstata, ese mismo mundo rinde homenaje al Papa Bergoglio y lo proclama “el hombre del año”. Todo esto en un proceso de franca aceleración de los tiempos a la que alude, precisamente, el título de la nota. Lo dramáticamente ausente hoy, concluye de Mattei, “es el espíritu intransigente y sin compromiso de los santos”. Por eso, “urge una acies ordinata, una armada pronta a entrar en batalla que empuñando las armas del Evangelio anuncie una palabra de vida al mundo moderno que muere, en vez de abrazarse al cadáver”.

Nada, pues, que roce ni de lejos la fidelidad y la lealtad al Papado. Tal como lo expresa el mismo de Mattei en su respuesta a Fanzaga, “La devoción al Papado constituye parte esencial de mi vida espiritual. Pero la doctrina católica nos enseña que el Papa es infalible sólo en determinadas condiciones y que puede cometer errores, por ejemplo, en el campo de la política eclesiástica, de las opciones estratégicas, de la acción pastoral y hasta del magisterio ordinario. En este caso no es un pecado sino un deber de conciencia para un católico remarcarlo siempre que lo haga con todo el respeto y el amor que se debe al Sumo Pontífice. Así hicieron los santos que deben ser nuestros modelos de vida”.

Ante estas razones tan exactas y ponderadas, el Director Fanzaga responde, a su vez, con estas extrañas palabras: “Agradezco su respuesta. Su artículo me fue señalado por algún oyente que lo sigue. Ciertas decisiones se toman con sufrimiento. Es mi firme convicción que la Iglesia pueda salir de su actual tribulación siguiendo a la Virgen y al Papa. Como nos enseña Benedicto XVI, esta es más que nunca la hora de la oración”.

Resulta poco creíble  que la sola advertencia de algún oyente haya interpelado la sensible conciencia del padre Fanzaga obligándolo, no sin gran sufrimiento, a adoptar decisión tan extrema. Más bien es lícito sospechar que se trató, en realidad, de alguna presión, o una orden, de “lo alto” y que el bueno de Fanzaga no tuvo más alternativa que ejercer el triste papel de verdugo. También sorprende que Fanzaga admita que la Iglesia se ve hoy envuelta en tribulaciones de las que sólo puede salir con el auxilio de María y la guía del Papa. Pero, ¿no son, acaso, esas mismas tribulaciones actuales de la Iglesia las que desvelan y preocupan al Profesor de Mattei? ¿No es el honor y el triunfo del Corazón Inmaculado de María la cifra de su esperanza como taxativamente lo enuncia en el cierre de su cuestionado artículo? ¿No es al Papa, en última instancia, a su autoridad magisterial, a las que sirve con total fidelidad y lealtad que no es, precisamente, la cómoda obsecuencia de quienes no ven o no quieren ver que vivimos una hora de tribulación? ¿Qué es lo que, en definitiva, molesta? ¿Acaso el sí, sí, no, no del Evangelio?

Lo que fastidia, lo que no se tolera, es la vox clamantis in deserto que movida por la Fe advierte, amonesta, denuncia, exhorta, señalando con ponderación y respeto lo que ya no es posible disimular ni soslayar. No se tolera a quien se alza en defensa de la Fe recibida y que ha de ser custodiada sin mancilla hasta el fin de los tiempos. Se aplaude, en cambio, y se alienta, no sólo la insoportable imbecilidad de quienes proclaman imaginarias primaveras de la Iglesia sino, y esto es más grave, la cháchara anacrónica de los modernistas, las gastadas fórmulas de los “teólogos de la liberación” salidos como espectros de los sepulcros postconciliares, la retórica marxistoide de las comunidades eclesiales de base bendecidas desde Roma… Todo se tolera mientras se acompañe de alguna adecuada dosis de obsecuencia, que no de obsequio, al Papa.

El episodio del Profesor de Mattei es grave y repudiable. No es el único, ciertamente, sino que se suma a otros similares y revela  una vez más, que en la Iglesia de hoy los únicos reducidos al silencio son quienes defienden la Fe; los únicos, además que, permanecerán, fieles y obedientes,  junto al Santo Padre cuando el mundo que ahora lo adula y alaba acabe por abandonarlo. Pusillus grex.


Es esta, más que nunca, la hora de la oración, escribe el Padre Fanzaga. De acuerdo. Pero es también la hora de defender la Fe amenazada y de respetar la legítima libertad de aquellos que, como el Profesor de Mattei, tienen no sólo la capacidad intelectual sino también la incuestionable autoridad moral para hacerlo.

Nacionalismo Católico San Juan Bautista

domingo, 16 de febrero de 2014

Francisco adelanta los acontecimientos profetizados - Por Roberto de Mattei

 Motus in fine velocior - Roberto de Mattei

  El 11 de febrero de 2013 es una fecha que ya ha entrado en la historia. Aquel día, Benedicto XVI comunicó su decisión de renunciar al pontificado a una asamblea de cardenales atónitos. El anuncio fue recibido “como un rayo en un cielo sereno”, según las palabras dirigidas al Papa por el cardenal decano Angelo Sodano, y la imagen de un rayo que, ese mismo día, golpeó a la Basílica de San Pedro, se extendió por todo el mundo.

  La abdicación se produjo el 28 de febrero, pero antes Benedicto XVI anunció que quería permanecer en el Vaticano como Papa emérito, algo que nunca había sucedido antes y que era más sorprendente que la renuncia al pontificado. En el mes transcurrido entre el anuncio de la abdicación y el cónclave, abierto el 12 de marzo, fue preparada la elección del nuevo Pontífice para que apareciera ante el mundo como algo inesperado. Más que la identidad del elegido, el argentino Jorge Mario Bergolio, sorprendió el inédito nombre elegido por él, Francisco, como para querer representar algo único (unicum), e impresionó su primer discurso en cual, después de un coloquial “buonasera”, se presentó como “obispo de Roma”, un título que corresponde al Papa, pero sólo después del de Vicario de Cristo y sucesor de Pedro, que constituyen su presupuesto.

  La fotografía de los dos Papas que rezaban juntos el 23 de marzo en Castelgandolfo, ofreciendo la imagen de una inédita “diarquía” pontificia, aumentó la confusión de aquellos días. Pero era sólo el comienzo. Después, viene la entrevista en el vuelo de regreso de Río de Janeiro, el 28 de julio de 2013, con las palabras “¿quién soy yo para juzgar?” destinadas a ser utilizadas para justificar toda transgresión. Siguieron las entrevistas del Papa Francisco al director de la “Civiltà Cattolica” en septiembre y otra al fundador del diario “La Repubblica”, en octubre, que tuvieron un impacto en los medios de masas mayor que su primera encíclica Lumen fidei. Se dice que no eran actos de magisterio, pero todo lo que ha sucedido en la Iglesia a partir de ese momento se deriva , sobre todo, de esas entrevistas que tuvieron un carácter magisterial, de hecho, si no en cuestión de principios.

  El encuentro entre el cardenal Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Fe, y el cardenal arzobispo de Tegucigalpa, Oscar Rodríguez Maradiaga, coordinador de los consejeros de las reformas del Papa Francisco, ha llevado la confusión hasta el extremo. La doctrina tradicional, según Maradiaga, no es suficiente para ofrecer “respuestas para el mundo de hoy”. Va a ser mantenida, pero existen “desafíos pastorales” concretos de estos tiempos a los que no se puede responder “con el autoritarismo y el moralismo”, porque esto “no es la nueva evangelización”.

  A Las declaraciones del cardenal Maradiaga siguieron los resultados de la encuesta sobre los desafíos de la pastoral familiar promovida por el Papa para el Sínodo de los Obispos de 5-19 de octubre. El SIR [*] (Servizio di Informazione Religiosa) ha publicado un resumen de las primeras respuestas que han llegado de Europa Central. Para los obispos belgas, suizos, luxemburgueses y alemanes, la fe católica es demasiado rígida y no corresponde a las exigencias de los fieles. La Iglesia debería aceptar la convivencia pre-matrimonial, reconocer el matrimonio homosexual y las uniones de hecho, admitir el control de la natalidad y la contraconcepción, bendecir las segundos nupcias de los divorciados y permitirles recibir los sacramentos. Si este es el camino que se quiere tomar, es el momento de decir que se trata de un camino que conduce al cisma y la herejía, porque se negaría la fe divina y natural, que en sus mandamientos no sólo afirma la indisolubilidad del matrimonio, sino que también prohíbe los actos sexuales fuera del matrimonio, y más aún si están en contra de la naturaleza. La Iglesia acoge a todos los que se arrepienten de sus propios errores y pecados y que se proponen salir de la situación de desorden moral en que se encuentran, pero de ninguna manera puede justificar la condición de pecador. De nada serviría afirmar que el cambio sólo afectaría la praxis pastoral y no a la doctrina. Si entre la doctrina y la práctica falta la correspondencia, esto quiere decir que es la praxis la que se hace doctrina, como, por otra parte, ya ha venido sucediendo, desgraciadamente, desde el Concilio Vaticano II en adelanta.

  ¿Debe la Iglesia dar respuestas nuevas y “al ritmo de los tiempos “? Muy diferente se comportaron los grandes reformadores de la historia de la Iglesia, como San Pedro Damián y San Gregorio Magno que, en el siglo XI, hubieran debido legitimar la simonía y nicolaismo de los sacerdotes, a fin de no hacer extraña a la Iglesia a la realidad de su tiempo, y, en cambio, denunciaron estas heridas con palabras de fuego, promoviendo la reforma de las costumbres y la restauración de la recta doctrina.

  Es el espíritu intransigente y sin concesiones de los santos el que hoy está dramáticamente ausente. Es urgente una acies ordinata, un ejército en orden de combate que, empuñando las armas del Evangelio, aununcie una palabra de vida al mundo moderno que muere, en lugar de abrazar su cadáver. Los jesuitas ofrecieron, entre el Concilio de Trento y la Revolución Francesa, este núcleo de combatientes a la Iglesia. Hoy sufren la decadencia de todas las órdenes religiosas y si, entre éstas, una se presenta rica en promesas, se suprime inexplicablemente. El caso de los Franciscanos de la Inmaculada, que estalló a partir de julio, ha sacado a la luz una contradicción evidente entre las continuas invitaciones del Papa Francisco a la misericordia, y el bastón entregado al comisario, Fidenzio Volpi, para aniquilar uno de los pocos institutos religiosos hoy florecientes.

  La paradoja no termina ahí. Nunca como en el primer año del pontificado de Francisco ha renunciado la Iglesia a uno de sus atributos divinos, el de la justicia, para presentarse ante el mundo como misericordiosa y bendecidora, pero nunca como en este año la Iglesia ha sido objeto de ataques violentos por parte del mundo hacia el que extiende su mano.

  El matrimonio homosexual, reivindicado por todas las grandes organizaciones internacionales y por la casi totalidad de los gobiernos occidentales, contradice frontalmente, no sólo la fe de la Iglesia, sino la misma ley natural y divina, que está escrita en el corazón de cada hombre. Las grandes movilizaciones de masas que tuvieron lugar sobre todo en Francia con el Manif pour tous ¿Qué son sino la reacción de la conciencia de un pueblo ante una legislación que es a la vez injusta y contra la naturaleza? Pero los grupos de presión inmorales no están satisfechos con esto. Lo que les importa no es la afirmación de los supuestos derechos de los homosexuales, tanto como la negación de los derechos humanos de los cristianos. Christianos esse non licet: el grito blasfemo que fue de Nerón y de Voltaire, resuena en el mundo de hoy, mientras que Jorge Mario Bergoglio es elegido por las revistas mundanas como hombre del año.

  Los acontecimientos se suceden con mayor rapidez. La sentencia latina motus in fine velocior se utiliza comúnmente para indicar el paso más rápido del tiempo al final de un período histórico. La multiplicación de los eventos acorta, de hecho, el transcurso del tiempo, que en sí mismo no existe fuera de las cosas que fluyen. El tiempo, dice Aristóteles, es la medida del movimiento (Física, IV, 219b). Pero precisamente lo definimos como la duración de las cosas mutables. Dios es eterno, precisamente porque Él es inmutable: cada momento tiene su causa en Él, pero nada en Él cambia. Cuanto más se aleja de Dios, más crece el caos, producido por el cambio.

  El 11 de febrero marcó el comienzo de una aceleración del tiempo que es la consecuencia de un movimiento que se está haciendo vertiginoso. Estamos viviendo un momento histórico que no es necesariamente el final de los tiempos, pero es ciertamente el ocaso de una civilización y el final de una época en la vida de la Iglesia. Si al cerrarse esta época, el clero y los laicos católicos no toman su responsabilidad muy en serio, se realizará inevitablemente el destino que la vidente de Fátima vio ante sus propios ojos:

  “Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: ‘algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él’ a un Obispo vestido de Blanco ‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.

  La visión dramática de 13 de mayo debería ser más que suficiente para movernos a meditar, orar y actuar. La ciudad está ya en ruinas, y los soldados enemigos están a las puertas. El que ama a la Iglesia que la defienda, para acelerar el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

[*] Agencia de noticias de la Conferencia Episcopal Italiana

Original en Corrispondenza Romana traducido por Tradición Digital


  Nota de NCSJB: Es preciso conocer que Roberto de Mattei fue despedido de RadioMaría.it por "no apoyar la labor pastoral del Sumo Pontífice" (Aquí). Teniendo en cuenta que de la misma emisora hace un par de meses despidieron a los periodistas Alessandro Gnochi y Mario Palmaro por idénticas razones, podemos observar que cualquier tipo de crítica u observaciones a las ambigüedades de Bergoglio es silenciada inmediatamente, salvo que como Infocatolica o Aciprensa, se adapten a la nueva iglesia, que tratando de hacer las paces con el mundo no escatiman esfuerzos en acomodar la doctrina y hasta la moral de cristiana a las  supuestas "necesidades actuales del mundo".

Augusto Torchson

Agradecemos a nuestra amiga Maite C por acercarnos el articulo



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