San Juan Bautista

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viernes, 10 de octubre de 2025

DILEXI TE - Antonio Caponnetto

 

DILEXI TE

Algunas reflexiones sueltas

 

La conexión entre esta Exhortación Apostólica Dilexi te y Bergoglio se explicita directamente en el párrafo 3, cuando León XIV dice con toda claridad que el presente documento lo recibió de su antecesor “como herencia”, y que “me alegra hacerlo mío, añadiendo algunas reflexiones”. En principio entonces, no esperemos (ni hallaremos) nada  substancialmente diferente a la terrible mezcolanza doctrinal, cuando no confusión lisa y llana, a las que nos tuvo acostumbrado el porteño durante su pesadillesca gestión.

Procurando una difícil objetividad diremos que hay cuestiones que están plausiblemente tratadas, aunque la omisión de ciertos conceptos claves priva al lector –y al creyente- de una comprensión cabal.

-Se denuncian, por ejemplo –y lo formulamos como un elogio- los tremendos males que están causando la dictadura de la economía, la deificación del mercado, la moral del éxito, el afán de lucro, el uso egoista de la propiedad privada, el desprecio por el hombre doliente concreto, la prevalencia del bienestar monetario por encima del bien común. Es cierto que “hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral”; y que “el mundo moderno” se jacta de haber reducido la pobreza, pero mide la supuesta reducción “con criterios no comparables con la realidad actual” (& 13). De todo esto somos testigos y víctimas los argentinos.

Sin embargo se callan los siniestros responsables y culpables de esta situación: liberalismo, socialismo, populismo, calvinismo y judaísmo. No sólo no hay una palabra que los pronuncie, interpele, condene y denuncie, sino que el penoso interregno de Bergoglio fue de manifiesta acogida y beneplácito hacia estas lacras ideológicas y sus principales personeros, incluyendo los de estos lares. Se hizo campaña –y Roma la secundó- para sostener que “la Iglesia y el Estado son asuntos separados”. ¿Es posible que a esta misma Roma no le importe que hoy, Sinagoga y Estado sean asuntos tenebrosamente ensamblados? ¿El Estado no puede ser confesional si confiesa el catolicismo, pero ninguna “sana laicidad” se rasga las vestiduras si el Estado es un apéndice de Tel Aviv y asume como propios los principios “confesionales” de la Jabad Lubavitch? Se insiste ahora, en esta Exhortación, sobre el mal que causan “las estructuras de acumulación”(& 43). Bien dicho. ¿Nadie dirá además que las mismas están en manos de las finanzas hebreas y del capitalismo usurero que perpetran desmanes inmensos, en connivencia vil con cristianos renegados o exponentes de una burda marranía?

-No se podría decir que la Dilexi te, cuyo núcleo central es la pobreza y los pobres, traza sobre ambos tópicos una visión naturalista y sociologizante. Son varias las perspectivas del texto que parecen querer superar este reduccionismo, apuntalando una sobrenaturalización de la mirada. Es más, expresamente se dice, aunque no siempre se logra, que al

ocuparnos de este punto “no estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación”(& 5); y que la pobreza no debe ser para el creyente “una estrategia proselitista” (& 67). Se agrega incluso que, “en verdad, la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual” (& 114).

No obstante, el modo en que quedan presentados, por ejemplo, los Padres de la Iglesia o los grandes santos del Monacato (capítulo III) se presta a una sutil inversión de las predilecciones evangélicas y a una ruptura del orden jerárquico de los bienes. Siempre será legítimo, oportuno, veraz y necesario, recordar y celebrar el heroico cumplimiento de las obras de misericordia corporales que llevaron a cabo estos insignes santazos que cimentaron nuestra Tradición. Siempre será recomendable imitarlos en sus conductas oblativas hacia el prójimo, que alcanzaron cimas de caridad extraordinarias. Pero este tesoro fue el fruto de buscar primero el Reino de Dios y su justicia, de saber que la mejor parte era la de María, que sólo con una recia lex credendi y una sublime lex orandi, pueden fundar una lex vivendi teocéntrica y por eso mismo abierta ilimitadamente a la diaconía entre los más necesitados. Que la contemplación, en suma, tiene primacía sobre la acción; y que conlleva un alto costo la sustitución del <operatio sequitur esse> por el <esse constituitur operatione>. Apuntamos lo antedicho, porque una lectura sin prevenciones de la Dilexi te, puede llevar a los fieles a la idea de que la Patrística y el Monacato se inventaron, primero, para prestar un servicio social. Aquello no fue una misión asistencialista sino contemplativa,

evangelizadora y misionera. Ergo, pudo y supo cuidar a toda la creatura humana.

-Tampoco ayuda a comprender mejor las cosas, un inocultable regusto historicista que recorre implícitamente a la Exhortación. Cuando nos queremos acordar, al paso de las hojas y de los párrafos, la pobreza de Cristo es explicada con categorías sociológicas modernas; y así el Señor pasará a ser el primer migrante, refugiado, exiliado, excluido o periférico de la historia, perteneciente al gremio de los carpinteros, quienes “al no poseer tierras, eran considerados inferiores respecto a los campesinos” (& 20).

No ayuda en nada que –más allá ( y es lo primero) de estas sutilezas interpretativas, miradas con cierto desdén por ser más bien cosas de “los defensores de la ortodoxia”(& 98)- la Dilexi te manifieste su confianza para solucionar la pobreza en las directivas “de las Naciones Unidas” (& 10) o de “la Comunidad Europea”(&13), reductos logiados ambos, al servicio del Nuevo Orden Internacional. La convergencia con los postulados masónicos se deja ver con tristeza cuando se declara que el objetivo es “contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno”(& 75). Otrosí la funcionalidad a las izquierdas, cuando se apuesta a “los movimientos populares” (& 80 y ss), se insiste en llamar mártir a “san Oscar Romero” (& 89), se pone de ejemplo al Cardenal Lercaro (& 84), uno de los artífices de la destrucción litúrgica, o se sostiene sin rubores metafísicos que “trabajando nos hacemos más persona” (& 115).

La línea Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida, y por supuesto la centralidad monopolizante del Concilio Vaticano II, se hace patente reiteradamente en la Dilexi te. Son los hitos fundacionales de la Iglesia Conciliar, a la que ya sin tapujos suelen denominar de esa manera. La gran preocupación no es estar sordos a la Cátedra de la Cruz sino a los movimientos populares “Si los políticos y los profesionales no los escuchan, la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino” (& 81). Sería prudente que alguna vez, alguna testa mitrada comprendiera que el peligro no es que la democracia se atrofie, sino que la atrofia política se llama democracia.

-Una reflexión más, acaso breve y a vuelapluma, como las anteriores. A partir del párrafo 69, la Dilexi te, dibuja un cálido elogio de los grandes educadores católicos. Vale la pena demorarse en estos arquetipos de una genuina pedagogía cristiana, como San José de Calasanz. Entre otras cosas porque desmentido queda el reproche de Bergoglio: “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” (& 35). Esa Iglesia existió y existe. Los siglos no necesitaron del vecino de Plaza Flores para plantear tal solicitud, ni mucho menos para ejecutarla. Pero a propósito de este justo encomio a los pedagogos eximios llega el desbarre: “Por eso, la escuela católica, cuando es fiel a su nombre, se convierte en un espacio de inclusión, formación integral y promoción humana”(& 72). Otra vez el tributo a la semántica mundana,

revolucionaria y absurda. Otra vez el dislate arraigado en los cultores de ese naturalismo pedagógico que denunciara, entre otros, Pío XI. La escuela católica no es un espacio de inclusión y de promoción humana. Es el espacio de la contemplación, del descubrimiento, del amor y del servicio a la Verdad, el Bien y la Belleza.

Si valiera la pena, quedaría mucho por decir. Pero León XIV tiene que darse cuenta de que su misión no es asegurar la hermenéutica de la continuidad de la hermenéutica de la ruptura, especialiad de su predecesor, sino romper con un tajo el nudo gordiano de esta dialéctica atroz en la que se consume hoy la Esposa de Cristo. Tiene que darse cuenta de que lo que necesita la Iglesia no es un bendecidor de hielo sino un Vicario de Cristo; no un facilitador del ingreso y de la permanencia de la contranatura en el Templo, sino su erradicador a latigazos; no un sucesor de “Francisco” sino un custodio firmísimo de “la columna y el sostén de la Verdad (I Timoteo, 3,15). Rezamos confiados y esperanzados en que este milagro suceda.

 

Octubre 10, 2025.


                                                                  Antonio Caponnetto