San Juan Bautista

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miércoles, 20 de junio de 2018

La leyenda de la mentira y la verdad - Anónimo




Cuenta la leyenda… que un día Doña Verdad y Doña Mentira se cruzaron…


Buen día Doña Verdad…


Buen día Doña Mentira…


Hermoso día, dijo Doña Mentira…


Y entonces Doña Verdad se asomó para ver si era cierto… y lo era…


Aun más hermoso está el lago, dijo Doña Mentira… y la Verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la Verdad… y asintió…


Corrió la mentira hacia el agua y dijo:


El agua está aún más hermosa… nademos…


La verdad tocó el agua… con los dedos… entonces confió en la mentira…


Se sacaron las ropas y nadaron tranquilas…


Un rato después salió Doña Mentira y se vistió con la ropa de Doña Verdad… y se fue…


La Verdad incapaz de vestirse con la ropa de la Mentira… comenzó a caminar sin ropa… y todos se horrorizaban al verla…


Es así… como aun hoy la gente prefiere aceptar a la mentira disfrazada… y no a la Verdad desnuda…



Anonimo



Nacionalismo Católico San Juan Bautista


lunes, 11 de junio de 2018

El único pecado que queda - Mons. Williamson




     “El único pecado que queda es el PECADO NAZI. Esa es la nueva religión, y Hitler es el Diablo. Los 6 Millones son el Redentor, lo que significa que el pueblo judío es Dios. Esa es la religión de hoy, y eso es fatal, absolutamente fatal. No tiene nada que ver con la fe católica, excepto en cuanto es una inteligente imitación de la fe católica porque obtienes Auschwitz en lugar de Gólgota,  la cámara de gas en lugar de la Cruz. Eso es fatal.

     Pero pregúntense: ¿Cuál es la verdadera religión de la gente de hoy? ¿Cuál es la verdadera religión del Estado hoy en día? ¿Puedo blasfemar contra Nuestro Señor Jesucristo? ¿A alguien le interesa? ¡No hay problema! Blasfema todo lo que quieras.


      ¿Puedo blasfemar contra el Holocausto diciendo que no había cámaras de gas?

     ¡Horror! ¡Horror! ¡Horror! ¡Quemenlo en la hoguera! Es un hereje.
     Allí se puede ver cuál es la verdadera religión del gobierno de hoy, de la política de hoy y de la gran masa de gente de hoy”.

Mons. Williamson




Nacionalismo Católico San Juan Bautista


viernes, 1 de junio de 2018

La verdad completa - Augusto TorchSon



     Probablemente sea hoy un poco menos tonto que ayer. Esto es así como resultado de la autoimposición que consiste en no persistir en el error una vez que lo detecto, por más cómoda que me resulte esa creencia equivocada, incluso, hasta cuando mucho sacrificio puede haberme costado el alcanzarla. Y es que ser fiel a uno mismo es tal vez uno de los trabajos más difíciles, porque cuando uno hace concesiones consigo mismo, es cuando está verdaderamente perdido.


     A veces tardamos mucho tiempo en integrarnos a un grupo de personas en el cual nos sentimos realmente a gusto, con quién compartimos no solamente intereses similares, sino hasta cierta comunión espiritual. Lo más satisfactorio de pertenecer a esos grupos, o mejor dicho, lo más desestresante de estar con ellos, es el no tener que forzar constantemente la virtud de la prudencia hasta límites que rondan la insania, como lo tenemos que hacer en los ámbitos no elegidos pero inevitables como son los laborales u otros sociales, en los cuales la inmensa falta de sentido común nos llevan a callarnos frecuentemente para no tirar perlas a los cerdos como también para no desbordarnos y cometer torpezas.


     Pero resulta que incluso en esos ambientes en los que tan a gusto nos sentimos, tenemos que ser intelectualmente honestos tanto para reconocer la verdad aunque no nos guste y hasta de quien no nos guste, así como para decirla aunque NO guste; ya que esa honestidad primero se la debemos a Dios y por consiguiente a la caridad con el que yerra, pero también nos la debemos cuando decimos que queremos ser fieles a nosotros mismos.


     Ahora, sucede que cuando encontramos ese grupo con esas importantes afinidades, como nos pasa por ejemplo en lo referente a lo religioso; o político (todavía más difícil); resulta que descubrimos algunas cuestiones que nos obligan a replantearnos muchas de las creencias en las que nos sentíamos seguros, siendo incluso ellas con las cuales coincidíamos en el grupo. Esto lo digo no genéricamente, sino como experiencia personal y sabiendo que también le pasa a muchas personas. Por si hace falta aclarar, no me refiero a cuestiones dogmáticas, o en lo que de inmutable pueda tener la doctrina religiosa en ese sentido. Así pues, si estudiando la historia  descubrimos que nuestros referentes (y los del grupo) se equivocaron más de lo que pensábamos, o tal vez, ni siquiera merecen que sean considerados referentes; entonces, ¿cómo deberíamos encarar el tema para no escandalizar a quienes apreciamos y con quién tan bien nos sentimos y al mismo tiempo permanecer fieles a nuestra propia conciencia? Y es que cuando empezamos a estudiar un poco más los temas que son precisamente los que parecerían ser los que dan cohesión al grupo, descubrimos que las situaciones no eran tan simples como pensábamos. Resulta entonces que mientras afianzamos nuestros conocimientos, así como nuestro discernimiento en cuestiones que resultan las que más incomodidades generan, igualmente se nos presenta la disyuntiva entre mantener la boca cerrada (en el ámbito en el que uno debería precisamente sentirse confiado), o compartir la información y hasta corregir a los amigos que están en el error en algún aspecto, sabiendo de antemano que a veces hay verdades que son difíciles de digerir y pueden resultar chocantes hasta el punto de generar grandes molestias por sacudir las seguridades de algunos, como también nos pasó a nosotros en algunas oportunidades. Y sabiendo que nuestra primera reacción ante verdades incómodas fue el ponernos a la defensiva, debemos entender cuando es esa la actitud que toman las personas a quienes tratamos de hacer salir de su error. Cuando hablo de errores no me refiero a posturas o conclusiones discutibles, sino a hechos concretos y comprobables que necesariamente conducen a determinadas y únicas conclusiones y no son simplemente motivo de especulaciones. Con respecto a los demás, no queda más que tener paciencia y asumir las consecuencias de decir, sostener y defender la verdad. Si esa es realmente nuestra decisión, debemos saber que la misma necesariamente conduce a la soledad, y aún más hoy cuando la mentira es social e institucionalizada, así como científicamente implantada en las mentes y corazones de las masas democráticas, a las que en algún momento también pertenecimos y de la que seguramente nos quedan resabios ya que de una manera u otra, todos somos hijos de nuestro tiempo, que mucho tiene que ver con la revolución. Queda claro entonces que no se busca el estar solo, o la discusión con ánimo de hacer prevalecer una postura, sino que esto resulta como consecuencia no querida pero inherente a la búsqueda y defensa de la verdad. Si la democracia acabó con la vida de Sócrates, inmortalizó sin embargo su lucha y fidelidad por la búsqueda de la verdad, y Cristo fue condenado a igual pena, siendo Él la Verdad misma, veredicto también sometido al capricho de la mayoría.


     Lo cierto es que héroes y santos casi siempre terminaron solos y pobres cuando no martirizados. Mucho hay que desconfiar de supuestos héroes o santos que fueron populares y exitosos según estándares mundanos, así como los que terminaron su vida como prolíferos empresarios o que buscaban honores para sí incluso hasta comprando títulos nobiliarios. Y si trágico fue el destino terreno del santo y del héroe al que admiramos, hipócritas seríamos al resaltar su figura pero no tratáramos de imitarlos. Por eso la verdad primero nos compele a nosotros mismos, nos obliga a rectificar el camino una vez descubierto el correcto, igualmente a retractarnos de nuestros errores y hasta a pedir disculpas si fuera necesario, y, entendiendo que no estamos exentos de volver a caer en ellos, comprender a los que mal conocen sin culpa de su parte. No me refiero entonces al que consciente el error una vez reconocido, o planteada la duda, sigue defendiendo una postura de la cual no tiene ninguna certeza de su veracidad. Aquí ya estaríamos hablando del pecado de la mentira o de la duda consentida.


     Por si vale la aclaración, al referirnos a lo verdadero hablamos de lo que se adecúa con la realidad. No hablamos entonces como hoy se hace, de una “verdad” pragmática, que sería tal, solo en cuanto tenga algo de útil, o de una “verdad” consensual que es la que se decidiría por acuerdo de partes como sucede en la diosa democracia, que es una diosa caprichosa “creadora” no sólo de verdades circunstanciales sino hasta de realidades mutables ambas de acuerdo a la conveniencia de sus plutocrátas beneficiarios.


     Establecido entonces que la verdad COMPLETA como me decía un estimado amigo, es muy difícil así como la verdad en soledad; al no traicionar nuestra propia conciencia, más allá de la recompensa eterna que Dios nos puede otorgar en la hora de nuestra muerte, también hay una terrena que es la que nos exime de silbar bajito para no molestar, práctica de las más traumáticas e incómodas que existen.


     El desafío una vez alcanzada una determinada verdad, es actuar con humildad respecto de los que no la tienen, y no caer en la estupidez de muchos “sinceros” que sólo demuestran su egolatría creyéndose mejores, y en su actitud altanera no hacen más que llamar la atención con una conducta aparentemente paradójica en la que pretenden ser completamente autosuficientes mientras se esfuerzan por demostrarlo y ser reconocidos en ese aspecto.


     El amigo que antes mencionaba repite frecuentemente la frase de Santa Teresa: “Prefiero la verdad en soledad que la mentira en compañía”, y defiende esa opción a pesar de mencionar lo difícil de tal empresa.


     En la búsqueda advertimos que son muchas las circunstancias que creíamos verdaderas y sin embargo no lo eran, como seguramente muchas más las que iremos descubriendo de seguir investigando, y muchísimas más las que nos quedarán vedadas dada la finitud de nuestra existencia. Y así Sócrates reconocía esta limitación al decir “sólo sé que nada sé”; por lo que, como corolario podríamos decir que salvo lo proveniente de Dios, es preferible dudar de nuestras certezas cuando no se apoyan en hechos comprobables e indiscutibles. Podemos opinar y aceptar opiniones siempre y cuando estas se apoyen en hechos, los que necesariamente deben ser respetados.


     Entonces al realizar consideraciones respecto de ciertos militares, gobernantes y demás políticos, incluso Pontífices como inmaculados o perversos, sin escuchar más que opiniones; o lo que es peor, concentrarnos en sus virtudes omitiendo sus vicios o a la inversa, de acuerdo a la postura y al grupo que nos interese defender; podemos pecar gravemente por soberbia, pero lo más grave, dejándonos conducir por nuestro ego eventualmente podemos hacer caer en el error a muchos, con lo que se multiplicaría nuestra responsabilidad. Y lo digo diciéndomelo primero a mí mismo. Resulta entonces por ejemplo, que Papas a los que considerábamos intachables y exentos  de los errores del Concilio Vaticano II,  fueron precisamente los propiciadores y precursores del mismo; y a políticos y militares a los que hoy se demoniza y hasta sirven de referencia para hablar de actos perversos y absolutistas; resultaron ser en la práctica los sostenedores de la Doctrina Social de la Iglesia. Todo esto acusándoselos incluso de falsos y hasta imposibles crímenes, para proponer como mejor alternativa, la democracia liberal, masónica y judaica a la que ellos combatieron, que es la causa del desorden que hoy parece humanamente irreversible en el mundo entero. Teniendo además en cuenta, que dicha democracia, fue la opción preferida por esos Papas, causando a los cristianos en el mundo millones de muertos por la opresión comunista, así como la propagación del veneno del liberalismo que hoy corroe nuestras sociedades y hasta destruye la misma Iglesia. Y esto lo refiero sin hacer juicios definitivos respecto a las personas mencionadas. Todo esto puede comprobarse y detallarse abundantemente.


     Hay que tener en cuenta que si bien la búsqueda de la verdad completa puede producir rechazo, soledad, pobreza y hasta el martirio; ya que mencionamos a Sócrates, podemos aprender de su ejemplo de bien morir en ese sentido, al hacerlo mientras predicaba sobre la inmortalidad del alma la cual creía conseguir con el constante autoexamen para el perfeccionamiento de la misma, mientras bebía con suma tranquilidad el veneno que pondría fin a su vida.


     Resulta indudable que el conocimiento de los hechos considerados en su totalidad, pueden ayudarnos a una correcta concatenación de razonamientos para conocer donde estamos parados y como llegamos hasta la situación en la que estamos, así como saber mejor quienes son nuestros amigos y nuestros enemigos, y de igual manera reconocer quienes fueron realmente referentes dignos de imitar a pesar de sus flaquezas o quienes no lo fueron a pesar de sus aciertos. Todo esto sin olvidar que esas verdades, muy importantes sin lugar a dudas, son solo destellos de la Verdad con mayúscula, Verdad que es al mismo tiempo Camino y Vida, y es la que proviene de Dios y de hecho es Dios mismo en la persona de Cristo. Entonces lejos de justificar nuestras torpezas recurriendo al “yo soy yo y mis circunstancias”, sostenemos con el filósofo español José Corts Grau la primacía de lo sobrenatural refutando esa frase de Ortega y Gasset, afirmando que “Yo soy yo y mi raíz y mi destino”, es decir, “Dios y yo”…, agregando luego que “Dios no es para el hombre una limitación negativa, un suspicaz y mezquino vigilante, sino un amoroso esclarecedor, el secreto y la meta de una perfección sin límites”. Buscamos en definitiva, alcanzar ese objetivo.


     Concluimos entonces que la búsqueda sincera, rigurosa y hasta esforzada del esclarecimiento de los acontecimientos de la Historia que determinaron y condujeron a nuestra realidad actual (oscura y esjatológica), no sólo es importante, sino que hasta sirve para templarnos y prepararnos para el verdadero desafío consistente en la fidelidad y defensa de esa Verdad Superior, de esa Verdad Encarnada y hoy olvidada y hasta escarnecida, pero que es la única que le da sentido a nuestra existencia, Verdad salvífica e infinita. Y si somos capaces de ser fieles en esa búsqueda primera a la que podríamos considerar “en lo poco” sin restarle importancia, seguramente seremos capaces de ser “fieles en lo mucho”.


Augusto


Nacionalismo Católico San Juan Bautista


domingo, 9 de junio de 2013

EL TEMOR A LA BONDAD Y EL TEMOR A LA VERDAD - Por Mons. Fulton Sheen

  ¿Qué es lo que nos hace temer a Dios? Siendo Él amor, ¿no deberíamos abrazarle?; siendo Él Vida, ¿no deberíamos ser una sola cosa con El?; siendo Él la Verdad, ¿no deberíamos seguirle en pos?…

TEMOR DE LA BONDAD

  Todos han experimentado ese temor en el orden físico. No tememos a la bondad misma, pero sí al dolor que es su precio. Se teme la extracción de un diente y una operación médica, porque los buenos efectos que deseamos no aparecerán si no hemos pasado por un momento o un espacio de tiempo en el que hemos de sufrir.

  De una manera semejante, el bien espiritual puede ser temido porque demandará un desenraizamiento doloroso de lo que es malo.

  Como algunos se acostumbran a vivir en la suciedad, así otros se acostumbran al pecado; y como algunos temen limpiar sus casas y habitaciones, así temen otros la Confesión.

  Este temor de la Bondad se halla presente en muchos niveles o estados de la vida espiritual. Siempre que hay algo que deba ser rendido y entregado, sea algo pecaminoso o que lleva al pecado, como el orgullo, la lujuria, la avaricia, o algo sólo medianamente egoísta… entonces el alma se muestra renuente a tener que hacer estos sacrificios éticos y morales que demanda la religión. Dios es temido porque es la Bondad, y la Bondad no tolera imperfecciones en nosotros. Si Dios fuera de mentalidad ancha y cómoda acerca de que fuéramos injustos con el prójimo, o fuera tolerante acerca del divorcio y nos autorizara un segundo y tercer matrimonio, entonces nadie temería a ese amable y paciente abuelo, Dios. Pero el alma se distancia de un Dios que no puede ser engañado, ni sobornado, lo teme, no porque no sea bueno, sino porque es demasiado bueno, porque es la Bondad misma.

  Dios nos ama demasiado para dejarnos que estemos confortablemente en nuestros pecados. Vemos que el violinista, precisamente porque desea obtener los mejores sonidos de su violín, estira las cuerdas con disciplina dolorosa hasta que producen la nota perfecta.

  Si Nuestro Señor fuera liberal con nuestros pecados y los tomara ligeramente, nunca habría sido sentenciado a la muerte de la cruz. Tuvo por lo menos cinco buenas oportunidades para dejarnos como nos hallábamos: pudo haberse plegado a los fariseos o cortejado a los herodianos, también pudo haber renunciado a su Autoridad Divina ante Pilatos, o haber hablado ante el malvado Herodes o finalmente, haber descendido de la Cruz en lugar de pagar en ella la pena de muerte por los pecados. No ha de maravillar que, ante esa persistente y resuelta Bondad, los que se hallaban cerca de la Cruz exclamaran: “Desciende, desciende de la Cruz y creeremos”. Querían una Cruz sin un Crucificado, un Maestro pero no un Salvador, un Púlpito pero no un Confesionario, una Comunión, pero nunca un Sacrificio.

  La Bondad demanda que seamos perfectos, y nada inferior satisfará a Dios. El pensamiento de los grandes cambios que eso exigirá en nosotros, es capaz de asustar. Tememos al dolor más de lo que queremos la curación que traerá consigo.

TEMOR DE LA VERDAD

  La gente teme a Dios porque es la Divina Verdad; ese temor les hace pasar la vida en la mediocridad, en la indiferencia y falta de fe. San Pablo mencionó esto escribiendo a los Gálatas: “¿Me he creado enemigos entre vosotros por decir la verdad?”(Gál. IV, 16). Hay una diferencia entre nuestro alejamiento de Dios por ser la Bondad y por ser la Verdad. La Bondad es temida, pero no puede ser plenamente odiada, porque incluso al rechazar la perfecta Bondad aun se ama un bien imperfecto; el temor es suscitado porque sospechamos que el Bien máximo de Dios apartará de nosotros algunos bienes menores, a los que amamos. Pero la Verdad no es tanto temida cuanto es odiada, porque es hiriente y repugna al ego. El hombre, incapaz de soportar lo que se llama la “terrible verdad” acerca de sí mismo, concibe un odio contra la verdad misma. Aun cuando disfrace esa actitud con el aparente paliativo de agnosticismo, o con la desesperación que siempre sigue a la arrogancia, y con el violento cinismo y el odio de toda la vida, ese hombre huye de la verdad por el temor de las exigencias que pueda hacerle.

  La verdad puede ser odiada por cualquiera de estas tres razones:
1) A causa de nuestro orgullo intelectual, que se niega a admitir que una posición, una vez adoptada puede ser falsa. (…) Con el tiempo esto lleva al prejuicio y al empecinamiento irrazonado, lo que ciega a la mente respecto de la Verdad, mediante el odio.
2) También se puede odiar a la verdad porque su aceptación requeriría que abandonáramos nuestros malos caminos. Así como el alcohólico odiará a la verdad de que el alcoholismo ha arruinado su salud, y por lo tanto debe dejarlo, así se puede odiar a la verdad que se halla en Cristo, en su Iglesia, porque exige un modo de vida contrario al modo adoptado de pecado y disolución.
3) También se puede odiar a la verdad cuando implica que otra Mente conoce la verdad de nuestras faltas, y no puede ser engañada por el falso exterior de piedad con que se engaña al mundo. Esto explica por qué tanta gente odia la doctrina del Juicio Final o se niega a creer en el Infierno como lugar de castigo. La verdad de Dios que conoce lo que realmente son, les repugna tanto que sus mentes son capaces de construir un credo personal, descabellado, que esté de acuerdo a sus alocados modos de vida. El bien nunca niega la verdad del Infierno, pero el mal lo hace frecuentemente a fin de aquietar su intranquila conciencia.

  En todos los casos mencionados la Verdad es odiada porque el egoísta desea ser ley en sí mismo, y eludir así la responsabilidad, o también porque desea continuar una vida equivocada y errada que la Verdad condena, o también porque desea que nadie más sepa la verdad acerca de él.

  Ninguno querrá admitir, con palabras explícitas, que teme a la Bondad u odia a la Verdad, porque ambas son admirables en sí mismas para todos nosotros. Pero la mente recurre a racionalismos para justificar su rechazo de lo verdadero. Todas las personas no religiosas o antirreligiosas son escapistas; temerosas de inquirir, de buscar la Verdad o de seguir la virtud, racionalizan su escapismo mediante la indiferencia o la burla, el ridículo o la persecución. La forma más popular de cubrir el odio a la Verdad y el temor de la Bondad consiste en la indiferencia, que todos los “cerebros” denominan agnosticismo, negando que exista la Verdad. Con una cultivada indiferencia respecto de la distinción entre verdad y error, anhelan tornarse inmunes de toda responsabilidad en lo que hace al modo cómo viven. Pero la negación estudiada a distinguir entre justo e injusto, en realidad de verdad no es indiferencia o neutralidad: es una aceptación de lo injusto, de lo erróneo.

  La burla y el ridículo de la religión forman otro medio mediante el cual el temor de la Bondad y el odio de la verdad dentro de nuestro corazón, son proyectados a la Bondad y a la Verdad existentes fuera de nuestro corazón. Las personas virtuosas, piadosas y religiosas frecuentemente son ridiculizadas y mofadas en las oficinas y fábricas. Rebajando la bondad de los demás, esos burladores esperan justificar su propia carencia de bondad. Pero el que se mofa de la Bondad o la Verdad Divinas, ya ha desenraizado a las mismas de su propia alma. Todavía sobrevive la posteridad de Herodes: al verse confrontados con una Verdad que acusa, calman sus conciencias cubriendo a Cristo con una túnica de loco. El mal no puede soportar la visión de la Bondad, porque es un juicio de culpabilidad, un reproche para la maldad que no se arrepiente, por eso siempre al hallarse con ella quiere envilecerla y abusar de la misma. Búsquese la religión que es perseguida por el espíritu mundano y se hallará así la religión Divina. Si Nuestro Señor no hubiera sido la Bondad perfecta nunca hubiera sido crucificado.

  El tercer tipo de “escapismo” o huída de la Verdad, es el ateísmo, tan violento en su odio que si pudiera destruiría a la Verdad y a la Bondad. Hasta el siglo presente sólo se negaba de un modo general uno u otro aspecto de la verdad, a un mismo tiempo; ahora se hace oposición a la Verdad total. Se ha cumplido la advertencia del Señor: “Vendrá un tiempo en que todo el que os condene a muerte proclamará que está realizando un acto de culto a Dios” (Juan XVI, 2). Estar en pecado y temer al pecado puede ser un camino hacia la Bondad; pero estar en pecado y temer a la Bondad y odiar a la Verdad, es demoníaco. San Agustín, quien durante su juventud luchó contra la Verdad Divina, conoció porqué hay hombres que odian a la Verdad, puesto que él la odió durante tantos años y su respuesta es la siguiente:

  Los hombres aman a la Verdad cuando ella ilumina, la odian cuando la misma reprueba. Aman a la Verdad cuando se descubre dentro de ellos, y la odian cuando los descubre a ellos. De ahí que ella haya de pagarles, que a ellos, quienes no querrían ser manifestados, contra su voluntad los haga manifiestos, y se vuelva manifiesta a ellos. Sí, de ese modo la mente del hombre, ciega y enferma, alocada y mal favorecida, desea ser ocultada, pero no lo logrará.

  Es dable preguntar si en toda la literatura hay un ejemplo más claro de cómo los hombres temen a la Bondad y odian a la Verdad que en la historia de Juan el Bautista. Nuestro Señor alabó la bondad de Juan, diciendo: “Entre los nacidos de mujer nadie es superior a Juan el bautista” (Lucas, VII, 28). Un día ese hombre bueno fue invitado a hablar en la corte de Herodes, ante una audiencia de gente rica, con muchas personas divorciadas y muchas casadas otra vez. El sermón fue breve: señalando con un dedo al Rey, el Bautista profirió con voz de trueno esta verdad: “No está bien que vivas con la mujer de tu hermano”. Un minuto después Juan estaba encadenado. Pocos meses más tarde, intoxicado Herodes por el vino y por las sensuales danzas de Salomé, prometió a su hermosa hijastra que le concedería cualesquiera cosa le pidiese, y aconsejada por su madre le dijo Salomé: “Dame la cabeza de Juan el Bautista”. El mal siempre matará a la bondad cuando ésta se ha convertido en reproche; la de la virtud es una carrera peligrosa.


"Eleva tu corazón: Por qué el ego teme el mejoramiento". Editorial Difusión. Bs. As. 1956.




Nacionalismo Católico San Juan Bautista

viernes, 19 de abril de 2013

BENEDICTO XVI SOBRE LA RAZÓN

"La razón no se salvará sin la fe, 
pero la fe sin la razón no será humana"

S.S. Benedicto XVI




domingo, 14 de abril de 2013

NO PUEDE HABER CRISTIANISMO SIN CRUZ


  En un mundo en el que la mentira es poderosa, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiera evitar el sufrimiento, mantenerlo lejos de sí, mantiene lejos la vida misma y su grandeza; no puede ser servidor de la verdad, y así servidor de la fe.

  No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia a sí mismos, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad. Donde no hay nada por lo que valga la pena sufrir, incluso la vida misma pierde su valor.

Extracto Homilía del Santo Padre Benedicto XVI 28/06/2008


Nacionalismo Católico San Juan Bautista

viernes, 22 de marzo de 2013

VERDAD - Padre Leonardo Castellani



“Sólo en la verdad se puede fundamentar una verdadera grandeza; sólo diciéndola se puede caminar a ella. Hoy día estamos tan sumergidos en mentiras que el amor a la verdad representa una especie de martirio, y conduce al martirio real cuando se vuelve verdadera pasión; y la verdad se vuelve pasión en todos aquellos que se abren al Espíritu de Dios”.


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